LA TERCERA Sábado 4 de octubre de 2008
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Curso: Gestión Integral en la Empresa - Clase 10
Pasiones Tener una gran pasión es un requisito para realizar una gran gestión. Las técnicas, los análisis, las estrategias, los indicadores, el coaching y todos los demás instrumentos son incapaces de mover a las personas si se carece de una gran pasión.
Vivimos en una cultura que considera aún que las pasiones son un impedimento para ser racional y ver la realidad, pero aquí adoptaremos el punto de vista justamente contrario. Seguiremos a filósofos como Anthony Kenny (1963), Ronald de Sousa (1987) y Patricia Greenspan (1988), según los cuales las emociones son cosas racionales (y por lo tanto a veces irracionales); y a otros como Robert Solomon (1976, 1999), Martha Nussbaum (1990) y Jerome Neu (2000), según los cuales las emociones son juicios. Las pasiones indudablemente tienen un sustrato fisiológico y tienen manifestaciones sensoriales, pero no son comparables a un dolor de muelas. Las emociones son un fenómeno lingüístico que involucra interpretación y creencia. Por ejemplo, quien siente miedo cree que algo fuera de su control lo va a afectar negativamente. Si examinamos nuestra vida, nos daremos cuenta de que, generalmente, cuando hemos tenido pena o temor, se trataba de una emoción justificada o racional. Si consideramos las emociones como juicios, no es difícil ver que ellas son inteligentes, cultivadas, conceptualmente ricas y no simples reacciones o instintos. Nuestro punto central va
man la vida (lebensbejahend), que son como aquéllas que evoca la música majestuosa o íntima. Son la fuerza central para una vida bien vivida, con significado. Por otro lado, están las emociones que Nietzsche llamó pasiones negadoras de la vida (lebensverneinend), que “nos arrastran hacia abajo con su estupidez”. Ellas definen nuestra vida como pequeña y defensiva, como la envidia y el resentimiento.
El significado Al considerarlas como juicios, las emociones nos revelan aquello que valoramos. Por ejemplo, cuando nos alegramos nos damos cuenta de qué es lo que nos alegra y con quiénes nos alegramos. La alegría, que es el juicio de que algo favorable nos va a suceder, nos revela aquello que valoramos. La pena también nos revela lo que valoramos, pero cuando lo perdemos. Del mismo modo, el resto de las emociones pueden ser interpretadas como juicios que develan lo que nos importa. Por ejemplo, sentir envidia, que es el juicio de que otro tiene algo que deseamos, pero que no podemos poseer, nos revela el valor que tiene para nosotros un determinado objeto. Lo mismo pasa en los ambientes de negocio y de trabajo. Hay pro-
Luis A. Sota Consultor internacional de empresas, experto en gestión e innovación. Economista de la Université ParísDauphine, Francia. Presidente ejecutivo de Vision Consulting Chile y Director de Vision Consulting International.
La razón per se es incapaz de motivarnos. La vida apasionada, y no la vida desapasionada de la razón pura, es la vida con significado. Podremos tener conciencia de la verdad, pero hasta que no hayamos sentido su fuerza, no es nuestra. incluso más allá y proponemos que aquello que nos da significado en la vida proviene de las emociones. De acuerdo con Solomon, “nuestras pasiones (emociones, estados de ánimo y deseos) nos definen, a nosotros y al mundo en que vivimos”. Este filósofo sugiere que por un lado están las emociones que Nietzsche llamó pasiones que afir-
yectos y equipos que nos motivan y otros que nos aburren. Estar sensibles a lo que nos alegra, nos enorgullece o nos sorprende permite mapear aquello que amamos y comprometernos con ello. Por ejemplo, si amamos servir, se nos abre la posibilidad de embarcarnos en proyectos de servicio público, de hotelería u otra actividad, donde el servicio sea una virtud central.
Descubrir que se ama algo o a alguien puede ser acompañado de temor (el juicio de que algo malo nos va a pasar si fallamos) o de resignación (el juicio de que es algo fuera de nuestro alcance). La fuerza de estas emociones es un indicador de cuánto podemos amar algo. Como se trata de juicios, es posible observarlos, conversarlos con gente de confianza, ajustarlos y adaptar-
los para poder comenzar a tomar acción. Por ejemplo, si me doy cuenta de que amo innovar, pero siento que nunca lo podré lograr porque no soy bueno para las matemáticas, analizándolo podré resolver aprender matemáticas o incluso concluir que para ser innovador no necesito ser un gran matemático. Por lo tanto, es en la observación de nuestras emociones y en la administración de la tensión entre lo amado y lo posible que damos cauce a la pasión indispensable para hacernos cargo de algo importante para nosotros. Esta es la base para una gran gestión. Pero como siempre, todo gran amor conlleva un gran riesgo. En los momentos determinantes siempre habrá que dar un salto. Pero si se es presa del temor paralizante, primará la resignación y no habrá nada especial que gestionar. Simplemente administración rutinaria de procesos conocidos.
Cultivar las pasiones Los individuos tenemos la posibilidad de ir “esculpiendo” nuestro repertorio emocional. Entre las prácticas que podemos ejercitar para cultivar nuestras emociones están: 1. Autoconocimiento: se llega a él observando lo que nos apasiona y viviendo esos amores. Si hay
pasiones que entran en conflicto, habrá que hacer elecciones, lo que también nos demandará un repertorio emocional que habremos de cultivar, incluyendo emociones como coraje, valentía y aceptación del sacrificio. También mediante el autoconocimiento podemos observar circunstancias que nos gatillan emociones negativas y aprender a evitarlas. 2. Interpretación: se trata de aprender a desarrollar la capacidad para interpretar los juicios implícitos en las emociones, es decir, saber responder ¿en qué juicio estoy ahora? cuando experimentamos un cambio de una emoción a otra. 3. Responsabilidad: si las emociones son juicios y se basan en creencias y suposiciones, podemos hacernos responsables por ellas. Muchas veces las podemos cambiar y dejar de estar “paralizados por el miedo”, “enceguecidos por la ira” o “prisioneros del amor”. 4. Corporalidad: al observar nuestro cuerpo podemos aprender qué emociones se nos gatillan en determinadas circunstancias. Así podemos involucrar nuestro cuerpo en esas circunstancias o abstraerlo. Igualmente, mediante ejercicios corporales y respiratorios podemos ampliar nuestra gama de emociones. 5. Comunidad emocional: finalmente, podemos integrarnos en comunidades donde prevalecen prácticas consistentes con las emociones que admiramos. Por ejemplo, si amamos la alegría, podemos inscribirnos en un club de salsa. Si amamos competir, podemos unirnos a un equipo deportivo que entrena para ser campeón o a un equipo ejecutivo de gran ambición.