La reacción de cada uno de los personajes fue distinta. Unos siguieron buscando en la misma estancia, aunque era patente que ya no quedaba nada, pero se obstinaron en que “aquí siempre ha habido queso”, y en que “siempre lo hemos hecho así”, de manera que ni se plantearon cambiar sus costumbres. Otros, que habían advertido tiempo atrás que el queso se acababa, se habían preocupado de buscar en otros lugares del laberinto y ya disfrutaban de quesos mejores y más variados. Y de los que no fueron previsores, hubo quien al final admitió su error y quien nunca quiso hacerlo. Esta fábula simple e ingeniosa puede ayudarnos a comprender que la mayoría de las cosas de la vida son cambiantes, y que las fórmulas que sirvieron en su momento… pueden quedar obsoletas más adelante. Con esto no quiero decir que todo en la vida sea cambiante, ni que debamos cambiar nuestros principios ante unas circunstancias nuevas. No se trata de cambiar nuestros fundamentos o principios vitales sino, precisamente, de hacer un esfuerzo de adaptación a las nuevas circunstancias para seguir manteniéndolos. Se trata más bien de una forma dinámica de mantener nuestros principios; es tener una base firme sobre la que apoyarnos, lo que nos permite adaptarnos a los cambios. Pero no todo en la vida son principios. Hay cosas que pueden y deben cambiar.