Volveran Los Magos

  • October 2019
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  • Words: 2,023
  • Pages: 7
¡¡ VOLVERAN LOS MAGOS !!

Sus majestades, Melchor, Gaspar y Baltasar estaban realmente desesperados. Melchor se manifestaba apesadumbrado: -Somos unos mentecatos. Llevamos tiempo regalando basuras que no sirven para jugar, castran la fantasía y esconden la felicidad a los niños. Gaspar, por su parte, iba más lejos: -Es preciso convocar a todos los colegas desde Olentzero a Papá Noël. Estoy hasta las barbas de estos niños sonrosados del Norte. Nosotros llevándoles juguetes mientras sus enternecidos papis.... No podemos permanecer en la complicidad. Baltasar se debatía en un mar de dudas: -Sé qué estáis pensando. Pero no veo clara la decisión. Es cierto lo que decís, pero esos niños no tienen la culpa. Tampoco es idéntica la situación de todos lo niños de los países que visitamos. Y, además, por muchos juguetes que acumulen, no juegan en la calle, no tienen amigos, tienen menos cariño, están más solos, les arrebatan la fantasía..., ¿pensáis que son felices? -En ese caso, en vez de las simpladas que regalamos, deberíamos ser más majos y magos de verdad regalando frasquitos de cariño, bolsas de caricias, paquetes de besos o puñaditos de fantasía -apostilló Melchor-. No obstante, tienes razón. No sé. Las dudas de Baltasar impregnaron las esponjosas meninges divinas de sus compañeros magos que seguían desconsolados, no sin consolas, sino sin consuelo. La discusión se prolongaba sin solución y la decisión de suprimir el reparto anual de ilusión iba tomando cuerpo. Baltasar entonces realizó una propuesta:

-Yo sería partidario de dar una nueva oportunidad. Un año más. Si encontramos una niña o niño, sólo uno o una, que demuestre solidaridad, inteligencia y valor, mantendremos nuestra visita. De lo contrario, permaneceremos afincados en los divinos harenes de Oriente por toda la eternidad. Asumida la propuesta del negro, a lo largo del año allí, en la paz del Oriente -el de Aladino y las Mil y una noches, porque el otro era todo una bronca- se dedicaron a repasar en su mágica videoteca algún rostro, algunos ojos que permitiesen vislumbrar una inteligencia salvífica. En Noviembre ya habían visionado casi todas las cabalgatas y se encontraban sumidos en la desesperación ante la falta de indicios positivos. Pero la última semana se habían animado más, contaban con una pista en la que tenían puestas todas sus esperanzas. Era en el Norte, en Europa, en uno de sus estados de segunda división que no ganaba para goles, pero aún y todo, Norte. La inmensa mayoría de las familias se habían tenido que apretar el cinturón, pues la crisis la casaban, los de y como siempre, con la liquidación de los avances de la sociedad sumada a despidos, congelación salarial y vapuleo pluridimensional a parados, jóvenes, insumisos, presuntos terroristas, mujeres y magrebíes. Esa era la situación de la familia de Maite, la niña en quien sus majestades habían depositado sus regias pupilas. Ramón, su padre, había sido despedido de una antigua fábrica de tornillos comprada por una multi. Su madre, Pepa, era maestra interina, pero la crisis había pegado su mayor dentellada en el presupuesto de educación y sólo muy de vez en cuando era llamada para realizar una sustitución. No obstante, la situación no había amilanado a la pareja que mantenía la alegría de vivir y adoraba a su hija. Maite era una niña animada y despierta siempre con sus ojillos abiertos sin perder detalle de cuanto le rodeaba para luego analizarlo en su menuda cabecita con un rigor no adecuado a su edad. No se le escapaba la situación que se vivía en casa. No sólo la entendía, en casa ayudaba en todo lo que estaba a su alcance, fregaba, quitaba

el polvo, iba de compras, pasaba el aspirador.... Para Ramón era un consuelo llegar a casa, desanimado de no ver más que los rostros ya conocidos en la manifestación, y encontrar a su hija que corría a su lado a contarle lo que había hecho en la escuela, donde sus avances eran sorprendentes. Aquel año las Navidades fueron acercándose callandito, pero una pisada en la hojarasca ya completamente ocre y una caída del termómetro propiciaron que Maite cayera en la cuenta de su proximidad. Los últimos años por esta época Maite sufría y hacía sufrir. Era consciente de su aportación a casa en la medida de sus posibilidades y de su buen rendimiento escolar. Pero no conseguía asumir que Mari Loly, su prima, que por no hacer no se hacía ni su cama y que era un desastre en el colegio, fuese anualmente recompensada por Baltasar con juguetes infinitamente mas guays que los que ella recibía. Año tras año comprobaba la falta de tacto del Rey Negro y este año había decidido no entrar en el juego. No era justo y no quería saber nada con él. Ramón y Pepa lo habían comentado los años anteriores sin encontrar una salida a la situación. Pero este año iban a conseguir romper la cadena de injusticias y enderezar los estúpidos designios regios. Ramón en Agosto había comprado, a muy buen precio, una bicicleta que había caído en la tómbola de fiestas a una vecina anciana y la tenía guardada en casa de un amigo. El problema se había presentado cuando ni él ni Pepa conseguían persuadir a Maite de la conveniencia de enviar la carta a Baltasar solicitando la bici por la que siempre había suspirado. -¡Y un jamón con chorreras!, como dice la abuela, diría Baltasar si leyera mi carta pidiéndole una bicicleta -adujo la pequeña cuando le animaron a tomar el bolígrafo. Las temperaturas descendieron ostensiblemente, se vistieron de blanco las colinas del entorno y los turrones salpicaron, con más o menos profusión y calidad, las mesas de la Noche Buena. También la de Ramón, Pepa y

Maite a la que, como de costumbre en tan señalada fecha, se sumaron Dolores, la hermana de Pepa, su marido y su hijita Mari Loly. Cuando estaban rebañando el caramelo líquido del flan, Mari Loly preguntó a Maite: -¿Qué has pedido a los reyes? Maite, como si le hubiesen pinchado, respondió: -Este año nada. No tengo ganas de más juguetes. Su prima con cara de extrañeza prosiguió: -Pues yo iba a pedir una bicicleta, pero mis padres me han dicho que este año los reyes están pobres y que debería pedirles una Lady Still. -¿Otra muñeca? -Es que ésta hace unas cosas.... ¿Sabes? Canta, llora, ríe y da de mamar a un bebé chiquitín. Fíjate que vale 12.000 pesetas. Maite dio un bote y saltó de su silla para dirigirse rápidamente a su cuarto. Pepa, que no había perdido detalle, fue tras ella. -¿Qué te pasa Maite? -preguntó nada más entrar y ver a su hija tendida en su cama. -Nada mamá, que esa Mari Loly es tonta del culo. -¡No hables así de tu prima! -¿Cómo quieres que hablé si no hace más que pasarme por las narices que Baltasar le va a traer una muñeca de 12.000 pesetas que hace esto, lo otro y lo de más allá? Y seguro que se la trae, verás. -No te apures, mi chica. -Jolín, no te apures. ¿Te parece justo? Di, ¿te parece justo? -Seguro que Baltasar también te trae algo a ti.

-Puedes estar segura de que este año no me trae nada. -¿Porque no le has escrito? Aún estás a tiempo y, en todo caso, los Reyes son magos, saben mucho y seguro que saben qué te hace ilusión. -Pues ya verás cómo este año no me traen nada. ¡Seguro! -Bueno me voy a estar con los tíos. Les diré que te has puesto mala y te has metido en la cama, ¿vale? -Vale, mamá. Al ser de vacaciones, los días siguientes se sucedieron con inusitada velocidad, presentándose sorpresivamente el cinco de Enero. Ramón y Pepa, conscientes del rechazo de su hija hacia los Reyes, ni plantearon acudir al centro para contemplar el paso de la cabalgata como era tradición. Pero, no sin estupor, recibieron la idea de acudir a la Plaza por parte de Maite. Accedieron gustosos. Como siempre, la espera fue larga, fría y húmeda. Al fin sus majestades aparecieron por el paseo e iniciaron la vuelta a la Plaza entre ojitos rutilantes amontonados en las aceras. Llegó así la cabalgata al punto donde Maite y sus papás esperaban. Melchor pasó generoso en besos y caricias a todos los más chiquitos. Gaspar, con menos fans entre la gente menuda, era el recurso de los padres que no habían alcanzado a Melchor y temían la avalancha del siguiente y último. Apareció finalmente Baltasar succionando y vaciando completamente las aceras con su impresionante magnetismo. Maite se volvió hacia su madre y con cara inocente preguntó: -Mamá, ¿voy? -Corre, mi chica -le animó Pepa. Y dirigiéndose a Ramón-: ¿Ves?, no se ha podido aguantar.

-¡Cómo se te cae la baba! -afirmó él con ternura iniciando un achuchoncito. Maite se acercó a la majestuosa carroza. Clavó sus pupilas en las negras de Baltasar que se acercó a ella sonriendo. Estaba decidida. Todo fue muy rápido y confuso. Nadie supo bien qué había pasado. Los que siempre lo saben todo, aunque no habían podido verlo, afirmaban con seguridad que Baltasar al descolgarse de la carroza para besar a los pequeños había perdido el equilibrio, que se había tropezado por no pisar a un niño, que se había desmayado de la emoción, que.... De cualquier manera, una aparatosa caída lo había dejado manando sangre sobre el frío asfalto. Ambulancias, Cruz Roja y Guardias Municipales envolvieron la viscosa masa infantil para, a duras penas, rescatar a su Majestad y trasladarlo a urgencias a golpe de sirena. Aunque la acción del monarca quiso ser continuada por sus engalanados pajes, no pudo ser posible, pues el terror de ver a su ídolo regio con su rostro ensangrentado y aplastado contra el suelo, era demasiado fuerte para los niños. A ello se unió el revuelo de las ambulancias y la locura de los padres por rescatar, a su vez, a sus pequeños. Pepa y Ramón tuvieron que pelear con los mil padres al borde de la histeria para desentrañar la madeja de gorritos y bufandas que, inmersa en un griterío ensordecedor, envolvía a su Maite. Por fin, una Maite pálida fue extraída por Ramón del tumulto. Una vez junto a su madre, ésta le animó: -Vamos, Maite, mi chica. ¡Qué susto te has dado!, ¿verdad?. No ha sido nada. No ha pasado nada. Baltasar es rey y es mago. Se pondrá bien muy pronto. Y, no lo dudes, sus pajes realizarán todos sus encargos. Al día siguiente Maite daba brincos de alegría cuando al despertar le lanzó un guiño metálico el manillar de una flamante bicicleta, nueva y de su tamaño. Saltó de la cama la acarició con suavidad. Entonces quedó paralizada al pensar cómo le había podido regalar Baltasar semejante bicicleta. Abandonó sus pensamientos, miró la bici, le dio un beso y salió zumbando hacia el cuarto de sus padres. No cabía en el camisón.

A media mañana, después de contemplar, acariciar y revisar su nueva bici, se dirigió a la cocina, con ella, para desayunar. Cuando entró, Pepa hablaba por teléfono. Su padre señalando con los ojos a su esposa, movió significativamente su mano como quien da vueltas a una manivela. Eso quería decir que hablaba con Dolores, su tía, y que, como de costumbre, tenía para rato. A Maite le saltó la risa. La risa percató a Pepa de su llegada y entonces, tapando un segundo el teléfono, preguntó a su hija: -¿Le digo que se ponga Mari Loly? -No -contestó Maite y explicó-, va a pasar envidia. Cuando hubo colgado el teléfono, Pepa le dijo: -No sé por qué no has contado a tu prima qué te ha traído Baltasar. Maite contestó preguntando a su vez: -¿Crees que le haría mucha gracia que le pasase por el morro la bicicleta? -Tú no se lo ibas a pasar por el morro. Seguro que no. Además la verdad es que Baltasar te la ha dejado. -No sé... -¿Qué, no sabes? -¡Que no entiendo a Baltasar! ¡No sé cómo funcionáis los grandes! Pamplona, seis de Enero de 19... JAVIER MINA, Pamplona, enero de 1994

Publicado en “Antojos de Luna” 12-1995

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