Carlo Gesualdo, compositor y asesino 06/07/2015 por Juan Ramos | Actualizado el 07/07/2015 | 5 min de lectura 266
El asesino 16 de octubre de 1590, Nápoles. María de Avalos, hija del Duque de Pescara, se encontraba teniendo relaciones sexuales con su amante Fabrizio Carafa, creyendo, como en otras ocasiones, que su marido, Carlo Gesualdo, Principe de Venosa, se encontraba de viaje. La hermosa María, además de su esposa fruto de un matrimonio de conveniencia, era su prima. Pero Carlo Gesualdo no se había marchado; conocía la traición de su mujer y lo tenía todo preparado para restituir su honor —la relación furtiva entre Maria y Fabrizio era un secreto a voces en la ciudad—. En pleno acto sexual, a las órdenes de Carlo, sus sirvientes atacaron a la pareja furtiva con cuchillos y espadas. A ellos les fue encargada la parte más sucia y arriesgada del plan. A continuación Gesualdo, con su daga, terminó la matanza con un ensañamiento que conmocionó a la opinión pública durante días. Tras las repetidas cuchilladas y mutilaciones arrastró los cuerpos inertes a las puertas de palacio, para que todos los vieran. No fue un crimen compulsivo; llevaba días planeándolo. Su estatus y el derecho de aquella época le hizo salir indemne de aquel crimen; aún así, tuvo que trasladarse fuera de la ciudad para protegerse de la ira de los familiares de la pareja de amantes. Al poco tiempo, la noticia de la muerte de su primer hijo de corta edad corrió como la polvora. Los historiadores consideran bastante probable que fuera asesinado por Gesualdo, dadas las sospechas que él tenia de que fuera realmente hijo de Fabrizio. Algunos especularon contando que sufrió una asfixia premeditadamente lenta, colgado de una soga, que duró dos largos días.
Parece ser que nunca mostró arrepentimiento por estos hechos, sino más bien todo lo contrario, ya que 20 años más tarde encargaba un cuadro para conmemorar la canonización de su tio Carlos Borromeo, en el que aparecerían representados por orden suya, entre otros, María y Fabrizio abrasandose en el fuego eterno del infierno. Volvió a casarse, esta vez con Eleonara d'Este, con quien tendría otro hijo que también fallecería a los pocos años —desquiciando aún más si cabe a nuestro hombre—. Su matrimonio fracasó por, irónicamente, las repetidas infidelidades de Gesualdo y sus grotescas prácticas sexuales y sádicas. Eleonora, por razones obvias, intentó separarse de él en repetidas ocasiones sin éxito. Por fortuna para Eleonora, Gesualdo moriría pronto, a los 47 años. Perdido en su propia oscuridad, entre tormentos y flagelaciones, fue encontrado desnudo y ensagrentado sin que quedara clara la causa de su muerte.
El compositor Su música no triunfó en su día. Pero Gesualdo es hoy considerado por muchos historiadores nada menos que un compositor adelantado a su época. Sus giros armónicos, su utilización del cromatismo y la modulaciónentre tonalidades lejanas no volverían a encontrarse en una partitura hasta bien entrado el siglo XIX, en genios como Richard Wagner. Su obra fue rescatada del olvido en el siglo XX por Igor Stravinsky, quien llegó a adaptar a orquesta algunos de sus madrigales —el generó que más cultivó Gesualdo—. A partir de ahí la mayoría de sus trabajos fueron publicados y su controvertida música fue y sigue siendo elogiada por muchos. Gesualdo era un noble adinerado que componía por placer, sin la necesidad de publicar ni de ganar dinero con sus obras. Esta libertad y desinhibición, unida a su temperamento extremo, quizá fueran la llave que le abrió, de par en par, la puerta para profundizar en senderos en los que, hasta ese momento, ningún compositor había pisado (y si lo hicieron, dieron marcha atrás).
En el contexto de la época, su música sonaba extravagente y era muy difícil de interpretar por los vocalistas. Una extravagancia que logra mantener coherente gracias a un hábil uso y conocimiento de la técnica. La estructura y forma de las piezas es llamativa por su libertad, dejándose fluir y fragmentar sin obstáculos. El orden sólo lo impone el texto y en él trata de plasmar, con todo el exceso que su lenguaje musical le permite, sus tormentos. Estos textos seleccionados, de poetas como Torquato Tasso, tendrán, como no podía ser de otra manera, una temática recurrente sobre el dolor y la muerte. Es precisamente cuando aparecen esos motivos en el texto cuando más creativa y atrevida se muestra la música. Hablamos de una época de enorme experimentación, muy cercana ya a la era tonal. Resultaba común que los compositores intentarán ir más allá, apurando hasta el límite — dentro de los cánones de la época— elementos como la disonancia. Gesualdo exprimió esa disonancia y fue mucho más allá en los juegos cromáticos y las modulaciones, transgrediendo en su música a la par que lo hacía en su vida. Premeditadamente o por impulso, no lo sabemos. Un camino que no agradó y que nadie continuó después de él. Un camino al que se comenzó a llegar aproximadamente dos siglos más tarde, pero desde un sendero diferente y mediante una evolución mucho más previsible.
Gesualdo fue probablemente el compositor más oscuro y maldito de la historia de la música escrita. Su vida fue un infierno de tormentos tanto para los que le rodearon como para sí mismo. Su pluma, sobre el pentagrama, pisaría terrenos que tardarían aproximadamente 200 años en volver a ser transitados. Murió hace unos 400 años, pero una parte de su alma, plasmada en partituras, sobrevive deleitando a aquellos que la escuchan. En su música unos encuentran placer y belleza, algunos inspiración... Para otros, muchos de los pasajes continuan siendo inquietantes y siniestros.
Un ocho de septiembre, 400 años atrás, moría en el municipio italiano de Gesualdo un compositor con una historia peculiar. Se trataba de Carlo Gesualdo, príncipe de Venosa; un noble napolitano que a sus 52 años había alcanzado la fama por diversas razones: sus composiciones, que desafiaban las normas estilísticas del momento, su carácter melancólico y obsesivo, y también por su presencia en las crónicas de sucesos. Y es que sin haber llegado aún a cumplir 25 años Gesualdo asesinó a sangre fría a su entonces esposa Maria, y al amante de ésta, Fabrizio, duque de Andria, a quienes atrapó “in flagrante delicto di flagrante peccato”. Carlo, príncipe de Venosa En el Nápoles del siglo XVI los Gesualdo no habían sido siempre una familia principesca. El principado de Venosa llegó en el año 1560, cuando Fabrizio, el padre de Carlo, se casó con Girolama Borromeo, la sobrina del entonces Papa Pío IV. El ilustre apellido de Girolama nos da una pista de su otro lazo familiar (y de poder): se trataba de la hermana del famoso cardenal Carlo Borromeo, personaje que, como veremos en las próximas líneas, fue objeto del interés casi enfermizo de Carlo Gesualdo. Así, a tan solo una generación de distancia, Carlo no esperaba ser príncipe, puesto que tenía un hermano mayor. Pero el azar quiso que su padre muriese y seguidamente lo hiciese su mencionado hermano. Así pues, Carlo Gesualdo se convertía en el heredero al título. De la primera etapa de su vida poco se sabe, salvo que se trataba de un joven noble que había estado en contacto con la música desde la infancia y que ésta había sido su gran centro de interés. Su padre se había rodeado de músicos destacados y en ese ambiente se formaron los oídos de Carlo, influenciado por nombres como los de los compositores Pomponio Nenna, Giovanni de Macque y Scipione Dentice. En cualquier caso, Carlo Gesualdo no pasó en esta etapa de su vida de la categoría de diletante, un mero aficionado con más o menos gracia para elaborar composiciones menores que en ningún momento se publicaron. Parece ser cierto, pues, que en todo genio existe una chispa que prende la llama de la creación. Y en el caso de Carlo Gesualdo habría de ser la tragedia. In flagrante delicto En 1586, a los 20 años, Carlo Gesualdo se casaba con su prima, Maria d’Avalos, hija del marqués de Pescara. Pero lejos de ser un matrimonio feliz y duradero terminó abruptamente a los cuatro años. La infidelidad de Maria con Fabrizio Carafa, duque de Andria, era vox populi en los círculos de Nápoles desde hacía dos años, y una noche de mediados de octubre del año de 1590 Gesualdo decidió poner fin al deshonor que aquello suponía para él. La versión más poética de la historia cuenta que el príncipe avisó a su esposa de sus planes de salir de caza aquella tarde. En lugar de eso, al anochecer volvió al Palazzo San Severo de Nápoles donde vivían y, con la complicidad y ayuda de los criados, entró de nuevo en el edificio. Se dirigió entonces a la habitación, donde encontró a los amantes, y los mató a cuchilladas, ensañándose con sus cuerpos, que dejó a la vista de todos en las escaleras del Palazzo antes de huir a Venosa.
Los testimonios recogidos en la documentación de la época no acaban de dar una versión definitiva, puesto que son declaraciones parciales de algunas personas del servicio que se encontraban en la vivienda; pero todo apunta a que, estando Maria en la cama con su amante, Gesualdo delegó el trabajo sucio en sus criados y se dedicó a ensañarse una vez ambos estuvieron muertos. Habrían muerto a puñaladas y heridas de espada, pero el duque presentaba también una herida de arma de fuego. Sobre este suceso se escribieron líneas y líneas, llegando a crear una suerte de leyenda negra entorno al personaje ya en su tiempo; incluso el poeta Torquato Tasso escribió versos sobre ello, además de toda una ristra de poetas napolitanos y la inevitable repercusión en la prensa. Sin embargo, no fue perseguido: su estatus, el Derecho y las circunstancias justificaban el crimen y si se retiró fue por consejo del preboste de Nápoles, que le recomendó marcharse de la ciudad para no provocar la ira de los familiares de Maria y el Duque. Compositor de vanguardia Una etapa radicalmente distinta se inició tras el crimen. Gesualdo se casó de nuevo en 1593 con Leonora d’Este, un enlace que se antojaba ventajoso por dos motivos principales: restablecía su reputación al ser un nuevo matrimonio fuera de Nápoles y le permitía acercarse e integrarse en uno de los centros musicales del momento: Ferrara. Y no desaprovechó la oportunidad. Desde el mismo momento de la celebración del enlace, la música ocupó un lugar central en la vida cotidiana de Carlo. Al año siguiente, en 1594, empezaron a circular sus dos primeros libros de madrigales y en sus salidas de Ferrara se hacía acompañar siempre de músicos como Scipione Stella y Francesco Rasi, además de tocar él mismo la guitarra y el laúd. De esos primeros años en Ferrara datan las composiciones que destinó a un grupo emblemático en la ciudad: el Concerto delle Donne, una agrupación constituida enteramente por mujeres que interpretaban sobre todo madrigales en estilo concertado. Gesualdo pasaba entonces de mero diletante a compositor profesional. Mencionar que allí también conoció a un compositor muy admirado por él, Luzzascho Luzzaschi, además de a otros músicos virtuosos de la corte. En definitiva, y en palabras del estudioso Lorenzo Bianconi, un círculo de vanguardia, exclusividad, competencia y esoterismo que compartían compositores, intérpretes y público. 1 Su habilidad compositiva fue claramente visible en sus tres últimos libros de madrigales, donde llevó al extremo las normas sin llegar a romperlas. Respecto a los textos, Gesualdo los prefería llenos de imaginación y de contrastes imposibles, en los que se presentaran los males del amor: fuego, ardor, muerte. Así construía sus piezas, dotando a cada idea del texto de su equivalente musical, como si de un collar de cuentas se tratase. Unas cuentas dispares, de colores distintos, que podían no parecerse en nada. Unas ideas musicales que experimentaban con el ritmo, los cromatismos y la disonancia. Pero del mismo modo en que el collar se mantiene unido por un hilo interior, la tonalidad y el texto hacían lo propio con los madrigales de Gesualdo. Su retiro final
Al poco tiempo, en 1595, Carlo, aquejado de melancolía (como por aquel entonces se conocía a la depresión), se retiró a su castillo de Gesualdo para dedicarse por completo a la composición. Inspirado por lo vivido en Ferrara, decidió crear su propio grupo de músicos cortesanos en el castillo, llegando a instalar incluso su propia imprenta. Apenas salía de allí: había dejado de convivir con su esposa, que se quejaba del aburrimiento que aquel matrimonio le suponía, y cada vez se alejaba más de cualquier tipo de actividad social, volcado como estaba en la creación musical. Otra obsesión acompañó sus últimos años de vida: la veneración extrema por su tío, el cardenal Carlo Borromeo, que fue canonizado en 1610; un hecho documentado en la correspondencia que mantuvo con el clero responsable con objeto de obtener las reliquias del cardenal, además de un retrato. Las personas que le rodeaban fueron desapareciendo: Leonora, su hijo Alfonsino, que murió en 1600 y apenas tres semanas antes de su propia muerte, murió su otro hijo Emanuele, en quien había depositado las propiedades y la herencia familiar. Así, Carlo Gesualdo moría el 8 de septiembre de 1613, hace ahora 400 años, en un momento en que el reino de Nápoles tal como lo había conocido se deshacía, como también su propia historia. Su influencia en la época fue limitada: fue reconocido en vida, pero rápidamente olvidado. Serían los años venideros los que recuperasen el interés en la figura del italiano, cuando volviese a resurgir su historia y su música delirante, disonante y gentil, un bello dolor de, quizás, hermoso remordimiento.