4. El Heredero De Medianoche.pdf

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  • Words: 14,166
  • Pages: 45
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Staff Moderación Katiliz94

Traducción BlueShadow IsabelLhitowd katiliz94 MiluHerondale Nanami27

Corrección y Revisión Katiliz94

Diseño Hanna Marl

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Sinopsis E

n el Londres Eduardiano, Magnus Bane descubre viejos amigos y nuevos enemigos, incluyendo al hijo de su antiguo compañero Will Herondale. Uno de las diez aventuras de Las Crónicas de Bane. Magnus pensó que nunca volvería a Londres, pero es atraído por una oferta atractiva de Tatiana Blackthorn, cuyos planes —que involucraban a su joven y bella pupila— son mucho más siniestros de lo que Magnus siquiera sospechaba. En Londres, en el cambio de siglo, Magnus encuentra viejos amigos y conoce a un joven muy sorprendente... James Herondale de dieciséis años.

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1903 A

Magnus le llevó casi veinte minutos percatarse del chico disparando hacia todas las luces de la habitación, pero para ser justos, había sido distraído por el decorado.

Había pasado casi un cuarto de siglo desde que Magnus había estado en Londres. Había extrañado el lugar. Con certeza Nueva York tenía una energía en el cambio de siglo que ninguna otra ciudad podía igualar. A Magnus le encantaba estar traqueteando el carro en las deslumbrantes luces de Longacre Square, tirando hacia arriba fuera de la elaborada fachada renacentista francesa del Teatro Olympia, o codeándose con una docena de diferentes tipos de personas en el festival de perritos calientes en Greenwich Village. Le gustaba viajar en los ferrocarriles elevados, con frenos chirriantes y todo, y estaba más a la espera de viajar a través de los vastos sistemas subterráneos que estaban construyendo por debajo del centro de la ciudad. Había visto la construcción de la gran estación del Círculo Columbus justo antes de que se fuera, y tenía la esperanza de volver para encontrarlo terminado por fin. Pero Londres era Londres, llevando su historia en capas, con cada año contenido en la nueva era. Aquí también Magnus tenía historia. Magnus había amado a la gente aquí, y los odiaba. Había habido una mujer a la que había amado y odiado, y había huido de Londres para escapar de ese recuerdo. A veces se preguntaba si se había equivocado al marcharse, si debería haber soportado los malos recuerdos por el bien de los buenos, haber sufrido y haberse quedado. Magnus se repantigó en la silla de terciopelo desgastada por décadas de frotar las mangas contra la tela y miró alrededor de la habitación. Había una nobleza en los lugares Ingleses con los que América, con toda su impetuosa juventud, no podía igualar. Las brillantes luces de las lámparas de araña se dejaban caer desde el techo -vidrio cortado, por supuesto, no cristal, pero arrojaban una encantadora luz- y los

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candelabros eléctricos se alineaban en las paredes. Magnus todavía encontraba la electricidad bastante emocionante, aunque era más aburrida que la luz mágica. Grupos de caballeros estaban sentados en las mesas, jugando rondas de faro1 y piquet. Las mujeres quienes no eran mejor de lo que deberían ser, cuyos vestidos eran demasiado apretados, demasiado brillantes y demasiado de todo lo que a Magnus más le gustaba, se recostaban en el cubierto terciopelo de los bancos a lo largo de las paredes. Los caballeros que habían terminado bien en las mesas se acercaron a ellas, deslumbrantes con la victoria y las libras anotadas; aquellos a quienes Lady Fortuna no había sonreído se golpeaban las manos en la puerta y se escabulleron silenciosamente en la noche, carentes de dinero y compañerismo. Todo era muy dramático, lo cual Magnus disfrutaba. Todavía no se había cansado de la pompa de la vida y la gente común, a pesar del paso del tiempo y el hecho de que las personas eran bastante parecidas al final. Una fuerte explosión le hizo mirar hacia arriba. Había un chico de pie en medio de la habitación con una pistola de plata amartillada en la mano. Estaba rodeado de vidrios rotos, acabando de disparar a un brazo de la araña. Magnus estaba abrumado con el sentimiento que los franceses llamaban déjà vu, la sensación de he estado aquí antes. Había, por supuesto, estado en Londres antes, hace veinticinco años. La cara de ese chico era una cara que recordaba del pasado. Ese era un rostro del pasado, uno de los rostros más bellos que Magnus jamás podía recordar ver. Era un rostro tan finamente cortado que mostraba la mezquindad de ese lugar en el marcado relieve de una belleza que ardía con tanta fuerza que hacía avergonzar el resplandor de las luces eléctricas. La piel del chico era tan blanca y clara que parecía tener una luz brillando tras él. Las líneas de sus pómulos, la mandíbula y la garganta expuestas por una camisa de lino con el cuello abierto eran tan limpias y perfectas que casi habría parecido una estatua si no fuera por el pelo despeinado más ligeramente rizado cayéndole sobre la cara, tan negro como la noche contra su reluciente palidez. Los años volvieron a llamar a Magnus, la niebla, la luz de gas de un Londres de más de veinte años perdidos levantándose para llegar a Faro: Juego de naipes.

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Magnus. Encontró que sus labios formaron un nombre: Will. Will Herondale. Magnus se acercó instintivamente, el movimiento sintiéndose como si no fuera por su propia voluntad. Los ojos del chico se fueron hacia él, y un golpe pasó sobre Magnus. No eran los ojos de Will, los ojos que Magnus recordaba siendo tan azules como el cielo de la noche en el Infierno, los ojos que Magnus había visto con tanta desesperación y ternura. Este chico tenía dorados ojos brillantes, como un vaso de cristal lleno de rebosante vino blanco fresco y sostenido para captar la luz de un sol abrasador. Si su piel era luminosa, sus ojos estaban radiantes. Magnus no podía imaginar esos ojos tan tiernos. El chico era muy, muy guapo, pero su belleza era una como la que Helena de Troya podría haber tenido una vez, el desastre escrito en cada línea. La luz de su belleza hizo a Magnus pensar en ciudades ardiendo. La niebla y luz de gas retrocedieron en la memoria. Su momentáneo lapso de estúpida nostalgia termino. Este no era Will. Ese roto y hermoso muchacho ahora sería un hombre, y este chico era un extraño. Sin embargo, Magnus no creía que tal semejanza pudiera ser una coincidencia. Se dirigió hacia el chico con poco esfuerzo ya que la otra decena de habitantes del infierno del juego parecían, tal vez comprensiblemente, reacios a acercarse a él. El chico estaba de pie solo, como si el cristal roto a su alrededor fuera un mar brillante y él estuviera en una isla. —No es precisamente un arma de Cazador de Sombras, —murmuró Magnus—. ¿Verdad? Esos ojos dorados se estrecharon en rendijas brillantes, y la mano de largos dedos que no tenía la pistola fue a la manga del chico, donde Magnus notó su espada más cercana oculta. Sus manos no eran muy estables. —Paz, —añadió Magnus—. No quiero hacerte daño. Soy un brujo los Whitelaws de Nueva York que responderán con demasiada tranquilidad, bueno mayormente, inofensivo. Hubo una larga pausa que se sentía como algo peligroso. Los ojos del chico eran como estrellas, brillando pero sin dar ninguna pista sobre sus sentimientos. Magnus era en general bueno leyendo a las personas, pero le resultaba difícil predecir lo que este chico podría hacer.

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Magnus estaba realmente sorprendido por lo que el muchacho dijo a continuación. —Sé quién eres. —Su voz no era como la cara; tenía la dulzura en ella. Magnus logró disimular su sorpresa y levantó las cejas en silenciosa indagación. No había vivido trescientos años sin aprender a elevar cada anzuelo ofrecido. —Eres Magnus Bane. Magnus vaciló y luego asintió con la cabeza. —¿Y usted es? —Yo, —anunció el chico—, soy James Herondale. —Sabes, —murmuró Magnus—, en su lugar pensé que podrías ser llamado de esa manera. Estoy encantado de escuchar que soy famoso. —Eres el amigo brujo de mi padre. Siempre nos habla de ti a mí y a mi hermana cada vez que otros Cazadores de Sombras hablaban despectivamente de los subterráneos en nuestra presencia. Él diría que conoció a un brujo que fue un gran amigo y más digno de confianza que muchos guerreros Nefilim. Los labios del muchacho se curvaron cuando lo dijo, y habló en tono burlón pero con más desdén que diversión detrás de la burla, como si su padre hubiese sido un estúpido al decirle esto, y el mismo James fuese un tonto por repetirlo. Magnus se encontraba de humor para el cinismo. Se habían separado bien, él y Will, pero conocía a los Cazadores de sombras. Los Nefilim eran rápidos para juzgar y condenar a un Subterráneo por malas acciones, actuando como si los pecados fueron esculpidos en piedra para siempre, probando que los personas de Magnus eran malas por naturaleza. La convicción de los Cazadores de Sombras de su propia virtud angelical y la honradez les hacía fácil seguir las buenas obras de un brujo deslizadas en sus mentes, como si hubieran sido escritas en el agua. No había esperado ver o escuchar de Will Herondale en este viaje, pero si Magnus hubiese pensado en ello, no habría estado sorprendido de ser todo menos olvidado, un jugador pequeño en la tragedia de un chico. Ser recordado, y recordado con tanta amabilidad, le tocó más de lo que hubiera creído posible.

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La estrella brillante del chico, los ojos de las ardientes ciudades viajaron a través de la cara de Magnus y vieron demasiado. —No pondría gran importancia a ello. Mi padre confía en un gran número de personas, —dijo James Herondale, y se rio. Pronto fue evidente que estaba extremadamente borracho. No es que Magnus hubiese imaginado que estaba disparando a arañas mientras estaba completamente sobrio—. Confianza. Es como colocar una hoja en la mano de alguien y establecer la misma punta contra su propio corazón. —No te he pedido que confíes en mí, —señaló Magnus suavemente—. Nos acabamos de encontrar. —Oh, confiaré en ti, — le dijo el chico despreocupadamente—. Difícilmente importa. Todos somos traicionados tarde o temprano, somos traicionados o traidores. —Veo ese instinto para las carreras espectaculares en la sangre, —dijo Magnus en voz baja. Sin embargo era un tipo diferente de dramatismo. Will había hecho una exposición del vicio en privado, para ahuyentar a los más cercanos y queridos para él. James estaba haciendo un espectáculo público. Quizá le gustaba por la propia sacudida del vicio. —¿Qué? —Preguntó James. —Nada, —dijo Magnus—. Sólo estaba preguntándome que había hecho el candelabro de araña para ofenderte. James miró a la lámpara en ruinas, y abajo a los fragmentos de vidrio a sus pies, como si estuviera notándolos solo ahora. —Fui retado, —dijo—, veinte libras a que no dispararía todas las luces de la lámpara de araña. —¿Y quién te reto? —Dijo Magnus, sin divulgar una idea de lo que pensaba, que quien retaba a un muchacho de diecisiete años borracho podría estar rodeado de un arma mortal con la impunidad de que debería estar en la cárcel. —Ese chico de allí, —anunció James señalando. Magnus miró en la dirección general James a la que James estaba señalando y vio una cara familiar en la mesa de faro. —¿El verde? —Preguntó Magnus. Persuadir a Cazadores de Sombras borrachos a hacer el ridículo era la ocupación favorita entre los

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Subterráneos, y esta actuación había sido un gran éxito. Ragnor Fell, del Instituto Warlock de Londres, se encogió de hombros, y Magnus suspiró para sus adentros. Tal vez la cárcel sería un poco extremo, aunque Magnus aún sentía que su amigo esmeralda podría desarmar una barra de madera o dos. —¿Es realmente el de verde? —Preguntó James, no parecía importarle demasiado—. Pensé que era el absento. Entonces James Herondale, hijo de William Herondale y Theresa Gray, los dos cazadores de sombras que habían sido los más cercanos de los de sus tipo de amigos a los que Magnus había conocido —a pesar de que Tessa no había sido una Cazadora de Sombras, o no del todo— dio la espalda a Magnus, fijo la mirada en una mujer que sirviendo bebidas a una mesa rodeada de hombres lobo, y la derribó. Ella colapsó en el suelo con un grito, y todos los jugadores saltaron de las mesas, con las cartas volando y derramando las bebidas. James se rio, y su risa era clara y brillante, y fue entonces cuando Magnus comenzó a estar verdaderamente alarmado. La voz de Will se habría sacudido, traicionando la crueldad que habría sido parte de su actuación, pero la risa de su hijo era la de alguien genuinamente encantado por el caos en erupción a su alrededor. La mano de Magnus salió disparada y agarró la muñeca del muchacho, el zumbido y la luz de magia destelleando a lo largo de sus dedos como una promesa. —Eso es suficiente. —Es fácil, —dijo James, sin dejar de reír—. Soy un muy buen tirador, y Peg la tabernera es famosa por su pierna de madera. Creo que es por qué de que la llamen Peg2. Su verdadero nombre, creo que es Ermentrude. —¿Y supongo que Ragnor Fell apostó veinte libras a que no podías dispararle sin lograr emanar sangre? Que inteligente por los dos. James retiró la mano de Magnus, sacudiendo la cabeza. Los mechones negros caían entorno a un rostro tan parecido al de su padre que solicitó una respiración contenida de Magnus. —Mi padre me dijo que actuaste como una especie de protector con él, pero no necesito tu protección, brujo. —Más bien estoy en desacuerdo con eso. 2

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El significado en castellano es pata de madera.

—He tomado una gran cantidad de apuestas de esta noche, — le informó James Herondale—. Debo realizar todos los actos terribles que he prometido. ¿Por qué no soy un hombre de palabra? Quiero conservar mi honor. ¡Y quiero otra bebida! —Una excelente idea, —dijo Magnus—. He oído alcohol sólo mejora el objetivo de un hombre. La noche es joven. Imagina a cuántas camareras puedes disparar antes del amanecer. —Un brujo tan aburrido como un erudito, —dijo James, entrecerrando los ojos color ámbar—. ¿Quién habría pensado que existía tal cosa? —Magnus no siempre ha sido tan aburrido, —dijo Ragnor, apareciendo en el hombro de James con una copa de vino en la mano. Se lo dio al muchacho, quien lo tomó y se lo bebió de una manera práctica penosa—. Hubo un tiempo, en Perú, con un barco lleno de piratas… James se limpió la boca con la manga y dejó el vaso. —Me encantaría sentarme y escuchar a los ancianos recordar acerca de sus vidas, pero tengo una cita urgente para hacer algo que es realmente interesante. En otra ocasión, señores. Se giró sobre los talones y se fue. Magnus hizo seguirle. —Deja que los Nefilim controlen su mocoso, si pueden, —dijo Ragnor, siempre dispuesto a ver el caos, pero no a estar involucrado en el—. Ven a tomar una copa conmigo. —Otra noche, —prometió Magnus. —Sigues siendo de un tacto suave, Magnus, —gritó tras él Ragnor—. No hay nada que te guste más que un alma en pena o una mala idea. Magnus quería discutir contra eso, pero era difícil cuando ya estaba abandonando el calor y la promesa de una copa y unas cuantas partidas de cartas, y corriendo hacia el frío tras de un perturbado Cazador de Sombras. Dicho perturbado Cazador de Sombras se volvió hacia él, como si la estrecha calle adoquinada fuera una jaula y él algún hambriento animal salvaje sostenido allí por mucho tiempo. —No me seguiría, —advirtió James—. No estoy de humor para compañía. Especialmente la compañía de un remilgado acompañante mágico que no sabe cómo divertirse por sí mismo.

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—Sé muy bien cómo disfrutar por mí mismo, —comentó Magnus, divertido, e hizo un pequeño gesto para que por un instante de todas las farolas de hierro que bordeaban la calle lloviesen chispas multicolores de luz. Por un instante pensó que vio una luz que era más suave y menos como un ardor en los ojos dorados de James Herondale, el comienzo de una sonrisa infantil de placer. Un instante después, se apagó. Los ojos de James eran tan brillantes como las joyas en el tesoro de un dragón, y sin más vida o alegría. Sacudió la cabeza, los mechones negros volando en el aire de la noche, donde las luces mágicas estaban desapareciendo. —Pero tú no deseas disfrutar, ¿verdad, James Herondale? —Preguntó Magnus—. No realmente. Quieres ir a lo malvado. —Tal vez creo que disfrutaré de ir al mal, —dijo James Herondale, y sus ojos ardían como el fuego del Infierno, tentando, y prometiendo inimaginable sufrimientos—. Sin embargo no veo necesidad de llevar a alguien más conmigo. Apenas había hablado de su desaparición, en apariencia suave y silenciosamente robado por el aire de la noche, sin nadie más que las estrellas parpadeando, las farolas deslumbrando y Magnus como testigos. Magnus conocía la magia cuando la veía. Se dio la vuelta, y en el mismo momento oyó el clic de un paso decidido contra el empedrado. Se volvió para mirar a un policía que paseaba a su ritmo, con la porra balanceándose a su lado, y una mirada de sospecha sobre su rostro impasible mientras observaba Magnus. No era Magnus al hombre al que tenía que tener en cuenta. Magnus vio los botones del uniforme del hombre dejando su brillantez, a pesar de que estaba bajo una farola. Magnus fue capaz de distinguir una sombra cayendo donde no había nada para tirarlo, una oleada de oscuridad en la gran oscuridad de la noche. El policía dio un grito de sorpresa cuando su casco fue llevado por manos invisibles. Se tambaleó hacia delante, las manos buscando a tientas ciegamente en el aire para recuperar lo que se había ido. Magnus le dedicó una sonrisa consoladora. —Anímate, —dijo—. Se pueden encontrar cascos halagadores en cualquier tienda en Bond Street.

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mucho

más

El hombre se desmayó. Magnus considera detenerse a ayudarlo, pero ahí estaba siendo un delicado toque, y luego hubo de ser lo suficientemente ridículo de no perseguir un misterio más atractivo. ¿Un Cazador de Sombras que podría convertirse en una sombra? Magnus se giró y corrió tras el casco del policía flotando, sostenido en alto por sólo una burlona oscuridad. Corrieron calle tras calle, Magnus y la oscuridad, hasta que el Támesis les cerró el paso. Magnus oyó el sonido de su rapidez por tierra en lugar de lo que vio, las aguas oscuras con la noche. Lo que le hizo fue ver dedos blancos de repente apretados en el borde del casco del policía, el giro de la cabeza de James Herondale, la oscuridad sustituida por la inclinación de su sonrisa apareciendo lentamente. Magnus vio una sombra uniéndose una vez más en la carne. Así que el chico había heredado algo tanto de su madre como de su padre, entonces. El padre de Tessa había sido un ángel caído, uno de los reyes de los demonios. Los radiantes ojos dorados del chico miraron a Magnus como sus propios ojos de repente, una muestra de sangre infernal. James vio a Magnus mirando, y le guiñó un ojo antes de que arrojase el casco en el aire. Voló por un momento como un pájaro extraño, girando suavemente en el aire, y luego golpeando en el agua. La oscuridad fue interrumpida por un toque de plata. —Un Cazador de Sombras que sabe trucos de magia, —señaló Magnus—. Qué novela. Un Cazador de Sombras que atacaba a los mundanos a los cuales tenía el mandato de proteger —que encantada estaría la Clave por eso. —No somos más que polvo y sombras, como dice el refrán, —dijo James—. Por supuesto, la frase no añade: “Algunos de nosotros también nos convertimos en sombras de vez en cuando, cuando el estado de ánimo nos lleva.” Supongo que nadie predijo que iba a suceder. Es verdad que se me ha dicho que soy un poco impredecible. —¿Puedo preguntar quién apostó a que podrías robar el casco de un policía, y por qué? —Una pregunta tonta. Nunca preguntes sobre la última apuesta, Bane, —le aconsejó James, y alcanzó casualmente su cinturón, donde se colgó

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el arma, y luego la sacó en un fluido movimiento fácil—. Debes preocuparte por la próxima. —No hay ninguna posibilidad, —preguntó Magnus, sin mucha esperanza—, ¿eso es más bien que una buena persona cree que está maldita y debe hacerse parecer digno de ser amado de sobra a los que le rodean de un terrible destino? Porque he oído que a veces ocurre. James parecía divertido por la pregunta. Sonrió, y cuando sonrió, sus ondulantes rizos negros se mezclaron con la noche y el brillo de su piel y sus ojos crecieron, tan distante como la luz de las estrellas hasta que se volvieron tan pálidos, difuminados. No era más que una sombra entre las sombras de nuevo. Era el exasperante gato Cheshire de un chico, no quedaba nada de él más que la impresión de su sonrisa. —Mi padre fue maldecido —dijo James desde la oscuridad—. ¿Mientras que yo? Estoy maldito.

El Instituto de Londres era exactamente como lo recordaba Magnus, alto, blanco e imponente, su torre cortando una línea blanca contra el cielo oscuro. Los Institutos de Cazadores de Sombras eran construidos como monumentos para resistir los embates de los demonios y el tiempo. Cuando las puertas se abrieron, Magnus vio de nuevo la entrada de piedra maciza y los dos tramos de escaleras. Una mujer con el pelo rizado rojo salvaje, a quien Magnus estaba seguro que debería recordar, pero no lo hizo, abrió la puerta, su rostro se arrugó con el sueño y mal humor. —¿Qué quieres, brujo? —Exigió. Magnus movió el peso en sus brazos. El muchacho era alto, y Magnus había tenido una larga noche, además. La molestia hizo su tono bastante fuerte cuando respondió: —Quiero que vayas a decirle a Will Herondale que he traído su cachorro a casa. Los ojos de la mujer se abrieron. Ella dio una especie de silbido impresionado y desapareció abruptamente. Varios minutos más tarde

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Magnus vio una figura blanca bajando suavemente por una de las escaleras. Tessa era como el Instituto: casi no había cambiado en absoluto. Tenía el mismo rostro juvenil suave que había tenido veinticinco años antes. Magnus pensó que debía haber dejado de envejecer no más de tres o cuatro años después de que él la hubiera visto por última vez. Su cabello estaba recogido en una trenza marrón larga, colgando sobre un hombro, y estaba sosteniendo una luz mágica en una mano y tenía una pequeña esfera de luz brillando en la palma de la otra. —¿Hemos estado tomando lecciones de magia, Tessa? —Preguntó Magnus. —¡Magnus! —Exclamó Tessa, y su rostro serio se iluminó con una sonrisa de bienvenida que envió una punzada de dulzura a través de Magnus—. Pero dijeron… Oh, no. Oh, ¿dónde encontraste a Jamie? Llegó al final de la escalera, se acercó a Magnus, y acunó la cabeza húmeda del chico en la mano en un gesto casi distraído de afecto. En ese gesto Magnus vio cómo había cambiado, vio la arraigada costumbre de la maternidad, el amor por alguien que ella había creado y a quien apreciaba. Ningún otro brujo alguna vez tendría un hijo de su propia sangre. Sólo Tessa podía tener esa experiencia. Magnus volvió la cabeza lejos Tessa ante el sonido de un nuevo paso en la escalera. El recuerdo de Will el chico era tan fresco que fue una especie de shock ver al Will de ahora, más viejo, más amplio de hombros, pero siempre con el mismo pelo negro alborotado y ojos azules riendo. Se veía tan guapo como lo había estado alguna vez, más aún tal vez, ya que parecía mucho más feliz. Magnus vio más marcas de risa que del tiempo en el rostro, y se encontró sonriendo. Era cierto lo que Will había dicho, se dio cuenta. Eran amigos. El reconocimiento cruzó el rostro de Will, y con eso complacencia, pero casi al instante vio la carga que Magnus llevaba, y la preocupación borró todo. c—Magnus —dijo—. ¿Qué diablos le pasó a James? —¿Qué pasó? —preguntó Magnus pensativo—. Bueno, déjame ver. Robó una bicicleta y la montó, sin usar las manos en cualquier momento, a través de Trafalgar Square. Intentó trepar la Columna de Nelson y

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pelear con Nelson. Luego lo perdí por un breve período de tiempo, y para cuando me reuní con él, había vagado por Hyde Park, metido en el Serpentine3, abrió los brazos y gritó: “¡Patos, abrazadme como a vuestro rey!” —Dios mío —dijo Will—. Debe haber estado vilmente borracho. Tessa, no puedo soportarlo más. Está tomando riesgos terribles en su vida y rechazando todos los principios que me son más queridos. Si continúa haciendo una exposición de sí mismo a través de Londres, será llamado a Idris y mantenido allí lejos de los mundanos. ¿Acaso no se da cuenta de eso? Magnus se encogió de hombros. —También hizo inapropiados avances amorosos con una especie de abuela asustada vendiendo flores, un perro lobo irlandés, un sombrero inocente en una estancia en la que irrumpí, y a mí. Tengo que añadir que no creo en su admiración por mi persona, aunque sea deslumbrante, para ser sincero. Me dijo que era una hermosa y brillante dama. Luego se derrumbó bruscamente, naturalmente en el camino de un tren que se aproximaba desde Dover, y decidí que era, bueno, un buen momento para llevarlo a casa y colocarlo en el seno de su familia. Si prefieres que lo ponga en un orfanato, lo entiendo totalmente. Will estaba negando con la cabeza, sombras en sus ojos azules ahora. —Bridget —gritó, y Magnus pensó: Oh, sí, ese era el nombre de la criada—. Llama a los Hermanos Silenciosos —terminó Will. —Querrás decir llama a Jem —dijo Tessa, bajando la voz, y ella y Will compartieron una mirada que Magnus podía describir solamente como una mirada de casados, la mirada de dos personas que se entendían entre sí por completo y aún se encontraban adorables el uno al otro al mismo tiempo. Era bastante repugnante. Se aclaró la garganta. —Sigue siendo un Hermano Silencioso, entonces, ¿verdad? Will le dio a Magnus una mirada fulminante. —Se tiende a que sea un estado permanente. Aquí, dame a mi hijo.

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Lago en Hyde Park.

Magnus dejó a Will tomar a James en sus brazos, que se pusieron más ligeros y más húmedos, y Magnus siguió a Will y Tessa por las escaleras. Era evidente que los interiores del Instituto habían sido redecorados. La sala oscura de Charlotte ahora contenía varios sofás de aspecto cómodo, y las paredes estaban cubiertas de damasco claro. Estanterías altas estaban cubiertas de libros, volúmenes con dorado frotando sus lomos, y Magnus estaba seguro de que las páginas estaban mucho más manoseadas. Al parecer, tanto Tessa como Will seguían siendo grandes lectores. Will depositó a James en uno de los sofás. Tessa se apresuró a buscar una manta mientras Magnus volvió hacia la puerta, sólo para encontrar su mano atrapada en el agarre de Will. —Fue muy amable de tu parte traer a Jamie a casa —dijo Will—. Pero siempre has sido muy bueno conmigo y los míos. Era poco más que un niño entonces, y no tan agradecido y tan amable como debería haber sido. —Eras lo suficientemente bueno, Will —dijo Magnus—. Y veo que has crecido para mejor. Además, no estás demasiado calvo, y no has engordado. Todo eso de correr por ahí y luchar contra el mal que haceis es al menos útil para mantener una figura esbelta en la mediana edad. Will sechó a reír. —Es muy bueno verte, también. —Él vaciló—. Acerca de Jamie... Magnus se tensó. No había querido angustiar a Will y Tessa demasiado. No les había dicho que James se había caído cuando estaba en el Serpentine, e hizo muy poco esfuerzo para salvarse de ahogarse. No parecía querer ser sacado de las frías profundidades del agua: había luchado con Magnus mientras lo arrastraba hacia fuera, después había puesto su pálida mejilla contra la tierra húmeda de la orilla del río y escondido su rostro en sus brazos. Por un momento Magnus había pensado que estaba llorando, pero cuando se inclinó para ver al chico, se encontró con que estaba casi inconsciente. Con sus crueles ojos dorados cerrados, una vez más le recordó a Magnus el chico perdido que Will había sido. Magnus había tocado su pelo mojado suavemente y había dicho: “James” en una voz tan amable como pudo. Las pálidas manos del chico estaban extendidas contra la oscura tierra. El brillo del anillo Herondale brillaba sobre su piel, y el borde de algo metálico brillaba bajo la manga también. Tenía los ojos cerrados, las

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pestañas negras como tinta oscura crecientes contra las líneas de sus pómulos. Brillantes gotas de agua cayeron en los extremos encrespados de esas pestañas, que le hacían parecer infeliz de una manera que no lo hacía cuando estaba consciente. —Grace —James había susurrado en sueños, y se quedó en silencio. Magnus no se había enfadado: se había encontrado a sí mismo deseando una gracia benevolente para sí mismo muchas veces. Se inclinó y recogió al chico en sus brazos. Su cabeza cayó sobre el hombro de Magnus. En el sueño James había parecido pacífico e inocente y completamente humano. —Es solo que él no es así —estaba diciendo ahora Will mientras Tessa cubría con una manta al muchacho, metiéndolo dentro con firmeza. Magnus levantó una ceja. —Es tu hijo. —¿Qué estás intentando dar a entender? —Demandó Will, y por un momento Magnus vio sus ojos parpadear, y vio al chico con el pelo negro desordenado y ojos azules deslumbrantes de pie en la sala de estar, furioso con todo el mundo y en ninguna parte de él más que consigo mismo. —Él no es así —coincidió Tessa—. Siempre ha sido demasiado tranquilo, demasiado estudioso. Lucie era la impetuosa, pero los dos son buenos, chicos de buen corazón. En las fiestas Jamie podría con más frecuencia ser encontrado acurrucado en un rincón con su latín, o riéndose de una broma privada con su parabatai. Siempre mantuvo a Matthew fuera de problemas, así como a sí mismo. Él era el único que podía hacer que ese muchacho indolente asistiera a sus estudios — comentó ella, con una ligera sonrisa que denotaba que estaba encariñada con el parabatai de su hijo, sin importar cuáles fuesen sus defectos—. Ahora está fuera a todas horas, haciendo las cosas más vergonzosas, y no atiende a razones. No escucha a nadie. Entiendo lo que quieres decir acerca de Will, pero Will era solitario y miserable en los días en que se comportaba mal. James ha estado envuelto en amor toda su vida. —¡Traicionado! —Murmuró Will—. Cruelmente calumniado por mi amigo y ahora por mi propia querida esposa, despreciado, mi nombre ennegrecido… —Veo que todavía estás encariñado con el histrionismo, Will —dijo Magnus—. Así como todavía con el atractivo.

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Habían crecido. Ninguno de los dos pareció sorprendido en absoluto. Tessa alzó las cejas, y Magnus vio algo de su hijo en ella entonces. Ambos tenían la misma expresión, cejas arqueadas, dando a sus rostros una expresión de ambos, inquisitiva y divertida, aunque en el rostro de James la diversión era amarga. —Deja de coquetear con mi marido —dijo Tessa. —No lo haré —declaró Magnus—, pero voy a hacer una breve pausa para que puedas ponerte al día con las noticias. No he sabido nada de ti desde que enviaste una carta sobre que el bebé había llegado y tanto él como su encantadora madre estaban prosperando. Will parecía sorprendido. —Pero te enviamos varias cartas en el cuidado de los Morgenstern, que iban a visitar a los Whitelaws en el Instituto de Nueva York. Fuiste tú quien resultó ser un corresponsal chocante. —Ah —dijo Magnus. Él mismo ni siquiera estaba un poco sorprendido. Este era un comportamiento típico de los Cazadores de Sombras—. Los Morgenstern deben haber olvidado entregarlas. Cuán descuidados. Tessa, él vio, no parecía demasiado sorprendida tampoco. Ella era tanto bruja como Cazadora de Sombras, y sin embargo no demasiado tampoco. Los Cazadores de Sombras creían que la sangre de Cazador de Sombras triunfaba sobre todas las cosas, pero Magnus bien podía creer que muchos de los Nefilim podían ser crueles con una mujer que podía hacer magia y a la que los años no tocaban. Dudaba que alguno de ellos se atreviera a ser cruel frente a Will, sin embargo. —Vamos a tener más cuidado con quiénes confiamos en nuestras cartas en el futuro —dijo Tessa con decisión—. Hemos estado fuera de contacto durante demasiado tiempo. Qué suerte que estés aquí en Londres, tanto para nosotros como para Jamie. ¿Qué te trae por aquí, negocios o placer? —Me gustaría que fuera negocios por placer —le dijo Magnus—. Pero no, es muy aburrido. Una Cazadora de Sombras que creo que conoces me mandó llamar, ¿Tatiana Blackthorn? La señora que solía ser una Lightwood, ¿no? —Magnus se volvió hacia Will—. Y tu hermana Cecily se casó con su hermano. Gilbert. Gaston. Tengo un recuerdo impactante para con los Lightwood.

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—Le rogué a Cecily no malgastarse a sí misma con un Lightworm4 — murmuró Will. —¡Will! —Dijo Tessa—. Cecily y Gabriel son muy felices juntos. Will se lanzó dramáticamente en un sillón, tocando la muñeca de su hijo al pasar, con una caricia ligera y cuidadosa que lo decía todo. —Por lo menos hay que reconocerlo, Tess, que Tatiana es tan loca como un ratón atrapado en un vaso de agua. Se niega a hablar con cualquiera de nosotros, y eso incluye a sus hermanos, porque se dice que tuvo una mano en la muerte de su padre. En realidad, ella dice que lo mató sin piedad. Todo el mundo trata de señalar que en el momento de la matanza despiadada su padre era un gusano gigante que se había comido a su marido y siguió su comida con un criado sorbete para limpiarse el paladar, pero ella insiste en acechar alrededor de la mansión y ponerse de mal humor con todas las cortinas corridas. —Ha perdido mucho. Perdió a su hijo —dijo Tessa. Acarició el cabello de su hijo, con el rostro preocupado. Will miró a James y se quedó en silencio. —La Señora Blackthorn ha venido de Idris a su mansión familiar en Inglaterra específicamente, por lo que podríais visitarla, y me envió un mensaje a través de los canales habituales del Submundo prometiéndome una suma principesca si venía y echaba unos cuantos hechizos para aumentar los atractivos de su joven pupila —dijo Magnus, tratando de lograr un tono más ligero—. Tengo entendido que quiere casarla. Tatiana no sería la primera Cazadora de Sombras en buscar hechizos de un brujo para hacer su vida más fácil y agradable. Era, sin embargo, la Cazadora de sombras ofreciendo el mejor precio. —¿Lo hizo? —Preguntó Will—. La pobre chica tiene que verse como un sapo en un gorro. Tessa se rió y ahogó la risa contra su mano, y Will sonrió, pareciendo satisfecho de sí mismo, como siempre lo había hecho cuando había logrado entretener a Tessa. —Supongo que no debería estar echando calumnias sobre los hijos de nadie, ya que mi hijo tiene que ver en el juicio. Dispara cosas, ya sabes. Hizo toda una escena en el día de Ascot Derby cuando vio una pobre Juego de palabras de Will. En vez de Lightwood dice Lightworm, que vendría a ser Light-gusano. 4

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mujer con un sombrero y pensó que tenía demasiada fruta de cera en él. —Sabía que disparaba cosas —dijo Magnus con mucho tacto—. Sí. Will suspiró. —Que el ángel me conceda paciencia, así no lo estrangulo, y la sabiduría para que pueda hacer entrar en razón su gran cabeza gorda. —Me pregunto de dónde sacó eso —dijo Magnus deliberadamente. —No es lo mismo —dijo Tessa—. Cuando Will tenía la edad de Jamie, trató de alejar a todos los que amaba. Jamie es tan cariñoso como siempre con nosotros, con Lucie y con su parabatai. Es a él mismo a quien desea destruir. —Y sin embargo, no hay razón para ello —dijo Will, golpeando el brazo de su silla con el puño cerrado—. Conozco a mi hijo, y no se comportaría de esta manera a menos que sintiera que no tenía otra opción. A menos que estuviera tratando de conseguir un objetivo, o castigarse a sí mismo de alguna manera, porque sentía que había hecho algo malo… ¿Preguntasteis por mí? Estoy aquí. Magnus levantó la vista para ver al Hermano Zacarías de pie en la puerta. Era un contorno delgado, la capucha de su túnica hacia abajo, dejando al descubierto su rostro. Los Hermanos Silenciosos rara vez descubrían sus rostros, sabiendo cómo la mayoría de los Cazadores de Sombras reaccionaban a las cicatrices y desfiguración de la piel. Era una señal de confianza que Jem se mostrara a Will y Tessa de esta manera. Jem todavía era Jem —al igual que Tessa, no había envejecido. Los Hermanos Silenciosos no eran inmortales pero envejecían muy lentamente. Las poderosas runas que les daban conocimiento y permitían que hablasen con la mente también desaceleraban el envejecimiento de sus cuerpos, convirtiendo a los hermanos en estatuas vivientes. Las manos de Jem estaban pálidas y delgadas bajo los puños de la túnica, todavía las manos de un músico después de todo este tiempo. Su rostro parecía esculpido en mármol, medias lunas cerraban sus ojos, las oscuras runas de los hermanos silenciosos en sus pómulos altos. Su cabello se ondulaba en las sienes, del color de la oscura plata.

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Una gran tristeza brotó de Magnus cuando le vio. Era humano para envejecer y morir, y ahora Jem estaba de pie fuera de esa humanidad, fuera de la luz que ardía tan intensamente y tan brevemente. Hacía frío fuera de esa luz y fuego. Nadie tenía más razón de conocer aquel frío más que Magnus. Al ver a Magnus, Jem inclinó la cabeza. Magnus Bane. No sabía que ibas a estar aquí. —Yo… —Magnus comenzó, pero Will ya estaba de pie, dando pasos en la habitación hacia Jem. Al cual se le había iluminado la vista, y Magnus podría sentir atención de Jem en Will. Esos dos chicos habían sido tan diferentes, sin embargo, había veces que se parecían enteramente el uno al otro, era extraño para Magnus ver como a voluntad cambiaban todos los seres humanos, mientras que Jem estaba aparte, viendo que ambos habían ido a un lado que el otro no podría seguir. Imaginó que era aún más extraño para ellos. Y todavía. Había aún sobre ellos lo que siempre había recordado Magnus de una vieja leyenda que había oído del hilo rojo del destino: un hilo escarlata invisible ligado a ciertas personas y sin embargo por más enredado que estuviera, no cedería y no se rompería. Los Hermanos Silenciosos se movieron como uno imaginaba que una estatua se movería si pudiese. Jem se había movido del mismo modo al entrar, pero al ver que Will se acercaba, Jem dio un paso hacia su ex parabatai y el paso fue rápido, ansioso y humano, como si estar cerca de la gente que amaba lo hiciera sentir hecho de carne y sangre, de hueso una vez más. —Estás aquí, —dijo Will, y estaba implícito en las palabras el sentido que la satisfacción de Will estaba completa. Ahora Jem estaba ahí, todo estaba bien con el mundo. —Sabía que vendrías, —dijo Tessa, pasando por el lado de su hijo para ir hacia su esposo y hacia Jem. Magnus vio la cara del Hermano Zachariah brillar ante el sonido de su voz, las runas y la palidez que ya no importaban. Por un instante era un niño otra vez, su vida acababa de empezar, su corazón se llenó de esperanza y de amor. Cómo se amaban mutuamente, estos tres, cómo habían sufrido el uno por el otro y aún cuánto gozo recibían de simplemente estar en la misma habitación. Magnus había amado antes, muchas veces, pero no recordaba alguna vez sentir la paz que irradiaban estos tres sólo de estar en presencia de los demás. Había ansiado la paz muchas veces,

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como un hombre que vagaba durante siglos en el desierto sin nunca ver el agua y tener que vivir con la falta de ella. Tessa, Will y su perdido Jem estaban de pie juntos en un nudo apretado. Magnus supo que por unos momentos nada existía en el mundo, salvo ellos tres. Miró el sofá donde James Herondale se encontraba y vio que estaba despierto, sus ojos de oro como llamas de velas vigilantes esperando quemar alegremente. James era joven, con toda su vida delante, pero no había ninguna esperanza o alegría en su cara. Tessa, Will y Jem parecían normales al estar juntos, pero incluso en esta habitación con aquellos que le amaban más que a la vida, James parecía completamente solo. Había algo de desesperación y desolación sobre su cara. Trató de apoyarse sobre un codo, y se desplomó contra los cojines del sofá, su negra cabeza reclinada hacia atrás como si pesara demasiado para él. Tessa, Will y Jem murmuraron juntos, la mano de Will sobre el brazo de Jem. Magnus nunca había visto a nadie tocar a un Hermano Silencioso así, en simple amistad. Le hizo doler por dentro, y vio que aquel dolor hueco se reflejó sobre la cara del muchacho que se encontraba en el sofá. Obedeciendo por un impulso impetuoso, Magnus cruzó la habitación y se arrodilló en el sofá, cerca del hijo de Will, quien lo miró con ojos de oro cansados. —Los ves, —dijo James—. La forma en la que todos se aman. Solía pensar que todo el mundo quería eso. Como en los cuentos de hadas. Solía pensar que el amor era entregado, generoso y bueno. —¿Y ahora? —preguntó Magnus. El muchacho volvió su rostro. Magnus se encontró frente a la parte posterior de la cabeza de James, viendo su mata de pelo negro así como el de su padre y el borde de su runa parabatai justo debajo de su cuello. Debía de estar en su espalda, pensó Magnus, por encima del omóplato, donde estaría el ala de un ángel. —James, —dijo Magnus en voz baja, apresurada—. Una vez tu padre tuvo un terrible secreto que pensó que no podría contar a nadie en el mundo, y me lo dijo. Puedo ver que hay algo que te roe, algo que mantienes oculto. Si hay cualquier cosa que quieras decirme, ahora o en cualquier momento, tienes mi palabra de que guardaré tus secretos, y te ayudaré si puedo.

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James miro a Magnus. Magnus pensó que en su cara vislumbro ablandamiento, como si el muchacho se liberase de su implacable control sobre lo que le atormentaba. —No soy como mi padre, —dijo—. No confundas mi desesperación con nobleza disfrazada, porque no es eso. Sufro por mí, no por nadie más. —Pero ¿por qué sufres? —dijo con frustración Magnus—. Tu madre tiene razón cuando dice que te han amado toda la vida... Si me dejaras ayudarte… La expresión del muchacho se cerró como una puerta. Volvió de nuevo a rechazar la cara de Magnus, y cerró los ojos, con la luz cayendo sobre el borde de sus pestañas. —Di mi palabra de que nunca lo diría, —dijo—. Y no hay un alma viva en esta tierra que me puede ayudar. —James, —dijo de Magnus, francamente sorprendido por la desesperación en el tono del muchacho, y la alarma en la voz de Magnus llamó la atención de los demás en la habitación. Tessa y Will se alejaron de Jem y se acercaron a su hijo, el chico que llevaba el nombre de Jem y como si fueran uno se trasladaron Will y Tessa de la mano a donde permanecía este. El Hermano Zachariah se inclinó sobre la espalda del sofá y tocó el cabello de James blandamente con dedos de músico. —Hola, tío Hermano Zacharíah, —dijo James sin abrir los ojos—. Diría que siento molestarte, pero seguro que es la única emoción que has tenido en todo el año. No se está tan animado en la ciudad de los huesos, ¿verdad? —¡James! —Interrumpió Will—. No hables con Jem así. Como si no estuviera acostumbrado a Herondales mal educados, dijo el hermano Zachariah, de cierta forma Jem siempre había intentado hacer las paces entre Will y el mundo. —Supongo que la diferencia es que a mi padre siempre le importo lo que pensases de él, —dijo James—. Y a mí no. Pero no te lo tomes personalmente, tío Jem. No me importa lo que penséis. Y todavía haciendo un hábito de hacer una exposición de sí mismo, como lo haría Will, Magnus no tuvo ninguna duda de que fue deliberado. A él debía importarle lo que alguien pensase. Debía estar

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haciendo todo esto por un propósito. ¿Pero qué podría ser? Magnus se preguntó. —James, eres tan diferente a ti, —dijo Tessa con preocupación—. Siempre tan cuidadoso. Siempre tan amable. ¿Qué te pasa? —Tal vez nada me está preocupando. Tal vez simplemente me he dado cuenta de que era bastante aburrido antes. ¿No crees que era aburrido? Ese estudio y el Latín. —Se estremeció—. Horrible. No hay nada aburrido sobre el cuidado, o sobre un corazón abierto y amoroso, dijo Jem. —Así lo decís todos vosotros, —respondió James—. Y es fácil ver por qué, vosotros tres, amándoos el uno al otro…, cada uno más que al otro. Y para que os molestéis por mí. —Cogió un poco de aliento y luego sonrió, pero fue una sonrisa triste—. Ojalá que no os tomaseis la molestia que yo quiero. Tessa y Will cambiaron miradas de desesperación. La habitación estaba llena de preocupación y preocupaciones paternales. Magnus comenzaba a sentirse doblado bajo el peso de humanidad. —Bueno, —anunció Magnus—. En materia de educación y ocasionalmente húmedo como ha sido esta noche, no quiero entrometerme en una reunión familiar, y realmente no quiero experimentar cualquier drama familiar, como el encuentro con los Cazadores de Sombras que tiende a ser extenso. Debo estar de camino. —Pero puedes quedarte aquí, —ofreció Tessa—. Ser nuestro invitado. Estaríamos encantados de tenerte. —Un brujo en la cámara sagrada de un Instituto de Cazadores de sombreas? —Magnus se estremeció—. Ni pensarlo. Tessa le dio una mirada fija. —Magnus… —Además, tengo una cita, —dijo Magnus—. Una a la que no debería llegar tarde. Will le miró con el ceño fruncido. —¿Ha esta hora de la noche? —"Tengo una ocupación peculiar y un horario peculiar, —dijo Magnus— , me parece recordar que habéis venido a mí por asistencia unas

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cuantas veces a horas extrañas de la noche. —Inclinó la cabeza—. Will. Tessa. Jem. Buenas noches. Tessa se trasladó a su lado. —Te acompaño a la salida. —Adiós, quienquiera que seas, —dijo James soñoliento, cerrando los ojos—. No puedo recordar tu nombre. —No le importa, —dijo Tessa en voz baja mientras caminaba con Magnus hacia la salida. Se detuvo en la puerta un momento, mirando hacia atrás a su hijo y a los dos hombres que estaban con él. Will y Jem hombro con hombro, y de un lado al otro de la habitación estabaa el imposible de levantar la vista Jem, el hecho de que no había envejecido, como debía. Sin embargo, había en la voz de Will toda la impaciencia de un niño cuando dijo, en respuesta a una pregunta que no oyó Magnus, —Sí, por supuesto que puedes tocar antes de irte. En la sala de música, la mantuve siempre igual para ti. —¿El violín? —Murmuró Magnus—. No creía que a los Hermanos Silenciosos les importase la música. Tessa suspiró suavemente y siguió por el pasillo, con Magnus a su lado. —Will no ve a un Hermano Silencioso cuando ve a James, —dijo—. Ve sólo a Jem. —¿Es difícil alguna vez? —Preguntó él. —¿Qué es difícil? —Compartir el corazón de tu esposo enteramente con otra persona, — dijo. —Si fuera diferente, no sería el corazón de Will, —dijo Tessa—. Él sabe que yo también comparto mi corazón con Jem. Tendría más remedio… y tendría más remedio conmigo. Una gran parte de otro que no había manera de ser desenredado, incluso ahora y sin querer serlo. Magnus quería preguntarle a Tessa si alguna vez tenía miedo de lo que le pasaría cuando Will se fuese, cuando finalmente se cortase su vínculo, pero no lo hizo. Con suerte pasaría mucho tiempo hasta que Tessa se lo permitiera a la muerte,

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mucho tiempo antes de que comprendiera completamente la carga de ser inmortal y amar todavía no lo era. —Muy bonito, —dijo en cambio Magnus—. Bueno, te deseo todo lo mejor con tu pequeño hellion. —Te veremos otra vez antes de salir de Londres, por supuesto, —dijo Tessa en ese tono suyo que tuvo incluso cuando era una muchacha, que obstantemente ya toleraba sin ninguna contradicción. —Claro, —dijo Magnus. Vaciló—. Y, Tessa, si alguna vez me necesitas… y espero que si lo haces, sean largos y felices años a partir de ahora… envíame un mensaje, y estaré contigo inmediatamente. Ambos sabían lo que significaba. —Lo haré, —dijo Tessa, y le dio la mano. Era pequeña y suave, pero su agarre era sorprendentemente fuerte. —Créeme, querida Señora, —le dijo Magnus con una asunción de ligereza. Liberó la mano y se inclinó despidiéndose con el broche de oro—. ¡Llámame y vengo! Cuando Magnus se volvió para alejarse de la iglesia, escuchó el sonido de la música de violín llevada por el aire de un Londres nublado y recordó la otra noche, una noche de fantasmas, nieve y música navideña y Will pisándole los pasos en el Instituto, viendo a Magnus irse. Ahora era Tessa la que estaba parada en la puerta con su mano levantada en despedida. Magnus estaba en la puerta con las tremendas letras con su ominoso mensaje: SOMOS POLVO Y SOMBRAS. Miro hacia atrás y vio una leve figura pálida en el umbral del Instituto y pensó otra vez, sí quizás estaba equivocando al dejar Londres.

No era la primera vez que Magnus había hecho su camino desde Londres a Chiswick para visitar la casa Lightwood, la casa de Benedict Lightwood. A menudo se había lanzado abierto a por el mundo dispuesto a su idea de un buen momento. Había sido una gran mansión de una vez, la blanca piedra brillante y adornada con estatuas griegas y demasiados pilares para contar. Los Lightwoods eran gente orgullosa y ostentosa, y su casa, en todo su esplendor neoclásico, lo había reflejado.

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Magnus sabía qué había sido de todo ese orgullo. El patriarca, Benedict Lightwood, había contraído una enfermedad al asociarse con demonios y se había transformado en un monstruo asesino al que sus propios hijos habían sido obligados a matar, con la asistencia de una multitud de otros Cazadores de Sombras. Su señoría había sido llevada por la Clave como castigo, su dinero confiscado y su familia se había convertido en un hazmerreír, sinónimo de pecado y una traición a todo lo que los Cazadores de Sombras estimaban. Magnus tenía poco tiempo para la arrogancia desmesurada de los Nefelims y generalmente disfrutaba viéndoles apartados de una propiedad, pero ni siquiera había visto raramente a una familia caer hasta ahora tan terriblemente rápido. Gabriel y Gideon, los dos hijos de Benedict XVI, habían logrado el camino de regreso a la respetabilidad a través del buen comportamiento y las gracias de la Cónsul, Charlotte Branwell la garra. Su hermana, sin embargo, era otra cosa enteramente distinta. Ella había logrado recuperar la casa Lightwood con sus garras, Magnus no sabía cómo. Tan loca como un ratón atrapado en un vaso de agua, había dicho Will de ella, y sabía el estado de desgracia en el que había caído la familia, Magnus esperaba la grandeza del tiempo de Benedict XVI. Sin duda el lugar ahora sería antiguo, polvoriento con el tiempo, sólo unos pocos sirvientes para mantenerlo en orden… El carro que había contratado Magnus vino a la parada. —El lugar parece abandonado, —opinó el conductor, echando un ojo dudoso sobre las puertas de hierro, que se veían oxidadas, cerradas y atadas con enredaderas. —O embrujada, — sugirió brillantemente Magnus. —Bueno, no se puede entrar. Las puertas no se abren, —dijo el conductor ásperamente—. Tendrás que salir y caminar, si eres tan determinado. Magnus lo estaba. Su curiosidad estaba ardiendo y se acercó a las puertas como un gato, listo para escalarlas si lo necesitaba. Un toquecito de magia, un poco de un hechizo de apertura, y las puertas se abrieron completamente con una lluvia de chispas de metal oxidado, hacia un largo, oscuro y descuidado sendero que llevaba hacia una fantasmagórica casa señorial en la distancia, brillando como una lápida bajo la luna llena.

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Magnus cerró las puertas y caminó adentrándose, escuchando el sonido de las aves nocturnas en los árboles más adelante, el susurro de las hojas en el viento nocturno. Un bosque de enredaderas ennegrecidas se cernía sobre el resto de los famosos jardines Lightwood. Esos jardines habían sido adorables una vez. Magnus se acordaba de haber oído a Benedict Lightwood ebrio decir que habían sido la alegría de su esposa muerta. Ahora los altos setos del jardín italiano habían formado un laberinto, uno retorcido del que evidentemente no había ningún escape. Habían matado al monstruo en que Benedict Lightwood se había convertido en esos jardines, Magnus recordaba haber escuchado, y el licor negro se había esparcido desde la venas del monstruo hasta la tierra en un torrente imparable. Magnus sintió un arañazo en una de las manos y miró hacia abajo para ver un rosal que había sobrevivido pero que se había vuelto salvaje. Le tomó un momento identificar la planta, porque aunque la forma de las flores era familiar, el color no lo era. Las rosas eran tan negras como la sangre de la serpiente muerta. Arrancó una. La flor se desmoronó en su palma como si estuviese echa de ceniza, como si ya estuviese muerta. Magnus se acercó a la casa. La corrupción que había clamado a las rosas no había perdonado a la casa. Lo que una vez había sido una fachada blanca y suave ahora estaba gris por los años, salpicada con negro de tierra y verde de la putrefacción. En los pilares brillantes había enroscadas vides muertas, y los balcones, los cuales Magnus recordaba cómo el interior de las copas de alabastro, estaban ahora llenas con marañas de espinas oscuras y los restos de los años. El llamador había sido una imagen de un león brillante con un aro colgando de su boca. Ahora el aro yacía corrompido en los escalones, y la boca del león gris colgaba abierta y vacía en un hambriento gruñido. Magnus golpeó rápidamente la puerta. Escuchó el eco por el interior de la casa, como si lo único que hubiese y fuera a haber ahí fuese el silencio de una tumba, como si cualquier ruido fuese una molestia. La convicción de que todos los que estaban en la casa debían de estar muertos había atrapado tan fuerte a Magnus que fue un shock cuando la mujer que lo había convocado abrió la puerta.

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Era, por supuesto, un poco extraño para una dama estar abriendo su propia puerta delantera, pero por las vistas del lugar, Magnus asumió que a todo el equipo de sirvientes le habían dejado una década libre. Magnus tenía un pobre recuerdo de haber visto a Tatiana Lightwood en una de las fiestas de su padre: un vistazo de una chica perfectamente común con grandes ojos verdes, detras de una puerta fuertemente cerrada. Incluso después de haber visto la casa y los alrededores, no estaba preparado para Tatiana Blackthorn. Sus ojos eran todavía muy verdes. Su severa boca estaba resquebrajada con líneas de amarga decepción y gran dolor. Se veía como una mujer en sus sesenta, no cuarenta. Estaba usando un vestido pasado varias décadas de moda—pasaba de sus demacrados hombros y flotaba sobre su cuerpo como un sudario. La tela tenía manchas marrones oscuras, pero en algunos lados era de un descolorido pastel casi blanco, mientras que otros lados le mostraron a Magnus lo que debía haber sido su original fucsia. Se tendría que haber visto ridícula. Estaba usando un tonto vestido rosa chillante para una mujer joven, alguien quien casi era una niña, enamorada de su esposo y yendo a visitar a su papá. No se veía ridícula. Su cara severa prohibía la lástima. Ella, como la casa, era impresionante en su ruina. —Bane, —dijo Tatiana, y abrió la puerta completamente hasta que Magnus pudo pasar. No dijo palabras de bienvenida. Cerró la puerta tras Magnus, el sonido tan terminante como el de una tumba que se cerraba. Magnus se detuvó en el recibidor, esperando por la mujer trás de él, y mientras esperaba, escuchó otro juego de pisadas sobre sus cabezas, un signo de que había alguien más vivo en la casa. Bajando por la amplia escalera curva había una chica. Magnus siempre había encontrado a los hermosos mortales, y había visto a muchos mortales a los que nadie hubiese descrito como hermosos. Esto era belleza extraordinaria, belleza no como la mayoría de los mortales. En la manchada y sucia ruina que la casa se había convertido, ella brillaba como una perla. Su cabello era del color de una perla también, el más pálido de los marfiles con un toque de oro en él, y su piel era

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luminosamente rosa y blanca como un caracol. Sus pestañas eran oscuras, velando unos ojos de un profundo y sobrenatural gris. Magnus tomó aire. Tatiana lo escuchó y miró, sonriendo una sonrisa triunfante. —Es divina, ¿verdad? Mi pupila. Mi Grace. Grace. La comprensión golpeó a Magnus como una explosión. Claro que James Herondale no había estado llamando por algo tan rudimentario y distante como la bendición, el anhelo del alma por piedad divina y entendimiento. Su desesperación había estado centrada en algo mucho más de carne y hueso que eso. Pero, ¿por qué es un secreto? ¿Por qué nadie puede ayudarlo? Magnus luchó por mantener su cara en blanco mientras la chica se acercaba a él y le ofrecía su mano. —¿Cómo está? —murmuró. Magnus se la quedo viendo fijamente. Su cara era una taza de porcelana, dada vuelta hacia arriba; sus ojos prometían cosas. La combinación de belleza, inocencia y la promesa del pecado era desequilibrante. —Magnus Bane, —dijo ella, en una espesa y suave voz. Magnus no podía evitar mirarla. Todo acerca de ella estaba perfectamente diseñado para atraer. Era hermosa, sí, pero había más que eso. Parecía tímida, sin embargo toda su atención estaba enfocada en Magnus, como si él fuese la cosa más fascinante que alguna vez hubiese visto. No había ningún hombre que no quisiese verse reflejado así en los hermosos ojos de esa chica. Y si el escote de su vestido era bajo, no parecía escandaloso, porque sus ojos grises estaban llenos de inocencia que decía que ella no sabía del deseo, no todavía, pero había una exuberancia en la curva de su labio, una oscura luz en sus ojos que decía que en las manos correctas sería una pupila que rendiría el más exquisito resultado… Magnus dio un paso hacia atrás como si ella fuese una serpiente venenosa. No parecía estar herida, o enfadada o incluso asustada. Se volteó para mirar a Tatiana, una especie de curiosa pregunta formulándose. —¿Madre? —dijo—. ¿Qué está mal?

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Tatiana curvó su labio. —Este no es como los otros, —dijo— Me refiero a que le gustan las chicas, y los chicos también, he escuchado, pero su gusto no se iguala al de los Cazadores de Sombras. Y no es mortal. Ha estado vivo mucho tiempo. Uno no puede esperar que tenga reacciones… normales. Magnus bien podía imaginar cuales eran las reacciones normales —las reacciones de un chico como James Herondale, protegido y enseñado que el amor es gentil, que el amor es amable, que uno debería amar con todo el corazón y entregar completamente el alma. Magnus podía imaginar las reacciones normales a esta chica, una chica cuyo todo gesto, cada expresión, cada línea, gritaba ámala, ámala, ámala. Pero Magnus no era ese chico. Se recordó a sí mismo de sus modales, y se inclinó. —Encantado, —dijo—. O cualquier efecto que le complaciera mejor, estoy seguro. Grace lo miró con interés frío. Sus reacciones eran mudas, Magnus pensó, o mejor, cuidadosamente calibradas. Parecía una criatura echa para atraer a todos y expresar nada real, pero tomaría un observador maestro, como Magnus, el darse cuenta. Le recordó repentinamente a Magnus no a cualquier mortal pero sí a la vampiresa Camille, quién había sido su último y lamentable amor verdadero. Magnus había pasado años imaginando que había fuego detrás del hielo de Camille, que había esperanzas y sueños y amor esperándolo. Lo que había amado en Camille no era más que una ilusión. Magnus había actuado como un niño, creyendo que había formas e historias que hacer a partir de las nubes del cielo. Se alejó de la mirada de Grace en su vestido blanco y azul de encaje, como una visión del cielo en el infierno gris de esta casa, y miró a Tatiana. Sus ojos se estrecharon con desprecio. — Ven, brujo, —dijo—, creo que tenemos negocios que discutir. Magnus siguió a Tatiana y Grace por las escaleras y por un largo pasillo que era casi completamente negro. Magnus escuchó el crujido del vidrio roto bajo sus pies, y en la difusa y débil luz vio algo escabulléndose de su camino. Espero que fuese algo tan inofensivo como una rata, pero algo sobre su movimiento sugirió una forma mucho más grotesca.

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—No trates de abrir ninguna puerta ni cajones mientras estés aquí, Bane. —La vos de Tatiana flotó hacia él. —Mi padre dejó muchos guardianes para proteger lo que es nuestro. Abrió la puerta, y Magnus contempló en cuarto que seguía. Había un escritorio dado vuelta y pesadas cortinas ondulando en las ventanas como cuerpos en una horca, y en el piso de madera había salpicaduras y vetas de sangre, las marcas de un enfrentamiento ya pasado que nadie había limpiado. Había muchas imágenes enmarcadas colgando torcidas o con el cristal roto. Muchas de ellas parecían contener aventuras náuticas—Magnus se había despedido del mar por su fallido intento de vivir una vida de pirata por un día—pero incluso las pinturas que estaban enteras estaban cubiertas de gris. Los barcos pintados parecían estar hundiéndose en mares de polvo. Había solo un retrato que estaba entero y limpio. Era una pintura al óleo, son cristal cubriéndola, pero no había ni una mota de polvo en su superficie. Era la única cosa limpia, además de Grace, en la casa entera. El retrato era de un chico, de 17 años. Estaba sentado en una silla, su cabeza reposando en el respaldo como si no tuviese la suficiente fuerza para sostenerlo él mismo. Era terriblemente flaco y blanco como la sal. Sus ojos eran de un profundo, todavía verde, como una piscina en un bosque escondida bajo las hojas colgantes de un árbol, nunca expuesta al sol o al viento. Tenía cabello oscuro cayendo, tan fino y lacio como la seda, sobre su ceja, y sus largos dedos estaban curvos sobre los apoyabrazos de la silla, casi aferrándose a ella, y el agarre desesperado de aquellas manos que cuentan una historia silenciosa de dolor. Magnus había visto retratos así antes, las últimas imágenes de los idos. Incluso podía decir a través de los años cuanto esfuerzo le había costado al chico sentarse para ese retrato, para la conformidad de las personas queridas que seguirían viviendo después de que él se hubiese ido. Su cara pálida tenía la mirada distante de aquellos que habían tomado ya demasiados pasos por el camino de la muerte para ser llamados. Magnus pensó en James Herondale, ardiendo con demasiada luz, demasiado amor, demasiado, demasiado—mientras que este muchacho en el retrato era adorable como un poeta moribundo, con la belleza frágil de una vela a punto de apagarse.

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En el rasgado papel de pared que tal vez alguna vez había sido verde y que había mutado a un color gris verdoso, como un mar inundado con basura, había palabras escritas con el mismo marrón oscuro de las manchas del vestido de Tatiana. Magnus tenía que admitirse a sí mismo que color era: sangre que había sido derramada hace ya muchos años y que nunca más había sido limpiada. El papel colgaba de las paredes en andrajos. Magnus solo podía distinguir una palabra aquí y allá en las piezas restantes: LÁSTIMA, ARREPENTIMIENTO, INFERNALES. La última oración de la serie todavía era legible. Decía: TENGA DIOS PIEDAD DE NUESTRAS ALMAS. Debajo de esto, escrito no en sangre pero cortado a través del papel en la pared con lo que Magnus sospechaba que era otra letra, estaban las palabas: DIOS NO TIENE PIEDAD Y TAMPOCO YO. Tatiana se hundió en un sillón, su tapicería gastada y manchada con los años, y Grace se arrodilló al lado de su madre adoptiva en el mugriento piso. Se arrodilló suave, delicadamente, su falda arremolinándose alrededor de ella como los pétalos de una flor. Magnus supuso que habría de ser una costumbre para ella descansar en la inmundicia, y levantarse de todo con un aspecto exterior radiantemente puro. —A los negocios, entonces, señora, —dijo Magnus, y agregó silenciosamente para él, dejar esta casa lo más rápido posible—. Dígame exactamente por qué necesita de mis fabulosos e insuperables poderes, y que quiere que haga. —Ya puedes ver, estoy segura, —dijo Tatiana—, que mi Grace no necesita de hechizos para aumentar sus encantos naturales. Magnus miró a Grace, quién estaba mirando sus manos unidas en su regazo. Tal vez ya estaba usando hechizos. Tal vez ella era simplemente hermosa. Magia o naturaleza, para Magnus eran demasiado la misma cosa. —Estoy seguro que ella ya es un encanto. Grace no dijo nada, solo miró hacia arriba desde debajo de sus pestañas. Era una recatadamente devastadora mirada. —Quiero algo más de ti, brujo. Quiero que, —Tatiana dijo, despacio y distintivamente—, que vayas allí afuera por el mundo y mates para mí 5

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Cazadores de Sombras. Te diré como debes hacerlo y te pagaré muy generosamente. Magnus estaba tan asombrado, que honestamente creyó que la había escuchado mal. —¿Cazadores de Sombras? —Repitió—. ¿Matar? —¿Es mi pedido tan extraño? No les tengo amor a los Cazadores de Sombras. —Pero, mi querida señora, usted es una Cazadora de Sombras. Tatiana Lightwood dobló las manos en su regazo. —No soy tal cosa. Magnus la miró fijamente por un largo momento. —Ah, —dijo—. Le pido perdón. Uh, ¿sería muy maleducado de mi parte si le pregunto qué cree usted que es? ¿Cree que es una pantalla de lámpara? —No encuentro su ligereza entretenida. El tono de Magnus era silencioso mientras decía: —Le pido perdón de nuevo. ¿Cree usted ser un pianoforte? —Vigila tu lengua, brujo, y no hables sobre asuntos de los cuales no sabes nada. —Las manos de Tatiana estaban apretadas de repente, agarradas tan fuerte como mandíbulas a la falda de su alguna vez brillante vestido. La nota de agonía real en su vos fue suficiente para acallar a Magnus, pero ella continuó—. Un Cazador de Sombras es un guerrero. Un Cazador de Sombras nace y es entrenado para ser una mano de Dios en esta tierra, librándola del mal. Eso es lo que nuestra leyenda dice. Eso es lo que mi padre me enseñó, pero mi padre me enseñó otras cosas también. El decretó que yo no sería entrenada como Cazadora de Sombras. Me dijo que ese no era mi lugar, que mi lugar en la vida era ser la hermosa hija de un guerrero, y cuando llegara el momento la esposa de un noble guerrero y la madre de guerreros que llevarían la gloria de los Cazadores de Sombras por otra generación. Tatiana hizo un gesto abarcativo hacia las palabras en las paredes, las manchas en el suelo. —Y Grace, —dijo, y se rió con amargura—. Mi padre y mi familia fueron deshonrados, y mi marido fue destrozado delante de mis ojos,

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desgarrado. Tenía un hijo, mi hermoso niño, mi Jesse, pero él no podía ser entrenado para ser un guerrero. Siempre estaba tan débil, tan enfermizo. Les rogué no poner las runas en él, estaba segura de que le matarían, pero los Cazadores de Sombras me contuvieron y le sujeté mientras las marcas quemaban su carne. Gritó y gritó. Todos pensábamos que iba a morir entonces, pero no lo hizo. Se agarró a mí, a su madre, pero su crueldad lo condenó. Cada año creció más enfermo y más débil hasta que fue demasiado tarde. Tenía dieciséis años cuando me dijeron que no podía vivir. Sus manos se movían sin cesar mientras hablaba, en las paredes para desplumar su vestido teñido con sangre vieja y antigua. Se tocó los brazos como si todavía dolieran donde había sido retenida por los Cazadores de Sombras, y jugó con un gran medallón adornado que colgaba de su cuello. Abrió y cerró, el metal deslustrado brillando entre sus dedos, y a Magnus le pareció ver un atisbo de un retrato espantoso. ¿Su hijo otra vez? Miró hacia el cuadro de la pared, la cara del joven pálido, y calculó la edad del hijo de Rupert Blackthorn debía haber tenido cuando el hombre había muerto veinticinco años antes. Si Jesse Blackthorn había muerto cuando tenía dieciséis años, el chico debía haber estado muerto desde hace nueve años, pero tal vez el luto de su madre nunca terminó. —Soy consciente de que ha sufrido mucho, señora Blackthorn, —dijo Magnus, tan suavemente como pudo—. Pero en lugar de un complot de venganza por la masacre sin sentido contra los Cazadores de Sombras, tenga en cuenta que hay muchos Cazadores de Sombras que no desean más que ayudarle, y aliviar su dolor. —¿De veras? ¿De quién hablas? William Herondale, —en su boca goteaba el odio de Tatiana a cada sílaba del nombre de Will—. Se ha burlado de mí, porque lo único que hacía era gritar cuando mi amado murió, pero dime, ¿qué otra cosa podría haber hecho? ¿Qué más se me había enseñado a hacer? —Los ojos de Tatiana eran enormes y de un verde venenoso, ojos con bastante dolor en ellos para comer entero al mundo y devorar almas—. ¿Puedes decirme, brujo? ¿Podría William Herondale decirmelo? ¿Puede alguien decirme lo que debería haber hecho, cuando hice todo lo que me habían pedido hacer? Mi marido ha muerto, mi padre ha muerto, mis hermanos se perdieron, mi casa fue robada, y los Nefilim no tenían poder para salvar a mi hijo. Fui todo lo que me pidieron ser, y como recompensa mi vida se estaba quemado a cenizas. No me hables de aliviar mi dolor. Mi dolor es lo único que me

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queda. No me hables de ser un Cazador de Sombras. No soy uno de ellos. Me niego a serlo. —Muy bien, señora. Su posición anti-Cazador de Sombras ha quedado muy clara, —dijo Magnus—. Lo que no sé es por qué cree que le ayudaré a conseguir lo que quiere. Magnus era muchas cosas, pero nunca había sido un tonto. La muerte de unos Cazadores de Sombras no era un fin que persiguiera. Si eso fuera todo lo que quisiera, ella no habría tenido que recurrir a Magnus. La única razón por la que tendría que recurrir a un brujo era si quisiera utilizar esas muertes, para alquimizar las vidas de Cazadores de Sombras con la ayuda de un hechizo. Sería el más oscuro de los hechizos oscuros, y el hecho de que Tatiana supiera de él no significaría la primera vez que se habría recurrido a la magia negra. Lo que Tatiana Blackthorn, cuyo dolor la habría consumido como un lobo dentro su pecho, quería de la magia negra, Magnus no lo sabía. No quería saber lo que había hecho con el poder en el pasado, y desde luego no quería que obtuviera el poder que podría ser catastrófico ahora. Tatiana frunció el ceño a una expresión de desconcierto que la hacía parecer la hija mimada de Benedict Lightwood. —Por dinero, por supuesto. —¿Pretende que maté a cinco personas para concebir un poder inimaginable y dejarlo en sus manos, —dijo Magnus—, por dinero? Tatiana hizo un gesto con la mano. —Oh, no intente subir el precio por fingir que tiene la moral o sentimientos, demonio. Nombre una suma superior para acabar de una vez. Las horas de la noche son preciosas para mí, y no desean perder tiempo en alguien como tú. Fue la ligereza con la que hablaba que era tan escalofriante. Aunque Tatiana podría haber sido glacial o amargada, ella simplemente estaba trabajando a partir de los hechos tal como los Cazadores de Sombras: que un Subterráneo debía ser tan corrupto que ni siquiera soñaría con tener un corazón. Por supuesto, la gran mayoría de los Cazadores de Sombras pensaban en él como algo menos que humano, y muy por debajo de los niños del ángel, así como los monos estaban por debajo de los hombres. A veces

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podía ser útil, pero era una criatura a ser despreciada, utilizada, para luego descartarlo, ya que él estaba sucio. Habría sido muy útil para Will Herondale, a pesar de todo. Will no había acudido a él en busca de un amigo, pero una fuente conveniente de magia. Incluso los mejores Cazadores de Sombras no eran tan diferentes del resto. —Déjeme decirle lo que dije una vez, en un contexto totalmente diferente, a Catalina la Grande, —declaró Magnus—. Mi querida señora, no me puede pagar, y por favor deje al caballo solo. Buenas noches. Hizo una reverencia y luego, con un poco de velocidad, salió de la habitación. Cuando la puerta se cerró con un chasquido, oyó la voz de Tatiana coincidir: —¡Ve a por él! No se sorprendió al oír pasos suaves tras él por las escaleras. Magnus se apartó de la puerta y se encontró con los ojos de Grace. Sus pisadas eran tan ligeras como las de un niño, pero ella no se veía como una niña. En esa cara de porcelana pura tenía los ojos grises, profundos lagos de fascinación con las sirenas en sus profundidades. Ella se encontró con los ojos de Magnus, y a Magnus le recordó una vez más, a Camille. Fue notable que una chica que no aparentaba más de dieciséis años pudiera rivalizar con un vampiro de siglos de dominio. Ella no había tenido tiempo para reaccionar. Magnus pensó, debe haber algo más detrás de todo este hielo. —Veo que no vas a volver arriba, —dijo Grace—. No quieres formar parte del plan de mi madre. No era una pregunta, y no parecía sorprendida o curiosa. No parecía pensar que Magnus podría tener escrúpulos. Tal vez la chica tenía escrúpulos de conciencia, pero estaba encerrada en esta casa oscura con una loca, nada más que amargura vierte en sus oídos desde el atardecer hasta el amanecer. No es de extrañar si ella era diferente de las otras chicas. Magnus se arrepintió pronto de la forma en que se había estremecido enfrente de Grace. No era más que una niña, después de todo, y nadie sabía mejor que él lo que era ser juzgado y rechazado. Él extendió la mano para tocarle el brazo.

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—¿Tienes algún otro lugar para ir? —le preguntó Magnus. —¿Otro lugar? —dijo Grace—. Residimos principalmente en Idris. —Lo que quiero decir es, ¿te dejará ir? ¿Necesitas ayuda? Grace se movió con tal velocidad que era como si fuera un rayo envuelto en muselina, la hoja reluciente larga voló desde su falda a su mano. Sostuvo el punto brillante en el pecho de Magnus, sobre su corazón. Se trataba de una Cazadora de Sombras, pensó Magnus. Tatiana había aprendido algo de los errores de su padre. Había entrenado a la chica. —No soy prisionera aquí. —¿No? —Preguntó Magnus—. Entonces, ¿qué eres? Los horribles ojos de Grace, imponentes se estrecharon. Brillaban como el acero, y Magnus estaba seguro, no menos mortal. —Soy la espada de mi madre. Los Cazadores de Sombras a menudo morían a una edad joven, y dejaban detrás a sus hijos para ser criados por otros. Eso no era nada inusual. Era natural hablar sobre su tutor como padre. Magnus no había pensado en eso. Sin embargo, ahora se le ocurrió que un niño podía ser tan agradecido que su lealtad sería feroz, que una niña criada por Tatiana Blackthorn podría no desear ser rescatada. Podría desear nada más que el cumplimiento de los planes oscuros de su madre. —¿Me estás amenazando? —Dijo Magnus suavemente. —Si no vas a ayudarnos —dijo—, deja esta casa. El amanecer está llegando. —No soy un vampiro, —dijo Magnus—. No voy a desaparecer con la luz. —Lo harás si te mato antes de que salga el sol, —dijo Grace—. ¿Quién se perdería un brujo? Y ella sonrió, con una sonrisa salvaje que le recordó una vez más a la de Camille. Esa potente mezcla de belleza y crueldad. Había sido víctima de sí mismo. Sólo podía imaginar de nuevo, con creciente horror, lo que el efecto había tenido en James Herondale, un chico amable que había sido criado para creer que el amor, también, era suave. James había entregado su corazón a esta chica, pensó Magnus y Magnus conocía muy bien a Edmund y Will para comprender que un Herondale daría su corazón. No era un regalo que podría ser devuelto.

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Tessa, Will y Jem habían criado a James con amor, y lo habían rodeado con el amor y la bondad que podían producir. Pero no le habían dado armadura contra el mal. Le habían envuelto el corazón de seda y terciopelo, y luego él se había dado a Grace Blackthorn, y ella había cambiado a jaula de alambre de púas y vidrios rotos, quemados en pedazos, perdiendo los restos, y dejando otra capa de cenizas en este lugar de horrores hermosos. Magnus movió su mano detrás de la espalda, y luego se apartó de la espada de Grace, a través de la puerta que se abrió por arte de magia. —No le dirás a nadie lo que mi madre te pidió de esta noche, —dijo Grace—. O te garantizo tu destrucción. —Creo que lo piensas así, —respiró Magnus. Ella era terrible y brillante, como la luz que brillaba en el borde de una navaja—. ¿Ah, y por cierto? Sospecho que si James Herondale sabía que iba a venir aquí, te habría enviado saludos. Grace bajó la espada. Su punto descansaba suavemente en el suelo. Su mano no temblaba, y sus pestañas proyectaban sus ojos. —¿Qué me importa James Herondale? —Preguntó. —Pensé que podría hacerlo. Después de todo, una cuchilla no elige a donde ser apuntada. Grace alzó la vista. Aún tenía los ojos totalmente imperturbables. —A la cuchilla no le importa, —le dijo. Magnus se volvió y se dirigió a través de rosas negras maleza hacia abajo, hacia las puertas oxidadas. Miró de nuevo a la casa sólo una vez, vio los restos de lo que alguna vez fue grandioso y lleno de gracia, y vio una cortina revoloteando en una ventana en lo alto, y la sugerencia de un rostro. Se preguntó quién lo estaba viendo irse. Podía advertir a los Subterráneos de mantenerse alejado de Tatiana y sus aliados. No importa cuál fuese el precio ofrecido, ningún Subterráneo se negaría a escuchar una advertencia en contra de uno de los Nefilim, para que Tatiana no usara magia oscura. Magnus no podía hacer mucho, pero no veía una manera de ayudar a James Herondale. Grace y Tatiana podrían haber lanzado un hechizo sobre él. No le extrañaría de cualquiera de ellas, pero no podía ver por qué lo harían. ¿Qué función podría James Herondale jugar en cualquier oscuro plan? Lo más probable era que el chico simplemente

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había caído presa de sus encantos. El amor era el amor, no había hechizo para curar un corazón roto que no destruyese también la capacidad de que el corazón pudiese amar otra vez. Y no había ninguna razón para decirles a Will y Tessa lo que había descubierto. Los sentimientos de James hacia Grace eran su secreto a mantener. Magnus le había dicho al muchacho que nunca traicionaría sus secretos, lo había jurado. Nunca había traicionado la confianza de Will, y ahora no traicionaría la de James. ¿Qué podrían hacer Will y Tessa, al saber el nombre del dolor de su hijo y no tener remedio para ello? Pensó una vez más en Camille y la forma en que lo había herido al conocer la verdad acerca de ella, cómo había luchado como un hombre que se arrastraba sobre cuchillos, y por último, con mayor dolor, se había visto obligado a aceptarla. Magnus no tuvo tanto sufrimiento a la ligera, pero incluso los mortales no morían de corazones rotos. No importa cómo de cruel haya sido Grace, se dijo, James sanaría. A pesar de ser un Herondale. Abrió la puerta con sus manos, espinas rascándose la carne, y se acordó de nuevo de su primera visión de Grace y la sensación que había tenido al estar frente a un depredador. Era muy diferente a Tessa, que siempre se había estabilizado y anclado a Will, suavizado su mirada de humor y la ternura de sus labios. Sería irónico, pensó Magnus, terrible y cruel ironía, para un Herondale ser salvado por el amor, y otro Herondale condenado por este.. Trató de quitarse de encima tanto el recuerdo de Tessa y Will y el eco de las palabras de condena de Tatiana. Le había prometido a Tessa que iba a regresar, pero ahora todo lo que quería hacer era escapar. No quería preocuparse de lo que pensaban de él los Cazadores de Sombras. No quería preocuparse de lo qué sería de ellos o sus hijos. Les había ofrecido ayuda a tres Cazadores de Sombras esta noche. Uno de ellos respondió que estaba más allá de la ayuda, se le había pedido que cometer un asesinato, y le habían apuntado con una cuchilla. Su relación de tolerancia mutua distante con los Whitelaws del Instituto de Nueva York pronto pareció fascinante. Era parte de los Subterraneos de Nueva York, y lo sería de otra manera. Se alegró de que hubiera salido de Londres. Descubrió en sí mismo una punzada por Nueva York y sus luces más brillantes y menos corazones rotos.

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—¿A dónde? —preguntó el conductor. Magnus pensó en el barco de Southampton en Nueva York, de pie en la cubierta del barco, dejando atrás el aire rancio de Londres por el aire marino. Dijo: —Creo que voy a casa.

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The Rise and Fall of the Hotel Dumont (The Bane Chronicles #5) Magnus Bane observa el una vez glamoroso Hotel Dumont convertirse en algo completamente distinto, en 1970 en la ciudad de Nueva York. Una de las diez aventuras de Las Crónicas de Bane. Cincuenta años después del Auge de la Era del Jazz del Hotel Dumont, el inmortal brujo Magnus Bane conoce que el monumento de Manhattan está en declive. El una vez hermoso Hotel Dumont ha caído en una cosa podrida, una ruina, tan muerto como un lugar puede estar. Pero a los vampiros no les importa...

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Cassandra Clare Cassandra Clare es el pseudónimo de la autora de la popular trilogía de literatura juvenil Cazadores de sombras. Clare nació en Teherán, Irán, aunque sus padres son estadounidenses. Ha vivido en Francia, Inglaterra y Suiza durante su infancia, trasladándose posteriormente a Los Angeles y Nueva York, donde ha desempeñado diversos trabajos en revistas y tabloides. Clare empezó a escribir Ciudad de hueso (City of Bones), la primera de las novelas de Cazadores de sombras, en 2004, inspirada en Manhattan. Antes de convertirse en novelista de éxito ella publicó una gran cantidad de “fan fiction” bajo el pseudónimo de Cassandra Claire, firmando obras inspiradas en Harry Potter y El Señor de los Anillos que fueron alabadas por la crítica, aunque con respecto a The Draco Trilogy (que fue muy bien considerada por The Times y que se basa en la obra de J. K. Rowling) ha habido algunas sospechas de plagio…

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Traducido, Corregido & Diseñado

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