MANUEL SCORZA
ANTOLOGÍA POÉTICA
PRÓLOGO Porque no hay en circulación poemas ni poemarios de Manuel Scorza; porque su inmensa poesía -y su extraordinaria narrativa- están prohibidas, de hecho, en el currículo y las bibliotecas escolares, y casi proscritas en las universidades, y tampoco se las encuentra en stands ni librerías, por ello es que celebro la presente Antología* de su obra poética, espléndido resultado del fervoroso empeño de mi buen amigo Jaime Guadalupe Bobadilla, sanmarquino talentoso y admirable, consuetudinario dirigente de estudiantes y trabajadores, irreducible difusor de la obra literaria, cultural, política y social del autor de Las imprecaciones y La danza inmóvil. La declamación que Jaime hace de los poemas de Manuel Scorza es tan apasionada y conmovedora que a menudo es invitado a participar en actos políticos-culturales de toda índole para tal fin, sin contar los que él mismo organiza y promueve; acudiendo a unos y otros de todo corazón, destacando siempre y cada vez más. Así, con su tenacidad y dinamismo indesmayables, con la sencillez y generosidad que le son propias, Jaime logra que el legado y la memoria de nuestro genial poeta y novelista estén siempre con nosotros, presentes, vivificantes. Señalo enfáticamente este mérito de Jaime, porque nadie en este Perú devastado material y moralmente por el neoliberalismo; nadie quiere hacer nada -y menos publicar- si no es para obtener réditos. Y habiendo partido Manuel Scorza en aquel fatídico vuelo de Avianca -que casi abordo yo también- ese aciago 27 de noviembre de 1983, ya nada se puede obtener de él -monetariamente, digo-, salvo el reconocimiento que la Cultura y la Patria otorgan, pese a quien pesare, a los espíritus esforzados y limpios. Como el de Jaime, compañero y hermano singular, que ahora reitera su dilatada e indeclinable militancia en la gesta del cambio social con su adhesión inalienable a Manuel Scorza y sus sueños invictos; aquellos que, integérrimos, se hallan en las líneas que someramente comentaremos.
Esta descollante relación se abre con Canto a los mineros de Bolivia, magnífica obertura, himno del poeta en plena juventud -¡tenía 24 años!-, tributo a la escarnecida madre del estaño. El bisoño bardo empuña blande- la lira como un arma de mílite, para adentrarnos en el drama de una patria tercermundista -aunque en esa época no se usara el términoatormentada por su propia riqueza, por aquella que está en el centro de su entraña ensangrentada. En este cantar, Scorza está ya en plenitud de su talento de orífice de la palabra y, por eso, pude desplegar la galanura de sus más deslumbrantes metáforas, las que, sin embargo, no son -como nunca fueron en élfogaradas vanas, ni vanos fuegos de artificio, sino lucientes lampos, fulgurantes arengas libertarias, vívidos frescos en los que el poeta nos revela una atroz realidad, desgraciadamente aún existente. Epístola a los poetas que vendrán, el primer poema de Las imprecaciones, es el símbolo de la poética de Manuel Scorza. Indudable consagración artística, se trata de una inequívoca declaración de principios, de un audaz manifiesto de la poesía engagèe, comprometida. Y que, sin embargo, no renuncia a lo bello, a la joyería, al juego de abalorios que caracterizan, desde ya, la épica y la lírica del surgente aedo. En Las imprecaciones, el leitmotiv de Scorza no solo es el destino de su patria, nuestro Perú, sino el de la Patria Grande, el de la bienamada Nuestra América de José Martí. En este aspecto capital de su identidad americanista destaca, con perfiles propios, Alta eres, América, soberbio texto que se inscribe en estas declaraciones de amor a la territorialidad lacerada, y precisamente por ello entrañable. Lo que enaltece aún más la adhesión militante de nuestro bardo al magisterio, al norte ético, político y social bolivariano, martiano, mariateguista. Bella, adolorida, violenta, tierna; la América scorziana es un paradigma donde confluyen sentimientos y pasiones encontrados, que su poesía resuelve en un anhelo vehemente, agónico -como diría don Miguel de Unamuno- de libertad. Su compromiso vital y apasionado con la patria genera uno de los textos más trascendentes del poeta: Patria pobre, un ejemplo magistral en su modo de ir hacia lo más hondo de la urdimbre dilacerada del Perú.
Aquí, Scorza, consumado expresionista de la poesía, acentúa el lado trágico, torturante, deletéreo de nuestra patria. Pero esto no oblitera la conmovedora belleza del verso. En Patria pobre, la poética descripción -digna del maestro Vincent Van Gogh- enfatiza la esencia y las aristas dolorosas del Perú de los años 50. Y con toda naturalidad preguntamos: ¿qué hubiera escrito nuestro emblemático poeta sobre el Perú de estos días? La respuesta no puede ser más obvia. El desterrado es otro magnífico poema, en que se ha reparado poco. Tiene la depurada técnica del mejor Vallejo, del que juega a las escondidas con el hermano muerto… que nunca volverá a ser hallado. Este poema, tan afectivo en su referencia autobiográfica: el destierro, se plantea también a la manera de un juego infantil, que luego se vuelve amarguísima realidad. Además de la esencia y tono épicos de los textos citados, es admirable la incursión de Scorza en las vivencias del hogar, como en Una canción para mi abuelo, autoscopia donde se reconocen algunos de las referencias cardinales del vate: la tristeza imperecible, lo nigérrimo de las tardes, las ansias de felicidad; y, luchador convicto y confeso, la urgente, imperativa necesidad de luchar por la felicidad de todos, de compartir colectivamente la dicha, la misma que -¡hay que ver cómo!- es menester hacerla general en pedacitos que alcancen para todos. Como ritornello pugnaz, en América, vuelve a tu casa, de nuevo y más poéticamente nítidas y bellas las imágenes tortuosas del destierro y de sunuestra América dominada, cautiva. Pero cuyo porvenir será de todos los que la amamos sin dobleces, nos pertenecerá, como nos lo reafirma, en versos tremolantes, el poeta y adalid de la creación heroica revolucionaria. Y, como no puede ser de otro modo, el poeta mayor Manuel Scorza llega, con esta épica testimonial, a la cúspide de su honrosa condición de abanderado de la causa más humana e histórica, de la gesta peruana y continental, de la obra libertaria y socialista que, impertérrita, sigue en pie, desafiante, valerosa, renaciente.
¡Generosa y excepcional Generación del 50, de la que nuestro poeta y novelista Manuel Scorza es una de sus más entrañables figuras! Los adioses constituye una inmersión, plena de frenesí, en el mundo del amor y de la poesía del amor. Scorza demuestra que, maestro en el dominio de la imagen, puede habitar en todos los ámbitos de la realidad: el amor entre ellos. Así como los dramas de la patria, del continente y del cambio social lo obsedían, él, poeta en todo el sentido de la palabra, dirige ahora su vasto registro al amor, e, igualmente, su cautivante poesía deviene en obra modelo. En La prisión, lúdico magistral, el poeta alterna con elementos que otrora fueron aciagos para él: el destierro en tanto que cárcel de muros movedizos. Pero esta vez convertida, como el amor en palabras del maestro Francisco de Quevedo, en la libertad encarcelada. ¿Y quién, que de verdad haya amado, puede dejar de sentir como propios los versos de Serenata, donde se reúne y se prueba el acerbo sabor -pero, por la magia del poeta, ahora dulce- del adiós? Crepúsculo para Ana es una de las cumbres de la poesía del amor de Scorza. Y, en justicia sea dicho, de la poesía del amor peruana y latinaamericana. ¡Elogio y elegía de la amada, poema estremecedor por su belleza y en su metalenguaje! Desengaños del Mago es una estancia singularísima, donde la surrealidad es el espacio perfecto para el desarrollo de un ciclo ahíto de gente y situaciones alucinantes, que nos ofrecen al mejor Manuel Scorza. Porque, en realidad, el Mago es él, ubérrimo de imágenes, arquitecto de un verbo que, nacido de las profundidades de la razón, se proyecta a la vida como un joyel deslumbrante. Ciclos de euforia y disforia caracterizan este poemario superior, en el que sí es posible -¡y necesario!- emborracharse de belleza, extasiarse de poesía scorziana.
Cantar de Túpac Amaru representa, digámoslo ya, la coronaciónconsagración de la obra poética de nuestro autor. Se conjugan en él la voz del lírico impetuoso con la vehemente prédica del flamígero aedo, del constructor y conductor de sueños, del inapelable e implacable develador de las vicisitudes de nuestra patria oprimida, enajenada. Pareciera que toda su etapa anterior hubiera sido una suerte de preparación para dar vida a esta obra maestra, tan inmensa como desconocida. Y deliberadamente omitida -¡es hora de decirlo!- por una crítica anastigmática, perversa. O por aquella otra que, en el mejor de los casos, solo se quedó pergeñando notas sobre las novelas de La guerra silenciosa. Al respecto, Jaime sostiene que en el Perú, para valorar, rescatar y difundir la obra de Manuel Scorza, debemos enfrentar y vencer al infame y coaligado complot de la ingratitud y el silencio. Tal como él lo hace, siempre. ¿Qué es, pues, Cantar de Túpac Amaru? Es la mayor exaltación de la más grande epopeya libertaria habida en América, hecha por peruanos y peruanas contra el ignominioso colonialismo español; gran revolución libertadora a cuyo heroísmo sin par nos convoca el poeta. La épica de Cantar de Túpac Amaru es grandiosa, la calidad de su lenguaje, igualmente. Sus impresionantes imágenes dan extraordinaria eficacia a la expresividad desbordante. Y el otro lado de la medalla es el destino de los rebeldes purísimos, de los hijos que anhelan, más que todo en el mundo, la redención de su patria avasallada, corrompida, humillada. Contra ellos, la furia demencial, el odio vesánico de los opresores, expresados así por un verdugo del enemigo: Dijo el juez Mata Linares: ¡basta que un hombre sueñe, basta que un solo hombre se infecte con la pústula del delirio para que toda una raza hieda a mariposas! ¡Basta que uno solo murmure haber visto arco iris en la noches para que hasta el fango tenga ojos relucientes!
Y junto a José Gabriel Condorcanqui Noguera y Micaela Bastidas Puyucawa decimos: ¿quién va a impedir que sigamos soñando?; ¿quién va a impedir que veamos arco iris en las noches? Por ello es que también hacemos nuestro el desiderátum de nuestro aedo, el poeta genial Manuel Scorza: fulgente colofón de esta obra primordial, que Jaime rescata y ofrece con esta edición popular que no vacilamos en calificar de intrépida, sublevante, imprescindible: Que sobre sus sombras rotas, que sobre sus sonrisas quemadas, que sobre sus sueños volcados, que sobre sus nombres pisoteados, que sobre su sangre derramada, ¡monten guardia hasta la última generación los arco iris! Y así como otro inmenso representante de la Generación del 50 -Alejandro Romualdo- dijo de Túpac Amaru, el Peruano del Milenio, así decimos de nuestro Manuel Scorza: ¡Y no podrán matarlo! En estas líneas -y me siento muy honrado al hacerlo-, Jaime me pide expresar lo que siempre hace: su rendida gratitud a Ana María, Manuel y Cecilia, hijos y herederos de Manuel Scorza, quienes expresamente le cedieron sus derechos de autor en cuánto conocieron del carácter reivindicatorio y popular de este volumen. Ellas y él han permitido así, con sus nobles corazones, esta entrega, que a lo único y mejor que aspira es entregar la poesía de su ilustre padre a sus legítimos propietarios: el pueblo y los jóvenes del Perú por los que soñó y luchó Manuel Scorza. En efecto, aquí están los poemas, rebeldes y tiernos, encendidos y convocantes; aquí está la poesía de Manuel Scorza, que no proscribirán quienes creen que se puede, todavía, oscurecer el sol con un dedo, u ocultar la verdad con distorsiones y ocultamientos aleves. Finalizamos. Este libro es la visión más completa, en los tiempos actuales, de la poesía scorziana. Es el agradecido tributo al poeta y narrador, al editor y promotor cultural, al luchador social revolucionario, al artista de la palabra y la imagen, al indómito defensor del pueblo y su cultura, a un Prohombre de la Nación Peruana, a Manuel Scorza; quien nos dejó hacen diecisiete años, cuya obra poética y narrativa sigue siendo, a pesar de ello,
fuente inagotable de inspiración literaria, artística, humanista. Y que espera aún, en los años venideros, nuevos adalides y heraldos generosos, como Jaime Guadalupe Bobadilla. Lima, primavera de 2000 Winston Orrillo *Manuel Scorza Relámpago perpetuo / Antología poética - Testimonio de vida / Editorial Libros y Publicaciones - Lima, 2000 Libro publicado gracias a la generosa acogida de Gabino Herrera Centeno, quien partió el 29 de diciembre de 2003, meritorio profesor sanmarquino de la Facultad de Ciencias Sociales, dilecto amigo-compañero siempre presente. Dedicado, junto a mi madre Amada de Jesús y a mi padre Celso Felipe Guadalupe Noriega (23 de agosto de 2012 – 27 de diciembre de 2000), al querido maestro Fabio Gallo Gallo, a Olmedo Auris Melgar y Juan Contreras Mendoza, meritorios maestros-dirigentes del SUTEP y de la CGTP. Obra hecha tributo de imperecedera gratitud, al igual que esta, a Dionis Gabriel Calero Híjar (6 de diciembre de 1954 - 13 de mayo de 1983), ejemplar, inolvidable compañero-hermano de luchas e ideales.
CANTO A LOS MINEROS DE BOLIVIA Hay que vivir ausente de uno mismo, hay que envejecer en plena infancia, hay que llorar de rodillas delante de un cadáver, para comprender qué noche poblaba el corazón de los mineros. Yo no conocía la estatura melancólica del agua, hasta que una tarde, en el otoño, subí a El Alto, en La Paz, y contemplé a los mineros ascendiendo al porvenir por la escalera de sus balas fulgurantes. ¡Cómo olvidar a los obreros luchando por la vida en los fusiles! ¡Cómo olvidar a los ausentes combatiendo, de memoria, en los suburbios!
Miré sus casas edificadas sobre el trueno, entré a sus vidas como al carbón ardiendo. Toqué sus cuerpos capaces de contener odio y relámpagos, cuando era todavía la edad inclinada de sus frentes.
Yo fui a Bolivia en el otoño del tiempo. Pregunté por la Alegría. No respondió nadie. Pregunté por la Felicidad. No respondió nadie. Pregunté por el Amor. Un ave cayó sobre mi pecho con las alas incendiadas. Ardía todo en el silencio. En las punas hasta el silencio es de nieve. Comprendí que el estaño era una larga lágrima petrificada sobre el rostro espantado de Bolivia. ¡Nada valía el hombre! ¡A nadie le importaba si bajo su camisa existía un cuerpo, un túnel o la muerte! En vano cavaban los mineros tratando de evitar su gran fatiga; durante siglos buscaron sus ojos ciegos en el metal, sin saber que en la altura el llanto era neblina. ¡No haberlo sabido me avergüenza! Porque en las ciudades,
los poetas lloran la ausencia nostálgica del aire, pero no saben lo que es vivir bajo la lluvia, confundiendo el hambre con la sed, y la sed con un pájaro pintado. Yo fui uno de ellos. Yo no sabía por qué los ríos se secan en el sueño y ciertos rostros en los Andes son puras miradas melancólicas. Hasta que los mineros, cansados de tener una sola vida para tantas muertes, domesticaron truenos, nutriéronse de piedras, bebiéronse las lluvias, y rompieron con sus manos la jaula de la vida. En La Paz. Era otoño. Recordadlo. Era otoño. Velad por los muertos -recordadlos-. La sangre derramada -era otoñoen el oído secreto de la tierra -en el otoñoy a través de su silencio -era otoñodescifra la raíz el idioma futuro de las flores -en el otoñoy el aire siente que su cuerpo -era otoñoacaba en verde campanada. Recordadlo. Ya lo veis desde la altura. Aquí empieza la dinastía sucesora del rocío. A mi patria destrozada me voy. Mas, antes de partir, decidme mineros:
¿cuándo veré esta luz en los ojos de América? ¿Hasta cuándo jugarán a los dados la túnica sangrienta de mi patria? ¡Salud, mineros! ¡Hermanos! Ruiseñores verdaderos del metal, ¡prestadme vuestra muerte para edificar la vida! México, abril de 1952
LAS IMPRECACIONES …fui oprimido de los malos, y preso, y desterrado. FRANCISCO DE QUEVEDO
EPÍSTOLA A LOS POETAS QUE VENDRÁN Tal vez mañana los poetas pregunten por qué no celebramos la gracia de las muchachas. Tal vez mañana los poetas pregunten por qué nuestros poemas eran largas avenidas por donde venía la ardiente cólera. Yo respondo: por todas partes oíamos el llanto, por todas partes nos cercaba un muro de olas negras. ¿Iba a ser la Poesía una solitaria columna de rocío? ¡Tenía que ser un relámpago perpetuo! Yo os digo: mientras alguien padezca, la rosa no podrá ser bella; mientras alguien mire el pan con envidia, el trigo no podrá dormir; mientras llueva sobre el pecho del mendigo, mi corazón no sonreirá. Matad la tristeza, poetas;
matemos la tristeza con un palo. No digáis el romance de los lirios. Hay cosas más altas que llorar amores perdidos. El rumor de un pueblo que despierta, ¡eso es más bello que la luna! El metal resplandeciente de su cólera, ¡eso es más bello que el rocío! Un hombre verdaderamente libre, ¡es más puro que el diamante! Porque el Hombre ha despertado y el Poeta liberó al fuego de su cárcel de ceniza, ¡para quemar el mundo donde estuvo la tristeza!
ALTA ERES, AMÉRICA Alta eres, América, pero qué triste. Yo estuve en las praderas, viví con desdichados, dormí entre huracanes, sudé bajo la nieve, me vendieron en tristísimos mercados. ¡En tu árbol solo he visto madurar gemidos! Bella eres, América, pero qué amarga, qué noche, qué sangre para nosotros. Hay en mi corazón muchas lluvias, muchas nieblas, mucha pena. La pura verdad, en estas tierras golpean a los hombres hasta sacarles chispas, y uno a veces es tan triste, que con solo mirar envenena las aguas. Alta, tierna, bella eres, pero yo te digo:
¡no pueden ser bellos los ríos si la vida es un río que no pasa! ¡Jamás serán tiernas las tardes mientras el hombre tenga que enterrar su sombra para que no huya agarrándose la cabeza! Entonces, ¿de dónde trajeron los poetas la guitarra que tocaban? Yo te conozco: dormí bajo la luna sangrienta, despintaron mis ojos las lluvias, quedéme al fin moribundo: el cruel atardecer me dio su enredadera de pájaros violentos; en salvajes llanuras destejí con mis manos implacables tinieblas, en las casas entré y en las vidas, pero jamás miré sonrisas habitadas. ¡Ay, tu corazón estaba oscuro al fondo de la noche! ¿Qué quieren, pues, que cante? Ya fui lo que seré y todo ha sido sangre. Ya se quemó el pez en las sartenes. Ya caímos en la trampa. Por favor, ¡abran las ventanas! Aquí el pájaro no es pájaro sino solo pena con plumas.
PATRIA POBRE Yo conocí en mi patria solo rostros vacíos,
hombres de mirada prematuramente cana, balnearios de hueso donde antes de tiempo veraneaba la muerte. Yo solo recuerdo ojos en la niebla. Así era mi padre: un hombre que miraba la lejanía como si él mismo estuviera por venir. Así son los que en mí caminan cuando duermo, así son en mi patria los hombres, los pueblos, las cárceles, el mar. Yo no conocía el rostro de mi patria. Tuvo que caérseme el corazón a un pozo. Tuve que alzarla chorreando alaridos, tuve que oírla llorar de miedo en las prisiones, tuve que verla con su cartel de ciego en los suburbios, para comprender que la patria era lo que me dolía bajo tanto dolor. Porque no es cierto que en mi patria crezca una flor de espuma inmóvil, y no es cierto que allí el crepúsculo coma en la mano azul de las muchachas. Yo solo vi pueblos ojerosos, sementeras de gritos, gemidos tan grandes que ni por las calles más largas podían pasar.
Por eso no tengo tardes fulgurantes, ni muchachas risueñas a la orilla de una flor.
Yo apenas recuerdo un país de gente tan pobre, que ni siquiera en el ocaso da sombra.
PATRIA TRISTÍSIMA ¡Ay, Perú, patria tristísima! ¿Dónde vieron los poetas pájaros transparentes? Yo solo veo dolor, yo, únicamente amargas cocinas, yo, puramente platos vacíos, a mí solamente sálenme espinas, sálenme lobos furiosos del pecho abierto. ¿Dónde no está la tiranía, la frente arrasada, el pétalo impotente? ¡Hasta en las más tiernas frutas siento carbones encendidos! ¡Ay, Perú, patria tristísima! Si yo llamara al padre y al padre padre hasta el padre más antiguo y alrededor de mi voz los reuniera para que me mostraran la dicha, toda la felicidad que aquí brilló cabría en un pañuelo. ¡Ay, qué tristeza! Cuando yo era niño, veía al crepúsculo agitar sus crueles alas y le huía por los campos, sin saber que buscaba mi boca para gemir; pero fui llenándome de cuervos, mi vida fue cubriéndose de herrumbre, fue invadiéndome la noche: ahora soy el dolor de mi tierra quebrada.
¡Ay, qué amarga dulzura! Bella era mi juventud. Yo cantaba: ahora estoy triste, y es por ti, patria pobre, es por esos pueblos de una sola calle por donde nunca caminó la dicha. No me traigan alondras, ni manzanas. No se puede apagar con saliva mi pecho ardiendo. ¡No se puede pegar con palomas mi patria destrozada, mi América en pedazos, mi amor, mí agonía!
EL DESTERRADO Cuando éramos niños, y los padres nos negaban diez centavos de fulgor, a nosotros nos gustaba desterrarnos a los parques, para que vieran que hacíamos falta, y caminaran tras su corazón hasta volverse más humildes y pequeños que nosotros. ¡Entonces era hermoso regresar! Mas con el tiempo, encallan de verdad los barcos de juguete; atravesamos túneles, vergüenzas, deudas, años; y son las tres de la tarde, y no le sale el sol a la pobreza. Un día, un impresor misterioso pone la palabra tristeza en la primera plana de todos los periódicos. Y caminando comprendemos que estamos en una cárcel de muros movedizos.
Y es imposible regresar.
UNA CANCIÓN PARA MI ABUELO Abuelo: tú nunca fuiste feliz. Temías que el viento desbaratase tu corazón de ceniza. Te recuerdo una tarde negra diciéndome con voz blanca: ojalá no seas, como yo, un hombre triste. Abuelo, la vida te parecía un pozo de malos sueños. Cuando pensabas en la abuela te quemaba una hoguera sin luz. Y Juan, el herrero, y Pedro, el labrador, (pájaros huesos con quienes conversa tu lengua de hierba), también creían que la vida era un sueño confuso. ¡Qué lástima, abuelo, que no supieras que la vida tiene otro color!
¿Me oyes, me escuchas? La tristeza va a morir. Ahora, cuando la alondra surca espejos en el cielo, algo muy dulce empapa el alma, porque el ave viene del color que tendrá la vida,
cuando los humillados alcen la cabeza, y partan la dicha en pedacitos que alcancen para todos. ¿Me oyes, me escuchas? ¡Ardiendo está el mundo que te ahogó! Perdona, pues, si te dejo. Pero me llaman, necesitan mi mano para formar una ronda alrededor del mundo. Mas luego volveré. Cuando la Libertad abra sus alas sobre mi país desesperado, volveré. Volveré con todos los nietos del mundo en primavera, y abuela, y María, y paloma, cada día vendremos a regar la parcela de alba que nos toque.
YO SOY EL DESTERRADO América, a mí también debes oírme. Yo soy el estudiante pobre que tiene un solo traje y muchas penas. Yo soy el provinciano que no encuentra la puerta en las pensiones. Te digo que en las calles, y en las azoteas y en las cocinas, y al fin de cada día y en mi pecho, algo se está muriendo. ¡Escúchame! Yo soy el desterrado, yo vagué por las calles hasta que los perros lamieron mi amor desesperados.
Hay días que no tengo ganas de ponerme los ojos, días en que hasta los pájaros se pudren a la mitad del vuelo. ¡Ay, orgullosa, acuérdate de mí! Tú no has dormido en cuartos sombríos, tú no sabes lo que es sufrir por una mujer que zurce su ropa llorando. Porque durante siglos los poetas callaron, y en el silencio sólo se escuchaba un susurro de abejas que sonaba. Pero un día ya no pudimos más, y el dolor empezó a mancharlo todo: la mañana, el amor, el papel donde cantábamos. Un día el dolor empezó a gotear desde abajo, Daban los muros gritos desgarradores, una mano amarguísima derribó mi pecho. Ahora vengo a ti gimiendo, aquí está mi voz encarcelada, aquí estoy yo, debajo de esta frente, derrumbado.
CANTANDO ESPERO LA MAÑANA América: aquí te dejo, me voy a las batallas, luchar es más hermoso que cantar.
Yo te digo: a pesar de estos dolores, a pesar de estas patrias derrumbadas, ama a los gorriones. Yo sé que es difícil hallar entre las tumbas un lugar para las risa; yo mismo caigo, a veces, más abajo de los pies, y el viento levanta mi cara como una alfombra rota. Pero aun en las celdas, bajo la lluvia, cuando a mitad de mi nombre rodaban las sílabas humilladas, yo no perdí la fe. Amigos: jamás perdáis la fe. Aunque os supliquen, jamás perdáis la fe; aunque vengan días más sucios, jamás perdáis la fe; aunque mañana yo mismo os lo pida de rodillas, no me creáis. Amad la vida, guardad rocío para que las flores no padezcan las noches canallas que vendrán. Sed felices, os ruego. ¡Salid de los cuartos sombríos, sed felices para que yo no muera! Yo no escribí estos cantos para dar espuma a las muchachas, yo canté porque los dolores ya no cabían en mi boca. Yo siempre estuve aquí peleando con mastines de pavorosa nieve; conozco todas las caras, y he visto a los deudores tratando de meterse en sus zapatos
cada amanecer. ¿Dónde no estuve? ¿En qué pantano no bebí? ¿A qué pozo malo no rodé?. ¡Ay, a mi alma caían las cáscaras que amargas cocineras pelaban! En mi corazón nunca hubo silencio, yo oí todas las voces, escuché a las sábanas quejarse, supe cuando las criadas escribían cartas de tristeza, y cuándo no llegó a tiempo el único pie del cojo, y canté, América, tus dolores, y reclinaste en mí tu triste cabeza. Mas ahora digo: talad la tristeza, cantad frente al mar. Dadme la mano, camaradas. Amo la tierra flaca que me siguió cojeando a los destierros. Nunca quise confesarlo antes. Era difícil: me ahogaba el esqueleto, el aire me dolía, la voz me llagaba. Pero ahora te amo.
Yo no soy nada, no soy herrero, ni jinete, ni sembrador. Yo solo sé cantar, ¡pero también la aurora se construye con canciones! Amigos: os encargo reír. Amad a las muchachas, hablad con los manzanos,
llamad al ruiseñor. No me busquen en la noche donde lloro, entre la hierba estoy cantando. América: aquí te dejo mi poesía para que te laves la cara. Búscame cuando te apenes, llámame cuando estés triste. Pero no me busques en la noche donde lloro. Yo estoy lejos, entre la hierba estoy cantando. ¡Cantando espero la mañana!
AMÉRICA, VUELVE A TU CASA América: desde que nos has dejado tu casa no es una casa. Sangra la estrella, humean los ríos, hace señas el árbol aterrado, ni mi cuerpo distingo en esta noche. ¡Nos han golpeado hasta sacarnos chispas! ¿Qué esperas para volver? ¿No ves a tus muertos parpadeando en las esquinas? ¿No ves que mi cuarto se desangra por la ventana? Vuelve, América, a tu casa. ¡Yo te quiero libre o morir! Yo mañana seré olvido, y olvido serán los reyes, y olvido serán los hijos de los reyes. ¡Pero tú serás! ¡Tú vivirás! ¡La vida vivirá! Siempre tus manos tejerán las mañanas y las muchachas sentirán en la boca el vacío dejado en el aire
por la alondra, al partir. Vuelve a tu casa, América. Levanta mi corazón del polvo, devuélvele la cara al desterrado, derriba el muro que nos separa de la dicha. Yo sé que están tristes las montañas, y sé que muchos pueblos caminan temblando sobre la nieve de sus días terribles. Yo sé que aún nos esperan tinieblas, soledades, traiciones; ¡mas no podrán contra este amor! ¡Estas sombras pasarán! Pueden encanecer las aguas, pueden degollar al dulce lirio, pueden matar a los gorriones, pueden quemar los libros prohibidos, pueden romper mi canto y arrojarlo a una ciénaga, pueden, América, sacarnos frente a los fusiles; ¡pero no apagarán tu resplandor! Un día seremos libres. La tierra será libre, y los poetas no cantarán, como yo, en el destierro. Entonces, ya no habrá más miedo, ni muñecos malos, ni penumbra. Para entonces, guardadme lo soñado. ¡Soñad nomás! ¡No tengáis miedo de soñar! Yo os traeré las increíbles cosas que soñabais: la novia traeré al muchacho feo y cantaré hasta que el sapo sea hermoso. Yo, poeta, nombro al pueblo heredero universal de la risa y el rocío ¡Camaradas! En esa aurora aguardadme. Pero si ese día llega y estoy callado y no respondo.
Si la tarde me llama y estoy callado y no respondo. Si el viento me llama y estoy callado y no respondo. Si, con palomas de amor, el amor me llama y estoy callado y no respondo: ¡llámame, América!, ¡llámame con tu voz!, ¡y marchará mi polvo tras tu bandera roja!
LOS ADIOSES VIENTO DEL OLVIDO
Como a todas las muchachas del mundo, también a Ella tejiéronla con sus sueños los hombres que la amaban. Y yo la amaba. Pudo ser para otros un rostro que el Viento del Olvido borra a cada instante. Pudo ser. Pero yo la amaba. Yo veía las cosas más sencillas volverse misteriosas cuando Ella las tocaba. Las estrellas de la noche, ¡Ella las sembraba!
Los días de esmeralda, los pájaros tranquilos, los rocíos azules, ¡Ella los creaba! Yo me emocionaba con sólo verla pisar la hierba. ¡Ah, si tus ojos me miraran todavía esta noche no tendría tanta noche! Esta noche la lluvia caería sin mojarme. Porque la lluvia no empapa a los que se pierden en el bosque de sus sueños relucientes, y sus días no terminan y son sus noches transparentes.
¿Dónde estás ahora? ¿En qué ciudad, en que penumbra, en cuál bosque te desconocen las luciérnagas? Tal vez, mientras escribo, estás en un suburbio, sola, inerme, abandonada... ¡Abandonada, no! En tu ausencia mi corazón todas las tardes muere.
ROSA ÚNICA La hierba crece ahora en todos los crepúsculos donde antes sonreías. La hierba o el olvido. Es igual. Entre mi dolor y tu silencio, hay una calle por donde te marchas lentamente. Hay cosas que no digo porque ciertas palabras son como embarcarse en interminables viajes. Para mi amor siempre tendrás veinte años. Mientras yo cante, en tus ojos habrá agua limpia, porque ya para siempre mi amor te rodea de cristal. Puedes morir mil veces. Inmutable en mi canto estas. Puedo olvidarte.
Mas, olvidada, resplandecerás. ¿Qué son las luciérnagas sino remotas luces que extintos amantes antaño encendieron? ¿Qué son sino carbones de hogueras que perduran, tras que sus caras y sus bocas se rompieran? Te digo que ni el roció con tu rostro se atreverá. No envejecerá la muchacha que, reclinada en mi sangre, un día miró una rosa hasta volverla eterna. Ahora, la Rosa eterna está. Yo la distingo única, perfecta, en los jardines. Por montañas y collados búscanla gentíos. Sólo mis ojos que tus ojos vieron, la pueden mirar.
LA CASA VACÍA Voy a la casa donde no viviremos a mirar los muros que no se levantarán. Paseo las estancias y abro las ventanas para que entre el Tiempo de Ayer envejecido. ¡Si vieras! Entre las buganvilias cansadamente juegan los hijos que jamás tendremos.
Yo los miro. Ellos me miran. Mi corazón humea. Este es el sitio donde mi corazón humea. Y a esta hora, en el balcón, callada, yo sé que tú también te mueres y piensas en mí hasta ensangrentarte. Yo también pienso en ti. Óyeme donde estés: por esta herida no sale solo sangre: por esta herida me salgo yo.
EL MENDIGO El Rey, incendiado en oro, sus imperios galopa, y siente el levísimo crujir de las genuflexiones a su paso fulgurante. Vasallos, estandartes, escuadras, cánticos, rocíos le pertenecen. Todo se le rinde, menos el amor de la mujer que, en ese instante, a los heraldos sonríe, desdeñosa. El Rey percibe entonces su miserable esplendor, y comprende que sólo es un Mendigo Resplandeciente.
EL REY No eres nada, vives oscuro en una ciudad perdida. Pero de pronto, un día, al despertar, eres Rey. Arden musicales remotos países avasallados por tu valentía. Poderoso monarca: todo lo que tocas es resplandor, y en tu honor cambian los arco iris de plumaje. Y cuando Ella sonríe, brota agua en la remota infancia, adonde se asoma tu pequeña vida ansiosa, rapaz distante de todo. Mas viene el Viento y lo derriba todo: cristal roto es tu monarquía; vives en una ciudad malvada; el tiempo sólo significa que tus zapatos ya no resisten otro invierno. Eras Rey, pero ya no te sonríe Esa Mujer.
CREPÚSCULO PARA ANA Solo por alcanzarte escribí este libro. Noche a noche,
en la helada madriguera cavé mi pozo más profundo, para que surgiera, más alta, el agua enamorada de este canto. Yo sé que un día las gentes querrán saber por qué hay tanto rocío en las praderas, yo sé que un día irán ansiosas a los campos, seguirán los hilos de los prados, y a través de las florestas llegarán hasta mi pecho, y comprenderán -lo siento, estoy sintiéndolo-, que es mi amor quien platea por ti el mundo en las mañanas, y verás esta hoguera. Desde ciudades enterradas, desde salones sumergidos, desde balcones lejanísimos, verás este amor, y escucharás mi voz ardiendo de hermosura, y comprenderás que solo por ti he cantado. Porque solo por ti estoy cantando. ¡Solo por ti resplandece mi corazón extraviado! ¡Solo para que me veas ilumino mi rostro oscurecido! ¡Solo para que en algún lugar me mires enciendo, con mis sueños, esta hoguera! ¡El Mudo, El Amargo, El Que Se Quedaba Silencioso, te habla ahora a borbotones, te grita cataratas, inmensidades! No quiero luz del día, ni diamante encendido, no quiero no morir:
escucha mi agonía. Alguna vez amarás, alguna vez en las lianas de la ternura enredada comprenderás que cuando el dolor nos llega, es imposible hablar; cuando la vida pesa, las manos pesan: es imposible escribir. Mas con los años las escamas se nos caen. Y un día, al volver el rostro, miramos a lo lejos, como remotos barcos encallados, cosas que creíamos llevar dentro, y vemos que son musgo los amores más ardientes. ¡El hombre enceguecido no escucha las campanadas silenciosas de la hierba, hasta que encuentra en los caminos, como culebra, su antigua piel, y reconoce entre las ruinas su vieja máscara oxidada, y se detiene a recordar lo que amó, y descubre agujeros rotos donde eran ojos fulgurantes, porque el tiempo crudelísimo injurió el Rostro Puro, y los años nos pusieron anteojos de melancolía, con los que se mira la ruina, el otoño, la grosura de las mujeres! ¡Oh cruel máscara salobre que aguarda agazapada debajo del rostro del ángel, la tristeza esperando nomás para volcar las aguas del naufragio!
Surge entonces el Canto inextinguible, cual surge ahora esta voz que llora por los días hermosos, cuando el agua era azul, y no sabíamos que todo lo nacido morirá. ¡Porque todo lo que nace ha de morir! ¡No digo más porque me entiendes! Tú sabes que solo quiero que, en algún lugar, leas esta carta, antes que envejezcan los carteros que te buscan a la salida de las iglesias, entre las recién casadas, a la hora del jazmín rendido. ¡Quiero que el rayo de mi ternura traspase con su lanza a los que no conozco, y salte noche hirviendo a los ojos de los que abran este libro, y en algún lugar, un día de este mundo, me oigas y te vuelvas, como quien se vuelve extrañado al sentir detrás el resplandor de un incendio, y comprendas que estoy ardiendo por ti, quemándome sólo para que veas, desde tan nunca, esta luz!
LA LÁMPARA Como la lámpara olvidada arde invisible en el día, así mi corazón se ha consumido sin que tú lo vieras.
Mas ya pasaron para ti las mieses, y tardos los años. Yo sé que ahora tus ojos buscan las huellas bermejas de mi pasión. Es tarde: mi corazón calcinado apenas soporta sus cenizas. Y aunque estás cercana y quiero llamarte, mudas están las hogueras donde antaño ardieron airadas voces tiernas. Mi tristeza ya no puede ni con el peso del rocío. Es tarde: la vida se nos gasta en actos vanos. Es tarde: detrás de mis ojos ya no hay nadie.
LA CITA Son las siete, la calle esta oscura. Ya no vendrás. Aunque llegaras todas las tardes a la orilla de esta cita, y aguardases, inmóvil, todas las horas que en el mundo faltan, ya no me hallarás. Porque esperándote perdí mi juventud.
Y no como el guerrero que las manos moja en la espuma bermeja de la guerra, ¡No como los valientes que conocí! ¡Alejandro, extraviado en la espesura! ¡Gabriel, amarrado a los torrentes! ¡Eugenio, deshojado a la aventura! ¡Amaro, que un día solo con tu fusil partiste! ¡Os envidio, jóvenes vehementes, a quienes no bastándoles los crepúsculos, por mirar llamaradas incendiaron su propia edad florida! Yo, miserablemente perdí mi juventud. Aguardando que cumplieras la cita de los parques, gasté los veloces años. ¡Ay, cafés humosos donde fingí leer los diarios de mi feroz melancolía! Esperándote perdí la juventud, y me pesa. Son las siete: y estoy solo.
LA PRISIÓN ¡No puedes salir del jardín donde mi amor te aprisiona! Presa estás en mí. Aunque rompas el vaso, seguirá inmóvil la columna perfecta del agua; aunque no quieras, siempre lucirás esa corona invisible que lleva toda mujer que a un poeta amó. Y cuando ya no creas en estas mentiras;
cuando borrado el rostro de nuestra pena, ni tú misma encuentres tus ojos bellísimos en la máscara que te preparan los años, a la hora que regatees en los mercados, los jóvenes venados vendrán a tu Recuerdo a beber agua. Porque puede una mujer rehusar el rocío encendido del más grande amor, pero no puede salir del jardín donde el amor la encerró. ¿Me oyes? ¡No puedes huir! Aunque cruces volando los años, no puedes huir: yo soy las alas con que huyes de mí.
SERENATA Íbamos a vivir toda la vida juntos, íbamos a morir toda la muerte juntos. Adiós. No sé si sabes lo que quiere decir adiós. Adiós quiere decir ya no mirarse nunca, vivir entre otras gentes, reírse de otras cosas, morirse de otras penas. Adiós es separarse, ¿entiendes?, separarse, olvidando, como traje inútil, la juventud. ¡Íbamos a hacer tantas cosas juntos! Ahora tenemos otras citas. Estrellas diferentes nos alumbran en noches diferentes. La lluvia que te moja me deja seco a mí.
Está bien: adiós. Contra el viento el poeta nada puede. Y a la hora en que parten los adioses, el poeta solo pude pedirle a las golondrinas que vuelen sin cesar sobre tu sueño.
DESENGAÑOS DEL MAGO VALS GRIS A Ricardo Tello Las torres más valientes agachan la cabeza cuando el otoño llega con el plumaje acribillado. En otoño los árboles encienden sus ojos más tristes. Otoño sin embargo era cuando miré en tus ojos comarcas donde ardía otro sol. Agosto, el cojo malvado, escupía las ventanas; la niebla graznaba en los tejados.
Pero nosotros caminábamos -¡oh praderas, oh puentes!por países de diamante. Tus veinte años saltaban como peces y el corazón merlín se me salía. En el palacio de las luciérnagas bailamos danzas desgarradoras. Hoy llega sin ti el otoño, y sin ti los crepúsculos, desalentados, solo saben ponerse sus viejos trajes. Los pájaros idiotas repiten verdosos las canciones de ayer. Lentas cruzan el cielo las tardes astrosas. Pobre es el mundo: sólo tú autorizabas lo maravilloso. Vivir es largo. Ave carnicera es la Melancolía.
DESENGAÑOS DEL MAGO A Jorge Zalamea, in memóriam
II Déborah: si alguna vez desciendes de los tejados, si alguna vez emerges de los cementerios donde vives, y cruzas (ave o demonio) por la Plaza del Oso, me verás bajo la lluvia esperándote. Porque amé tu calavera de conejo, amé hasta enloquecer tu rostro dañino. Déborah y yo cabalgamos sobre un escarabajo de ojos penetrantes y en días de tristeza recorrimos espejos, uniformados de azul. Déborah se mataba las pulgas mientras yo recitaba mis grandes cantos. Solo una vez me permitió besarla. Fue en los jardines: la primavera silbaba su tonadilla. Ella movía la cola, azorada. Pero tan pronto la besé sacudió el polen de su falda, aulló a la luna y huyó por los desfiladeros. Yo felizmente era un topo, dichosamente excavé un túnel. Yo estaba solo amancebado con la luna. Bien lo sabes, Déborah, mi araña incomparable. ¡Oh mi alondra! ¡Oh mi cítara en enlutada!
III Antaño fui un Mago Melancólico y panteras invulnerables me seguían arropadas en sus sedas. A mi conjuro brotaron manantiales de rubí. Poblé los cielos de bondadosos monstruos. Yo tenía veinte años: el año empezaba.
No temblé cuando la abominable tripulación puso proa al paraíso. ¡Proa al paraíso, charcos de azul!
“¡Nunca te traicionaré!, ¡no me rendiré mientras chapoteen las sirenas!”, mentíale a mi musa. Yo era inmortal, era divino. Remonté ríos de erizados dientes. Era el tiempo humeante de mi generación. Todavía escucho gritar a los unicornios pisados por la multitud. Todavía oigo al gentío himplando para que abdique. Pero yo no cambio de plumaje: me niego a iluminar con mi canto los fétidos establos de la noche. No más embustes: ¡Que el Poeta se quite el antifaz y muestre su pico afilado! Porque rabiosos ejércitos nos buscan.
Mas yo vuelo hacia el futuro, yo anido entre inmortales. ¡Os prometo que una brisa de alondras refrescará el infierno!
DÉBORAH A Juan Ríos I Bien sé que con tu ojo único -con tu ojo de monstruo acostumbrado al espantoinvisible y alta, lúbrica y negra, me miras ferozmente, Déborah. Esta es la hora que, en el pavor de tus antros, te vistes de novia y subes jadeando a tu torre enana, para contemplarme amorosa. Esta es la hora en que, al fondo de los mares, los magos soñolientos entreabren sus verdosas conchas y las fatídicas vírgenes hierven en sus ollas mi pasado. ¡Mi pasado! En ciudades desaparecidas, en desencajados templos, pulso el pestilente laúd cuya música sólo soportan los inmortales: desde las ventanas he visto cojear a los otoños, he visto -con tristeza- a los vientos arrastrar ballenas. Yo recuerdo el deslumbrante plumaje de los canallas, yo celebro tu infatigable cola, yo lloro porque antaño, a esta hora, te posabas en mi hombro, papagayo tenebroso.
Yo sé bien -bien lo sé, amor mío- que, ahora mismo, te sientas en la profundidad de tu trono y me descubres, bajo el furioso mar, profundamente dormido.
III Todavía era la noche cuando la Melancolía apareció en lo alto de tu torre lívida. Tú bajaste los ojos. Peces horrendos surcaron el aire, perlados de ira. Comprendí entonces que ya nunca volverían los días dichosos, las inolvidables tardes idiotas, las felices noches tediosas. Enloquecido, entreabrí las lujosas cortinas del invierno arruinado. Bajo la luna, jadeantes caimanes de seda nos seguían. Envejecidos tigres de latón se asomaban a las ventanas a mirarte, por última vez, con ojos furibundos. Como quien atraviesa el pasado, atravesé la ciudad dormida: roncaban todavía las torres obesas, ahítas de crepúsculo. Al alba, prodigiosamente cansado, me detuve entre las actinias: cerré los ojos en tenebrosa paz: desde entonces duermo: es raro que lleguen hasta aquí los peces, muy raro que los pacíficos radiolarios
disputen por los ojos de las púdicas holoturias.
VI Si algún día, en tu barbuda torre, en tu país baldado, oyes jadear las herrumbrosas hélices del odio, comprenderás que no he mentido. Porque amé tu rostro azul, idolatré tus ojos viciosos, tu barriga hinchada de hongos mortales. No reniego haberte visto entre los cánticos de seda de los lunáticos, anunciando de la peste los reinos deslumbrantes. Era verano cuando te descolgaste de los campanarios -era un escamoso día de veranocuando emergiste entre las algas, gritando. Yo chillé de alegría. Porque hacía muchos meses que me negabas tus besos: ebrio de gloria arrastré de los cabellos a la pobre tarde. En aquella gruta fuimos felices, y los paseantes palidecieron, cuando Déborah y yo, dulcemente abrazados, cruzamos las islas seguidos por las bandadas que llevaban a cuestas nuestros mantos. Déborah: tuve que partir. La tempestad tiene ojos centelleantes: mi corazón padece en tu isla blanca. Déborah: yo sé que me oyes, yo sé que en tu guarida escuchas el silbido amarillo de nuestra inolvidable cobra
y luego sollozas… y después el olvido.
CANTAR DE TÚPAC AMARU
Este poemario de Manuel Scorza, cuya existencia -y primera publicación, en 1969- debemos al acucioso cuidado de su entrañable amigo, nuestro distinguido Maestro Juan José Vega Bello (13 de setiembre de 1932 - 8 de marzo de 2003), cuando fue Rector de la Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán y Valle y Director de su revista Cantuta, en el segundo número; representa no solo la cima de la mejor poesía, sino, precisamente por ello, es ferviente convocatoria para continuar en la huella de una de las más grandes y heroicas revoluciones libertadoras hechas en América. Para reafirmarnos y continuar -más seguros de la justeza y justicia nuestra causa, y más resueltos en la victoria- la lucha por hacer realidad, en nuestro tiempo, el anhelo y ejemplo de José Gabriel Condorcanqui Noguera - Túpac Amaru y Micaela Bastidas Puyucawa. En cumplimiento de mi labor de difusor de Manuel Scorza y su obralegado, lo entrego a nuestro pueblo y su juventud como homenaje de admiración y gratitud por el 85 aniversario de su nacimiento y el 30 aniversario de su partida. ¡Celebrando siempre su entrañable presencia, su convocante memoria, su magistral vigencia! Lima, enero de 2013 Jaime Guadalupe Bobadilla
I A Enrique Solari ¡Hombres de las nieves, hombres de las arenas, hombres del mar! ¡Hoy es el día del Canto! ¡Hombres de las alturas! ¡Esos que se crían en las praderas donde pasan su infancia tenebrosa los relámpagos! ¡Hombres de poco sudor, de pómulos biselados por los vientos, siempre vestidos por la lana negra de las tempestades! ¡Esos que traen osos a los caseríos! ¡Y los que entran a los pueblos con los trajes manchados de arco iris! ¡Reuníos, reuníos! ¡Habitantes de los ventisqueros! ¡Todos esos que enjaulan ríos y comen cabezas de carnero peladas con ceniza! ¡Contrabandistas de aguardiente, saladores de cueros, cuñados de las paca-pacas!
¡No quiero pleito con ellos! ¡Por el contrario: lo busco para compadres! ¡Hoy es el día del Cantar! ¡Hombres del centro, sembradores de eucaliptos, vendedores de telas chillonas, talladores de anillos de carozo de durazno, buscadores de vetas!
¡Esta es la gente que en las ferias de los domingos ofrece baratijas y gesticula con las manos llenas de piedras falsas! ¡No me meto con ellos, cuento mis dedos cuando les doy la mano! ¡Estos no son pura boca, estos guardan en los trojes y son buenos para padrinos! ¡Reuníos, reuníos! ¡Hombres de las selvas, comedores de frutas, asadores de monos, maridos de culebras! ¡Toda esa gente que hundiendo sus pértigas en el atardecer navega hacia los rápidos del olvido! ¡Todos esos que agitando los brazos saludan desde las balsas cuando se alejan hacia las grandes cataratas de la medianoche! ¡Reuníos, reuníos! ¡Y la gente remota de los caños, gente desnarigada por la uta, cuyas sombras, nos cuentan, son verdes! ¡Bocas siempre manchadas de risa y de mango! ¡De aquí salen las hembras estrechas! ¡El que las prueba ya no puede dormir! ¡Entrad también a la plaza del Canto!
¡Y la gente de las arenas, donde los desiertos se sientan con la cabeza entre las manos! ¡Hombres de los pueblos donde los mediodías se tienden con la lengua fuera! ¡Esos son los que usan grandes sombreros de paja! ¡Odres de risa, barricas de engaño! ¡Aquí roncan los Grandes Maestros de la sombra y los Preparadores de pócimas! ¡Esos que bajo la luna de los Grandes Pasos fuerzan a las noches a beber grandes tragos de luciérnagas! (El Enemigo hurta después sus cuerpos y deja piedras en sus ataúdes) ¡Hablo con respeto de ellos, no los ofendo: yo sé que tienen Grandes Pactos con el Tiznado! ¡Entrad también al Cantar! ¡Hombres flacos del sur, gente vestida de negro, gente que pelea por el agua! ¡No me meto con estos! ¡De aquí salen los que le roban los huevos al águila! ¡Reuníos, reuníos! ¡Hombres del Perú, hombres perseguidos como piojos, hombres tallados a sablazos, hombres pisoteados, hombres que tienen una sola camisa! ¡Escuchad el Cantar de la Guerra de los Pobres! ¡Oíd el Cantar de Túpac Amaru!
III Era invierno. Era invierno, en los pasos aullaba el año famélico. ¡Sólo encontraba carroña! Era invierno cuando chisporroteó la Rabia. ¿Y dónde humeó la pelea? ¿En Lima, la Tapada? ¿En Huamanga, la Beata? ¿En Trujillo, la Florida? ¿En el Cusco, por sus tesoros famosa? ¡En Tungasuca, la Mendiga, empolló su flamígero huevo la Revuelta!
VIII Cuando los Nobles supieron que el pueblo arreaba un rebaño de meteoros por la nieve, se calzaron de huracán para la Cólera. “El Señor, nuestro Dios, inspiró a un hombre a descubrir las refulgentes Indias. En la proa de su locura, se cubrió con las bubas del sueño: los Reyes, nuestros amos, mandaron cargarlo de cadenas. Un relampagueante Papa, cien labrados Arzobispos, mil repujados Obispos, nos repartieron estos reinos.
Somos los Señores, por nuestros anillos pasan temblando los planetas, somos los Señores de las Tierras y las Aguas. ¡Muerte a los que se rebelen contra Nos! Segad las tardes. Volcad los lagos. Talad las aguas. Lapidad la luz. Muerte, muerte, muerte. Ni la aurora que conoce los yacimientos del rocío, ni el mediodía que engorda bajo los aleros, ni los ventanales del crepúsculo, se libren del coletazo de nuestra ira. Sombra, sombra, sombra”.
XII Bajo la humeante cúpula de sus cejas, los Obispos se encendieron. Seré soldado, dijo el Arzobispo Moscoso, y mandó repicar la María Angola. ¿Y quiénes acudieron? Los dominicos volaron primero. Fray Melchor de la Sota los conducía. La Gula, la Codicia y la Lujuria los seguían bajo palio. Los betlemitas sólo vuelan de noche -heridas de muerte les causa la luz-, los betlemitas evitan el día. Fray Ramón Salazar los conducía. Jineteando los pecados capitales, la calle del Ataúd bajaron los franciscanos. Fray Pedro de la Rosa los conducía.
Sólo entonces los seminaristas develaron su tapiado rostro. Siete lebreles lo seguían: todos lamían su sombra cuajada de esmeraldas. "Hermanos en Cristo: en verdad os digo: infinita es la piedad del Señor. En su perdón se purifica el que tiene las manos tintas de sangre o la que comercia su carne. Pero ni la Virgen, más pura que el rocío, intercede por los rebeldes. ¡Un relámpago tiene el Arcángel para todos los libertadores!" ¡Santa Tiniebla, Madre de los Poderosos, ora pro nobis! “En verdad os digo: el Señor les dio a los ricos poderes, palacios, grandezas; a los pobres desdichas, lágrimas, fatigas; de los ricos es la Tierra; de los pobres el Cielo. Pero también os digo: sólo los sumisos entran al Reino”. ¡Santa Tiranía, Madre de los Grandes, ora pro nobis! "Condorcanqui: yo, Manuel de Moscoso, Arzobispo del Cusco, Príncipe de la Iglesia, te excomulgo. Yo abro de par en par la ceniza de tu perdición, yo te condeno al fuego. Tiniebla, tiniebla, tiniebla". ¡Santa Tortura, Candado de los Pueblos, ora pro nobis! ¡Anatema a los rebeldes! Santa Espada, Guardiana del Orden, ora pro nobis. ¡Anatema a los soñadores!
Santa Serpiente, Patrona de los Delatores, ora pro nobis. ¡Anatema a los que guían a las muchedumbres perdidas! Santa Ergástula, Tumba de los Puros, ora pro nobis. ¡Anatema a los que empollan los huevos del imposible! Santa Miseria, Fosa de los Soñadores, ora pro nobis. ¡Anatema a los que tienen los ojos manchados de palomas! Santa Infantería, Terror de los Débiles, ruega por nos. ¡Bienaventurados los pozos donde se ahogan los valientes! Santa Caballería, Escuela de la Muerte, ruega por nos. ¡Bienaventurados los pelotones que abaten a los mejores! Santa Artillería, Mastín de los Fuertes, ruega por nos.
XIV Don Fernando de Inclán, Intendente del Cusco. Cuán poco faltó para que el Cusco se nos escapara de la mano, el año ochenta, cuando la guerra mostró su labio leporino.
Enero entró a la ciudad con la melena desgarrada y la mitad de su sombra: las espinas se quedaron con la otra. Con mis propias manos di mi cantimplora al mes agonizante. Y supe que el pueblo venía arreando meteoros.
Palidecieron las Capitanías, alzando los brazos sollozaron las Intendencias. Bañado por cubos de relámpagos, piafó el Siglo. Los temblorosos dedos del Cusco desgarraron la delicada seda de la brisa; bajo la falda de las provincias se acurrucaron los caseríos, debajo de sus tricornios envejecían los Caballeros. Yo les dije: “Gentilhombres ceñidos por la banda de honor, comerciantes ricos en trigo, ilustrísimos prelados de sombras enjoyadas: no es un ejército, es una multitud desesperada. Hace mucho que no comen sino los pellejos de sus presentimientos. Viven del puro jugo de sus lanzas. Y tampoco son lanzas, son ramas, espadas de espantapájaros”.
LA ESPUMA DE LA IRA Cuando el Marqués de Guirior supo que su ejército era un cubo de ceniza, a sus lacayos mandó vestirlo con el traje de la ira.
Luego, él mismo, con sus manos, se calzó de huracán para el castigo. Y convocó a los Notables. Lima, la Tapada, abrió su único ojo. En sus ventrudos palacios, en sus Plazas de Toros,
en sus Paseos de Aguas, los Muy Grandes agitaron sus crótalos. Seis mil calesas ronronearon. Por las galerías de marfil del año, entre antorchas de seda, los Nobles avanzaron. ¡Sólo a cien pasos sus sombras se atrevían a seguirlos! El Marqués de Montemira llegó primero. ¡Siete lacayos portan el candelabro de sal de su mirada! Bordado de odio, vino el Marqués de Soto Florido. Pisoteando el Rímac, fangoso como su alma, llegó el Marqués Zelada de la Fuente. Nadando en su grasa, vientre con ojos, vino el Marqués de Roca Fuerte. ¡Son los Grandes! ¡Son los Dueños del Perú! ¡En sus casacas todos llevan bordada la Tenia! ¡Como ella son blancos, como ella viven inmaculados en medio de la inmundicia! “¡Somos los Señores del Perú, somos blancos más puros que la nieve! ¡Ni mil mares llenarían el abismo que de la plebe nos separa!” ¡En el Perú, cien familias han estado siempre sobre todos! ¡Así ha sido, así es, así será!, dijo el Marqués de Guirior. "Los infectados de sueños, los que reviven las quimeras moribundas, los que se niegan a identificar a los mejores, los que rehúsan revelar
las actividades clandestinas de sus espejos, los espantapájaros en cuyos equipajes se sorprenden cartas de las aves, ¡ellos empollan los huevos donde crecen los héroes!" ¡Ay de los Rebeldes! ¡Ay de los que instigan a los jóvenes a fabricar auroras! ¡Ay de los que pegan con saliva la cristalería rota de las fábulas! ¡Ay de los que señalan caminos! ¡Ay de los que murmuran que el hombre desciende de relámpagos! "¡La vida es orden! El agua, el aire, la luz, todos siguen sus túneles de cristal; los puentes colgantes de los amaneceres o las escaleras de los pájaros. Puntual llega la lluvia a la semilla, nunca el ave espera en vano a la primavera. ¡El sol no se aparta de su camino de oro! Las estaciones, los planetas, las jerarquías, son inmutables. La vida es sorda: ¡Todo lo que se oponga al Orden debe abatirse!" Dijo el Juez Mata Linares: ¡Basta que un hombre sueñe, basta que un solo hombre se contagie con la pústula del delirio, para que toda una raza hieda a mariposas! ¡Basta que uno solo murmure haber visto arco iris en las noches, para que hasta el fango tenga ojos relucientes! El Visitador mira el canario: ¡Cae el ave convertida en humo amarillo!
REUNIÓN DE LA CÓLERA
A Juan José Vega Y los Pobres se sublevaron. Halando sus montes que bramaban al vadear las torrenteras, arrastrando sus campos que se bamboleaban bajo el peso de las bandadas -¡ay, cuántas alondras se trizaron en la marcha! -, azuzando las montañas semidormidas con las que en la niebla tropezaban, olvidando el delicado cristal de los venados, los Pobres acudieron. Arreando los gordos rebaños de las ofensas, pastoreando las enormes manadas de los dolores -mucho tardaron en vadear el Urubamba-, vino la gente de Acos. ¡Tomasa Tito Condemayta los mandaba! La gente de Taraco vino luego. Eran tan pobres que ni sombra tenían. Para acudir tuvieron que descuartizar los pellejos de muchas noches. ¡Pedro Silva Condori, Ojos de Venado, era su varayok! Cabalgando en pelo sus hambres, jineteando sin brida sus miserias, vino el ayllu de Cai-Cai. ¡Nicolás Sanka, el Tartamudo, era su varayok! Ondeando al viento el estandarte de sus telarañas, única bandera que flamea la pobreza, vino el ayllu de Parcuna. ¡Miguel Samalva, el Viejo, era su varayok!
Seguidos por la tropa de sus vientos amaestrados, flanqueados por la fila de sus granizos enseñados -¡cuántos años tardaran en enseñarle a dar la pata a la Desgracia!-, vino el ayllu de Quisguares. ¡Andrés Condorpusa, el Campanero, era su varayok! El ayllu de Otavalo vino luego. Potensísimos brujos los protegían, yacarcas capaces de dormir bajo los lagos. En tiendas de hongos, con grasa de trueno los frotaron. ¡Ay, no estaban autorizados! Ninguno volvió a ver amarilla la retama. ¡Gregorio Malki, el Legañoso, era su varayok! Salpicado por el fango de atardeceres deslumbrantes, llegó el ayllu de Poroy. No les importaba la lluvia, no les importaba comer espinas, no les importo acostarse con la Cariancha. ¡Juan Canke, el Leporino, era su varayok! El ayllu de Marcaconga vino luego, La víspera habían preñado a sus mujeres. ¡Qué bien hicieron! Después, ya solo con los cardos sin tetas se acostaron. ¡Francisco Frinacancha, el Yerbatero, era su varayok! La gente de Colpa vino luego. ¡Hombres presurosos! Por lanzarse a la batalla despreciaron los carneros que sus hembras degollaron. ¡Cuánto se pesaron! Después tuvieron hambre, y para comer solo trozos de neblina encontraron.
¡Narciso Puyucawa, el Porquero, era su varayok! Desde sus picachos donde vaga el trueno desalentado, bajó el ayllu de Sicaya. ¡Pascual Cusiwamán, el Aguatero, era su varayok! Desde las nieves, adonde solo sube el hambre moteado de delitos, bajó el ayllu de Livitaca. ¡Andrés Camake, el Cojo, era su varayok! Y desde más arriba, donde la noche peina a los muertos, bajó el ayllu de Chimor. ¡Pedro Silva Condori, el Tuerto, era su varayok! Así, a la Plaza entraban danzando. ¡Ay, qué lástima dieron luego sus charangos destripados!
Así acudían, desde cien, desde mil años antes, cargando en brazos sus pequeñas iglesias, sus Cristos flacos, sus santos pobres -en los harapos se veía que andaban sin trabajo-, arrastrando desesperados sus cursos sin agua, tratando de salvar los escasos tesoros de estiércol de sus pájaros. ¡Porque no iban a ver la Danza de las Tijeras! Y en sus ojos miraban al buitre descender a saltos las escaleras del cielo, y al zorro renunciar a sus amistades,
bruscamente altanero. Es en abril cuando nace en el campo la campánula, y honra la pradera la amarilla nevisca de la retama. Por las laderas avanza el pueblo ilustre de las flores, mejores que el hombre. Porque ni la zarza, a la que nadie invita, ni el cardo, que no tiene novia, matan ni asesinan. Más altas que las Capillas Sixtinas son las pobres cúpulas del geranio. Bella es la flor, la hierba tonta crece sin saber sobre los cráneos de los maestros de armas. Más alta que las desdeñosas estirpes de los Ming y de los Claudios es la descendencia de las flores. Porque bajo la napa de los pájaros, bajo la veta de los delfines, ¡ojo de águila!, ¡oro de tinieblas!, ¡filo del día!, contra la muerte el hombre sólo tiene su coraje. Y la Guerra avanzó volcándolo todo.
Aunque te lluevan piedras, di que son flores. ¡Alegría! Aunque te cubran la cara de sangre, di que graniza. ¡Alegría, alegría! (Anónimo quechua)
Un año duró la pelea. Un año de mil meses combatieron. Todos los Reyes,
todos los Papas, todos los Grandes, avanzaban contra ellos. ¡No temblaron! ¡Un año de mil meses combatieron! Fueron derrotados, no vencidos. ¡Sobre la tragedia de los justos siempre avanza el alba con banderas! Que sobre sus sombras rotas, que sobre sus sonrisas quemadas, que sobre sus sueños volcados, que sobre sus nombres pisoteados, que sobre su sangre derramada, ¡monten guardia hasta la última generación los arco iris!
PALABRAS DE NICOLÁS CENTENARIO En el principio el hombre abandonaba a sus muertos. Hace cincuenta mil años comenzó a cavar tumbas. En la piel de las cavernas cinceló sus miedos bellísimos: inventó el alma. Por eso estoy aquí aventando palabras contra el cielo indiferente.
En el parque tu hija juega. La vida pasa tan rápido que una de estas tardes regresará hermosísima mujer. Nicolás, deberíamos tratar de decir la verdad. Porque en esos tiempos adolescentes áureos combatían en el horror de América. ¡Más que la metralla los diezmaban sus sueños! Hermosos nacían a la muerte. Nosotros tatuábamos poemas olvidables en cuerpos olvidables de mujeres olvidadas. En chinganas de mala muerte cauterizábamos nuestro fracaso bebiendo aguardiente que no era Agua Ardiente. El Che llevaba en su mochila versos de León Felipe, y Javier Heraud también versos en su chaqueta. El impiadoso río Madre de Dios arrastró su juventud acribillada. ¡Pero la vida fluye más rápido que el río Madre de Dios! ¡Imposible erigir otro mundo sin desembarcar en las islas vistas en sueños! ¡Una revolución que sólo es una revolución no es una revolución! Hay que derribarlo todo. No permitir que retoñe de nuevo esta realidad. ¡Impedir que vuelvan a existir esta vida, esta agua, esta patria, esta luz, este amor, este futuro, este sol! ¿Quién podría absolvernos? Un ígneo poema nos rescataría. Pero no pronunciamos la Palabra. En el parque tu hija juega. Regresará hermosísima vida. ¿Y qué? La vida vale la pena. Estoy alegre, estoy árbol, estoy relámpago, estoy luz. El hombre que está más cerca de su muerte que de su nacimiento necesita urgentemente ser feliz.
Hace cincuenta mil años comencé a grabar este poema. Por eso aviento estas palabras contra el cielo indiferente.
Hotel de Turistas de Tacna 20 de mayo de 1977 Manuel Scorza
Poema publicado, por primera vez, el miércoles 3 de diciembre de 2003, en la página Cultural del diario La República, por su editor, Pedro Escribano. Asimismo, en la edición 9, marzo de 2004, de la revista ARTEIDEA, por su director, Jorge Luis Roncal. Y en junio de 2004, en la edición 40 de Palabra de Maestro, revista pedagógica-cultural de Derrama Magisterial, junto a un texto mío: Entrañable presencia / Tributo a Manuel Scorza Jaime Guadalupe Bobadilla
A CÉSAR CALVO AGRADECIÉNDOLE QUE ESTÉ AQUÍ
En el principio el hombre abandonaba a sus muertos. Hace cincuenta mil años comenzó a cavar tumbas. En la piel de las cavernas cinceló sus miedos bellísimos: descubrió la poesía. Por eso estamos aquí, aventando palabras contra el cielo indiferente. Cecilia, mi hija, juega con sus años: cuatro guijarros de colores. La vida pasa tan rápido, César, que una tarde la miraremos salir para el parque y regresar hermosísima mujer. Así es, César, la vida huye tan rápido que uno de estos días deberíamos tratar de decir la verdad. Por favor, qué ocurrencia. ¡El mayordomo tiene órdenes estrictas
de tirarle las puertas al pasado! Porque jóvenes áureos en las breñas del horror de América combatían entonces por un mundo más bello. Mortalmente heridos caían más que por la metralla llagados por sus sueños. Hermosos nacían a la muerte. Mientras nosotros tatuábamos poemas olvidados en cuerpos olvidados de mujeres olvidadas. En chinganas de mala muerte cauterizábamos nuestra melancolía bebiendo aguardiente que no era Agua Ardiente. Lenin no apreciaba a los poetas: cortó groseramente un poema de Maiacovski. Vladimir Maiacovski se mató. Pero Lenin se equivocaba: el Che llevaba en su mochila acribillados versos de León Felipe, y Javier Heraud llevaba una carta tuya en su chaqueta. El impiadoso río Madre de Dios arrastró su cuerpo, tu cuerpo, mi cuerpo, nuestra acribillada juventud, todo. Pero la vida fluye más rápido que el río Madre de Dios. ¡Imposible erigir un mundo nuevo sin desembarcar en las Indias entrevistas en nuestros sueños! Una revolución que sólo es una revolución no es una revolución. ¡Hay que volcarlo todo, hay que quemarlo todo, hay que arrancarlo todo! No permitir que vuelva a retoñar la misma realidad, la misma familia, la misma agua, los mismos padres, la misma luz, la misma patria, el mismo futuro, la misma tristeza, la misma religión, el mismo sol! ¿Quién se atrevería a absolvernos? Un inmortal poema nos absolvería. Pero los años han pasado y no hemos pronunciado la Palabra Ígnea. La vida es tan fugaz, César, que una de estas tardes saldrás a comprar cigarros
y regresarás a contar chistes en nuestros velorios. Y ahora sí te acepto un pisco. Porque a pesar de esta tristeza la vida vale la pena: estoy alegre, estoy árbol, estoy exaltado, estoy con mis amigos, estoy relámpago, estoy luz. Porque el hombre que está más cerca de su muerte que de su nacimiento necesita urgentemente ser feliz. Hace cincuenta mil años, en la piel de las cavernas, comencé a grabar este poema. Por eso estoy aquí, aventando palabras contra el cielo indiferente. Escrito la mañana del 20 de mayo en el Hotel de Turistas de Tacna, corregido en París la noche del 21 de junio de 1977. Manuel Scorza