El Narciso Y Su Mariposa

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Hugo Blumenthal © 2007

El narciso y su mariposa por Hugo Blumenthal

De Gallimard se nos muestra poco, antes de que conozca a Butterfly. Por su trabajo contable en una embajada francesa en China podemos atribuirle resignación y, por su posición dentro del cuerpo diplomático, un sentimiento de inferioridad más o menos equilibrado con su sentimiento de superioridad en relación con los chinos. Luego nos vamos dando cuenta de que permanece la más de las veces distante, que no logra reconocerse como parte activa y fundamental del mundo, y de que los otros son mostrados básicamente desde su punto de vista, donde casi todos aparecen como inferiores o mezquinos, que buscan apropiarse de su ser, destruirle su imagen especial enjuiciándolo y diciéndole qué cosas debe hacer y qué no. Así las cosas, él opta por vivir apenas lo indispensable entre franceses, que le son hostiles o para los cuales él no es más que igual a ellos, y prefiere el mundo externo, en el que cree poder comportarse de acuerdo a su verdadero sentir, donde él es especial, donde puede verse especial con mayor claridad. Movimiento de evasión propio del narcisista, que no puede sobrevivir en un medio donde los demás no se dan cuenta de cuan especial él es. Entre esos dos mundos en que conoce a Madame Son y es su voz la que aparece como el primer objeto de deseo, que atrae la atención de Gallimard. Y no es por coincidencia. En la mayoría de ocasiones, como hemos visto, aparece como factor decisivo. Así la voz de Sócrates para Alcibíades, o la de Eco para Narciso. Ello porque en la voz comunicante, que se cree entender, se reconoce una semejanza del otro con uno mismo que da campo a la posibilidad de ser con el otro (en lo simbólico), es decir, de llegar a poseer en el otro lo que intuimos que nos falta; o que también puede crear (en lo imaginario) la idea de la posibilidad de re-encontrarse a sí mismo en otro exterior a sí, para agrandarse o justificarse, y que a la vez de campo para creer que una unión futura es posible. Este último, como veremos a continuación, será el caso de Gallimard, que al principio toma la palabra de Madame Son con toda su carga estética, y lo que representa esa palabra (a saber, el dolor de la amante china abandonada por el extranjero) lo asume como cualidad propia del ser que la encarna. Así, comete un primer error, que lo llevará a su perdición: asumir que la protagonista es realmente Butterfly, o que al menos tiene “algo” de la verdadera Butterfly. Movido por el afán de expresar su admiración, Gallimard se atreve a hablarle, y en la conversación ella intenta presentarsele como alguien diferente, alegando igualdad, lo que lo desconcierta. Sabemos que Gallimard debería verla, en cuanto china, como un ser inferior y extraño, pero en su desconcierto vemos que no es ese el caso. Por encarnar a Butterfly, necesitada de consuelo y protección, lo mismo que él necesita, ya la ha asumido, la ha elevado, a su mismo nivel de ser humano. Ella no puede evitar desconfiar. Gallimard es a sus ojos un francés seguro de sí, de que las cosas son tal como las ve, ingenuo porque cree tenerlo todo; lo que le critica y envidia de forma velada, pues no quiere serle desagradable. Al final lo invita a que vaya alguna vez, “si quiere ver verdadero teatro chino”, le dice, a una de sus funciones en el Teatro de Pekín. Pero a Gallimard no le interesa el verdadero teatro chino. Sólo le interesa Butterfly. ¿Y estará dispuesta la actriz a seguirle el juego? El no lo sabe, por lo que decide minimizar el incidente para sí 1

Hugo Blumenthal © 2007

con una confesión aparentemente superficial a su esposa. Y cuando ella acepta la aparente trivialidad y satiriza la situación, burlándose con una interpretación personal de Butterfly, a él poco le falta para ver en el acto una burla a sí mismo, a lo que más quiere. Sea como sea, Gallimard se resiste a visitar a Butterfly e intenta dedicarse más a su trabajo, y entonces empiezan a llegarle notas, en que Madame Son le deja saber la atracción que él ejerce sobre ella. Gallimard se siente objeto de deseo del otro, lo que lo enorgullece, por ser capaz de suscitar tal pasión, y acude a la invitación atraído por la imagen de ser especial que ella le reconoce. Además contribuye al equívoco el que, mirando la funda de un disco de M. Butterfly, el mismo crea reconocerse en el extranjero amado; pero mejor, pues él no va a abandonarla. En la relación que se establece luego entre ambos, Gallimard nunca verá en ella más que a una “esclava”, a “su mariposa”, ya no inferior por raza sino esclava por la necesidad que supuestamente tiene ella de él. Papel que ella no le molesta asumir ante Gallimard, pues goza al mismo tiempo de la seguridad de que es él su esclavo. Madame Son, eco por obligación, espejo apenas empañado por su deseo, se asume en un principio en situación provisoria para obtener un fin. Obligada por su Partido a mostrarle a Gallimard lo que quiere ver en ella, tampoco le interesará que se reconozca su diferencia respecto al personaje que encarna. No tiene palabra propia. En su palabra devuelve la imagen que se le pide, que no es, sólo a ratos traicionado por su propio ser. Así vemos que su función es simplemente reflejar el deseo de Gallimard, permitirle que se contemple en otro. Función de espejo que exige además que oculte la realidad de su cuerpo, afirmándose difuso, cualidad que Gallimard aprovecha para ver lo que quiere ver. La imposibilidad de Gallimard de aceptar la facticidad (en el sentido sartreano del termino) del cuerpo del otro se pone de manifiesto ante la desnudez de otra mujer, francesa, a la cual Gallimard dice que es tal y como se la imaginaba con ropa, con la intención de transferir su carencia a ella para no ver en él el problema. Maniobra que no le exige Butterfly, porque no le impone un cuerpo fáctico, que es, sino uno en proyecto, en posibilidad de descubrirse semejante al que le atribuye Gallimard, y por lo tanto no lo obliga a enfrentarse con un cuerpo que no cumple con su ideal. Es claro que Gallimard vive exclusivamente en lo imaginario, pues desea y cree poder llegar a poseer en sí el ser de Butterfly, se resiste a verse como parte del mundo real y le es imposible aceptar la existencia de uno simbólico, de diferencias deseables. Por lo mismo nunca llega a conocer el cuerpo de Butterfly, ni le interesa descubrirlo a sus ojos, pues en su estado sicótico, enamorado, sabe que es tal y como lo imagina. Y es por su falta de interés en lo real, que le incapacita para comprender los signos externos más evidentes, que en su pasada relación sexual con ella no percibirá diferencia entre el ano y la supuesta vagina penetrada. Cosas que Madame Son utiliza aquella misma noche, después del incidente de la francesa, “confesando” que va a tener un hijo, para que Gallimard abandone la exploración de su cuerpo, que era más violencia hacia ella, una búsqueda de poseer su ser y destruirla, que un acto de reconocimiento que le fuera necesario a él. ¿Y cual es la reacción de Gallimard? Alegría, evidentemente narcisista y usualmente considerada natural, pues el hijo es asumido, en general, como una prolongación de la existencia de, e igual a, los padres. (Hasta la sociedad fomenta el juego, buscando similitudes para alabar.) Pero alegría que tendrá que vivirla también en lo imaginario, pues no puede sentir crecer el hijo en sus entrañas ni podrá ser testigo de la maternidad de Butterfly, así como después, debido a los acontecimientos políticos, sólo podrá ver a su hijo una única vez, y por un breve instante. 2

Hugo Blumenthal © 2007

Por otra parte, aunque por los mismos acontecimientos, sus previsiones como vicecónsul se muestran claramente desacertadas y es obligado a volver a Francia. Parece que el mundo se volviera contra Gallimard, pero él no va a rebelarse. Efectúa un movimiento de repliegue en sí mismo, aceptando su soledad y transformando su apartamento francés en un espacio chino. Butterfly es enviada de vuelta a su lado, dejando a “su hijo”, para obtener más información. Y a pesar de que Gallimard no ha tenido el contacto suficiente con aquel hijo como para sentirse padre, asume el sentimiento de deber paterno para traicionar a su país por él. Deber imaginario, supuestamente simbólico, ya que la traición no va a representar el quebranto de una prohibición real, desde que no es posible sentir como traición un acto contra algo que no se ama. Pero luego, en el juicio a Gallimard por espionaje, aparecerá Butterfly en toda su diferencia, como hombre que ha aparentado ser mujer, y responderá a todos los interrogantes, haciendo imposible negar el engaño. Y puestos en el mismo camión-cárcel, Gallimard le echará en cara que no sea su mariposa. Curioso reclamo. No le reprocha que lo haya engañado sino que haya dejado de insuflarle vida a su ficción. Entonces el otro, dolorido por tales palabras, se exhibe desnudo ante él, pidiendo ser reconocido por lo que es, no por lo que ha debido representar. Cree que Gallimard, después de todo, puede llegar a amar lo que se escondía tras Butterfly. Le es difícil aceptar que lo único que Gallimard demandaba de él era esa ficción, aquella particular mujer que encarnaba. Gallimard, atrapado ante tan terrible evidencia que no quiere aceptar ni puede amar, huye a su interior, abandona más aun ese mundo inhóspito externo y se refugia en una más o menos confortable y reveladora locura. En el centro de reclusión vemos como se va manifestando al exterior su femineidad narcisista. Gallimard será mujer, femenino, hasta reconocer en sí mismo a Butterfly, para que su problema parezca solucionarse. El repliegue, la vuelta a sí mismo, será ahora casi total. Interiorizando la imagen de Butterfly, definirá entonces su ser, su yo, por lo que el otro era para ese yo. Así, su reconocimiento femenino no se deberá más que a una apropiación narcisista de Butterfly. En está ocasión Narciso no se ha enamorado de su propia imagen exterior que ya era sino que se ha asumido como cierto ser exterior con el cual una vez creyó ser uno y reconocerse, lo que le permite amarse a sí mismo con la excusa de que el objeto amado es otro. En el último acto vemos su transformación en una Butterfly horrorosa, desgarrada por el dolor de la perdida de su amante, la verdadera Butterfly interior de Gallimard exteriorizándose, en una supuesta representación que divierte a otros, que los fascina (y aquí también se podría esconder una especie de reconocimiento). Gallimard se observa en un espejo para ayudarse en la transformación, espejo que al terminar le servirá también para poner fin al dolor de no poder poseer el objeto de su amor, en libertad de otro, pues sabe que siempre será él mismo. La imagen desgarrada que hasta entonces ignoraba ser, que ama, le permite acercarse rápidamente a la muerte, sin dudas, al aniquilamiento de ese otro y él mismo en el abrazo de la nada, donde ambos se unirán en el mismo instante por el paso a un no ser.

Hugo Blumenthal Cali, Octubre de 1995

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