Bloque 2.docx

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- INDUSTRIA, NACIONES/ESTADOS E IMPERIOS 1-PRIMERA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL 1.1 Demografía y transformaciones agrarias. Las transformaciones políticas Revolución demográfica Durante el largo periodo de la historia de la Humanidad, hasta el siglo XVIII, el crecimiento de la población estaba ligado a condiciones naturales y biológicas que impedían un aumento continuado de la misma. La producción de bienes alimenticios establecía un límite, de forma que todo incremento demográfico que se acercara o lo sobrepasara acababa siendo contrarrestado por un declive posterior en el número de habitantes. Factores decisivos en dicho declive eran las crisis de subsistencia, las pestes y epidemias, e incluso las pérdidas de población derivadas de las guerras. En Gran Bretaña sin embargo, durante el siglo XVIII se inició un crecimiento continuado de la población debido a una importante disminución de la mortalidad y a una natalidad que seguía creciendo. Se entraba así en un nuevo ciclo demográfico, que contrastaba especialmente con la situación demográfica del Antiguo Régimen, caracterizada por una natalidad y una mortalidad altas. Así, la población británica de 1700 pasaba a multiplicarse por siete en tan solo doscientos años, y la europea, que en 1800 tenía unos 187 millones de habitantes, tuvo un crecimiento de más de 400 millones a lo largo del siglo XIX. Influyeron en ello los progresos en medicina e higiene, así como el notable progreso en los transportes y la desaparición de las trabas que hasta entonces habían dificultado el comercio, reduciendo las consecuencias de las malas cosechas, que hasta entonces habían supuesto importantes aumentos de la mortalidad. También tuvieron influencia mejoras en la ganadería y la agricultura, especialmente la introducción de la patata en el consumo humano, que permitió disponer de una fuente de alimentación segura y barata, convirtiéndose en diversas zonas europeas, como Alemania, Irlanda o Polonia, en el alimento fundamental. El crecimiento de la población fue un factor esencial en el progreso económico e industrial, pues a mayor población, mayor demanda de productos, si bien la presión demográfica por sí sola no bastaba para poner en marcha el proceso industrializador. En cualquier caso, el crecimiento poblacional funcionó como causa, y al mismo tiempo consecuencia, de la revolución industrial

Revolución agrícola

Hasta entonces la forma de cultivar la tierra en Inglaterra consistía en que todos los propietarios tenían la tierra en común, la trabajaban todos y los beneficios se repartían a partes iguales. Los inconvenientes eran muchos, teniendo en cuenta que a la hora de tomar decisiones había que someterse a lo que dictaba la mayoría, y esta situación provocaba que la productividad fuese muy baja. Sin embargo se comenzó a dar una creciente concentración de la propiedad en un número reducido de manos, gracias en gran medida a los cientos de “Enclosure acts” aprobadas por el Parlamento británico, que permitían el vallado de las tierras con el fin de fomentar la iniciativa privada en la agricultura. Esto resultaba especialmente perjudicial para los pequeños propietarios, que no contaban con recursos para financiar el cercado de sus parcelas y se vieron obligados a venderlas, permitiendo que se diese una concentración de la propiedad en manos de la burguesía. Los cambios que a raíz de esto se dieron en la agricultura fueron tales que se ha llegado a hablar de una revolución agrícola en Gran Bretaña, que tuvo lugar a lo largo del siglo XVIII, y que no sólo precedió a la revolución industrial sino que incluso contribuyó a hacerla posible. Entre los principales cambios, destaca la eliminación gradual del barbecho, que fue sustituido por la rotación de cultivos intercalados con cereales, evitando que se dejara la tierra uno o dos años sin sembrar. Se ampliaron además las superficies cultivadas, se comenzaron a escoger las mejores semillas y se introdujo la maquinaria en el ámbito agrícola, al mismo tiempo que se intensificaba la especialización ganadera y la producción de carne y leche. Debido a esto la productividad del trabajo agrícola llegó a aumentar en un 90% entre 1700 y 1800. A partir de este momento la agricultura produciría alimentos para todos, así como enormes beneficios económicos que se reinvertirían en el campo e incluso se llegarían a depositar en la industria; debido a la mecanización del campo y la concentración de propiedades, se produjo un éxodo de la población del campo a la ciudad, provocando que en las ciudades hubiese una mano de obra abundante que pudiese ser empleada por la industria.

Transformaciones políticas Con la progresiva concentración de la propiedad, el triunfo del liberalismo y la industrialización se fue imponiendo una nueva división social, denominada sociedad de clases, en la que las diferencias entre las clases se derivarían de la desigualdad económica y no de los privilegios heredados o adquiridos al acceder al estamento privilegiado, como ocurría con la nobleza. Así, la antigua división estamental va a desaparecer, consolidándose, en cambio, una sociedad clasista. Las transformaciones políticas y económicas del siglo XIX posibilitaron, inicialmente, la formación de una sociedad compuesta por dos clases antagónicas que, con la difusión del marxismo, tomarán las denominaciones de burguesía y proletariado. La primera era la clase “dominante”, la clase alta, la que había impulsado las nuevas formas económicas del sistema capitalista (empresarios de la industria o del sector servicios). La segunda, la clase baja o clase obrera, formada por los obreros industriales que vivían exclusivamente de un salario.

1.2 Sector textil Energía, innovaciones técnicas, materias primas Los cambios que definen a la revolución se produjeron, en primer lugar, en el sector textil. A comienzos del siglo XVIII las telas que se fabricaban en Europa tenían como materia prima la seda, la lana o el lino. Ninguna de esas telas podía competir con los tejidos de algodón procedentes de la India, teniendo en cuenta que la producción algodonera en Gran Bretaña era insignificante y por ello se importaban grandes cantidades procedentes de su colonia. Esto provocaba el rechazo de los propios productores de lana británicos, que consiguieron que el Parlamento prohibiese la importación de tejidos de algodón en cuanto que perjudicaba a las industrias nacionales. Sin embargo, la propia prohibición, que no se levantaría hasta 1774, precipitó el desarrollo de la industria británica de este material. A pesar de haberse creado ya en 1733 el telar de lanzadera volante a manos de John Kay, y 32 años más tarde la spinning-jenny, una máquina que reproducía mecánicamente los movimientos del hilador, a manos de James Hergeaves, para poder competir con la producción oriental se precisaba un hilo fino y fuerte que en Gran Bretaña no se producía. En la década siguiente, Samuel Crompton inventó una nueva máquina de hilar, la Spinning-mule, que amortiguaba los defectos de la jenny al combinarla con la water frame, y además de aumentar la producción, conseguía producir un hilo fino pero resistente. Los nuevos telares contribuyeron a la desaparición de la industria doméstica, y por tanto determinaron el nacimiento de las fábricas, que sin embargo en un principio tuvieron que instalarse en las orillas de los ríos al depender de la energía de las ruedas hidráulicas. La irregularidad de las corrientes instaba a buscar una fuente independiente de energía, la máquina de vapor, que James Watt iría perfeccionando, propiciando su introducción en la producción textil y permitiendo la instalación de fábricas industriales urbanas.

Estructura empresarial, mano de obra

Los protagonistas sociales de la industrialización fueron los trabajadores y los empresarios. Fue el economista francés Jean-Baptiste Say el primero en definir y exaltar la figura del empresario, distinguiéndola de la del capitalista. Así, la revolución industrial significó el aumento de poder de la burguesía empresarial y la consolidación del capitalismo, que adoptaba como doctrina el liberalismo, el cual defendía que el Estado no debía intervenir en las cuestiones económicas y sociales y debía dejar que la empresa privada funcionara sin trabas ni impedimentos. Esta política originaba profundas desigualdades e injusticias, agravadas por la mecanización, que ofrecía a los empresarios los medios para sujetar al obrero a un rígido control, que comenzaba con el señalamiento de una misma hora para la entrada y salida de los trabajadores. De este modo era competencia de los empresarios fijar los salarios, la jornada laboral, que a pesar de que fue disminuyendo a lo largo del siglo XIX era excesiva, y los despidos. La relación del trabajador con la máquina, al ser distinta de la del artesano con sus herramientas, supuso un importante cambio: el hombre que trabajaba en las fábricas no necesita habilidad ni fuerza, pues ambas cosas las proporcionaba la máquina. Por ello la utilización del trabajo humano constituyó el punto más conflictivo de la mecanización de la producción, pues pasaba a ser la máquina la que determinaba la forma más conveniente de empleo, y el aumento de la productividad daba origen a un descenso de los salarios, que comenzaron a ajustarse para satisfacer exclusivamente las necesidades mínimas de los trabajadores: vivienda y comida.

Las mujeres, que junto a los niños constituían buena parte de la mano de obra en las primeras etapas de la industrialización, percibían alrededor de la mitad del salario de los hombres, a pesar de suponer en 1839 aproximadamente la mitad de la mano de obra fabril.

Sistema de transportes

La Revolución Industrial no habría sido posible si no se hubiese dado una revolución de los transportes, ligada a la utilización de la máquina de vapor en el transporte tanto terrestre como marítimo. Tras el perfeccionamiento de la locomotora, Stephenson abrió en 1825 la primera línea de ferrocarril entre Stockton y Darlington, y cinco años más tarde comenzaría a funcionar regularmente la línea Liverpool-Manchester. De este modo, la primera red de ferrocarriles fue la británica, que en 1850 ya conectaba a Londres con las ciudades más importantes del país. Debido a su capacidad para arrastrar grandes cargas a velocidades superiores a las de ningún otro vector conocido creó una demanda que atrajo abundantes capitales. El ferrocarril llegó a convertirse en un instrumento de unión para los mercados y las naciones, y su construcción se constituyó como un sector económico de gran importancia. Los barcos ofrecían mayores posibilidades para acomodar una máquina de vapor y, por esta razón, las primeras experiencias de transporte a vapor tuvieron lugar en el mar. La primera década del siglo XIX presenció la aparición de los primeros vapores, inicialmente en el Sena en 1803, y cuatro años más tarde en el río Hudson. Pronto los barcos de vapor comenzaron a situarse en el mar, pero siguieron conservando las velas de los veleros tradicionales hasta fechas muy tardías. Sería en 1833 cuando el Royal William se convirtiese en el primer buque en cruzar el Atlántico mediante el uso exclusivo del vapor. La aparición de los buques de vapor supuso un aumento del volumen del comercio internacional y un abaratamiento de los precios de transporte. Sin embargo, a diferencia del ferrocarril, que no tuvo competidores más que en muy cortas distancias, la navegación a vapor se vio enfrentada a un espectacular desarrollo de la navegación a vela, lo cual provocó que su triunfo no llegase hasta la década de 1880 con la aparición de la turbina de Parsons.

2-SEGUNDA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL 2.1 Factores del nuevo ciclo Precios y circulación monetaria La competencia entre las distintas economías nacionales y la rivalidad entre las grandes potencias, que se había acrecentado a raíz del proceso de industrialización, llevó a que los gobiernos defendiesen la producción y la industria nacionales, y a que casi todos ellos tomaran severas medidas proteccionistas, elevando los aranceles aduaneros, es decir, imponiendo una tasa que debían pagar los productos importados.

Demografía

La población Europea había crecido en proporciones inmensurables, llegando a representar, a finales del siglo XIX, algo más de la cuarta parte del total de la población mundial. El ritmo de urbanización de la sociedad europea se había acelerado en el decenio comprendido entre 1850 y 1860, haciendo que las grandes capitales del continente creciesen de forma espectacular, debido, principalmente, a la emigración de la población campesina, que se veía obligada a abandonar el campo debido a las transformaciones económicas.

2.2 Sector de bienes de equipo Energías, materias primas, innovaciones técnicas El uso de nuevos materiales y nuevas fuentes de energía transformó radicalmente la industria: las tecnologías del vapor y del hierro fueron sustituidas por los nuevos procedimientos de fabricación del acero y el empleo de la energía eléctrica y el petróleo. La calidad del acero, que sustituyó al hierro, permitía innumerables aplicaciones, y provocó que la antigua estructura de la industria pesada quedase obsoleta. La aparición de la energía eléctrica cambió la vida humana en muchos ámbitos: en la industria, con la creación de motores eléctricos, en el transporte, con la aparición de los ferrocarriles eléctricos, en las comunicaciones, con la invención del teléfono, la radio y el telégrafo, y en la propia vida cotidiana de las personas, pues la energía eléctrica suponía la aparición de una nueva fuente de iluminación.

La industria química creció además de forma impresionante, y encontró innumerables aplicaciones en la agricultura, la medicina, la creación de materiales plásticos, los explosivos, etc.

Sistema de transportes

Los tranvías tirados por caballos fueron sustituidos, hacia 1870, por los innovadores tranvías eléctricos, y el transporte a través de túneles subterráneos, el metro, había aparecido por primera vez en Londres hacia 1863, y se había extendido, a finales de siglo, a otras capitales europeas de gran importancia como París, Berlín y Viena. Por otro lado, la producción de la industria mecánica se disparó cuando la población civil pudo acceder al consumo, pues en un principio, inventos como la máquina de coser, la máquina de escribir y el automóvil tuvieron un consumo minoritario, pero estaban destinados a un consumo masivo y para ello tuvieron que reducir su precio hasta un nivel asequible. En 1885, los alemanes Daimler y Benz fabricaron su primer automóvil, pero no sería hasta la producción del barato modelo “T” de Ford (1907), cuando la industria automovilística supusiese una verdadera revolución. La extracción de petróleo aumentó excesivamente, pues era el combustible necesario para los nuevos motores de explosión que utilizaban los revolucionarios medios de transporte, como eran los propios automóviles, los buques de acero y los aeroplanos. El primer vuelo en avión tuvo lugar en 1903, y el uso militar y civil de la aviación comenzó a desarrollarse poco después.

Estructura empresarial, mano de obra

La producción masiva y en serie hizo necesaria una mayor concentración del trabajo en grandes centros fabriles. Surgía una nueva organización del trabajo que adjudicaba a cada trabajador una tarea fija y repetitiva en alguna fase de la cadena productiva con la finalidad de ahorrar tiempo y abaratar la producción: el taylorismo, que debe su nombre al ingeniero F.W. Taylor. Además, durante estos años la venta a plazos surgió para hacer posible que sectores de escasos recursos pudiesen comprar productos de alto precio.

2.3 El movimiento obrero organizado La I Internacional La confluencia entre las nuevas teorías sociales y las organizaciones obreras se produjo con la fundación, en septiembre de 1864, de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), que pronto se conocería también con el nombre de la I Internacional, y que desempeñó un papel importante en reforzar una conciencia de clase entre obreros y trabajadores. La AIT se implantó rápidamente en Francia, Bélgica, Suiza, Italia, Alemania y España, entre trabajadores de oficios tradicionales, obreros industriales e incluso campesinos. Debido a su heterogeneidad, la AIT incorporaba muchas tendencias y opiniones distintas sobre cómo dirigir el movimiento obrero. Las ideas marxistas marcaron la AIT desde sus inicios, pues fue el propio Marx el redactor del manifiesto inaugural y los estatutos organizativos. Introdujo además dos elementos centrales de su pensamiento: que la emancipación tenía que ser obra de los propios trabajadores, y que la clase obrera debía participar en la lucha política para llegar el poder y así poder transformar la sociedad. Sin embargo, a sus ideas se oponían los proudhonianos franceses, que se inclinaban por una evolución pacífica y gradual, y no eran partidarios de la participación obrera en las luchas políticas. Debido a esto, los primeros congresos de la AIT fueron el escenario de intensas confrontaciones, que resultaron a favor de las posiciones de Marx y en contra de los proudhonianos. Sin embargo, los enfrentamientos más virulentos se producirían más tarde entre los partidarios de Marx y Bakunin, que conducirían al debilitamiento y la escisión de la organización, con la expulsión de los anarquistas de la organización en el Congreso de La Haya de 1872. Tras la experiencia de la Comuna de París, en la que se inició una revolución de carácter socialista y democrático ante el vacío de poder en el Estado francés que supuso la derrota en la guerra franco-prusiana, la mayoría de los gobiernos europeos comenzaron a perseguir la AIT, a la que declararon fuera de la ley. Debido a esto, la I Internacional se terminaría disolviendo en 1876 en un congreso celebrado en Nueva York, y desde entonces el movimiento obrero perseguiría mayoritariamente el camino que Marx había propuesto: la fundación de partidos socialistas obreros que interviniesen en la política nacional de sus respectivos países.

La socialdemocracia El crecimiento económico, así como la incorporación de nuevos países al desarrollo industrial y capitalista, llevó consigo una notable expansión de la clase trabajadora en el último cuarto del siglo XIX. Ante el fracaso de la AIT, el movimiento obrero se organizó mayoritariamente en partidos socialistas nacionales. La época comprendida entre los años 1875 y 1914 se caracterizó por la fundación y consolidación de partidos socialistas, de orientación marxista, en toda Europa. En 1875, se fundaba, en el Congreso de Gotha, el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), el primer partido obrero de alcance nacional que se creó en Europa y que con el tiempo se convertiría en el modelo para muchas organizaciones socialistas. Su éxito fue inmediato: ya en 1877 lograba doce escaños en el Reichstag, y en los años siguientes, a pesar de las limitaciones impuestas por las leyes antisocialistas de Bismarck, los resultados electorales fueron elevándose, hasta llegar a los 35 escaños obtenidos en 1890. Los éxitos de la socialdemocracia alemana impulsaron la rápida aparición de otros partidos de parecidas características en diversos países europeos. En 1879 se creaba el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) a manos de Pablo Iglesias, y un año más tarde surgían el Partido de los Trabajadores Socialistas en Francia y el Partido Socialdemócrata Danés. En la década siguiente surgían además el Partido Obrero Belga, el Partido Socialdemócrata Holandés, el Partido Socialista Austriaco y los equivalentes en los países escandinavos. Pese a su denominación de partidos, inicialmente eran pequeños núcleos radicados en las grandes ciudades, pero a finales de siglo ya habían alcanzado en la mayoría de los casos dimensiones nacionales y presencia en el Parlamento.

3-NACIONES 3.1 Viejos imperios, nuevas naciones La época de la Realpolitik y las guerras de unidad de Italia y Alemania Aparece un nuevo principio de organización de la vida, la Realpolitik, según la cual los estados europeos consideran que la defensa de sus intereses debe ser la única ley que rige la vida política internacional, y por ello emprenden sus actuaciones en base a esto. Esta política durará hasta bien avanzado el siglo XX, donde los estados se mueven libremente en la persecución de su libertad.

-Alemania

Tras un intento fallido de unificación a finales de la década de 1840, el proyecto nacionalista se reactivó con la llegada de Otto von Bismarck a la cancillería prusiana, que procedió a ir incorporando por medio de enfrentamientos bélicos a todos los Estados alemanes para crear un imperio. Había dos ducados pertenecientes a la corona danesa, Schleswig y Holstein, que al ser culturalmente alemanes, eran partidarios de la anexión a la Confederación Germánica, de modo que Prusia, conjuntamente con Austria, declaró la guerra a Dinamarca en 1863, y un año más tarde, tras su cesión por parte del rey danés, ambas potencias se repartieron los dos territorios. Sin embargo Bismarck poco después, en 1866, procedió a invadir el ducado de Holstein para llegar a la guerra con Austria, la cual contó con el apoyo de gran parte de los países alemanes. La victoria prusiana en Sadowa ese mismo año sobre los austriacos condujo a la Paz de Praga, por la que el Imperio Austriaco se comprometía a renunciar a toda intervención en territorio alemán a cambio de no sufrir pérdidas territoriales. Los Estados alemanes del norte que no habían luchado contra Prusia se incorporaron a una nueva organización política, la Confederación Germánica del Norte, mientras que tanto Hanover, que se había posicionado en el conflicto de parte de Austria, y los dos ducados daneses, fueron incorporados a Prusia. De este modo, sólo quedaba incorporar los estados alemanes del sur, para lo cual Bismarck optó por enfrentarse con el imperio francés, con el que mantenía tensiones a raíz de la intención de Napoléon III de anexionarse Luxemburgo y la problemática sucesoria desatada en España tras la caída de la monarquía de Isabel II. Desde el principio el conflicto, que estalló en 1870, se desarrolló favorable para Prusia, ya que su ejército era más numeroso y estaba mejor armado. Incluso los Estados alemanes del sur, como Baviera, que habían motivado en gran medida la guerra, acudieron al conflicto a favor de los prusianos. La victoria de Prusia, con la penetración del ejército prusiano en París en 1871, supuso el fin al Segundo Imperio francés y la proclamación del Imperio Alemán en el propio Palacio de Versalles.

-Italia La voluntad unitaria en Italia había surgido ya durante la conquista napoleónica y se manifestó con gran fuerza en la Revolución de 1848. Años después se emprendería de forma definitiva el proceso de unificación, cuyo motor fue el reino de Piamonte-Cerdeña, que era el único estado italiano que mantuvo instituciones liberales después de la represión de la Revolución de 1848. Fueron Víctor Manuel II, rey piamontés desde 1849, y el conde de Cavour, los que dirigieron el proceso de unificación italiana. Cavour intentó buscar apoyos internacionales para la causa unificadora y favoreció las relaciones diplomáticas del reino piamontés por toda Europa. Tras participar en la Guerra de Crimea (1853-1856) y sentarse en la mesa de los vencedores en la Paz de París, consiguió el apoyo diplomático del Segundo Imperio Francés. Napoleón III sellaría su alianza en 1858 en la conferencia de Plombières, de modo que, tras declarar la guerra a Austria, las tropas piamontesas y francesas terminarían derrotando al ejército austriaco en las batallas de Magenta (1858) y Solferino (1859). Como consecuencia de estos éxitos militares, en los ducados del centro de la península (Parma, Toscana, Módena, etc.) se produjeron rebeliones populares que derribaron a sus gobernantes austríacos y terminaron integrándose en la monarquía piamontesa. Tras acordar la paz con Austria, Piamonte recibía Lombardía, pero renunciando a Niza y Saboya, que pasarían a Francia por el apoyo recibido durante el conflicto. El paso siguiente sería la incorporación del sur de la península y el Reino de las dos Sicilias, que quedaría en 1861 anexionado a Piamonte a raíz de la expedición de los camisas rojas de Giuseppe Garibaldi. En marzo de ese mismo año se reunió en Turín el primer Parlamento italiano, en el que se ratificó la anexión y se dio carácter oficial al reino de Italia, del que sin embargo no formaban parte ni Roma ni Venecia. Cavour aprovecharía la guerra austro-prusiana de 1866 para anexionarse el Véneto, y tras varios intentos fallidos por parte de Garibaldi, el ejército italiano, aprovechando la derrota francesa frente a Prusia, ocupó finalmente en 1870 la Roma papal, estableciendo allí la capital del reino de Italia. Sin embargo, Pío IX se negaba a aceptar los hechos, y excomulgó a Víctor Manuel II. Se iniciaba así un conflicto entre el Vaticano y el recién formado estado italiano que no se solucionaría hasta la firma de los Acuerdo de Letrán de 1929.

El problema nacional en Austria-Hungría

El Estado de los Habsburgo era un conglomerado de pueblos de muy diversas culturas y lenguas: alemanes, checos, croatas, eslovenos, italianos, polacos, etc. Todos estos pueblos se ven sacudidos por los movimientos nacionalistas y reclaman o una mayor autonomía o bien abiertamente la independencia. De todos estos movimientos el más significativo fue el de los húngaros, que lucharon por la independencia en múltiples ocasiones. Tras la pérdida de Lombardía a manos de franceses y piamonteses en 1859, la imagen internacional del Imperio quedó muy dañada. El emperador Francisco José I se vio obligado a promulgar la Patente de 1861, por la que el régimen absolutista se convertía en una monarquía liberal, y paulatinamente fue descentralizando el Estado, concediendo algunos Parlamentos o Dietas de limitado poder legislativo en Hungría y otros territorios, con representación en el Parlamento de Viena, lo cual sin embargo no fue suficiente para contentar a los autonomistas húngaros más radicales. La derrota en la guerra contra Prusia e Italia en 1866 significó el debilitamiento internacional del Imperio, y existía el temor de una posible revolución independentista en Hungría, por lo que urgía llegar a un acuerdo con los húngaros para evitar esta fragmentación. La solución llegó con el ausgleich o compromiso de 1867, por el cual los territorios de los Habsburgo se convertían en una monarquía dual conformada por dos territorios separados por el río Leitha: Cisleithania (Austria) y Transleithania (Hungría), ambos con gobiernos y parlamentos autónomos e independientes en asuntos internos, pero con un Jefe de Estado (el Emperador), un ejército, una hacienda y una política exterior comunes. Además se establecía una unión aduanera entre los dos reinos renovable cada diez años. Con la creación de la monarquía dual se calmaban, por el momento, las ambiciones de los húngaros, ya que estos gozaban de una autonomía casi total, pero los movimientos nacionalistas del resto de pueblos del recién formado Imperio Austro-Húngaro no aminoraron: en Croacia por ejemplo estaba creciendo la idea yugoslavista, es decir, la de la unión de todos los eslavos del sur (croatas, serbios, montenegrinos…) para constituir un solo estado.

La evolución de cada una de las partes del Imperio fue distinta a partir de este momento, pero ni Austria ni Hungría quisieron reconocer las exigencias nacionalistas de las minorías étnicas que vivían en ellas. Fue precisamente la no resolución del problema de los nacionalismos lo que a la larga llevó a la desintegración del Imperio Austro-húngaro tras su derrota en la I Guerra Mundial.

“La cuestión de Oriente”

La situación de los Balcanes supuso uno de los problemas más complicados de la diplomacia europea de finales del XIX y principios del XX. Los Balcanes eran una zona conquistada en el siglo XVI por un Imperio Turco Otomano poderoso, pero que desde el siglo XVIII estaba en clara descomposición. Aprovechando la debilidad del gobierno central muchos pueblos aspiraron a su independencia: serbios, rumanos, búlgaros, albaneses, montenegrinos… El problema es que todos estos pueblos estaban tremendamente mezclados y muchos coincidían en reclamar los mismos territorios. La independencia de Grecia en una fecha tan temprana como 1829 fue el modelo a seguir. El nacionalismo de todos estos territorios generaba como respuesta, a su vez, un nacionalismo panturco radical que llegará al poder en 1908 y estará encarnado por el Comité de Unión y Progreso (CUP), comúnmente conocido como el partido de los Jóvenes Turcos, quienes generarán movimientos de intransigencia y persecuciones contra las minorías no turcas del Imperio. El caso más conocido es la persecución y eliminación de una parte de la población armenia durante la I Guerra Mundial, siendo conocido como el primer genocidio planificado a manos de un gobierno. La situación se complicaba aún más debido a que grandes potencias europeas tenían intereses en la zona: Rusia buscaba controlar los estrechos turcos para salir libremente al Mediterráneo, y el Imperio Austro-Húngaro, que se había quedado fuera del reparto colonial, aspiraba a extenderse por los Balcanes. Por su parte Alemania buscaba el mantenimiento de un status quo que le beneficiaba, al igual que Gran Bretaña, pues la situación existente le garantizaba el control de las zonas próximas al canal de Suez, que suponía un paso estratégico para la ruta hacia la India. Debido a esto ambas potencias apoyarán al Imperio Turco ante las amenazas rusas y austro-húngaras. Sin embargo las relaciones pacíficas entre las potencias europeas no se vieron alteradas hasta la guerra de Crimea (1853-1856), cuando el zar Nicolás I, que se consideraba el protector de los pueblos eslavos del sur, decidió declararle la guerra al sultán turco, que contaba con el apoyo de británicos y franceses, y consiguió derrotar a Rusia. La guerra culminó con el tratado de paz de París, por el que se reconocía la independencia de Rumanía. Rusia abandonó el territorio temporalmente hasta que en 1876 reapareció en los Balcanes apoyando militarmente la sublevación búlgara frente al Imperio Otomano, y en 1878 se firma el Tratado de San Stefano, por el que se constituye una Bulgaria amplia e independiente, sometida a la influencia rusa, lo que daba al zar ventaja en la zona. Las tensiones que genera este hecho llevan a Bismarck a reunir ese mismo año a todas las partes implicadas para poner fin al conflicto ruso-turco y firmar el Tratado de Berlín, que supuso el recorte territorial de Bulgaria, así como la proclamación de independencia de Serbia y Montenegro.

Irlanda y Polonia -Irlanda

Durante la segunda mitad del siglo XIX la población de Irlanda, de mayoría católica, comenzó a manifestar sus ansias de autonomía política. Tras la llamada hambre de Irlanda (1846-1847), que provocó casi un millón de muertos y la intensificación de la emigración a América, surgió una grave crisis económica que acrecentó el descontento ya existente entre la población irlandesa hacia el Gobierno británico. En 1886 William Gladstone elaboró un proyecto de autonomía política para Irlanda, el Home Rule, que pretendía convertir a la isla en una especie de Estado federado en el Reino Unido. Pero la oposición tajante de la cámara de los Lores y las disputas internas que el proyecto provocó en el seno del partido liberal impidieron la fructificación de la obra, por lo que la cuestión irlandesa quedó pospuesta hasta inicios del siglo XX. Al terminar la Primera Guerra Mundial la independencia de Irlanda se convirtió en el principal problema para Gran Bretaña. En 1919 el partido Nacionalista Irlandés proclamó la República Independiente de Irlanda, a lo que el Reino Unido respondió inicialmente mediante el uso de la fuerza, pero en diciembre de 1921 acabó concediéndole el status de dominio dentro de la Commonwealth Británica por medio del Tratado anglo-irlandés. El llamado Estado Libre Irlandés que surgía a raíz de este tratado abarcaría en teoría la totalidad de la isla, sujeto a la condición de que el Ulster (Irlanda del Norte) pudiese elegir su permanencia como parte del Reino Unido, lo cual hizo.

Esto provocó un gran descontento entre los republicanos irlandeses del territorio, dando lugar a la guerra civil Irlandesa, que duró hasta mayo de 1923 y consistió en enfrentamientos entre grupos terroristas católicos, partidarios de su integración en la república irlandesa, con bandas terroristas protestantes, partidarias de mantener su unión con Gran Bretaña. Finalmente, en 1937 el Reino Unido reconoció a Irlanda como Estado independiente, pero no es hasta 1949 cuando, al romper los últimos lazos formales con la Commonwealth Británica, se proclama oficialmente la República de Irlanda.

-Polonia

El rey prusiano Federico el Grande, con el propósito de evitar un enfrentamiento entre Rusia y Austria, decidió dirigir las ambiciones de ambos Estados sobre una Polonia debilitada. De este modo, tras una serie de negociaciones, en 1772 se firmó en Viena un acuerdo de partición, con el que se iniciaba un periodo de algo más de dos décadas de sucesivas divisiones del territorio polaco entre las tres potencias, conduciendo a la eventual desaparición de Polonia como país. La independencia polaca, a pesar de haberse intentado conseguir en numerosas ocasiones (1830, 1863…), no se restauró hasta 1918, con el final de la Primera Guerra Mundial y la consiguiente firma del Tratado de Versalles. En el Tratado Polonia recuperaba la mayor parte de los territorios que eran de lengua mayoritariamente polaca y que habían pertenecido al país antes de ser dividido entre Austria, Prusia y Rusia. Sin embargo, Polonia no estuvo conforme y vio la necesidad de recuperar todos los territorios perdidos a finales del siglo XVIII, mientras que los rusos ambicionaban aquellos que habían pertenecido al Imperio ruso antes de la I Guerra Mundial. Esta confrontación de intereses desembocó en el estallido de la guerra polaco-soviética en 1919, que comenzó con un ataque polaco sobre Rusia que llegaría hasta Kiev. La contraofensiva rusa, que llevaría al ejército rojo hasta las puertas de Varsovia, no fue suficiente para derrotar a Polonia debido a la intervención de Francia, que le envió armas y municiones. La guerra finalizaría finalmente dos años más tarde con la firma del Tratado de Riga, donde una nueva línea fronteriza, que empujaba los límites polacos 150 km más al este de lo estipulado en el Tratado de Versalles, quedaba consolidada.

El sionismo

A finales del siglo XIX, los judíos, que ya estaban prácticamente integrados en la vida social occidental, comenzaron a sufrir una fuerte corriente antisemita en la mayor parte de los países europeos, especialmente desde los sectores conservadores. Como respuesta surgió un movimiento político a favor de la emigración a Palestina, el sionismo, que fue iniciado por el periodista y escritor austriaco Theodor Herzl. En línea con esto, el Gobierno Británico prometió, mediante la Declaración Balfour de 1917, la creación de un hogar nacional judío en Palestina. Pese a las promesas británicas, el establecimiento de un Estado judío en esta zona aún tardaría. Pasada la I Guerra Mundial, en 1922 la Sociedad de Naciones reconoció la vinculación histórica del pueblo judío con Palestina, dando a Inglaterra el mandato para administrar el territorio, y en la década de 1930, la llegada de Hitler al poder multiplicó el número de inmigrantes judíos. Aunque el gobierno británico trató de limitar la inmigración mediante la fijación de un cupo, debido a los crecientes conflictos armados entre árabes y judíos, la entrada clandestina permitió superar esa limitación. Una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial se autorizó entrar en Palestina a otros 100000 judíos, mientras los británicos concentraban en Chipre a los que llegaban una vez que se había completado ya esa cantidad. Mientras tanto, los enfrentamientos entre árabes y judíos no cesaron, y la ONU creyó que la solución residía en un reparto del territorio, acordado en noviembre de 1947, por el que se concedía a los judíos algo más de la mitad. Cuando concluyó el mandato de Inglaterra, en mayo de 1948, BenGurion, presidente de un gobierno provisional judío, proclamó el Estado de Israel, y un día después la Liga Árabe atacó a los israelíes. A pesar de los primeros triunfos árabes, las tropas de Israel acabaron sofocando las fuerzas de la Liga y ocupando una parte del territorio atribuido por la ONU a los árabes, lo cual desencadenó un conflicto que dura hasta nuestros días.

3.2 Apogeo del nacionalismo (1914…) Los 14 puntos de Wilson y el principio de autodeterminación En febrero de 1918 el presidente norteamericano Woodrow Wilson había redactado una serie de puntos con el fin de crear un mundo pacífico mediante la eliminación de lo que creía que habían sido las causas de la guerra. Entre las distintas propuestas destaca la novedad del principio de

autodeterminación, que significaba que una lengua y un pasado étnico comunes debían decidir la naturaleza de un estado. El colapso de los imperios tras la Gran Guerra había propiciado la creación de no menos de diez Estados nuevos. La Paz de París se encargó de definir dichas fronteras basándose en el principio de autodeterminación en el que tanto hincapié había hecho Wilson. Sin embargo esto supuso un problema, pues las nacionalidades no siempre vivían en áreas geográficas bien definidas, sino que estaban esparcidas o entremezcladas con otros grupos raciales o lingüísticos. Así, el principio de autodeterminación fue violado en numerosas ocasiones, como en el caso de los Sudetes o el corredor polaco, donde se dio prioridad a la viabilidad económica de las naciones. Los grupos étnicos estaban tan entremezclados que era imposible separarlos de manera efectiva, lo que ocasionó que unas 30 millones de personas terminasen convertidas en minorías dentro de otros países. Además de esto, la Paz de París se definió especialmente por funcionar como un claro castigo a la vencida Alemania, a la que, además de hacer perder el 12% de su población, se negó el principio de autodeterminación, pues los alemanes de Austria y Checoslovaquia no pudieron anexionarse a la potencia germánica. Por ello, aunque las propuestas de Wilson eran muy prometedoras, las condiciones en las que se encontraba el continente tras la guerra no permitieron su aplicación efectiva, y convirtieron el principio de autodeterminación en algo muy atractivo en la teoría, pero prácticamente irrealizable en la práctica.

El despertar nacional en el ámbito colonial -India/Pakistán

El nacionalismo tenía en la India raíces antiguas: ya en 1885 se había constituido el Congreso Nacional Indio, y veinte años más tarde, en 1906, se había creado la Liga Musulmana Pan-India, que con el tiempo se declararía partidaria de la separación de la minoría musulmana residente en aquel territorio. Pese a que tras la Primera Guerra Mundial las autoridades británicas concediesen una mayor representación a los indios en la vida pública, el movimiento a favor del autogobierno no se detuvo e incluso se radicalizó, como lo muestra la reclamación del Partido del Congreso en 1929 de la independencia total de la India. En los años de entreguerras, la dirección del movimiento independentista estuvo en manos de Mahatma Gandhi, firme partidario de la no violencia, que utilizó como instrumentos contra los ingleses la resistencia pasiva, la desobediencia civil, la negativa a pagar impuestos, las huelgas de hambre y los ayunos, e incluso el boicot a las instituciones políticas introducidas por los ingleses y a los artículos de consumo importados de la metrópoli. Tras largas campañas de desobediencia, y después de rechazar las concesiones parciales de Gran Bretaña, Gandhi y el Partido del Congreso consiguieron por fin la independencia plena en 1947, aunque, para evitar conflictos religiosos entre hindúes y musulmanes, el subcontinente quedó dividido en dos Estados separados, la India y Pakistán. La separación tuvo efectos inmediatos muy negativos, pues un importante sector de la población tuvo que abandonar su lugar de residencia cuando no coincidía con el territorio asignado a su religión. Se calcula que el número de desplazados se acercó a los siete millones y medio de musulmanes y a los diez millones de hindúes. Además, el territorio de Cachemira se convirtió en objeto de disputa, pues formaba parte de la Unión India aunque la mayoría de la población era musulmana. Esta situación desató un enfrentamiento bélico entre los dos nuevos Estados que duró desde noviembre de 1947 hasta enero de 1949, y que incluyó el asesinato de Gandhi. Tras la independencia, en la Unión India se estableció un régimen republicano y laico, en el que se consolidó una democracia parlamentaria con un grado de estabilidad política muy superior a la habitual en la zona. El recorrido histórico de Pakistán tras la independencia fue sustancialmente distinto, pues aunque el Estado musulmán se dotó también de un sistema parlamentario, en la práctica, tras los disturbios religiosos de los primeros años, ha sido gobernado por dictaduras militares. Las diferencias entre el Pakistán occidental, donde se encontraba el gobierno federal, y el Pakistán oriental, desembocaron en 1971 en la proclamación de la independencia de este último territorio, donde tras una violenta guerra civil, que obligó a la intervención de la India, se estableció por fin el nuevo Estado de Bangladesh.

-China Desde finales del siglo XIX, los europeos habían conseguido establecerse en pueblos y enclaves estratégicos de China mediante favorables tratados comerciales. Sin embargo, las ganancias obtenidas en dichos enclaves no eran invertidas en mejorar el país, sino exportadas a las metrópolis europeas. Una minoría de la población china comenzó a organizarse para cambiar esta situación, y así, a principios del siglo XX, Sun Yat-sen consiguió aglutinar a diversos grupos que compartían el descontento y fundar el Kuomintang (Partido del Pueblo). Sus objetivos eran básicamente liberarse del dominio económico de las potencias extranjeras, mejorar las condiciones de vida del pueblo chino, así como democratizar la vida política. Sería este partido el que, en 1912, apoyado por sectores del ejército, derrocase al emperador y proclamase la República de China. Aunque el propio Sun Yat-sen ocupó la presidencia en un primer momento, pronto fue destituido por el ejército y se inició un período de inestabilidad y conflictos civiles que sería aprovechada por Mongolia y Tíbet para independizarse de China.

3.3 Japón Mercado y Estado El Imperio del Sol Naciente se mantuvo cerrado en sí mismo durante siglos. Formado por unas mil islas, Japón era a mediados del siglo XIX un país muy poblado. La mayoría de sus habitantes eran agricultores dedicados al cultivo de arroz y sometidos a grandes señores semi-feudales. Se emprendió en el país una política aislacionista tanto en lo religioso, expulsando a las misiones cristianas europeas, como en lo económico, pues sólo se permitía el comercio con los holandeses. Japón no pudo mantener mucho más tiempo su aislamiento después de que, en 1845, el comodoro Perry lo pusiera en el trance de elegir entre el bombardeo y la apertura de sus puertos.

La revolución “Meiji”

Tras una década marcada por continuos enfrentamientos en el interior del país, y por las cada vez más duras presiones comerciales extranjeras, en 1868, el emperador Mutsu Hito restableció su poder absoluto como mikado y anunció la era Meiji (progreso), caracterizada por una rápida modernización del país asimilando los avances occidentales pero sin renunciar a sus tradiciones milenarias. Con ello buscaba evitar que Japón acabase como China, destrozada por los intereses comerciales europeos, y por ello había que adaptarse a la cultura occidental sin oponerse a ella. Las reformas comenzaron con la publicación del llamado Programa de la Nueva Era, según el cual en 1871 se abolió la antigua estructura feudal de la tierra y se decretó la igualdad jurídica de todos los japoneses. La occidentalización del país se logró gracias a varias embajadas que recorrieron el mundo occidental para conocer los adelantos de países más avanzados. Así, en los sucesivos años se implantaron en Japón un servicio militar a imagen del prusiano, una organización de la enseñanza universal siguiendo el modelo francés, Códigos Civiles y Penales imitando a los napoleónicos, un sistema monetario (con el yen como moneda única y un Banco de Japón para regularlo) semejante al norteamericano o una acelerada industrialización acompañada de la expansión del ferrocarril basadas en las británicas. Japón fue así en el primer país asiático en industrializarse, convirtiéndose en un Estado moderno y capitalista. En cuanto a la política, el establecimiento de un régimen a lo occidental haría que Japón fuera tratado en condiciones de igualdad por las potencias desarrolladas y así, en 1885, se creó un gabinete ejecutivo a imagen del europeo, con ministros elegidos por el emperador, y cuatro años más tarde se promulgó una Constitución basada en la prusiana que establecía que el mikado tenía la soberanía del país, pero accedía a que los ciudadanos votaran a una de las dos cámaras parlamentarias por sufragio censitario, eligiendo él mismo tanto a los ministros del ejecutivo como a los miembros de la segunda cámara.

4-IMPERIOS 4.1 Conceptualización El tiempo y el contexto del imperialismo En el último cuarto del siglo XIX se inició un proceso de dominio político, militar y económico de grandes territorios de Asia y África por parte de países industrializados de Europa, EEUU y Japón. Este fenómeno se conoce como imperialismo, frente al denominado colonialismo, desarrollado en los

siglos anteriores. La novedad residía en que el capitalismo había provocado el surgimiento de una economía mundial, y en que las rivalidades económicas de las grandes potencias afectaron a los enfrentamientos por la ampliación de los imperios coloniales. Se trató de un proceso de ocupación de territorios por la fuerza, no tanto para crear zonas de expansión de la economía de la metrópoli, sino básicamente para crear zonas de abastecimiento de materias primas y productos primarios más baratos. Esto da lugar a un fenómeno de explotación que llegará a ser considerado por Hannah Arendt como un precedente de los regímenes totalitarios.

Teoría de Hilferding

Según el economista Hilferding el imperialismo fue un proceso necesario para la Industrialización. El desarrollo industrial, una vez hubo alcanzado un gran nivel de acumulación capital, necesitaba exportar los excedentes que no tuviesen cabida en los mercados nacionales, por lo que mediante el imperialismo se creaban nuevos mercados adicionales de exportación, con nueva mano de obra y gracias a los cuales las potencias podían hacerse con nuevas materias primas de las que no disponían en su propio territorio.

La visión historiográfica: Hobson, Arendt.

En 1900, Hobson publicó uno de los libros clásicos sobre el tema imperialista, basándose en la experiencia africana, en la que a diferencia del colonialismo de siglos anteriores, sólo se había producido una exportación de capitales que no encontraban inversiones rentables en la metrópoli, por lo que no era resultado de un orgullo nacional exacerbado. Hobson argumentaba además que el imperialismo era innecesario e inmoral, y lo concebía como el resultado de la mala repartición de la riqueza en una sociedad capitalista que había fomentado el deseo de acrecentar los mercados en busca de ganancias a cualquier coste. Por otro lado, para Arendt, el Imperialismo era un proceso permanente que no tenía ningún objeto ni ningún propósito que no fuese él mismo, y sobre todo, tenía la expansión como objetivo prioritario y constante. En línea con el nacionalismo que crecía a pasos acrecentados en las principales potencias, y el ansia por no quedarse atrás frente a los competidores, se produjo la carrera colonial. Ahora bien, la idea de una causa exclusiva, bien sea económica o política, como explicación de la expansión colonial en las décadas finales del siglo XIX no encuentra hoy defensores ante la evidencia del influjo de uno y otro factor.

4.2 La pausa colonial La excepción francesa: Argelia e Indochina Si el siglo XIX fue el siglo del auge de la expansión europea y de la construcción de amplios imperios coloniales en Asía y África, el XX puede definirse como la época de declive de los sistemas imperiales y el momento en que la dominación europea sobre el resto del mundo entró en crisis. Dentro del proceso de descolonización en Asia, el enfrentamiento militar más intenso se produjo en la Indochina francesa, como resultado de la negativa de Francia a aceptar la emancipación de sus posesiones coloniales. La ocupación japonesa del territorio durante la Segunda Guerra Mundial provocó como respuesta un importante desarrollo del movimiento independentista, dirigido por el partido comunista que Ho Chi Minh había fundado en 1930. Acabada la guerra, el líder proclamó la independencia de la República Democrática de Vietnam, en contra de la postura francesa, que a lo sumo estaba dispuesta a conceder un cierto grado de auto-gobierno. El enfrentamiento armado entre el ejército colonial francés y las guerrillas vietnamitas duraría hasta la derrota francesa en Dien Bien Phu (en 1954), que obligó a la metrópoli a reconocer en la Conferencia de Ginebra la independencia del territorio indochino, dividido a partir de entonces en tres Estados: Vietnam, Laos y Camboya. Antes de que acabase ese año comenzó la insurrección de Argelia, donde la presencia de una importante población francesa hacía particularmente difícil la concesión de la independencia. Se trató de una rebelión a gran escala, protagonizada por el Frente de Liberación Nacional (FLN) con el apoyo de los países árabes más próximos. Después de varios años de dura guerra civil, a consecuencia de la cual se había hundido la IV República francesa, el general France de Gaulle, que había vuelto al poder, terminó reconociendo en 1962 la independencia de Argelia en los acuerdos de Evian, a pesar de la oposición de los colonos de extrema derecha, reflejada en las acciones terroristas de la Organización del Ejército Secreto (OAS), tanto en la metrópoli hacia los partidarios de De Gaulle, como en el territorio colonial hacia los musulmanes.

El imperialismo británico en Asia y África: Sudáfrica, India y China Reino Unido, como primera potencia económica y política de finales del siglo XIX, disponía de una cadena de enclaves estratégicos para articular el comercio mundial. Los británicos habían creado una serie de colonias, denominadas de poblamiento, que consistían en territorios escasamente poblados y que absorbían los excedentes demográficos de Reino Unido y el norte de Europa, como Sudáfrica. Por otro lado existían las colonias de explotación, que surtían de materias primas y servían de mercado a la metrópoli. La colonia de explotación típica era la India, que tenía un papel importante en la economía británica como proveedora de algodón y consumidora de tejidos británicos fabricados con dicha materia prima.

4.3 Grandes imperios coloniales La carrera colonial: cronología y espacios Durante sesenta años, a partir de 1815, no hubo importantes rivalidades coloniales, en cambio, desde los años 70 y sobre todo en los 80, las cuestiones coloniales se situaron de nuevo en primer plano y las potencias industriales emprendieron una carrera de ocupaciones territoriales. Se trató de un proceso en el que los países procedieron a la ocupación rápida de territorios desconocidos. Existió una primera fase en la colonización que tenía que ver con la configuración de cada espacio, trazando el mapa de algunos territorios asiáticos y sobre todo africanos. Este proceso culminó, a inicios del siglo XX, con la colonización del continente africano y de una parte del asiático. A lo largo de ese proceso hubo momentos de fuerte tensión entre las potencias colonialistas, constituyendo una de las causas del estallido de la Primera Guerra Mundial.

La Conferencia de Berlín y el reparto de África

Francia, que había iniciado la ocupación del continente africano en 1830, se anexionó Argelia en 1847, la cual se convirtió en una colonia de poblamiento. Más tarde extendería su influencia por Túnez, que se convertiría en un protectorado, y por Marruecos, el África sahariana y ecuatorial, la isla de Madagascar y otras posiciones litorales en el golfo de Guinea. Mientras tanto, Leopoldo II de Bélgica iniciaría por su cuenta la exploración del río y el valle del Congo, creando en el centro del continente un Estado que estaría duramente sometido a su dura política colonial. Gran Bretaña por su parte extendía sus posesiones coloniales por gran parte del continente, desde Egipto y Sudán al norte, hasta Sudáfrica en el sur, y otras posiciones litorales en el golfo de Guinea. Otros países europeos con dominios en África eran Portugal, que contaba con Angola y Mozambique, España, con el norte de Marruecos y Guinea, e Italia, con Libia, Somalia y Eritrea. Alemania se incorporó relativamente tarde al reparto colonial. Bismarck había resistido cuanto pudo a las presiones de los grupos económicos partidarios de la expansión, hasta que en 1882 se estableció una Sociedad Colonial Alemana. Los mejores territorios estaban ya acotados de tal manera que Alemania ocupó algunos de los menos interesantes, como Togo, Camerún y las actuales Namibia y Tanzania. Cuando aumentaron las presiones de los grupos financieros y económicos a partir de 1889 para que Alemania expandiera los límites de sus territorios africanos, Bismarck supo parar en seco esas pretensiones. Sin embargo, con su desaparición de la escena política y la nueva orientación de la diplomacia alemana, se generarían en el futuro nuevos focos de tensión al chocar con otros imperios ya consolidados. Desde los inicios de la década de los setenta las distintas potencias europeas ven aumentar las tensiones y rivalidades que su presencia en África suscita entre ellas. La inteligencia de Bismarck, árbitro de las relaciones internacionales europeas, encauzó estas ambiciones y en la Conferencia de Berlín que tuvo lugar entre 1884 y 1885 se llegó a un acuerdo civilizado para repartirse el continente negro, dando preferencia a Gran Bretaña y Francia, quizá con la intención de que entre ellas se neutralizaran. En la conferencia se establecía la forma legal de proceder a la ocupación de los territorios, no tanto para colocar sus capitales, sino para provisionarse de mano de obra. Pero el reparto propuesto no era algo cerrado y no marcaba un mapa detallado de los límites entre los distintos imperios, sino todo lo contrario, y eso hizo que en la década de los 90 estallaran conflictos significativos, algunos de gran calibre. No obstante, este reparto colonial fue, a largo plazo, muy perjudicial para la vida de los pueblos africanos, pues las fronteras políticas trazadas por los colonizadores no respetaron el mapa étnico de estos territorios, lo cual ha dejado una herencia de odios tribales y pobreza en el continente.

4.4 El final del colonialismo La descolonización frustrada: Versalles

Mucha gente consideró que las disputas coloniales habían sido una de las principales causas de la contienda, e incluso Wilson abordó dicha preocupación en sus 14 puntos, proponiendo tener en cuenta los intereses de las poblaciones afectadas. La opinión liberal no permitiría que los vencedores se anexionaran sin más las colonias de Alemania y el Imperio Otomano. De este modo se decidió crear el sistema de mandatos para administrar las colonias, estando supervisado por la Sociedad de Naciones, cuyo propósito era que los territorios coloniales se convirtiesen en estados democráticos independientes. Así, los territorios se dividieron en tres clases de mandatos dependiendo de su desarrollo y de lo pronto que estuviesen listos para su independencia: los mandatos A, listos para la independencia en un futuro muy próximo, eran los estados otomanos de Oriente Medio, como Irak, que quedó bajo tutela británica, y Siria, que quedó en manos de los franceses; los mandatos B, menos avanzados y sin perspectivas inmediatas de independencia, eran las colonias alemanas en África, que se dividieron entre Francia, Gran Bretaña y Bélgica; los mandatos C, poco poblados y subdesarrollados, directamente entregados a las naciones que los habían conquistados, eran las posesiones alemanas en el Pacífico (entregadas a Japón, Australia y Nueva Zelanda) y el sudoeste de África (entregado a Sudáfrica). Sin embargo, el sistema de mandatos pareció una forma disimulada de anexionarse territorios y levantó numerosas controversias. Por ejemplo, los japoneses se anexionaron sus mandatos en clara violación del sistema. Además, la mayoría de los mandatos fueron para Reino Unido y Francia, que ya poseían los imperios más grandes del mundo, mientras que los italianos no recibieron nada a pesar de estar en bando vencedor, lo que más tarde contribuiría a las aspiraciones italianas de adquirir territorio tanto fuera como dentro de Europa. Otra fuente de controversia se originó debido a que los árabes del Próximo Oriente esperaban obtener un estatus de independencia al haber prestado ayuda en la contienda, pero sin embargo el área ya había quedado dividida entre Francia y Reino Unido con el Tratado de Sykes-Picot de 1916. Esto resultó en varios levantamientos durante la posguerra tanto contra los británicos como contra los franceses.

4.5 Conflictos interimperialistas Tensión anglo-francesa en África (Fachoda) Gran Bretaña tenía como objetivo fundamental unir sus posesiones africanas de norte a sur: desde El Cairo en Egipto hasta El Cabo en Sudáfrica. Sin embargo, para lograr ese objetivo era necesario luchar contra varios adversarios. Francia, por ejemplo, que pretendía unir sus posesiones en el África Occidental con Madagascar y el Índico, chocaba inevitablemente con las pretensiones británicas, de modo que se terminaría produciendo en 1898 en Fachoda (actual Sudán) un conflicto entre ambas potencias. Este episodio, aunque fue visto con agrado por la diplomacia alemana, pues alejaba aún más a franceses y británicos, no tuvo consecuencias importantes y de hecho ambos países terminarían llegando aliándose en 1904 mediante la Entente Cordial, por la que, entre otras cosas, acordaban la libertad de acción del Reino Unido en Egipto, y la de Francia en Marruecos, así como la cooperación de ambas metrópolis en caso de que otra potencia intentara alterar la situación.

Guerra de los Boers Los primeros colonos británicos llegaron al extremo sur del continente africano a inicios del siglo XIX, debido a la importante posición estratégica de la zona en sus relaciones comerciales con la India. Allí estos primeros colonos ingleses fundarían la colonia de El Cabo, pero en la zona había ya algunas colonias de agricultores y ganaderos holandeses, los bóers. Ante el avance de los nuevos colonos británicos en la zona de El Cabo, los bóers emigraron hacia el norte fundando dos repúblicas independientes: Orange y Transvaal. La anexión por parte de la colonia de El Cabo de la República de Transvaal en 1877 provocará el estallido de la Primera Guerra de los Bóers (1880-1881), en la que los colonos británicos fueron derrotados e Inglaterra tuvo que reconocer la independencia de las dos repúblicas bóers de Sudáfrica. Pero el descubrimiento de yacimientos de oro y diamantes en la república de Transvaal provocó la emigración de miles de colonos británicos hasta la zona bóer. La negación de los Gobiernos de Orange y Transvaal a conceder a los colonos británicos plenos derechos políticos, asó como los intereses ingleses en las nuevas riquezas de la zona provocaron en 1899 el estallido de la Segunda Guerra de los Bóers entre la colonia británica de El Cabo (apoyada directamente por la

metrópoli) y las repúblicas bóers. Los británicos ganarían la guerra en 1902 y las dos repúblicas bóers perderían su independencia. En 1907 las tres colonias (El Cabo, Orange y Transvaal) fueron unificadas, dando lugar a la Unión Sudafricana, que se configuró como una colonia de poblamiento por el Gobierno británico. Sin embargo, tanto británicos como bóers mantendrían una rígida política de segregación racial (apartheid) contra la mayoría negra, que se vería intensificada tras la ruptura definitiva de los lazos con la Commonwealth y la proclamación de Sudáfrica como una república independiente en 1961.

Tensiones provocadas por Alemania en África: Marruecos

Alemania tenía a comienzos del siglo XX importantes intereses económicos en Marruecos, sin embargo la llamada primera crisis marroquí no se debía tanto a motivaciones económicas, sino más bien políticas. El objetivo era paralizar la progresión de Francia y forzarla, en último término, a un acercamiento a la propia Alemania y a Rusia para aislar a Reino Unido, rompiendo la Entente Cordial, constituida el año anterior. Sin embargo, las otras potencias estaban temerosas ante la posibilidad de que la actuación alemana pudiese ir más allá de la merca provocación, y Francia y el Reino Unido abrieron conversaciones sobre una posible alianza militar en caso de agresión alemana, España se comprometió a intervenir si se alterase la situación, y Francia consiguió el acercamiento entre Rusia y el Reino Unido, que seguían enfrentadas en Asia. De este modo, no sólo se debilitó la Entente Cordial, sino que tan sólo dos años después del incidente se transformaría, por la unión de Rusia, en un sistema de alianza claramente contrario a la Triple Alianza, compuesta por Alemana, Austria-Hungría y teóricamente Italia. Así, la operación alemana en Marruecos contribuyó más que anda a la bipolarización de Europa, y por tanto, al incremento de la tensión internacional.

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