Anonima Presencia

ANONIMA PRESENCIA Alejandra Zamora Y dentro del cotidiano transporte social mantengo mi cuerpo en posición sólida y descansada, al lado de la ventanilla, así como siempre. Viajo deprisa, pues mi tiempo se agota, el destino no esperará por mí cuando ya el reloj torne su sonido en sordo silencio sepulcral. Y así, con insegura paciencia, y mirando a través del sucio cristal, veo la vida, veo la naturaleza, veo mi anochecida ciudad… El cielo, bóveda azul tiznada, cubre con amor el helado pavimento; y las estrellas cual faroles encendidos alumbran la deliciosa hora negra. Y la luna coqueta en un rincón vigila silenciosa el paso del tiempo. Por un instante olvido lo material, segmento principal del mundo terrenal, y con inconsciencia plena, rezago el ruidoso murmullo ensordecedor del chispeante motor, que como el duro corazón, bombea su fuerza haciendo funcionar la máquina ejemplar. Mis ojos buscan más allá del objeto observado, quieren traspasar lo cotidiano, soñando con un mundo casi olvidado. La carretera de doble vía, permanece inquieta soportando el peso veloz de cientos , casi miles de trozos de fierro minuciosamente forjados. Todos corren deprisa, parece que van alcanzando la vida, esa que con pensadas jugadas asesta el duro golpe vencedor que enmudece al vicioso contrincante. Los colores se confunden y el ruido entorpece mi pensar… Por un instante, distraigo el objeto de mi soñar y vuelvo mis ojos al vacilante mundo interior de aquella cafetera con el líquido en punto de ebullición. Tres o cuatro seres excesivamente diversos se mantienen en anónima presencia; uno alejado de la ventanilla más próxima de su voluminosa humanidad, observa impaciente las manecillas de su reloj, parece que no logrará llegar a tiempo a su espacio singular, una mueca de insatisfacción se instala en su cara, grosera prueba de la gula, su delito principal.

Más allá, cubierto de mugre se esconde el débil y hambriento cuerpecillo de un pequeño despojo social. Sus ojos desorbitados, no reflejan nada… Pero las mejillas enrojecidas, suponen el frío mortal que cala en su débil y olvidada humanidad. El andrajoso ropaje que cubre toda la suciedad no logra separar la viva carne de la helada temporal, que con mano fuerte entierra el duro puñal… En burlona oposición yace frente a él, una fina piel que con delicada caricia cubre la gruesa y callosa piel de una vieja mujer. Su edad es incalculable, el maquillaje y los colores que cubren su patético rostro casi no dejan entrever el tiempo traducido en profundas huellas que con el polvo no se pueden borrar. ¿Por qué tratar de atrasar así el tiempo con tanta mentira y superficialidad?. No es mejor que la maravillosa experiencia de la vida permanezca orgullosa, visible ante los demás?… Con gestos nerviosos evidencia su impaciencia, mira sus manos de uñas gruesas y bien limadas cubiertas de la capa nácar de esmalte rojo pasión; dos gruesos anillos aprisionan el anular que presa del dolor esta a punto de estallar. Un ruido diferente distorsiona mi observar, vuelvo mi atención al mundo exterior, y las luces rojas de un vehículo blanco no cesan de girar. Como buitres en el desierto, un tumulto de sádicos transeúntes observan atentos el cuerpo inmóvil de aquel que yace sólo en medio de un río de sangre bullente y aún a pesar de los minutos ya pasados, con vida casi latente… La detención es mínima, atrás quedó el grotesco espectáculo de la obra vital, que exhibe bien ensayada la escena final de uno de sus actores…