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aín se hallaba sentado en un banco con las manos hundidas en lo que tenía que ser su pelo y con sus contraídas pupilas perdidas en la niebla. El cielo había amanecido encapotado, señal de que pronto caería un buen aguacero. Le vendría bien a la ciudad que lloviese, el agua arrastraría consigo la suciedad. “El agua de los lagos y mares se evapora con el sol, entonces asciende en forma de vapor y constituye las nubes. Allí este vapor se condensa y vuelve a bajar en forma lluvia; así los niveles de agua se mantienen siempre constantes. ¿A quién se le ocurrió esta idea? ¿Fue a ti, Metatrón?” Intentó distraer su mente observando a la gente que pasaba, pero nadie lo hacía. Todos sentían su alma maldita y le evitaban, salvo un grupo de satánicos que se le habían acercado en busca de sus favores, pero la lengua no se le había terminado de regenerar y no tenía ganas de entablar una conversación telepática con ese grupo de fanáticos, así que los rechazó. Además, desde hace unos días había perdido el apetito. Tenía demasiadas cosas pululando por su cabeza y aunque Amara no lo creyese le daba más importancia a la mente. Entre Samael, Lucifer y Metatrón había pasado algo. Lucifer se opuso al propio Metatrón. Sabía algo y lo dejó todo en el Árbol del Conocimiento salvo dos fragmentos: uno se lo dio a Lilith y el otro, a Belial. “Ambos fueron asesinados, pero Lilith me lo pasó a mí y supongo que Belial hizo lo mismo. Metatrón se hizo con el resto del árbol. Brella comió del árbol por lo que ella es el tercer fragmento. El resto los ocultó en siete templos de la Tierra, bueno, siete no, seis. El séptimo no le dio tiempo. Para Nosferatus esto no es más que un juego, los otros tres queremos venganza. Cada uno sabemos cosas diferentes que los otros ignoramos. Samael se cree que lo sabe todo, pero no creo que sepa el secreto de Zadquiel y Nosferatus que yo si sé” El trabajo de los arcángeles consistía en cuidar de sus Complementos para que abriesen la puerta correcta a la luz. Si eliminaba al arcángel resultaría más fácil manipular al Complemento. Caín quería matar a los arcángeles así que por el momento no representaba ningún inconveniente. Conocía el punto débil de Gabriel, el problema era Lucifer. El plan que estaba preparando ponía en riesgo desestabilizar sus emociones facilitando que se descontrolase. Aún así correría el riesgo, necesitaba debilitarle y a los tipos como él sólo se les puede debilitar así. “El templo del Rayo Blanco está situado en Luxor y allí se encuentra Viento…” Sus cavilaciones fueron interrumpidas por dos ojazos grises que le contemplaban en silencio. La niña se hallaba frente a él, con su fino y enredado cabello atezado siendo revuelto aún más por el fuerte vendaval que se estaba levantando. Sus rodillas estaban ennegrecidas y su único abrigo consistía en un sencillo vestido de lana gruesa y deshilachado. Se aferraba con fuerza a una fea muñeca de trapo. No pestañeaba si quiera. Se había acercado hasta allí y ahora no apartaba sus inocentes y concéntricos iris de él. Una niña pequeña se le había acercado sin temblar hasta la médula. A él que estaba maldito. Ni siquiera parecía tiritar ligeramente de frío. Hacía tiempo que había empezado a notar que la maldición se estaba debilitando, aún así nadie había osado si quiera a pasar por allí. <<¿Qué quieres?>>, le dijo intentando sonar lo más rudo posible. —¿Por qué estás aquí solo? —habló la criatura con una vocecita cargada de candor y soledad. <<Eso no es asunto tuyo. Vuelve con tus padres o te castigarán sin cenar>> 1
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—¿Estás triste? Mi mamá decía que cuando te sientes triste lo que hay que hacer es reírte en voz alta. <> Ojalá su madre le hubiese enseñado ese tipo de consejos a él. <<¿Por qué hablas de ella en pasado?>> —Porque se ha ido. Anoche mientras buscábamos un lugar para pasar la noche se cayó sobre la nieve y no se ha vuelto a levantar. —Se le escapó un sollozo y sorbió por la nariz. Los rasgos de Caín se dulcificaron. Aquella pobre criatura se había quedado sola, se había enfrentado a la noche armada nada más que con una muñeca de trapo. No sobreviviría mucho en aquel mundo repleto de adversidades. Con suerte algún miembro de la Inquisición la encontraría, la examinaría para saber si procede de una familia de cainitas y si no es así la adiestrarían para convertirla en una asesina. Volvió a estudiarla. Le recordaba demasiado a él, con aquellos mechones negros tinta ocultando parte de su rostro y esos dos cielos más grises que el que reposaba sobre sus cabezas. Podía advertir en ellos aún los restos de inocencia que a él le habían despojado. “Amara, ¿es esto lo que sientes cuando buceas en mis ojos?” El viento rugió con mayor fuerza. Una pequeña muralla de tierra y hojas danzarinas se interpuso entre ellos, pero ya no había nada que hacer. Aquella chiquilla había caído en las garras del Diablo y nada podría salvarla. Caín le tendió su mano. La cría rozó primero los anillos que adornaban sus magnéticos dedos. Le parecieron muy fríos y ella quería calor. Pero también estaba hambrienta por lo que se aferró con su manita a aquella roca saliente que le impediría caer por el abismo. La mano de él estaba fría, pero a comparación con las suya resultaba cálida y reconfortante. Un nuevo soplo de viento ondeó con fuerza sus cabellos. Caín sonrió ampliamente. Ya era suya. <> Sherezade. La niña asintió. Aquello le daba igual, le dolía demasiado el estómago y si no se abrigaba cogería alguna enfermedad. Alzó sus lechosos bracitos hacia aquel misterioso hombre y pegó un saltito. Caín lo captó y la aupó entre sus brazos, frotando sus hombros y espalda para que entrase en calor. Ambos se disiparon entre la niebla. Nadie reparó en ellos ni tampoco echaron de menos a Sherezade.
() Todos los aprendices habían recibido la orden de reunirse en aquel oasis para la clase de aquel día. Les habían advertido de que llevasen la armadura bien puesta por lo que la misión iba a ser especial. Se podía palpar la excitación en el ambiente: algunos estaban terminando de pulir sus armaduras, otros meditaban en silencio mientras que la gran mayoría charlaban despreocupadamente sobre lo que podía ocurrir. Amara y Nathan se hallaban sentados bajo la sombra que producían las amplias hojas de una palmera. Él estaba absorto desenredando los finos hilos dorados que componían la larga melena de la joven. Ella contemplaba su reflejo en el reluciente yelmo del muchacho que sostenía entre sus gráciles dedos. Estaba forjado de acero etéreo, al igual que la gran parte de las armaduras de los ángeles. El metal etéreo resultaba mucho más resistente, ligero y flexible que el terrestre. Podían resistir altísimas temperaturas sin fundirse o quebrar. Cada rayo de luz que atrapaba lograba hacerlo arder desprendiendo un halo incandescente que a distancia podía dar la impresión de que la armadura estaba envuelta en llamas. No era más que una ilusión óptica, pero Amara pensó que aquellos destellos rojizos eran muy hermosos. El diseño simulaba a un dragón con sus fauces 2
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alargadas, escamas en relieve y unas miniaturas de alas membranosas que surgían de los laterales de la cimera1. Nathan, aún medio sumergido en su ensoñamiento, atrapó unos dátiles. Uno lo introdujo con cuidado entre los sugestivos labios de Amara y otro lo disfrutó él. Unas bonitas flores rosadas crecían a poca distancia de ellos. Nathan no se lo pensó: cortó con cuidado una y la posó con suma delicadeza en un costado de la cabecita que sostenía sobre su regazo. —¿Estoy guapa? —Pareces una ninfa o un hada—rió el chico—. Más vale que no te vea ninguna o querrá asesinarte de la envidia. —Pero tú no lo permitirías, ¿verdad? —¡Claro que no! Yo te protegeré. A Nathan no le importaría quedarse para siempre en aquel pedacito del Edén, pero no tenían elección. Habían sido creados con un fin y tenían que cumplir con su deber. —Déjame colocarte el yelmo. El joven se arrodilló ante ella. Amara sujetó su rostro para ponerlo recto y cuidadosamente le colocó la pieza de armadura que le faltaba a su atuendo de guerrero. Nathan, tras disfrutar de aquello, terminó de ajustárselo. El casco le aplastaba su rebelde pelo, pero le gustaba como se veía con él puesto. Les llegó arrastradas por el viento las protestas de Yael porque su casco le quedaba grande. Siempre protestaba por lo mismo aunque nunca se lo cambiaba; decía que era de su abuelo. Los jóvenes ángeles dejaron de hacer lo que estaban haciendo para la formación, lo que indicaba que sus profesores ya habían llegado. La pareja acudió rápidamente para reunirse con el resto. Al pasar cerca de Haziel no pudieron evitar escuchar sus agradables palabras. —Vaya, así que era cierto. A partir de ahora podré llamarte Salamandra. Ya pensaba que también te escabullirías de esta misión como haces siempre, Salamandra. Nathan hizo caso omiso de la provocación. —Es un dragón, no una salamandra, imbécil—le encaró Yael. —Cuidado no vayas a confundir una piedra con un diablo con esa prodigiosa vista tuya—añadió Ancel. Y los dos amigos rompieron a reír. Tras un rato regocijándose volvieron a adoptar postura firme. Haziel desistió y también volvió a erigirse formalmente. Su armadura era completamente plateada con reflejos azulados y verdosos. Todos habían adoptado un profundo silencio tras advertir la presencia de Gabriel. Nathan se quedó sin aliento admirando a su profesor que irradiaba magnificencia y esplendor. Aparentaba ser el general de las huestes celestiales en vez del maestro de unos aprendices inexpertos, con sus cuatro elegantes alas níveas desplegadas, cosa que no era muy común en él pues no le gustaba presumir de ello. Iraiael caminaba al lado suyo echándole de vez en cuando miradas de reojo, envuelta en cuero y en una armadura digna de aparecer en las fantasías de muchos hombres. Les seguían dos inquisidores que portaban una pesada arca. El rostro de Nathan adoptó el color de una fresa madura cuando reconoció al pobre vigilante de la otra noche. Por suerte él no había reparado en Nathan ni en Amara. La chica apenas recordaba nada de lo que había pasado y se había avergonzado muchísimo cuando Nathan le explicó algunos detalles. Él prefería olvidar el asunto, sabía que la verdadera Amara nunca diría esas cosas. —Como ya sabéis la clase de hoy será muy importante —comenzó a hablar Gabriel con voz muy enérgica—. Se nos ha encomendado la importante misión de probar estas 1
Parte superior del yelmo más que nada con función decorativa. 3
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armas de akasha artificial. —A la vez que señalaba todos volvieron la cabeza hacia el arca que había sido depositada a la vista de todo el mundo—.Éstas son las armas especiales en las que nuestro sagrado arcángel Raphael lleva investigando mucho tiempo —si albergaba algún tipo de rencor hacia el Gran Médico no dio muestras de ello— y nosotros tenemos el honor de ser los primeros en poder blandirlas. Si todo sale bien será un avance muy importante para nuestra sociedad pues todos sabemos que el akasha verdadero escasea y cada vez resulta más costoso de extraer. Amara se sintió algo desilusionada. Su honorable misión consistía en hacer de conejillos de indias. Lo bueno era que confiaba plenamente en las capacidades de Raphael y sabía que si se las dejaban utilizar eran de fiar. Él nunca se arriesgaría a enseñar un producto defectuoso para quedar mal. Ella también estaba observando a Gabriel con interés cuando una inquietante figura le llamó la atención. Un hombre completamente vestido de rojo ahumado y de tez tostada les vigilaba apoyado sobre un tronco algo apartado de ellos. —Mi compañera Iraiael comenzará a explicaros los detalles de la misión —concluyó el Ángel Blanco cediéndole la palabra al ángel de oscura piel. —Antes que nada me gustaría presentaros a alguien que estará con nosotros en esta pequeña aventura. Amara que todavía no había despegado la vista del hombre misterioso advirtió cómo se despegaba del tronco y comenzaba a andar lentamente hacia ellos. Sus curtidos dedos apretaban el mango de un arma que llevaba sujeta en torno a su cintura. Las pesadas botas de cuero se le hundían en la caliente arena, pero a él no parecía importarle. —Os presento a Drake Drummond, capitán de asuntos exteriores de la Santa Inquisición. —anunció la maestra. Drake se colocó junto a los otros dos inquisidores, algo más adelantado, y descolgó su arma del cinto. El aire osciló tras ser cortado por una bola de pinchos teñidos de plata. El capitán hizo bailar su lucero del alba cuyo mango también era rojo al igual que sus vestimentas, que en realidad representaban los colores invertidos de la Inquisición: rojo predominante con adornos blancos. Se trataba de un hombre de constitución fuerte y rasgos simétricos. Lucía un bigote bien cuidado y algo de perilla sobre su triangular barbilla también bien recortada. Su negro cabello brotaba desde su frente en forma de pico de viuda y lo llevaba peinado hacia atrás. Sus ojos, también oscuros, suavizarían su rostro si no fuese por el serio gesto que adoptaba. No resultaba especialmente guapo, pero tenía algo, como Amara les escuchó comentar a Lisiel y Evanth. —Como os acabo de decir él nos acompañará en esta misión —les explicó Iraia—. Bien, pasemos a detallaros lo importante. Extrajo una especie de bolígrafo dorado de cuya punta surgió un haz de luz. Con él proyectó en el aire hologramas con mapas y diagramas explicativos. —A cien kilómetros hacia el sudeste de aquí, se encuentra uno de los campos petrolíferos que más barriles de petróleo extrae diariamente: Campo Hurma. Su propietario es un demonio de rango medio, pero aquí en la Tierra se ha hecho tremendamente rico y posee bastante poder e influencia. Su nombre es Iblis el Murmurador. En el aire se sucedieron varias fotografías e imágenes del demonio. En unas aparecía bien entrajetado y firmando documentos importantes y en otras, con su verdadero aspecto: un terrible ser con cabeza de camaleón y cola de serpiente. —Todos sabéis que los diablos utilizan el petróleo para construir sus horribles máquinas y demás tecnología respetando muy poco el medio ambiente. La mejor forma de acabar con esto es acabando directamente con su materia prima. Nuestra misión por tanto será muy similar a la anterior con la diferencia de que la otra vez el yacimiento
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estaba en medio del océano y esta vez, en medio de un desierto, por lo que la estrategia a seguir será algo diferente. Las diapositivas cambiaron y pasaron a mostrar el mapa del recinto que tenía forma de palmera. Estaba dividido en tres áreas: la parte del tronco, resaltada en color marrón se denominaba Jebel Ali y era la parte de mayor importancia pues allí se encontraban los pozos y toda la maquinaria. La parte frondosa de la palmera, representada en verde, correspondía con Deira, donde se alojaban los diablos y también se extraía gas. Y por último, en color rojo y rodeando el resto en forma de arco de media luna, Jumeirah, el lugar donde residían los humanos esclavizados que eran forzados a realizar las tareas más duras. Dos ángeles serían seleccionados para filtrarse en Jebel Ali y verter unos catalizadores especiales que estropearán el petróleo. El resto se encargarían de distraer a los diablos, poner a salvo a los esclavos y acabar con Iblis. —Todo el complejo está protegido por una barrera invisible. En cuanto alguien la roza mínimamente salta. Los demonios utilizan algún truco para poder entrar y salir sin problemas, pero lo desconocemos. Afortunadamente, una vez que salta la alarma, ésta no para de sonar y ya no detecta nada más, por lo que podemos utilizar esto a nuestro favor de la siguiente manera: habrá un equipo de distracción encargado precisamente de hacer saltar la alarma de forma que acapare toda la atención y el equipo encargado de verter el catalizador pase desapercibido filtrándose por otra parte. >>El gobierno turco que había prometido lealtad a la Inquisición ha confesado que un oleoducto llegaba hasta allí, donde cargaban el petróleo en un barco y lo transportaban hasta Enoc cruzando el mar Negro. Nosotros utilizaremos ese oleoducto para infiltrarnos, ellos todavía no saben que nosotros lo sabemos. >>Gabriel y yo nos encargaremos de Iblis. El resto seréis dirigidos por el capitán Drummond y acataréis sus órdenes con el propósito de liberar a los humanos esclavizados. En cuanto se haya vertido el catalizador, podremos destruir la base con tranquilidad por lo que dicho equipo disparará una bengala roja como señal. Iraia no esperó a que todos asintieran. Estaban ansiosos por moverse y comentar la misión, aunque nadie se atrevía a hacerlo porque no habían recibido dicha orden. —Todavía no he acabado —prosiguió Iraia que había leído la impaciencia en sus rostros—. Nuestra estrategia se basa en la sorpresa por lo que debemos ser lo más discretos posibles así que volaremos en pequeños grupos hasta la base evitando ser descubiertos. Cada grupo tendrá su propia posición de partida. Bueno, tanto hablar de los grupos, pasemos a anunciarlos. Los dos ángeles elegidos para portar el catalizador son: —la expectación vibraba en sus arqueados labios—. Evanthel y Amarael. La primera se acercó rápidamente hacia su profesora moviéndose con orgullo. Amara tardó en reaccionar y tuvo que apresurarse por alcanzar a su compañera. Los inquisidores abrieron el arca y les entregaron una pequeña pistola con la bengala y unas dagas de akasha artificial por si tenían que defenderse. También les dieron un frasco que contenía un líquido transparente: las enzimas que tenían que verter en el negro fluido, y unas mascarillas y guantes especiales para protegerse de las sustancias tóxicas, dentro las iban a necesitar. Nathan le guiñó un ojo desde su posición para infundirla ánimos. La perspectiva de tener que meterse en una tubería que transportaba varias sustancias desagradables no era muy prometedora, por muy honorífica que sonase. —Bueno, ya sólo nos falta nombrar al equipo de distracción —les informó Gabriel—. Sin duda los más adecuados para esta tarea son: Nathanael, Yael y Ancel. Tenéis que aparentar haberos perdido y que por casualidad habéis llegado hasta allí accionando sin querer la alarma. Por cierto, tendréis que camuflar vuestro aspecto. Nadie con una armadura como la tuya, Nathan, se pierde casualmente en un desierto. Una vez
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cumplida con vuestra misión las chicas que estarán esperando en Turquía junto al oleoducto serán informadas y se desmaterializarán para introducirse por la gran tubería. Mientras asimilaban esas palabras Haziel interrumpió a su profesor. —¿No será peligroso dejar que vayan ellas dos solas? Puesto que su papel es tan importante, ¿no sería mejor que alguien como yo las defendiera? —Qué amable por tu parte, pero será mejor que te preocupes exclusivamente de ti mismo como siempre haces —clamó Evanth con acritud. A Haziel se le crispó la cara. —Si las hemos elegido a ellas es porque son capaces de cumplir con esta labor. Cuando dirijas tu propia tropa serás tú el que decida la estrategia a seguir. —Dejáis que vuestras emociones influyan demasiado en vuestro comportamiento — exclamó Drake Drummond quien había permanecido en silencio hasta entonces—. Como ángeles resultáis bastante desconcertantes. Gabriel le taladró con la mirada. No estaba dispuesto a permitir que ningún humano ni nadie hablase mal de sus alumnos. —Vamos con retraso. Repartamos de una vez el armamento —intervino Iraia antes de que la cosa fuese a peor. —Todos formaron una fila alrededor del arca no sin armar jaleo ya que todos querían una buena arma. Haziel protestó cuando se enteró de que no había lanzas y que tendría que conformarse con una espada, como todo el mundo. —No cabían en el arca —le explicó uno de los inquisidores. El ángel tenía que descargar su frustración con algo y ese algo resultó ser Nathan, quien se estaba despidiendo de Amara. Se dirigió hacia él. —Qué suerte que te hayan elegido, Amara. Es sin duda la tarea más complicada y peligrosa por lo que deben de confiar mucho en ti. —Gracias por darme ánimos, Nathan —Sabía que él sería capaz de trepar por una montaña de residuos emocionadísimo si se lo encomendaba alguien de rango alto. Sin embargo percibió que algo no marchaba bien en el chico—. Tú tampoco pareces muy animado. ¿Ocurre algo? —Bueno, no es nada. Tan sólo que… Se sentía algo decepcionado por no poder lucir su armadura y por las palabras de Gabriel. Eso de que los más adecuados para aparentar que se habían perdido eran ellos no le había sentado muy bien. —Entiendo. ¿Pero sabes qué? Pienso que Gabriel confía muchísimo en vosotros. Vuestra misión es mucho más peligrosa que la nuestra, a fin de cuentas sois vosotros los que os vais a enfrentar contra un montón de diablos. Prométeme que vas a tener mucho cuidado, Nathan. El joven sonrió con ternura. —Claro. Y tú también cuídate mucho —y le acarició una vez más sus áureos cabellos. La idea de matar diablos por fin le había subido los ánimos. —La salamandra tiene que sentirse como pez en el agua en este asqueroso desierto. Estarás contento. —Parece ser que con esa armadura estás pasando mucho calor —le contestó secamente Nathan. —La verdad es que esa armadura no está nada mal—inquirió Amara. Haziel se sintió halagado y se pasó la mano sobre la nuca de forma fanfarrona. —Pero me quedo de calle con la de Nathan. Es mucho más impresionante y su portador es siete mil veces mejor. Y sin más miramientos le plantó un rápido beso en la boca al elemental de fuego. Éste se ruborizó hasta tal punto que parecía que echaba llamas por las orejas, pero de todas
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formas lo disfrutó muchísimo. Le acababa de besar delante de otro ángel a pesar de que estaba absolutamente prohibido y aún así se sintió más feliz que en toda su vida. Todo el odio que Haziel le producía lo canalizaba inconscientemente hacia Caín así que aquello fue como que de entre los dos le había escogido a él. En realidad Haziel no tenía nada que ver con el diablo, pero en su edulcorada realidad quien posaba perplejo ante ellos era Caín y no el irritante ángel. Le acababan de insuflar adrenalina suficiente como para conquistar Infernalia. —Pues la verdad es que si ignoramos que se le ha ocurrido a Haziel, Salamandra es un buen apodo —le comentó en voz baja Ancel a su amigo Yael. El dúo observaba la escena desde una distancia prudente. El sol se encontraba en su punto álgido y sin embargo, su luz se veía eclipsada por unas cortinas de espesos y oscuros nubarrones. La dorada arena no abrasaba tanto como otros días y la corriente arrastraba granos de arena de una duna a otra. Todos habían ocupado ya sus posiciones. Al final se hicieron dos grupos más que ayudarían al equipo de distracción a pelear. De momento aguardaban tras unos salientes rocosos a que sus compañeros requiriesen de su ayuda. Gabriel e Iraia también se hallaban allí, ocultos tras una roca con forma de cangrejo. Aprovecharían la confusión creada para infiltrarse en el campo, aunque ellos se dirigirían hacia Deira, al encuentro con Iblis, y de paso se llevarían por delante a tantos diablos como pudiesen. Iraia se sentía emocionada de luchar junto a Gabriel, pero éste ni siquiera le había mirado así que desistió de ir tras él. Ella también tenía su dignidad. Los tres amigos avanzaron hacia el medio. El ruido de las máquinas a lo lejos quedaba opacado por el fuerte aire que se estaba levantando. Lo que era cierto es que se encontraban en un desierto. Ni una lagartija se podía divisar. Se detuvieron al llegar al límite de la barrera invisible con la intención de traspasarla. Ancel y Yael se habían pasado todo el camino preparando su actuación estelar. —Vamos allá —les susurró Ancel muy animado—. ¿No creéis que este sitio puede ser muy peligroso? —preguntó inocentemente alzando la voz. —Ya nos hemos vuelto a perder, idiota. ¡Todo por tu culpa! —exclamó Yael fingiendo haberse enfadado. —¿Por mi culpa? ¿Quién fue el que ignoró mis protestas de que nos estábamos adentrando demasiado? —Cállate ya, neurona de plastocerebeilus. —Esto me pasa por confiar en un elohim bastardo. —¿Elohim bastardo? Mi padre se tiraba a tu madre cuando tú no eras más que basura estelar. —Pues no me quiero ni imaginar donde estaba la tuya cuando Dios repartió la inteligencia. Gabriel desde su posición les miró con reprobación tras escuchar las burradas que estaban soltando. —¡¿Queréis dejar ya de pelearos?! Nos van a descubrir —intervino Nathan por seguirles el juego. Sus dos amigos le ignoraron y pasaron a insultos más vulgares que habían aprendido de los humanos y a los puños. Rodaron por la arena mientras forcejeaban y gritaban hasta que traspasaron el invisible umbral. Se prepararon para pasar a la acción, pero la alarma no sonó. —¡Qué raro!...
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Ambos se pusieron a saltar y a agitar los brazos fuertemente, pero el silencio seguía inquietándolos. <<¿Qué estáis haciendo?>>, les preguntó mentalmente Gabriel. —Seguro que si queremos infiltrarnos sigilosamente la maldita alarma saltaría —se lamentó Yael. —Nathan, ayúdanos. Quizás contigo sí que suene. Nathan le dio un buen repaso a la zona. Un trueno partió el cielo en dos y tras el fugaz destello pudo distinguir un grueso cable negro que sobresalía del suelo. —¿Creéis que tiene algo que ver con el sistema de seguridad? —les preguntó el joven mientras señalaba su descubrimiento. Tiraron del cable hasta que dieron con el extremo que estaba cortado por lo que parecía el mordisco de una serpiente o de una criatura peor. —¿Y ahora qué hacemos? —se volvió Yael hacia su profesor. Se sentían bastante ridículos en medio de aquel desierto. Ancel decidió extraer una de sus plumas del ala derecha y la posó sobre la palma extendida de su mano. —Cubríos. No sé qué es lo que puede pasar. La pluma levitó unos centímetros y de ella surgió un rayo de luz verde que se hundió entre las densas nubes. Una gran oleada de humo les envolvió impidiéndoles ver nada. La alarma por fin se activó. Luces rojas y parpadeantes bailaban al son de una estridente sirena. Los diablos se movilizaron rápidamente. —¡Por fin! Gabriel despejó el humo batiendo fuertemente las alas y se adentró en el territorio enemigo seguido por Iraia. Los tres jóvenes se prepararon para ser perseguidos. Dos luciérnagas inusualmente grandes aparecieron súbitamente de la boca del oleoducto. Instantes después se materializaron en dos hermosas guerreras aladas. Evanth y Amara se sentían algo aturdidas por haber tenido que volar a través de la parafina que circulaba a través de esa larga tubería de dos mil kilómetros de largo. Amara contempló asombrada el lugar en el que se encontraban. Ante ellas se levantaba toda una ciudad de pesadilla. Las altísimas estructuras metálicas se cernían sobre ellas, amenazadoras. Las máquinas chirriaban sonidos infernales a la vez que expulsaban vapores tóxicos. Cinco enormes agujas se clavaban en el cielo mientras bombeaban incansablemente. Le costaba creer que aquellas máquinas se moviesen solas. Varios automóviles corrían de un lado para otro. El enemigo se estaba movilizando y eran bastantes como para dejar indefensa su principal área. Las dos muchachas se pusieron rápidamente la mascarilla y los guantes y emprendieron rumbo al corazón de Jebel Ali por el camino que habían memorizado. Evanth fue dejando un rastro de diablos de hielo que iba congelando cada vez que se interponían en su camino. —No sé para qué nos han dado estas armas si no las necesito. —Bueno, la misión consistía principalmente en probarlas… Llegaron a la gran cúpula de paneles negros que les habían señalado en el mapa. Allí se juntaban todas las tuberías con el petróleo que se extraía de los diferentes pozos, vertiendo su contenido en un gigantesco contenedor. El petróleo sin refinar desprendía un olor bastante desagradable. —Oye, Amara. Antes en el oasis, ¿de qué estabais hablando Haziel y tú? A la chica le pilló por sorpresa aquella pregunta. ¿Acaso su compañera pensaba que quería quitarle el novio? —Tan sólo le estaba bajando los humos. No tengo por qué soportar sus estupideces. Evanth seguía pareciendo inquieta.
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—Sé que no he sido muy agradable contigo nunca… —el elemental de hielo arrastraba las palabras con gran esfuerzo. La aludida no dijo nada. Era obvio que sí que la había escuchado, pero no tenía nada que añadir. —Sé que no es justo, pero…Haziel siempre estaba hablando de ti. Decía que eras muy guapa y misteriosa y bueno…no pude evitar sentir celos. Él nunca decía esas cosas sobre mí. —Estamos en medio de una misión, Evanth. Ya sabes que las emociones no están permitidas en una situación así. —¿Sabes lo que me ha costado reunir el valor necesario para decírtelo? ¡Y tú me desprecias de esta forma! —…No sé qué quieres que te diga. —Nathan siempre estaba detrás de ti e incluso parecías llevarte bien con Gabriel. No entendía qué veían en alguien como tú, aunque ahora lo entiendo. Últimamente vistes más atrevida y estás más guapa. Aquello era verdad. Amara siempre se había sentido acomplejada de su voluptuoso cuerpo y siempre había tratado de esconderlo. No lograba recordar muy bien cuando había decidido exhibirse más. —Tras esta puerta tiene que estar el gran contenedor que buscamos. —Amara, ¿a ti te gusta Nathan? La rubia cogió aire. —No sé a qué viene esa pregunta, pero quiero que sepas que Nathan es mío. Si él quiere algún día abandonaremos el Cielo y nos iremos a vivir a algún lugar tranquilo en la Tierra. —Se sentía extraña hablando así. —Tú misma lo has dicho: si él quiere. —Bueno…estoy segura de que si yo se lo pido él aceptaría. <<¿Hasta dónde va a llegar esta conversación?>> —¿Y serías capaz de hacerle algo así? —¡Claro que no! Evanth sacó el frasco con el catalizador y entró en la cúpula. Amara la siguió algo más calmada. Efectivamente, el gran contenedor se encontraba allí, rebosante de aquel desagradable fluido. —Ni siquiera necesito estas enzimas. No saben aprovechar mi potencial. —Espera, Evanth. Hay algo en esta habitación que no me gusta. La chica sabía que algo no iba bien. Examinó el lugar, pero salvo el gruñir de las tuberías todo parecía estar en orden. Evanth ignoró la advertencia y emprendió el vuelo hacia su objetivo. Amara no tardó en averiguar lo que ocurría. Los diferentes vapores y charcos grasientos comenzaron a adquirir forma, fundiéndose en una gigantesca mole de residuos que vibraba y lanzaba bolas pegajosas de petróleo por la boca. Una de ellas rozó al elemental que lo esquivó de casualidad, y se estrelló contra la pared corroyendo el metal. Evanth se volvió sobrecogida. —¿Qué es esa cosa? —gritó con repugnancia. —Era de suponer que tendrían algún tipo de seguridad más. Evanth se recompuso de la sorpresa y tensó sus alas. Se enfrentó desafiantemente al monstruo arrojándole afiladas estalactitas que se hundieron en la viscosa piel para ser expulsadas como si nada. Su enemigo levantó un brazo gigantesco y atrapó a la chica con sus dedos fangosos. La pistola con la bengala se deslizó de su túnica accionándose el gatillo por error tras chocarse contra el suelo. La bengala salió disparada atravesando mágicamente el techo y descomponiéndose en chispas rojas. Amara soltó una maldición y trató de pensar en la forma de ayudar a su compañera. Lo único que tenía era la daga
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de akasha artificial que le habían dado así que se abalanzó con todas sus fuerzas hacia el brazo gigante que sostenía a Evanth. Alzó el arma blanca y cargó contra la extremidad. Su intención había sido propinarle un buen tajo para cortar la mano, pero no debió de emplear la fuerza necesaria y quedó atascada en aquella mole. Amara tiró con fuerza para extraerla mas lo único que consiguió fue que se hundiese más. De la boca de la bestia surgió un chorro de petróleo. Amara no tenía tiempo para apartarse así que se cubrió con sus alas que recibieron de lleno el ataque y quedaron completamente empapadas, pringosas e inútiles. No podía volar y su compañera estaba en peligro. Para empeorar la situación todo el suelo había sido regado por el líquido formándose charcos negros de los que empezaron a surgir más criaturas asquerosas. Amara estaba rodeada y nada de lo que probaba funcionaba. La desesperación iba a acabar con ella cuando los mini clones se disolvieron. Les siguió el brazo gigante que estrechaba a Evanth, cayendo ésta desde considerable altura. Por último, el monstruo gigante también se deshizo. Lo único que quedaba de esa enorme mole tóxica era aquella gran mancha repugnante. Amara parpadeó varias veces incrédula. Su compañera se había desmallado y flotaba sobre los restos de su enemigo. Se dispuso a ayudarla. Un hombre encapuchado y completamente ataviado de negro se lo impidió atrapándola entre sus brazos. Amara se debatió y gritó hasta que su agresor le tapó la boca con sus frías manos de materia oscura y le quitó la mascarilla. —Amara, soy yo.
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