Polvo De Estrellas 23

  • June 2020
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Dolce Inferno, por Luxuria

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23 hombre encubierto desveló su rostro: dos ojazos Elmagnéticamente bajo una mata de fino cabello azabache.

grises chispeaban

—No sé quién eres, pero me has salvado. O eso creo… —¡Soy Caín! ¿Quién si no iba a ser tan guapo y genial? —¡Eres un demonio! La chica se zafó rápidamente de él y le amenazó con la daga que acababa de recoger rápidamente del suelo. —¿Qué te ocurre, Amara? Al final Claudia tenía razón. Un rayo blanco le hirió en el hombro. Contra él sí que funcionaban sus ataques. —Con que ésas tenemos. Caín desenfundó su sable y símbolos rojos brillaron en la hoja de acero negro. Sus estocadas no iban en serio. Tan sólo se limitaba a provocarla y a defenderse de las fuertes arremetidas de ella. La situación le divertía, le resultaba similar a hacer el amor, probando qué partes del cuerpo de ella eran más vulnerables a sus peligrosas caricias. La joven cada vez golpeaba más desesperadamente y sus ataques se precipitaban. Finalmente el diablo la desarmó. Amara cayó derrotada sobre sus rodillas, arrastrando sus abatidas alas sobre el suelo. Caín alzó el brazo armado y el ángel cerró los ojos esperando la estocada final. Si embargo, lo único que cortó el mandoble de Caín fue la cinta que sujetaba su pelo, derramándose éste como una cascada dorada sobre sus retraídos hombros. <> Caín sostuvo entre sus manos el confuso rostro del ángel. —No temas. Enseguida todo habrá acabado, pequeña. <<¿Acabado?>> La muchacha forcejeó tras escuchar aquellas palabras, pero él bajó sin mucho esfuerzo y con delicadeza sus párpados y palpó su frente. Los recuerdos pertenecen al alma, no se pueden borrar. Lo único que podía haber hecho Raphael era encerrarlos en lo más profundo de su subconsciente; tan sólo tenía que liberarlos. Tras concentrarse logró romper las cadenas de Leteo que retenían a los recuerdos de Amarael. Sus memorias volvieron a ella en un torbellino revivificante. —¿Caín? —susurró con voz trémula cuando reconoció a la figura que se alzaba ante ella. Él dibujó una sonrisa sardónica al escuchar su nombre pronunciado en sus añorados labios —¡Caín! Antes de que a él le diese tiempo a secar una lágrima de los acuosos ojos de la joven ella ya le había rodeado en un abrazo y hundido la mejilla en su regazo. Sentía que le había echado muchísimo de menos y aunque no comprendía lo que estaba pasando anhelaba su tacto. Sus cuerpos se entrelazaron.

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En el campo de batalla algo no iba bien y Nathan lo sabía. No podía evitar sentirse preocupado por Amara a pesar de que sabía que ella podía cuidar de sí misma. Se trataba de algo que flotaba en el ambiente logrando erizarle la piel. Sabía muy bien de dónde venía aquella sensación. <<Ese bastardo…>> —Yael, Ancel. Necesito que os los llevéis en esa dirección —les pidió a sus amigos señalando al frente de ellos. —¿Qué pretendes hacer? —Yael frunció el ceño. —Por favor, distraedlos. Yael no parecía estar de acuerdo hasta que Ancel le dio una palmada en el hombro y se lanzó contra los diablos para después gritar y salir corriendo por donde Nathan les había indicado. Yael suspiró. —Ten cuidado —le dijo a su amigo y sin perder más tiempo acudió a ayudar a Ancel. Nathan se lo agradeció mentalmente y se puso en marcha en dirección contraria a la que habían tomado sus camaradas, rumbo a Jebel Ali.

() —Escucha, Amara. Tú no eres la reencarnación de Mikael. Deberías de saber que las palabras de Samael siempre son puro veneno. Si hubiese sabido que era él el que te había inculcado esa idea… —¿Pero entonces…? —Los elohim tenéis poderes increíbles, tú eres increíble. Puedes manejar cualquiera de los Siete Rayos, aunque todavía no sepas controlarlos todos. Si estabas en esa cueva de Zevul donde el propio Raphael te encontró es porque él mismo te había dejado allí. —¡¿Qué?! —¿Qué importa eso ahora? Has desobedecido el pacto así que tendré que castigarte. La sujetó con firmeza e hizo ademán de besarla. Amara le detuvo y giró la cabeza hacia donde yacía Evanth. —¿Crees que estará bien? —Nada que el grandioso Raphael no pueda curar. Y volvió a intentarlo, aunque la chica volvió a resistirse. Se separó de él. —Aún tengo que hacer una cosa. —Extrajo del interior de su armadura otro frasco con las mismas enzimas inhibidoras—. Tengo que arrojarlas al contenedor o este sitio volará por los aires. El diablo la miraba de aquella forma indescifrable suya. —Si supieras lo que daría por ser un frasco de esos…Seguro que todavía sigue caliente. —No te emociones tanto. Te he echado mucho de menos, pero iba en serio cuando te dije que no quería volverte a ver. —¿Así es como tratas a tu héroe? —¿Cómo lo has hecho? —Les eché sal. Temí que esa cosa en vez de disolverse explotara y te dejara pringosa, pero para lo que te estoy tocando… Amara ignoró el comentario y trató de subirse al contenedor, fracasando. Estaba muy alto y sus alas continuaban inservibles. —Caín… —se dirigió a él con voz melosa. —Pues estamos apañados porque Claudia no está aquí y sin ella no puedo volar. 2

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—Pero si no lo consigo… —¿Si te ayudo dejarás de poner excusas para alejarte de mí? —Claro, dejaré de ponerte excusas. Te rechazaré claramente. —Anda, trae eso —cedió mientras le arrancaba el catalizador—. Que sepas que lo hago porque quiero que saques la mejor nota, que el que compra después este petróleo soy yo. —Entonces no quiero que me ayudes. Trató de detenerle, pero ya era demasiado tarde. Caín ya había arrojado el frasco con muy buena puntería, cayendo éste por la boca del contenedor. En cuanto el trabajo estuvo terminado, Caín volvió enroscar sus brazos en torno a su cintura, tirando de la muchacha de forma que la espalda de ella se pegaba a su pecho y posó sus labios en aquel cuello de cisne que tan bien olía. —Ahora tienes alas negras, como yo, y no te quedan nada mal. Podrías venir a Enoc conmigo… Mientras hablaba su larga cola se iba abriendo paso entre las prendas de la joven hasta que Caín sintió un abrasador beso en sus propias sienes. La espada de akasha artificial de Nathan amenazaba con darle otro más apasionado si no soltaba al ángel. Obviamente no tenía intención de separarse tan pronto de la joven. —¿Y si la que está en peligro es ella si no apartas tu espada? —Entonces se dará cuenta definitivamente de lo horrible que eres, claro que a tu cadáver ya no le importará demasiado. A Amara le dio un vuelco corazón al escuchar la voz de Nathan. —Bueno, no sé qué decirte. No sería la primera vez que le hiciese daño y aquí la tienes. La espada cortó su piel. La herida le transmitía pinchazos de escozor. De un coletazo Caín se quitó al angelucho de encima y con gran velocidad se adueñó de su espada. —¿De qué está hecha? No brilla igual que el akasha, pero sus heridas duelen igual. —¡Maldito seas! ¿Por qué no te alejas de ella para siempre? —¿Y por qué no eres tú el que se larga? —Ella ya no quería saber nada más de ti. ¡Te había olvidado! —Claro, con la intervención de Raphael que la envenenó con agua del río Leteo1. —¡Ella se lo había pedido! —¡Nathan! Amara había permanecido incapaz de reaccionar hasta ese momento. —¿Sabías lo que pasaba y no me lo dijiste? —Raphael me lo explicó todo. Me contó que le habías pedido que modificase tus recuerdos así que yo tenía que cuidar de ti. ¡No podía decirte que le habías olvidado porque le recordarías! —¡Yo nunca le dije a Raphael nada de eso! —Él es un arcángel. Nunca mentiría. —Pues lleva haciéndolo toda mi vida. —Ya lo has oído, así que deja de entrometerte, chico-cerilla. La desolación se cernía sobre Nathan. Amara le estaba mirando con ojos acusadores cuando el malo era aquel condenado diablo. Pudo apreciar como apretaba con dedos temblorosos su cinta del pelo. —No voy a dejar que te salgas con la tuya, cueste lo que cueste —anunció tajantemente el elemental. Caín cayó en la cuenta de lo que pensaba hacer demasiado tarde. Todo el suelo se hallaba encharcado con petróleo. Si utilizaba su poder… 1

Río del que hacen beber a las almas antes de reencarnarlas, para que olviden su vida pasada. 3

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() El capitán Drummond podía visualizar a los esclavos perfectamente. Apenas eran cinco los diablos a cargo de la vigilancia de Jumeirah, aunque con la alerta de intromisión perforándoles los oídos habían movilizado tropas. Los asustados humanos se conglomeraban donde les ordenaban sin entender la situación. El diablo más corpulento les atizaba con un látigo para que guardasen silencio en sus celdas. Aquello apenas serviría para abrirle el apetito al experimentado inquisidor. Los ángeles habían rodeado la zona y algunos de ellos disponían de arcos, cosa que le desilusionaba porque le quitarían trabajo. Todo sucedió demasiado deprisa. Antes de que el siguiente relámpago retumbara sobre sus cabezas, la bola de pinchos de Drummond aplastaba los cráneos de aquellas infernales criaturas. Los arqueros dispararon su lluvia de flechas y el resto acudió a liberar a los prisioneros que gritaban de felicidad tras descubrir que sus plegarias habían sido escuchadas por los cielos. Mientras tanto, Gabriel e Iraia se encontraban cara a cara con el dueño de aquel lugar, Iblis el Murmurador. El demonio se hallaba en su despacho elegantemente decorado y sentado frente a su mesa de escritorio. Les llamó la atención que algunos muebles eran de oro de verdad. No parecía muy sorprendido de encontrarles allí. —Juraría que había apostado guardias en todas las puertas —habló el demonio con un extraño acento. —Los hemos devuelto al Infierno —respondió Gabriel mostrándole su espada ensangrentada. —Quedas doblemente condenado por utilizar parte de la Creación de Dios en tus malvados fines. —Ahora resulta que el petróleo es de Metatrón. ¡No me jodas! Si no fuese por nosotros no sería más que residuos. Es una pena que no sepáis aprovechar los recursos que vuestro dios os ofrece. Gabriel apretó con fuerza la empuñadura. Estaba listo para cortarle en dos. Iblis resultó más rápido que él y desapareció ante sus propios ojos. El profesor se quedó algo desconcertado. No había pensado en que su enemigo abandonase sin más. El crujir de las bisagras al cerrarse la puerta súbitamente les puso en alerta. —¡No ha desaparecido! ¡Se puede camuflar como los camaleones! —exclamó Iraia tras comprender la situación. Los dos salieron en su busca. Iblis era escurridizo, pero tras una dificultosa persecución lograron acorralarle. Gabriel le esperaba al final del callejón e Iraia bloqueaba su escapatoria. La red mágica que el ángel femenino había tejido sobre sus cabezas también le estropeaba aquella vía de escape. Gabriel enarboló su espada haciéndole retroceder unos pasos. Iraia le disparó una flecha hiriéndole en el tobillo. La única salida que le quedaba era el Infierno. O eso pensaba Gabriel mientras se preparaba para el golpe de gracia, cuando unas pequeñas gotas de lluvia salpicaron su mejilla. Llevaba un rato chispeando, pero no se había percatado de aquello hasta entonces. Llovía. Se encontraban en medio de un desierto alejado de la mano de Dios y el cielo estaba amoratado y furioso. No era el momento para preocuparse por el clima por lo que impregnó su brazo derecho de toda su fuerza para acabar con el trabajo. Pero algo no iba bien, el arma que blandía se había aligerado y un espeso líquido resbalaba por su muñeca. ¡La espada se estaba deshaciendo! Las gotas de lluvia goteaban con más fuerza. A Iraia parecía ocurrirle lo mismo con las suyas. El agua que caía no tenía nada raro, el problema era el akasha artificial. Hasta ese momento las armas habían 4

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funcionado perfectamente, hasta que las gotas de lluvia comenzaron a derretir el metal a una desconcertante velocidad. Iblis se rió de su suerte estrepitosamente. —¿Pensáis derrotarme a mí, a Iblis el Esquivo con armas de plastilina? Gabriel lamentó el haber obedecido a Serafiel y dejarse su guadaña. No quería gastar más energía sagrada. <> Necesitaba cada gota de akasha para mantenerse.

Por donde se encontraban Ancel y los demás ángeles batallando contra hordas de diablos la situación no iba mucho mejor. No paraban de salir refuerzos a pesar de que en esa base todo estaba automatizado y la mayor parte del trabajo lo hacían los esclavos. Habían conseguido mantenerlos a raya hasta que comenzó el aguacero. Entonces la desesperación se apoderó de ellos tras contemplar como sus resplandecientes espadas se deshacían en lágrimas de impotencia.

() Demasiado tarde. Toda la estancia estaba encharcada de petróleo. Ocurrió en unos instantes, pero durante esos segundos Caín pasó miedo de verdad. Nathan le lanzó una gran bola de fuego, blanca y refulgente en su interior, coronada con lenguas de rubí y coral. El diablo sabía que no serviría de nada esquivarla, se iba a quemar de todas formas. Todos arderían. Por ello corrió a proteger el inocente cuerpo de Amara, cubriéndolo con su única ala y como podía con sus brazos. En cuanto el fuego hizo contacto con la negra humedad campo Hurma se convirtió en una pequeña supernova. La ciudad mecánica saltó por los aires.

() Gabriel retiró los escombros que habían caído sobre él y se aderezó. Miró a su alrededor. Las gotas de lluvia que antes les habían condenado ahora apagaban los restos ardientes. El cielo les había salvado, gracias a Dios. El paisaje resultaba desolador con toda aquella destrucción. Trató de recapitular sobre lo acontecido. Se estaba enfrentando a Iblis cuando la ola de fuego les alcanzó. El carbonizado cadáver de su enemigo yacía debajo de él. Le purificó haciéndole la santa señal para evitar que volviese. Iraia. Tenía que encontrarla. Gritó su nombre que se perdió en los horizontes de aquella tierra yerma. La sintió muy cerca de allí y la encontró bajo una pieza de hierro candente. Se quemó las manos al apartarlo pero no le importó. El corazón se le sobresaltó al verla cubierta de sangre. <<Sólo es una brecha en la frente. Tranquilízate>>, se dijo a sí mismo. La elevó con cuidado y acarició sus bucles. Su pecho palpitaba con bastante normalidad, por lo que su estado no era grave. Volvió a recostarla despacio sobre la húmeda arena y dejó que la lluvia la empapase para limpiarla. ¿Qué había pasado? Amara y la otra chica habían lanzado la señal hacía bastante. La misión estaba prácticamente acabada, tan sólo tenía que derrotar al demonio. Se consoló pensando que al menos las armaduras sí que habían sido útiles. Si les hubiesen ordenado llevarlas 5

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también de akasha artificial su aspecto no distaría mucho del de Iblis. Cada vez que le observaba de reojo se acordaba de Caín y de su consumida piel. Por lo menos sus alumnos estarían a salvo, aunque los pobres humanos no habían tenido tanta suerte. <<Maldición>> Tenía mucho trabajo que hacer, era lo mínimo que podía hacer por ellos.

() Amara se separó del pecho de Caín aún temerosa de lo que se podía encontrar. No estaba herida, incluso juraría haber sentido frío por un momento. Frente a ella Evanth jadeaba desacompasadamente. La elemental les había salvado a todos congelándoles con una barrera de hielo justo a tiempo. Aún así el hielo se había derretido, pero los daños habían sido mermados considerablemente. Caín restaba completamente rígido y podía sentirlo temblar sobre ella, no parecía encontrarse muy bien. —Caín, ya ha pasado todo —le susurró para reconfortarle. Evanth se desfalleció; había gastado una cantidad descomunal de energía. Nathan tampoco se movía y Amara no tenía palabras para él. Le había mentido y después puesto en peligro de aquella forma tan reprobatoria. Afortunadamente no tardó en irrumpir allí Gabriel. Le bastó con un simple vistazo para reconstruir los hechos. <> Caín se levantó y él le siguió cautelosamente con la mirada. El diablo se detuvo ante él y le entregó una pequeña caja de cristal. Después se desvaneció sin más en su remolino de plumas negras. —¡Gracias al Cielo que estáis bien! —en aquella habitación había demasiada tensión acumulada. El profesor cogió a Evanth, la cual parecía muy a gusto y feliz entre los brazos de su salvador. —¿Está todo el mundo bien? —preguntó finalmente Amara. —Más o menos. Ya han llegado Raphael y sus virtudes para ocuparse de los heridos. También he avisado a las Moiras y ya me he encargado de purificar el lugar. —Se dirigió a Nathan adoptando un semblante más serio—. Espero que seas consciente de lo que has hecho, Nathan. Comprenderás que te mereces un castigo, ya se me ocurrirá después. Ahora tenemos que salir de aquí. Un fino reguero de sudor recorría la frente de Raphael. El médico estaba concentrado atendiendo a un herido. La armadura se le había derretido por la zona del vientre y el fundido acero se le había incrustado en la piel. El pobre ángel chillaba de dolor y se retorcía cada vez que Raphael hurgaba en la herida. Dos ángeles más, ataviados con túnicas doradas y verdes, le sujetaban para que se moviese lo menos posible. El arcángel se limpió la frente con un pañuelo blanco y con bordados también dorados. Se volvió para enfrentarse a Gabriel. Éste le mostró la empuñadura con lo que quedaba de su espada y la arrojó contra sus pies. Raphael arrugó sus facciones. —¿Qué le has hecho a mi espada? Fabricar cada una de éstas cuesta más de lo que ganas en medio año. —Eso mismo te pregunto yo. ¿Querías matarnos? —A ti no me importaría.

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—Basta ya —Gabriel se estaba poniendo amenazante—. ¿Cómo expones a gente tan joven a este peligro? —Estas armas han sido testadas previamente en el laboratorio. Es imposible que la hoja se haya fundido sola. ¡Ah, ya entiendo! Se trata de una estrategia para desprestigiarme, ¿no es así? Gabriel no lo soportó más y le agarró de la camisa bruscamente. Las virtudes que atendían al ángel malherido acudieron rápidamente a defender a su superior, amenazando a Gabriel con sus armas. Gabriel, resignado, le soltó. —Todo iba bien hasta que comenzó a llover. ¡Estábamos en un desierto y llovía con relámpagos incluidos! —Para templarlas hubo que sumergirlas en agua durante su formación —mientras hablaba se sacudía con desdén la camisa donde Gabriel había cometido el pecado de poner sus zarpas teñidas de culpabilidad—. Lamento lo ocurrido, investigaré sobre ello. —¿Así es como te lavas las manos? —más que hablar, el Ángel Blanco gritaba. —No pienso resucitar a un centenar de humanos. Hace mucho que los milagros en la Tierra dejaron de ocurrir. Además, vosotros estáis bien y los diablos no, que es lo que cuenta. —Hace mucho que los ángeles de verdad dejaron de existir. Aquellas palabras petrificaron a todos los presentes. Raphael no apartaba su severa mirada de él. Gabriel no esperó a que le contestasen y abandonó el lugar antes de perder por completo los estribos. De regreso se cruzó con Iraia que le salió al paso en cuanto le vio. —¿No te habrás ido de la lengua, verdad? —le acusó—. Tu vida corre peligro, Gabriel. —He dicho lo que tenía que decir y quién mejor para eso que alguien que ya lo tiene todo perdido como yo. —Eso no es cierto. Tus alumnos te adoran y también me tienes a mí. Los ojos pardos que tanto había idolatrado le miraban muy abiertos. —Iraia…Tú también deberías descansar. Gabriel no tenía ganas de seguir con la conversación por lo que se deshizo de ella y se escabulló en la cueva donde se alojaba para ocultarse de los demás. Su atención fue invocada por las pesadas cadenas que titilaban en la oscuridad. Todas las noches se ataba con ellas para impedir que siguiese matando a más inocentes. Se sentía agotado con todo ese asunto. Recordó la extraña cajita que le había dado aquel diablo, Caín, y la extrajo. Examinándola percibió el pentagrama grabado en la solapa. El interior estaba forrado de terciopelo negro, sobre el que se apoyaba una pulida piedra del mismo color. Trastabilló con ella sin poder atribuirla ningún significado. Analizándola más detenidamente descubrió la delgada filigrana con que la habían tallado. Estaba escrita en enoquiano, un dialecto que procedía de una deformación de la lengua de los ángeles mezclada con otros dialectos de las primeras tribus de humanos. Afortunadamente Gabriel sabía defenderse con bastante desenvoltura. Un lugar, una hora. Aquel diablo, Satanás, quería verlo. <<¿Qué querrá de mí? Espero que no sea besarme de nuevo>>

() Amarael frotaba con fuerza sus maltratadas plumas. Al hacerlo, el agua de la bañera se desbordada, dejándolo todo perdido. Le habían aconsejado que se diese con aceite para 7

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eliminar los rastros de petróleo. Aún así se quitaba bastante mal. A medida que su plumaje iba recobrando su color, el agua se iba contaminando también. Por ello se había recogido la larga melena en un moño, pero con todo los cabellos más finos se le habían soltado. Cada vez que recordaba lo que había pasado se restregaba con más ímpetu. Casi se ahogaba tragándose sus propias lágrimas. No quería llorar, no por esa gente que la había tratado así. Nathan y Raphael que eran sus amigos la habían traicionado, sin embargo Caín que supuestamente era su enemigo la había protegido. ¿Qué tenía que pensar ahora? Cada vez sentía más deseos de ahogarse en esa misma bañera. Al menos así evitaría sufrir más decepciones, que ya había tenido más que suficientes. Con aquellos mismos pensamientos tortuosos se quedó dormida tendida sobre su cómodo colchón. Una lágrima se le congeló en su párpado, aquello fue lo primero en que reparó Raphael cuando entró sigilosamente en la habitación de la muchacha. La tapó con la colcha ya que ni siquiera se había molestado en abrir las sábanas. —No sé si me estás escuchando o te haces la dormida, pero quería decirte que…Sé que he actuado sin consultarte, pero tenía que hacerlo, por tu bien. Eso es lo que les prometí a tus padres, que pasara lo que pasara cuidaría de ti. Por eso te lo pido por favor, no te pongas en peligro innecesariamente. Le importas a más gente de lo que crees, ¿sabes? Quizás la que está actuando egoístamente eres tú. La joven gimió imperceptiblemente en sueños y se aferró a la almohada. El arcángel abandonó silenciosamente la estancia.

() Nathan se había dejado engullir por la maleza. Aún el recuerdo de las Moiras encargándose de las desgraciadas almas y elevando sus cánticos le perturbaba. Habían causado mucha expectación entre sus compañeros con aquellas inquietantes cuencas blancas sin pupilas ni iris, pero en ese momento tres misteriosas mujeres era lo que menos le importaba en el Mundo. La verdad era más bien que ya nada le importaba. Amara le odiaba, le consideraba un traidor y un mentiroso que se había aprovechado de ella cuando la verdadera traidora era ella que se restregaba con demonios. Él no tenía la culpa de lo que había hecho Raphael, simplemente se había esforzado al máximo por hacerla feliz y todo iba bien hasta que ese asqueroso diablo había vuelto a aparecer. <<¿Qué tiene él que no tenga yo? Un rostro terrorífico plagado de quemaduras y cicatrices y dos colas>> Además, para empeorar la situación, Gabriel le iba a castigar. Había acabado con muchos diablos y un lord demonio, pero también con inocentes vidas humanas. Seguramente ya jamás podría ver cumplido su sueño de ser como su maestro o de pertenecer a la Guardia Azul. Mientras decidía por cuál múltiplo de siete multiplicaría sus maldiciones un dolor agudo le sacudió, seguido por un escalofrío helado. Él nunca sentía frío y sin embargo, aquella sensación desagradable no desaparecía. Se asemejaba bastante a lo que sentía cuando la oscuridad le acechaba. Aquel sentimiento aumentó, mucho más fuerte que cuando le rodeaban un grupo de diablos. No es que la oscuridad le rodeara, sino que la propia oscuridad venía de su interior. Sobre su blanco e impoluto brazo de akasha se extendía una pequeña mancha tan oscura como el petróleo de aquella base. La mancha flotaba sobre el mar de akasha, amenazando con extender sus tentáculos, contaminándolo todo. Por más que trató de borrarlo, aquel agujero negro no desaparecía. 8

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<> El Universo se desquebrajó y esta vez, definitivamente.

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