Volveran, Seguro

  • October 2019
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  • Words: 2,787
  • Pages: 11
¡VOLVERAN!, SEGURO

-¡Aita! -¿Qué? -¡Aita! ¡Aita! -¿Qué pasa? Txabi -¡Una golondrina! ¡Está en el tendedero! -Y… ¿qué? -¡Que está llorando! -Txabi, lo siento, pero tengo prisa. Trabajo de tarde. -¡Jo, aita! Prisa, prisa... como siempre. No sé cuándo vas a apuntarte a otro trabajo. -Tienes razón, Txabi. Enseguida acabo. Pregúntale tú mientras por qué llora. -¿Qué te pasa? Estás llorando. -Sí. Estoy triste. -Y ¿por qué estás triste? -¿Ves mi nido en tu balcón? -Sí. -Pues ahí nací yo. Y mi mamá y mi abuela. Con la primavera, como todos los años, he llegado a Iruña con mi amigo. Hemos venido aquí con la intención de adecentar un poco el nido para cuando nazcan nuestras pequeñas golondrinas.

-Pero eso lo hacéis todos los años. Dime por qué lloras. -Lloro porque este año vamos a tener que irnos a otro lugar. -¿Por qué? ¿No queréis estar aquí con nosotros? Yo puedo traeros todos los días migas de pan. Y agua también. Sí. -No, no es por eso. Mira, tú tienes cuatro años... -¡No! ¡Estos! Si ya voy a la ikastola... -¡Qué mayor! Conforme vayas creciendo más, irás dándote cuenta de cómo esta ciudad se va deteriorando. Han ido estropeando las calles, las plazas, los alrededores, el río, el aire...; hasta tal punto que si nuestras pequeñas golondrinas rompiesen aquí el huevo, morirían en pocos días. -¿De verdad? -Por eso lloro. Porque me da pena abandonar mi nido. -Claro, le tienes cariño. -¡Escucha! En ese nido un día muy lejano salí yo de un huevo muy chiquito muy chiquito. Al principio mis papás me daban la comida al pico. Cuando pude ya saltar hasta este tendedero, no puedes imaginar mis emociones.. Después, poco a poco, fui aprendiendo a mover mis alas cada vez mejor y pude dar algún vuelo corto. Una mañana radiante me lancé hasta aquella teja oscura. -¿Cuál? ¿La rota? -No. La que sobresale un poco hacia afuera, junto al agujero de la cañería. -Ya la veo, ya la veo. -Bien, pues, cuando desde allí pude ver todos los desiguales y viejos tejados y las torres de la Catedral y de San Cernin, me creí la reina del espacio contemplando su inmensa galaxia. -Y, de mayor, ¿has venido siempre aquí?

-Sí. He ido viniendo todos los años. Al principio era maravilloso. Tal vez, al ser más joven, aún me parecía más bonito todo. No había coches ni humos llenándolo todo. Las calles, cada una con su olor particular, eran una delicia, eran para pasear y charlar o para jugar. Recuerdo que nosotras solíamos volar tras unos carros tirados por un caballo en los que se repartía la leche. Cuando de la garrafa se derramaban algunas gotas sobre los adoquines del suelo, corríamos a teñirnos el pico de blanco. Nos daba mucha risa. -Cuéntame más cosas, que me gusta mucho escucharte. -Todos los años por primavera, al llegar a la ciudad, las palomas nos invitaban a una fiesta. Ellas vivían por entonces en un gran palacio de varios pisos. A un lado del palacio había un estanque con cisnes a quienes los niños de la ciudad llevaban las migas sobrantes de la mesa de su casa. Al otro lado del palacio, en la parte posterior, en medio de un bosquecillo de frondosos árboles, existía un lugar dedicado a la música. Desde allí los sones de los gaiteros, de los txistularis o "La Pamplonesa", se elevaban e invadían el palacio por sus innumerables ventanales. Era una música maravillosa.... -¡Espera! -Dime -¿Dónde está ese palacio de las palomas? -¿Conoces el árbol de la Takonera que primero hace brotar sus hojas en primavera? -Sí, sí sé. Uno que está detrás del Paraguas, donde había un bar de madera blanco y verde y ahora han hecho otro grandote. ¿A que sí?. Me lo enseñó mi aita. -Pues allí mismo estaba el bosquecillo de la música y al lado el estanque de los cisnes y el palacio de las palomas. -Y, ¿dónde están ahora? -No están. Un buen día unos hombres que mandaban mucho pensaron construir allí un hotel. Como no les importaban ni los árboles, ni los cisnes, ni las palomas, ni la música, ni los niños; quitaron el estanque, derribaron

el palacio e hicieron construir su hotel. Un gran número de árboles fueron talados, la música dejó de sonar, los niños ya no pudieron llevar migas a los cisnes, las palomas quedaron sin su palacio y nosotras sin nuestra feliz fiesta anual. -Y, ¿los cisnes? -No lo sé. Tal vez acabaron en sopa. -¡Qué jeta! Cuéntame más cosas. -Una de nuestras gozadas era el Arga. De sus orillas ya nos traían los papás la comida al nido. Cuando ya volaba bastante bien y pude ir a conocerlo, me puse loca de alegría. Me pareció precioso, tan hermoso, tan limpio. Recuerdo que fue donde ponían la feria de ganado, junto a las pasarelas. Entonces mi papá me invitó a subir a verlo de más arriba. Subimos juntos muy alto, muy alto. Desde allí vi la ciudad como un paquete de viejos tejados atado con una roseta de plata, el Arga. Allí también, cuando éramos jóvenes realizábamos nuestro vuelo favorito. -¿Cuál era? -Íbamos bajo la Medialuna y desde allí volábamos a toda velocidad rozando el agua con estas plumas blancas del pecho. Recorríamos todo el río. Hasta el puente Miluze. Era una chulada. Recuerdo que la primera o una de las primeras veces que lo hice, casi me voy al agua del susto que me di al coincidir con el Plazaola en el puente. -¿Quién es Plazuela? -Plazuela no, Plazaola. El Plazaola no era un señor. Era un tren para ir a Donosti. Los antiguos, en vez de ir a San Sebastián cada uno en su coche mareándose por las curvas y con peligro de chocarse, se iban todos juntos charlando a gusto en un tren que no corría mucho pero en el que siempre llegaban. Y, además, mucho más barato. Bien, pues ese tren se llamaba el Plazaola y pasaba por un puente que hay en la Rochapea. Uno muy feo, con los ojos grandes y cuadrados. -¿Donde andan las piraguas y hay un puente nuevo redondo y alto alto?

-Sí, ése es. -¡Oye! Y... ¿jugabais mucho las golondrinas? -Desde que se desperezaba el sol hasta que mandaba la luna. -¿Dónde solíais jugar? -De muy chiquita jugaba en una plaza de la calle Compañía. -¿En la calle Compañía? -Sí. Justo en el lugar que luego ocupó una escuela que se quedó sin niños. Allí había una hermosa plaza con árboles y bancos. En vez de arreglar, como hicieron luego, las antiguas escuelas, construyeron otras al lado, total para tirarlas ahora. Así perdí mi primer lugar de recreo y los vecinos perdieron un sitio para estar juntos. Allí los abuelos se contaban sus recuerdos, las cotillas le daban a la sinhueso, los chicos jugaban al marro o al tres navíos en la mar y las parejas se daban sus primeros besos o se hacían cariños. A lo mejor vuelve a ser lo que fue. ¡Ojala! -Te acuerdas muy bien de todo. -No olvidaré nunca aquella plaza. En ella estuve a punto de perder la vida una mañana. Pasaba el camión de la basura y en un cajón recién vaciado vi contonearse una lombriz. Me lancé por ella justo cuando el basurero lanzaba encima otro cajón vacío. Quedó aprisionada mi ala derecha. Más vale que no tardó en pasar una panadera arrastrando su carro, pues allí mismo había un horno. Sus encallecidas manos me acariciaron y el candor de sus ojos acabó de reponerme. -Y cuando quitaron la plaza, ¿dónde jugabas? -Durante un tiempo acudíamos a jugar al Arcedianato. -¿Qué es eso?, con ese nombre tan difícil. -Era un lugar que había junto a los claustros de la catedral. Había un paseo con árboles, un pozo y unos porches con el suelo de piedras haciendo dibujos.

-No sé dónde dices. -Hasta hace poco casi toda la ciudad desconocía su Catedral. Pero ahora la están conociendo. Dile a tu papá que te lleve. Junto al claustro verás una casa con chimeneas muy altas y en punta. Allí era. -¿Qué pasó? -Pasó como con el palacio de las palomas. Unos señores gordos, vestidos de negro y rojo, que todas las mañanas se juntan a cantar, decidieron tirar todo y hacerse una casa nueva. -¿Por qué hicieron eso?, si era tan bonito. -Nunca llegamos a saberlo. Unos niños amigos nuestros se lo preguntaron a sus papás. Ellos, tan claros como siempre, les contestaron que el poder estaba en la punta del bonete. Ni los niños ni nosotros supimos nunca qué querían decir con eso. -¿Dónde fuisteis después? -Hemos ido pasando por muchos sitios, por la plaza del lobo, la que han agujereado para esconder coches. En ella veíamos cine. -¿Cine? ¿Qué cine? -El cine público. Lo veíamos en una gran sábana blanca en la que nos parábamos y la gente se reía. El que quería lo veía de pie y el que no, se llevaba su silleta. Nosotras lo veíamos desde una farola. Salía un hombre con bigote sombrero y un bastón !Qué risa...! -¿Cuánto había que pagar? -Nada. Era gratis. -¡Qué guay! Ahora vale muchísimo, nosotros los pequeños no podemos ir. ¡Sigue! ¡Sigue! -También jugábamos en los jardines que están junto a la Plaza de Toros, donde han hecho también agujeros guardacoches. También en la plaza

de los Corazonistas. Pero, poco a poco, los coches y las excavadoras nos han ido echando de todos los sitios para convertirlos en garajes al aire libre o en solar de feísimas casas. Pero esto no va a quedar así. Para empezar, los tarines y las cardelinas han decidido no revolotear por Iruña. Las pikarazas del río Alrevés, ante el aumento de la porquería del río, han tomado la decisión de largarse también. Los vencejos aún no han llegado a un acuerdo, pero la mayoría están buscando otros lugares. Y todas las aves de pasa, en una reciente asamblea, han aprobado una propuesta de las palomas de viajar por la costa, evitando así las escopetas y los humos de Iruña. -¡Qué pena me da! Los más pequeños no sabrán cómo es una golondrina ni cómo gritan los vencejos. Ni verán los colores de un tarín o una cardelina. Sólo en los cuentos o en los vídeos. -Pero no creas que las cosas se ponen mal sólo para los pájaros y otros animales. También para vosotros los niños. -¿Por qué para nosotros? -Antes los niños eran los que más disfrutaban de la ciudad. Todo estaba, sin nadie buscarlo, a su medida. Jugaban a mil juegos por todas las calles jardines y plazas. -¡Espera! Cuéntame a qué jugaban. Todos los juegos, ¿eh? -No podré acordarme de todos. -¡Por fa! -Jugaban con canicas de piedra o bolos de gaseosa. Jugaban a la china y al diábolo. Bailaban la trompa. Saltaban a la comba. Reunían chapas de cerveza, sellos o doradas etiquetas de tiendas. Jugaban a cromos o a los palillos con los esqueletos de los polos de pela. Gastaban sus ochenas comprando regaliz o limonicos en el carrico de la Roba, en las crispetas de Eliseo o en el Sordico. Hacían rabiar a Agustín, a Masi Cutera o a Pantierno, coreaban a Radio Macuto o aplaudían los pases de Hojalata. Exploraban la Cueva del Diablo.

-¿Qué es eso? -Un pasadizo de la muralla, bajo el Redín. -¡No te pares! ¡Sigue, sigue! -Hacían equilibrios en las murallas. Se tiraban por la cuesta Rompeculos. Hacían explosiones con carburo o chipichapas en las pasarelas. Se bañaban en San Pedro bajo las presas y los mayores en los Alemanes o en el Minetas. También mangaban alguna manzana en las huertas de los alrededores. Se desplazaban por la ciudad subidos en la trasera de los camiones. Muchas veces tenían que correr delante del Jaulero o Caravinagre y de la ronda que eran varios municipales en bici. -Y, ¿los menos grandes, como yo? -Los grandes, como tú, alquilaban un triciclo para andar por Takonera, llevaban migas a los cisnes del estanque, arrastraban a sus papás hacia la barquillera, una señora enorme y de cara bondadosa que en una garrafa reluciente y colorada como sus carrillos llevaba barquillos y tortas. También corrían tras las palomas. Se revolcaban en las piscinas de arena de la Medialuna. Se columpiaban en las cadenas de los fueros que de esta forma tenían una utilidad. Hoy, en cambio, los niños no podéis disfrutar de vuestra ciudad. Todo es sucio o peligroso. Los alrededores son un chirrión. El Arga está hecho una porquería sin apenas peces. Las calles y plazas pertenecen a los coches que lo invaden todo, bien para circular, bien para aparcar. Para vosotros quedan las aceras, cuando no están repletas de automóviles, y los patios de las escuelas si no están sembrados de cristales o jeringuillas. -Sí, pero tenemos muchos juguetes y podemos comprar, tú ¿qué te crees?. -Los mayores os han contagiado su error y pensáis que comprar o tener una cosa equivale a disfrutarla. Seríais mucho más felices si pudieseis disfrutar de la ciudad. Y no sólo no podéis hacerlo, sino que en breve, ésta va a dejar de ser vuestra ciudad. -¿Sabes qué?

-¿Qué? -Que ya estás empezando a hablar como los mayores, como un papá o un maestro, y no me estoy enterando de nada. -Perdona. Quiero decir que, hasta no hace mucho, los niños disfrutaban de su ciudad. Ahora ya no disfrutáis. Dentro de poco los niños serán ciudadanos de esta ciudad como podrían serlo de cualquier otra ciudad del mundo, pues todas serán iguales. Bloques de casas iguales, calles similares. De vez en cuando, entre las casas unos pequeños huecos bien para plantar una hierba que nunca se atreverá a crecer o bien para colocar tubos de hierro en forma de toboganes o columpios. Serán un parking para niños. Más tarde, por seguridad de los pequeños, los cerrarán y pondrán un licenciado en pedagogía lúdica infantil que dirá a los niños a qué, cómo y cuándo deben jugar. -¿Sabes? Mi papá es mayor y no tiene la culpa de todo lo que dices. -Seguro que no. Todos los adultos tienen un pellizco de culpa, pero la mayoría muy poca. -Pero mi papá trabaja tanto.... -Sí, es curioso. Cada vez adelantan más y cada vez se trabaja más y más deprisa. Esta mañana he sentido una pena.... Hemos dormido en el nido de una amiga, junto al puente Miluze. Hacía fresco y cuando aún faltaba mucho para amanecer, han empezado a pasar coches y autobuses. Hemos volado tras ellos. Han parado donde hay muchas fábricas. Todos con caras de sueño y mal genio salían en tromba y se amontonaban en la puerta como las ovejas ante la de su corral. Unas pikarazas nos han dicho que junto a Huarte y Artica y en el camino de Tafalla, pasa lo mismo todas las noches. Y un gorrión ha dicho haber visto que con reloj les cuentan el tiempo de lo que hacen y que no se pueden mover. Y, lo que es peor, a muchos no les dejan trabajar, se ponen locos y lo pasan mal ellos y sus hijos.

-¡Mira! ¡Otra golondrina! Se ha parado en la chimenea de la gorda del segundo. -Sí. Es mi amigo. Tengo que irme ya. Hemos de buscar un lugar hermoso para construir un nuevo nido cómodo y agradable. Pero, antes de irme, quiero pedirte un favor. -Di, di. -Cuida mi nido y no permitas que lo destruyan. Tengo la esperanza de que vosotros, cuando crezcáis, haréis una Iruña habitable para todos. Para los animales, para los niños, para los abuelos, para todos y para nosotras, las golondrinas, también. Así, las crías que van a nacer para este verano vendrán un día a este nido. ¿Vale? -¡Vale! ¡Trato hecho! ¡Agur! -¡Aitá!, ¡Corre! ¡Ven! ¡Se va! -¡Ahora voy! -Se ha posado en la teja oscura en que un día se sintió la reina de las aves. Está mirando al nido. ¿Vienes o no? -Envuelvo el bocadillo y voy. -¡Corre! Ha volado hasta ella su amigo. Le da un empujoncito con el trasero, es como un cariño. Ya baten las alas. -Aquí estoy, Txabi. -¡Míralos! ¡Allí vuelan! ¡Qué pobres! Se van por lo sucia que está nuestra ciudad. Por eso no se quedan en este nido. ¿Tú crees que un día...? -¿Que si volverán?. No hay duda de que para cuando tú seas un poco mayor... volverán porque Pamplona será una ciudad limpia. -¿Seguro que sí? -¡Seguro! Puedes estar tranquilo.

-Y tú ¿trabajarás menos y tendrás más tiempo para jugar conmigo? -Puedes estar seguro también de eso. Ahora, dame un beso que, si me descuido, perderé el autobús. ¡Agur Txabi! -¡Agur, Aitá!

JAVIER MINA, Pamplona, mayo de 1983 Publicado en “Antojos de Luna” 12-1995

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