Testamento

  • June 2020
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  • Words: 1,585
  • Pages: 7
TESTAMENTO PJ RUIZ

-

Sé que es aquí.

2009

-

Venga, me estás vacilando.

-

Martina… te digo que lo sé muy bien, y pronto lo verás. – Le sonrió maliciosamente. Estaba preciosa con aquel traje ajustado de Nyodio azul, tan bella como la ocasión merecía. Su pelo despreocupadamente suelto casi ocultaba la mirada, pero todo lo que se adivinaba junto a aquella nariz pequeñita le era tan conocido que lo podría delinear con los ojos cerrados. Y esa sonrisa que siempre llevaba lo hacía tan feliz con sólo verla que la mayoría de las veces lo llevaba incluso a olvidar la ausencia de futuro en un mundo tan controlado. La hizo sentarse en el suelo sin decirle nada.

-

No puede ser tan fácil, caray. Ahí fuera están todos deseando saber el modo de acabar con esta maquinarquía y vas tu y te muestras así de seguro con sólo unos cuantos papeles viejos.

-

¿Papeles viejos dices?

-

Sí, eso son.

-

Martina, esos papeles son los planos originales de Bartolomei Founboldt, el diseñador de la máquina. Me ha costado mucho acceder a ellos, de hecho no se ni como es posible que aun existan.

-

Eso es lo que dices tu, pero podrían ser cualquier cosa. Te encanta impresionarme. – Él se ruborizó y ella se dio cuenta - ¡Pero no me importa, tonto! ¡Yo te quiero igual!

-

¿Sabes, picarilla? La veracidad de estos papeles es fácil de demostrar. – César levantó sin dudarlo una loseta del frío suelo de aluminio, dejando al descubierto una trampilla con un entramado de cables de muchos colores. Martina miraba incómoda, preguntándose cuanto tiempo aún les quedaba antes de que la máquina les localizase en aquel lugar prohibido y les administrase su terrible

justicia. - ¿Ves ese cable rojo, el más grueso? – dijo a la chica mientras cogía una tijera eléctrica prohibida de uno de sus bolsillos. Ella sabía que era una infracción muy grave llevarla, otra más, y deseó no haber entrado al juego de su amigo y amante, pero ya no podía hacer nada. – Dime, Marti, ¿lo ves o no? -

Sí, lo veo, pero vámonos ya o nos cogerá, loco. Me estás poniendo muy nerviosa.

-

¿Nerviosa? ¿Cuántas veces me has dicho que te gustaría que la máquina dejase de existir? ¿Qué deseabas saber lo que se siente siendo libre del todo?

-

César, sí, me gustaría, pero eso no es posible y lo sabes. En mi grupo de estudios siempre hemos tenido ese tema entre los principales a debatir, pero nunca llegamos a nada concreto, tu lo sabes, nos has visto discutir muchas veces. Ahora te plantas aquí con material prohibido y pretendes liberar al mundo. Muy al contrario vas a conseguir que……- Entonces, mientras ella hablaba, sonó un chasquido y las luces principales se apagaron. Al mismo tiempo algo dejó de sonar al fondo… También los acondicionadores de aire, las vías de agua y fluidos alimenticios… todo. Fue algo secuencial, una caída en cascada, y César supo desde el primer instante que todo estaba sucediendo tal como había sido previsto en los planos. Martina en cambio sintió que se le helaba la sangre a medida que se daba cuenta de lo que estaba pasando, aunque aun carecía de conciencia sobre la envergadura del acontecimiento

-

¡César!... – dijo con los ojos abiertos como platos - ¿Qué has hecho?

-

He cortado el cable.

-

Si… lo sé… pero…. ¿qué has hecho, que ha pasado?

-

Pues que la máquina ha dejado de funcionar para siempre.

-

No es posible.

-

Si, lo es. Al hacerlo he sobrecargado sus circuitos y las memorias operativas han estallado en algún lugar bajo el suelo, a montones de kilómetros. Se ha iniciado un ciclo de autodestrucción programada que no es reversible. Humboldt lo dejó todo previsto para que la cosa nunca localizase este punto débil y así asegurar una vía de escape si algo escapaba al control. Este es el único lugar no vigilado ni autoconsciente de ese maldito trasto, sencillamente porque sus coordenadas a todos los efectos no existen dentro del cerebro principal. ¡Un lugar único en el mundo entero!

-

¡Por dios, que dices!

-

Digo que ya somos libres, Martina. – La chica se estremeció ante la enormidad del maquinicidio cometido mientras él soltaba la tijera con estrépito y sonreía. Ninguno de los dos daba crédito a estar viviendo semejante instante, cada uno a su manera.

-

Pero… ¿libres para que?

-

Para trabajar, pensar, hacer, leer… para lo que quieras proponerte cada día. – Dijo él con los ojos encendidos de alegría.

-

Oh, no, no no…. ¿cómo vamos a hacer todo eso sin la máquina? ¿Acaso olvidas que hace más de mil años que ella se encarga de todo por nosotros?

-

¿Y eso es lo que te gustaba? ¿Qué ella te alimentara, dirigiera, juzgara, inseminara, instruyera y dirigiese toda tu vida, la de tus hijos, nietos, que controlase sociedades cada vez mas estupidizadas y aferrase con grilletes al hombre a este planeta sin más futuro que una natalidad controlada y un ocio que hace inapetente hasta el sexo? – Martina miró a César con ojos llorosos y se sintió desfallecer. Estaba comenzando a notar que todo era realidad, y no le gustaba nada.

-

¿Y cómo se vive si no, César? ¿Dime cómo?

-

Habremos de aprender, todos juntos… en libertad, unidos. Sembraremos los campos, Martina, trabajaremos la tierra y viviremos con normas sencillas con las que convivir, normas hechas por hombres para el hombre. Será más justo que toda esa chatarra.

-

Eso no es posible… es todo una fábula. ¿Es que no lo ves? ¿Dónde están las plantas, los campos para sembrar, los hogares…? ¿Quién reciclará las aguas y el aire?

-

Lo desmantelaremos todo y la tierra surgirá de debajo de las calles y ciudades, hallaremos semillas en los museos naturales, derribaremos las cúpulas macro climáticas y el sol vendrá para germinar el suelo regado por lluvia auténtica, el aire se purificará solo, y las aguas caerán desde los pantanos cuando los abramos para siempre formando ríos… Liberaremos los océanos de esas capas de cristal que lo retienen y pescaremos sus peces, como en los antiguos relatos. Todo se llenará de oxígeno. Y Marti… escucha bien esto. – Le puso las manos en las rodillas y la miró con fijeza. - ¡Incluso podremos morir! – Ella lo miró sorprendida.

-

¡Ya morimos, César! ¿Qué me dices?

-

No, no no… no me has entendido. Digo que podremos morir por nosotros mismos, de manera natural, no por accidente o cuando la maquina determine que ya estamos agotados después de centenares de años extenuados de no hace nada. ¡Eso es morir! – La chica movía la cabeza a uno a otro lado - ¡Así debe fallecer un humano! ¡No en una ignominiosa, perfecta y perpetua esclavitud!

-

Mi pobre César… ¿Te das cuenta de lo que has hecho? – El chico pensó soltando al fin los planos del viejo diseñador que cayeron al lado de la trampilla

abierta donde estaba el cable rojo cortado, y por un instante, mirando la sonrisa perdida en el rostro de ella, hasta dudó de sus creencias, pero después se dio cuenta de que todo estaba bien. Exhaló un suspiro, se levantó mirándola llorar y clavó la vista en el techo desprovisto del alumbrado principal. Sólo el rojo de emergencia aseguraba la visión, pero sería cuestión de horas que se apagase también. -

Sí, Marti, me doy cuenta, de veras. Sólo te he dado lo que querías. A ti y a tus amigos de ahí fuera, todos esos que hablaban contigo a diario sobre como conspirar contra esa cosa sin mover ni un dedo, sin ocuparse más que de salvar sus culos dejando que el hombre se siguiese esterilizando en su propia desazón y jugando entre tanto a la conspiraciones. Os he oído miles de veces fantasear y os miraba firmemente interesado. Os pretendía decir cosas y me callabais porque no era suficientemente erudito para vuestras ideas revolucionarias de pacotilla, y eso os ha evitado saber lo que ahora he desvelado ante tus ojos. ¡Pero de esto último me alegro! - Se dio la vuelta y comenzó a caminar decidido hacia el pasadizo que llevaba al nivel 3, de vuelta a una calle que imaginaba en semipenumbra y llena de gente asustada. Antes de girar la esquina la miró una vez más y se dio cuenta de que pudiese ser que ya nada fuese igual entre ellos. Sabía que el paso estaba bien dado y tenía razón suficiente como para asumir el daño si se producía, pero algo le dolía en el corazón, muy dentro… La quería de verdad. Aguardó un instante en silencio mientras se cruzaban las miradas. Finalmente se volvió, dio unos pasos y le tendió la mano en silencio. El azul le sentaba bien hasta bajo la luz roja, era increíble. Se preguntó como sería hacer el amor fuera de los cubículos de control de fertilidad, y se estremeció de deseo, pero no era momento para expresiones pasionales. La levantó, limpió una

lágrima con su dedo pulgar y ella, tímidamente, le sonrió con sus labios preciosos cubiertos de púrpura evanescente con sabor y aroma a murquías. Quizás no todo estuviese perdido al fin y al cabo. Después, cuando salieron a la convulsa calle donde los autómatas habían parado para siempre sus actividades, le dijo “Ahora ve y cuéntaselo a todos. No tenemos una eternidad para comenzar a organizarnos”.

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