Dolor De Hombre, El Dolor De Dios

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Dolor de Hombre, Dolor de Dios 29.01.08 @ 11:53:17. Archivado en Sociedad

No existe mayor soledad e ensimismamiento que la experiencia del dolor, bien sea moral o físico, aunque también es cierto que el dolor moral tiene muchas más ramificaciones hacia el otro que aquel que se padece en la carne de una frágil corporalidad. El dolor físico nos aísla del mundo, nos arrebata al exilio de la soledad y a la falta de comunicación, por ser personal e intransferible. Nadie se puede poner en el lugar del otro, cuando el dolor asola la finitud del hombre, apartándolo de todo aquello que lo rodea. El dolor se padece a solas, sin dar explicaciones que nos puedan poner en la misma tesitura experimental de los demás, por mucho que estos quieran acercarse, física o espiritualmente al enfermo.

En el dolor, el hombre se halla expuesto a sus propias fuerzas y vulnerabilidad, sin más posibilidades que luchar contra él con paliativos, analgésicos y entereza de corazón. Es una batalla a brazo partido con el enemigo que se persona carcomiendo la salud natural del individuo. Si la medicina acierta, la batalla se puede ganar, aunque no por ello la guerra completa de toda una vida. Por un tiempo, el hombre se cree vencedor de algo, pero en realidad sólo ha sido la experiencia de una vana victoria, en un primer envite transitorio, y que todavía no ha dicho su última palabra. El problema está en que todos sabemos, por naturaleza, que al final la victoria se la llevará el más fuerte, y sin lugar a dudas en la muerte se declara el nombre del vencido. No obstante, convivir a diario con el dolor, bien crónico o transitorio, se ha convertido, desde el nacimiento, en la obligada compañía que todo hombre asume en su propia existencia. No podemos huir de sus garras punzantes, y cuando llega, lo hace sin avisar, abatiendo los intereses y preocupaciones que hasta ese momento configuraban la atención de esa persona. No se trata de entregarse al dolor con actitud de rendición. Pero, tampoco se trata de resistirse a él como si no fuera una realidad estructural de la condición humana. El dolor tiene un límite, un umbral más allá del cual ya no se puede sufrir más. Los grados del dolor son mesurables, y cuando se ha alcanzado su punto más álgido, de ahí no se pasa. Ciertamente, el dolor es muy fuerte, pero limitado a los niveles de percepción que el cuerpo le puede ofrecer. Conocer esto, facilita la asunción de su incómoda estancia en la humanidad de cada cual. Al dolor, así entendido, se le puede convertir en el huésped impertinente y caprichoso, que entra cuando quiere y se marcha cuando menos se lo espera uno. El dolor no se puede hacer el dueño y señor del centro de la vida del paciente. Aunque intente monopolizarlo por entero, procurando aislarlo del mundo y de los demás, la serenidad que provoca la soledad interior del que lo padece, puede ayudar a colocarlo en su sitio, sin otorgarle ni un ápice de más del lugar que le corresponde desde su trasgresión. La mal comprendida resignación cristiana ha querido presentarlo como la mediación para alcanzar la virtud. Sin embargo, como la propia palabra dice, Re-Signar es darle otro significado diferente a como su manifestación pretende imponer. La nueva significación del dolor pasa por la comprensión de su limitación, por muy dañina que esta sea.

El dolor tiene un comienzo y un fin, al igual que tiene un límite de intensidad, más allá del cual ya no puede hacer más daño. Al dolor se le puede acoger, aprender a convivir con él, y por último escapar de él con la ayuda de remedios caseros o clínicos que están para eso. Mientras dura su estancia, el silencio de los demás es obligado. No se puede sufrir en lugar del otro, por eso es mejor callar que aturdir con consuelos imposibles lo que no se puede compartir desde fuera. El respeto de aquellos que han sido seccionados temporalmente por el sufriente, debe ser la actitud del que entiende que la soledad del doliente es una mediación necesaria para superar la prueba del crisol. Pero, por otro lado, procurar tender puentes con el mundo y los demás, impidiendo que el ostracismo impuesto se apodere del espíritu y de la inteligencia del que sufre, es una buena medicina para no perder el dominio de lo transitorio, aunque aparentemente parezca que se ha convertido en la loca de la casa.

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