BREVE
ENSAYO
SOBRE
EL
CUERPO
ABYECTO
Mauricio
Zárate
Parra
Seminario
de
Investigación
y
Tesis
I
–
MFA
Artes
Visuales
Pintura
ENAPUNAM
Prof.
Julio
Chávez
Guerrero
Somos
un
cuerpo.
Un
contenedor
de
otros
cuerpos
que
pueden
desparramarse:
viseras,
órganos,
fluidos,
excreciones.
El
horror
nace
en
cuanto
ese
contenedor
tiende
a
su
agrietamiento,
a
su
rotura.1
El
cuerpo
puede
romperse,
es
un
sólido
poroso
que
excreta,
que
suda,
que
puede
derramarse
a
la
menor
provocación
de
un
atrevimiento.
Los
atrevimientos
son
de
varios
tipos,
clases
de
heridas
que
se
infringen
sobre
materia
tersa,
velluda:
cortadura.
Se
abren
en
la
coraza
de
la
piel
labios
sangrientos
en
cualquiera
de
sus
geografías,
mudos
en
su
mancillamiento,
entreabiertos
para
dejar
que
se
escape
por
ahí
un
poco
de
alma.2
Rojez
que
duele,
que
se
registra
como
la
escisión
que
nos
divide;
un
tú
y
un
yo.
Abrir
la
boca
es
un
acto
de
abyección.3
Es
un
ofrecimiento,
o
quizá
una
amenaza.
El
otro
que
amenaza;
un
yo
sediento
de
un
tú.
De
la
boca
pueden
provenir
vituperios
biológicos,
un
sonido
leve
de
estrangulamiento,
de
incapacidad
para
el
grito
que
se
tuerce
dentro,
anima
que
huele
agrio
y
seco...
el
aliento.
Somos
un
cuerpo
que
deglute,
ingiere,
que
también
vomita
y
escupe:
un
dentro
y
afuera.4
Es
el
cuerpo
uno
de
los
principios
materiales
básicos,
para
el
entendimiento
de
lo
abyecto.
Nuestro
cuerpo
como
capullo,
dentro
está
la
gestación
de
algo
vivo,
de
órganos
silentes
que
digieren,
bombean,
trituran,
amalgaman,
nutren.
Somos
un
cuerpo
que
mientras
se
mantiene
en
conjunto,
se
disfruta,
se
goza;
que
si
se
fisura,
se
corrompe,
camina
hacia
lo
impuro,
la
posibilidad
de
contaminarse
con
un
exterior
invisible.
Nos
aterra
su
“apertura”,
nos
alarma
esa
disposición
a
la
salida
abrupta,
incontenible.
Su
exteriorización
accidentada
o
premeditada
nos
causa
abyección.
Somos
un
cuerpo
vivo,
que
en
su
consciencia
como
entidad
biológica
en
desarrollo
continuo,
nos
recuerda
al
instante
y
de
manera
autónoma,
el
peligroso
acercamiento
a
la
descomposición:
manifestación
casi
intangible
es
ese
momento
en
que
«lo
muerto
captura
lo
vivo».5
1
DOUGLAS.
MARY.,
Pureza
y
Peligro:
un
análisis
de
los
conceptos
de
contaminación
y
tabú,
Buenos
Aires,
Nueva
Visión,
2007.
p.10
2
“El
cuerpo
es
también
una
prisión
para
el
alma.
Allí
purga
una
pena
cuya
naturaleza
no
es
fácil
de
discernir,
pero
que
fue
muy
grave.
Por
eso
el
cuerpo
es
tan
pesado
y
tan
penoso
para
el
alma.”
NANCY,
JEAN‐LUC.,
58
indicios
sobre
el
cuerpo:
extensión
del
alma,
Buenos
Aires,
La
cebra,
2007.
p.
5
3
MANERO
BRITO,
ROBERTO.,
Cuerpo,
terror,
abyección,
México,
CONCYTEG
(Año
3,
Núm.
36,
5
de
junio
de
2008)
p.57
4
“La
exterioridad
y
la
alteridad
del
cuerpo
llegan
hasta
lo
insoportable:
la
deyección,
el
desperdicio,
el
innoble
desecho
que
todavía
forma
parte
de
él,
que
todavía
es
de
su
sustancia
y
sobre
todo
de
su
actividad;
es
necesario
que
lo
expulse
y
éste
no
es
de
sus
menores
oficios.”
NANCY,
JEAN‐ LUC.,
Op.
Cit
p.28
5
MEDINA,
CUAUHTÉMOC.,
Teresa
Margolles
¿De
qué
otra
cosa
podríamos
hablar?‐Espectralidad
Materialista:
fenomenología
de
lo
muerto,
Madrid,
Editorial
RM,
2009.
p.
16
Materia,
conjunto
de
conjuntos.6
El
cuerpo
es
una
cápsula
que
se
disuelve
en
el
tiempo.
Es
un
yo
que
poco
a
poco
en
su
transformación
deja
de
ser
el
yo
y
se
pierde.
Un
cuerpo
con
una
consciencia
maleable
por
las
técnicas
naturales
contra
la
permanencia
perpetua:
somos
cuerpo
que
muere.
Inevitabilidad
encarnada.
En
el
transcurso
de
la
vida
un
“caparazón”7
nos
protege
de
un
entorno
erosionante.
El
cuerpo
guarda
al
alma
y
la
mantiene
atrapada.
Los
labios
y
el
esfínter,
como
centinelas
y
compuertas.
Lo
orificios
nasales,
protuberancias
por
donde
se
intuye
su
estadio
vivo.
Respiramos
para
asegurarnos
de
nuestro
espacio
invisible,
ese
que
nos
apropiamos
con
cada
inhalación,
que
devolvemos
inútil
con
la
exhalación.
El
cuerpo
es
también
un
sistema,
un
periférico
de
conductos,
de
vías.
En
ellas
se
transporta
lo
que
dentro
de
nosotros
se
mueve
en
busca
de
la
renovación.
También
se
transportan
las
sustancias
externas
y
se
digieren,
se
fraccionan
y
se
distribuyen
para
ganar
nutrientes;
los
que
no
son
asimilados
por
el
cuerpo,
se
desechan,
se
tiran
lejos.
Se
tiran
lejos,
aparte.
Nos
separamos.
Para
Bataille
las
cosas
abyectas
pueden
ser
definidas
«como
objetos
del
acto
imperativo
de
exclusión».8
Son
justo
esos
elementos
que
en
su
estado
negativo
de
putrefacción
se
busca,
ante
todo,
su
eliminación.
Lo
abyecto
se
define
ante
los
sentidos
por
las
sustancias
que
se
escapan
tanto
voluntaria,
como
involuntariamente.
Somos
testigos
de
como
nos
fraccionamos,
nuestra
fragilidad
evidente.
En
un
contenedor
de
cristal
pueden
observarse
sus
implícitos.
Las
características
físicas
del
cristal
dan
la
ilusión
de
pureza,
analogía
imprescindible
será
el
baño
diario,
la
limpieza
del
caparazón.
Pero
el
cristal
en
su
materialidad
nos
permite
ver
el
interior.
No
nos
asusta,
no
nos
sorprende.
Nuestro
cuerpo
no
permite
la
transparencia,
más
tratamos
por
medio
de
lo
higiénico
mantener
la
cercanía
más
estrecha
con
la
transparencia.
La
abyección
son
esos
licuados
que
se
desbordan
de
un
contenedor
impermeable.
Somos
cuerpo
con
una
piel,
la
transparencia
imposible
carnalizada
en
la
obviedad
biológica.
Tu
no
puedes
verme,
yo
no
puedo
verte;
por
eso
eres
otro.
Los
cuerpos
se
corresponden,
se
buscan
uno
al
otro.
Pero
su
fracaso
es
cada
vez
más
evidente.
Pues
en
sus
acercamientos,
se
percibe
la
otredad
y
sabemos
que
no
podemos
consumirla,
hacerla
nuestra.
Si
los
flujos
y
excreciones
de
lo
nuestro
obedecen
a
nuestros
ascos
y
repulsiones,
en
el
otro
son
casi
insoportables.
Vemos
que
otro
cuerpo
se
desparrama,
se
convulsiona
al
caminar
en
una
repetida
existencia
hacia
un
destino
que
os
es
común:
lo
que
perdura
es
ese
estado
de
envejecimiento,
rutina
diaria
por
la
descomposición.
El
otro
lo
rememora
en
nuestros
adentros
gelatinosos.
Lo
evitamos.
Hay
unos
cuerpos
que
gustan
de
otros
cuerpos
a
manera
de
fragmentos.
Los
destazan
y
los
abren,
hasta
los
consumen
y
digieren.
«Un
cuerpo
es
una
colección
de
6
“El
cuerpo
es
un
conjunto,
se
articula
y
se
compone,
se
organiza.”
NANCY,
JEAN‐LUC.,
Ibid.
p.18
7
“La
relación
del
hombre
y
su
espacio
circundante
(...)se
articula
en
una
serie
de
caparazones
sucesivos,
(...)El
más
próximo
al
individuo,
institucionalizado
como
centro,
será
su
propia
piel,
(...).”
TORRIJOS,
FERNANDO.,
Arte
efímero
y
espacio
estéticoSobre
el
uso
estético
del
espacio,
Barcelona,
Anthropos,
1988.
p.
24
8
BATAILLE,
GEORGES.,
Obras
escogidas.
La
abyección
y
las
cosas
miserables
§
14.
Las
cosas
abyectas.
México,
Fontamara,
2006.
p.
327
piezas,
de
pedazos,
de
miembros,
de
zonas,
de
estados,
de
funciones.»9
el
cuerpo
fuera
de
sí,
de
su
constitución
y
de
su
acomodamiento
original.
Nos
desfasa,
nos
mueve
hacia
lo
terrible,
nos
sorprendemos
de
un
cuerpo
que
se
puede
re‐constituir
por
medio
de
unos
cuantos
cortes.
Puede
transformarse
en
materia
abyecta
por
aspectos
de
animalidad,
bestialidad
infringida
contra
la
carne.
En
Bacon
observamos
un
“bulto”
de
carne:
se
retuerce
en
las
sábanas,
camas
que
rechinan
con
el
peso
y
gravedad
de
un
cuerpo
que
se
derrite
como
la
cera
de
una
vela
rancia.
Bacon
comprendía
al
cuerpo
como
secciones,
como
retazos
de
una
transfiguración
de
hombre
a
animal.
Bacon
destazó
la
forma
y
la
muestra
al
revés.
Somos
un
cuerpo
que
se
contiene,
que
es
un
envase
no
hermético.
Somos
un
cuerpo
que
se
constituye
en
un
orden,
una
natura.
Partes
de
un
rompecabezas
que
nos
impacta
cuando
pierde
esa
noción
de
orden.
El
caos
nos
empuja
a
la
bestialidad,
desbarata
nuestra
humanidad.
Se
vuelve
abyecta.
Cuando
un
yo
se
antepone
a
un
tu,
se
confronta
la
piel
contra
la
piel.
Ambas
“corazas”
impenetrables
que
en
el
acto
sexual
se
buscan,
intuyen
su
acoplamiento.
Somos
parte
del
mundo,
somos
el
mundo,
el
mundo
es
nosotros
y
nos
causa
abyección
el
de
no
poder
configurarlo
como
un
conjunto
autocontenido,
reunido
en
la
sana
imaginación.
Se
requiere
entonces
de
cierta
perversión.
La
carne
necesita
en
nuestra
fantasía
ser
una,
no
separada,
íntegra.
Nuestro
cuerpo
en
la
excitación
produce
zumos
y
fluidos
que
pueden
lamerse,
saborearse,
deglutirse.
Ilusión
de
que
el
otro
nos
pertenece
ahora,
que
somos
parte
de
ese
ajeno.
Neciamente
insistimos
en
ser
uno,
amándonos
en
la
terrible
canibalización
de
las
excreciones.
Flujos
no
prohibidos,
posiblemente
contaminados.
Su
patología
podría
invadirnos,
volvernos
frágiles.
Somos
un
cuerpo
ante
el
abismo,
que
depende
de
una
consciencia
que
le
permita
depositarse
sobre
la
base
del
mundo.
Las
bocas
y
los
agujeros
del
cuerpo
nos
invitan
a
cruzarlos,
a
penetrarlos,
nos
invitan
a
la
ilusión
de
estar
dentro
del
otro.
La
abyección
es
lo
contrario
a
esa
certeza.
La
abyección
nos
afronta
con
lo
que
podría
salpicarnos,
mojarnos,
batirnos,
ensuciarnos,
expulsarnos.
Lo
más
terrible
de
la
abyección
en
el
cuerpo,
en
nuestro
cuerpo,
es
la
sensación
infame
de
que
nuestro
propio
“caparazón”,
se
torna
extraño,
se
vuelve
la
indiscutible
imagen
de
El
Otro.
9
NANCY,
JEAN‐LUC.,
Ibid.
p.23