1821 ... "La mayor desgracia es vivir sin conocer a Dios"
Cuando Claudina Thévenet empieza a buscar un nuevo local, desea un lugar más amplio y más apropiado que el de Pierres-Plantées. Ve muy clara la finalidad de su obra: acoger niñas pobres y sin porvenir, ocuparse de ellas hasta que sean capaces de tomar en sus manos su propia existencia, enseñarles la fe de la Iglesia, progresivamente, con la paciencia, el respeto y la esperanza del sembrador que confía a la tierra su simiente. Porque ella cree con toda el alma que las miserias del mundo provienen de no conocer a Dios. Lo mismo que expresa Paulina Jaricot cuando, acordándose del momento en que el Amor divino "tomó misericordiosamente posesión de su corazón", escribe: "Comprendí que Jesús no era amado porque no se le conocía y que su pueblo se había fabricado dioses en el corazón para adorarlos... Desde entonces los tormentos de su caridad divina se adhirieron a mi alma como un fuego devorador". Pablo Jaricot tuvo una entrevista con Claudina Thévenet. La proposición era atrayente. Pero ¿dónde encontrar los fondos necesarios? El señor Jaricot se avenía a no recibir todo el importe de una vez y Catalina Laporte, amiga de Claudina, hija de unos ricos comerciantes, se ofreció a participar en la compra con la mitad del importe. El contrato se firmó el 12 de julio de 1820. La propiedad situada en el "barrio de Fourvière, consta de un gran edificio para las propietarias, que forma esquina en dicha plaza, de un patio, de otro edificio para el colono, de un gran terreno en parte plantado de árboles, y de un terreno en arriendo, viñas y tierras de una extensión total de alrededor de trescientas sesenta áreas". Este conjunto había pertenecido a principios del siglo XVI a Nicolás de Lange, primer presidente del Parlamento de Dombes, lugarteniente general, letrado, que había acogido en su casa las asambleas de la Academia de Fourvière. Por esta causa llamaban a esta propiedad "la Angélica", nombre que conserva todavía. En agosto, albañiles, carpinteros, cerrajeros, trabajaron en las obras indispensables de acomodación. El traslado se hizo entre el 2 y el 11 de noviembre. La nueva casa albergaba a cuarenta personas y diez telares. Pero lo que más apreciaban eran los extensos terrenos donde podían jugar tan bien las niñas. Al año siguiente se construye otro edificio de cuatro pisos, de seis ventanas de fachada. Y se pidieron en préstamo las cantidades necesarias ¡fiándose de la Providencia! Las estadísticas de 1821 señalan veintiun adultos, sesenta y dos niñas, veinticinco telares. Entre tanto, se había abierto también un pensionado. El Padre Coindre había dicho: "Vuestro fin será la educación cristiana de las jóvenes de todas las clases sociales". Ese pensionado proporcionaría, además, los recursos necesarios para el desarrollo de la Providencia. ¡Sabia previsión que apoya la confianza! A pesar de las preocupaciones, Claudina experimenta un gozo profundo. Profesa una tierna devoción a María; y precisamente va a vivir con sus niñas y jóvenes y con su comunidad que va aumentando, junto al santuario tan querido por los lioneses. ¡Qué fácil va a resultarle decir una y otra vez que no hay que hacer nada sin la Virgen María, ni el aprendizaje de la vida ni las tareas educativas! En la Providencia de Fourvière las niñas entran a los siete años; se desea que permanezcan allí hasta los veintiuno, edad en que se supone adquirida la formación. Las pequeñas aprenderán a leer, a escribir, un poco de cuentas y los primeros conocimientos de costura. Después cuando ya alcancen una cierta habilidad en la costura y el zurcido, y que hayan progresado en edad y buena conducta, empezarán el arte de tejer la seda. Cuando llegue el momento de dejar la Providencia, tendrán un oficio, pero también sabrán sacar partido de todo en la casa y ser·n "la bendición" de su hogar. Al salir se llevarán no sólo un ajuar completo sino también un peculio adquirido con el importe del trabajo realizado durante el tiempo libre. En noviembre de 1821, dos maestras de Belleville-sur-Saone proponen a Claudina Thévenet que se haga cargo de un pequeño pensionado y de la escuela de niñas que dirigen desde 1804. Es una invitación a formar un nuevo enjambre, a efectuar una primera salida fuera de Lyon. Después de haber estudiado la situación sobre el terreno, Claudina Thévenet acepta la proposición. A fines de diciembre van a Belleville y se organiza una Providencia, un externado y un pensionado. La Providencia tendrá la ventaja
de que podrá acoger a las niñas que no quepan en Fourvière. Sin embargo Claudina Thévenet no pierde de vista la Providencia de San Bruno y se interesa por ella como antes. Porque sigue siendo la presidenta de la Asociación del Sagrado Corazón y, para las asociadas, esa fundación era la obra más importante; el acta de la sesión del 31 de julio de 1817 decía claramente: "los medios económicos de que podemos disponer no nos permiten ayudar indistintamente a todos los pobres, debemos por lo tanto dedicarnos particularmente a las jóvenes. La lectura de las deliberaciones del consejo de esta Providencia de San Bruno muestra algunos ejemplos del interés y la solicitud de las asociadas. Así, para estimular la actividad de las alumnas, deciden "llevar un registro donde cada mes se incluirá un boletín; en este boletín, debajo de cada nombre, se indicar·n las notas merecidas... utilizando las letras A mayúscula, a minúscula, B mayúscula, b minúscula..., la mejor nota será A" ¡No hace tanto tiempo que se ensayaba ese mismo sistema en nuestras escuelas modernas! Esas notas se tendrían en cuenta "para la distribución de premios... y se presentarán algunos de los trabajos de las alumnas de costura, bordado, escritura, etc.". Y más abajo se lee una reflexión sobre las "colocaciones" de las niñas: evitar colocarlas como cocineras o muchachas de servicio, porque al dejar esos puestos "se encuentran sin oficio"; informarse bien de las personas que quieren emplear a la joven; no aceptar el contrato antes del mes de prueba, y entonces hacer el contrato con los dueños y delante de testigos; visitar de vez en cuando a las jóvenes y a los que las han empleado". Se estudia también cuál es el trabajo más apropiado para las niñas: "viendo que la costura, el devanado y los demás trabajos de la fabricación de la seda son por lo general los oficios más convenientes para esas niñas, se considerar·n sus gustos y disposiciones para poder darles así el que les vaya mejor". ¡Da gusto oír estas cosas! Y cuando se adquieren "uno o dos telares para empezar", se requiere enseñar a fabricar telas de seda a las niñas que les guste y que sean capaces de hacerlo bien". En Fourvière, Claudina hará lo mismo. Incluso dispondrá de mayor libertad y ser· muy feliz animando el equipo de las hermanas encargadas de la Providencia. Se reserva para sí algunas tareas, sobre todo la de admitir a las niñas. Se había establecido la norma de no recibirlas antes de los siete años. Pero hay casos en que hay que dejar de lado la norma. Así vemos que la Madre San Ignacio acoge a una pequeñita de dos años y medio porque su joven madre soltera no puede tenerla en casa; del mismo modo recibe a dos niñas de cinco años. A menudo las niñas llegan en un estado lamentable. "¿Qué quiere usted que hagamos de esto?", dice un día la portera con cierta impaciencia. Y la superiora le responde: "Déjela entrar; ya verá qué joven tan bonita será a los dieciocho años". Es la respuesta de una madre. Claudina Thévenet no dejar· a nadie el privilegio de lavar, peinar, vestir y calzar a las niñas que llegan, sobre todo si, según dice la hermana portera, es de "lo peor que hay en las calles". Y, ¡qué alegría cuando, transformadas, las presenta a sus compañeras! ¡Con qué cariño y confianza habla de ellas! Escribe a su sobrina Emma: "No puedo darte noticias muy satisfactorias de la pequeña Dechaux; tenía casi doce años cuando la recibirnos y, hasta entonces, pasaba la mayor parte del día en las calles de Villefranche, dando y recibiendo puñetazos de los chiquillos de la calle; hubo uno que un día le dejó la cara ensangrentada... Al principio de estar aquí, su modo de portarse estaba de acuerdo con esa primera educación; ha cambiado mucho, aunque le queda mucho por hacer. Espero que con la ayuda de Dios, podremos hacer algo de ella. Un día se porta bien, y al día siguiente mal; si alguna vez llega a enderezarse creo que podrá ser una buena chica; es bonita y trabaja bien para su edad... pero cuando ella quiere, y no siempre quiere". Y en otra carta: "Creo que esta niña será un día el consuelo de su pobre madre". Y más tarde de nuevo: "Me pides noticias de la pequeña Dechaux; hay muchas intermitencias en su conducta, pero esta niña tiene buen corazón". Cuando las jóvenes dejan la Providencia, la Madre San Ignacio trata de seguirlas y recomendarlas a quien pueda ayudarlas. Así explica a su sobrina de Villefranche que el señor Pelletier ha encontrado una colocación para su hija en Villefranche, pero la Madre está preocupada de que esta niña salga de la Providencia. Entonces le dice a Emma que la recomiende al Párroco. Rdo. Donnet, y añade: "Te estaría muy agradecida si me pudieras decir algo acerca de la casa donde estará; si de vez en cuando tú tienes
ocasión de darle algún buen consejo...". Pero hay algo que la Madre San Ignacio prodiga a todas las niñas y jóvenes que se educan en la Providencia y que un día partirán: su oración, esa letanía de intercesión y de acción de gracias, formada por todos los nombres y todos los rostros, y que a veces obtiene verdaderos milagros. Es lo que sucedió a esta joven de dieciocho años que desde los catorce padecía "el baile de San Vito" y que estaba en un estado lastimoso. Se cuenta que uno de sus tíos, creyendo que las religiosas se dejaban engañar por la niña, la obligó a levantarse; pero cuando vio los miembros de su sobrina crispados por las contracciones, la volvió a meter en cama enseguida, y desapareció sin que le volvieran a ver nunca más. Un día, la Madre San Ignacio, desolada ante el estado en que se encontraba la joven, llamó a la enfermera y le dijo: "Llévela a Fourvière y tráigamela curada". Llevaron a la enferma en una butaca a la capilla de la Virgen... Se produjo el milagro. Aquella misma tarde, Juana pudo reunirse con sus compañeras que jugaban alegres y bulliciosas en el jardín. La obra predilecta de la Madre Fundadora es evidentemente la Providencia. Las religiosas se dan cuenta y dicen: "Nuestra Madre rejuvenece cada vez que visita la Providencia". ¿Quiere eso decir que se ocupa menos del pensionado? Ciertamente, no. El 19 de junio de 1820, el ministro de Instrucción había dirigido una circular a los Prefectos para poner en regla la situación de los centros de enseñanza femeninos que no fueran escuelas primarias. Esta circular hablaba de someter a las maestras y vicemaestras de los pensionados a un examen riguroso. Claudina Thévenet no tarda en doblegarse a las exigencias del Ministerio y el 19 de diciembre de 1822, se presenta, con varias de sus compañeras ante la comisión encargada de examinar a las candidatas. Agrupadas con el nombre de "Damas de la Piadosa Educación" reciben un diploma: Claudina Thévenet, Hermana San Ignacio, -48 años- de maestra de Pensionado, sus cinco compañeras, mucho más jóvenes, de vicemaestras. Como ya lo había hecho en la Providencia, Claudina Thévenet confía la dirección del pensionado a una religiosa bien formada que trabajará con unas auxiliares de "talento poco común". Se preocupa de la formación de esas educadoras, pero les recuerda en primer lugar la necesidad imperiosa que tienen de trabajar por "la salvación y la perfección" de las jóvenes que se les confían. Porque ellas participan en la misión misma de Cristo maestro y deben estimular su celo recordando a menudo las palabras del Evangelio: "He venido a encender fuego en la tierra, y ¿qué he de desear sino que arda?". Y estas otras: "Dejad que los niños vengan a mí porque el Reino de los Cielos es para aquellos que se hagan como uno de estos pequeños". Les recomienda también la sencillez y la prudencia, la reserva y la madurez de juicio, la formación continua: "No descuidéis medio alguno para conservar y perfeccionar cada día" vuestros conocimientos, pero evitad "la ridícula pretensión de parecer mujeres sabias". Las anima a atesorar paciencia, mansedumbre y humildad; a ser valientes y a poner en Dios toda su confianza. Estas recomendaciones son, por supuesto, para todas las religiosas que están con las niñas tanto en la Providencia como en el Pensionado. "Hay que ser las madres de estas niñas, verdaderas madres", les repite a menudo. La Providencia y el Pensionado marchan bien en Lyon y en Belleville. Claudina ha sabido contagiar su entusiasmo a sus compañeras; la alegría de todas: niñas, jóvenes y religiosas es la señal inequívoca de que se va por buen camino.
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