Semana 1 Modulo 2.docx

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LA FAMILIA El prólogo de Engels a la 4.a edición (1891) constituye una apología global de Morgan frente a otros autores de su época, que abordan el tema de la familia en la antigüedad. Arranca de un supuesto, que será fundamental en todo el libro: el carácter evolutivo de la institución familiar (en función, concretamente, de factores económicos). Hasta 1860, «bajo el influjo exclusivo de los cinco libros de Moisés» (p. 16), se habría tenido un concepto estático, como si las diversas formas familiares —monogamia, poligamia, poliandria, matriarcado, patriarcado, etc.— hubieran coexistido, en vez de sucederse (en determinado orden) según una serie histórica, que se comienza a sospechar hacia 1860, que Morgan establecería definitivamente, y que Engels hace suya. Enfrenta la obra de Morgan a la de dos autores: el alemán Bachofen y el británico Mac Lennan. Sobre pasajes de la literatura de la antigüedad clásica, el primero señala una evolución matrimonial desde la promiscuidad sexual (con hegemonía femenina —ginecocracia—, al ignorarse la paternidad) hasta la monogamia (con predominio del «derecho paterno»); Engels alaba esas intuiciones, aunque critica el «misticismo de los conceptos» (p. 20) de Bachofen, que interpreta esa evolución al filo de las ideas religiosas prehistóricas, lo que resulta inadmisible para Engels —y «de poco provecho» (p. 19) estudiar las explicaciones de ese autor—, por cuanto equivaldría a considerar «la religión como palanca principal de la historia del mundo» (ibid.), cosa que carecería de sentido. Menos benévolo es aún Engels hacia Mac Lennan, quien hace coexistir tribus «endogamas» y «exogamas» —lo que se opone a la uniforme evolución universal— y sugiere para la exogamia (matrimonio con personas forzosamente de otras tribus) razones diversas a las de Morgan. Las premisas de éste —formas de parentesco entre los indios iroqueses— son argüidas contra Mac Lennan por Engels, quien lamenta que el británico exija a Morgan «la prueba formal y jurídicamente valedera de cada palabra que (...) pronuncie» (p. 25), y se duele de la conspiración del silencio que, por nacionalismo, habría en Inglaterra frente al americano (tendrían que «darse de puñadas en la frente, y exclamar: ¿Cómo hemos podido ser tan pazguatos, para no haber encontrado esto nosotros mismos desde hace muchos años?») (p. 29). Para Engels, Morgan ha hablado de la transformación familiar «en términos que hubieran podido salir de labios de Karl Marx» (ibid.); sus teorías evolutivas «tienen para la historia primitiva la misma importancia que la teoría de la evolución de Darwin para la biología, y que la teoría del exceso de precio de Marx para la economía política» (p. 27). En efecto —de modo análogo a las universalizaciones darwinistas y marxistas—, se aplicará el modelo iroqués a todas las latitudes, ya que —afirma Engels— la concepción básica de dicho modelo (comenzando por el «matrimonio por grupos»), «según toda verosimilitud, ha existido en todas partes en un momento dado» (p. 26). El epígrafe II, titulado «La familia», presenta un estilo mixto de exposición, valoración y proyección de futuro, que se solapan e influyen de modo constante. De la mano de Morgan —aunque alejándose de él en cuanto parece disentir del esquema histórico marxista— se ofrece un panorama evolutivo, que sería

universal. Se orienta a desautorizar el carácter natural de la familia monogámica —descrita como una degeneración— y a sentar las bases de lo que habrá de ser la familia tras la revolución proletaria (fase última y superior). Dicho proceso se describe como dependiente de la evolución de las fórmulas económicas, de manera que el progresivo establecimiento de la monogamia responde al proceso degenerativo que es la instauración de la propiedad privada (incluso de mujeres). El argumento que se aduce para exigir esas formas primitivas de familia —y que constituye la base sobre la que se edifica todo el libro— es la necesidad de explicar el origen de la terminología familiar utilizada por los indios iroqueses (parecida a la de algunos otros primitivos): «El iroqués no sólo llama hijos e hijas a los suyos propios, sino también a los de sus hermanos; y los hijos del segundo llaman padre también al primero. Por el contrario, llama sobrinos y sobrinas a los hijos de sus hermanas, los cuales le llaman tío. Inversamente, la iroquesa, a la vez que a los propios, llama hijos e hijas de ella a los de sus hermanas, quienes le dan el nombre de madre. Pero llama sobrinos y sobrinas a los hijos de sus hermanos, hijos que la llaman tía. Los hijos de hermanos se llaman entre sí hermanos y hermanas, y lo mismo hacen, por su parte, los hijos de hermanas. Los hijos de una mujer y los del hermano de ésta se llaman mutuamente primos y primas» (pp. 22). Para Morgan (y Engels) esta nomenclatura —que entienden ha de tener un significado real y no sólo honorífico, como quisiera Mac Lennan— remite a una forma familiar «que ya no podemos demostrar en ninguna parte, pero que ha debido necesariamente existir, puesto que sin eso no hubiera podido nacer el sistema de parentesco que le corresponde» (p. 23); es la que llaman: «familia punalúa» (de la que se habla más adelante) y que, a su vez, ha debido estar precedida por otras fases: 1. «Comercio sexual sin obstáculos, de tal suerte que cada mujer pertenecía igualmente a todos los hombres y cada hombre a todas las mujeres» (p. 24). Resulta poco grato para Engels no encontrar vestigios de esto en los vertebrados superiores (de los que, sin dudar, hace venir al hombre): lo explica diciendo que — para poder subsistir— el hombre naciente necesitaba formar hordas, «que es la forma más elevada de la sociabilidad» (p. 28), y para ello carecer de celos —que, pese a encontrarse en los animales superiores, en el hombre sólo serían un «sentimiento que se ha desarrollado relativamente tarde» (p. 29)—; eso es algo necesario para un «matrimonio por grupos (...) en que grupos enteros de hombres y grupos enteros de mujeres se poseen recíprocamente» (ibid.). También faltaría «la invención del incesto» (p. 23), de forma que el ayuntamiento de padres e hijas «no sería más horripilante que el habido entre otras dos personas que pertenecieran a generaciones diferentes» (ibid.). Para Engels no podría esto calificarse con categorías morales, por tratarse de un «comercio sexual sin reglas» (ibid.); las reglas se establecerían más tarde. 2. «La familia consanguínea ha desaparecido» (p. 22), pero ha debido existir como fase intermedia (antes de la «punalúa»): aquí «los ascendientes y los descendientes, los padres y los hijos, son los únicos que están excluidos» (p. 23) del comercio carnal (aunque no se den las razones para tal exclusión).

3. La familia «punalúa», clave y «punto de partida de todas las investigaciones de Morgan» (p. 28), debería haber surgido «en cuanto brotó la idea de la inconveniencia de la unión sexual entre hijos de la misma madre» (p. 53, idea que se habría afincado al comprobar la pujanza de las tribus donde se excluía ese comercio; hay que advertir que Engels no indica cómo pudo surgir esta exclusión). Se aduce como argumento el ejemplo hawaiano de «hermanos entre sí» (el nombre «punalúa» —compañero íntimo— se toma de Hawai); en este tipo de familia —con paternidad incierta— consideran Morgan y Engels que se justificaría la nomenclatura familiar de los iroqueses, y Engels concluye: «Allí donde se encuentre este sistema de parentesco, tuvo que hallarse establecida la familia punalúa, o una forma análoga» (p. 25). De esta familia punalúa surgiría la organización gentilicia —«gens»— primitiva, de derecho materno: su forma esquemática sería la de dos grupos descendientes cada uno de una madre; cada miembro de un bloque sería esposo —o esposa— potencial, o efectivo, de todos y solos los del otro bloque o gens (exogamia): los hijos pertenecerían a la gens de la madre, y se unirían con personas de la gens opuesta (la de su propio padre). Engels da la vuelta a esta teoría y la convierte en argumento universal, y explicación única, para todos los usos exogámicos: «Si encontramos que la gens nace necesaria y naturalmente de la familia punalúa, nos vemos muy cerca de admitir como casi cierta la existencia anterior de esta forma de familia en todos los pueblos donde se puede demostrar la institución de la gens» (pp. 27-28). En un principio, la organización gentilicia significaría matrimonio — indiferenciado— por grupos entre todos los miembros de una gens con los de otra. Posterior sería el matrimonio, también fuera de la propia gens, pero individual; esta fase correspondería a la llamada 4. Familia «sindiásmica», que sería «la forma característica de la barbarie, como el matrimonio por grupos lo es del salvajismo» (p. 29). Por selección natural —sin más explicaciones— se habría operado una «exclusión cada vez más grande de los parientes consanguíneos del lazo conyugal» (p. 23) hasta hacerse «imposible, en la práctica, toda especie de matrimonio por grupos» (ibid.) Pero las uniones individuales serían todavía demasiado frágiles e inestables —gran libertad sexual— como para poder originar un «hogar doméstico particular» (p. 24): subsistiría el «comunista» (cuya vida imagina Engels detalladamente calificando a muchas usanzas históricas —licencia sexual, iusprimaenoctis, etc.— como «vestigios», «restos», «recuerdo» de este período, aunque posteriormente aparezcan «disfrazadas de costumbres religiosas»), (p. 27). Subraya el autor que la fragilidad de la familia «sindiásmica» es institucional, y de ningún modo interpretable como infidelidad, adulterio, prostitución, etc., que serían conceptos nacidos con la posterior familia monogámica. Antes de aparecer ésta habría tenido lugar una revolución —«una de las mayores que la humanidad ha visto» (p. 23)—, aun cuando «nada sabemos respecto a cómo y cuándo hubo esta revolución en los pueblos cultos, puesto que se remonta a los tiempos prehistóricos» (ibid.): se trata del paso de la gens matriarcal —sucesión, herencia, etc., por consanguinidad femenina, única cierta— a la patriarcal, cuando la importancia de los rebaños y cultivos —y consiguientemente de los esclavos— hace que las riquezas empiecen a tener un peso que no tenían en el salvajismo (caza y pesca). Engels explica ese

supuesto paso como consecuencia del deseo de los maridos de ser heredados por sus hijos (cosa imposible en la gens matriarcal, pues allí los hijos pertenecen a la gens materna, y no podrían heredar bienes de sus padres). Con la gens de sucesión masculina «la mujer fue envilecida, domeñada, trocóse en esclava (...) y en simple instrumento de reproducción» (p. 24); y perdieron «las antiguas relaciones sexuales» —por grupos, sin celos, etc.— «su candoroso carácter primitivo» (p. 29) como consecuencia de ese «desarrollo de las condiciones económicas» (ibid.). Conviene advertir, aunque sea incidentalmente, que todas las suposiciones e interpretaciones anteriores se orientan a afirmar este carácter degenerativo de la «patriarcalidad», en que los hombres ricos pueden incluso ser polígamos: situación, para el autor, inferior a la poliandria «nacida del matrimonio por grupos, y (...) de mucho mejor estilo que la poligamia» (pp. 22); ésta —la poligamia— correspondería a la misma fase que 5. La familia monogámica. Como queda dicho (y adviértase que se afirmó a modo de conjetura), en la época de la «barbarie superior», para asegurar la herencia paterna de los hijos, se habría exigido una paternidad cierta, lo que habría traído el matrimonio patriarcal de vínculos fuertes (sólo disolubles a iniciativa del varón, único a quien, además, se le permite la infidelidad). Esta monogamia —que «sólo es monogamia para la mujer» y que «en la actualidad aún tiene ese carácter» (p. 20)— va unida a la esclavitud: Engels lo ilustra con mitos y ejemplos de la Grecia «heroica». Para él la monogamia es «el triunfo de la propiedad privada individual sobre el comunismo espontáneo primitivo. Preponderancia del hombre en la familia, y procreación de hijos que sólo pudieron ser de él y destinados a heredarle» (p. 23); con ella nacería «el primer antagonismo de clases que aparece en la historia» (ibid.: opresión de las mujeres por los hombres) y también «dos constantes y características figuras sociales, desconocidas hasta entonces»: el amante de la mujer y el marido traicionado (p. 25); el adulterio —antes inexistente, por no haber riguroso matrimonio— «llegó a ser una institución social irremediable junto a la monogamia» (pp. 23), hasta el punto de que «si la Iglesia Católica ha abolido el divorcio, es probable que sea porque habrá reconocido que contra el adulterio, como contra la muerte, no hay remedio que valga» (p. 23). Nada tendría que ver con la monogamia el «amor sexual individual» (p. 23), que sería un lirismo medieval. Ejemplifica Engels sobre la novela francesa y alemana para incluir que «todo matrimonio se funda sobre la posición social de los contrayentes» (p. 23), y es una prostitución en que la mujer «sólo se diferencia de la cortesana ordinaria en que no alquila su cuerpo a ratos, como una asalariada, sino que lo vende de una vez para siempre como una esclava» (ibid.) Al margen del teórico libre consentimiento y de la teórica igualdad jurídica de los contrayentes, «la mujer se convirtió en la criada principal» (p. 23) que no puede participar en la vida de la sociedad: «La familia individual moderna se funda en la esclavitud doméstica (...). El hombre es en la familia el burgués; la mujer representa en ella el proletariado» (p. 23). Desde la aparición de la familia monogámica, en ella —dice Engels— «podemos estudiar ya la naturaleza de las contradicciones y de los antagonismos, que se prolongan y crecen plenamente en esta sociedad» (p. 24), y la «manumisión de la mujer exige (...) que se suprima la

familia individual como unidad económica de la sociedad» (p23. ). Ese será el próximo paso:

Bibliografía: 1. Friedrich Engels (1820-1895), El origen de la familia, la propiedad privada y el estado

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