Módulo Iii.pptx

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Solemos pensar en Jesús como:

Pero pocas veces pensamos en Jesús como:

Porque solemos verlo como:

Pero no como:

Según afirma el Concilio; es decir, no lo vemos como:

Lo anterior me resultó de haber pensado y preguntado por la espiritualidad de Jesús

Y al leer las características que Rudolf Otto describe como elementos irracionales de “Lo santo” Que es:



Estas características fundamentalmente son:

Es decir que lo que se llama aquí irracional, está en contraposición a los elementos racionales de la religión

Es lo que nosotros ahora debemos entender por una espiritualidad

Que no está sujeta a las creencias, preceptos y ritos de ninguna religión.

La espiritualidad de Jesús no se somete a los preceptos de la Ley judía: Los incumple y los supera.

No duda en sustituir el Templo –símbolo máximo del judaísmo por la adoración en Espíritu y verdad.

Tampoco puede encuadrarse su espiritualidad en una nueva religión

Ni en un cristianismo sedentario que desarrolló sus creencias, preceptos y ritos después de su muerte.

La espiritualidad de Jesús tiene mucho de eso que hemos llamado irracional y que se manifiesta en momentos de profunda mística

La primera gran experiencia mística que conocemos de Jesús sucedió en los días del:

Bautismo en el Jordán

Los evangelistas difieren un poco al narrarlo:

El Bautismo de Jesús es un episodio en la vida de Jesús de Nazaret que aparece relatado en el Nuevo Testamento, y con él se inicia su ministerio público. Lo mencionan los cuatro Evangelistas: Mt 3,13-17; Mc 1,9-11; Lc 3,21-22; Jn 1,29-34.2

Marcos y Lucas atribuyen la visión a Jesús, y las palabras de lo alto se dirigen directamente a él “Tú eres mi hijo predilecto”.

Mateo atribuye la visión a Jesús, pero las palabras se dirigen a todos los presentes “Este es mi hijo predilecto”.

Para Juan, tanto la visión como las palabras van dirigidas al Bautista.

«Y juan dio este testimonio: Yo he visto al Espíritu descender del cielo como una paloma y posarse sobre Él. Yo no lo conocía pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquel sobre quien vea descender el Espíritu y posarse sobre Él ese es el que bautiza con Espíritu Santo”»

Dado que el bautismo de Jesús por Juan el Bautista es coronado por la bajada del Espíritu Santo y la proclamación de Dios Padre de la filiación divina de Jesús,​ los cristianos consideraron esta escena como una manifestación o teofanía del misterio de la Santísima Trinidad.

El contacto con lo divino es una experiencia espiritual que sólo puede expresarse mediante símbolos culturales.

Los evangelistas, siguiendo el género literario de los relatos de teofanías, presentan como un acontecimiento exterior y visible lo que es una experiencia interna.

Entonces… no hay paloma!!!

Los exegetas tratan de interpretar el sentido de estos relatos acudiendo a las tradiciones culturales de aquella época. La paloma puede aludir al sobrevolar del Espíritu sobre las aguas primordiales del Génesis, o a la paloma que lleva la rama de olivo al arca de Noé.

El estilo clásico de toda manifestación de Dios lo presenta descendiendo de los cielos, porque la cosmología antigua situaba la excelencia arriba, en el cielo;

y la sordidez abajo, en las entrañas de la tierra.

El Carmelo nos ha enseñado que la excelencia está en lo interior, y Dios es el “inmanente trascendente”.

Imaginémonos aquella experiencia mística de Jesús como un sentirse hijo de Dios, elegido para la misión de proclamar su Reinado.

Hijo de Dios era ya una idea del judaísmo, pero aplicada al pueblo. Hijo, en la mentalidad semita, significa continuador de la obra del padre, sin referencia física ni metafísica a un proceso generador.

Jesús se siente llamado a continuar el proyecto de la creación, una comunidad de personas que se comportan “a imagen y semejanza” de Dios.

En nuestra imaginaria actual esa experiencia de Jesús como hijo se expresaría mejor como una luz, que ya estaba en Jesús pero que en ese momento se manifiesta en su inteligencia espiritual; como si la faz de Jesús resplandeciera con el arrobamiento del éxtasis.

Hijo para nosotros evoca una familiaridad habitual; nada extraordinario. Sabemos que Dios es nuestro padre, pero no caemos en la cuenta de lo que significa que nuestro Padre es Dios.

Quizás nos sentimos “hijitos de papá”, un tanto irresponsables porque confiamos que nuestro padre resolverá los líos en los que nos metamos.

Jesús sin embargo al sentirse hijo era muy consciente de la majestad de Dios y de la distancia entre Jahvé y él, como hijo y criatura suya. Sólo el Padre decide a quién se revela, sabe cuándo se consumará la plenitud del Reino y a quién atribuye un puesto a su lado.

En la sinagoga de Nazaret, Jesús proclama su misión aplicándose las palabras de Isaías:

“El Espíritu del Señor descansa sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a dar la buena noticia a los pobres, a proclamar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, a proclamar el año favorable del Señor” (Lc 4,18-19).

“El Espíritu del Señor descansa sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a dar la buena noticia a los pobres, a proclamar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, a proclamar el año favorable del Señor” (Lc 4,18-19).

Sin embargo, su experiencia interna difiere sustancialmente de las palabras del profeta y corta el final del texto, porque él no se siente llamado a proclamar “el día de la venganza de nuestro Dios” (Is 61,1-2).

Durante su vida encontramos algunos testimonios de su experiencia mística, que sería largo de enumerar: las noches en oración, la alusión al Dios creador más que al Dios del nacionalismo judío: “Al principio no era así…”, “Sed hijos de vuestro Padre que hace nacer el sol sobre buenos y malos”…

Su enseñanza se expresa mediante el lenguaje simbólico de las parábolas, el más apto para expresar el misterio de Dios que hace compatible dos concepciones muy distantes, la del padre del hijo pródigo y la del juez del juicio final.

Otra forma de experiencia mística de Jesús se produjo en la oración del huerto y en la cruz. Aquí manifiesta el máximo respeto y sometimiento a la majestad y a la voluntad del Padre, al incomprensible misterio de enviarlo a proclamar un Reinado que está a punto de fracasar.

En la cruz Jesús siente al mismo tiempo abandono y confianza; dos conceptos racionalmente contradictorios, pero emocionalmente compatibles. No es quizás por su sufrimiento ni por su muerte por lo que Jesús se siente abandonado de Dios,

sino por el fracaso del Reino que él esperaba ver instaurado. Jesús, en mitad de su noche oscura, continúa su diálogo místico de total entrega al Padre.

La resurrección sucede ya fuera de la historia de Jesús, pero le sucede a la misma persona de Jesús. Y sucede no tres días más tarde, sino en el mismo instante de su muerte.

La resurrección es la gran experiencia, que no puede llamarse mística porque ya desaparece el misterio, pero que colma en plenitud nuestra vida mística, nuestra unión con Dios.

Continuamos en la misma materia

Es el reconocimiento de que, con Jesús, comienzan las cosas a ser diferentes, porque inaugura una manera nueva de hablar del Padre-Dios, otra forma de relacionarse con el ser humano y de enseñar. Si en el Antiguo Testamento nos hablan de un encuentro con Dios, Jesús nos habla de la unión con él.

Un aspecto fundamental que atraviesa toda la vida de Jesús es la experiencia de oración en la vida cotidiana. Como él mismo lo dice, dicha experiencia es alimento que llena de vitalidad para poder darse a los demás.

En este sentido, la oración de Jesús se manifiesta en tranquilidad y bondad para poder decir: “Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os proporcionaré descanso” (Mt 11,28).

La experiencia mística de Jesús se constituye a partir de la relación Palabra de Dios, escucha, oración y acción profética, fruto de esta relación es la práctica de la misericordia y de la caridad.

Ef 6,18

Jesús propone orar

Insiste en la presencia del Espíritu Santo 2Co 3,17

Jesús nos da a conocer que la relación con Dios se da en términos de filiación y de amistad: “La amistad es la estructura misma de la economía salvífica y de la existencia teologal histórica y escatológica.” De Guidi, “Amistad”, 63

Esta relación permite la comprensión del carácter inefable que posee su experiencia de relación con el Padre. Es el hablar que nace de entender, y

“es la fuerza de la experiencia mística a través de la oración que lleva a entender verdades y a tener sensibilidad eclesial, y a proclamar el señorío de Dios”. Santa Teresa de Jesús, El libro de la vida, 367

Con su vida, Jesús fue mostrando que Dios habla en la historia con palabras humanas, con palabras que pueden ser entendidas.

Presentar a Jesús con una experiencia mística significa relacionarlo en continuidad con los profetas de Israel que expusieron la Palabra de Dios que les fue dirigida.

En este sentido, Jesús no habla de la Palabra que le fue dirigida, sino que él es la Palabra que revela al Padre: “Y la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros” (Jn 1,14).

Jesús habló de su experiencia con Dios en términos de amistad, de filiación, de un profundo conocimiento de él, de súplica, de oración y de contemplación.

Hay un momento cumbre y está en el Evangelio de este segundo domingo de cuaresma donde da a conocer la experiencia mística de Jesús en un estado de transfiguración:

Lucas 9, 28b ss Mc, 9,2-4

Esta es una visión mística extraordinaria, que rompe con los acontecimientos cotidianos. Es Jesús quien revela al nuevo hombre, da sentido y cumplimiento a las escrituras, muestra la continuidad con los profetas, la plenitud de las profecías, el señorío de ser el Hijo de Dios, el que confirma las complacencias del Padre, el que es la palabra (logos), el profeta.

Si en el bautismo encontramos a Jesús como el Hijo de Dios, en la transfiguración seguimos viendo su divinidad y se confirma la autoridad que viene del Padre.

En la transfiguración, Jesús inicia a los discípulos en un contacto con lo divino, en el encuentro con quien está sentado a la diestra de Dios padre y con el que está sentado en el trono.

En la experiencia mística, Jesús revela la unión de su humanidad con la divinidad. Muestra que la máxima experiencia mística que puede suceder en la historia sucede en él, por cuanto la divinidad del Verbo se une con su humanidad.

Por tanto, su experiencia fundante es la de ser Hijo de Dios, de sentirse habitado por él, ser uno con él: “Yo y el Padre somos uno” (Jn 10,30).

Jesús conoce el modo de proceder de Dios y enseña una relación de pertenencia y unidad. En este sentido, la unidad inseparable entre el hombre y Dios se da primero en la persona de Jesús y luego en el género humano por el Espíritu Santo que nos incorpora a Jesucristo.

“Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios” (1Jn 4,7).

Esto es lo que González Faus llama “la experiencia cristiana original: la vivencia de haber conocido a Dios, conocimiento de Dios en la historia ambigua y fracasada, provocativa y contagiosa de aquel hombre de nuestra tierra…”

El bautismo, la transfiguración, el encuentro con la samaritana, el diálogo con Martha y María, las apariciones y la ascensión, son momentos que revelan la experiencia mística de Jesús, en la cual él es la epifanía de Dios en la historia y el punto de referencia para todo el que quiera dejarse hacer por Dios.

Asimismo, Jesús revela que la experiencia del Padre es una experiencia de obediencia y de kénosis, que implica la decisión inmediata de poner la confianza solo en el Padre: “Que no se haga mi voluntad si no la tuya” (Lc 22,42): una decisión de dar la vida en medio de la soledad y la angustia.

“Entró el Sábado en la Sinagoga y se puso a enseñar. La gente quedaba asombrada de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas” (Mc 1,22-23).

Jesús era un observador agudo del género humano y de la naturaleza, porque “no necesitaba que alguien le dijera como son las personas, pues él conocía lo que hay en el ser humano” (Jn 2,25).

De esta manera, Jesús enseña la lógica de percibir la vida, de conocer y de conocerse, de reflexionar y de entender la fuente de su existencia con el misterio de Dios. Su doctrina no se fundamenta en explicaciones de textos sagrados, sino que

“Lee la voluntad de Dios también fuera de las escrituras, en la creación, en la historia y en la situación concreta”. Leonardo Boff

Fin

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