Textos S Reconciliacion

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"El arrepentimiento alcanza su plenitud cuando uno consigue agradecer sus propios pecados" de Mello, sj Apéndice I - EL EXAMEN DE CONCIENCIA Herbert Alphonso, sj Llevo ya años oyendo a sacerdotes, religiosos y seglares comprometidos, durante los ejercicios y fuera de ellos, que han abandonado hace mucho la práctica del "Examen de Conciencia". Se les ha convertido en pura rutina sin sentido. ¿Qué sentido tiene, preguntan, recorrer un día tras otro, cuando no dos veces al día, los puntos de lo que se les enseñó que era el "Examen de Conciencia": primero, dar gracias a Dios por los beneficios de creación, redención, santificación, vocación, dones personales, etc.; seguidamente pedir luz para ver sus faltas y pecados; luego examinarse para encontrar algunos pecados, etc. (con frecuencia no pueden encontrar ninguno, dicen, pero seguramente que tienen alguno...); y por fin hacer un acto de contrición y propósito de la enmienda, sin saber exactamente lo que se proponen enmendar, hacer o dejar de hacer...?. Tanto me ha impresionado esta historia tan repetida que me he preguntado seriamente cual podría ser la razón por la que esta práctica tradicional, pero profunda y espiritual, se ha convertido en "rutinaria" para tantos cristianos comprometidos y consagrados. Creo que he averiguado la razón: el "examen de conciencia" lo hemos convertido en un ejercicio de pura moralidad, cuando de hecho es el ejercicio diario de discernimiento. La moralidad como tal pertenece al Antiguo Testamento; lo típico del Nuevo no es la pura moralidad sino el discernimiento. Como cristianos, discípulos de Jesús, nuestro criterio de conducta y acción no es puramente lo justo en cuanto se opone a lo injusto, lo bueno en cuanto se opone a lo malo. La ley del Nuevo Testamento es la ley del amor, escrita no en placas de piedra fuera de nosotros mismos, sino en nuestro interior, en nuestros corazones. El cristiano, persona del Nuevo Testamento, pregunta dónde está el "mayor amor": no es moralmente libre para escoger una de dos alternativas cuando las dos son buenas. Por medio del discernimiento, trata de encontrar dónde le llama el "mayor amor", y según eso decide. En este sentido, como ejercicio de discernimiento, el "Examen de Conciencia" es el ejercicio típico del Nuevo Testamento. Lo característico del discernimiento cristiano es que está basado en la experiencia: el discernimiento de espíritus es un cerner las experiencias internas para rastrear su orientación, y así determinar su origen, si son de Dios, para abrazarlas y hacerlas propias; si del mal espíritu, para rechazarlas. Segundo, para ocuparnos de nuestras experiencias tenemos que empezar por hacernos conscientes de ellas, por eso, precisamente, porque se trata de un ejercicio de discernimiento, el "Examen de Conciencia" es un examen de consciencia, consciencia de nuestra experiencia real y concreta, cualquiera que sea. Llama la atención que, tanto en latín como en las lenguas derivadas del latín, una misma palabra significa la conciencia moral y la psicológica: castellano, francés, italiano. Ignacio popularizó el examen de conciencia, que es en realidad el "examen dc consciencia", como un ejercicio de discernimiento. ¿Cómo lo hemos de hacer?. ¿Cuáles son los pasos concretos? 1.- Acción de gracias Porque se trata dc un ejercicio típicamente cristiano, comenzamos dando gracias. La imagen de la vida espiritual cristiana no es la de una persona que lucha por llegar hasta Dios. Según la revelación bíblica, la primacía o iniciativa la tiene Dios: Él es el que está siempre viniendo a nuestras vidas con sus dones, su gracia, su amor y su poder; nuestro papel es el de recibirle activamente a Él y a su acción salvadora. Por eso, para situar nuestro "examen de conciencia" en su contexto apropiado como ejercicio típicamente cristiano, comenzamos por reconocer la venida de Dios a nuestras vidas, sus dones, su gracia, su acción dentro de nosotros: le damos gracias

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"El arrepentimiento alcanza su plenitud cuando uno consigue agradecer sus propios pecados" de Mello, sj 2.- Experiencia Dentro de ese contexto típicamente cristiano empezarnos nuestro ejercicio de discernimiento. Lo cual quiere decir que primero nos fijamos en la experiencia real del día, sea positiva o negativa. Si hemos de afrontarla, tenemos que hacernos conscientes de ella, y luego aceptarla como es. a) Conciencia o caer en la cuenta de la experiencia como ha tenido lugar en realidad. b) Aceptación de la misma Tenemos que detenernos en esta fase de la aceptación porque con harta frecuencia se da por hecha. Deberíamos distinguir claramente entre "aprobar" y "aceptar": "aprobar" o "desaprobar" implica un juicio, mientras que "aceptar" o "no aceptar" es una actitud. Hay muchas cosas que Dios no puede "aprobar" en lo que digo o hago, y no obstante me "acepta" incondicionalmente en esas mismas cosas. Estoy certísimo de ello. Esta actitud de Dios para conmigo la debo tener también yo. La experiencia me ha enseñado que o confundimos "aprobación" y "aceptación", "desaprobación" y "no aceptación". o damos por descontado que la "conciencia" o "caer en la cuenta" de una experiencia supone ipso facto su "aceptación". Lo que pasa de hecho es que tenemos una especie de dinámica interna espontánea de "no aceptación" que funciona en cada uno de nosotros. Y uno de los grandes frutos de mi experiencia de dirección espirituales es haber visto que la "no aceptación" de la experiencia humana real es un obstáculo fundamental que en tanta gente de buena voluntad bloquea el crecimiento efectivo humano y espiritual. Valdría la pena explorar lo espontáneamente que esta dinámica interna nuestra de "no aceptación" nos domina en la práctica. O huimos de la experiencia que hemos tenido, o le cobramos miedo, o nos sentimos culpables, la reprimimos o suprimirnos -todas formas de "no aceptación". ¿Cómo vamos a tratar una experiencia si comenzamos por hacer tabula rasa de ella. Pongamos por ejemplo mi consciencia de haber sido impaciente, de haberme enfadado y perdido los estribos. Sin caer en la cuenta, adopto en mi interior, pero sin formularla en palabras (ahí está la insidia, porque si la formulara muchas veces la reconocería), una de estas dos posturas: o comienzo a lamentarme, en términos que implícitamente quieren decir: "En el fondo soy un buen chico, lo que pasa es que no me entienden, desgraciado de mí"; o me atrinchero justificándome, como si dijera: "Es que me han provocado y se han llevado lo que se merecían". No es difícil descubrir que la queja del uno y la autojustificación del otro son, psicológicamente una forma de "no aceptación. Ahora bien, para demostrar que en mi "Examen de Conciencia" tengo que tratar no solamente los casos de experiencia "negativa" sino también "positiva", tomemos este ejemplo: veo que he sido verdaderamente servicial. También aquí puedo tomar una de dos posturas extremas: o comienzo a "sentirme incómodo por sentirme complacido" en el sentido que no me atrevo a reconocer que he obrado bien (se me ha acostumbrado a no reconocer lo bueno que hago por temor de enorgullecerme); o hasta tal punto exagero mi experiencia que me considero como un modelo de virtud por haber sido tan amable (me encuentro dispuesto a que se proponga como modelo), que no son sino otras tantas formas sutiles de "no aceptación. Esto demuestra la absoluta necesidad de emplear tiempo y energía para aceptar realmente nuestra experiencia: no podemos dar esta "aceptación" por descontada. 3.- "Libertad" por medio del discernimiento Sólo cuando hayamos aceptado conscientemente nuestra experiencia real y concreta, cualquiera que sea, podemos ser cristianos auténticos en y por medio de esa misma experiencia. Lo característicamente cristiano, hemos visto, es darse y

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"El arrepentimiento alcanza su plenitud cuando uno consigue agradecer sus propios pecados" de Mello, sj entregarse al Señor, es decir, hacerse "libre" para el Señor, abrírsele, y a los demás en Él en la experiencia humana concreta y real. Pero cada uno de nosotros tiene, en su "vocación personal", su profundamente personal y única de ser "cristiano", es decir, de darse, o "libre", en toda experiencia humana. Dicho con otras palabras, cada nosotros tiene un criterio de discernimiento único y secreto en medio nuestra experiencia humana.

manera hacerse uno de de toda

La fase específicamente "cristiana" del "Examen de Conciencia" es, por tanto, que al llegar aquí nos pongamos en la actitud de nuestra "vocación personal", la cual nos "liberará" de nosotros mismos para llegar hasta el Señor en y por medio de nuestra experiencia real y concreta. Y ello tanto en las experiencias llamadas "negativas" como en las "positivas”. Poniendo juntos todos estos pasos, puedo ahora ofrecer esta definición o descripción del "Examen de Conciencia": es, en la oración, una reorientación del corazón que comienza por la acción de gracias, y pasa seguidamente a centrarse en el Señor por medio de la propia experiencia real y conscientemente aceptada. El sacramento de la reconciliación está íntimamente ligado con el "Examen de Conciencia" tal como lo hemos definido. Para la mayoría de los católicos, que tienen la idea cristiana justa de la economía sacramental, la práctica de la "confesión" obligatoria en el caso de pecados graves no presenta dificultad. Lo que muchos de ellos no parecen entender ni estimar es el sentido que pueda tener la "confesión de devoción”. Si el "Examen de Conciencia" significa, como he dicho, mi esfuerzo diario para entregarme a mí mismo en el crisol de mi experiencia real y concreta que es mi esfuerzo diario por ser auténticamente "cristiano", entonces la "confesión de devoción" significará llevar ese esfuerzo, de vez en cuando o a intervalos periódicos (quincenales, mensuales…) al culpen de la expresión sacramental. La mejor manera es concentrarse en una o dos zonas que la práctica fiel del examen de conciencia nos revele como particularmente necesitadas. El arrepentimiento se concentra así en una zona concreta, y la gracia del sacramento se canaliza también hacia la misma, lo que nos ayuda a crecer en ese preciso aspecto de la vida y servicio cristianos. La experiencia ha demostrado que,"en la práctica, la "confesión de devoción" no surte sus efectos de vida cristiana a causa de la disgregación del esfuerzo en demasiadas zonas y un terreno demasiado amplio. No hay nada especialmente espantoso en la Confesión. Vas, confesás tus pecados a Cristo en la presencia de su Sacerdote, y te absuelven. Pero es muy duro, porque para confesar tus pecados primero tenés que confrontarlos, admitirlos, hacerte responsable de ellos. La idea de presentarme a Dios y decirle con palabras cuánto le había fallado, me hacía temblar. Formas de examinarse Según San Ignacio existen tres formas de examinarse durante el día. El examinarnos nos ayuda a crecer en el discernimiento (aprender a distinguir entre bueno y óptimo). Esto también nos ayuda a entender por donde nos habla Dios y por donde el mal espíritu (San Ignacio llama así al demonio, el que nos hace alejar de Dios). Dios siempre habla con coherencia, no se muda, no cambia, como decía Santa Teresa. Por eso debemos aprender a ver por donde pasa Dios en nuestras vidas.

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"El arrepentimiento alcanza su plenitud cuando uno consigue agradecer sus propios pecados" de Mello, sj Está bueno poner por escrito (veo que escribir no te cuesta mucho, igual ojo con que escribir no se convierta en tentación, por ejemplo nunca escribir durante la oración!!!) todos nuestros exámenes porque el ponerlo por escrito nos ayuda a confrontarlo luego con nuestro acompañante y poder nosotros mismos ver por donde nos habla Dios y por donde nos ataca el mal espíritu. •Examen oración: examino siempre mi oración luego de terminarla. Siempre luego de finalizar mi oración, nunca examinarme durante la oración. •Examen particular: me examino durante el día en algún punto en particular que se que me cuesta. •Examen general: examino todo mi día. Según San Ignacio el Señor (y el mal espíritu también) nos habla por medio de pensamientos y los sentimientos asociados a ellos. Existen dos tipos de pensamientos: Pensamientos 1. Que vienen de dentro, de mi libertad, dependen de mi voluntad. 2.

Que vienen de fuera, que no dependen de mi voluntad, es necesario distinguir a que fin me llevan. Existen dos tipos de pensamientos que viene de fuera:  Unos vienen de Dios: Dios me esta hablando a través de ellos, respetarlos, si me hacen parecerme a Dios.  Otros vienen del demonio o mal espíritu: Pensamientos que yo no busco, si me hacen parecerme al demonio, vienen del mal espíritu.

Ejemplo de pensamientos y sentimientos asociados: Leo en el evangelio el pasaje de la ultima cena por ejemplo, entonces me acuerdo de cuando como con mi familia a la noche en casa (no se si es buen ejemplo para vos, pero bueno a la noche debes comer con alguien supongo), y este recuerdo me trae paz al corazón. Entonces el recuerdo de la comida familiar me trae paz. Eso lo anoto luego en el examen. Leo por ejemplo el pasaje del Joven Rico y cuando Jesús le pide de vender todo lo que tiene esa frase me trae tristeza a mi corazón. Examen oración Preguntas que me pueden ayudar a examinar mi oración:  ¿Preparé suficientemente el ejercicio de la oración? ¿fui fiel a lo que se aconseja en los pasos de la oración?: presencia de Dios, petición etc  ¿Aproveché bien todos los medios que tengo para hacer bien la oración?: silencio, sitio, postura, duración del tiempo, etc.  Durante el tiempo de oración ¿me sentí realmente acompañado? ¿fue una conversación con Dios o fui yo el único que hablaba, sin darle chance a Dios y a su Espíritu de decirme algo?  ¿Qué sentimientos más fuertes tuve durante la oración? "Consolación" = aumento de amor, fe y esperanza ..., es decir: paz, alegría, confianza, ánimo, valor, sentido de la vida, deseos de trabajar por los demás...

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"El arrepentimiento alcanza su plenitud cuando uno consigue agradecer sus propios pecados" de Mello, sj



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"Desolación" = ansiedad, miedo, sentimiento de fracaso ..., es decir: angustia, tristeza, desconfianza, desánimo, oscuridad, confusión... ¿Cuáles son las frases o palabras de la Palabra de Dios que más me llamaron la atención, que más me gustaron y me hicieron bien, que quedan resonando en mi corazón? ¿Qué puntos o aspectos comprendí mejor o me quedaron más claros para mí, para mi vida? ¿Hay algunas invitaciones de Dios: deseos, llamadas que experimenté durante la oración? ¿Cuáles son? (por ejemplo: pedir perdón a alguien, hacer y cumplir con algún compromiso especial ... ) ¿Sentí alguna especial repugnancia, dificultad, miedo, resistencia ante esos llamados, inspiraciones y deseos? ¿Qué dificultades? ¿Por qué? Las preguntas fundamentales que me puedo hacer cada día: ¿Qué descubro que va haciendo en mí el Espíritu de Dios? (durante el día, en la oración, en esta experiencia...). ¿Cómo he colaborado y qué dificultades pongo a la acción de Dios? Examen particular y general

¿Cómo hacer el examen? Lo mejor sería hacerlo en tres tiempos: mañana, tarde y noche, 15´. A la mañana me propongo el punto particular en que me quiero examinar. Pero es bueno comenzar haciéndolo una vez por día, a la noche por ejemplo. Los pasos para hacer el examen diario son: 1. dar gracias. Sin esta actitud no puedo examinarme. Conectarme dando gracias por los bienes recibidos. 2. pedir gracia. Para reconocer y rechazar los pecados. Pido porque no tengo. Dios me tiene que mostrar mis pecados. Actitud de sinceridad conmigo, quiero ver!!! Pero ojo quiero ver mis pecados con tus ojos!!! 3.

Examen Dividirlo en tiempos para examinarlo mejor.  ¿cómo anduve en el punto particular?  General Me examino en tres diferentes cosas: Pensamientos: ¿Qué hubo en mi interior? Palabra: ¿Cómo me comunique? ¿Transmití a Dios? Obra: ¿En que estoy? ¿Qué hice?

4. pedir perdón Dejando de echar la culpa a los demás, sin tratar de justificarnos. Aceptar la culpa, reconocerla. 5. pedirle ayuda Para lo que viene, con fe de que puedo mejorar con él. Previsión de lo que viene, lo que voy a hacer mas adelante. Otros puntos que pueden ayudar al examen del día:

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"El arrepentimiento alcanza su plenitud cuando uno consigue agradecer sus propios pecados" de Mello, sj  Haz una revisión de las actividades de tu día: se puede chequear en el orden de las cosas que se fueron haciendo.  ¿Qué fue lo que más te llamó la atención en el día de hoy? ¿Por qué?  ¿Dónde, en qué actividad encuentras más fácilmente la presencia de Dios?  ¿Dónde, en qué actividad crees que te alejas más de Dios? ¿Por qué? ¿Cuál puede ser la raíz de ese alejamiento?  ¿Existe algún texto de la Biblia que te ilumine más y te dé más fuerza? Puedes anotar ese texto especialmente, recordarlo, saborearlo durante el día. I. 3 - MIS INFIDELIDADES E INGRATITUDES VISTAS DESDE EL AMOR DE DIOS [55-61] Ante Dios, todos somos pequeños, frágiles y débiles. Hay que aceptar con sencillez esta realidad. Pero nada de esto es malo. Lo malo es no crecer o hacernos daño a nosotros mismos o a nuestros semejantes, frustrando así el proyecto de felicidad que tiene Dios para con todos nosotros. En esta meditación pretendo enfrentarme con mis faltas, con la ayuda y desde la perspectiva de Dios. Es muy distinto ver mis errores desde mi orgullo o desde los ojos de Dios. Para sentir en serio la gravedad de mis pecados es necesario experimentar primero el amor misericordioso de Dios. Me coloco con realismo en medio de este mundo corrupto. Y, sintiéndome parte de él, pido a Dios, que me conoce en lo más profundo de mi ser, tener conocimiento interior de mi propia persona, sintiendo profundamente la fealdad del pecado en mi propia vida, de forma que me duelan de veras mis infidelidades e ingratitudes. Veo mis deseos de felicidad y de hacer felices a mis seres queridos, pero mis limitaciones y debilidades, mis opciones personales, la forma en que vivo, me impiden lograrlo: hago el mal que no deseo y no el bien que quiero. Primero: recuerdo mis infidelidades e ingratitudes: Me vuelvo a los lugares en que viví. Recuerdo los daños que hice a mis semejantes: familia, trabajo, amistades, barrio... Intento recordar las actitudes negativas de mi vida. ¿Cuántas veces preferí el tener cosas al ser persona? ¿Hasta dónde han llegado mis ingratitudes? ¿Hasta qué punto he sido infiel a mi pareja, a mis hijos y a mis amigos? ¿Cuántas veces mi orgullo me impidió reconciliarme en serio con mis seres queridos? ¿En qué aspecto de mi personalidad me he estacionado o he dado marcha atrás, decepcionando así el proyecto de Dios sobre mí? Es conveniente que confeccione ante Dios una lista sincera de mis infidelidades e ingratitudes, con lo que voy ya preparando mi confesión sacramental (I.7). Segundo: peso la fealdad de mis infidelidades e ingratitudes: Considero cuán detestables fueron esas actitudes, acciones y omisiones. Comparo el contraste que existe entre el Dios que llama a la vida, y mi realidad de cerrazón y muerte: ¿Quién soy yo para atreverme a rechazar el plan de Dios? ¿Por qué insisto en mantener mi propio punto de vista, en contra de las esperanzas de Dios sobre mí? Busco placeres egoístas y poderes opresores, para alimentar mi necio orgullo. Pondero las consecuencias que han tenido en mi vida, en la vida de las personas a quienes quiero y de otras personas con quienes he tenido trato, cada una de mis infidelidades al proyecto de Dios. Tercero: admiro la generosidad de Dios para conmigo: Él me crea constantemente, me da capacidad creciente de entender y de amar para que pueda llegar a la felicidad. Su amor siempre es fiel, a pesar de mis infidelidades e ingratitudes. Es gentil y bondadoso; sabio y sumamente paciente. Me da sus dones y hasta se da a sí mismo. ¡Y yo me atrevo a despreciar e ignorar las muchas posibilidades que me otorga! Cuarto: contemplo la bondad de la creación: Cuando miro el maravilloso orden del universo, me admiro de que no se haya vuelto contra mí, considerándome una mancha en el conjunto de su belleza. Cuando renuncio a ser yo mismo, la tierra continúa sustentándome y el sol se niega a quemarme como a un plástico. Cuando realizo cosas malolientes las flores me ofrecen su fragancia. Cuando yo estaba alejado de Dios, el aire seguía entrando en mis pulmones y la luz alumbraba mis ojos… A pesar de que yo estaba totalmente fuera de sintonía con tanta belleza.

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"El arrepentimiento alcanza su plenitud cuando uno consigue agradecer sus propios pecados" de Mello, sj Me vuelvo a Dios, mi misericordioso Señor. Le digo lo que se me ocurre dentro de mí y le doy gracias por haberme dado vida hasta ahora y por todas las bondades que sigue derramando sobre mí. Me esfuerzo por sentirme pecador comprendido, perdonado y amado por él. Y me determino con la ayuda divina a conformar mi vida según su bondadoso proyecto. Termino con un Padre Nuestro [EE 61]. Pasajes bíblicos para orar sobre mis pecados: a. Os 2,15.9-10.16-25: A Dios, esposo siempre fiel, le duelen mis infidelidades, pero siempre está dispuesto a perdonarme, reconquistarme y embellecerme. ¿Me dejo yo reconquistar y embellecer por él? b. Os 11,1-9: Al Padre Dios le duele la ingratitud de su hijo. ¿Cuáles son mis ingratitudes con mi Papá Dios? c. Ez 37,1-14: Dios puede volver a la vida hasta a huesos secos. Sentir en mí la fuerza de su Espíritu que me reaviva. d. Lc 15,1-2.11-32: El hijo perdido. Sentir cómo el Padre abraza con alegría al hijo ingrato, que vuelve a él. ¿Me dejo yo querer así por mi Papá Dios? e. Sal 51: Limpia mi pecado... Sentir cómo Dios nos limpia. Otros salmos penitenc.: 25; 103; 130; 107; 32; 79; 141. • Orar la Biblia, 26: Perdón, Señor. ORACION RESUMEN Dios todopoderoso y eterno, dame fuerzas de espíritu para reconocer mis pecados a la luz de la historia de tu amor para conmigo. Que me vea, Jesús, con tus ojos. Hazme caer en la cuenta de lo que significa cerrarme a la conciencia que me has dado, por querer proteger intereses falsos, aparentes y pasajeros... Concédeme un conocimiento lúcido y sereno de mi realidad de pecador perdonado, purificado y llamado por ti. Enséñame a llorar por los sufrimientos que he infligido a mis hermanos, y en ellos, al mismo Jesús. Por favor, Señor, quiero realmente vivir consciente de cómo he dejado que esta raíz terrible del mal haya crecido tanto en mí y dado frutos tan nefastos. Necesito imperiosamente tu ayuda, pues soy pequeño, frágil y débil. ¡Y a veces muy sucio! Que tu perdón y tu fortaleza me dejen tan agradecido, que quede para siempre a tu entera disposición. Examinar cómo me ha ido en la oración durante esta semana: - ¿Aproveché todos los medios que tengo para hacer bien la oración?: sitio, postura, silencio, tiempo necesario... - ¿Me siento incómodo y pesimista? ¿O esperanzado y estimulado? ¿Por qué? I . 6b.- CONFESION SACRAMENTAL Y EXAMEN DE CONCIENCIA [EE 32-44] Como fruto de esta primera etapa es provechoso realizar una confesión de toda mi vida, en la que pueda sentir cómo Dios me perdona y me llama desde mi pequeñez y mi pecado. Debo profundizar en el sentido de la confesión sacramental como encuentro personal con Cristo, preparada en forma de oración, a partir de todo lo visto en esta temporada, y como síntesis de ello. Se trata de reconocer ante los ojos amorosos de Dios todo lo que soy: mis cualidades, mis limitaciones y mis fallos. • Pido a Dios que ilumine mi conciencia para que vea mis cualidades de forma que las desarrolle y las ponga al servicio; que vea mis limitaciones para que las acepte con sencillez; y que vea mis ingratitudes e infidelidades para que pueda corregirlas. • Me examino con sinceridad: la humildad es la verdad

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"El arrepentimiento alcanza su plenitud cuando uno consigue agradecer sus propios pecados" de Mello, sj  Analizo mis cualidades, todo lo bueno que mi Papá me ha dado a semejanza suya, tanto las cualidades que ya están en marcha como las que aun están sin desarrollar. Le agradezco mi belleza, en todos los sentidos. Y reconozco que aún puedo crecer mucho más. Para ello completo la lista que hice en el Principio y Fundamento.  Reconozco mis limitaciones, las cosas que no me agradan o me cuestan aceptar de mí mismo. Soy pequeño, frágil, débil y ensuciable. Vivo en el espacio y en el tiempo: no en la eternidad. No soy un ángel. Necesito trabajar para desarrollar mis cualidades. Reconozco que no tengo algunas cualidades que tienen otros….  Examino mis ingratitudes e infidelidades: a) Mi relación con Dios. ¿Amo a Dios sobre todas las cosas o, por el contrario, otras cosas o personas ocupan el lugar que debería ocupar él? ¿Cuáles son los dioses falsos que me fabrico con más frecuencia? ¿Qué ofrezco en sacrificio a esos ídolos? ¿Me preocupo eficazmente de hacer crecer y madurar mi fe? ¿Hago lo posible por aumentar mi conocimiento y amor a Jesús, de forma que le pueda seguir de cerca? ¿Soy fiel a la oración?... b) Mi relación conmigo mismo. ¿Me quiero tal y como Dios me ha hecho o intento ser lo que no estoy llamado a ser? ¿Me dejo arrastrar por un activismo y un consumismo loco? ¿Hago crecer las cualidades que me ha dado Dios, de forma que estén cada vez más eficazmente al servicio de mis hermanos? ¿Soy responsable y competente en mi profesión? ¿Busco siempre la verdad? ¿Me siento libre para el bien o tengo ataduras que me impiden ser mejor? ¿Pierdo el tiempo en tonteras? ¿Sé descansar? ¿Cultivo mi alegría interior?... c) Mi relación con los demás. ¿Cómo trato a mi pareja, mi familia, mis amigos y compañeros? ¿Les hago algún daño? ¿Les doy el tiempo y el cariño que se merecen? ¿Sé pedir perdón? ¿Soy sensible y rebelde ante las injusticias? ¿Cometo yo mismo algunas injusticias? ¿Soy machista o elitista? ¿Soy hipócrita? ¿Qué desastres dejo causar a mi orgullo? ¿Hago todo el bien que debo? ¿Soy fiel a la misión que Dios me encomienda?... • Siento la alegría del perdón: a) El perdón de Dios. Acercarme al Padre, con total confianza, y dejarme abrazar por él, como el hijo pródigo, sintiendo su aprecio, su cariño y su alegría (Lc 15, 11-31). Él no sabe guarda rencor. b) El perdón a mí mismo. Si yo no me perdono a mí mismo es imposible sentir el perdón de Dios y el de los hermanos. Debo aprender a reconciliarme conmigo mismo a partir del perdón y el llamado de Dios. c) El perdón a los que me han ofendido. Tomar la lista de los que me han hecho mal y perdonarlos como Dios me perdona a mí. Detenerme en perdonar a los que más me cuesta. Si no los perdono no puedo ser perdonado por nuestro Papá Dios, que los quiere a ellos tanto como a mí. Después de este rato de oración, en cuanto sea posible, realizo mi confesión sacramental con un sacerdote, pensando que es a Jesús a quien hablo y es él mismo quien me perdona y me fortalece. • Orar la Biblia, 28: Que actúe tu fuerza desde mi debilidad. LA PAUSA: EXAMEN DE CONCIENCIA DIARIO [24-31] El diálogo de vida lo prolongamos a diario en el examen de conciencia, donde reconocemos "los beneficios recibidos" en las cosas, las personas y los acontecimientos [EE 43]. Es éste un modo de vivir en el día a día la Contemplación para alcanzar amor, que nos hace pedir conocimiento interno de tanto bien recibido, para que yo... pueda en todo amar y servir a su divina majestad [EE 233-234] (Nuestro Carisma CVX, 56).

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"El arrepentimiento alcanza su plenitud cuando uno consigue agradecer sus propios pecados" de Mello, sj Sabemos que lo importante en esta experiencia de los EVC no es sólo lo que nos pasa en la oración, sino que todo el día es importante. Por lo tanto te proponemos que hagas, al final del día, un pequeño examen de cómo te ha ido: • En ambiente de acción de gracias, le pido a Jesús que ilumine mi mente para ver mis defectos de forma que pueda corregirlos y mis cualidades para que las desarrolle y sepa ponerlas al servicio. • Examino mi día, tal vez un poco sistemáticamente, por periodos de tiempo o lugares… Ante Dios identifico lo que no aprueba mi conciencia y le pido que me perdone. • Miro al futuro y decido cómo voy a hacer mañana, si Dios me diese este don. Termino con un Padre Nuestro. Basta dedicarle unos minutos. A veces puedo centrarme en algún defecto concreto que quiero corregir o una cualidad que quiero fomentar. Es lo que Ignacio llama examen particular. Poesías para degustar el perdón Plegaria del perdonado La más honda experiencia humana es la experiencia del amor... Pero dentro del universo del amor, Señor, aparece tu perdón como el amor que todo lo supera, porque va más lejos que nadie y que nada... Ahora yo soy de nuevo el hijo pródigo del evangelio. Soy yo quien reconoce haber huido de tu casa. Soy yo el agobiado por el hambre de paternidad. Y digo que voy a volver. Y digo que sí, que vuelvo a ti, sabedor de la urgencia del camino y de la facilidad de recorrerlo, porque al final te encontraré a ti, mi Dios del perdón y del amor. ¿Cuántas veces me has abrazado cuando volvía a ti? ¿Cuántas veces me has besado cuando iba a ti? ¿Cuántas veces me ha desbordado tu ternura cuando caía en tus brazos?… Tómame de nuevo en tus brazos de padre y vísteme la vestidura de tu gracia… Ya estoy cansado de vergonzantes huidas provocadas por los delirios de esta sociedad pagana. Quiero recuperar la experiencia de tu persona, de tu cercanía, de tu forma de vida… Sé para mí el padre amante de este hijo pródigo. Norberto Alcover sj. Cuando yo estaba más caído Ahora, Señor, dulce Padre,

cuando yo estaba más caído y más triste, entre amarillo y verde, como un limón no bien maduro, cuando estaba más lleno de náuseas y de ira, me has visitado, y con tu uña, como impasible médico, me has partido la bolsa de la bilis, y he llorado, en furor, mi podredumbre y la estéril injusticia del mundo, y he manado en la noche largamente como un chortal viscoso de miseria. Ay, hijo de la ira era mi canto. Pero ya estoy mejor. Tenía que cantar para sanarme. Dámaso Alonso Pronunciando mi nombre Quisiera pronunciarte lentamente, creerte hondamente luminoso, creer en ti, detrás de la penumbra; creer que estás oyendo mis palabras, aplicando tu oído tercamente y tercamente y delicadamente ayudando hacia ti mis pasos tristes. Sin que nadie lo sepa, ni yo mismo, que estabas tú al fondo del pecado manchándote por todos sitios, escondido, respirando despacio, pronunciando mi nombre (¡yo que te negaba!), ¡mi nombre con amor entre tus labios! Mi compañero fuiste, tú silbabas mi nombre apenas, leve en la penumbra, en el fondo más negro, resoplado acaso con fatiga… Carlos Bousoño Como la hiedra

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"El arrepentimiento alcanza su plenitud cuando uno consigue agradecer sus propios pecados" de Mello, sj Por el dolor creyente que brota del pecado. Por haberte querido de todo corazón. Por haberte, Dios mío, tantas veces negado; tantas veces pedido, de rodillas, perdón. Por haberte perdido; por haberte encontrado. Porque es como un desierto nevado mi oración. ¡Porque es como la hiedra sobre el árbol cortado el recuerdo que brota cargado de ilusión! Porque es como la hiedra, déjame que te abrace, primero amargamente, lleno de flor después, y que a mi viejo tronco poco a poco me enlace, y que mi vieja sombra se derrame a tus pies; ¡porque es como la rama donde la savia nace, mi corazón, Dios mío, sueña que tú lo ves! Leopoldo Panero En mi alma el desengaño Un desengaño nacido de los engaños pasados, buen Jesús, en que he vivido, hoy a vuestros pies sagrados con lágrimas me ha traído. Vuestra cruz en ellas baño; alzad, Señor, la cabeza, mirad piadoso mi daño, para que tenga firmeza en mi alma el desengaño. Si anduve loco y altivo entre perdidos esclavos, ya no seré fugitivo, asido de vuestros clavos y de vuestro amor cautivo. Mis lágrimas doy en prenda a vuestra sangre vertida; desde aquí juro la enmienda;

que a quien dio por mí la vida no es bien que yo se la venda. Prometo dejar mi engaño con el amor de quereros, y doy con más desengaño palabra de no ofenderos con el miedo de mi daño. Lope de Vega Señor, yo sé de la belleza… Señor, yo sé de la belleza tuya, porque es igual al hueco que en mi espíritu tiene escarbada la inquietud sin paz. Te conozco, Señor, por lo que siento que me sobra en deseo y en afán: ¡porque el vacío de mi descontento tiene el tamaño de tu inmensidad! José María Pemán Huellas Anoche tuve un sueño. Soñé que caminaba por la playa en compañía del Señor. En la pantalla de la noche se proyectaban los días de mi vida. Miré hacia atrás y vi huellas sobre la arena: una huella mía y otra del Señor. Cuando se acabaron mis días me paré y miré hacia atrás. Vi que en algunos sitios había sólo una huella. Esos sitios coincidían con los días de mayor angustia, de mayor miedo, de mayor dolor de mi vida. Entonces pregunté al Señor: "Tú dijiste que ibas a estar conmigo todos los días de mi vida… ¿Por qué me dejaste solo, justo en los peores momentos…?" El Señor me respondió: "Los días que has visto una sola huella sobre la arena, han sido los días en los que te he llevado en mis brazos".

Examen de conciencia sobre las bienaventuranzas Bienaventurados los pobres de espíritu Por dejarnos llevar de la pasión del dinero y del ansia de ser, poseer y disfrutar por encima de los demás; por nuestra resistencia a compartir con los menos favorecidos nuestros bienes de toda clase. Bienaventurados los mansos Por nuestras iras y animosidades; nuestra colaboración a mantener los odios, crear rencillas, alimentar antipatías e intolerancias contra los que no piensan como nosotros; por nuestros deseos de revancha y falta de generosidad para olvidar y

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"El arrepentimiento alcanza su plenitud cuando uno consigue agradecer sus propios pecados" de Mello, sj perdonar de corazón, para responder al mal con el bien. Bienaventurados los que lloran Por nuestra rebeldía contra el dolor, la enfermedad, las dificultades y las pruebas y nuestra ceguera para descubrir en ellas la parte que nos corresponde de la cruz del Señor; por nuestra dureza de corazón para reconocer nuestros pecados personales y colectivos y nuestra desidia para hacer penitencia por ellos. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia Por nuestra negligencia respecto a nuestros deberes y compromisos con Dios, con la iglesia y nuestra conciencia religiosa, personal y comunitaria; por nuestra pereza en la tares de construir un mundo nuevo más de acuerdo con el Evangelio; por escamotear nuestro apoyo moral y efectivo a los marginados y oprimidos o necesitados de nuestra ayuda. Bienaventurados los misericordiosos Por nuestra insensibilidad ante los sufrimientos ajenos, nuestra resistencia para compartirlos, nuestra falta de generosidad para aliviarlos eficazmente; por nuestra dureza para criticar a los demás, por nuestros dogmatismos e intransigencias para la justa libertad ajena, por nuestros rencores y juicios temerarios; por nuestra mezquindad de mente y corazón. Bienaventurados los limpios de corazón Por nuestra torpeza culposa, para descubrir las trampas del mundo, del demonio y de la carne; por nuestra frivolidad personal y colectiva; por nuestra contribución a la marea de erotismo y ansia de placer; por nuestra falta de firmeza para luchar contra el egoísmo propio y ajeno, las faltas de honestidad personales y comunitarias. Bienaventurados los que trabajan por la paz Por nuestra desidia para buscar los verdaderos caminos de reconciliación personal con el Señor; con la Iglesia y con las personas de nuestro entorno; por nuestra resistencia a comprometernos en favor de la justicia y la paz a todas las escalas y niveles; por nuestra inhibición ante la organización de la injusticia, la violencia, el tráfico y consumo de drogas, la carrera de armamentos, las guerras y guerrillas, la pornografía, la explotación de hombres y pueblos. Bienaventurados los que padecen persecuciones a causa de la justicia Por nuestras cobardías personales y comunitarias para salir en defensa de los oprimidos, marginados o injustamente perseguidos; por nuestra falta de energía y perseverancia junto a los pobres ante las dificultades que les presentan las estructuras injustas; por nuestros respetos humanos y evasiones a la hora de comprometer nuestra situación personal o social a favor de una empresa noble, ante el temor de que nos acarreará persecución, impopularidad, daños y perjuicios. ¿Qué es la reconciliación? Se trata de un encuentro, del más extraordinario de todos: ¡Del encuentro con Cristo, en la más maravillosa de todas las modalidades! Es el encuentro del enfermo con el Médico; del pecador con el Santo; del afligido con el Consolador; del humillado con el que eleva a los humildes; del que padece hambre con el que sacia toda hambre<; del que se ha extraviado con el que deja las 99 ovejas para buscar ala que se ha perdido. En suma, es el encuentro entre el que navega en las tinieblas y Aquel que afirma ser la Luz. Entre el que ha perdido la ruta y Aquel que dice ser el Camino. Entre el solitario y Aquel que quiere ser el Amigo Verdadero.» 1. La reconciliación, sacramento esencial.

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"El arrepentimiento alcanza su plenitud cuando uno consigue agradecer sus propios pecados" de Mello, sj Por todo lo dicho se comprende que para un cristiano comprometido este sacramento es parte esencial y central de su vida de fe, porque una vida que se profesa como tal, no es posible imaginarla sin al continua reconciliación con Dios y con los hombres. Y esta reconciliación no se alcanza por medio de un compromiso verbal, como sucede entre los políticos, sino a través de la transformación total de la propia conciencia y se realiza precisamente mediante la Confesión, llevada a cabo correctamente. El problema de este sacramento es que no siempre se entiende correctamente y a veces se vive con ciertas desviaciones. 

No son pocos los que ven este sacramento como un proceso agobiante que hay que enfrentar y superar fatigosamente.



En otros círculos se dice y se concluye que este sacramento no es otra cosa sino revelar los propios pecados y esperar la absolución y la penitencia correspondiente.



Por otro lado están los que creen que nunca pecan. Son los que dicen que no han asesinado a nadie, no han robado nada y tampoco han hecho nada para lastimar a su prójimo.



Los hay que se consideran liberados y argumentan que la Confesión es una carga inútil y se preguntan, por qué no pueden confesarse directamente con Dios.



No faltan quienes acuden a este sacramento confundiendo los términos. Así, se confiesan de que dicen palabrotas... Parece una confesión al estilo legalista, desde un decálogo, pero no desde el corazón.

Todo esto nos lleva a concluir que la Confesión es un sacramento que no ha sido entendido todavía. 2. El Sacramento bien entendido 

Como toda expresión de nuestra fe y como cualquier sacramento, la Reconciliación tiene sentido en cuanto hay una referencia a Dios.



La referencia a Dios que se da en el sacramento hay que entenderla dentro de la categoría de «encuentro». Es decir, la reconciliación es algo así como la «tienda del encuentro».



Todo encuentro con Dios pasa por el hombre. Jesús mismo se hizo hombre. Por tanto, quien quiera encontrarse con Dios sin encontrarse con el hombre, jamás se encontrará con Dios. En la medida en que no encontremos con el hombre, nos encontraremos con Dios. Quiza por ello, Dios ha querido también que la reconciliación con Él pase necesariamente a través del hombre.



Lo que debe motivar ese encuentro no es tranquilizar mi conciencia, estar a gusto conmigo mismo, salvarme... Es la amistad con Dios, es el amor a Dios, lo que está en juego. Hay reconciliación porque hay deseo de vivir la amistad con Dios. Todo aquel que se confiesa, si lo hace sinceramente, lo hace porque quiere vivir en amistad con Dios. Y esto sólo, de entrada, engrandece al pecador.



Por tanto, sólo cuando la razón de nuestra confesión brota del amor a Dios tiene sentido. Mientras tanto, no será una confesión sincera.



La experiencia nos dice a todos que cuando la confesión se ha hecho con un sacerdote, de forma sincera y motivada por el deseo de amistad con Dios... hemos llegado a experimentar la gracia no sólo del perdón, sino de la gracia de la «reconstrucción personal». Una confesión así supone un volver a empezar radical, olvidando el paso y con deseos de crecer en el futuro. Cuando esto

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"El arrepentimiento alcanza su plenitud cuando uno consigue agradecer sus propios pecados" de Mello, sj último no se da, es porque nuestra confesión no ha sido sincera, no ha sido como Dios hubiese deseado.

No hay nada especialmente espantoso en la Confesión. Vas, confesás tus pecados a Cristo en la presencia de su Sacerdote, y te absuelven. Pero es muy duro, porque para confesar tus pecados primero tenés que confrontarlos; admitirlos; hacerte responsable de ellos. La idea de presentarme a Dios y decirle con palabras cuánto le había fallado, me hacía temblar.

Reflexiones en torno al SACRAMENTO DE LA RECONCILIACIÓN 3.

Una experiencia personal

«A lo largo de mis años en el seminario, me torturó una cuestión muy cimple: “Pero, ¿y qué cosa es el pecado? No me atrevía a plantear esta duda a otros, porque temía que me pudieran considerar si no estúpido, seguramente ateo. Sin embargo, este interrogante me persiguió y me atormentó como una sombra negra durante todos mis años de estudio. Cuando me ordené como sacerdote, me propuse tomar muy en serio la Confesión. Pero esa duda en mi corazón se fue intensificando cada vez más. Después de haber escuchado numerosas experiencias en el confesionario, me dí cuenta de que la mayoría de las personas no comprendía verdaderamente en qué consiste el pecado. Así, las confesiones se iban convirtiendo en una rutina y no implicaban un arrepentimiento sincero. Siendo unjoven sacerdote viví una crisis profunda. Comencé a preguntarme, “¿por qué existe la Confesión?”... Desde el altar, nosotros anuciábamos el Evangelio, hablábamos del pecado, invitábamos a la gente a corregir sus malos hábitos y actitudes. No bostante, rara vez escuchaba yo en el confesionario que un penitente se refiriera a las palabras de Jesús o a la homilía, como un motivo para decidirse a cambiar su vida. Entonces surgió esta otra pregunta: “¿Qué sentido tiene la prédica”?... ¿Por qué confesarse? ¡Trataba de ver cuando menos algún progreso de una confesión a la otra! Y como no lo veía, la pregunta en mi interior se volvía cada vez más compleja y dolorosa. Estaba consciente de que había comenzado a vivr el drama que envuelve al ministerio de todo sacerdote que no logra darle un sentido, un significado a su misión. ¡Pero igual le sucede a muchos creyentes! Sobre todo los jóvenes tienen muchas dificultades con la Confesión. Ellos enfrentan obstáculos imilares y se debaten ante los mismos dilemas: “¿Por qué he de confesarme con un sacerdote”? Pudiera ser que el problema radique, en que la mayoría de la gente se limita tan solo a confesar faltas superficiales, considerando únicamente la apariencia y no la importancia. Todos los jóvenes, particularmente los adolescentes, atraviesasn por esa crisis y frecuentemente sucede que dejan de confesarse. Y he aquí la inquietud del sacerdote: ¡Los que debieran confesarse ya no lo hacen y los que se confiesan lo ahcen con superficialidad y ligereza! Recuerdo bien a una joven creyente que me pidió que le hablara de la Confesión, pero dejando bien claro al mismo tiempo que no tenía intención alguna de confesarse. Su primera pregunta fue: “¿Por qué he de confesarme con un sacerdote, que no es sino un ser humano igual que yo? En su lugar, yo puedo hacerlo directamente con Dios.” Yo permanecí en silencio. Sentí como si hubiera caído en una trampa. ¡Esa era mi misma pregunta!... No sabía siquiera cómo responderle. Pero le dije: “También yo tengo el mismo dilema. ¿Por qué confesarse con un sacerdote que no es sino un hombre? ¡Pudiera ser porque los sacerdotes somos muy curiosos y queremos descubrir tus faltas! Creo, sin embargo, que nadie confiesa algo nuevo. El sacerdote conoce todos los pecados, todas las faltas del hombre. Si quieres saber mi punto de visa, ¡esa es mi misma duda!

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"El arrepentimiento alcanza su plenitud cuando uno consigue agradecer sus propios pecados" de Mello, sj Ahora fue ella la que se quedó callada. Y en ese preciso momento, ambos comprendimos que el Sacramento de la Reconciliación era algo mucho más profundo. Se trata de un encuentro, del más extraordinario de todos: ¡Del encuentro con Cristo, en la más maravillosa de todas las modalidades! Es el encuentro del enfermo con el Médico; del pecador con el Santo; del afligido con el Consolador; del humillado con el que eleva a los humildes; del que padece hambre con el que sacia toda hambre<; del que se ha extraviado con el que deja las 99 ovejas para buscar a la que se ha perdido. En suma, es el encuentro entre el que navega en las tinieblas y Aquel que afirma ser la Luz. Entre el que ha perdido la ruta y Aquel que dice ser el Camino. Entre el solitario y Aquel que quiere ser el Amigo Verdadero.» 4.

La reconciliación, sacramento esencial.

Por todo lo dicho se comprende que para un cristiano comprometido este sacramento es parte esencial y central de su vida de fe, porque una vida que se profesa como tal, no es posible imaginarla sin al continua reconciliación con Dios y con los hombres. Y esta reconciliación no se alcanza por medio de un compromiso verbal, como sucede entre los políticos, sino a través de la transformación total de la propia conciencia y se realiza precisamente mediante la Confesión, llevada a cabo correctamente. El problema de este sacramento es que no siempre se entiende correctamente y a veces se vive con ciertas desviaciones. 

No son pocos los que ven este sacramento como un proceso agobiante que hay que enfrentar y superar fatigosamente.



En otros círculos se dice y se concluye que este sacramento no es otra cosa sino revelar los propios pecados y esperar la absolución y la penitencia correspondiente.



Por otro lado están los que creen que nunca pecan. Son los que dicen que no han asesinado a nadie, no han robado nada y tampoco han hecho nada para lastimar a su prójimo.



Los hay que se consideran liberados y argumentan que la Confesión es una carga inútil y se preguntan, por qué no pueden confesarse directamente con Dios.



No faltan quienes acuden a este sacramento confundiendo los términos. Así, se confiesan de que dicen palabrotas... Parece una confesión al estilo legalista, desde un decálogo, pero no desde el corazón. Todo esto nos lleva a concluir que la Confesión es un sacramento que no ha sido entendido todavía.

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El Sacramento bien entendido



Como toda expresión de nuestra fe y como cualquier sacramento, la Reconciliación tiene sentido en cuanto hay una referencia a Dios.



La referencia a Dios que se da en el sacramento hay que entenderla dentro de la categoría de «encuentro». Es decir, la reconciliación es algo así como la «tienda del encuentro».



Todo encuentro con Dios pasa por el hombre. Jesús mismo se hizo hombre. Por tanto, quien quiera encontrarse con Dios sin encontrarse con el hombre, jamás se encontrará con Dios. En la medida en que no encontremos con el hombre, nos encontraremos con Dios. Quiza por ello, Dios ha querido también que la reconciliación con Él pase necesariamente a través del hombre.



Lo que debe motivar ese encuentro no es tranquilizar mi conciencia, estar a gusto conmigo mismo, salvarme... Es la amistad con Dios, es el amor a Dios, lo que está en juego. Hay reconciliación porque hay deseo de vivir la amistad con Dios. Todo aquel que se confiesa, si lo hace sinceramente, lo hace porque quiere vivir en amistad con Dios. Y esto sólo, de entrada, engrandece al pecador.



Por tanto, sólo cuando la razón de nuestra confesión brota del amor a Dios tiene sentido. Mientras tanto, no será una confesión sincera.

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"El arrepentimiento alcanza su plenitud cuando uno consigue agradecer sus propios pecados" de Mello, sj 

La experiencia nos dice a todos que cuando la confesión se ha hecho con un sacerdote, de forma sincera y motivada por el deseo de amistad con Dios... hemos llegado a experimentar la gracia no sólo del perdón, sino de la gracia de la «reconstrucción personal». Una confesión así supone un volver a empezar radical, olvidando el paso y con deseos de crecer en el futuro. Cuando esto último no se da, es porque nuestra confesión no ha sido sincera, no ha sido como Dios hubiese deseado.

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