Pico Para El Pueblo, Primera Parte

  • May 2020
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  • Words: 3,193
  • Pages: 15
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Marco Ibarra Soñez

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“Acepto la idea de que existen sólo dos posibilidades en la naturaleza, a saber: cazar o ser cazado, y si estamos dotados de una conciencia y de un lenguaje, ciertamente no es para escapar de esa dualidad, sino para justificar por qué actuamos de ese modo.”

Extracto

Quomodo, documental, sobre un texto anónimo leído en una radio francesa el 11 de septiembre del 2003.

El 29 marzo de 1985 mueren Eduardo y Rafael Vergara Toledo ejecutados por agentes estatales (según dictamen de la comisión Rettig). Desde aquella fatídica fecha se celebra el “Día del joven combatiente”.

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Ediciones pocilga empiojada Presenta

Pico para el pueblo

Marco Ibarra soñez

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Libro sin afán de lucro.

Esta es una novela en desarrollo, agradezco de ustedes su infinita paciencia. Quiero agregar además que cualquier nombre o situación es mera coincidencia y que no tiene por que ser yuxtapuesto a la realidad.

Año 2008.

Mail: [email protected]

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Capitulo primero

“A la memoria del que no la tiene”

Estoy aparcado tras esta reja mohína y hedionda a micción agazapado como animal esperando a la benevolencia de su cazador, la suerte para una muerte saludable; una muerte absorta de todo sufrimiento. Esperando que mi destino escape del abismo infinito de la espera fatal, oliendo el humear de esta noche hedionda a anarquía, extrañamente solitario, en la fiesta que promulgan allá afuera en el frío Día del Joven Combatiente, cubriendo su espesor con sus ráfagas de viento gélido y alborotado, cubriendo a los niños que corren por los pasajes cercanos, jugando a la demencia adolescente de aborrecer a todo aquello que suene a sistema, a jurisprudencia, a civilidad, en la mas frágil definición de ella misma. Extrañas maquinas sobrevuelan el cielo grisáceo lanzando luces que deambulan por la barriada inquieta. Maquinas con formas irregulares y eclécticas, arrojan alaridos electromagnéticos para dispersar la multitud que corre allá afuera, pero la tecnología se diluye en su propia objeción, y los anarquista tienen el remedio para aquello, han puesto altavoces con sonidos paquidérmicos, utilizando los chilli dos de los elefantes en celo para neutralizar aquel bombar deo de sonidos insoportables.

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Las luces de aquellos artefactos surrealistas son los únicos destellos de iluminación que se entrometen en Buena Esperanza, la población que me cobija como invitado a este festín humano. Las maquinas revientan los oídos con la terrorífica música que lanza sus quejidos sonoros invitándome a una siniestra sinfonía. Sus luces infernales persiguen a los adolescentes combativos que se agazapan tras los muros de la apatía, igual como estoy yo. Eso lo saben mis perseguidores, que olfatean mi aroma meditabundo disparando muy cerca de mí, arreciando en la oscuridad con sus ojos escarbando en la niebla, rojos ojos que se iluminan con las bengalas que alumbran este Santiago desordenadamente juvenil. La noche esconde en sus oscuras avenidas el clamor de aquellos ciudadanos de segunda clase, de aquellos olvidados en el baile de la modernidad, de aquellos senti mientos ambiguos y contradictorios, destruyendo, pateando, saqueando incluso sus propias convicciones elementales, que arrastran desde aquel fatídico 29 de marzo de 1985 en que se desperdigaron todas las esperanzas inconexas de civilidad, por el oscuro propósito de los gobernantes de aquella época y los medios que se perdieron en sus propias mentiras. Los combatientes huyen perdidos en la noche, sucumbiendo en el encanto de lo irracional, aunque aquella palabra parece inventada con el mismo despropósito con que inventaron la palabra modernidad. La modernidad que invento a un hombre extraordinariamente confortable, a un proyecto cruel y deformado, un animal que se dice pensante, pero que no puede sacar de si mismo el inobjetable deseo de crear artefactos que lo destruyan, cubriéndose de armatostes brutales e inhumanos, creando objetos inútiles, éticamente inútiles. En la refriega, el asfalto cuje como quebrándose en un millar de exaltados trocitos exudando furor, abriéndose en cada paso como un abanico mini estelar. Es el ocaso de las visiones mas extremas, el hilillo de furia deambula por las

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calles y se convierten en ríos de saña absoluta. El despunte luminoso de los tiros de las automáticas y de los fusiles policiales, adornan el cielo con sus lucecillas mortales lacerando el pulular, hiriendo, desgarrando cuerpos que se contraen en aquel oscuro friccionar, gimiendo, gritando, mientras la muerte recorre aquellos campos del exterminio atravesando su mortal estocada , mientras el ultimo suspiro resurge sereno y entregado . El corazón recorre todo mi cuerpo tambaleando cada miembro de mi ser, el tiempo se detiene en esta reja desgreñada, hedionda a meado trasnochado, a orina amoniacal, que trasmuta todo su aroma húmedo tras este rincón absolutamente olvidado por el sol que se yergue resbalosamente mohíno. La noche se entrega como una doncella permeable y cariacontecida bajo el desorden civil, bajo la rabia, bajo el oscuro pulular de odios y cofradías, esperando el mensaje que escupa la orden crucial. O salimos de esta, o nuestras vidas se desvanecen bajo la furia desgarrada de los “gatitos mojados”, la banda juvenilmente maldita, de Sebastián Lentejo, “Satian”, que corretean por los techos apuntando con su mirada descompuesta y fatal, infame como sus propias vidas entregando su adolescencia a cambio del libre albedrío, a cambio del precoz poder que usufructúan alardeando con sus sables y automáticas que se balancean en sus raquíticos cuerpos cuando corretean las noches de Buena esperanza, en la periferia de esta sórdida ciudad, donde abundan los ahorcados en los postes de alumbrado publico rellenos de aserrín, embalsamados para el deleite de los que allí en la calle Esmeralda purgan aquel deleite infrahumano, donde los valientes son cortados en pedacitos hasta que revienten por los ojos pidiendo piedad. Donde simplemente el diablo no entra pues su territorio debe ser mas dócil y apacible que este. “La blackberry de Satian es nuestro objetivo inmediato, vivir nuestro objetivo crucial.”

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El pantallaza lo dice todo, el alumbrar tenue asoma abúlicamente encendida con la orden total en aquel díscolo mensaje: “plaza 3, kyo, vktor st” ppp. El camino no está despejado. La automática se aferra a mi mano por inercia, no hay seguro, el gatillo se pega al dedo índice como un imán, la orden cerebral me indica el estado de máxima alerta, soy capaz de descargar los cincuenta tiros que tengo alojados en el cargador, en la cabeza de cualquier hijo de puta que se atraviese con su cara meditabunda. ¿Qué si me importa aquello?, pues ni un carajo, matar es mi consigna, vivir, aferrarme a mi suerte, lo demás es mera especulación, pico para el que se me atraviese, ya bastante problemas tengo en esta noche de mierda hedionda a niebla, al humo de los neumáticos que se cruzan tenebrosos por mi transitar, al sopor de las lacrimógenas que escurren espesas y mortales irritando mis pulmones hediondos a merca y a tabaco. Esta noche es una mierda, esta noche hizo que la luna vomitara de espanto. El pasaje esmeralda se achica en un vértigo en perspectiva, moviéndose en el horizonte como si una cámara de video la apuntara mal enfocada. Zigzagueo vacilando de poste en poste como embriagado por la situación, los restos de merca aun se alojan en mi cerebro como puntos que me alertan en cada movimiento medial, la tarea no es fácil, a Satian no lo ha visto nadie, nunca alguien pudo obtener algún registro fotográfico y los que lo han visto por lo general mueren en un extraño rito, como un regalo omnipotente para aquellos infames que creyeron ver al divino. Cala jura que el mensaje encriptado que zampo en la tarde le llevaría por fin al rescate de nuestro mayor logro, acceder a la blackberry de aquel hijo de puta, ¿que por que la black?, según Cala por el contacto total que la llevara a descubrir el mayor montaje mediático de la humanidad, según yo, Rubaladio Irapronte, acceder a los contactos de 8

Satian y hacernos cargo de aquel poder para un beneficio sideral de todos los bienes que se esconden en la memoria de aquel portentoso aparato, ¿Cómo?, fácil, el hijo de puta no tiene un rostro y al menos nadie lo ha visto, solo un nombre, Sebastián Lentejo. Solo una chapa para mover el centenar de millones que se apolillan en los bancos nacionales, lo demás solo eso, un nombre, ni una historia, ni investigación, nada. Los que están encargados de aquello están refregando sus falos en algún burdel adolescente babeando entre las piernas de alguna precoz mujercilla que se vistió de grande, ofreciendo su delicada flor para los propósitos de la causa total. Los acogidos por Satian, cubren su imperio con noticias alcahuetes y sin ningún valor medial, salvo por cierto el de entretener a la ciudadanía haciendo shows con ignorantes incautos que se prestan para aquello, persiguiendo la inocencia humana en aquellas cacerías mediáticas, espantosamente sórdidas, tristes secuencias de una realidad tan falsa como ellos, desgarrando al alma de un conocimiento mas puro, de una transición inintelectual que se aferra a su pasado como un perro que abusa de aquel hueso relamido hasta la saciedad, como animal que se mueve cuando se lo ordenan , como animal que ataca , que destruye, que da la vida por algún ideal enfermo de codicia, enfermo de declararse iluminado por alguna entidad insustancial que promulga quizás que proyecto de vida, aferrando toda su energía existencial en panaceas alcahuetes e inintrascendentes. El que tiene aquella blackberry es dueño de todo eso tan simple como total, como aquella mano que tienen los que nacen sabiendo que son parientes o amigos de aquellos que juegan con el poder, que por el solo hecho de tener patrocinio, el contacto, el pituto, son capaces de mostrarse al mundo como ganadores, en una larga lista que incluye a ejecutivos, periodistas, deportistas, escritores,

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pintores, músicos, y una zalagarda de héroes parias que circulan por el medio abstracto. El cinismo plural, el apadrinado por las circunstancias que come de la fama asqueando majadería, el amigo de este , el compadre de este otro, el de la misma escuela, el hijo, la mina, la puta cabal que se presenta en las revistas de sociedad, como ilustre puta, la mas puta de todas las putas. El sobrino, el talento descubierto por no se quien, cuando el mayor talento se perdió en la nada por que nadie se hizo cargo de aquel, simplemente por que no conocía a nadie, simplemente por que el muy hijo de puta considero que “perder el tiempo en convencer a tanta gente, es perder el tiempo en si mismo”. En todo caso da igual lo que la gente piense, pues “da lo mismo”, el día a día demanda las ganas y el esfuerzo para sobrevivir, para trabajar, para distraer la mente con cosas mas abstractas, todo el poco tiempo requiere del mayor esfuerzo, las banalidades están a cargo de desquiciados que en la mayoría de los casos terminan colgados en alguna viga, por que no entendieron nunca, que para sobrevivir había que cagarse al resto , eso no cuadraba en sus mentes, eran demasiado humanos para entender tanto odio, tanta desidia, tanto desprecio hacia sus semejantes. La gente común no transa con aquellos que se hundieron en el abismo existencial, sucumbiendo en la letanía de algún código extraño. La gente vive así, transa así, hiere así, escupe en el suelo con soberbia cubriendo con el empalagoso frenesí toda la miseria que arrastra su existencia animal que promulga en su ser. En todo caso son felices así. Pico para todos ellos, el poder, es una sustancia melosamente dulce, que se agria en el fenecer de todo ideal, de toda institución humana al servicio famélico de sus propias circunstancias, lo demás vale callampa.

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-¿Cala?..., ¿y la black? - al hijo de puta se lo trago la tierra. -pero como si lo teníamos por el culo.-agregué- ¿y los otros? -los demás están muertos. Muertos. En la suave voz de Cala esa palabra suena como si aquello no pasara mas que ser un detalle, una cosa poca. Los cálculos decían que siete vagábamos en aquel suburbio enrarecido y taciturno. Los finos labios rosados que asoman irascibles sobre el delgado rostro blanquecino de Cala ni se inmutan para decir con su voz dulce que conmueve a la niebla mas espesa: “los demás están muertos”. Como si todos aquellos fueren asuntos de otra índole, como si no tuviesen vida propia, como desaparecidos por alguna entidad demoníaca, por algún sistema filial con oscuros propósitos latifundistas, por alguna organización destinada a desaparecer porque si. Cierto que existían y que tenían nombre, estaba el palomo Palurdo, de veintidós años, el negro Cardemia de veintiséis, Elementina Predual en sus frescos veintiún años, el rucio Fintegras icono de la anarquía mas absoluta y que puteaba cada vez que se acordaba que hoy no celebraría su gran fiesta elemental, Enderesemia la mejor amiga de Cala, que creía en ella mas que su en su propio destino que quizás donde arrojo aquella sonrisa pura y diáfana. “Los demás están muertos”, como si la muerte fuere un asunto providencial, un detalle fortuito, paso por que tuvo que pasar, como si morir no fuese mas que algo parecido a que fueron a compra r merca, que ya vuelven, que espérate un poquitito, al menos en el dulzor de su boca eso suena como un acontecimiento mas, como aquellas noticias que llegan de china, en que mueren miles, pero como los chinos

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son tantos, aquello es un cruel detalle, en cambio en este país mueren cien y es tragedia nacional y se les recordara (siempre y cuando convenga recordar)por el resto de los decenios que nos quede hasta que la memoria arranque de nuestras mentes aquel triste suceso y lo cambie por otro tan banal como sinuoso. La calle Esmeralda queda absorta en el sonido que se escapa de la reyerta de los combatientes y la policía. A lo lejos las molotov anuncian por el horizonte encendido, el trágico destino de algún auto ultimo modelo que se le ocurrió pasar por allí. El crujido de los techos más cercanos nos indica que es tiempo de correr. Los gatitos mojados están a metros de nosotros y tienen muchas ganas de volarnos el culo a tiros. _ ¡Cala! Y Cala si que corre. Embiste con sus pequeños pies esquivando el vendaval de tiros que caen de los techos, como meros acrobatas zigzagueamos haciendo una carrera irregular e incontrolable por la oscura Esmeralda, que a veces se abre como una doble avenida, lo que nos da el espacio suficiente para esquivar aquellas fatales lucecillas, aquellas luciérnagas malditas que se incrustan en las paredes y en los cuerpos que cuelgan en los postes de aquella barriada inquieta, posándose casuales en todo aquel ser vivo que por ignorante casualidad se atreven a transitar el ripio polvoriento cubriendo con su sangre fatal aquella maldita emboscada. Algunos policías perdidos que enfrentan fuego cruzado con anarquistas que se pierden en la oscuridad, se atraviesan mortalmente en esta cacería humana, la de nosotros. La confusión nos ayuda un poco, no así a aquellos que se trasponen con la mala suerte. Cala con una gracia única dispara la automática girando su hombro con suma plasticidad, su dulce rostro se torna violento desarmando aquella

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apacible mirada que se alborota feroz tras los fogonazos que relampaguean en sus delgados dedos blanquecinos. A su lado trato de ordenar mis ideas recorriendo la siguiente esquina que debemos tomar para llegar al único lado que Satian no entromete a sus gatitos, el pasaje donde mandan las putas del barrio Falorga, en la saliente de Buena Esperanza, el único sitio blindado de la ciudad, donde Satian no metería sus narices, pues en alguna mujer de aquel burdel taciturno, sucumbe el gran secreto del hijo de puta. La automática descarga toda su furia sobre mi feble muñeca, su violento detonar asoma con alguna postura combativa y sublime. En este juego, los gatitos corretean los tejados como una carretera cualquiera, pisando los techos forrados en zinc como si estuviesen corriendo por una pradera limpia de todo estorbo natural, ellos, siempre preparados para cualquier acontecimiento mantienen los techos, limpios de toda mugre que les pueda frenar aquellas correrías suicidas que descoloca a cualquiera que quiera escapar de su furia adolescente. La luz tenue que lanza la luna, me indica que faltan al menos diez metros para llegar a la esquina de Sobrevaluado con Tarioneo, luego enfocaremos hacia el sur, a no más de dos cuadras, poniéndonos a salvo de aquella estampida fatal. Casi al llegar a la esquina de pronto el tiempo empieza a correr en cuadros superpuestos, en una especie de cámara lenta, haciendo que increíblemente la noche detenga su caminar, Cala se contorsiona alborotándose con al menos cinco tiros que explotan en aquel delicado cuerpo, delgado y frágil, combativo cuerpo blanquecino ondeando su rizado pelirrojo, desvaneciéndose extrañamente alumbrada sobre el ripial, doblegándose eternamente en un movimiento casi danzando con el éter y todo el oxigeno que retiene su frágil cuerpo, depositándolo lentamente como una hoja que sostiene el viento entremedio de alguna reja a maltraer que la cobija mal herida , pero que la oculta de cualquier intento

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artero de destrozar aquel dulzor combativo, su rostro queda incrustado en mis ojos que m e dejan paralizado hasta que siento las dagas luminosas. Se embuten en mi cuerpo como enanas serpientes de grandes mandíbulas que corrompen mis carnes haciéndome su banquete de medianoche, su cena oscura, trato de sobreponerme al dolor pues ya estoy fuera de peligro, o al menos eso creo, porque a diez pasos, el rostro deshecho de la marica Santiana se deforma como si diera un grito de un millón de decibeles, no escucho nada, un escalofrío gélido se apodera de mi sudor que resquebraja mi espalda, como un terrible desgarro crucial. De pronto en la confusión de este momento, todo se vuelve mas niebla, todo se colorea en un difuso cielo burdeo, que lanza luces boreales donde no debiesen estar. Cierro los ojos y es una eternidad, en mis pensamientos veo niños correteando en las calles, regalando ira juvenil agazapados tras el oscuro devenir de sus rostros desperdigándose bajo la niebla de aquel santiago incendiado, veo a Cala anunciándose divina e inmaculada como una deidad solar, me estremezco en sus brazos, por instinto, abro los ojos y estoy mirando al cielo que se alumbra con detonaciones estelares, relámpagos difuminados como lucecillas perennes, se me aparece el rostro mariconamente alharaca de Santiana. Siento que desvanezco en el abismo fatal del sueño eterno, puede que el infierno este abriendo sus puertas para quemar lo poco o nada que me queda de alma, aunque hoy debiese estar cerrado por exceso de postulantes. Las imágenes se representan en retrospectivas como en una sicodélica animación transversal, aun siento las serpientes que se acurrucan en mis carnes, rompiendo esta entregada anatomía, que se balancea moribunda cruzando aquel infinito túnel paradisíaco del descanso total, abro los ojos y mi rostro refriega el ripio ensangrentado de Buena Esperanza, tu dulzor esta tendida miserablemente abandonada como un hermoso desperdicio cataléptico. El olor humear se desvanece como ungüento para esta muerte absoluta. La mía. La tuya. La de todos. 14

Fin del primer capitulo

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