¿militancia Cultural O Gestión Profesional?

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Cultura, un derecho. Regionalizar, un desafío. MAR DEL PLATA, 11 Y 12 DE SEPTIEMBRE DE 2008

JUGAR EN EL BOSQUE CUANDO EL LOBO NO MIRA ¿Militancia cultural o gestión profesional? ADOLFO COLOMBRES Buenos Aires, septiembre de 2008 EN TORNO A LA POLÍTICA DE LA UNESCO Aunque la UNESCO fue creada en noviembre de 1946, en su primer cuarto de siglo no avanzó mayormente en el tema de las políticas culturales, probablemente a causa de las dificultades que se advirtieron desde un principio para fijar una filosofía común en las materias de su incumbencia, por el hecho de hallarse en ella representados numerosos gobiernos retrógrados y hasta dictatoriales, a los que nada seducía el desarrollo cultural, por el alza de la conciencia que ello conlleva. Se podría decir que las piedras fundamentales en esta materia, dejando atrás una etapa meramente conservacionista del patrimonio arqueológico de la humanidad, se pusieron a partir de la Conferencia Mundial sobre Políticas Culturales, organizada por dicho organismo en 1970 en la ciudad de Venecia. Las líneas que allí se trazaron fueron profundizadas luego por conferencias intergubernamentales regionales. Éllas fueron: Eurocult, o Conferencia Intergubernamental Sobre las Políticas Culturales en Europa (Helsinki, 1972); Asiacult (Yogyakarta, 1973); Africacult (Accra, 1975); y Americacult (Bogotá, 1978). En Venecia se vio ya la necesidad de superar la concepción elitista de cultura, que la definía en términos puramente artísticos, para adoptar un concepto antropológico., Si bien el arte siguió siendo la parte más relevante del concepto, éste pasó a comprender también las costumbres, creencias, modos de vida, ciencia, tecnología, etc. Se reconoció el hecho de que los grupos humanos tienen una cultura específica, y sobre todo el derecho a cultivar esta particularidad, el que se incorporó al conjunto de los derechos humanos esenciales, cubriendo un vacío de la Declaración Universal de Derechos Humanos, aprobada por las Naciones Unidas en 1948. En Venecia se puso de manifiesto que es deber del Estado crear las condiciones para que tal derecho pueda ser ejercido. Dicho organismo ha subrayado en múltiples documentos la gran correspondencia que existe entre desarrollo económico, desarrollo cultural y promoción social, rompiendo la creencia anterior de que el desarrollo era una cuestión puramente económica, y que sin un previo progreso en este campo no podía darse un desarrollo cultural. Se vio que difícilmente se alcanzará un desarrollo económico estable, armonioso y capaz de mejorar realmente las condiciones de vida de los pueblos sin un desarrollo cultural paralelo. Al decir cultura se decía también educación, medios de comunicación y respeto a los ecosistemas, para evitar un desarrollo irracional, ecocida y en consecuencia anti-cultural. Entendido de esta manera, el desarrollo cultural se convierte en un instrumento para alcanzar el desarrollo económico y social, y también en un modo de reafirmar las identidades nacionales, como lo puntualizó la Conferencia de Y ogyakarta. Se señaló también allí que sólo el desarrollo cultural podía actuar como elemento compensador, de equilibrio o control de una transferencia tecnológica y científica intensiva. El control exige una adaptación de los modelos incorporados a las características sociales y culturales propias, así como a las reales necesidades de los pueblos. 1/7

En Americacult, o Conferencia Intergubernamental sobre las Políticas Culturales en América Latina y el Caribe, se destacó que corresponde al poder público formar especialistas en desarrollo cultural, señalándose al efecto cuatro dominios básicos, a saber: a)Administradores de asuntos culturales; b)Animadores culturales; c) Especialistas en la preservación del patrimonio cultural; y . d) Archivistas, museólogos y bibliotecarios. Las dos primeras categorías tienen que ver con el diseño y puesta en práctica de políticas culturales; las dos últimas serían de orden más técnico. Pero al hablar de administradores y animadores esta Conferencia repite un modelo elaborado en Europa, sin especificar cómo dichos operadores orientarán su práctica en una realidad signada por la dependencia, por un largo colonialismo cultural. Porque no se puede soslayar la triste circunstancia de que en América, y nuestro país no es para nada una excepción, la cultura nacional tiene que remar siempre contra la corriente, derrochar su energía en conseguir los mínimos espacios y recursos que precisa para manifestarse, porque la vía ancha sigue estando consagrada a una cultura elitista que se nutre con lo ajeno, es decir, con las modas y tendencias metropolitanas. Y qué decir ya del campo de las culturas subalternas, donde son casi inexistentes los recursos destinados a apoyar su desarrollo autónomo. En tales circunstancias, el desarrollo de la cultura nacional y popular debe pasar indefectiblemente por un proceso de descolonización profunda de la conciencia y de las prácticas simbólicas. Esto, claro, no ocurre por ejemplo en Francia y España, que son los países donde se gestaron principalmente estas políticas. La lucha por las autonomías se da allí en un plano más simétrico, pues nadie llamaría a la cultura catalana una cultura subalterna. En consecuencia, el personal no puede formarse como si fuera a trabajar luego con vientos propicios, en el marco de una cultura reconocida, desarrollada y que goza de plena salud, sin complejo alguno de inferioridad ni vestida con el pobre ropaje de lo periférico. Hay cuestiones que deberá conocer a fondo, como la compleja interacción entre cultura popular y cultura de masas, entre cultura popular y cultura ilustrada, y entre cultura nacional y cultura universal, dialécticas casi borradas hoy por el proceso de globalización neo liberal, el que pretende acabar así con la fundamental dialéctica de lo propio y lo ajeno, que diferencia el campo de pertenencia del campo de referencia. Deberá conocer también los mecanismos de dominación, las formas históricas de penetración cultural, y sobre todo las vías para alcanzar en lo simbólico una desasimilación del modelo dominante y el pleno control de la cultura. Lo que la Conferencia de Bogotá (Americacult) propuso, en líneas generales, es formar con igual dedicación operadores culturales tanto a nivel de las bases populares como de los sectores especializados, pensando que sus tareas no se superponen, que a cada cual le corresponde un ámbito específico. La formación de los animadores debía quedar a cargo de los gobiernos, como una parte indeclinable de su política cultural, mientras que la formación de los administradores de hecho se confiaba a los centros académicos, y en especial a las universidades. EL TRABAJO EN LA BASE: ANIMADORES y PROMOTORES

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La UNESCO definió a la animación socio-cultural -así se la caracterizó finalmentecomo "el conjunto de prácticas sociales que tienen como finalidad estimular la iniciativa y la participación de las comunidades en el proceso de su propio desarrollo y en la dinámica global de la vida sociopolítica en que están integradas". Esta definición, además de ser demasiado amplia (lo que ha pern1itido incluir una serie de prácticas que de hecho tienen o deben tener su propio régimen, como la educación popular), no apunta a nuestro juicio al desarrollo cultural en sí, desde que se limita a utilizar elementos culturales en la promoción social de las comunidades. El desarrollo cultural es algo mucho más complejo, que debe encararse en forma orgánica. Al definir el concepto de cultura, Lévi-Strauss, junto al requisito de su originalidad (entendida como diferencia en relación a las otras culturas con las que se confronta), señalaba el de la globalidad. Para cumplir con este último requisito, una cultura, entendida en un sentido antropológico, debe abarcar todos los sectores de la actividad humana, por más simple que sea su tecnología e imaginarias sus explicaciones, y mantener entre dichos sectores cierta armonía o coherencia. Esta idea es útil para entender que el desarrollo cultural, para ser verdaderamente tal, debe ocuparse de todas las áreas de la cultura, contemplar su aspecto orgánico, sin que ello implique que no pueda privilegiar a un área sobre otra, en función de los antecedentes históricos de una sociedad. Bajo esta concepción, no puede llamarse desarrollo cultural a la utilización de elementos de la cultura para otros objetivos, por nobles que sean, y tampoco al desarrollo inorgánico, no pensado en toda su complejidad y con un sentido estratégico. Acaso la mayor falencia de la animación socio-cultural es haber invisibilizado a las distintas formas de dominación cultural que operan en la dialéctica de nuestros países. Aun más, se podría decir que el colonialismo subyace en su propuesta, pues nació pensada como una política oficial destinada a los sectores populares, a quienes se quería desarrollar culturalmente con el mismo ánimo de servicio social con el que los enfermeros van a vacunar en un barrio pobre. Aunque se ofreciera alguna participación al grupo, se trataba de una acción realizada por especialistas ajenos a él (o sea, de agentes externos), quienes decidían lo que era conveniente o posible hacer, y tal acción le llegaba como un don. Así, el papel de uno era dar, y el del otro recibir, lo que configura la estructura binaria de la dominación paternalista, que actúa por sustitución. Ander Egg decía que la animación socio-cultural no podía ser considerada una ciencia, simplemente porque carecía de una teoría propia, en el estricto sentido de la palabra teoría, ni tampoco una modalidad específica de conocimiento de la vida social y cultural: sería tan sólo una tecnología social. La promoción cultural, que se presenta aquí como una alternativa más ajustada a la triste realidad de nuestros países, se apoyaría en lo que he llamado escuela mexicana, por ser una práctica que pudimos realizar en dicho país con antropólogos y otros especialistas que trabajaron en los campos de la educación indígena y las culturas populares, y a la que me tocó sistematizar en el Manual del Promotor Cultural. La promoción cultural no es una mera tecnología social, sino una teoría específica que se convierte en práctica en un contexto también específico: el popular. Es por eso que el volumen 1 de dicha obra se llama justamente "Bases teóricas de la acción". Ella no puede ser desligada de la idea de autogestión, de un movimiento cultural surgido del grupo para asumir el control y descolonización de su cultura. De lo que se trata, en definitiva, es de recuperar la integridad de una cultura fragmentada, devolverle su coherencia, explorar sus posibilidades, definirla como un modelo totalizador, oponible al modelo dominante. Más que una políti3/7

ca, la promoción cultural es una acción de apoyo a las políticas que se fijen los sectores populares. En la elaboración de éstas, el agente externo puede asesorar, pero no tomar decisiones por su cuenta, desde que no se le asigna en dicho proceso un rol protagónico. El verdadero promotor cultural no es un agente externo sino interno, un militante del grupo al que pertenece y no alguien formado en otros contextos para actuar en cualquier parte. Quienes lo apoyan, no serían en esencia promotores culturales, sino técnicos puestos a su servicio, por su propia iniciativa o enviados por el Estado o una institución privada luego de un acuerdo previo de trabajo, cuyas condiciones deben estipularse con toda claridad para especificar los roles y evitar así conflictos. Para poder cumplir con las múltiples acciones que requiere un desarrollo cultural debidamente planificado, la promoción cultural debe, en la medida de lo posible, atender a la especificidad de su función, dejando el manejo político y económico, así como la asistencia educativa y social, en manos de otras organizaciones del grupo o controladas por él. La importancia capital de un desarrollo cultural orgánico y manejado por los sectores populares radica por un lado en la toma de conciencia histórica que ello implica, y por el otro en el hecho de que sólo la cultura puede dar al desarrollo de una sociedad una dirección propia que le permita salvaguardar y reelaborar su identidad. Sin cultura, toda diferencia será arrastrada por las tumultuosas aguas de la globalización. GESTIÓN CULTURAL y CUL TURAS SUBALTERNAS El concepto de administración cultural no tardó en ser cuestionado por los sectores ilustrados, en el entendimiento de que esta función excedía el simple manejo de los recursos públicos o privados de la cultura, al requerir una gran cuota de creatividad. Fue así reemplazado por el de gestión cultural, que se consideró más pertinente. No obstante, las ciencias sociales definen a la gestión como la tarea y el efecto de administrar una empresa de cualquier tipo, así como los organismos públicos. Tanto en la esfera privada como en la pública, la gestión implica normalmente una obligación de rendir cuentas, que se instrumenta a través de informes y balances sobre el uso tanto del presupuesto asignado como de los otros recursos puestos bajo su control. El diccionario de Coro minas homologa asimismo el verbo gestionar con el de gerenciar, hoy aplicado casi exclusivamente en el ámbito económico. Para redimirlo, Santillán Gliemes aclara que gestar es también dar origen, generar, producir hechos, conducir, realizar acciones. Ello puede ser correcto y pertinente como propósito en el ámbito de la cultura ilustrada y la formación académica de especialistas en desarrollo cultural, pero al aplicarse al campo popular resulta políticamente excesivo. Es que el promotor cultural, más que gestar lo que no existe aún, recupera lo existente, lo pone en valor y potencia de manera creativa. Más que crear y generar por su cuenta, interviene en la reformulación colectiva de la cultura a la que pertenece, pues más que ante una estética de la subjetividad, que caracterizaría al gestor, se halla involucrado en una estética de la comunidad, que tiene mecanismos distintos, y hasta opuestos, para construir la realidad. Promover es más humilde que gestar o recrear individualmente un patrimonio colectivo. Es tan sólo adelantar, hacer avanzar algo, activarlo. Su anclaje en las culturas subalternas es total, pues busca en cada caso generar una teoría y una acción ajustadas a la realidad del propio grupo al que se pertenece, con miras a su descolonización profunda. Las políticas son además diseñadas y ejecutadas por las mismas organizaciones populares, en un proceso de autogestión conducido por miembros calificados del grupo. La función de los agentes externos es sólo de 4/7

apoyo, como se dijo, y su actitud debe ser de servicio, no de mando. El proceso servirá así en primer término al pueblo que lo produce y no a otros sectores. La promoción cultural no se propone llevar al opresor la cultura de los oprimidos, ponerla en sus manos como un paquete precioso que le permitirá limpiar su conciencia y enmascarar la continuidad de la situación. Vemos entonces que un gestor cultural no puede ir a gestar creativamente las culturas subalternas, pues eso sería usurparles un rol fundamental para su liberación con un método paternalista, por seductores que resulten sus frutos. Si decide trabajar en este campo, tendrá que limitarse a promover, a activar los mecanismos de la conciencia reflexiva y apoyar humildemente el proceso con las armas de su especialidad, pero como un simple asesor. Claro que muy pocos gestores se allanarán a cumplir un papel tan simple y subordinado con un grupo popular, sin manejo gerencial alguno, después de haber estudiado varios años para conducir los "altos destinos" de la cultura. Por otra parte, la formación académica tiene en este aspecto mucho de deformante, por el papel mesiánico que la inspira, un racionalismo enamorado del pensamiento abstracto y tributario de categorías ajenas para el análisis de la realidad americana. Su vocación nace arriba, en el campo ilustrado de la cultura, y en algún momento, atraído por la cultura popular o enviado por quien lo contrata, acepta "descender" o condescender a ella, utilizando teorías y prácticas que suelen resultar ineficaces en este medio, y a menudo patéticas y hasta conflictivas, por lo que se termina haciendo a estos sectores más daños que beneficios. Lo grave de este "descenso" redentorista de la gestión cultural hacia lo popular es que viene borrando en los últimos años la dualidad establecida por la UNESCO,• produciendo así una virtual unificación que termina de instalarla como hegemónica. Los criterios propios de lo que caracterizamos como promoción cultural son desplazados por políticas que no buscan apoyar el desarrollo cultural genuino de los pueblos, sino imponerles técnicas cada vez más despolitizadas, que ignoran su situación en el mundo, su proceso histórico específico y los valores que vertebran su imaginario. Y no puede ser de otra manera, porque el perfil del gestor cultural nada tiene ya que ver, gracias a la creciente colonialidad de las ciencias sociales, con el de un militante de base que opera en su cultura y desde ella se proyecta hacia los otros campos del quehacer, para fortalecer la identidad y conciencia de su comunidad a fines de que ésta pueda defenderse mejor de toda forma de opresión. Se trata más bien de un profesional con formación universitaria, por lo común proveniente de la clase media e incluso alta, o de un intelectual con un vasto currículum vitae y cursos de postgrado en el exterior que ostenta como broches de oro. Entre el vasto campo de actividades que los medios académicos fijan a la gestión cultural, un estudio de la UBA pone a la administración de los recursos de la cultura, el gerenciamiento y la cooperación, la promoción artística, la integración social, la animación sociocultural (la que, como vimos, no se focaliza en el desarrollo de la cultura), el manejo del patrimonio, el turismo cultural, las industrias culturales, las relaciones interculturales a nivel nacional e internacional, la producción y comercialización de artesanías, la producción de bienes y servicios culturales, la formación de formadores, los medios de comunicación, la investigación cultural, etc. Se considera necesario para el desempeño de estas actividades contar con estudios de antropología, sociología, psicología, teoría del arte y la cultura, historia y otras disciplinas ligadas a los ámbitos especializados más que a los saberes (y la sabiduría) populares. La formación especializada en ciencias humanas, con el complemento de un buen manejo de la faz técnica, parece hoy 5/7

inseparable de la idea de gestión cultural. Desde ya, esta exigencia de una fuerte profesionalización deja fuera de registro la figura del promotor cultural, como un simple amateur que no puede ir muy lejos ni hablar de igual a igual con los profesionales. Por otra parte, es muy raro que el promotor cultural tenga recursos que administrar y sobre los cuales deba rendir cuentas. Rara vez habrá un presupuesto depositado en un banco. Los proyectos surgen de un deseo profundo o una necesidad imperiosa, y los recursos irán apareciendo sobre la marcha en escasa medida, aportados en forma solidaria por quienes se sienten militar en una causa que mejorará sensiblemente su calidad de vida, al dar a ésta un sentido profundo. Con frecuencia, incluso, esos recursos no logran juntarse y el programa se archiva como el cadáver de un sueño. LAS MISERIAS DE LA GESTIÓN CULTURAL Los medios académicos piden al gestor cierta sensibilidad social en el ejercicio de su profesión, lo que es de por sí una confesión de que se opera desde arriba hacia abajo, promoviendo una acción dentro de grupos subalternos ajenos a su esfera social, y sin contar mayormente con ellos, pues si se tratara de un proyecto compartido y cogestionado este requisito estaría de más. El énfasis no se pone en la formación y desarrollo de una conciencia y una identidad nacional, étnica o social, sino en la gestión de los recursos. Pareciera que nada es más importante en este terreno que conseguir fondos a como dé lugar, y a menudo para lograrlo muchos se casan con el Diablo, vistiendo a las transnacionales y a los gobiernos corrupto s de vestales del fuego sagrado de la cultura. Quienes hacen todo lo posible por destruir la diversidad cultural y degradan el medio ambiente posan así de adalides de la defensa de la identidad nacional y cruzados del desarrollo sustentable. Por este camino, la gestión cultural se convierte en fiel instrumento de la mercanti!ización de la cultura, y la vemos muy ocupada tanto en cantar loas al consumo cultural (¿ver un film es consumir cine?) como en forzar las puertas de los sistemas simbólicos para que puedan irrumpir en ellos los depredadores del sentido, vestidos con los terciopelos del Progreso. Y todo esto sin perder la cacareada "excelencia" (palabreja clave de los que nunca llegan ni pretenden llegar al fondo de la realidad) de un profesionalismo garantizado por universidades del "centro" (como si toda acción cultural verdadera no tuviera su propio centro). De más está decir que nada tiene esto que ver con el tan proclamado derecho de los pueblos de disponer de sí mismos. Si algo de tales formas de gestión les llega, no es, como se dijo, para apoyar honestamente su autogestión cultural, sino para probar en su medio nuevos productos de ese viejo mesianismo de cuño occidental, que consiste en llevar la cultura a los pobres que no la tienen (en un bonito tren, de ser posible), de ocuparse de ellos como si fueran objetos inanimados a los que hay que sacar de las sombras de la exclusión y dibujarles un futuro en el que puedan consumir mucho, entrar en la fiesta del despilfarro y la adoración de las mercancías, renunciando por cierto a todo sentido sagrado del mundo, pues eso, hoy en día, no es más que atraso y superstición. Este nuevo paternalismo se alimenta en una representación pasiva de la condición subalterna, sin que su mirada distorsionada en los círculos áulicos le impida ver en detalle las distintas formas de resistencia de los sectores populares, a menudo dramáticas por el desamparo y escasez de medios en que se articulan, como si no hubiera nadie dispuesto a garantizarles en la pequeña parcela del mundo que les toca los derechos universales de la cultura. Las energías de estos gestores se consumen así en una graciosa danza ante los ejecutivos de las trans6/7

nacionales, convencidos de que también el imperialismo cultural tiene su lado bueno, aunque más no sea por las limosnas que destina a sus víctimas. Claro que no en forma directa, sino a través de estas estructuras de mediación que garantizarán que los recursos sean bien empleados y contabilizados, porque no vaya a ser que se queden con algunas migajas.

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A MODO DE COLOFÓN Esta ponencia apunta a detener el avance de los gestores profesionales sobre el derecho de los pueblos a gestar sus propia cultura y establecer sobre sus elementos un pleno control cultural, lo que requiere forzosamente un proceso de auto gestión. También a comprometer al Estado en la formación de agentes internos en el seno de los grupos subalternos, vistos éstos como sujetos colectivos con un proceso histórico propio y no como una población amorfa y carenciada La función de dichos promotores será así promover desde adentro su propio desarrollo cultural, para alcanzar una modernidad paralela mediante la conciencia reflexiva de su ser en el mundo y la reelaboración actualizadora de su imaginario. Dichos cursos no pueden montarse sobre los diseños curriculares y las prácticas de la gestión cultural, sino desde esa otra mirada que arranca de abajo y puede subir hasta donde pueda o quiera, pues quien forjó sus armas en esta "periferia" puede ver mejor las enfermedades y deformaciones ideológicas del "centro", los tributos que se le rinden bajo la entusiasta coreografia del sometimiento, esas reverencias que, cuando involucran lo propio, no hacen más que enmascarar al proceso de globalización neoliberal, la colonización pedagógica y el imperialismo cultural. Porque quien viene de abajo y ha experimentado en su propia piel el dolor de la opresión y la exclusión, tendrá más conciencia de lo que significa esta guerra de imaginarios en que estamos empeñados, así como de los desgarramiento s de la dialéctica de lo propio y lo ajeno. Sabrá también que lo propio no debe encerrarse en sí mismo, sino aspirar a otro modelo de mundialización más justo y sustentable, capaz de garantizar la diversidad cultural como patrimonio común de la humanidad. El fin no es otro que reculturar el mundo, y sobre todo a quienes lo conducen. Humanizar el desarrollo y devolver a la acción cultural su carácter emancipador, para que deje de ser un juego de niños grandes, practicado cuando el lobo no mira. Pensar la cultura como política, como acción estratégica y militante para rescatar a la humanidad del abismo en que se está precipitando. ------------------------------------------------------Mar del Plata, 12 de Setiembre de 2008

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Cultural

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