Reformas S.a.2

  • June 2020
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Reformas S.A. Taller

de escriTura creaTiva

(Sesión de crítica)

“casa de

las conchas”

Al filo de las olas

La camarera

Mary Ángeles se despide

La camarera pasó otra vez fugazmente al lado de Sebastián Montes, sin mirarlo siquiera. El entrecot debía de estar todavía en la vaca, pensó él. Encendió el segundo cigarrillo y miró a la pareja de la mesa de al lado, que había llegado mucho más tarde y ya estaba en los postres.

¿Quién puede creerse que me subí a horcajadas a la barandilla de un quinto piso a tensar las cuerdas de la ropa? Ellos, solo ellos, que están en otra onda. ¡Mira que no darse cuenta de que ese diablo de Rubén me había dejado tocada de ala al marcharse de aquella manera!… Todo el mundo entendió que me había quedado sin ganas de vivir… Y si vas a ver, estaba justificadísimo, porque, desde que murió mi Antonio, no habían entrado en casa más pantalones que los de mi hijo y es más que probable que, conociéndola, Enriqueta temiera por la herencia con la llegada de ese chico, porque, de la noche a la mañana, me convertí en una mujer coqueta, juguetona, alegre, que amaba la calle, las compras, vivir la noche… Ese chico me tenía sorbidito el seso y los chismorreos de las vecinas me hacían gracia. ¡Como que ponía pimienta a la vida…!Si hasta el señor Andrés me canturreo una mañana, que bajábamos juntos en el ascensor, eso de “¿Dónde se mete, la chica del 17? ¿De dónde saca, pá tanto como destaca ,,,?”, y yo, sonriendo de oreja a oreja, como una quinceañera. Esa noche, seguro que fui la comidilla del Tercero G. ¡Ya lo creo!; ese chico me quitó treinta años de encima. La pena es que al pobre se le debió hacer un poco cuesta arriba el precio que yo le imponía por la habitación, y su marcha, precipitada, terminó trayéndome aquí, porque, Mary Ángeles, ¡te pasaste con tus prisas en recuperar el tiempo perdido! Debes admitirlo, lo de Rubén era alta tensión. ¿Que Rubén no era sincero? Y eso, ¿qué importa? Lo que cuenta es que disfruté en tres meses lo que no había podido ni soñar, y ahora, yo, aquí dentro, me río a carcajadas de mi nuera, que finge llorar; de mi hijo, que se traga las lágrimas por no ser capaz de decirle a su mujer qué decía la carta que dejé sobre la mesa del comedor… Y ahora, que soy más libre que nunca, le envío un hermoso corte de manga a esa mojigata sociedad, llena de mentira, que hoy se pone de luto por Mary Ángeles Moreno y mañana se parte de risa por cualquier astracanada de la tele. Lo dicho y…¡que me quiten lo ‘bailao’!” .

“¿Será éste el momento de sacarla?”, pensó. Esta era la oportunidad para Eli, la oportunidad de demostrar que podía ganar la competición de surf más peligrosa de todos los tiempos, en la que miles de personas habían muerto o simplemente se habían herido gravemente. Se enfrentaba a olas de 6 m, y a poder conseguir el corazón del chico que tanto la hacia tilín. El chico que tarde o temprano la demostraría que estaba coladísimo por ella. El tiempo corría y Eli lo demostraría. La alarma pitó y como un rayo salió disparada de la salida acompañada de la campeona mundial de las olas. Tenía que ganar y lo sabía. Rodeó la ola con toda su energía, bordeó el filo y se dejó llevar, tocando con la mano el haz de la ola. Lo bordó y ella lo sabía. Al regresar, todo se la calló encima. Ganó y se convirtió en la mejor campeona mundial de olas. Cada año se presenta, conserva la compostura y conserva a el chico que la abrió el corazón en su día.

Tortura

Selene

Allí te dejan, desnudo tu cuerpo de piel, de voluntades.

Nadie ponía en duda la bravura y el arrojo del conde. Así todo, a quienes pudieron verle atravesar el patio del castillo, dar a la guardia orden de bajar el puente y cruzar el foso caballero en su alazán, pareció una temeridad que lo hiciera sin escolta, con esa noche infernal de rayos y truenos. La oscuridad pronto se tragó la figura del conde. Él tenía sus razones para obrar de así. En boca de todos andaba que la bruja Selene había conseguido al fin dar con el secreto de un bebedizo capaz de asegurar la inmortalidad a quien lo bebiese. Y era de creer, pues ella misma pasaba del siglo, si había de creerse a los más viejos de la villa. Le pagaría el desorbitado precio en monedas de oro. En noche tal y en medio del bosque, imposible que alguien fuera testigo de que una vez el filtro ingerido, él acabaría con la vida de la bruja. Nada ni nadie resistió jamás un mandoble de su espada certera. Los dineros tornarían a su bolsa. Todo iba resultando conforme a lo previsto, si bien el brebaje resultó de un sabor endiablado. Fue al momento de Selene meter las monedas entre sus sayos, el noble ya dispuesto a desenvainar su espada, cuando ella dejó caer en suave aquello de: «No me quedaría la conciencia tranquila, mi señor, si os oculto que se trata en realidad de un veneno. Pero nada os turbe, la vieja Benilde no olvidará ni una sola noche de luna llena pronunciar el conjuro que deja sin efecto su alcance pernicioso y asegura la inmortalidad hasta el siguiente plenilunio.»

Por tu bien, dicen. Manos impúdicas se posan en tus rincones. Buscan con avidez, en los sabrosos pliegues de tu piel, su compensación. Por tu bien, dicen. Calculadas formulas, regulan, gota a gota, tu tranquilidad. Ordenan tus silencios. Por tu bien, dicen. Y Por tu bien, dicen. Limpian esa última lágrima que valiente se lanza colina abajo para salvarte.

En la tienda, cuando la compró, no le habían dicho nada sobre su uso en un restaurante, pero en el prospecto que la acompañaba sí había leído algo: Que si a veces la carne está muy dura, que si la mesa cojea, que si las pinzas del centollo se ríen del cascanueces, que si el sobrecito de ketchup se resiste (esto para las hamburgueserías)... En fin, utilidades diversas para justificar una compra, pero que obviaban siempre las realmente importantes: los niños que corretean sin que nadie quiera reconocer que son suyos; el señor de babero y barriga más que prominente que te salpica por tercera vez al abrir los percebes; el tuno que de repente aparece con una pandereta; y, claro, la camarera que ha decidido que comer despacio es más saludable para tu bienestar o, incluso, que eso que has pedido no te conviene en absoluto. “Le voy a dar dos paseos más, y al tercero la saco”. El primero de ellos fue para interesarse por cómo querían el café los vecinos. “Yo lo quiero solo, y con hielo”, dijo él. “A mí me lo trae corto de café y con un poco de leche desnatada, pero sin hielo”, dijo ella. “Bueno, a mí me lo corta con una gota de leche”, añadió el primero. La camarera los miró con un leve gesto de aturdimiento: “Bueno, miren, yo les traigo el café, la leche y el hielo, y ustedes se lo preparan a su gusto”. El segundo, diez minutos más tarde, fue para traerles los cafés y dos vasos con hielo. Mientras dejaba las tazas en la mesa, la mujer le preguntó: “¿Y la leche?”. “Ahora mismo se la traigo”, respondió la otra, y se volvió a la cocina con los vasos en la bandeja. En ese momento, Sebastián se inclinó a su derecha y la sacó de la bolsa de deporte. Sin prestar atención al silencio que crecía a su alrededor, la depositó cuidadosamente en la mesa. Se echó para atrás en la silla y esperó a la camarera. Ésta regresó con una jarrita de leche a la que no perdía de vista. Cuando estuvo suficientemente cerca, Sebastián, acariciando el botón de encendido, la llamó: “Por favor, mi entrecot”. La camarera giró la cabeza hacia él, dio un grito, tiró la jarrita y se fue corriendo a la cocina. Todo quedó perdido de leche, pero medio minuto después Sebastián Montes saboreaba un entrecot chamuscado mientras miraba con ojos de enamorado la Sierra mecánica Tyrolit CSH 40 que descansaba en la mesa frente a él.

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