ESPACIOS DE CONCIENCIA CLAVES CIERTAS DE UNA VIDA
Luis E. Orellana Primera edición. Marzo 2005 (c) Luis E. Orellana
Dedicatoria A mi familia, un acorde musical compuesto por tonos diferentes, que produce el efecto de conjunto del campo unificado de mi vida y desde ese campo de manera especial: A mis padres, amor eterno, quienes viven ahora juntos otra vez en aquel lugar sin tiempo ni espacio. A Cecilia, mi compañera de viaje al infinito, razón de amor y vida. A mis hijos Josefina, Luis Eduardo y Xavier, frutos de ese amor. A mis nietos Ariel, Xavier, Nicole, Belén Camila, Cecilia y los que vendrán, explosiones de alegría y de ternura, y a sus padres, Pilar, Cicerón, Valerie y Lisa, a quienes mis hijos eligieron en su momento como compañeros de su propios viajes. A mis hermanas Norma y Luz María y mi sobrina Lucerito, nexos inquebrantables de ese hogar en el cual se inició mi vida terrenal. A mis suegros, quienes sin proponérselo me proveyeron de la principal fuente de mis dichas. A los demás miembros de mi familia ampliada. Y finalmente, a mis amigos de la esfera, que me acompañan desde siempre.
A manera de introducción En el transcurso de una vida las observaciones pueden conducir al acopio de unas certezas que se juzgan importantes y que se desea trasmitir. Las que se expresan a continuación son aquellas que han surgido no sólo del análisis racional y lógico de las convicciones conquistadas a fuerza de estudio y observaciones propias por los otros muchos que sobre ellas han escrito a lo largo de la historia humana. Podría decir así que estas certezas se han construido en mi espíritu caminando sobre hombros de gigantes para poder apreciar mejor el horizonte de las verdades eternas. Pero no se han construido sólo de ese modo, también son el producto de experiencias y vivencias personales con los suyos de este ser humano que ha vivido todo lo vivido, y que aun vive, en una permanente confrontación con fuerzas del espíritu. Somos pensamientos del Padre, ondas de inteligencia del Espíritu vibrando, que han sido condensadas y particularizadas en materia viviente al ser percibidas por El. Cuando El desea conocerse a si mismo, lo hace a través de nosotros, para lo cual nos dota de conciencia. Esta conciencia es la que le permite al Padre conocerse, y por tanto son a su vez
nuestros pensamientos, nuestras ondas vibratorias, quienes nos ligan a El en una relación espiritual que nos confirma ser sus hijos. Nosotros podemos convertirnos así, también con nuestros pensamientos, en coautores creadores con El, de una realidad total que se expande, paradójicamente, hacia ese punto convergente de conciencia superior constituida por lo que Es . Cuando pensamos lo somos, cuando emitimos esas ondas de inteligencia vibrantes que son manifestaciones de amor, de belleza, de música, de bondad, cuando nos preguntamos acerca de El, e inclusive hasta cuando pensamos con maldad. Cuando pensamos con maldad impulsamos aquella fuerza que trata de destruir, de desordenar lo creado o por crear, que trata de alimentar la entropía, de la misma manera que lo hace quien crea al virus que trata de destruir todo el sistema y que vuelve necesario que otros creen nuevas formas para equilibrarlo, así de alguna manera quien trata de destruir o pervertir la creación, sin embargo paradójicamente impulsa nuevas creaciones, por lo cual hasta los auténticos malvados sobreviven en el equilibrio necesario del sistema. El rol que deseemos cumplir, y lo sabemos en lo más profundo de nuestra conciencia, es lo que califica nuestra libertad como creadora o destructiva. En consecuencia, dejamos de ser creadores, cuando olvidamos la trascendencia que podríamos darle a nuestros actos en este mundo de las cosas y tan solo actuamos sin propósito o, cuando olvidamos el Ser y optamos por el Tener, y en esas situaciones nos vamos acercando al momento en que dejaremos de ser
pensamientos de Dios y nos convertiremos en no seres habitantes del Reino de la Nada, no por ser malvados sino por inútiles. Los actos realizados sobre la materia se destruyen en el tiempo y en el espacio, se pierden, fenecen, mueren, pero los pensamientos perduran por siempre. Los amantes pueden llegar incluso a perderse, pero el amor que alguna vez pensaron y sintieron perdurará por siempre. La belleza y armonía que hicimos vibrar al crear la obra de arte jamás muere aunque la obra material se consuma en el fuego, el tiempo o la barbarie. El odio y el desamor también permanecen aunque el asesino, el asesinato, el traidor y la traición desaparezcan. Por eso de tanta importancia como lo es la definición como tal del pensamiento trascendente, también lo son el arrepentimiento y el perdón, pues sólo estos pensamientos pueden borrar aquellos otros pensamientos que ya fueron y alimentaron la insaciable hambre de la nada. En el afán de compartir aquellas experiencias personales que contribuyeron a definir las certezas antes expresadas hago realidad este relato que se inició como una manera personal de entenderme a mi mismo. Luis E. Orellana. Marzo, 2005
1 do, re, mi ... Esa mañana el sol brillaba de un modo inusitado. Una melodía pugnaba por salir del interior de su cerebro, extraída de entre la infinidad de notas que el nuevo día le ofrecía a través del trino de las aves que revoloteaban incansables entre las ramas de los árboles, del fluir del agua por entre las piedras del riachuelo artificial que conducía hacia la fuente y del tintinear de las gotas que el rocío había formado y que las hojas entregaban generosas aquí y allá a la tierra cubierta por el verde intenso de la grama. Do, re, mi... mi, la, si... Todo el ambiente derramaba música. Sería una melodía muy bonita, vibrante, cantándole a la vida... Se había levantado muy temprano, optimista. ¡Quién podría no serlo en un momento como ese! La frescura del viento acariciaba sus mejillas y sin mayores reflexiones intuía en esa caricia que el Padre también estaba allí, no sólo en su corazón sino fuera de él. Por un instante tuvo la percepción del equilibrio que trasciende la dinámica de lo espacio-temporal y vislumbró la luz eterna. Sabía que estaba listo, pues siempre se sentía así momentos antes de plasmar sus actos creativos. La melodía jugueteaba por entre sus neuronas excitadas y oscilantes vibrando al unísono. Que alegría,
las notas se venían como en cascada y pensó que esta vez su canción sería diferente, alegre y sin la tristeza siempre implícita en la música nacional de la cual le resultaba a veces un tanto difícil escapar. Abandonó el jardín y se dirigió entusiasmado hacia la puerta del garaje para abrirla. Retiró el candado que pendía de ella y corrió las dos pesadas hojas de metal, lo que de inmediato le permitió observar a Juan, el guardián del barrio que algunos vecinos habían contratado para que cuidara sus casas. El hombre vestía una camiseta interior y pantalones raídos, y aún dormitaba en una silla colocada en la vereda de enfrente. Un poco más allá, decenas de vehículos se agolpaban al pie del centro educativo que en forma inexplicable aún continuaba establecido en ese barrio residencial y cada mañana recibía a centenares de alumnos. Esa mañana, como tantas otras, los vehículos conducidos por los padres de familia se detenían en cualquier lugar e interrumpían el tráfico normal. Volvió al interior del garaje y retiró el bastón trancapalanca del timón. Giró la llave de encendido echando a andar a la vieja furgoneta modelo 81 que detuvo unos pocos metros más adelante para volver a asegurar la puerta del garaje. Una vez que lo hizo retornó al vehículo y reanudó la marcha. Esquivando chiquillos y vehículos desparramados por doquier, atravesó por entre la muchedumbre que ocupaba la calle y puso rumbo a su oficina. Do, re mi, plum, plam, tracatán... Las notas disonantes no le harían perder la melodía... Continuó tarareando y avanzando. Tres cuadras más y debió detenerse frente al rojo intenso del semáforo. Dos minutos de espera fueron suficientes para observar en seguidilla unas cuantas estampas cotidianas.
Vio así al cuatro por cuatro insolente que al otro lado de la bocacalle hacía caso omiso de la señal en rojo y viraba furibundo hacia su izquierda mientras los conductores de dos pequeños vehículos chirriaban los frenos para evitar la colisión. En el parterre se acomodaba un grupo de personas. Todas con diferentes propósitos aparentemente pero en realidad con un solo objetivo, este es, obtener el diario sustento. Unas vendían aguacates, otras ofrecían paracaídas de juguete, y algunas se acercaban a las ventanillas introduciendo casi en las narices de los conductores, accesorios para teléfonos celulares y muchas otras chucherías. En una de las esquinas una joven mujer empujaba a un desgarbado individuo tirado sobre una silla de ruedas. El hombre de edad mediana semejaba a aquellos futbolistas que al parecer casi agonizan frente al arbitro hasta que éste le ha sacado tarjeta roja al jugador contrario, y luego se levantan muy orondos. Era la viveza criolla jugando el juego de la vida. Un lujoso carro parqueado sobre la acera era pulido con esmero por el chofer mientras aguardaba a su jefe. El vehículo portaba ostentosamente una placa con letras en relieve identificando a uno de los juzgados del distrito. En la placa reluciente, el cóndor del escudo del país parecía que sonreía con desprecio. Luz verde, la marcha continuó... Unas pocas cuadras más y el disco “Pare” lo obligó a detenerse. El conductor del vehículo que venía detrás expresó su disconformidad con la maniobra apresurándolo con su pito estridente una y otra vez. La melodía alegre que jugueteaba en sus neuronas sintió el impacto de este nuevo tracatán, pero orgullosamente resistió el agravio. Aguardó
con paciencia que pasara el último vehículo antes de reanudar la marcha y doblar rumbo a la zona central de la ciudad. Se unió así al flujo de conductores presurosos por llegar a tiempo a sus lugares de trabajo y escuchó el rugir de los motores y la estridencia de los golpes de válvulas de las máquinas forzadas sin sentido, pero el ruido perdió importancia ante el golpe a la vista propiciado por una doble fila que se había formado más adelante creada por los padres de familia que habían detenido sus vehículos para entregar a sus pequeños en la puerta de un jardín de infantes renombrado, donde tres hermosas y sonrientes muchachas los recibían. Esquivó el bulto con cautela y continuó... Poco más adelante una larga fila de personas, cien o más, se armaba y desarmaba. Cada persona en la fila se desesperaba por entrar a las oficinas consulares y obtener la visa necesaria para marcharse a ese país europeo. Por un momento esas personas le parecieron cascabeles a los que le hubieran sustituido el pedacito de metal interior por un trocito de madera y por ello vibraban lentamente en un mismo tono de un bajo profundo y lastimero. Una melodía de pobreza, tristeza y aburrimiento se percibía en el ambiente. Siguió en su rumbo algo pensativo pero de inmediato un bus repleto de pasajeros lo obligó a orillarse a la derecha para no ser embestido y un ¡mierda! surgió con fuerza desde lo profundo de sus vísceras. Se vio forzado a abandonar el carril que le correspondía y a esperar pacientemente que se dieran las condiciones para retomarlo. Esperó inútilmente ya que el bus montado por sobre la mal pintada línea separadora de los carriles, bailoteaba a derecha e izquierda, presto a detenerse en cualquier parte, una y otra vez, para recoger a los estudiantes universitarios que a esa hora de la mañana pululaban, y tuvo muy a su pesar que continuar por largo trecho tras el bus de intermitentes paradas que
ya empezaba a encaramarse al paso elevado por el cual tiene prohibido transitar. En un momento, cuando el bus comenzó a descender y él estaba ya en medio del paso elevado, un agradable paisaje de mil colores le mostró la ciudad desde aquel lugar, aliviando así en algo su mal rato. Otra vez do, re, mi... volvía la armonía. Continuó... Faltaban pocas cuadras para llegar a su destino. Pero antes tenía que pasar por aquel lugar ¡qué pestilencia! Era el fuerte olor que emanaba de las dos pequeñas villas recientemente desocupadas, que los transeúntes habían convertido en lugar de uso público para satisfacer sus necesidades fisiológicas. Aceleró la marcha, mas el último semáforo lo detuvo, momento que aprovechó la joven indígena con bebé al pecho y un pequeño de unos tres años jugando junto a ella, para demandar con mano extendida y un “dame” lastimero en los labios “una caridad por amor de Dios, patroncito”. Después de un firme ¡No! - que hasta puso en tentación a sus creencias y estremeció su corazón avanzó los pocos metros que faltaban y estacionó el vehículo. Como escapando, cruzó la calle y se dirigió a paso firme a su oficina. Un sentimiento de frustración lo invadía. Ya no estaba tan seguro del ritmo que tomaría la melodía que momentos antes brincaba alegremente en el interior de su cabeza. Es que como dicen los que saben, tan sólo hace falta cambiar una nota para transformar de alegro a triste el sentido de una melodía. Toda esa mañana se tornó una batalla de emociones, de recuerdos, de pensamientos que se agitaban en su mente y en su corazón. Sintió necesidad de expresar aquello que lo atormentaba, sintió necesidad de organizar sus pensamientos e intentar una vez más entender lo profundo de las cosas. ¿Una melodía hecha canción? ¿Unas palabras que expresaran su sentir? ¿Tal vez un ¡Carajo! bastaría, pero no... no sería suficiente, el sentimiento era
muy potente, lo envolvía, tendría que escribir... y hacerlo ahora. Y empezó...
2 remembranzas El sentimiento que había invadido su alma y que lo obligaba a escribir no tenía la pretensión de dejar una huella que en el futuro explicara a alguien el por qué de su sentir. Era solamente una manera de limpiar aquello que en su alma habían ensuciado los acontecimientos. El nunca había podido dejar de observar -siempre estaba obligado a hacerlo aunque a veces hubiera deseado poder escapar a esa compulsión y perderse en la inconsciencia- y al observar tenía que juzgar, pues hay una racionalidad que siempre está allí en su mente, más allá de su voluntad. No puede aceptar nada sin preguntarse antes hasta los últimos ¿Por qué?. Y aún esta forma de pensar, de sentir, de ser, está sujeta a juicio y piensa: ¿Por qué? ¿Por qué siempre reacciono así? ¿Cuáles son las claves ciertas de mi vida? Las preguntas lo transportan entonces al pasado. Recuerda muy claramente el viejo poema, el primero que salió de su mente allá por aquellos tiempos en que apenas tenía once o doce años, lo denominó entonces “Mi más allá, un rincón en el centro del infinito...”. Los versos aún resuenan en su mente:
“Hoy siento que mi cuerpo se desmaterializa. Las pequeñas partículas que componen mi física sustancia, En incesante evolución, Emprenden un misterioso viaje hacia lo desconocido. Voy desapareciendo; A mi cuerpo lo invade lentamente un sopor extraño; Me veo rodeado de densas brumas; Luego sombras, más sombras y oscuridad total... Ahora estoy en mi más allá... Desde aquí observo, en perpetuo movimiento, A los miembros de la Integral Escena. Desde aquí miro el constante desfilar de la maldad humana Y el breve y bellísimo manar de la bondad terrena. Y es que estoy aquí por un caprichoso y extraño juego del destino. Es que estoy aquí convertido en Supremo Juez; En inconmensurable Espacio, en Sublime Voluntad, En Infinita Inteligencia: Soy el Pensamiento. Si, yo, formidable esfuerzo de un alma que interroga: Hoy etéreo personaje Habitante de un Cosmos Infinito, Poseedor de la verdad absoluta -que sublimiza y engrandecesiendo lo que soy: tan sólo un hombre”. Y al recordar el poema, otros recuerdos de su infancia ya lejana llegaron a su mente, por ejemplo la esfera...
3 la esfera La tenía... Estaba allí entre sus cosas de niño. A veces hasta jugaba con ella, pues cuando lo hacía le resultaba divertido. No recordaba desde cuando la tenía, siempre había estado allí. Sin embargo, no siempre pensaba que era un don poseerla y más bien la mayoría de las veces sentía que tenerla era como si tuviera que cargar un pesado fardo sobre sí. Tenerla lo hacía distinto, especial, y serlo le volvía difícil sus relaciones con otros. Era ella la culpable de que sus pequeños amigos lo consideraran muchas veces un poco extraño cuando él no lograba disimular que estaba jugando con ella. ¿Cómo podría explicarlo? si en ocasiones hasta los adultos le decían “olvídate de eso que está muy complicado y eres tan sólo un niño, mejor vete a jugar con tus amigos”. Pero ¿Cómo hacerlo? Si cada vez que él intentaba simplemente jugar, surgía sin que pudiera evitarlo uno u otro de los tantos seres que habitaban en su particular “esfera” y en esos momentos sentía que se trasladaba a un mundo más interesante y sin límites y desde luego el juego con sus amigos se convertía de inmediato en un total aburrimiento, aunque no siempre llegaran a notarlo debido al esfuerzo que él hacía por adaptarse a la simpleza de ellos.
En una ocasión mientras jugaba con algunos de sus amigos, al observar el bailoteo de su trompo y el de los trompos de ellos, pudo prever que el suyo ganaría pues continuaría girando mucho después que los otros se hubieran detenido. Tendría pues que cobrar el castigo convenido. No le proporcionaba placer tener que hacerlo. Le habría agradado que junto con sus amigos hubiera podido invitar a los habitantes de su esfera mientras la competencia aun estaba en pie y no hubiera existido necesidad alguna de castigo, sino más bien el disfrute y el regocijo que éstos sabían proporcionar con sus extraños interrogantes. Bien habrían podido jugar a responder todo aquello que los singulares habitantes de la esfera deseaban saber. Pero no, esta vez como en otras ocasiones que jugaban, ninguno se interesó en otra cosa que no fuera jugar como siempre lo hacían, sencillamente como lo que eran, unos niños y sólo eso, y la competencia prosiguió como era lo usual. Pasó lo que él ya sabía por anticipado, ganó y tendría que tomar a los trompos perdedores, ubicarlos en lugar apropiado y descargarles veinte golpes a cada uno con la punta del suyo. Sus amigos no estaban preocupados pues unos pocos huequitos más en el cuerpo de madera de sus trompos sólo servirían para confirmar que no eran “aniñados” y que habían estado en “mil batallas”. Entonces, mientras él buscaba el lugar apropiado para el castigo, como le sucedía continuamente en una u otra circunstancia, los habitantes de la esfera surgieron y ¿Qué? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Por qué? ¿Para qué? y esos otros varios personajes cuyo nombre no había podido conocer todavía, bailaron nuevamente en su mente intentando saber siempre más. Tal como cuando salieron para averiguar sobre él mismo, sobre su propia persona, esta vez comenzaron a averiguar sobre el juego con trompos.
¿Qué?, como siempre fue el primero e inquirió sobre la naturaleza de aquel juego y de sus elementos. El se apresuró a explicarle que el trompo era un juguete que se hace bailar con una cuerda arrollada a él. Que el juego consistía en que varios niños lanzaran a bailar cada uno a su trompo, al mismo tiempo, y que el que permanecía bailando más que los demás ganaba y, por tanto, debía cobrar un castigo a los perdedores, que consistía en dar 20 golpes con la punta del trompo ganador en el cuerpo de cada uno de los trompos perdedores. “No me has dicho de qué material están hechos los trompos. Me has hablado de una cuerda y no me has dicho nada de ella, del material del cual está hecha, del largo que tiene, tampoco me has explicado qué es un juego” – le dijo ¿Qué?. “Creí que ya lo sabías”. “Eso no importa, yo se lo que se, pero eres tu quien debe saberlo. Dímelo”. “Ya, ya, no te impacientes. Un trompo está hecho preferentemente de una madera dura, tiene la forma de un cono con una bola de helado pues su parte más ancha termina en una especie de sombrero en forma de una media esfera. Podríamos decir que es como un cono con una bola de helado, un poco bajito y gordito. Su parte delgada termina en una punta metálica, una especie de clavo que está incrustado en la madera, a lo mejor es un clavo realmente. La punta está algo roma pues uno la gasta raspándola contra superficies duras para que luego pueda bailar mejor”. Tenía que describirle el trompo de la mejor forma que pudiera pues de otra manera ¿Qué? no lo dejaría en paz, pero su vocabulario
de niño a veces no era suficientemente amplio para expresar lo que quería decir. “¿Te lo dibujo?” le dijo y, sin esperar respuesta, echó mano de ese personaje que otras veces lo había ayudado. Hizo salir de la esfera a “Pizarrón”, así le había puesto de nombre a una blanca pantalla que se proyectaba mentalmente delante de sus ojos. En ella dibujó hasta con sus más pequeños detalles a un trompo ideal y como Pizarrón era una pantalla mental hasta pudo hacerlo girar para que ¿Qué? entendiera. Le agradeció a Pizarrón, le pidió que volviera a la esfera y continuó explicando: “La cuerda es de piola de trompo”. Ah caray, no podía decirlo así pues eso sería motivo de otra discusión con ¿Qué?, pues él no le permitiría explicarle algo utilizando aquello que estaba explicando. Volvió a empezar escogiendo las palabras con sumo cuidado. “La cuerda es una trenza de hilos de algodón, de algo más de un metro de largo, no muy gruesa, que se arrolla alrededor del cuerpo del trompo partiendo desde la punta hacia arriba. Al lanzar el trompo contra el piso se mantiene fija en la mano una punta de la cuerda la cual se desenrolla produciendo el giro del trompo sobre el piso”. Ya, lo había explicado de la mejor manera que podía hacerlo, pero le faltaba explicar qué era un juguete. “Mira ¿Qué?, un juguete es un algo que sirve para que uno se divierta”. ¡Oh!, había metido la pata nuevamente y ya era tarde para dar marcha atrás. ¿Qué? le salió al paso de inmediato con una nueva interrogante: “¿Entonces tus amigos son tus juguetes pues veo que te estás divirtiendo con ellos? “. “No ¿Qué?, las personas no son juguetes, son compañeros de juegos. Los juguetes son cosas sin conciencia, ya sabes, objetos de tres dimensiones en el espacio que una persona o varias
utilizamos para entretenernos y divertirnos”. Lo dijo orgulloso pues eso era lo que le habían enseñado en la escuela. “¿Acaso no puedes jugar sino con las cosas? ¿Acaso no puedes jugar con tus pensamientos, con tus recuerdos, con tus futuros? ¿Acaso no estás jugando conmigo?”. “Ya, ya , contigo no estoy jugando, estoy aprendiendo” –se lo dijo como queriendo callarlo, pero ¿Qué? no deseaba callarse. “Y ¿Qué es aprender? ¿Acaso no puedes entretenerte y divertirte cuando estás aprendiendo? ¿Acaso aprender no es jugar a recordar cada vez más lo que ya sabes?”. “Tienes razón, a veces me divierto más jugando con ustedes que con mis amigos, pero debes admitir que no siempre es divertido porque muchas ocasiones ustedes se ponen cargosos y no se qué responderles, al fin y al cabo sólo soy un niño y no tengo todas las respuestas”. “Quisiera que entendieras que las respuestas suelen ser muy importantes, pero mucho más lo son las preguntas. Las respuestas siempre pueden variar pero las preguntas, al menos las que realmente valen la pena, siempre son las mismas. Cierto que eres un niño y precisamente porque lo eres debes ser fiel a tu naturaleza, eres un ser que debe aprender y por tanto siempre debe haber en tu mente preguntas y más preguntas. ¿Te sientes feliz ahora que has intentado explicar lo que es un trompo?”. “Por supuesto que si, pero ¿por qué dices que he intentado explicarlo y no admites que lo hice?” -contestó el niño.
“Al parecer tu te sientes satisfecho con la respuesta que me diste, yo no. Creo que existen más preguntas que hacer y por tanto más respuestas que dar. ¿Acaso no puedes situarte en otras perspectivas? ¿Acaso el trompo no es un arma, no es una puerta a la amistad, no es una de las tantas visualizaciones que el ser humano hace para aprender acerca del mundo de las cosas? Todo siempre depende del ángulo desde el cual lo miras. ¿Acaso con tu trompo no puedes causar daño y herir? ¿Acaso con él no ha crecido la amistad con los otros pequeños que juegan contigo? ¿Acaso no hay ...?”. ¿Qué? no pudo continuar pues el niño interrumpió sus palabras. “¿Un arma?”, en ese instante pensó en el castigo que tendría que imponer a los otros trompos y susurró: “Una víctima también”. “¿Dijiste algo? No te escuché muy bien”. “Dije que también un trompo podría ser una víctima. Tenías razón, todo depende del ángulo desde el cual miras. ¿Una puerta a la amistad? Si, pero también al odio, ya verás cuando cobre el castigo. En cuanto a eso de las visualizaciones, eso si no lo entiendo bien”. “¿Me ves? ¿Estoy aquí? ¿Existo?” “Por supuesto que si y este “si” vale para las tres preguntas, pero ¿Cuál es el punto que tratas de probar?”. “Que soy tan real como lo es el trompo o que el trompo es tan real como lo soy yo aquí y ahora. Los dos somos visualizaciones tuyas. ¿Diferencias? Cuando visualizas al trompo lo ubicas en el mundo al que llamas real y a mi ¿En que mundo me ubicas? ¿Mi mundo de la esfera no es real? No tienes todas las respuestas todavía
puesto que eres un niño, ahora tienes sin embargo las preguntas. Pero de algo si estamos claros, la realidad es mucho más que ese mundo que tu llamas real ¿Verdad que si? Pues de otra manera no podríamos conversar como lo hacemos. Deseas aprender y has visualizado la esfera en la que vivimos tus preguntas más profundas e inquietantes, pero ¿acaso el trompo no podría ser también otra especie de esfera que te permita descubrir y aprender ciertas leyes acerca de cómo funciona este mundo de las cosas? ¿Por qué se calienta la punta del trompo cuando gira sobre el piso? ¿Qué es la fricción? ¿Qué es una resistencia? ¿Qué es el calor? ¿Por qué el trompo se mantiene en equilibrio durante un tiempo y luego se detiene y cae? ¿Qué es la gravedad? ¿Qué hace que el trompo gire? ¿Qué es un impulso? ¿Qué es una causa y un efecto? ¿Existen efectos sin causa? ¿Cuántas interrogantes hay por resolver en este mundo de las cosas, verdad? ¿Te has puesto a pensar cuántas cosas hay en este mundo que llamas real? Cada una es como una esfera llena de montones de interrogantes que finalmente te conducen a unas pocas que son siempre las mismas”. ¿Qué? iba a continuar pero una vez más fue interrumpido...
violentamente
“Ah, ¿Estás diciendo que tu y los otros son creados por mi pero que son tan reales como lo son las cosas que puedo tocar? ¿Estás diciendo que los pongo a ustedes fuera de mi para poder verme a mi mismo y conocerme? ¿Eso que son ustedes para mi es lo mismo que somos los seres humanos para Dios? ¿El nos ha creado, o visualizado si así deseas llamarlo, para poder conversar con nosotros y poder verse desde afuera? Son muchas interrogantes para un niño ¿No lo crees? Me va a doler la cabeza. ¿Por qué ahora no me dejas jugar simplemente?”.
De repente ¿Por qué? dejó de bailar y se metió de lleno en la conversación. “He escuchado mi nombre ya muchas veces mientras ustedes hablaban, y yo mismo lo volveré a repetir : ¿Por qué?”. “Es que ¿Qué? no me deja en paz y tengo que cobrar un castigo. Es él quien repite tu nombre, ya una ocasión me dijo que estaba muy ligado a ti, que eras como su hermano. ¿Eso es verdad?”. “Pues sí, es verdad, y tenemos muchos otros también. Ya los conoces y de eso hablaremos después, ahora me quitaré los signos, dejaré de ser interrogativo para convertirme en afirmativo y te dejaremos en paz por esta vez, “porque” tienes que ir a cobrar un castigo”. ¿Ves que también yo puedo ser de dos maneras distintas con un simple y sencillo cambio? Sacudió su cabeza rápidamente como queriendo desembarazarse de los dos, y mientras ellos desaparecían dentro de la esfera, tomó los tres trompos en sus pequeñas manos, los examinó rápidamente, vio las vetas de la madera de sus cuerpos y detectó en ellas las líneas de fractura que de modo imperceptible marcaban el camino que debían seguir los golpes para provocar que los trompos se partieran. Pensó que un castigo era para cumplirse, pensó también en la cierta soberbia que sus amigos exhibían al decir que sus trompos no eran “aniñados y que unos cuantos puntazos nada más marcarían su participación en mil batallas”, pensó que les había ofrecido la oportunidad de jugar a algo más divertido, a encontrar respuestas a tantas preguntas que tiene un niño en su mente, y que no les había interesado y finalmente su corazón ya latía muy fuertemente por emociones encontradas que él no sabía explicar. ¿Coraje, compasión, amistad, revancha, ira...? Sintió su cuerpo envolverse en muchos
colores, más que los del mismo arco-iris, pero no era momento para más reflexiones. Colocó los tres trompos en tres huecos contiguos que había en el piso de cemento de la terraza donde jugaban y empezó a asestar uno a uno los golpes con la punta de su trompo sobre las líneas de fractura. No tuvo que asestar todos los golpes que estaban previstos pues mucho antes de descargar los veinte, uno a uno, dos de los trompos se abrieron totalmente y el otro quedó medio abierto. Parecían dos nísperos rajados medio a medio. Todo fue tan rápido que nadie pudo hacer nada. Sus amigos en ese instante al ver lo que él había hecho, lo odiaron. El reafirmó entonces en su mente aquello que momentos antes le había dicho a ¿Qué?: un trompo puede ser un arma y también una víctima, un trompo puede ser una puerta abierta a la amistad y también al odio. ¡Qué curioso! Los contrarios están tan cerca... Tendría que meditarlo y analizarlo más profunda y detenidamente en alguna otra ocasión. Tomó su trompo y su piola y lentamente se alejó... sintió tristeza por él y sus amigos, ellos jamás comprenderían...
4 Soledad Todo fue una sorpresa desde el instante mismo en que pisó la entrada del viejo edificio de la escuela. Había inusitados movimientos. Observó el sube y baja de inspectores y maestros mientras ascendía por la rechinante escalera para dirigirse a su aula de clases. Se sentó en la banqueta justo en el momento en que la maestra del segundo grado que cursaba, con ojos llorosos y voz entrecortada, les comunicaba que su compañerita Soledad había partido anticipadamente para hacerles compañía a los ángeles en el cielo, que se prepararan, que irían junto con ella para presentar las condolencias a los padres de la niña en la casa del velorio que quedaba a media cuadra de la escuela. Fue así como empezó, esa mañana lluviosa y triste del martes aquel entre la navidad y el fin de año, su primera entrevista con la muerte. Las que primero llamaron su atención fueron las blancas cortinas de duelo desplegadas a la entrada de la casa. Eran blancas si, pues se trataba de una menor y no esas negras que alguna vez había visto en otras casas y acerca de las cuales había preguntado por qué estaban allí sin que alguien le hubiera dado respuesta alguna. Esta vez preguntó por qué blancas y no negras. Uno de
los compañeritos le dijo que se trataba de una niña y que ella no tenía pecados, que se ponen las negras cuando se mueren los grandes que si los tienen. “¿Y quien te lo ha dicho”, preguntó y la respuesta no se hizo esperar: “Me lo dijo el cura en el catecismo”. Ah, bueno una respuesta al fin, pero no entendió por qué el blanco es sin pecado y el negro tiene pecado. A él siempre le había gustado el negro, “es muy bonito”, sabía decir. El grupo continuó avanzando. Junto a su maestra y sus compañeritos subió la desvencijada escalera que permitía el acceso al lugar del velorio. Un hálito de tristeza se percibía en el ambiente. No tenía claro el por qué todos estaban tristes, ¿Acaso eran unos egoístas?, y el por qué de presentar condolencias, que es una manera de expresar pesar, si su amiga había partido para estar con los ángeles en el cielo. Pensaba que todos debían estar felices por el hecho, aunque claro que la extrañaría, sobre todo a su risa contagiosa y a sus bailes locos, con los brazos elevados y las manos retorcidas, que ella decía eran “españoles o flamencos”. Se le había encargado sea él quien expresara las condolencias del grupo de compañeritos y se topó de golpe y porrazo con la madre bañada en lágrimas a quien en su confusión de pensamientos sólo atinó a decirle quedamente “felicitaciones” y no todo el discurso que se suponía debía expresar acompañándola en su dolor por la pérdida sufrida. La señora también sumergida en sus propios pensamientos no prestó atención a lo que había dicho el niño y solamente lo abrazó con ternura y lloró con él entre sus brazos. La maestra y algunos de sus compañeritos que si lo habían escuchado sin embargo, luego le recriminaron con un “¿Cómo pudiste haberle dicho eso?” y grabaron en su mente las palabras “¿No comprendes que está muerta y nunca más podrás jugar con ella?”. De esto último él no podía estar seguro, tendría que
pensarlo, pero de algo si lo estaba, él no sabría nunca como consolar a alguien por la muerte de un ser querido, ¿Cómo hacerlo? si él mismo no entendía el por qué la muerte podría ser una pérdida o un mal por el cual hay que llorar. Continuó avanzando hacia el ataúd que estaba colocado sobre una plataforma, rodeado de flores y cirios encendidos. Casi no podía observar el cuerpo de su amiga, tendría que llegar muy cerca para verla. Llegó. El rostro de la niña tenía la misma dulzura de siempre. Tan solamente parecía dormida. ¿Es distinto el sueño de la muerte que el sueño de todos los días? Ya no pudo, entonces, impedir que surgieran ellos como desesperados, estaban nuevamente allí, interrogando... Esta vez ¿Por qué? fue quien primero interrogó: “¿Por qué tanto alboroto? “. “Soledad ha muerto” –respondió el niño-. “¿Y eso qué?”. “Y bien, es que por mi confusión no he podido dar las condolencias correctamente a la mamá de Soledad y, además, todos dicen que yo debía estar muy triste porque ya no podré jugar nunca más con mi amiga y sin embargo no me siento triste”. “¿Y por qué estás confundido?”. “¿Te parece poco? No entiendo. Me han dicho que ella ha ido al cielo y está con los ángeles, yo diría que eso es fabuloso, a mi me gustaría también estar con ellos. Pienso que Soledad es afortunada y sin embargo su mamá llora y todos ponen caras de compungidos, es como si todos hubieran comprado una máscara de tristeza. ¿La muerte es algo triste?”. “Tu pregunta es pertinente. Creo que ¿Qué? podrá ayudarte a entender mejor que yo”. ¿Qué?, que no necesitaba mucha invitación para intervenir, hizo su aparición una vez más con una interrogante: “¿Qué es morir?”.
“Y yo no lo se exactamente” –contestó el niño-. “Cada vez que he preguntado me dicen cosas que no me parecen lógicas y me confundo. Mi maestra dice que es irse al cielo con los ángeles. He escuchado también que hay gente que se va al infierno porque se porta mal, ya sabes, ese lugar donde dicen que hay llamas por siempre y uno se quema y que además allá está el diablo. Nadie me ha dado una explicación que yo comprenda y me deje sin preguntas que hacer. Pienso que todos tienen miedo de hablar sobre la muerte. Aquí está Soledad como dormida ¿Cuánto tiempo permanecerá así? ¿Despertará pronto? ¿Y si no vuelve a despertar? Dicen que no podré jugar más con ella ¿Significa que no va a volver? ¿Y si ha ido al cielo, por qué su cuerpo está aquí? ¿Estar muerto es ya no ser? Pero si su cuerpo es todavía y dicen que ella ha muerto ¿Quién es que ha muerto? ¿Quién era Soledad? Si ella al morir se fue, entonces su cuerpo no era ella, su cuerpo era como un vestido que llevaba puesto. ¿Entonces quien era Soledad?”. “¿Quién era ese algo que se había ido?” -continuó diciendo el niño mientras un torrente de preguntas seguían surgiendo en su mente...... “¿Por qué te preocupa tanto la muerte de Soledad?” “¿Qué te sucede? Precisamente tú que siempre me atormentas con tus ¿Por qué? ahora me lo dices de este modo tan simple como si no valiera la pena aclararlo. Soledad es mi amiga, lo será siempre, al menos mientras yo sea yo, ¿Qué es lo que estoy diciendo? ¿Alguna vez no seré yo? Ella está en mis pensamientos y no se habrá ido aunque su cuerpo esté dormido o se lo lleven de aquí a no se donde. Además, y es lo que más me hace pensar, si no tengo respuestas que valgan para ella no tengo respuestas que valgan para mi ¿No es lógico acaso lo que estoy diciendo ahora? ¿No entiendes acaso que hay una pregunta rondando mi cabeza?
Decir ¿Quién era Soledad? es como decir ¿Quién soy yo? ¿No crees que es una pregunta importante?”. De pronto se hizo un profundo silencio. Las preguntas se fueron, todas las palabras también, se fueron hasta los susurros de los mayores –en esta ocasión susurraban acerca de Soledad- que inevitablemente se escuchan en todos los velorios comentando lo especial que era la persona fallecida. Sus propios recuerdos comenzaron a esfumarse, sus pensamientos también. Ya no había emociones, se habían ido. No sentía su cuerpo, sólo un creciente vacío estaba allí y en ese vacío él era. Tenía conciencia de sí, sabía que era él aunque no había distinción alguna entre él y el vacío. Repentinamente una abertura irradiante estaba allí frente a él. Se sintió atraído por ella y penetró en una infinitud de luz donde observó oleadas de otras vibraciones que ondulaban en diversas frecuencias. Se sintió envuelto por ellas y por un instante se percibió a sí mismo igual que lo hizo cuando aún no nacía, estando aún en el vientre materno, en aquella ocasión cuando sus padres tomados de las manos durante una tormenta eléctrica vieron estupefactos precipitarse la descarga a pocos pasos de ellos. El vio la luz del rayo atravesar el líquido amniótico y depositarse en lo profundo de lo que más tarde sería su instrumento para tener percepciones, su cerebro ¿O sería que las terminales nerviosas del cuerpo de su madre que llegaban hasta él, fundidos ella y él como en una sola carne, captaron las impresiones que las retinas de ella habían percibido? También ahora, como siempre, habían una infinidad de preguntas y posibles respuestas sobre aquel hecho, lo cierto era que ahora, al igual que en aquella ocasión, se percibió a sí mismo como un ser dentro de un vientre, pero esta vez él estaba dentro del vientre desde donde nacía todo. Todo era energía y en esa energía él vibraba. El era él, pero también era el todo. A lo lejos percibió una vibración especial que no supo definir al principio pero igual sintió que su ser era atraído hacia allá y al dejarse ir
pudo observar la sonrisa de Soledad y en su conciencia de niño resonaron aquellas que le parecieron palabras de ella “¿Siempre podremos jugar, verdad?”. No alcanzó a contestarle, pues su mente condensó la pregunta “¿Es esto morir?”. Y entonces se rompió el silencio.... Desde ese momento ya nunca jamás podría llegar a temer a la muerte, había comprendido que la realidad era mucho más que esto que todos llamaban vida, él jamás dejaría de ser. Sintió sin embargo que estaba vivo aquí y ahora, y debía vivir. Descendió la crujiente escalera de la casa del duelo y al cruzar el umbral con sus blancos cortinajes, muy quedamente, con un “hasta pronto”, se despidió de Soledad. Mientras caminaba un pensamiento se repetía en su mente: “Puedo volver allí las veces que quiera, puedo hacerlo si no pienso, si hago silencio dentro de mi...”.
5 Nadie Ocho de la noche. La cena había terminado. La familia ya reunida en la salita familiar contigua al comedor, prolongaba una vez más la infaltable sobremesa. Se habló de muchas cosas esa noche como siempre se lo hacía, los consejos no faltaron, los principios rectores que toda persona de bien debía seguir fueron traídos de una u otra manera a colación, las ideas nuevas, la correcta utilización de las palabras para que la expresión de los conceptos fuera fiel, las perspectivas diferentes que podían darse a uno u otro de los asuntos conversados, todo ello siempre era orientado por su padre y confirmados por su madre. Alguien en algún momento sugirió oír algo de música y finalmente la radiola alemana comenzó a funcionar. Agustín Lara primero, Toña La Negra después, Los Tres Diamantes, Mario Lanza y Daniel Santos también, le daban un tono muy romántico a la velada. Era la música que agradaba a sus padres. Tal vez sea que este tipo de música sintoniza a los humanos con una vibración especial que trae a la mente pensamientos que están allí latentes y que con el barullo de las actividades cotidianas están como adormiladas, pero buscando el momento de salir. Sea lo que fuere, de pronto él percibió que se
prendía y apagaba ante los ojos de su mente -igual como lo hacía el letrero luminoso de las llantas Michelín que se erguía llamativo en la avenida principal de la ciudad- la pregunta que se había formulado tantas veces: ¿Quién soy yo?. Otro luminoso letrero surgió destellante entonces en su mente -aquel que destacaba la gasolinera de la misma avenida pero más hacia el oeste, muy cercana al brazo de mar que por aquel tiempo era el deleite de los chicos en edad escolar, era aquel letrero luminoso del perro que perseguía al gato sin que jamás pudiera alcanzarlo-. ¿Sería que pasaría el resto de su vida así, persiguiendo la respuesta a su pregunta, eterna e inútilmente, puesto que era inalcanzable? Su padre interrumpió sus pensamientos y le pidió que fuera a la otra ala del hogar, donde estaba la biblioteca, y trajese el diccionario para comprobar una de las palabras empleadas durante la tertulia y cuyo concepto no había sido aclarado de modo definitivo, no le sorprendió la petición puesto que era una práctica usual, tanto que había pensado muchas veces en tener el diccionario ubicado permanentemente en la salita familiar, sin embargo había aprendido también que cada cosa debía estar siempre en su lugar y el lugar correcto para un libro era la biblioteca. Se dirigió hacia allá. Todo estaba en penumbra pero no había necesidad de encender las luces puesto que él sabía y re-contra sabía donde estaba ubicado el diccionario que siempre consultaba. Dio unos cuantos pasos para acercarse al libro y fue en ese instante cuando frente a él distinguió algo muy extraño, algo que no debía estar allí, una especie de negrura extrema interrumpiendo lo que era parte del ambiente, no podría decir que era una figura semejante a la humana, y sin embargo sintió que algo o alguien que no era le decía imperativamente: “¿Vas a pasarte tu vida que es tan corta empeñado en saber quién eres? ¿Estás seguro que eres algo más que ese cuerpo que va a destruirse en cualquier momento? De lo único que puedes estar seguro es que necesitas obtener todo aquello que te da poder sobre los otros. Olvida eso de buscarte a ti
mismo, eso que has oído sobre que tienes un alma es un cuento de la gente que no sabe, lo cierto es la riqueza, la fama, el éxito ante los ojos de los demás. El ser no es lo importante, lo es el tener. El tener te da poder, riquezas, placeres, te da libertad... ” ¿Quién o qué eres? -interrumpió el niño-. “Soy Nadie”, le contestó la voz que le hablaba. El cuerpo del niño comenzó a vibrar y fueron sus piernas las que primero empezaron a temblar y sin embargo permaneció allí firmemente parado sobre el piso sobreponiéndose al impacto de estar frente a algo que era Nadie y que su lógica de niño no podía explicar. Se aventuró a preguntar “¿Un Nadie que me habla? ¿Cómo puede eso ser posible? ¿Y, lo que dijiste es todo lo que tienes que decirme?” La respuesta fue cortante: “Es todo por ahora, pero nunca olvides que siempre estaré muy cerca, muy cerca de ti”. El diálogo se cortó de raíz y la biblioteca volvió a ser el lugar habitual sin nada extraño en ella, pudo sentir nuevamente el característico olor a naftalina y un estremecimiento recorrió todo su cuerpo. Comprendió en ese instante con quien había sido su diálogo. El miedo se le vino de golpe, y deseó correr hasta donde estaba reunida la familia, pero pudo dominarlo, tomó el libro que había ido a buscar y se encaminó lentamente de vuelta a la salita familiar. Con el diccionario en su mano se acercó y lo ofreció a su padre. Este al tomarlo observó el rostro demacrado del niño con una palidez que invadía hasta sus labios que siempre estaban tan rojos, el temblor de su cuerpo tampoco escapó a la escrutadora mirada del padre que le preguntó “¿Qué te ha pasado? ¿Por qué te has puesto así?”. “Nada, nada papá –dijo el niño- sólo que me he encontrado con el diablo”. Todos quedaron estupefactos ante la respuesta, sobre todo por la manera tan simple y sencilla como había sido expresada. “Estás temblando, le temes y debes volver a enfrentarlo – le dijo el padre – Ve ahora, que todo temor debe ser enfrentado y vencido en el mismo momento que llega a nosotros”.
El niño, un poco renuente en un primer instante es verdad, se dirigió nuevamente hacia la biblioteca, con paso lento pero firme, mientras se decía a si mismo: “Yo no le temo... Es lo que me ha dicho: ¿Ser o Tener? Lo que me da miedo es que tengo el poder de elegir. ¿Será que al tenerlo ya he escogido?” . “Vaya imaginación que tiene este chico, voy a ayudarlo a vencer sus temores”, -dijo el padre unos segundos antes de levantarse e ir tras él-. Cuando llegó a la biblioteca lo encontró distendidamente parado, ya no temblaba. Le preguntó de inmediato “¿Y bien, que sucedió?”. El niño respondió: “Nada encontré, eso ya se había ido”. “¿Y que has aprendido con este encuentro que dices has tenido hace un instante?”, –insistió el padre-. “Siempre se aprende, papá. Ahora he aprendido que hay preguntas en mí, para las cuales aún no tengo respuestas... las tendré cuando llegué el momento apropiado”, -respondió el niño-. Muy dentro de sí, en ese momento como en tantos otros, se sintió plenamente protegido. No era tiempo aún para que tuviera que tomar una decisión respecto a la disyuntiva que le había sido planteada, su padre estaba allí junto a él, como tantas otras veces cuando necesitó de su presencia.
6 de héroes y medallas “Murió en Pichincha, pero vive en nuestros corazones” decía la maestra inflamada de patriotismo al inicio de su clase. Cercano estaba ya el día de conmemoración de aquella gesta libertaria que por aquellas épocas formaba parte de los mitos, leyendas y exageraciones con las que se pretendía estructurar una visión nacional, y la maestra sentía como retrocedía en el tiempo y casi vivía el momento de la batalla misma al relatar los hechos. “Y una bala silbó –continuó- y arrancó de tajo el brazo izquierdo en el que llevaba la bandera, la recogió el héroe niño y puso el asta en su boca, mientras continuaba avanzando. Otra bala cruzó el aire y arrancó una pierna primero y otra bala destrozó luego la otra pierna y el héroe trastabilló, se levantó impulsado por el amor a su patria y continuó corriendo a enfrentar al enemigo con la espada que blandía en su mano derecha mientras gritaba Viva la Patria. Una nueva bala silbó y terminó con la vida del ilustre niño ecuatoriano que cayó exánime en el mismo campo de batalla” concluía la joven maestra.
Los chicos del segundo grado sintieron penetrar la corriente de fervor patrio por sus venas y mas de uno hubiera deseado ser en ese instante Abdón Calderón, el niño héroe, que había muerto en Pichincha en procura de la libertad nacional y cuyo heroísmo había conmovido de tal manera hasta al propio Libertador de Naciones, Simón Bolívar, quien había ordenado que al tomar la lista de los presentes en el batallón, todos contestaran con la misma frase con la que la maestra había iniciado la clase esa mañana para explicarles cómo había sido ese día de Mayo de 1822. ¿Quién podría creer cuanto le costaba tenerla? Lo metía ella en toda clase de problemas. El no quería decir nada, quizás hasta podría dejar pasar el asunto y punto. Su maestra era una jovencita de unos veintitantos, era dulce con él y por su ternura le recordaba a su mamá. ¿Para que buscar problemas? Sin embargo allí estaba su esfera y de ella saltaba alborozado ¿Cómo?. “¿Cómo es eso?“ dijo de inmediato y casi, casi, que el niño empezó a sentir que se convertía en un confrontador durante el diálogo que forzó con su maestra. “¿Cómo puede ser? Eso no es posible”. “¿Qué es lo imposible?” replicó la maestra al niño. “Varias cosas que usted ha dicho no pueden ser verdad. No se puede correr sin piernas, y mucho menos gritar Viva la Patria o cualquier otra cosa, cuando se tiene el asta de una bandera sostenida por la boca”. Era evidente para él que su maestra había dicho mentiras y no podría aceptarlas, tenía que decirlo, y lo hizo sin medir las consecuencias.
La maestra sintió que se había dejado llevar por su entusiasmo o quizás así lo había leído en alguna parte y no se había detenido a reflexionar en la lógica de lo relatado, pero todos los demás niños estaban llenos del sentido patrio que ella deseaba inculcar. Mala hora que este chiquillo la estaba poniendo en esta situación. Sus pensamientos fueron interrumpidos... “Y hay más” –dijo el niño-. “He leído que Abdón Calderón no murió durante la batalla sino después, en otro día y en un hospital”. El niño la comenzaba a exasperar. “¿Dónde y cómo leíste eso?”. “En la biblioteca de mi casa. Me agrada leer y comprender. Papá siempre me compra libros y jugamos a aprender”. “¿Y que lees?”. “Todo lo que puedo. De los astros, de Julio Verne, de los vikingos, de Marco Polo y sus viajes, de cuando Guayaquil fue una república independiente, del Canto a Bolívar ¿Lo sabe? El que dice: “El trueno horrendo que en fragor revienta y sordo retumbando se dilata por la inflamada esfera, al Dios anuncia que en el cielo impera...”, mejor se lo diré completo otro día”. El niño continuó diciendo: “Con mi papá todos los meses tenemos una competencia con ayuda de la revista Selecciones. Allí hay una sección que se llama “Enriquezca su vocabulario”. Trato de ganarle pero él siempre obtiene más puntaje que yo, se que algún día podré ganarle, además a mi gusta aprender y por eso trato de entender cómo son las cosas de verdad. Además tengo una esfera...” , iba a contarle de su esfera pero se interrumpió pues a lo mejor pensaría ella que él estaba loco y ya de por si estaba metido en problemas en ese momento. Se calló del todo, menos mal que
no siguió, pues su maestra cada vez más alterada por lo que comenzó a percibir como una insolencia del niño, dejó caer un frío comentario: “Pero en esto no te estás portando bien pues no dejas que tus compañeritos aprendan a querer al Ecuador que es tu patria y la de ellos”. “Pero usted nos ha dicho no una sino varias mentiras, es usted quien se está portando mal” –replicó el niño-. “Me estás faltando el respeto, me estás diciendo mentirosa y tu eres sólo un niño y yo tu maestra. Además puede que haya una confusión con lo de Abdón Calderón pero no con lo del amor a Ecuador, tu patria”. “Pues si lo hay, pues también he leído que Ecuador es Ecuador desde 1830 y la batalla de Pichincha fue en 1822 y allí el Ecuador no había nacido. No me estoy portando mal por decir la verdad, usted es quien se porta mal al decir mentiras. Yo amo a mi patria, pues aquí nací, es mi tierra, y eso nunca cambiará”. Pensó en ese momento en aquel lugar en el que había estado durante el velorio de su amiga Soledad. Amaba ese lugar ¿Era un lugar? Se sentía pertenecer allí pero también sentía que pertenecía acá. ¿Cuál era su Patria? ¿Era allá o acá en Ecuador? ¿Por qué estaba acá? Empezó a recordar entonces el lugar donde nació no en completa desnudez sino envuelto en la radiante energía del hogar cósmico del cual provenía y ... Sus pensamientos fueron interrumpidos. La maestra que le tenía mucha simpatía porque siempre hacía interesantes preguntas que le facilitaban su clase, aunque a veces esas preguntas eran muy
inquietantes, sintió que esta vez el niño había sobrepasado los límites y no podía permitir que sus palabras fuesen puestas en tela de duda. “Vas a tener que ir a la Dirección. Ve y cuéntale al Director que te he expulsado de clase y dile por qué. Yo hablaré más tarde con él”. Obedeció sin rechistar, sabía que él se lo había buscado. El Director al enterarse de lo sucedido le ordenó permanecer allí en la Dirección. “Esperaremos que venga tu padre”. El niño replicó que estaba previsto que ese día él iba a regresar solo caminando las tres cuadras de distancia que lo separaban del negocio familiar. “El vendrá cuando tu no regreses a tiempo” le contestó el Director. La mañana se le hizo larga pues esta vez pensó que no era momento para echar mano de su esfera y simplemente esperó tratando de dominar su impaciencia. En efecto el padre al notar su retraso fue por el niño a la escuela y allí se enteró de lo sucedido. Mientras su padre hablaba con el Director, una charla que él no pudo escuchar, percibió sin embargo una familiaridad inusual y notó el cariñoso estrechón de manos que se dieron los dos al concluir la misma, al tiempo que alcanzaba a escuchar las palabras del Director: “Salió como tu, inteligente y respondón. Quien lo hereda no lo hurta. No seas duro con él, es un buen chico, tiene notas excelentes y un desempeño estupendo en clases, te vas a llevar una agradable sorpresa este año”. El padre sonrió, como recordando sus viejos tiempos cuando él fue alumno del ahora viejo Director. Salieron juntos con rumbo a casa. El padre reafirmó lo que ya le había enseñado. “Hay que defender la verdad sobre todo y no
debes aceptar aquello que no es lógico, sin embargo debiste tener prudencia y pensar en los otros, no todos saben o comprenden lo que para ti es evidente, podías haber aclarado esos puntos con tu maestra cuando ella y tu estuvieren solos”. Así terminó este asunto, pero el niño no dejó de pensar que este grado le estaba resultando interesante y nada aburrido. Transcurrieron varios días antes que llegara la carta a su casa. La Sociedad Filantrópica del Guayas le había otorgado una medalla de reconocimiento por su condición de mejor alumno del Instituto en el cual estudiaba. Eso constituía un altísimo honor y una elevada distinción y ahora comprendía a qué se refería el Director cuando le habló a su padre de una agradable sorpresa. Los siguientes días nadie en el hogar mencionó el asunto de la medalla y el niño hasta lo había olvidado ya. En una de aquellas conversaciones de sobremesa sin embargo surgió aquello de que habría un evento en el que se entregarían las medallas. El padre como quien no dice nada expresó que los reconocimientos, sobre todo en materia de saber, solamente deben servir para recordar que hay mucho más por aprender. “Cuanto más sabes, más comprendes cuánto ignoras” –dijo- “Hiciste un buen trabajo en la escuela este año, cumpliste con tu deber de estudiar y aprender, y espero que sigas así siempre en tu vida”. La conversación de sobremesa continuó un rato más pero el asunto de la medalla ya estaba en la perspectiva que correspondía: el reconocimiento y la fama no era lo importante, lo importante era saber y la vida entera puede ser muy corta para todo lo que hay que aprender.
7 El dedo de Fulgencio Sábado al mediodía. Las puertas del negocio familiar se cerraban. El almuerzo fue rápido y sin sobremesa. Irían a la pequeña finca de 50 hectáreas o un poquito más, el tamaño no era relevante, pues no era la distante hacienda bananera y cacaotera de 1500 hectáreas a la que se iba por vacaciones largas. Esta vez se trataba del corto viaje de casi todos los sábados, al menos por un buen tiempo de su infancia, tan solamente a 49 kilómetros de la ciudad. Abuelos, tías, tíos, primas, primos, amigos propios y amigos de sus padres y claro, muchos familiares más disfrutaban del paseo. Para los “menudos”, como sabían decirles a los niños los adultos, ese paseo era como ir al paraíso. Caballos, entre ellos “Infernal” el favorito suyo por rebelde, burros, chanchos, conejos, gallos y gallinas, pavos reales, perros, patos y hasta gansos se cruzaban con los chicos en sus mil y una correrías. Loras y papagayos, pajaritos y palomas de varios tipos, tierreras y santacruces entre ellas, había a montones. También
había melones y sandías, badeas, papayas, chirimoyas, caimitos, ciruelas y grosellas. Choclos tiernos tomados de las matas, prontamente desgranados y tostados en una lata, sobre el fuego de una improvisada fogata, calmaban el despertar del apetito y el hambre de aventuras. Coles y lechugas, tomates, picantes ajíes, yucas y tantos otros productos de la tierra sembrados al pie de la albarrada eran cosechadas por los juguetones colectores y llevados a la cocina de la casa principal para preparar la cena de esa noche. La casa era de dos plantas y tenía en la parte baja dos o tres hamacas y algunos utensilios agrícolas que los chicos usaban para divertirse siempre estaban al alcance pues los peones de la finca no eran precisamente ordenados pues nunca quisieron aprender que hay un lugar para cada cosa. Garabatos, sogas entrenzadas y muchas cosas más dejaban de ser lo que supuestamente eran, para convertirse en juguetes en las manos infantiles. Algodoneros y árboles de ceibo, algarrobos, árboles de mangos y ciruelos, acacias, veraneras, palos santos, guayacanes y algunos otros con flores amarillas preferidos de los venados, que en la madrugada bajaban de los montes a beber en la albarrada, poblaban el lugar y le daban un toque de multicolor belleza a la finca. Las matas de piñuela por su parte, delimitando zonas de plantíos, pintaban la tierra como si fuese una colcha de bregué. Para un niño citadino, acostumbrado a la regularidad y dureza del cemento que expandía sus dominios en la pujante urbe, el contacto con la tierra, cultivada en algunos tramos es cierto pero la mayor parte virgen sin olor a humanos, era toda una aventura. Hasta los insectos y pequeños animalitos que encontraba en los árboles o los gusanillos en la tierra fueron llave que abría la puerta
de su curiosidad. Las “maría palito”, los “tarantantanes”, los gusanos pachones, todos ellos impregnaban sus retinas y se adentraban en su memoria, mientras le gritaban que en la tierra estaba la Vida manifestándose de mil maneras. El día siguiente empezó la actividad como era lo usual en el campo, muy temprano, y su padre le tendría una sorpresa. Lo llevó a unas sesenta varas distante de la casa principal y allí le dijo: “Es tuyo, puedes hacer con él lo que tu quieras.” Le señaló un pedazo de terreno que formaba un cuadrado imaginario delimitado por las cuatro pequeñas estacas que habían sido clavadas en los ángulos. El terreno de unos veinte metros por lado estaba plagado de maleza y uno que otro arbusto. El padre continuó: “Pienso que podrías sembrar sandías o quizás rábanos que a ti tanto te gustan ¿Qué decides?, de cualquier manera vas a tener que trabajar duro, tienes que desbrozarlo y preparar la tierra. La tierra es generosa y buena como una madre lo es con sus hijos, pero debes respetarla, y cuidarla”. El padre en realidad no era un agricultor, más bien era un hombre de ciudad, un citadino en toda la regla, más siempre había tenido en perspectiva que la tierra, toda ella, el planeta entero era una sola heredad para el hombre y que los recursos que ella ofrecía sólo podían convertirse en riqueza con trabajo y habilidad, y quería trasmitir esa manera de pensar y sentir a su pequeño hijo. “¿Y bien, que decides. Sandías o rábanos?”. “Rábanos, papá, más no se qué debo hacer ni cómo comenzar”. “Ya lo se, por eso le he pedido a Fulgencio que te enseñe”. Fulgencio era el viejo campesino que estaba a cargo de la finca y el chico siempre conversaba con él cuando le surgían inquietudes por saber cosas del campo. Entre las cacerías acompañando a su
padre y las mil preguntas a Fulgencio, había conocido de guantas y guatusas, de sajinos, pacharacas, pericos ligeros, tigrillos, venados, culebras y otros tantos animales. Ahora aprendería aquello de sembrar. Vino el viejo y quedaron solos ya, arrancando malezas pequeñas, él con sus manos, y Fulgencio con su machete tirando abajo los arbustos y pedaceando sus ramas para hacerlas montón. El machete cortó el viento pero esta vez con tan mala fortuna para Fulgencio que descargó el golpe sobre el dedo gordo de su pie izquierdo. La sangre manó a borbotones y el niño asustado quiso correr a la casa principal para avisar a su papá. “Hay que llevarte a un doctor “ –le dijo, mientras observaba que el dedo estaba casi desprendido a la altura de su primera coyuntura. “Tranquilo chico, espera”. El viejo se dirigió hacia un lugar donde la tierra era de un color amarillo ocre donde estaban adheridos unas protuberancias parecidas a los hongos, el chico tras él lo vio todo. El viejo escupió sobre esa tierra varias veces y preparó un emplasto con el que cubrió el dedo lastimado, tomó unas cuantas pequeñas hojas de una plantita que el chico diría que era maleza y con ella envolvió al dedo que estaba medio desprendido mientras lo sujetaba fuertemente en el lugar preciso, rasgó luego un pedazo de tela de su camisa y con ella apretada fuertemente sobre el emplasto y hojas envolvió su dedo lastimado. “Volvamos al trabajo” dijo y no hubo “pero....” que valiera. Ese día dejaron listo el lugar para realizar la siembra de los rábanos. La siguiente semana lo hicieron mientras conversaban sobre cómo estaba el dedo aunque ya había visto que aunque tenía un vendaje muy pequeño, Fulgencio no daba señales de que tuviera algún problema. ¿Qué te pusiste allí? preguntó el niño. “Bueno pues es un remedio para las cortadas”. “¿Y cómo supiste...? “Y yo que se, alguien me enseñó alguna vez. En la vida se aprende muchas cosas y la tierra sirve para mucho”.
Al fin de esa temporada el chico cosechó suficientes rábanos, para comerlos en grandes cantidades pues le encantaban, y mucho más, tanto que, con la ayuda de su padre, vendió casi toda la cosecha y pudo meter un buen poco de dinero en sus bolsillos que le sirvió para comprar un montón de libros y revistas. Uno de esos días en que se dedicaban a conversar, su padre le preguntó acerca de lo que había aprendido esa temporada allí en la finca. “Quizás la mejor manera de expresarlo sea –le contestó-, que he encontrado allí como si hubiera una melodía esparciéndose en el aire. Siento que allí hay vida en todas partes y que esa vida está entrelazada una con otra en armonía”. “Eres afortunado al poder captar el sonido de los campos, es verdad, allí hay música. La sensación de armonía y paz que tu has percibido es como si hubieras escuchado la canción que Dios canta a sus criaturas. ¿Ves por qué es que siempre digo que si El cuida de sus pajarillos por qué no va a cuidar de este gusano pachón que soy yo? Creo que pronto tendrás que aprender algo de música, ya veré qué hacer acerca de eso, pero dime ¿Qué más aprendiste?”. “Aprendí muchas cosas más pero sobretodo me llamó la atención algo que pasó con el dedo de Fulgencio”. Le relató entonces lo que había sucedido y la manera casi milagrosa con la que el viejo campesino había curado la terrible lastimadura. “¿Crees que se trata de un milagro?”. “Por supuesto que no –dijo el niño- pero me mostró que hay conocimientos que se obtienen incluso sin saber leer o escribir, Fulgencio es analfabeto, y sin embargo sabe secretos que la vida le ha enseñado”.
“Claro que si, él ha aprendido porque ha sabido observar y seguramente lo aprendió de alguien. Tu ahora lo sabes porque observaste y le preguntaste, como ves esa es también otra manera de aprender lo que no conoces, tienes que estar siempre atento. Te voy a explicar sin embargo que, es probable que la tierra que Fulgencio escogió sea aquella de donde proviene el producto químico con el cual se fabrican los antibióticos, aquellos que a veces cuando te enfermas te ponen en forma de inyecciones, y, las hojas tal vez contenían algún producto que desinflamaría su herida. Cómo ves no hay nada de mágico en esa curación, más bien hay magia en la capacidad de aprender que todos tenemos. Por otra parte, Fulgencio está viejo pero es un hombre sano, fuerte y bien alimentado. Su cuerpo respondió bien ante la emergencia que sufrió y regeneró la parte dañada. ¿Ves por qué siempre te insisto en que debes comer de todo? ¿Ves por que siempre insisto en casa que nuestra mesa debe estar bien provista? Una buena alimentación es una necesidad para todo ser humano. Tampoco comer en demasía es bueno pues eso sería gula y todo exceso hace daño. En todo caso, nunca alguien debería pasar hambre en su vida y se por qué te lo digo. Si puedes en tu vida evitar el hambre de alguien, hazlo. Algo más quisiera que tuvieras siempre presente en tu mente, un ser humano es como un árbol, sus raíces se adentran en la tierra y crece bien cuando la tierra es fértil y con cuidados muy prolijos de quien lo ha plantado; tiene que ser apartado de la broza, de toda hierba mala , de toda mala influencia, tiene que ser regado y fertilizado para que reciba el alimento que necesita para ser fortalecido en su crecimiento, ni mucho ni poco, mucha agua puede pudrirlo, poca puede secarlo; cuando va creciendo, los vientos pueden torcerlo y hacerlo crecer mal, tienes que ayudarlo a permanecer recto, ¿Has visto esos palitos que se colocan a su lado por un tiempo hasta que su tronco sea fuerte y pueda seguir
creciendo por si solo?, en el ser humano esos son los principios que lo ayudan a resistir los impactos de todo tipo de tentaciones que la vida le presenta. Cuando el tiempo pasa, el árbol logra ser lo suficientemente fuerte para construir su propio modo de intentar llegar hasta las estrellas que a ti tanto te deslumbran y puede también dar sus propios frutos según su naturaleza, en el hombre es igual, habrá un momento en tu vida que podrás ser del modo que tu quieras ser, hasta tanto trataré de ayudarte a crecer bien. ”. Estos eran los momentos en que se sentía tan íntimamente unido a su padre. 8 Infancia y política Era cerca de la una de la tarde, la clase había terminado, tenía hambre y deseos de retornar rápidamente a casa. Vio al automóvil de su padre que lo aguardaba estacionado a la puerta del instituto. El chofer que lo conducía, Camilo, se acercó para indicarle que lo estaban aguardando. En la fila posterior estaban sentados un hombre y una mujer. Subió a la parte delantera, saludó y respondió a las preguntas que siempre le hacían sobre cómo había sido la mañana de clases y, cómo siempre, también él les preguntó alguna duda que ellos podrían aclararle sobre las tantas cosas que a su edad se le tornaban interesantes, relacionadas con las actividades políticas que se desarrollaban en su cercano entorno. El y ella, pareja de políticos, casados, líderes y esperanza de “un pueblo luchando contra las trincas”, como en otras tantas ocasiones, lo recogían de su escuela en el automóvil y con el chofer que su padre ponía a disposición de ellos para trasladarlos desde la central política ubicada al lado del negocio familiar en uno de los dos inmuebles de su propiedad, hasta el hogar de la pareja ubicado en el sur de la ciudad.
Su padre había puesto, sin límite alguno, la fortuna acumulada en años de trabajo familiar, su tiempo, su talento como organizador y sus mejores virtudes, al servicio de una causa imprescindible para el país de aquellos días. Nunca pidió nada a cambio de su entrega. Era necesario fortalecer la expresión política de una fuerza social emergente, conformada especialmente por aquellos profesionales, comerciantes y una amplia base popular que anhelaba consolidar un sector productivo medio, básico para promover el desarrollo y la modernidad en el país que era asolado por intereses de grupos económicos a los cuales se los ha denominado siempre como “las oligarquías”. Esa particular circunstancia, desde su infancia, le permitió vivir experiencias muy especiales. Sus años de infancia transcurrieron así, matizados por el contacto muy cercano con dirigencias intermedias y personajes políticos que en el tiempo –algunos ya lo eran- se fueron convirtiendo en míticos líderes de las angustias y anhelos de un pueblo que se sentía oprimido desde siempre y que buscaba con afán pero de modo inconsciente quien los representara en su lucha. Pudo percibir así, y conocer sus virtudes y flaquezas, de directa observación y sin intermediarios -dada su condición de niño que pasaba desapercibido-, a estos personajes políticos en circunstancias en las que estaban medianamente despojados de la imagen que ante los demás, seguidores o enemigos, usualmente presentaban. Aprendió a reconocer que los dirigentes jamás se despojan totalmente de la imagen que intentan proyectar, siempre actúan, y lo aprendió de muchos modos. Uno de ellos fue cuando en una de aquellas recogidas de la escuela preguntó con inocencia al líder cómo podía saborear y comer con tantas ganas los ricos platos que comía en la casa de su padre y en su propia casa cuando al pie de la Central había gente que tenía nada o muy poco de comer en su mesa cada día, puesto que él no podía hacerlo ya que
cuando veía esas angustias perdía el apetito. La respuesta que le dio se fue por la tangente. “Había que cambiar las cosas para que todos pudieran comer bien”, le dijo el líder. Pocos días después de una visita que su padre hiciera al líder que pasaba un fin de semana en su casa de playa en la Milina, barrio por aquella época muy distinguido, situado entre Salinas y La Libertad, escuchó cómo su padre conmovido comentaba en casa, que lo había encontrado comiendo un arroz con menestra “pues no sentía apetito para más sabiendo que el pueblo no tenía qué comer”. Pensó entonces si su pregunta inocente había provocado ese cambio de actitud o simplemente se había tratado de una actuación para la visita que el líder ya esperaba, el padre del chico que le había hecho tal observación. Los acontecimientos con el paso de los años pusieron todo en la perspectiva adecuada. El líder en mención le falló al pueblo y fue finalmente despojado del partido político que tantas expectativas y esperanzas creó. Aprendió también, que en las actividades partidistas la traición siempre está presente. Aún en aquella época en la que todavía mucha gente se jugaba la vida por sus convicciones, las deslealtades se dieron y sirvieron para crear falsos liderazgos, vacíos de ideales, malignos y perversos, que luego construyeron las dinastías de supuestos redentores populares que aún perduran y se alimentan de los más caros anhelos de la gente que aún espera – y lo hará inútilmente- que un día surja el líder, éste sí, que va a salvarlos de la miseria. ¡Ah, si este pueblo tan sólo pudiera pensar racionalmente y no por los apetitos de sus vísceras! Vivió emociones indescriptibles al participar desde privilegiados lugares en los mítines y las concentraciones populares que en aquellos tiempos aún eran impulsadas por el fervor que una causa llena de ideales producía y no por el pago que en la actualidad hacen las dirigencias interesadas a sus convocados. La gente aún
creía que la causa por la que luchaba valía la sangre que literalmente derramaba, en las refriegas y enfrentamientos que las circunstancias en no pocas ocasiones provocaban. Escuchó entusiasmado los discursos enardecidos convocando a la lucha del pueblo contra las trincas. Aprendió las técnicas más rudimentarias para la producción de afiches y pancartas y percibió las angustias que pasaban los encargados de llevar los boletines de prensa y remitidos a los periódicos. Estuvo presente en reuniones con personas de las más variadas condiciones y para los fines más diversos. Visitó muchos rincones de la patria donde siempre observó cómo su padre era de conocido y apreciado, sobretodo por la gente de los estratos más humildes, quizás porque muchos de ellos habían compartido en alguna u otra ocasión, un desayuno, un almuerzo o una cena en la mesa familiar. Sus experiencias de aquellos días le permitieron desmitificar las imágenes de gente superior que creaban fatuamente los liderazgos de unos y otros bandos, total siempre resultaban ser mediocres e incapaces de dar una respuesta apropiada para que haya felicidad entre la gente en este mundo de las cosas y para que sembraran sus mentes de ideas trascendentes. ¿Acaso no podían educar, enseñar, hacer qué piensen con sentido más profundo? Lo que hacían le decía que eran tan comunes como lo era el resto de la gente, y quizás eran menos porque teniendo todo a su favor no enfocaban como deberían. Esa visión acerca de la política influiría de modo inevitable en muchas de sus acciones posteriores de su vida.
9 energías y visiones Tenía una sensibilidad innata y la facultad de responder intuitivamente ante situaciones o acontecimientos imprevistos. De ello empezó a ser consciente de forma muy precoz, eso lo sabía y sin embargo había cosas sobre él que no las discernía como un algo especial, aunque si lo eran. Desde siempre habían estado con él y por eso las reconocía como algo muy normal y creía que todos las tenían. Su sentido de “espacialidad” era una de estas cosas. Cuando caminaba por los pasillos siempre ocupaba el centro del mismo y no tenía esa tendencia, que había observado en muchos, de apegarse a las paredes. Le parecía extraño que así lo hicieran e incluso que pusieran sus manos sobre ellas, como queriendo evitar caerse ellos o que éstas se cayeran, más siempre pensó que no tenía mucha importancia aquello más allá de que ensuciaban las paredes, pero esta facultad era una clara muestra de la perfecta armonía de la cual gozaba, entre su orientación en el espacio y su inteligencia que lo impulsaba al orden, y es por eso que le resultaba sumamente fácil transitar entre líneas paralelas pues siempre supo distinguir su cuerpo del resto del entorno, ello le
enseñó que el orden debería ser parte de si, que la disciplina y la armonía tendrían que ser una guía en sus actitudes y comportamiento puesto que eran inherentes a su persona y, además, que los otros tenían su propio espacio que debía ser considerado y respetado. Le era muy satisfactorio y cómodo permanecer en campos abiertos, mucho mejor sin obstáculos para percibir el horizonte, por ello disfrutaba de estar sobre un monte, en la playa, pescando o mucho mejor si estaba solo y en la terraza de su casa, observando y pensando. Percibía como un gran motivo de alegría que su sueño fuese interrumpido en la madrugada por su padre o su madre, cuando aún era penumbra, para presurosos embarcarse en el pequeño yate familiar en busca de pesca y aventuras. Aprendió así, de robalos, bacalaos, pargos, pámpanos, caritas, corvinas, tiburones y cazones, cangrejos, jaibas, ostiones y mejillones, bagres y tantas otras especies que llenan de vida nuestros ríos, nuestros esteros y nuestro mar; aprendió de mareas y aguajes, de la luna y su influencia, de anclas, sedales, cebos, anzuelos y de mil cosas mas. Las lisas que saltaban del agua en pos de la luz brillante de las velas encendidas en el interior de las canoas que algunas ocasiones acompañaban a la embarcación de mayor calado en que navegaban, eran realmente fascinantes para él, y lo ponían a pensar en cómo aquellas especies morían en busca de una luz que siempre terminaba siéndoles esquiva. En esos momentos de esparcimiento y aprendizaje, la imagen de su madre se agigantaba ante su ojos, pues allí percibía más claramente en ella el modelo de lo que significaba ser la perfecta compañera de un padre, pues junto al suyo estuvo en todo momento ayudándolo a enseñarle a crecer, sin disputarle jamás liderazgo alguno y poniendo además siempre su generosa dosis de ternura al servicio de toda su familia.
Cuando concurría a lugares atestados de personas, en muchas ocasiones sentía como que lo estropeaban, aun cuando notaba que las personas no llegaban a toparlo. De a poco fue percatándose que en realidad su cuerpo no terminaba con su piel, cada vez le resultaba más evidente que, cuando alguien se le acercaba a más de unos treinta o cuarenta centímetros, ese alguien estaba invadiendo “su espacio”. Era como si una “descarga eléctrica” lo cruzara de lado a lado y “le dolía”. Quizás esa fuera la razón por la que no era muy proclive a los abrazos y otras manifestaciones de ese tipo. Con su madre era con una de las pocas personas en su mundo con las que sentía que el abrazo no le “dolía”. ¿Sería entonces, que la ternura y el amor de madre, y el de él para con ella, eran una poción mágica que diluía las fronteras corporales? Con su padre le sucedía diferente. Aunque había un amor inmenso entre ellos, las distancias corporales solamente se acortaban en contadas ocasiones; por ejemplo, cuando desde muy pequeño comenzó a darle masajes a su padre en su espalda y jugaban al “quien podía más”. Se enfrentaban así los músculos del padre y las pequeñas manos del chiquillo queriendo arrancar unos cuantos “ay” de dolor para sentirse triunfador, era algo así como el retozo de dos leones en la pradera, el mayor enseñando al cachorro mediante zarpazos controlados . Desde siempre supo que los afectos entre hombres se expresan con un estrechón de manos que abre el corazón a los acuerdos y a las voluntades compartidas o cuando más con una mano sobre el hombro en fraternal comprensión, cualquier otra manifestación física estaba fuera de lugar. Tal vez por eso había una distancia corporal en la expresión de sus afectos. La conexión íntima con su
padre era otra, era a nivel mental, era la energía del pensamiento fluyendo entre los dos. Tal era esa fluidez, que cada uno sabía lo que al otro le ocurría cuando la intensidad de los problemas se desbordaba, aunque estuvieran lejos y sin indicios ciertos de que algo estuviera sucediendo. Muchos principios rectores de su vida se fueron consolidando gracias a esa conexión. El padre supo siempre el momento y el lugar que eran apropiados para convertir un instante cotidiano en momento especial para que dos conciencias dialogaran y la experiencia vivida se volviera trascendente. Así aprendió a “esperar lo inesperado”, cuando subido en un árbol a dos metros o un poquito más del suelo de la finca, se lanzó a los brazos de su padre sin dudar ni un instante en que éste detendría la caída, más el padre abrió sus brazos para que la madre tierra lo acogiera. Todavía un tanto atarantado, más por la sorpresa que por los golpes recibidos , escuchó que siempre debería tener confianza en los demás a pesar de que hasta su padre aparentemente ahora le había fallado, que sin embargo lo había dejado caer porque quería que aprendiera que todo puede suceder, aún aquello que no se espera. Aprendió también así, que las drogas o el alcohol, como cualquier otro instrumento de escape a las elecciones que la vida plantea a los humanos, siempre terminan degradando hasta límites insospechados. Tomado de la mano por su padre, observó al drogadicto callejero, perdida la noción de este mundo, convertido en “superman”, hablando de tu a tu con Dios e invitándolo a luchar; también espectó la triste escena del alcohólico lamiendo un gargajo del mismo piso en que un grupo de desalmados se agolpaba para estimularlo a que lo haga a cambio de la botella de licor que le esperaba como premio. En momentos así su conexión
era más fuerte y el diálogo de sus conciencias analizaba los extremos pervertidos a los cuales podía llegar la naturaleza humana en determinadas circunstancias. Tenía cierta facilidad para captar las emociones de las personas con las que entraba en contacto. Le parecía muy normal poder percibir las emociones con tan sólo un ligero desplazamiento de su foco de atención visual, del centro que usualmente utilizaba, hacia esa especie de niebla que envolvía el cuerpo de la persona que observaba. Sabía distinguir el rojo brillante y fuerte que le anunciaba la cólera, la furia y el descontrol que invadía a la persona; el rosa pálido que le indicaba afectos, simpatías y amor; el azul oscuro le decía que estaba frente a una persona que en ese instante estaba decidida y con fuerte voluntad de lograr algo; vio a muchos que trabajaban arduamente y con decisión, envueltos en verde; captaba también el gris de quienes estaba profundamente tristes y había logrado detectar que las actitudes egoístas tornaban marrón el vaporoso traje de quienes así sentían. Las actitudes reflexivas, lógicas y de entendimiento le permitían percibir un cierto hálito dorado que se esparcía por todo el lugar y que incluso franqueaba las fronteras corporales. Al principio todo era como un juego. Le divertía descubrir que las personas aparentaban emociones distintas a las que realmente estaban sintiendo. Con el paso del tiempo aquello que para él era normal fue comprendido por él como un don muy especial que no debía ser discutido con nadie que no fuese su padre. Por algún caprichoso juego del destino podía percibir algo más de los rangos del espectro electromagnético y eso no era lo usual, había que mantenerlo en reserva no fuera que lo incomprendido se convirtiera en fuente de problemas. De a poco fue comprendiendo que el sonido y la luz son formas de energía radiante que tienen distintas longitudes de onda y los humanos solo podemos percibir ciertos rangos cuando disponemos de los instrumentos necesarios para detectarlos. Su
cerebro al parecer era un instrumento que rebasaba los rangos usuales. Sin embargo de esta facultad que poseía, no le ocurría lo mismo con la captación de los sonidos, puesto que desde los seis o siete años sintió disminuir sus facultades auditivas lo cual fue clínicamente comprobado al iniciar su adolescencia. Había ciertos sonidos muy agudos que podía percibir, aún cuando el volumen fuera bajo, en tanto que los sonidos graves requerían un volumen mayor para ser percibidos. Su olfato era, por otra parte, muy desarrollado, una gota de perfume la percibía en el otro extremo de la casa y cuando las mujeres en su hogar limpiaban el esmalte viejo de sus uñas, tenía que alejarse a gran distancia pues el olor del acetato de etilo le resultaba insoportable. Muchas veces observó que su cuerpo respondía con rapidez inusual a las lastimaduras que sus curiosidades, travesuras y búsqueda de intensas emociones, le provocaban. Pequeñas heridas en la piel , ligeros traumatismos, torceduras, moretones y hasta las comunes enfermedades de todo niño, casi no duraban y en muy corto lapso cicatrizaban o se curaban, y eso que él no usaba ningún secreto como el del viejo Fulgencio. Al parecer su sistema inmunológico era especialmente fuerte en si mismo y capaz de restaurar muy rápidamente el orden de sus sistemas corporales. Una ocasión jugando a ser arquero de fútbol se lanzó al piso con tal mala fortuna que una filosa piedrecilla produjo un pequeño corte en su piel y hasta alcanzó a perforar una de las venas de su antebrazo muy cerca a su muñeca. De ese corte brotó un fuerte chorro de sangre que se elevaba cincuenta o sesenta centímetros. Lo mostró a sus familiares reunidos en la salita familiar provocando que como en tropel concurrieran al doctor y a la farmacia que quedaba frente a la casa, en tanto que el niño tapaba la herida con su dedo. Se preparó la inyección de vitamina K previa a la intervención quirúrgica que parecía inminente para dar unas cuantas puntadas que cerraran la perforación, y cuando
iban a ponérsela, en ese instante retiró su dedo de la herida y la sorpresa de todos fue mayúscula pues el chorro había cesado y la herida casi había desaparecido. Así trabajaba su cuerpo, regenerándose rápidamente cuando era necesario. Hubo muchos otros episodios similares durante su vida que confirmaron que esa era su normalidad pero no era la usual. Respecto de su sentido gustativo, él era capaz de percibir un abanico amplio de sabores como respuesta a la combinación de las varias situaciones estimulantes con las que le agradaba experimentar, entre ellos textura, temperatura, olor y gusto. Los cuatro sabores básicos: dulce, salado, ácido y amargo, y todas sus variantes, le resultaban de fácil detección y ello contribuía a que muchas ocasiones se metiera en problemas, puesto que una vez registrado en sus neuronas el sabor de algo, en cualquier diferente situación lo podía percibir y él tenía muy definidas sus preferencias y sus rechazos. El sabor de la cebolla roja no le agradaba pero una vez cometió el error de expresar su desagrado por el sabor que ésta tenía y ello fue realmente un problema, puesto que su padre durante algo más de una semana insistió que se sirviera en cada comida lo suficiente para que él aprendiera a dominar sus desagrados, le resultó claro entonces que había una conexión insospechada entre su lengua y su carácter.
10 ¿Qué miras niño? Era una de aquellas tardes en las que sus amigos brillaban por su ausencia. Decidió ir al parque, a los columpios, y quizás entonces a hacer silencio en su mente y jugar con Soledad. De su casa al Centenario tan sólo había dos cuadras de por medio y las caminó de prisa. Antes de llegar a los columpios observó, sentada sobre una de las bancas, a una viejecita que le pareció muy simpática aunque su facha era como si estuviera vestida de pobreza. “¿Qué miras, niño?”, le dijo la viejecita al pasar, y antes que él pudiera al menos esbozar un intento de respuesta, ella prosiguió: ¿Acaso llama tu atención mi feo rostro lleno de arrugas, mi nariz torcida por el tiempo y los golpes que he sufrido en mis caídas deambulando por este parque? ¿Acaso lo hacen mis ojos tristes por la pena o es la suciedad y pobreza de mis ropas? ¿Vas a burlarte de mi ahora? El, que ya había disminuido el ritmo de sus pasos, se detuvo y le contestó casi como en un susurro: “No señora, tan sólo me llamó la atención su soledad porque es como la que yo sentí hace un momento antes de venir acá con el propósito de entretenerme un poco. De cualquier manera me parece extraño que usted esté tan sola aquí cuando después de un rato la noche va a empezar con su oscuridad”. La viejecita cambió de actitud ante sus palabras amistosas, ella momentos antes seguramente había temido que
fuera uno de aquellos chicos que de ella se burlaban por su aspecto, y ahora comenzó a contarle la razón por la cual ella siempre andaba deambulando por la calles y en la pobreza material más absoluta. Se enteró así que cuando ella enviudó sin tener precisamente una gran fortuna, sin embargo tenía bienes suficientes para vivir una vida tranquila y sin zozobras, también tenía dos hijos, una mujer y un varón, adultos, de alrededor de unos veintiocho y treinta, con hogares ya formados, los cuales impulsados por sus ambiciones y las de sus parejas respectivas, la habían convencido de poner todos los bienes que ella poseía a nombre de ellos, puesto que esos bienes les correspondía por “herencia”. ¿Cómo podía oponerse a tal solicitud?, eran sus hijos, ellos cuidarían de ella, a ella los bienes no le importaban realmente aunque junto a su marido fallecido había trabajado mucho para lograrlos. Lo hizo y casi, casi, de inmediato, cuando todo estaba ya “legalizado” sus hijos le voltearon la espalda y tras discusiones que forjaron para que su vida se tornara más difícil cada día, llegaron a decirle que lo mejor sería que ella se fuera de la casa que antes le pertenecía. Así de tumbo en tumbo llegó a convertir los parques en su hogar alimentada por la caridad de la gente ante la cual extendía su mano. En la medida que él se adentraba en el conocimiento de las dificultades que en su vida había soportado la viejecita y observando que en el corazón de ella no había odio acumulado o reproches para las acciones de sus hijos sino más bien una entrega de amor a ellos y una súplica no dicha por el amor que ellos le negaban, el rostro de la anciana fue adquiriendo una belleza que sus ojos no habían captado de principio en plenitud, pero estaba seguro que la respuesta a la pregunta de la anciana estaba en que la miraba por haber visto de pasada una incoherencia entre la aparente fealdad de su estampa con una belleza eterna que pugnaba por expresarse y era esa la razón cierta que lo obligó a fijar en ella su mirada. Pero ahora estaba cerca, tenía a esa viejecita junto a él y podía observarla más allá
de los andrajos, su mirada había cambiado de enfoque y percibió toda la energía de amor que ese cuerpo maltrecho emanaba y captó en esa luz dorada una belleza eterna que nunca olvidaría. Pudo ver entonces la bella mujer que ella había sido en su juventud, sus andrajos se convirtieron en ropaje de hadas y sintió vibrar su corazón y el de ella en una frecuencia inusitada. Pensó en la belleza que se puede encontrar detrás de una imagen maltrecha, pensó en la necesidad de que alguien ayudara a que se hiciera justicia en casos como éste y sintió que sus interrogativos amigos ya querían salir de su esfera para provocarle mil y una reflexiones. No se sentía con el ánimo predispuesto para ello. Debo irme le dijo rápidamente, ya es tarde y tengo que volver a casa, y él que nunca daba besos, en un impulso que no pudo contener, depositó uno en la frente arrugada de esa viejecita a la que nunca más volvió a ver.
11 música, piano y solfeo Volvía de la escuela al mediodía, cursaba el tercer grado, y todo era agitación en su casa. Había gente extraña en la sala. Un par de hombres acababan de colocar el pequeño piano que su padre había adquirido y ya se retiraban. Al parecer su padre no había olvidado la mención que oportunamente hiciere en una de sus conversaciones, acerca de que debía conocer algo de música. Pocos días más tarde vino a casa el joven profesor de piano que rápidamente estaba ganando prestigio en la ciudad como un buen intérprete de música clásica y también de la popular de aquella época. Oswaldo, que así se llamaba el profesor, era muy riguroso en lo que se refería a la comprensión de la teoría musical y no se diga respecto de la ejecución de una pieza. Algunos miembros de la familia podían ensayar interpretaciones “de oídas” cuando el profesor no estaba, pero a él no le estaba permitido. Debió aprender notación musical para poder leer las canciones en los pentagramas, tal cual como las había ideado el compositor. Muchas para su gusto fueron también las horas aprendiendo el solfeo. Tenía que cantar marcando el compás y reconociendo las notas. Pero, si él ya las conocía, si en toda la vida había música, y solamente en determinados momentos se encontraba con una
disonancia que rompiera la armonía. Además el tenía su propio ritmo. ¿Para qué tantos ejercicios? El profesor insistía y a regañadientes el solfeaba y aprendía. Había otros ejercicios que le agradaban menos y eran aquellos mediante los que repetidamente debía sacar las notas y formar acordes con las teclas blancas y negras, las cuales le recordaban el juego de ajedrez que prefería. La música estaba allí en su mente, en la realidad de la vida, y hasta había descubierto que la más perfecta armonía y las notas mejor ejecutadas estaban sin pentagrama alguno en el lugar aquel al que llegaba cuando su mente y su corazón estaban en total y absoluto silencio. Cuando deseara era sólo cuestión de sacarlas de aquel lugar y traerlas acá, convertidas en melodía. Tenía eso si la dificultad que sus dedos no respondían con habilidad a las instrucciones de su mente, al menos frente al piano no podía, pues cualquier otra cosa si le resultaba fácil de hacer con sus manos. El profesor pensaba que era cuestión de darle flexibilidad a los dedos del chiquillo y no encontró mejor manera de hacerlo que dándole frecuentemente encima de ellos con la regla que portaba. Así fue que se convenció que, aparte de las tres o cuatro canciones regularmente logradas que podía ejecutar, no podría llegar a más y ni de lejos convertirse en un virtuoso del teclado. Unos cuantos meses duró la aventura como pretendiente a pianista y luego fueron otros los miembros de la familia a quienes se les reconoció talento musical aunque con otros instrumentos. Pero para él, estaba claro que muy dentro de si había música, pues dentro de si había ritmo y armonía, además estaba aquel lugar donde la música era. Aprendió a conservar eso para sí y nadie más, no era necesario disputar con alguien algo que era suyo y no requería confirmación de alguien más.
12 una idolatría que nacía Los vio llegar uno a uno. A Romo, el arquero. Al “pibe” Sánchez, al “ratón sabido” Enrique “Pajarito” Cantos , a Chuchuca, a Vargas ... y a tantos otros cuyos nombres ya no recuerda porque para él todos eran uno solo, eran Barcelona, “el equipo”, el que poco tiempo atrás había vencido a Millonarios, cuando eso era una tarea casi imposible. La mesa de su hogar estaba llena de todo cuanto alguien podía imaginar para tener una cena de celebración, estaba también el conjunto “No me acuerdo” que su padre había contratado en la lagartera para animar la fiesta. El motivo de celebración era que el equipo, como siempre, esta vez también había ganado el partido que se había jugado esa noche en el Capwell, en ese estadio donde estaba construyendo su idolatría entre la gente. Como aquella noche hubo muchas, pues su padre era uno de aquellos que “apoyaban” al equipo de mil maneras, entre ellas con aportes económicos al club y las más de las veces con celebraciones y resolviendo problemas personales y económicos de los jugadores. A ese estadio concurrió innumerables veces, las primeras asido de las manos de su padre y su madre, inseparables compañeros de
diversiones, esfuerzos y locuras, y muchas otras, con primos y amigos. Espectó en más de una vez, agazapado entre las sillas de madera de los palcos y tribunas, los enfrentamientos entre aficionados rivales cuando éstos se producían, y también participó en la monolítica unidad de todos los espectadores con sus ensordecedores gritos en arengas incansables en pro de un Barcelona que doblegaba rivales linajudos con las diabluras de sus “cholos” nacionales. Todos ellos, el equipo entero, eran un grito popular diciendo que lo imposible no existe si existe la actitud, si existe la garra, esa garra que permitía estar serenos en los graderíos aunque se perdiera con dos o tres goles de diferencia hasta pocos minutos antes de que finalizara el partido, porque los muchachos remontarían lo imposible y harían suya la victoria... y lo hacían. Fue en esos años donde se le metió en la sangre Barcelona. Su emoción nunca fue un “anti” alguien, pues no cabía en su espíritu otro sentimiento que aquel de idolatría que lo ligaba a su equipo. Los demás simplemente eran nada, sólo eran el rival de turno al que su equipo vencería. Y cuando perdía, bueno siempre había “razones” que eran razones del corazón que la razón de la mente jamás intentaría entender. Las camisetas oro y grana y las pantalonetas y polines negros eran como una bandera que simbolizaba el fervor de un pueblo por construir una identidad mediante su idolatría al equipo de sus amores. Eran tiempos de inocencia en que el espíritu amateur aún tenía vigencia en los estadios. Se jugaba y se divertía, se lo hacía por amor a la camiseta. Por aquella época no había descubierto aún con su mente lo que el fútbol puede ser, un reflejo de la vida misma. Su sentimiento era
sólo eso, un sentimiento, una pasión, tal vez la única que se escapaba a las interrogantes que los habitantes de su esfera le planteaban en diversos momentos de su vida. ¿En esa pasión desmedida estaría Nadie echando leña?... vaya uno a saberlo.
13 al colegio Se diría que para él no existió aquella transición que muchos han dado en llamar “la edad del burro”. No hubo punto de ruptura o de inflexión que se pudiera notar. Lo relevante fue una decisión, aparentemente inexplicable, por parte de su padre. De muchas maneras esa decisión influyó muy grandemente en su vida. Era principios de enero cuando le fue comunicado por su padre y su madre que había sido matriculado en un colegio muy reputado de la ciudad por su nivel de enseñanza y por ser regentado por sacerdotes jesuitas, al igual que el San Gabriel de la ciudad capital donde había estudiado su padre durante algunos años de su niñez y adolescencia. Su padre podía dar fe de que los jesuitas enseñaban a conciencia y con disciplina, también era previsible que entre sus compañeros de clase habrían muchos pertenecientes a familias pudientes y que serían escasos, o habría ninguno, provenientes de esos hogares en que la lucha cotidiana por la vida era probablemente toda su preocupación. El período de vacaciones tuvo que convertirse en una mixtura entre las despreocupaciones usuales y la preparación extra en los estudios e investigaciones para aprender cosas nuevas, estimulado por el hecho de la nueva etapa de estudios que la vida en su normal desarrollo le planteaba.
Un día muy cercano al comienzo de clases, su padre en una de las conversaciones de sobremesa comunicó a todos y en especial a él que había cambiado de opinión y que ya no realizaría sus estudios secundarios en el colegio religioso en el cual estaba matriculado. Había tomado tal decisión porque consideraba que era necesario que el chiquillo estudiara en un colegio nacional y tuviera contacto cercano con otras realidades de la vida en sociedad y con otras maneras de pensar. Había comunicado su decisión a las autoridades del colegio religioso y los valores entregados por matricula y pensiones adelantadas de un año de estudio no fueron retirados para que fueran considerados como una donación para el desarrollo de la institución, quedaba claro así para todos y en especial para él, que la decisión paterna no estaba motivada de manera alguna por razones económicas. Por aquella época eran dos los colegios nacionales entre los cuales habría que escoger para los propósitos mencionados por su padre. El tradicional, caracterizado por ser el más grande en cantidad de alumnado y por su cierta tendencia a intervenir en acciones políticas y bullangas extra-colegio, y, ciertamente, generalmente triunfador en las presentaciones culturales y deportivas intercolegiales. Había un colegio nacional más pequeño en alumnado, con un viejo edificio establecido en la zona céntrica de la ciudad, el cual luego de una huelga realizada por sus estudiantes el año anterior había sido reestructurado, y logrado reunir un grupo muy selecto de profesores para cumplir una nueva etapa de vida institucional. Su padre había decidido que era en éste último donde debía realizar sus estudios secundarios. “Serás un pionero, serás tu quien colabore para hacer grande a tu colegio, casi nada está hecho, todo está por construir, tu papel es dedicarte a aprender, respetar a tus profesores y obtener de ellos cuanto conocimiento puedas, tienes un oportunidad muy especial”.
Se iniciaron las clases, y, las maderas crujientes de las escaleras y pasamanos del viejo edificio le recordaron lo que su padre había mencionado, en ese colegio había muchas cosas por hacer y la mayoría de sus compañeros provenían de un mundo al cual debía conocer. Los años venideros, aun aquellos que se desenvolvieron en el nuevo edificio de cemento que cuatro años más tarde fuera puesto en funcionamiento, fueron años singulares por la oportunidad que le dieron de acercarse a realidades que no conocía a plenitud. En esos años tan especiales tantas cosas fueron logradas y hasta se habló de una “época de oro” por la conjunción de factores que hizo de aquel colegio un referente de la ciudad. Sus directivos, sus profesores, sus alumnos, todos estaban férreamente unidos en una sola tarea: sentirse orgullosos de ser parte de él... y desde luego, lo lograron, construyeron motivos para que ese orgullo tuviera un fundamento real. En cuanto a él, recuerda ahora que fue un tiempo en el que adquirió certezas, alimentó dudas, compartió los panes con queso que para ellos llevaba en sus bolsillos, con aquellos compañeros que llegaban caminando desde los barrios apartados, cuyas casas eran construidas sobre cuatro palos enclavados en el manglar, sin que hubieran puesto alimento alguno en sus estómagos. Los ruidos del Tener coquetearon con su espíritu y se peleó con Dios hasta negarlo. Pudo escuchar los gritos de la vanidad, del orgullo, de la sensualidad, la fama y la moda, sintió las tentaciones de su cuerpo, percibió la tibieza del sentimiento que sólo es ilusión tempranera y que a veces se confunde con amor, escribió sus primeros versos, preguntó hasta cansarse y sobrevivió.
Algunas de esas experiencias vuelven ahora a recrearse en su memoria....
14 un guapito de barrio Era uno de esos días de la corta vacación que el colegio concedía por la semana del estudiante durante el primer año de sus estudios secundarios. “Ven y sígueme, quiero que observes algo, ¡aprisa! que sino no lo alcanzamos”. Seguir el tranco largo de su padre, para él que todavía era un chiquillo, no le era fácil pero allí fue tras él haciendo su mejor esfuerzo Al parecer por alguna causa su padre había regresado del negocio familiar a la casa y había visto al llegar a ella algo que quería compartir con su hijo. Caminaron un poco retirados, unos ocho metros detrás de un chico de unos catorce años que él aún no alcanzaba a distinguir bien quien era. Mantuvieron la distancia mientras le preguntaba a su padre de qué se trataba todo esto. El padre respondió que debía tener paciencia y continuaron así tras el chico por unas cuantas cuadras hasta que penetró en el local de una vidriería, era la vidriería que casi todo chico de esa época conocía donde estaba ubicada y a la que era mejor no acercarse mucho pues allí el
dueño que la atendía era un conocido homosexual que disfrutaba sus placeres pervertidos con chicos adolescentes. Sólo un instante antes de que el chico penetrara en el local él pudo distinguir claramente su figura de cuerpo entero y su sorpresa fue mayúscula pues se trataba de quien en el barrio en que vivía tenía fama de ser “bien macho”. Era el clásico guapito del barrio, adelantado en los trucos de la vida y orgulloso de ello porque tenía siempre como premio a dos o tres enamoradas a la vez, con las cuales siempre se pavoneaba de aquí y allá en el cine o en cualquiera de los tantos espectáculos que por aquella época llegaban a la ciudad. “¿Sabes por qué ha ido allí?” -le preguntó el padre. ”Pues no lo se, pero pienso que no debía ir, ya que todos van a pensar que él es un maricón” –le contestó. “Esperaremos un rato” La espera fue de algo más de media hora. El guapito salió de prisa y guardaba algo en uno de los bolsillos de su pantalón. Se alejó rápidamente con su cabeza agachada. “¿Qué crees que pasó allí adentro?” –pregunto su padre esta vez. “No lo se, supongo que nada bueno”. “Tuvo sexo con ese pervertido pues a eso vino, eso es lo que pasó”.
“Pero él es un hombre y el otro también, y el sexo debe ser entre un hombre y una mujer, es lo natural, lo contrario es repugnante” – replicó el chico. “Tu lo has dicho, ¡debe ser!, pero en este caso no lo es, no es lo natural y por tanto es una perversión del orden de las cosas”. “Nunca me hubiera imaginado que... él tiene fama de ser tan macho y dicen que tiene enamoradas con las que hace cosas”. “Pues ya ves cómo son las cosas, él viene acá en busca del dinero que el vidriero le da a cambio del disfrute que obtiene por permitirle adueñarse de su cuerpo, es el mismo dinero que el chico usa para invitar al cine a sus enamoradas, tomar helados y tantas cosas más con ellas y sus amigos. ¿Qué ironía, no lo crees? Para mantener su fama de macho él entrega su virilidad y el precio que paga por esa fama es sumamente alto ya lo ves. Quizás en este caso, el padre de ese muchacho tiene mucha responsabilidad en lo que le sucede, pues no solamente no ha sabido enseñarle lo correcto y por otra parte he conocido que jamás se ha preocupado de poner algún dinero en el bolsillo de su hijo y eso es un error. Te lo dije ya alguna vez, en todo debe haber un equilibrio. Muchas veces te he mencionado que el dinero que te doy para ti cada semana es el justo y tan sólo un poquito más de lo que necesitas. Siempre evito que tengas mucho o que nada tengas. Si nada tuvieras te estaría exponiendo a riesgos similares a los que este chico sufre y si te doy demasiado lo probable es que no tendrías amigos verdaderos sino adulones que sólo te apreciarían por lo que puedas invitarlos. Se de cualquier manera que aunque a ti el dinero te faltara, al menos en este tipo de perversiones no caerías puesto que siempre reflexionas sobre todo y sabrías que esto estaría mal, de todos modos he querido que sepas lo que le pasa a éste como a otros tantos chicos que no piensan en lo que hacen.
Además, sino ahora, en algún momento de tu vida tendrás frente a ti diversas formas de ser tentado con mil y una perversiones. Todos podemos ser débiles en algún momento de nuestras vidas, debes recordar eso siempre y tratar de evitar estar en dónde no debes pues allí es cuando eres más vulnerable. Ese chico, por ejemplo, ¿Lo has visto de qué manera demuestra la importancia que concede a la imagen de su persona? El se cree un chico “lindo” , lo he visto entrar al gimnasio, parece que levanta pesas y tiene sus músculos tan bien formados como si fuera a competir en algún torneo y es tan sólo un chico que aún no termina de crecer. ¿Observaste que cuando caminaba a la vidriería se peinaba a cada instante y que cada vez que su imagen se reflejaba en las vitrinas de los almacenes él volteaba para verse? El adora a la imagen de su cuerpo lo cual me hace pensar que su lado femenino ha tomado control sobre su vida o al menos la conciencia de su virilidad la tiene en duda. No quisiera que pienses que cuidar del cuerpo, de su limpieza y pulcritud, de su desarrollo y bienestar sea algo malo, no lo es, es la actitud que tengas y la importancia que le des a eso lo que puede convertirse en una perversión, pues todo en demasía está mal, aún lo que en principio es bueno. Todos los placeres de la vida comienzan por mostrarte una fase agradable, pero si los extremas entonces te perviertes y trastocas el orden de las cosas. Y bueno, creo que ya he hablado mucho, dejémoslo allí y acompáñame que quisiera que pruebes un sabrosísimo escabeche de corvina que preparan aquí a la vuelta”.
15 Estoy aquí: sexo... Y bueno ¿Vas a venir o no? . Tenia entre quince y dieciséis. Quien se lo preguntaba era uno de sus amigos más cercanos, ¿O es que tienes miedo? Ven para que te hagas hombre de una vez. Tenía curiosidad pues una cosa es conocer acerca de algo porque se lo ha estudiado en los libros y otra es sentirlo. Pero no, no iría y así se lo dijo a su amigo. ¿Por qué no vienes, acaso no te gustan la mujeres? No te va a costar nada, es un regalo que queremos hacerte tus amigos, en tu casa nadie va a saberlo. La casualidad vino en su ayuda ¿Era una coincidencia? ¿Existen éstas? Lo cierto es que estaban parados en la puerta del taller donde siempre se reunían los muchachos vecinos del barrio y un perro se acercaba a una perra que se encontraba echada a pocos pasos del lugar. Cómo siempre pasa en esos casos, el perro comenzó a olfatear el trasero de la perra y en un dos por tres se montó encima de ella e inició el acto sexual que su instinto le ordenaba, no pasó mucho rato que ya quedaban pegados sin poderse desprender. Los dos amigos se miraron y rieron a carcajadas.
¿Ves por qué no voy? No soy un perro, no actúo por instinto. La razón guía mis conductas y no tengo que probar nada a nadie. Me agradan las mujeres, es más, ellas me fascinan, pero no tengo que tener sexo para convertirme en un hombre, ya lo soy. Su amigo comprendió que el momento de iniciarse le correspondía a él y que no habría presión alguna que pudiera ejercer para obligarlo a actuar de manera que no quisiera, ya lo conocía y sabía que si quería ser su amigo tendría que respetar su modo de ser. No sólo era curiosidad lo que sentía, sentía mucho más que eso pues la fuerza de la atracción sexual es muy poderosa. En no pocas ocasiones sus sueños se habían convertido en verdaderas torturas porque el sexo en ellos le parecía ser tan placentero y sin embargo su razón consciente le decía que la pasión que erizaba su piel y lo estremecía de deseos debía ser en el contexto de un hogar y no repartido sin sentido a las damiselas que deambulaban por las calles o que proveían sus servicios en los burdeles por todos conocidos. Tal vez no se trataba sólo de los reparos de su razonamiento, es que siempre estaba la barrera de energía que se proyectaba un poco más allá de su cuerpo físico y sentía cierta repugnancia y dolor cuando ésta era violentada, sabía además que sólo la ternura del amor diluía esa frontera que la naturaleza le había proporcionado. Entonces le resultaba claro que el sexo sin amor no saciaría las urgencias que sentía. Había aprendido que los momentos llegan cuando deben y aunque la paciencia no era precisamente una de sus virtudes, comprendía que tendría que esperar. ¡Tener un cuerpo femenino entre sus manos para su placer! Por mucho que bailara esta idea entre sus sueños se asemejaba tanto a la disyuntiva que hacía ya varios años le había planteado ese
extraño personaje llamado “Nadie” en aquel inolvidable diálogo en la biblioteca de su hogar. ¡Ser o Tener! ¡Tener o Ser! Vaya dilema. El personaje había cumplido su promesa, siempre estaría allí cerca de él, o más bien dentro de él, y allí estaba ahora diciéndole todo el placer que podía obtener si tan sólo olvidaba la fuerza del amor que es la que alimenta al ser. Le resultaba difícil enfrentar la tentación pues se sabía vulnerable y luchaba contra una fuerza realmente poderosa tanto que era la fuerza que promovía la proliferación de la vida en el mundo de las cosas. Lo que sentía no era malo en si, era completamente natural, lo sabía, pero era su poder de escoger, la manera en que resolviera el dilema, lo que calificaría su apetito como bueno o malo. Su conciencia era su guía y él la escuchaba atentamente para saber lo que realmente su espíritu quería que su vida fuera. Había imaginado que alguna vez tendría un hogar, formado con una mujer capaz de compartir anhelos y esperanzas, de vibrar juntos en frecuencias aun por nadie descubiertas y crecer juntos como personas felices procreando hijos nacidos del amor... Debía proteger de los impulsos momentáneos de su cuerpo aquello que en realidad deseaba su espíritu Debía entonces hacer que su inteligencia funcionara en sus niveles más elevados para enfrentar la situación que avizoraba sería cada vez más incitante y peligrosa en la medida que creciera. Tendría que diseñar barreras adicionales para protegerse. Optaría por evitar colocarse en situaciones donde hubieran muchachas alocadas carentes de inocencia y trataría que siempre sus amigas fuesen chicas con quienes si llegaba a enamorarse pudiere sin reparos pensar en un hogar. La decisión era lógica - “no puedes andar entre el lodo sin que llegues a embarrarte” sabía decir su
padre- pues estaba muy seguro que este tipo de lodo le resultaba fascinante. Otra acción tendría que tomar también para evitar peligros no deseados pues un hombre y una mujer juntos y en solitario podía convertirse, sin desearlo o percibirlo hasta que fuera ya tarde, en una situación muy embarazosa, independientemente que se tratara de una chica inocente. Había escuchado que ”la mujer es fuego y el hombre estopa, luego viene el diablo y sopla...” peor aún, él era una estopa que tenía su propio fuego, evitaría pues estar a solas aún con las chicas inocentes. Sabía que podría resistir los embates en esta lucha en la que nadie podría ayudarle, estaba solo pero se sentía fuerte porque sus convicciones lo protegían y porque en lo profundo de esos sueños tormentosos también se deslizaba ya la presencia de aquella mujer compañera de viaje al infinito que en el momento oportuno aparecería en su vida. La presentía aunque no podía visualizarla todavía, sabía que estaba ahí, en algún lugar esperando por él, más tarde o más temprano se produciría el encuentro.
16 los caminos de la vida Al colegio prefería ir a pie, nunca quiso trasladarse en el reluciente “Impala” de su padre y mucho menos conducido por un chofer. El viejo edificio quedaba a relativamente a pocas cuadras de su casa y cuando le tocó la hora de ir al nuevo edificio mucho más distante, prefería levantarse más temprano e iniciar la caminata larga que tomar el colectivo, puesto que le resultaban como siempre intolerables los apretujones inevitables en ese tipo de transporte. En sólo una ocasión que duró unas pocas semanas decidió ir en colectivo y fue después que sus ojos cruzaron miradas con los de una bella chica cuatro o cinco años mayor que él que se dirigía a la parada. La siguió y así comenzó una amistad que sin saber por qué culminó en una relación que se suponía era de enamorados y que nunca podía prosperar, puesto que no tenían nada en común y le significaba a él tener que abrir sus fronteras energéticas a una invasión que no deseaba, y ella desde luego no era la mujer que esperaba para compartir su vida. Aquello terminó rápidamente y continuaron sus caminatas de ida y vuelta al colegio. La bicicleta fue el motivo para su primer ingreso a la Universidad, es que fue allí frente a la Facultad de Jurisprudencia, en la ciudadela de la estatal, aún con calles vestidas de cascajo, donde
aprendió a montarla, cuando aún frisaba los siete u ocho años. Tal vez por esa remembranza es que cuando obtuvo su título de bachiller pensó que ese era el lugar adecuado para aprender a montarse en los códigos y utilizarlos para procurar justicia en el país. Le agradaba montar su bicicleta de paseo marca Raleigh pues hacerlo le recordaba siempre que para no caer era necesario mantener el equilibrio, ese equilibrio que debía empezar dentro de si mismo. Con ella aprendió cosas que no sospechaba pudieran existir, por ejemplo que toda una familia viviera por las bicicletas que tanta alegría proporcionaban a los chicos de su edad. Esa familia en un pequeño local, las alquilaba, las reparaba, las embellecía y servía de sitio de reunión donde se podía escuchar conversaciones simples de los pequeños y también, de cuando en cuando, las interesantes reflexiones de los mas variados tipos que hacían los adultos que allí concurrían. Aprendió luego, a los once años, que la honradez de los demás no existe, cuando se comete la tontería de dejar la bicicleta en el portal y se sube a una casa en busca de algo o alguien. Volver y encontrar nada donde debía estar su bicicleta fue un impacto que produjo una fisura en su inocencia. ¿Será en momentos así cuando las personas comienzan a coquetear con un cinismo que de a poco intenta establecerse en sus corazones? ¿Estaba allí Nadie otra vez alimentando el odio que sentía por la pérdida sufrida?. Su padre tenía otra vez razón: “había que esperar lo inesperado”. No era eso razón para perder la confianza en la bondad de las personas. Vade retro ... A los doce su padre juzgó apropiado dotarlo de una moto alemana, Griztner era su marca y el modelo era Monza. Con ella recorrió de arriba abajo la ciudad. El viento en su cara a velocidades que le parecían exorbitantes en esos tiempos le daba una sensación de
una libertad muy especial puesto que ésta lo fusionaba con la naturaleza aunque estuviera en la ciudad. Conducir bajo la lluvia no tenía parangón, era algo inigualable, era como si la naturaleza le recordara que su cuerpo era parte de ella, una gota más entre las otras que se juntaban para limpiar todas las impurezas que en la tierra hubieran y luego arrobado por el paisaje ver al arco iris pintar de colores el cielo despejado y al sol radiante otra vez brillar. A los catorce apareció en su vida “el pichirilo”. Tal vez era una locura que su padre haya puesto en sus manos un carro siendo todavía un chiquillo en realidad, incluso no podría conducirlo legalmente sino con permiso otorgado para manejar acompañado por conductor con brevet profesional y licencia para hacerlo. Su padre argumentó en ese entonces que “si desde hace más de siete años este chico tiene una carabina de repetición calibre 22 en sus manos y la usa responsablemente, me acompaña a las cacerías y es capaz de comportarse como adulto, entonces es confiable para tener y conducir un vehículo, se que no me defraudará y esta experiencia será parte de su crecimiento” Tal vez el argumento era expuesto para convencerse a si mismo que estaba haciendo lo correcto pues ¿quién iba a objetarlo? El chiquillo, desde luego, no. El pichirilo era un viejo Hillman que su padre había mandado a retocar carrocería, pintura y motor. Funcionaba de modo impecable y tenía el señorío de un inglés. Su padre se encargó de enseñarle a manejarlo para lo cual no fue necesario más que unos cuantos momentos de un domingo en la mañana, después de todo desde muy niño había observado y comprendido la relación que existía entre los pedales, el timón y el motor de un vehículo, no había pues que hacerse bolas por aquello del embrague y los cambios que había que efectuar con la palanca que estaba a lado del asiento.
Se lo guardaba en un garaje de a la vuelta de su casa desde donde partió cada tarde a ser manejado por el chiquillo, con la compañía de Camilo el chofer. Luego de unos pocos meses los paseos se hicieron más frecuentes y sin compañía que no fuera la de sus amigos. Cuando cumplió los dieciséis, nunca supo cómo fue realmente, aunque lo sospechaba, pero a alguien se le deslizó un “error” respecto al año de su nacimiento en su solicitud para poder manejar legalmente sin compañía alguna y lo cierto es que de golpe y porrazo pasó a tener dieciocho a pesar de estar en quinto curso de la secundaria y ello le permitió concurrir a los exámenes escritos y prácticos para obtener su brevet y licencia para conducir vehículos particulares. El pichirilo le dio también la oportunidad de acercarse a mundos que él desconocía. Lo hizo compartir muchos momentos especialmente interesantes en el garaje en que se lo guardaba pues allí funcionaba un taller automotriz a cargo de quien se volvería un amigo entrañable. Carlín que así se llamaba éste hombre, o así quería que lo llamen, era un indígena que se había venido a la ciudad después de haber trabajado durante algunos años con mecánicos que reparaban los daños de la maquinaria pesada en las carreteras de las elevadas montañas y páramos de la serranía ecuatoriana. Cuando lo conoció allí en el garaje, aún entrelazaba la coleta de su cabello largo conocido como “guango”, pero como no deseaba recibir desprecios por ser de su raza, lo cual era muy común aquella época, aceptó la sugerencia, casi una imposición, de todos los muchachos del barrio y se lo cortó. Aprendió a reconocer así la estupidez del discrimen pues en ese hombre vio atributos de un ser humano que deseaba crecer y ser mejor, en mayor medida que en los muchos que sin reconocer su mestizaje se burlaban de una
raza que había sido vencida en la historia pero que no se doblegaba. Como lo hacían otros muchachos del barrio, quizás él más que otros, permanecía largas horas aprendiendo los secretos de los vehículos y de los motores que los impulsaban. Aprendió que al igual que muchas otras cosas en la vida, el vehículo era una unidad y tenía muchos sistemas funcionando para que pudiera cumplir su cometido, en este caso de transporte y diversión. Los sistemas, del combustible, eléctrico, hidráulico y de frenado, y así como otros tantos que estaban entrelazados en la unidad le hicieron comprender que muchas veces un simple desperfecto en uno de los sistemas producían como efecto que se pensara en un daño grandioso en apariencia cuando tan sólo se trataba de un pequeño ajuste de carburador, aprendió así cuánto una parte puede afectar al todo. El cuerpo humano reaccionaba muchas veces de modo similar que un vehículo, por ejemplo al recibir alimentos que no debía, como si se le metiera azúcar en el sistema de combustible del vehículo, se producirían daños que más tarde o temprano acabarían con la unidad. En ese aprendizaje hizo tareas que no todos estaban dispuestos a desempeñar, él si, pues deseaba aprender, aunque no era un “oficial”, ni tenía obligación de hacerlo. Asentar válvulas era una de esas tareas y en ella pasaba muchas horas dando vuelta al palillo que terminaba en una ventosa que sujetaba a la válvula que debía asentar. Aprovechaba la rutina de esas horas de interminables giros producidos por sus manos para preguntar y aprender acerca
de los torques, las medidas de calibración, empaquetaduras, rodamientos y de tantas otras inquietudes que acudían a su mente, y, hasta usó esas horas para hacer silencio en su mente y visitar aquel lugar que se abría dentro de sí de cuando en cuando. Como punto de encuentro en el que se había convertido ese taller, conoció a muchachos y adultos de diversos temperamentos y caracteres provenientes de hogares y realidades diferentes que le hicieron ampliar sus perspectivas para poder entender mejor los motivos y las conductas de las personas y en esa tarea los habitantes de su esfera le ayudaron con singular interés, en especial aquellas entidades que se llamaban a si mismas, analogía e intuición. “No soy mágica ni mucho menos” sabía decirle ella, la intuición. “Lo único que hago es enseñarte a que hagas una aprehensión directa de la realidad no interferida por tus pensamientos, no por ello soy menos lógica o menos inteligente. Tu captas mucha información de la cual a veces ni siquiera eres consciente, déjame que yo te la procese pues soy más veloz que tus razonamientos. Te concedo que no siempre soy útil pero eso ya es cosa tuya, aprende a utilizarme”. La analogía por su parte le insistía que era un buen método para aprender, captar el fondo de las cosas y predecir comportamientos y conductas. “Si alguno de éstos camina como pato, habla como si graznara un pato y se comporta como uno ¿No crees que terminará “embarrándola” como lo hacen ellos?” No estuvo siempre del todo convencido pues era firme creyente de la capacidad del ser humano para romper tendencias en cualquier momento de su vida, y sin embargo debió reconocer que muchas ocasiones podía llegar a predecir comportamientos comparando y hallando similitudes y utilizando el método analógico, el cual
también le servía muchas veces para intentar explicar a otros situaciones similares a aquellas que ellos si entendían El pichirilo, en uno de esos días que sin rumbo fijo rodaba, lo condujo directamente tras las rejas como si fuese un avezado criminal. Conducía ya con su licencia y sin embargo la había olvidado en casa. Lo acompañaba un primo de su padre, compañero de correrías durante algún tiempo, mayor con más de diez y sin embargo tan sediento de aventuras como él. El policía de tránsito le obligó a conducir el vehículo hasta la Comisión de Tránsito y lo invitó a explicar la situación ante el encargado de la prevención de la institución. En menos de lo que se persigna un cura ñato él vio cerrarse la reja y convertirse en obligado compañero de otros contraventores. La sensación de prisionero fue realmente horrible e inolvidable para un muchacho que apreciaba como una característica de su ser, la libertad. Más demoró el tiempo de cerrar la reja que el que tardó el mismo policía en abrirla puesto que la orden de su liberación venía junto con la de su detención. El primo de su padre era muy amigo del hombre en prevención y habían convenido en darle una lección para que no volviera a olvidar portar sus documentos. Aprendió en aquella ocasión que la Ley debe ser cumplida y también que en nuestro medio quien tiene padrino se bautiza. Luego del incidente reconvino a su compañero diciéndole que con la libertad de un hombre no se juega. Sólo escuchó por respuesta una sonora carcajada.
17 jugando ajedrez El intercolegial de ajedrez estaba en su momento final y su colegio era protagonista de una semifinal. Había escogido ser el último de la lista en el equipo, es decir ser el segundo suplente. El equipo estaba conformado por seis posiciones, los cuatro tableros principales y los dos suplentes. El primer tablero estaba a cargo de un chico del primer año -él estaba en sexto- quien era una revelación en este juego ciencia por aquella época. Para este chiquillo no existía otro objetivo que jugar ajedrez y como él era uno de sus amigos más cercanos pasaban muchos momentos jugando juntos en casa, en el colegio o en el Círculo de Ajedrez de la ciudad. A este chiquillo, que incluso jugaba de tu a tu con el profesor del colegio, se le llamaba el Bobby Fischer ecuatoriano por su juventud y destreza en el juego y jamás alguien pensó en disputarle su posición en el equipo; sin embargo, a partir de la segunda posición las destrezas eran más o menos parejas, aunque al decir del profesor quien debía ocupar la posición de segundo tablero era él pues su juego era más equilibrado, entendía la noción de proceso
y era además lo suficiente agresivo para intimidar al contrario y pensar en soluciones no previstas. El sin embargo convenció al profesor de la conveniencia de dar oportunidad a los otros compañeros para ocupar las posiciones principales y de reservarlo a él para la última posición. Su argumento es que ellos sentían verdadera pasión por jugarlo y que para él, el ajedrez era tan sólo un instrumento para aprender muchas otras cosas. La situación estaba dada, las partidas debían jugarse, el colegio religioso era el favorito y sin embargo lo inesperado sucede. El segundo tablero del equipo enfermó, al menos es lo que dijo para justificarse, los demás no querían enfrentarse al primer tablero pues sabían que para ellos la partida estaría perdida. Le pidieron a él que aceptara ser inscrito para cubrir la posición vacante y que los demás mantuvieran sus posiciones. Las partidas jugadas por el primero y el tercero del equipo fueron ganadas, la que jugó el cuarto tablero fue una derrota, faltaba jugarse la suya. Se posicionó rápidamente del centro del tablero con unas cuantas jugadas agresivas, percibió con un cambio de enfoque en su mirada el color de la ansiedad y el temor en su adversario y el resto fue preparar la emboscada para el jaque mate que ya había previsto en su mente catorce o quince jugadas atrás, pues allí estaban todas frente a él -las suyas propias, las del adversario del momento- como si estuviera deslizándose en el entre tejido infinito de todos los futuros posibles de un mundo cuántico al que había logrado acceder como en otras tantos momentos en que produjo un profundo silencio dentro de él. El adversario volteo su propio rey contra el piso del tablero para que probara el sabor de su derrota. Fue rotundo el triunfo, su equipo ganó 3 a 1, pero la alegría duró poco, el reclamo del punto logrado en la lid frente al tablero fue aceptado por haberse violado una disposición reglamentaria ya que el suplente no debía haber saltado a los principales. El empate a 2 que fuera decretado le negó la victoria al colegio pero todos
estuvieron de acuerdo que el trofeo del triunfo no era importante realmente pues en el ámbito intercolegial todos sabían quienes eran realmente los vencedores. El ajedrez lo había aprendido a edad temprana en su hogar viendo a su padre y su compadre -amigo, hermano, abogado- sentarse por largas horas frente al tablero en animadas disputas y estaba familiarizado con sus reglas y algunas ideas sugestivas acerca de todo lo adicional que podía subyacer en él, pero fue en el colegio donde se dio con más intensidad su comprensión acerca de este juego que podía divertir a la vez que enseñar. El profesor de matemáticas del colegio tenía el raro privilegio de ser uno de los pocos que, en una de las simultáneas que en el mundo había compartido Bobby Fischer con centenares de rivales de ocasión, había derrotado a ese personaje extraordinario que en el mundo puso de cabeza la manera de jugar el ajedrez y cuando quiso rompió la exclusividad del triunfo que les pertenecía casi por definición a los maestros rusos. Este profesor de matemáticas era también el maestro de ajedrez y sentía verdadera pasión por enseñar a comprender a fondo los misterios de este juego ciencia a quienes entre sus alumnos estuvieren interesados. De él aprendió muchas cosas, entre ellas, que debía posicionarse del centro, que los laterales lo volvían vulnerable, que debía pensar veinte o treinta jugadas adelante, que no hacerlo le haría pagar las consecuencias, que muchas veces era apropiado ceder una o varias piezas para estar en posición de vencer pues el objetivo final era el jaque mate. ¡Cuantos consejos de técnicas de juego él aprendió! No pudo dejar de pensar que esos consejos podían ser aplicados a la vida misma. ¿Acaso ganar el centro y no ir por los laterales no
significaba mantener el equilibrio de la conciencia y evitar los desvíos que lo hacían vulnerable? ¿Acaso pensar y adelantarse a las jugadas del contrario no era saber desenredar el entretejido de los futuros posibles y escoger el destino deseado? ¿Acaso el triunfo no se obtiene al final, cuando el objetivo pensado es logrado luego de haber seguido un proceso que a veces parece que no te es favorable? Estas analogías, y muchas otras que hay en el juego, -blancas y negras contrarios de un mismo tablero, ceder y ganar, retroceder para adelantarse, el rey y su reina, por ejemplo- ¿Se las dio su maestro de ajedrez, las recibió de su padre o las pensó él mismo? ¿Que importa eso realmente? Las tenía en su mente y él estaba jugando el ajedrez de su propia vida .... ¿Podría dar el jaque mate a Nadie al final?
18 la pelota no debe ser de trapo Los deportes en el colegio le proporcionaron muchos momentos de alegría y la oportunidad de aprender sobre el mundo de las cosas y sobre su propio espíritu, y sin embargo también fueron un motivo de contrariedades. Practicó con buena disposición, y con buenos resultados reconocidos, casi todos los que se enseñan en la secundaria. Basketball, béisbol, tenis, atletismo, natación, billar, entre ellos, pero el de su predilección era el fútbol. Entendía mejor este deporte que lo vinculaba al motivo de esa idolatría que seguía creciendo en su corazón. Todos los conceptos que estaban implícitos en él los conocía y por eso siempre disputaba con sus compañeros cuando estos preferían jugar en las calles el mal llamado “indoor” fútbol. Jugar con una pelota pequeña y dura que se golpeaba contra los bordillos de acera, en espacios pequeños, un deporte que privilegiaba el “chichecito” del engolosinado de turno, sólo estimulaba según él, el individualismo de un jugador y no permitía aprender a usar la inteligencia de modo colectivo. Para él, el fútbol era como el ajedrez, un juego de estrategia e inteligencia. Podía ser simple y muy eficaz, si tan sólo se entendiera que es una práctica colectiva, como los danzantes en
una obra que de modo intuitivo ejecutan el movimiento preciso en armonía con el que los otros realizan, y si se aplicara luego de conocerlas algunas de las leyes físicas más elementales. “¿Patear una pelota? ¡Qué no sea de trapo pues no rebota bien y no coge efectos fácilmente! ¿Por qué al hacerlo no piensas que los efectos son los mismos que un jugador de billar fácilmente comprende cuando con su taco golpea la bola? ¿Acaso en el fútbol el pie no es como el taco en el billar? ¿Acaso la trayectoria de la bola no sigue los mismos principios? ¿Cómo se puede jugar bien si no conoces el tamaño de la cancha en la que juegas y el del arco donde debes introducir la pelota para hacer el gol? ¿Sabes cuánto tiempo empleas para correr una determinada distancia? ¿Por qué siempre pides que te pasen la pelota al pie cuando tu compañero y tu podrían saber cuantos metros puedes desplazarte en determinado tiempo y el pase te lo puede hacer al espacio vacío que tu marcador ha descuidado?”. Todas éstas eran preguntas que hacía a sus compañeros de equipo que de reflexiones nada querían saber y sólo lo escuchaban porque reconocían que él siempre estaba en el lugar y el momento oportuno para introducir la pelota en el arco contrario... era un goleador y eso era bastante. “Ya lo verán, alguna día el fútbol dejará de ser el del chichecito, el de los pases cortitos, el de potreros. Alguna vez el fútbol será de los inteligentes y de quienes sean verdaderos atletas y no de los “barriga de cerveza” que vemos jugar indoor en nuestras calles”, sabía decirles sin que sus compañeros le hicieran mucho caso. “No me agrada perder, eso está dentro de lo posible porque el equipo contrario está jugando también, pero si puedo evitarlo lo hago. La actitud también cuenta y cuenta mucho. Quien no espera
ganar ya ha perdido, juega entonces con garra, mira que defendemos a nuestra divisa” sabía decirles a sus compañeros, pero la mayoría de ellos jugaban simplemente porque les agradaba patear una pelota y nada más. Y bueno, por mucho que a él le agradara el fútbol, aquel no era toda su vida ... había tantas otras cosas por aprender. 19 en las calles No era un chiquillo callejero y peleón. Entre sus algunos años de observar las prácticas de boxeo que realizaba su padre con un profesional, combinados con las técnicas de defensa personal que aprendía de algunos de sus amigos, quienes a tales técnicas las llamaban judo y alardeaban de ellas con cinturones de colores, y sumadas también a las conversaciones y prácticas que realizaba con un sencillo hombrecito de nacionalidad china del cual se había hecho amigo, -y a quien había observado, luego de que éste guardara sus lentes en el bolsillo de su camisa, derribar en un santiamén a seis o siete abusadores estibadores de banano que por aquellos años deambulaban por el Malecón de la ciudad-, había logrado acumular un buen conjunto de técnicas de defensa personal para evitar las agresiones que pudieran presentarse por parte de los abusadores que nunca faltarían. De cualquier manera, su amigo chino siempre le insistía en algo que él ya conocía por otros medios y esto es que “la fuerza mayor de un hombre radica siempre en el equilibrio y en el control de si mismo... aunque también hay otras fuerzas que pueden llevarte por el camino equivocado u oponerse a ti”. Por todo ello siempre trató de evitar verse envuelto en peleas o altercados que pudieran conducir a enfrentamientos cuerpo a cuerpo. Sin embargo, aunque
trates de seguir las pautas que has marcado para tu vida, siempre hay que esperar lo inesperado... Allí estaba, haciendo columna junto a uno de sus primos para comprar los boletos e ingresar al cine. De modo inesperado un muchacho de unos veinte, tal vez un poco más, algo grande de cuerpo y con facha de matoncillo de barrio, irrumpió en la columna colocándose detrás de él. Ninguna persona de las que estaba en la columna protestó y también él decidió no hacerlo, suponiendo que todos habían pensado que no valía la pena aumentar el mal momento con un probable conflicto. La permisiva decisión tomada por la larga columna envalentonó al abusador que se sintió ahora alentado a molestar a quien estaba delante suyo, que era él, comenzó a palmotearle la cabeza, a empujarlo y finalmente a quitarle la gorra que portaba. Su primera reacción fue evitar la gresca y tan sólo se volvió con una sonrisa en el rostro para de la manera más amigable decirle “devuélvemela, mantente tranquilo que ya mismo entramos, ten paciencia y deja de molestar que así todos nos sentiremos menos fastidiados”. El golpe fue la respuesta del bravucón. Un puñetazo bien pegado en su pómulo lo arrojó contra el piso y junto con su cuerpo aporreado cayó también todo su control para evitar la refriega. En aquel momento ya nada fue claro en su mente, la esfera y sus habitantes quien sabe donde irían, ya no surgieron las preguntas y mucho menos las respuestas, la armonía y el equilibrio se perdieron maltrechas entre las piernas de los encolumnados. Ya no vio nada más, perdió la conciencia de si hasta el momento en que sintió que muchas manos trataban de retirarlo de la posición en que se encontraba, montado sobre el cuerpo tendido del muchacho bravucón a quien tenía agarrado por las orejas estrellando su cabeza contra el suelo una y otra vez, hilillos de sangre fresca manaban de los labios y del rostro y sin embargo nada le importaba, él seguía propinándole castigo. “Déjalo ya que vas a matarlo” . La frase que escuchó tuvo
la virtud de volverlo a ser la persona que siempre era... y lo soltó. Al bravucón golpeado lo pararon y le preguntaron cómo se sentía. El muchacho respondió que aturdido pero que estaba bien y comenzó a alejarse tambaleando como perro con el rabo entre las piernas mientras alguno le gritaba “bien hecho que te hayan metido esta pisa para que no seas abusivo”. El por su parte le dijo a su primo como una sentencia final: “No soy yo cuando me enojo y la ira me hace perder el control” . Así terminó el incidente, él y su primo ya no entraron a ver la película y volvieron a la casa. Desde aquel momento siempre ha evitado con particular cuidado que situaciones así se produzcan en su vida. Sabe que un momento de descontrol y el “poder” que se tiene dentro de si puede tornarse muy oscuro y obnubilar la mente. Nadie siempre está rondando...
20 farras, bailes y tiempos de disfraces La adolescencia, a pesar de la sentencia familiar de su poca habilidad instrumental para la música, le daría la oportunidad de incursionar con algo de más suerte en el tema de la ejecución musical. Los profesores, para lograr este propósito oculto en los rincones más íntimos de su espíritu, fueron sus amigos, y así intentó tocar el saxo y la guitarra. No es que obtuviera logros espectaculares pero en todo caso fue mucho más feliz que con la experiencia del piano ... y ni sus labios ni sus dedos tuvieron que soportar el castigo de la regla. El saxo le sirvió para aprender a gustar del jazz, cuyas interpretaciones siempre estaban impulsadas por los estados de ánimo muy personales del ejecutor, eran los tiempos en que Big Sam hacía furor con Harlem Nocturno y Sonidos en la Noche. La guitarra por su parte lo acercó aún más al romanticismo con el cual Lucho Gatica con sus canciones impregnó a toda su generación y también lo acercó al mundo de las farras y las serenatas. Nunca pudo, sin embargo, aprender a tocarla muy bien como era su anhelo, a esta esquiva con cuerpo de mujer, que algunos de sus amigos manejaban a la perfección, más de cualquier manera con el tiempo ella sería quien le serviría de instrumento para definir las composiciones musicales que se alborotaban en su mente.
Las serenatas fueron maneras despreocupadas de cantarle a la alegría de vivir. Ni siquiera las ventanas de las monjitas que vivían en la parte de atrás del colegio de niñas y señoritas se salvaron en algunas noches de esas de juerga atolondrada. Seguramente las canciones cantadas eran muy románticas o quizás alguna vocación no estaba tan bien cimentada que hasta aplausos de cuando en cuando se llegaban a escuchar. También por aquella época tuvo lugar un episodio de esos que algo enseñan. Empezó declamando aquel poema con el cual iniciaría la proclamación de la reina en el evento programado en el colegio: “Si Dios un día cegara toda fuente de luz, el universo se alumbraría con esos ojos que tienes tu. Pero si lleno de agrios enojos por tal blasfemia, tus lindos ojos Dios te arrancase, para que el mundo con la alborada de tus pupilas no se alumbrase, aunque quisiera Dios no podría tender la noche sobre la nada, pues aún el universo se alumbraría, con el recuerdo de tu mirada”. Concluyó el poema y debía entonces continuar con el discurso. No pudo hacerlo pues su mente quedó en blanco. Era uno de aquellos instantes en que el silencio irrumpía en su mente y las vibraciones de su conciencia lo llevaban a aquel lugar. Había un mensaje que él deseaba expresar, una exaltación de la belleza de la corporalidad femenina y, naturalmente, su mente lo quería trasladar al lugar donde estaban los conceptos, los valores, eternos. Volvió a la realidad, sin que alguien se percatara de lo que le había ocurrido y fue lo más natural que tomara su ayuda memoria y dijera el discurso que previamente había concebido. Los presentes aplaudieron, más él supo que la palabra lanzada a las multitudes o en los auditorios no sería el instrumento que él usaría posteriormente en su vida para expresar lo que sentía. Es que las palabras “cosifican”, vuelven cosas a las ideas y a los conceptos, y las cosas en que han sido convertidas y en ocasiones hasta tergiversadas, son insuficientes para expresar las realidades más
profundamente captadas por la mente. El modo de hacerlo sería entonces proyectando su energía libremente y envolviendo con ella a quien él quisiera trasmitirle su mensaje y si alguna vez querría hacerlo mediante las palabras, éstas tendrían que ser escritas y puestas en papel. El baile llegó a gustarle por la oportunidad que le brindaba de compartir en las casas de sus amistades momentos de disfrute y alegría. Por aquella época no existían discotecas o lugares de baile, salvo aquellos que más que nada eran sitios no muy santos impropios para jóvenes bien formados y de los cuales él particularmente deseaba alejarse. Sabía que el baile era más un abrazo disfrazado que cualquier otra cosa, puesto que generalmente se lo hacía entre parejas que tenían una relación o la estaban construyendo. De cualquier manera, y aunque era una molestia para él sentir pegado a su cuerpo otro cuerpo, eso no le impidió también bailar, aunque mal lo hacía, en la múltiples ocasiones en las que participó de las fiestas colegiales organizadas por motivo de la muy esperada semana del estudiante que se celebraba cada año. La nausea que en muchas ocasiones llegó a sentir no era aquella de la que escribía Jean Paul Sartre, por aquella época guía de sus pensamientos y análisis filosóficos que lo habían trasladado hasta el ateismo. ¡No! se trataba de esa nausea más prosaica, la que producen los tragos de licor bebidos en demasía. De cualquier manera nunca llegó a perder la conciencia y sus mareos pudieron ser disimulados al llegar a casa en las noches de juerga que nunca terminaban más allá de las doce, es que eran los tiempos en que se respetaba la tradición de Cenicienta. Por aquella época era tradicional también el baile de disfraces el 28 de Diciembre, y, en una ocasión se le ocurrió burlarse de la
religión institucionalizada para lo cual planeó vestirse de prelado. Usaría el mismo traje guardado en su hogar, que antes había usado, para pasar desapercibido entre la gente, aquel líder, a su regreso al país desde su exilio. Sería un obispo y así concurrió a la fiesta donde disfrutó como el que más entre sus amigos al ponerse a bailar con la sotana alzada hasta su hombro y su pareja del momento las canciones con ritmo de salsa que por aquella época se llamaban guaracha, merengue o merecumbé. Cuando ya el calor se tornó insoportable dentro de casa, salió con un grupo de sus amigos y amigas a beber colas y cervezas en una despensa de barrio cercana al lugar de la fiesta y fue cuando, el sorprendido y avergonzado fue él, al detenerse algunas personas a increparlo por ser un cura que no respetaba su condición y estaba bebiendo cerveza en “media calle” y cuando otras se acercaron a intentar besarle el anillo de su mano y rogarle sus bendiciones. ¿Cómo explicarles que era tan sólo un muchacho atolondrado intentando divertirse? Decidió que nunca más haría algo que pusiera burla en las creencias de las personas, ya que aunque no las compartiera, todas ellas son respetables.
21 A la Universidad Después de un infructuoso intento de ingresar a la universidad pública de la ciudad, se vio forzado a la única alternativa que le quedaba: ingresar a la naciente institución privada que abría sus puertas ese año bajo el nombre de Católica y que obviamente había sido concebida como una universidad para las elites citadinas -si tal propósito se cumplió o no depende en última instancia de la visión que uno tenga sobre la naturaleza de las elites-. La Católica no ponía la objeción que la otra universidad había esgrimido, el hecho de que aún no cumplía los dieciocho años. Pensó que era una estupidez tal objeción cuando en otros países las puertas universitarias se le hubieran abierto fácilmente a un aspirante que tenía una hoja estudiantil llena de logros incluyendo el mismo hecho de la edad. Pensó además que el verse en tal situación era un precio que debía pagar por haber decidido ser un abogado ecuatoriano, puesto que esa profesión no era posible estudiarla en el exterior, sin embargo la justicia había que tratar de lograrla en su país y la decisión fue tomada. Llegó a la Católica con su existencialismo ateo bajo el brazo y dispuesto a debatir sus argumentos con los especialistas, al fin y al cabo se suponía que eran para eso las asignaturas Cultura Superior Religiosa, Metodología y Filosofía del Derecho.
Encontró a cargo de la Secretaría de la institución a quien había sido en el colegio su profesor de Derecho Territorial y que ahora sería catedrático de Sociología y Gramática Superior. El tiempo haría que la vida de este profesor se entrelazara de modos diversos con la suya en una relación especial de mutuo respeto y afectos. Los subsiguientes años universitarios fueron fuente generosa experiencias diversas que aparecían a borbotones y que terminaron con la obtención de sus ampulosos títulos Licenciado en Ciencias Sociales y Políticas y de Abogado de Tribunales y Juzgados de la República.
de no de los
Durante esos años construyó amistades, dejó de lado su ateísmo y retornó a su unión personal con el Padre, se produjo su primera incursión en la actividad política, tuvo el primer encuentro con quien sería la compañera de su vida, se casó con ella, procreó y vio nacer a sus hijos, se convirtió en autoridad de la Universidad, sufrió decepciones vitales respecto de la institución de la cual era uno de sus fundadores y la vio morir finalmente. No hubo alguno que no fuera su compañero muy querido, todos lo fueron, y con ellos compartió momentos singulares, sin embargo la amistad es un algo mucho más profundo que une para siempre y de un modo especial. Es el descubrimiento de virtudes y defectos que se aceptan en el otro pero que no impiden valorar a la persona total, en la plenitud de su integridad, creando lazos que perduran más allá del tiempo y sin importar la frecuencia con la que los ojos de uno y otro se encuentren. La amistad es un afecto no sujeto a la temporalidad y por ello no es fácil de construir.
En realidad fueron pocos aquellos a quienes pudo definir como sus amigos entrañables. Hubo una persona con quien creó una relación de amistad muy especial, imposible de medir porque rebasa toda medida. Una compañera, aquella con la que sus lazos se fueron construyendo mediante la afinidad intelectual y la fidelidad a principios y valores eternos así como por su disposición de ánimo que impedía que aceptaran cualquier forma de tiranía o dictadura a las que combatieron con activismo puro sin otro interés que el de defender esa libertad que tanto amaban. Juntos forjaron también el primer y único libro que escribieron en conjunto después de una investigación de campo de varios meses en el hospital psiquiátrico de la ciudad, investigación que involucraba las relaciones entre las psiquis desquiciadas y las responsabilidades que permanecían intactas en ese tipo de personas. Su trabajo interesante desde luego y absolutamente académico serviría para demostrarle al profesor -quien expresó jactancioso en un momento de confrontaciones colectivas que dudaba que alguno de sus alumnos pudiera realizar una investigación que pudiera calificar de académica- que la voluntad y la inteligencia podían remontar hasta las barreras que algunos consideraban imposibles de vencer. Estuvo junto a ella todo el tiempo que duró la enfermedad repentina que culminó en el doloroso momento en que el padre de ella dijo adiós a este mundo de las cosas y compartió la tristeza de la partida prematura de un hombre de valor, de aquellos que mucha falta han hecho para reordenar el desconcierto y las confusiones que se viven en nuestro país. Su conversión, en el ámbito religioso, fue la consecuencia inevitable de horas y horas polemizando con los maestros sacerdotes y tardó varios años en producirse. Las polémicas se fueron centrando en el nivel que él deseaba, en el de las interrogantes más profundas y no en la simplicidad del catecismo. Descubrió en sus maestros aristas de convencimiento genuino, de
convicciones surgidas muchas veces de situaciones vitales por las que tuvieron que pasar esos maestros, y también argumentos y razones lógicas que remecían sus propias convicciones. En uno de ellos, más que en los otros, encontró sinceridad, inteligencia y coherencia entre sus actos y sus convicciones. Sobre él pudo decir en algún momento que “era el mejor cantante pero que su canción no lograba convencerlo del todo” . Finalmente este sacerdote josefino, nacido entre la Francia y la Italia sin que se sintiera ni de la una ni de la otra, y quien más bien lejos de su tierra había dialogado con el Padre directamente durante los muchos años que vivió en la majestuosidad de la selva amazónica ecuatoriana, pudo ayudarlo en su conversión aceptando que era una conversión desde su ateismo existencial hacia el Padre y no hacia una institución tan llena de contradicciones y tan falta de respuestas. Este sacerdote, maestro y amigo, fue quien en su momento oficiaría su matrimonio espiritual, quien entendió el amor que él sentía por la mujer que había escogido como compañera de viaje hacia el infinito, quien comprendió la autenticidad de la promesa que haría ante el Padre y por ello entregó el símbolo sagrado de una comunión que percibía en esas almas que se unían, todo ello sin que importaran los membretes, porque la filiación era respecto del Padre y no de una iglesia. Su primera incursión en la política partidista fue cuando contribuyó al nacimiento de una fuerza emergente, la Democracia Cristiana, forjada por gente joven que deseaba dar contenido ideológico a una actividad que se ejecutaba por aquellos tiempos impulsada por empresas electorales estimuladas por apetitos prosaicos y no por el deseo de servir al desarrollo del país. En el desenvolvimiento de esa actividad fue compañero de partido de antiguos profesores y de quien unos pocos años más tarde desempeñaría la función de Presidente Constitucional de la
República. Ya a los veinticuatro años, y por diversas circunstancias entrelazadas y creadas a partir de esa primera incursión política, comenzaba a ejercer importantes funciones de poder político que él entendía como oportunidades de servicio al país y no como era tan común, la ocasión de enriquecerse de modo personal. Era claro que la opción que él había escogido en su vida era la del Ser y no la del Tener. En ese lapso encontró y cimentó lazos con quien a través de su vida sería de aquellos pocos que ni el tiempo ni las distancias impedirían llamarlo “amigo”, con alborozo y sin reticencia alguna. Con él compartió experiencias singulares en el centro mismo del poder político, caminaron juntos entre el lodo sin embarrase de modo alguno y eso es mucho decir cuando se vive diariamente rodeado de las apetencias del Tener que inundan a los espíritus groseros. Si hay un campo fértil para las truculencias de Nadie es la política ecuatoriana, y lo es con mayor fuerza en la capital del país, donde desde siempre se han concentrado el poder y las alfombras rojas que lo representan, con todos sus anexos. Observó y desdeñó las tentaciones que se presentaban a raudales en una ciudad experta en labores cortesanas y aprendió a distinguir rápidamente a las personas con apetitos del Tener y pudo comprobar en las traiciones más grotescas que observó de cerca, la indeseable presencia de un Nadie que se solazaba en la miseria en la que sumergía a un pueblo que, paradójicamente, había sido consagrado a una divinidad y a su iglesia. De la barbarie del poder político regresó a la civilidad del pensamiento. La universidad en la que se había graduado, le abría sus puertas ya no para que fuera su alumno como en pasados tiempos sino para que ejerciera ahora función de autoridad como Prosecretario General y Secretario Adjunto del Cuerpo de Gobierno. ¡Cuántas ilusiones! Habría tanto por hacer en el que
debía ser el campo más excelso de un país, el educativo. ¡Cuántas decepciones! Le correspondió verlo, sin poderlo impedir, como desaforados ambiciosos de poder político asaltaron, no sólo el recinto universitario –asalto en el que violentaron todo y hasta robaron- sino también la Casa Arzobispal, acción durante la cual se atrevieron hasta a cachetear las mejillas del pastor mayor de la comunidad religiosa a la que decían pertenecer. Consecuencia de aquellos desafueros, y poquísimo tiempo después de su retirada de la institución, la vio morir, pues aunque conservó en lo sucesivo un membrete más o menos parecido al de su fundación, el hecho cierto es que esa universidad que intentó ser luz del pensamiento se convirtió, merced a un cambio total en sus estatutos y la invasión de ambiciones, en una entidad pervertida por la política, siempre tan llena de apetencias y traiciones. Se dio de esta manera en esa entidad una suerte de metamorfosis de la mariposa pero siguiendo un proceso inverso, esto es, pasando de bello ejemplar con alas que al cielo lo transportan a ser gusano que deambula apegado a la tierra.
22 encuentro y vida con la mujer amada Por aquellos días, cuando concluía ya su primer año en la Universidad, caminaba en solitario por las calles de la ilusión romántica. Habían quedado en el baúl de los recuerdos los hermosos ojos verdes de la niña meciéndose en el columpio de la villa que tantas veces visitó, cuando apenas tenía quince o dieciséis, disfrazado de amigo y no como el aprendiz de enamorado que fue sin que ella lo supiera. También habían sido guardados en el mismo baúl los incitantes atardeceres en que junto a él ondeaban al viento los cabellos rojos fulgurantes y la voluptuosa belleza de su joven enamorada de los diecisiete, mientras paseaban en su Fiat deportivo, y con la cual aprendió que las promesas no valen cuando los amores son de estudiantes. “La vida es un tango” le había escuchado decir alguna vez a su padre y ¡si!, “los amores de estudiante flores de un día son”. Se sentía otra vez centrado, aguardando el momento del encuentro tan ansiado con aquella que vivía y perduraba en sus sueños desde hacía ya mucho tiempo, a pesar de sus devaneos de la adolescencia, y ese momento llegaría de improviso. La vio venir sutilmente como si la dinámica del mundo de las cosas, el tiempo y el espacio, se hubieran detenido. Su figura grácil avanzaba lentamente dirigiéndose a la puerta de su casa dónde él junto a su amigo aguardaban. Supo que era ella en ese mismo
instante, era ella a quien había estado esperando por años, quizás desde antes de venir al mundo de las cosas. El enfoque de sus ojos captó fulgurante, por un breve instante, la totalidad de su belleza interior en todo su esplendor, y su espíritu vibró entonces en una tonalidad sin igual. Era el amor, el amor verdadero que llamaba a la puerta de su ser. Su mirada volvió a su enfoque normal y se encontró con unos ojos extraordinariamente hermosos y unas larguísimas y entornadas pestañas que expresaban la inocencia de su alma, entonces surgió su sonrisa y su voz. Pero no hacían falta las palabras. Todo estaba ya consumado, era ella y ya nada podría apartarla de él, ni su amigo quien lo había llevado a visitar a dos hermanas, sus amigas, con la idea de que tal vez podrían hacer parejas. ¿Y si su amigo la había escogido ya? En el primer aparte que tuvo con él le dijo que había encontrado a la mujer compañera de su vida y que ya todo estaba dicho, que no se le ocurriera estorbar a su destino. Su amigo realmente lo apreciaba, además según se lo aclaró en el momento, lo de hacer parejas era sólo un pretexto para extraerlo de aquella soledad en la que estaba y al parecer la misión se había cumplido. Por un tiempo más lo acompañó en sus visitas que se volvieron diarias y en ese lapso aprovechó para acercarse a cuanta chica pudo, vecinas de aquel barrio. Es que su amigo era como un picaflor en un jardín. Quienes pretenden describir las fases que sigue el desarrollo del amor en una pareja dicen que todo empieza con la atracción. En este amor que desde el principio fue tan especial, no se trató de una atracción simplemente, ni de una sublimación de las substancias químicas producidas por los cuerpos, fue una experiencia espiritual, un reconocimiento de un algo superior que se espera sin referencia al espacio y al tiempo.
Manuel Alejandro en su canción “Te conozco desde siempre”, que de tan hermosa manera la canta José Luis Rodríguez, lo resume: “Yo no tuve que buscarte, tu ya estabas escondida en las esquinas de mi alma, desde niño, desde entonces, desde siempre. Yo sabía cómo eras aún sin verte. Yo no tuve que buscarte por las calles, ni en la escuela, ni en las playas, ni en el aire. Tu ya estabas en las hojas de mis libros, en mis juegos y en mi vida desde niño. Te conozco desde siempre, te esperaba, como espera ver la flor la luz del alba. Cada día al caminar, al dormir y al despertar, presentía tu existencia, tu llegada. Te conozco desde siempre y yo sentía hasta el eco de tu voz que me llamaba. Yo sentía hasta tu piel, como era, como es. Te conozco desde siempre vida mía”. Ella sin embargo no lo reconoció a la primera mirada, no sabía quien era él. No lo amaba. Tenía pues que quitar el velo de sus ojos bellos, ese velo que quizás se lo puso la muerte cuando en ocasiones varias buscó despojarla de su vida. Lo logró a fuerza de irradiar su energía y así expresar su ser tal como era, desnudó su alma y su inocencia y proyectó su amor como si repitiera los versos que Felipe Pirela decía tiernamente en su canción: “Te adoro con suprema idolatría que quisiera el poder omnipotente del divino creador en este día para vivir contigo eternamente; y ser uno del otro imprescindible en la muda elocuencia de los besos; y tener nuestro amor en lo intangible donde nadie perturbe su secreto. De todos tus amores tengo celos. Te amo como nunca te han amado y para darte todo lo que anhelo inventaré un placer en el pecado. Cuando la vida eterna se desprenda y el infinito muera en el olvido, quedara nuestro amor como la ofrenda, de dos que aunque pecaron han vivido” Nada puede contener la fuerza del amor y poco tiempo transcurrió para que junto a Lucho Gatica pudiera él cantar: “Amor mío, tu
rostro querido no sabe guardar secretos de amor, ya me dijo que estoy en la gloria de tu intimidad. No hace falta decir que me quieres, no me vuelvas loco con esa verdad, no lo digas, no me hagas que llore de felicidad. Cuanta envidia se va a despertar, cuantos ojos nos van a mirar, la alegría de todas mis horas quisiera pasarlas en la intimidad. Y olvidaba decir que te amo con toda la fuerza que el alma me da. Quien no ha amado, que no diga nunca, que vivió jamás”. Y así transcurrieron casi cuatro años en que trataron de ajustar los modelos vitales que los acompañaban. Rosas con espinas describirían correctamente esos momentos en los que descubrirían fundamentalmente que, en una relación que intentaba ser permanente, eran más que válidos los versos de Antonio Prieto en su canción: “El amor es algo más que una cara bonita, algo más, mucho más. He descubierto también que hay un viejo secreto para hallar la felicidad. Hoy comprendí que en el amor, más que pedir hay que dar. Hazlo y verás que así te amarán, más, pero mucho más”. Se amaban y la consecuencia lógica de ese amor fue una promesa compartida para toda la vida, dicha ante la Ley terrenal y ante el Padre. La primera se estampa ante un papel, y hasta se puede romper, pero la otra se graba en el espíritu y no muere jamás, como jamás muere el amor. Compartir vidas, aún para los amores cuyas raíces están enclavadas más allá del mundo de las cosas, no es fácil. Es vencer el ego y dejar aflorar el yo verdadero para construir el nosotros en comunión de espíritus. Y ahí en ese proceso está Nadie acechando y actuando cada vez que se le da la oportunidad ... y aunque no se la den. Surge, entonces, hasta encubierto en los disfraces que brindan los principios y las costumbres que se traen enraizados en
los modelos vitales de cada uno, y se desliza en los egoísmos propios de miembros de la familia, amigos y personas que los quieren y pretenden imponer, “para bien de los dos”, sus propias y particulares perspectivas. Tal vez por ello, el irse juntos fuera del país con sus tres hijos, a los cinco años de su matrimonio, llevando decepciones profundas en su espíritu como consecuencia de los acontecimientos frustrantes vividos en torno a la política y a la universidad, en una ausencia que duró algo más de cuatro años, les significó la oportunidad de consolidar ese “nuestro” tan imprescindible con menor grado de interferencia. Esos años también fueron para él y su familia un cúmulo de experiencias singulares en distintos niveles y en ámbitos cuya naturaleza no vienen al caso pero que marcaron sus vidas de modo indeleble. Entre ellas, la ampliación de una visión geopolítica planetaria que le permitiría en adelante captar de mejor manera los nuevos tiempos por venir en este mundo de las cosas. El regreso, impulsados por la necesidad de trasmitir vitalmente a sus hijos el concepto de familia ampliada, los expuso sin embargo nuevamente a los embates de Nadie, que nunca habían cesado, y que aún ahora continúan persistiendo, pero que los encontró cada vez más protegidos por todo cuanto iban construyendo. Cada día eran más fuertes en su amor, cada día construían con sus actos y en conjunto la estructura de un hogar basado en el concepto que no reconoce existencia a “lo tuyo y lo mío” y da cabida tan sólo a “lo nuestro”. Convirtieron así, sin estridencias, en una realidad de sus vidas aquello que les permite finalmente a un hombre y una mujer reflejar el amor del Padre en su mutuo amor.
23 Beta, Alfa, Theta, Delta El recurrente regreso, a veces voluntario y otras no, a aquel lugar de vibraciones ondulantes, durante todas las etapas de su vida, incluso ahora como adulto, lo impulsaron a investigar de manera lógica aquel hecho que había formado parte de su desarrollo personal. Era algo no común entre las personas de su entorno, al menos así lo percibía, pero reconocía que no se trataba de algo mágico en él. Sus lecturas lo condujeron a comprobar que la ciencia desde hace mucho tiempo ya había descubierto que el cerebro humano posee actividad eléctrica que produce ondas registrables mediante la utilización de un electroencefalógrafo. Los registros habían demostrado también que la fisiología cerebral puede ser analizada por los ritmos o modelos que mantienen las descargas eléctricas producidas al formular nuestros pensamientos y que la frecuencia de estos ritmos configuran el nivel de los mismos. Normalmente en su diaria actividad conciente el cerebro de las personas funciona en un ritmo llamado Beta que se produce a una frecuencia de 14 a 30 ciclos por segundo. Cuando la frecuencia desciende al rango de entre 8 a 13 ciclos denominado ritmo Alfa, se produce un estado alterado de la conciencia en el cual la persona se siente profundamente relajada, conciente pero en un estado especial de ensoñación que le permite utilizar mayor porcentaje de su total capacidad cerebral, con lo cual su imaginación, su visualización, su razonamiento, su intuición y otras facultades se incrementan de manera notable. Este ritmo se da también durante el sueño de una persona pero no como un ritmo
exclusivo pues otros ritmos también se hacen presentes. Si continua descendiendo la frecuencia a un rango de entre 4 a 7 ciclos por segundo, el ritmo se denomina Theta y si la frecuencia desciende aún más a un rango de entre 0,5 a 3,5 ciclos, se denomina Delta. A mayor descenso en los ritmos es posible que la persona pueda percibir aquello que sintió en el momento mismo de nacer y que se prolongó por unas cuantas semanas, esto es que era uno entrelazado con el todo de la realidad, envuelto en un mar de visiones, sonidos, sabores, texturas y olores aun no discriminados por su experiencia posterior en el mundo de las cosas. Ahora lo comprendía todo, por alguna extraña circunstancia, quizás la de la descarga eléctrica percibida en el vientre materno, aun ahora ya de adulto, la cantidad de las dendritas emergiendo de las neuronas de su cerebro era mayor que lo común –casi tanta como había sido al nacer- y lo sería hasta su muerte física. En algún sentido seguía siendo un niño, el mismo niño que fue y que sintió al nacer estar envuelto en esa energía proveniente del hogar espiritual del cual venía a este mundo de las cosas. Su ADN espiritual podía ser captado entonces sin renunciar a la lógica y su filiación con el Padre era tan real como la que sus propios hijos tendrían, con todas sus consecuencias, respecto de él en el plano físico. Todo estaba claro ahora, él podía descender muy fácilmente a aquellos niveles y ritmos de pensamiento que para otros se constituían en barreras difíciles de superar.
24 Los frutos del amor Un amor como el que los unía sólo podía dar frutos especiales. Cuando nacieron los tres, en cada ocasión, sintió como si el paraíso viniera a la tierra, como si aquel hogar de su espíritu se abriera ante sus ojos, sin tener que provocar el absoluto silencio en su mente, ¡No! ese hogar estaba allí en ese momento, a pesar del ruido y de la algarabía que retumbaba en la familia. ¿Proyecciones de si mismo? ¡Si y no! Si en cuanto eran procreados como su mejor obra realizada en comunión con la compañera de su vida, sangre de su sangre, carne de su carne, nacían también con su ADN espiritual pero, y precisamente por ello, eran y siempre lo serían, seres libres con opciones frente a si. Conocedores de esa verdad imprescriptible serían desde sus primeros pasos, tal como él lo fue desde siempre. Tendría que crear con cada uno de estos frutos del amor, con equilibrio entre la autoridad paternal que ejercía y con el respeto a esa libertad que ellos poseían, lazos eternos que los mantuviera juntos en todo su peregrinaje hacia el infinito. Eran tiempos diferentes esos cuando nacieron, tiempos de cucharas y tenedores para la prueba doméstica jugando a la adivinanza respecto del sexo de la vida por nacer, no existían las ecografías de ahora que revelando la incógnita antes del momento restan tiempo a la alegría de esperar. Se esperaba simplemente y sin angustia, pues varón o mujer, mujer o varón, era una vida
nueva, un pensamiento del Padre, que venía con el pan del amor bajo el brazo. No faltó de cualquier manera quien le endilgó a él la primera vez, una supuesta preferencia por un varón y le regaló un disco con la canción “mi niña bonita” al nacer su primer hijo: una niña. “Yo creo que a todos los hombres les debe pasar lo mismo, que cuando van a ser padres, quisieran tener un niño, luego les nace una niña y sufren una decepción, y después la quieren tanto que hasta cambian de opinión. Es mi niña bonita, con su carita de rosa, es mi niña bonita, cada día más preciosa, ay, es mi niña bonita, hecha de nardo y clavel, es mi niña bonita, es mi niña bonita, cuando la llegue a querer. Si un día se casa mi niña, vestida de blanco armiño, me acordaré que soñaba con que al nacer fuera un niño, por eso rezo y le pido al Señor del Gran Poder que el hombre que se la lleve, la sepa siempre querer. Mi niña bonita”. Su niña bonita nació así con esta canción regalada y cuando ella se casó recibió de él otra canción, aquélla que le compuso especialmente para expresarle el amor que sintió por ella desde el mismo instante en que fue concebida... y quizás desde antes. “No quiero un vals” la llamó. “En este día, no quiero un vals, hija querida, para bailar. Sólo un bolero, este bolero, dulce caricia que te hará soñar. De un gran amor del más allá, tu eres retoño que hoy va a volar. Vuela más, vuela ya, ve a tu luna de felicidad. Ve a tu luna pero no olvides que Winnie Puh (el amor inocente) en ti siempre vivirá. En tus ojitos lágrimas hay, hoy no llores niña que se debe amar. De un gran amor del más allá tu eres retoño que hoy va a volar. Vuela más, vuela ya, ve a tu luna de felicidad”.
Ella creció Inteligente, hermosa, libre, rebelde y confrontadora, en la plenitud de su género, y, después de haberse demostrado que podía ser lo que hubiera deseado en el plano profesional, se convirtió en madre de dos maravillosas niñas a la manera que todo padre anhela, dando y recibiendo amor en el contexto de un hogar Un hijo, el primero de su genero, el travieso, el que pondría años más tarde en sus manos la herramienta justa que necesitaba, segundos antes que él se la pidiera, cuando juntos compartían tareas y reparaciones familiares. El que sentía en su precoz adolescencia los mismos embates que a él lo atormentaron por sus apetencias de libertad y por la fascinación que les provocaba la sensualidad de las mujeres. El hijo que se fue en busca de espejismos de amor a lejanas tierras extranjeras y en ellas procreó dos bellas hijas envueltas en sus alegrías y tristezas. El que más que los otros dos ha tenido que enfrentarse a las durezas de la vida y sonreírles con paciencia como una prueba más para su generoso corazón. Otro hijo, el último de la serie, el que nació enredado en el cordón umbilical peleando con la furia que a veces lo domina. El que desde el principio deslumbró con las facultades de su mente que rompían los estándares, el que desesperado al salir de las aulas del preescolar sacaba de entre sus manos, su dedo gordo, para convertirlo en botellita de jerez para darse un chupetín. El que se enamoró de los voluptuosos senos de Rocío Jurado cuando iniciaba su adolescencia. El que le recuerda a si mismo, a aquel que “No soy yo cuando me enojo...” y sufre de la misma idolatría y hasta las lágrimas por el mismo equipo de fútbol. Aquel que por los deportes casi delira y quien, como él lo hizo en su momento, construye junto a su compañera un hogar, con persistencia y amor sobreponiéndose a las tentaciones del Tener. Dos bellos frutos también ha producido esta semilla. Un varón y una niña.
25 Aquel día “Es domingo de Ascensión y el Señor lo ha llamado en este día tan especial, ahora estará a su lado como uno de sus hijos más queridos”, decía Juan Ignacio, el amigo sacerdote que oficiaba misa esa tarde un poco antes de llevar los restos de su padre a la última morada. Permaneció fuerte en apariencia aunque en su interior algo se había quebrado. La expresión empleada por el amigo sacerdote la sintió sincera y la aceptó sin entrar a analizarla. No cabía en esos momentos abrir la puerta para que sus amigos interrogativos entraran cuando él pocos momentos más tarde tendría que llevar los restos de su padre a la bóveda que guardaría de las miradas el proceso de descomposición que sigue el cuerpo humano en su inevitable tránsito hacia el polvo de la muerte y sobre el cual tantas veces su padre y él habían conversado. ¡La muerte de su padre! La supo el mismo instante en que dirigía presuroso el vehículo junto a la compañera de su vida y sus hijos hacia la casa paternal. La llamada de su hermana, inusual por la hora en que llamaba, diciéndole que vaya urgentemente, pues algo malo estaba pasando con su padre, esa mañana de domingo, no podía de ninguna manera hacerle sospechar que amanecía uno de los día más aciagos de su vida. Pero, ¡Si tan sólo ayer se habían visto y compartido momentos en familia! Tal vez se trataba tan sólo de uno de esos tantos sustos que uno pasa cuando algún miembro de la familia tiene alguna que otra rotura de la rutina. ¿Qué cosa grave podía ocurrirle a un hombre tan activo que aun no llegaba a
cumplir sesenta y cuatro?. El vehículo ya estaba a relativamente pocas cuadras de llegar a su destino, justo atravesando el paso elevado frente a la que finalmente sería la última morada de los restos de su padre, cuando dentro de sí algo se quebró, sintió que parte de su vida se escapaba, y supo en ese mismo instante que su padre había muerto. “Mi padre ha muerto este momento” le dijo a su compañera quien le reconvino por expresar unas palabras que no deseaba escuchar. Pocos minutos después comprobaron que en ese mismo instante había fallecido. “Hijo, la última palabra de tu padre fue tu nombre”, le dijo su madre. Se acercó al cuerpo inerte que aún permanecía con sus ojos abiertos pues aunque habían intentado cerrarlos, ni los internistas médicos ni su madre o sus hermanas, habían logrado hacerlo. Miró a lo profundo de esos ojos que ya no fulguraban esa vida tan estrechamente unida a la suya, abrazó ese cuerpo, bajó suavemente los párpados que se habían negado a cubrir para siempre aquellos ojos que anhelaban captar la imagen que faltaba y esta vez cedieron obedientes ante el que quizás haya sido el más dulce gesto de ternura que él hubiera entregado al cuerpo de su padre alguna vez. Sólo dos o tres días más tarde pudo dar libertad a los sentimientos que afloraban desde lo más profundo de su ser. El sabía que la muerte no derrotaría al amor creado en esa relación singular que había sido la de padre a hijo, la de hijo a padre. La muerte no era temida, eso lo había aprendido desde los lejanos días de su infancia. Su padre estaría allí al alcance de su mano cuantas veces lo deseara, produciendo el silencio que lo levara a aquel lugar sin tiempo ni espacio , a aquel estado de su mente que lo entretejía con las vibraciones ondulantes de la Conciencia. Eso sin embargo, no lo consolaba, lo había perdido aquí en el mundo de las cosas y el egoísmo puede surgir incluso hasta escudándose en el amor. ¡Que sensación de impotencia! Querría poder despojarse de la carne de su cuerpo y convertirse en el poder que le permitiera decir
y convertir en sentencia inapelable el “levántate y anda”. Lloró inconsolable en el que fuera el momento más triste de su vida. El, poseedor de esa soberbia sensación que lo hacía estar seguro que todo lo que verdaderamente deseaba lo podía, tenía que rendirse ahora ante lo imposible y aceptar que habían cosas que le estaban vedadas en este mundo de las cosas. Su compañera estaba ahí, junto a él, ella estrechó su cuerpo con el suyo, y fueron un solo cuerpo una vez más, pero esta vez ese abrazo no fue como aquellos que tantas veces habían antes compartido y que se dan entre las parejas que se aman, esta vez fue eterno porque ya jamás podría morir. Fue tan lleno de ternura, de entrega generosa y sin medida, de ilusión, de sensualidad, tan lleno de todo, y se convirtió en expresión inequívoca de esa fuerza que integra la realidad total y que se llama Amor. Estaba ella ahí diciéndole sin palabras que recordara lo que ya sabía, que su amor era el mismo amor que antes lo ligaba a su padre terrenal, que era el amor del Padre Eterno envolviéndolo, ahora a través del abrazo de su amada, con el poder de aquella energía infinita ante la cual la muerte nada podía. Su padre terrenal no estaba ahí en cuerpo ya, pero no había muerto, perduraría también aquí en este mundo de las cosas formando parte inseparable de ese amor que lo ligaba tan estrechamente a ella.
26 Tentaciones A veces envidiaba a Jesús, quien sólo había tenido que pasar cuarenta días y cuarenta noches de su vida en el desierto hasta vencer las tentaciones de Nadie. Para si mismo la situación era distinta, tenía que vivir toda su vida acechado, no podía darse el lujo de decir “te vencí” pues si eso hacía sabía que Nadie habría ganado. Escondido entre las íntimas fibras de su ser, durante algún tiempo intentaba pasar desapercibido, para desde “el no existo” volver a clavar a descuido su ponzoña. Lo sabía. Sabía que estaba ahí, escondido también en las acciones de otros, incluso cercanos a su vida. Es que él no estaba en el desierto, compartía el mundo de las cosas con personas que libraban sus propias batallas espirituales e incluso con aquellas que se entregaban a Nadie sin pensar siquiera en lo que hacían. Fue acechado y hasta cayó varias veces envuelto en las falsedades y truculencias de aquel “no ser” mensajero de la nada. Lo hizo en aquellos momentos cuando dejó que el amor de su vida cayera en la rutina y adormiló a la pasión, cuando permitió que las interferencias egoístas penetraran en su hogar y llenaran de reproches sus pensamientos, cuando hizo surgir lágrimas de los bellos ojos que tanto ama poniendo dudas de su amor en las entrañas de su alma; cuando su corazón sintió dolor por las masas y no lloró por el indigente que frente él extendía su mano; cuando dejó que su mente sintiera vanidad por los conocimientos atesorados, en su memoria y en los más de tres mil libros que había logrado leer y reunir, olvidando la magnitud de todo lo que ignoraba y permitiendo que la humildad se le escapara entre las
rendijas de la soberbia intelectual; cuando no tuvo la habilidad para lograr envolver a todos cuanto se acercaron a su vida con la energía que emanaba de ese hogar espiritual al cual pertenecía. Nunca podrá dejar de reprocharse por las caídas que permitió que sucedieran y sin embargo confía en que el amor es más fuerte que la nada y que quizás incluso cuando el espacio-tiempo ya no sea, su intención de ser mejor contribuya a que, en la excelsa generosidad del Padre, hasta Nadie pueda salvarse volviendo a la Luz y al Ser.
27 Explosiones de alegría Una llamada telefónica del exterior. Su hijo el mayor de los dos varones les confirmaba que la pequeña sirenita, su “niña lejana” –a la que habría de escribirle una canción de igual nombre- había nacido. ¡Cuanta alegría!, era la primera vez que se convertía en abuelo; ¡Cuanta tristeza!, las circunstancias le impedían poder estrechar esa nueva vida entre su brazos, tendría que pasar más de seis meses para que pudiera hacerlo. Una vez más, la vida le demostraba que alegría y tristeza eran caras opuestas de un mismo hecho. En el ajedrez de la vida cuya partida él jugaba, ya había conocido de antemano esta jugada, la había previsto cuando su hijo hizo la movida que lo llevó a tierras lejanas. Había aprendido que le estaban vedadas ciertas acciones en el mundo de las cosas, y una de éstas era atentar contra la libertad de sus hijos para tomar sus propias decisiones, los había criado como espíritus libres, por sobre el orden y la disciplina que les había inculcado. Luego vino aquel día, el del nacimiento de su primer y único nieto varón hasta ahora, el día aquel en el que un ruiseñor le habló para decirle de la enorme bondad que encontró en el corazón de ese pequeño que vencía las dificultades dialogando. Ese mismo niño extraordinario que había convencido al tumor, surgido en el ovario de su madre al crearlo, que era mejor para todos que no hiciera daño, el que dialogó con la muerte cara a cara y la convenció de que lo dejara vivir porque tenía muchas tareas por cumplir en el mundo de las cosas, el que llenaba de colores con sus pinturas los momentos grises que a veces surgen en la vida, el que tiene tanto
amor e inocencia en su corazón que puede irradiarlo sin que alguien pueda resistirse. Esta vez no permitiría que sucediera nuevamente. Estaría en el mismo día del nacimiento de su segunda nieta norteamericana. Fue así, no más de una hora de su nacimiento y ya la tenía entre sus brazos. Era un niña que aún en sus pañales ya mostraba su belleza de valquiria y su alegría de vivir. Su hijo nuevamente estaba allí compartiendo con él uno más de sus generosos nexos de amor, le entregaba otra vez como lo hacía en su infancia la herramienta justa para ir apretando las tuercas de la vida. Era claro ya que las distancias nada importan, son tan flexibles, pues cuando hay amor esas distancias se acortan y ya no existen los imposibles que impidan verla disfrutar ahora con su amigo Shrek y bailar al “poto loco”. Había que volver a encontrarse con una nueva alegría. Y allí estaba ella, preciosa, glamorosa y encantadora en su inocencia, surgiendo a la vida para convertirse en una especial de entre las voces que entonan a su manera las más bellas melodías en el otoño de su vida en el mundo de las cosas. Ella y él son ahora Migo y Tigo, Tigo y Migo, en roles que se cambian a voluntad, unidos y estrechados como sólo ellos dos saben hacerlo, mediante un “con” que los vuelve inseparables. Ella es ahora la que le entrega todo su amor inocente y tierno ... y un poquito más. Se lo entrega en “su colchita” que nadie más puede tocar, en los besos, los abrazos o las pícaras y coquetas miradas que le regala al niño preferido de sus juegos compartidos, a ese abuelo con el que baila o canta ante el micrófono o con el que disfruta viendo juntos en la televisión a esos divertidos personajes llamados Bob esponja, hermanos Koala, Barney y sus amigos o Caillou, hasta que llega la hora de despedirse para entregarse en los brazos de aquel señor llamado sueño.
Eran dos, pero no pudo ser y en el camino se dijeron “hasta el final de los tiempos”, se tornó así sobreviviente. Quizás sea por ese motivo que nació delgadita y argumentadora pero rodeada de amor sin límites. Ella es ahora su quinta nieta - la primera hija de su “niña bonita”- la de la dulce sonrisa que encanta y la de la mano alzada que espanta. ”A mi abuelo ¡No! porque nos amamos mucho y es quien me hace reír con las cosquillitas que me hace en mi barriguita y cuando me regañan él es quien me abraza.” Es preciosa e impredecible como un hada. Curiosa, inteligente, independiente, sensible y dulce, pero se enfada muy rápido y con mucha facilidad, por lo que se la debe tratar con mucho tino y ternura o con un eres malo” a flor de labios se alejará. Ella, la que lleva el nombre de su amada, es la que nació más experimentada, no por eso rodeada de menor alegría o amor. Cuando se es la sexta personita en llegar no queda otro remedio que hacerlo todo fácil, aunque les jugó una bromita a todos. Dijeron que iba a ser varón y no quiso posar para las cámaras y sólo al final dijo “aquí estoy y soy una dulce y linda mujercita, aunque cuidado, no se engañen que tengo más temperamento que cualquiera”. Es también la última...¡por ahora!, porque vienen más.
28 Aquella madrugada Cuando recibió la llamada de su hermana diciéndole que su mamá había sufrido un desmayo luego de quejarse de un fuerte dolor en su cabeza, casi diecisiete años se habían cumplido desde la llamada anterior relacionada con la muerte de su padre. Temió lo peor y sin embargo su corazón no sentía que ella hubiera muerto. Llegó, ella estaba como durmiendo pero no respondió a su llamado y consideró lo apropiado internarla en la clínica cercana a la casa. Al llegar a la clínica una crisis detuvo su corazón y fue devuelta a la vida. Médicos, van, médicos vienen, exámenes, análisis v todo estaba dicho, había sufrido un derrame de sangre masivo en su cerebro quizás producto de una rotura por presión excesiva. Ella estaba por cumplir los ochenta en su vida y remontar los efectos de ese derrame sería poco menos que lograr un milagro. Su madre era vida a plenitud, desde niña había mostrado ya su alegría de vivir y su ternura y ahora a los ochenta casi, era un motorcito en actividad que provocaba la envidia de la gente joven incapaz de seguir su ritmo.
Creciendo entre mimos, encajes y criadas destinadas a cada hermana y siendo parte de una familia numerosa y bien formada entre aquella aristocracia de esa “Tierra hermosa de mis sueños donde vi la luz primera, donde ardió la inmensa hoguera de mi ardiente frenesí. De tus placidas comarcas de tus fuentes y boscajes, de tus vívidos paisajes no me olvido Manabí. Son tus ríos los espejos de tus carmeles risueños que retratan halagüeños el espléndido turquí de tu cielo en esas tardes en que el sol es una pira mientras la brisa suspira en tus frondas Manabí. Tierra hermosa de mis ansias, de mi goces y placeres, el pénsil de las mujeres más hermosas que hay en ti, por la gracia de tus hijos, por tus valles, por tus montes, por tus amplios horizontes te recuerdo Manabí. Tierra bella cual ninguna, cual ninguna hospitalaria para el alma solitaria para el yerto corazón, vivir lejos ya no puedo de tus mágicas riberas Manabí de mis quimeras Manabí de mi ilusión”, tuvo ella que, sin embargo -cuando los injustos tiempos llegaron al hogar de sus padres y fueron exilados, perseguidos por una política que puso a la familia en una oprobiosa lista negra sólo porque su padre administraba una exportadora de productos ecuatorianos hacia la Alemania de aquellos años- dejar su querido Manabí y vivir la estrechez de recursos en tierra extraña. Allí surgió su espíritu indomable y su orgullo aristocrático fue doblegado por la nobleza de su alma y por el trabajo imprescindible para ayudar a la familia. Lejanos ya los tiempos en los que en esa tierra encontró al hombre de su vida y procreó a su primer hijo, a ese hijo surgido de sus entrañas en el Guayaquil que tanto amó y que ahora frente a su cuerpo maltrecho por el golpe inesperado contradecía su razón que le decía que la vida de su madre se escapaba sin remedio y le pedía luchar contra la muerte. Pero no era cuestión de disposición para lograr lo imposible, es que quizás ella estaba ya ansiando el encuentro allá en ese estado de amor sin dimensión ni tiempo
donde forjó sus utopías con su amado que había antes partido presuroso. La llamada temida llegó inexorable, aquella madrugada su madre había muerto no mucho tiempo después que él se retirara de su lado creyendo que la lucha estaba ya ganada. Volvió a su lado y como siempre junto a él estaba su compañera, su otra parte del “nosotros”, para darle aliento de vida en otro de los momentos en que esa vida se le escapaba. Sólo quien ha perdido a sus padres en este mundo de las cosas puede llegar a comprender el dolor que él sintió en ese instante y el sentimiento de desarraigo que lo abrumaba al perder la última de las raíces de su carne. La orfandad total le cayó como un peso casi insoportable, alivianado tan solamente por la rapidez de los acontecimientos en secuencia que necesariamente deben producirse en los momentos posteriores a una muerte física y también de otros acontecimientos que no son usuales pero que en este caso tenían que ser. El y sus hermanas habían decidido que los restos de su madre fallecida debían ser depositados en la misma bóveda donde reposaban los restos de su padre y para ello era necesario exhumar previamente los de su padre. Concurrieron su compañera y él a tal acto, del cual habían escuchado prevenciones sobre lo angustiante que podía ser observarlo, y contra todo lo esperado fue un momento de una paz extraordinaria y quizás uno más de esos espacios de conciencia de los que había disfrutado con su padre, ahora convertido ya en polvo. Percibió como si un sentimiento de alegría brotara de aquella tumba al prepararse a recibir los restos de quien fuera su compañera de aventuras y locuras. La vida puede enredar a las personas en vericuetos y laberintos y sin embargo así como en vida no existió momento en que no estuvieran juntos, ahora cuando ya sólo eran despojos terrenales lo estarían igualmente. En su otro hogar, en la tierra de sus utopías, ya lo estaban.
Sus padres vivían ahora en ese otro lugar poblado de todas las conciencias donde podía visitarlos cada día y aquí en este mundo vivían los dos en el amor que se profesaban uno a otro con su compañera de viaje al infinito. Ya no había desespero, había paz y equilibrio en su vida. El dolor de sus hermanas le preocupaba. Percibía su soledad y no sólo la orfandad, sentimiento común que los unía a los tres, había algo más, la cabeza de ese hogar de los últimos diecisiete años se había marchado para siempre. ¿Cómo olvidar a su hermana compañera de muchas travesuras infantiles? ¿Cómo olvidar a aquella triunfadora de su primera campaña en una elección que él dirigió y que la convirtió en Princesita de Navidad en el instituto educativo al cual asistían? ¿Cómo olvidar los varios años en que ella se convirtió en soporte de su madre cuando su padre ya no vivía? ¿Cómo olvidar a su hermana la más pequeña ahora ya mujer y madre de una hija que por derecho propio y esfuerzos compartidos se ha convertido en alegría y sano orgullo de ese hogar, y a la cual hay que proteger y enseñar? ¿Cómo olvidar a esa hermana que surgió a la vida cuando el tenía ya once años? ¿Puede un niño de once dejar de ver a una hermana recién nacida de otro modo que no sea como “su pequeñita” que de cuando en cuando hace travesuras y que hasta se enoja porque se le llama la atención? ¿Puede acaso olvidar a quien fuera compañera de momento asistiendo a retirar juntos las medallas otorgadas por la Filantrópica por los sendos premios obtenidos cuando era ella estudiante de colegio y él estaba en el quinto de la universidad? Han transcurrido ya cuatro años desde esos días de dolor compartido entre las ramas de un mismo tronco y de unas raíces
que se cortaron para siempre en este mundo de las cosas pero que están allí entrelazadas en el hogar espiritual al que pertenecen, y que no podrán romperse porque no están arraigadas en obras materiales que “ludibrio son del tiempo que con su ala débil las toca y las derriba al suelo” sino en el espíritu.
29 un dilema Le resultaba realmente imposible continuar recordando todos los momentos que había vivido hasta ahora, y que habían dejado improntas indelebles en su espíritu, eran tantos, que debía entonces cesar en sus remembranzas y retornar al hogar sintiéndose agradecido por la posesión de las certezas logradas. Esa tarde, sin embargo, volvía a su hogar con su cuerpo envuelto con el color gris pintado por su emoción más intensa: se sentía profundamente frustrado y deprimido. No lograba desconectar su mente de lo observado en el trayecto matutino a su oficina, ni de las cuartillas escritas en su intento de resolver su dilema personal plasmando su descontento en una melodía o en un relato que ordenara sus pensamientos. Una vez más, entonces, aparecieron en su mente aquellos versos: “Desde aquí observo, en perpetuo movimiento, A los miembros de la Integral Escena. Desde aquí miro el constante desfilar de la maldad humana Y el breve y bellísimo manar de la bondad terrena”.
Y como por obra y gracia de un raro sortilegio se hizo el silencio en su mente, y, como en otras tantas ocasiones le había sucedido en su vida desde niño, se sintió transportado a aquel extraño lugar donde todo era. No había pasado ni futuro, solamente vibraciones ondulantes y un presente eterno de posibilidades. Un lugar donde todas conciencias son aspectos distintos de todas las conciencias porque la Conciencia es una. Un lugar donde la luz se dobla, el espacio se curva, y donde si lo deseas puedes jugar con el gato de Schrödinger. Tal vez los pensamientos previos, ya que ahora él no pensaba, lo acercaron a una especie de ventana que le permitió observar circunstancias de las vidas que hace muy poco había percibido en su trayecto matutino . No podría juzgar, sólo aceptar aquello que formaba parte de la realidad total. Había comprendido ya hace tiempo que en la realidad total aún los contrarios están tan cerca, que hay un equilibrio que conforma el orden de las cosas, que .... y allí estaba él observando con los ojos del espíritu.
30 El hijo de Marcela Enfocó su mirada al ya tradicional barrio, el suyo propio, el cual para muchos estaba supuestamente habitado por gente rica y de elevado nivel social, lo cual no era totalmente cierto. Observó entonces como el lugar retumbaba ante los gritos de la vecina que estentóreamente llamaba a Juan. “No seas vago despiértate ya y ve a comprarme el pan, que aún no he desayunado” dijo la señora, que vestía camisón y zapatillas de cama, a la par que arrojaba desde la ventana unas cuantas monedas al guardián. “Sí señora, enseguida”, contestó humildemente Juan y se dirigió presuroso a la tienda del barrio que, una cuadra más allá, se había convertido en lugar de reunión de estudiantes y de empleadas domésticas en busca de chismes que contar. Juan era un hombre viejo, frisaba los setenta años, y ya hace algún tiempo había venido a la ciudad, proveniente del extenso y cada vez más abandonado campo litoral ecuatoriano, haciéndole un quite a la miseria en esa época cuando las inundaciones habían destruido los pocos sembríos que tenía en la pequeña parcela que
aún era de su propiedad, esto es a menos que alguien al saberla ahora abandonada ya se la hubiere arrebatado y tomado para sí. Ya no tenía a nadie. Tanto que él mismo sabía decir a veces, como muchos otros, “ya no tengo ni perro que me ladre”, aunque si tenía, porque junto a él, al pie de la caseta, dormía un perro esmirriado y pulgoso que de cuando en cuando emitía un ladrido como para decirle “aquí estoy, no he muerto”. Su mujer había fallecido varios años atrás mal atendida en uno de esos centros de salud rurales donde hasta hoy no hay ninguna medicina ni para curar picadas de culebra. No habían tenido hijos y los parientes quién sabe en qué barrio popular de qué ciudad, engrosarían las extensas invasiones que las acordonaban. Ya una vez en la ciudad y a fuerza de tocar puertas había logrado que una de las vecinas del barrio le diera el trabajo de guardián, cuyo sueldo se lo pagaba una especie de colecta quincenal que hacían algunos de los vecinos. Juan tenía tal facha de viejo, desgarbado y mal vestido que el último fin de año, algún chiquillo irrespetuoso, una tarde cuando estaba dormitando sentado en su silla, le había colocado al pie un tarrito y un letrero que decía “una caridad para el año viejo”. Algunos se preguntaban qué seguridad podría ofrecer Juan frente a la creciente ola delictiva que asolaba la ciudad. Lo más seguro sería que al término del estruche los ladrones le dejaran algo de propina al pie de la caseta. Y por otro lado si estuviese despierto en el momento de la incursión de los amigos de lo ajeno, qué podría hacer él frente a esa gente desalmada y generalmente bien armada. Lo cierto es que en su zona, que se sepa, hasta ahora nadie ha robado, y un poco más allá, en la zona de otros guardias, si lo han hecho. ¿Será que alguien desde muy arriba se siente solidario con este viejo de buena voluntad? ¿O será tal vez que algunos guardianes en vez de cuidar las propiedades que a ellos
les confían sus empleadores, sirven de informadores y “campanas” a los ladrones? Juan, medio chismoso y cuentero como es, nunca resiste la oportunidad de enterarse de las novedades del barrio, por lo que jamás reclama cuando los vecinos lo utilizan como muchacho de mandados aunque eso no esté bien. Vaya para allá, venga para acá... ese es su andar de todo el día. Justo ahora llegaba a la tienda para hacerle el mandado a doña Vicky la gritona. “Hola Rosita, ¿Qué te cuentas hoy? Se te nota disgustada...”. “Es que hay problemas en la casa y como siempre yo pago los platos rotos” contestó la cocinera de los Romero. “Venga, venga y cuénteme con detalles, no se contenga, desahóguese”, replicó Juan al instante. Rosita, como si le hubieran dado cuerda comenzó a aflojar la lengua, después de todo para eso mismo es que había ido a la tienda y no exclusivamente en busca de los plátanos maduros que tanto gustan a sus patrones. “Esa casa está hecha un manicomio. En ese hogar ya no se ríe. La mujer culpa al marido y el marido a la mujer. Es que la chica está embarazada y recién cumplidos los dieciocho. Y qué querían, si el marido nunca estaba en casa, dizque porque estaba trabajando haciendo plata, y la mujer sólo paseando con las amigas. La chica estaba sola en realidad y siempre con los pelados farreros con los que se besuqueaba a toda hora”. “¿Y qué dice el padre a todo esto?”. “Él quiere que Marcela se lo saque y la chica llora porque ella tiene la esperanza que él se case, pero no dice quién es. A la madre lo que más le preocupa es el qué dirán. Pobre chica”. “Yo no sé por qué tanta tragedia hacen de esto sí a cada rato sucede con las chicas del barrio donde vivo. Lo que sucede es que para esta gente lo que a otros les ocurre no les importa, pero tu ya sabes que para el
arrumaco no hay distingo y lo mismo es Chana que Juana, especialmente ahora que hasta las peladitas están adelantadas y sino mira lo que sale todos los días en esos programas de televisión. Cuanta movedera de las chiquillas, cuanto apretujón a la entrada de los canales y todo el mundo muy contento. Qué te lo pongo, qué te lo pongo... qué pechito con pechito... qué el baile de la botella o del trencito, que el mueve el culo del General o quizás debía decir del Coronel porque ese tiranuelo si que lo mueve donde puede, y qué sé yo más. ¿Te has fijado?”. Cierto era el quemimportismo frente a los demás y el egoísmo de esa gente, pero Rosita en su interior no compartió la crítica a los bailes, pues a ella como a las chiquillas también le encantaba la movedera y lo que pensó es “este viejo está anticuado y no comprende la alegría de la juventud que menos mal ahora ya no le gusta la música tristona”, sin embargo no lo contradijo y contestó: “Si Don Juan, pero lo cierto es que la chica está sufriendo y todo anda muy alborotado y conmigo se desquitan como si yo no supiera guardar un secreto de familia. Mire que sólo a usted le cuento porque es de confianza”. Juan sonrió en forma picaresca, pagó la cuenta de los panes y tomó rumbo a la casa de Vicky la gritona que aún esperaba asomada en la ventana. El viaje a la tienda había valido la pena, ahora ya tenía mucho que comentar... Miguel Romero, por su parte, estaba como diablo en botella con ese asunto dándole vueltas en la cabeza, por lo que no podía concentrarse en su trabajo y optó por acercarse a la cafetería del Banco a ver si se tranquilizaba. Vio a Roberto Santamaría sentado junto a una mesa que daba al ventanal. Tenía las dos manos sosteniendo su cabeza. Era evidente que rumiaba algún problema.
“¿Qué té pasa? Estás peor que yo”. Roberto palideció y se puso muy nervioso. “Nada, hermano, nada que no se pueda solucionar”, alcanzó a balbucear. “Tu problema es de faldas, pues bien que te conozco. Anda dime. ¿En qué lío estás metido?”. Roberto no podía articular palabra alguna. ¿Cómo decirle...? Por un instante Miguel olvidó el problema que momentos antes lo tenía de cabeza y se interesó en el de su amigo y compañero de trabajo. Al fin y al cabo había que disipar la mente de aquel asunto propio tan estresante, e insistió: “Vamos, Beto, cuenta”. Como pudo, Roberto, se sacó el bulto sin responder, como tantas veces en el pasado lo había hecho. Miguel Y Roberto eran compañeros en el Banco desde hace rato. Estaban recién pasados los cuarenta y cinco y habían estrechado tanto su amistad al punto que se habían vuelto inseparables. Iban juntos a la playa, iban aquí y allá. Roberto se había convertido en asiduo visitante de la casa de Miguel. Todo se contaban o más bien casi todo, porque claro, Roberto a pesar de la insistencia de Miguel jamás hablaba de sus conquistas amorosas. Sobre ese tema era verdaderamente una tumba, que al fin y al cabo un caballero no comenta de sus damas. Todo había comenzado esa tarde que Roberto fue a la casa de Miguel y él no estaba. Maritza, como siempre, divertida en alguna reunión fuera de su hogar. Llegó cuando Marcela despedía al último de sus amigos con un beso zalamero, más allá de lo debido entre amigos. Pensó que la chica estaba media descocada. “Hola Beto, ¿Y esa cara?”. “Nada, nada, viniendo a esperar a tu padre. ¿Y tú cómo estás?”. “ Aquí pasando el rato con esta bola de pesados que menos mal que ya se fueron. Nada nuevo. Aburrida,
tomando coca cola”. Y Marcela pensó en las tediosas conversaciones con los amigos de su edad. Ella deseaba algo más que no sabía definir. Roberto fijó su mirada en la chica y por vez primera reparó en que era hermosa, con esa belleza prepotente de la adolescente que comienza a ser mujer. “¿Quieres algo de beber? Ya está, te sirvo un vino que está buenísimo”. “Venga, pero si me acompañas”. La conversación prosiguió mientras vino viene y vino va. Ella estaba exaltada y contenta, con su padre nunca había conversado así, de música, de artistas, de cómo estaba la situación del país, de los locos y sin propósitos que eran sus amigos, y de mil temas más. “Qué interesante es Beto y pensar que tiene la misma edad de mi papá que es un viejo”, dijo Marcela quedamente para sí. Sentados uno junto a otro en la sala solitaria, él le dijo que el vino estaba realmente muy sabroso y que no había probado nada igual. Ella, sin saber por qué, le dijo desafiante que el mejor vino del mundo es el que se bebe de su boca y tomando un sorbo le ofreció sus labios sedientos de aventura. Beso a beso, con el sabor de lo nuevo y lo prohibido, esa tarde, ellos iniciaron la construcción de su secreto... Roberto era en realidad un hombre solitario. Desde ya hace cuatro años en que se produjo la separación forzada de su mujer, quien ya no estuvo dispuesta a soportarle sus devaneos, no se había interesado en construirse nuevas ataduras. Picaba aquí y allá. Nada serio. Tal vez por eso la familia de Miguel le había llenado el vacío que sentía. Pero ahora todo se volvía tan distinto. Muchas tardes, desde aquella, volvieron a encontrarse. Su departamento de hombre solitario tomó el color lila de la poesía y
el ensueño. Marcela tornaba realidad para él las traviesas fantasías que ella elaboraba en su mente impulsada por las mil y una explícitas caricias de las que está llena la pantalla chica a toda hora, y él se dejaba llevar hasta cierto límite. En realidad fue ella quien como jugando lo sedujo hasta que poco a poco se le metió en la sangre. Pero ella era casi una niña y de paso hija de su amigo. La situación lo tenía nervioso y preocupado pues los besos y las caricias siempre llevan más allá y él ya caminaba al borde del precipicio. Nadie nunca supo. Marcela continuaba zalamera con sus amigos, muchas veces hasta en presencia de Roberto, dizque para que nadie sospechara. Roberto tragaba celos que lo envenenaban, pero hasta eso en el fondo era estimulante para él pues volvía a recrear emociones hace mucho tiempo olvidadas. Qué compleja es la mente humana. Las situaciones se tornan fascinantes cuando surgen tentaciones que incitan, aunque lastimen. Es algo así como cuando el ave inmóvil, frente a una lengua de serpiente, se mantiene extasiada hasta morir. Vaya, vaya... Nadie nunca descansa. Una tarde de reclamos, por esa reiterada coquetería de la chiquilla, se volvió tan violenta que los amantes hasta entonces limitados por las barreras auto impuestas se enfrentaron sin tapujos y, ya desbocadas las pasiones, se liberaron a sí mismos de la prudencia que habían mantenido hasta ese momento y se lanzaron por la avenida del placer para recorrerla ya sin medida alguna. Él la recorrió de arriba abajo, de abajo arriba. Escaló sus montañas y descendió a sus valles y cañadas y así perdido en la aventura de su piel juvenil y anhelante se adentró en los rincones de su alma. Ella respondió con el fuego desbordante de un volcán que aguardaba el momento de explotar. Derramó su lava para que no
continuara quemando sus entrañas y se entregó totalmente, como lo hace la tierra fértil cuando la semilla es depositada. Lo hecho, hecho estaba. Ella se sentía enamorada y plena. No pensaba en nada más que en repetir aquella tarde entre sus brazos. Él, atrapado por la rara mezcla de inocencia y pasión que ella le entregara, la dejó zambullirse entre sus manos insaciables y así juntos surcaron, con vela al viento y sin testigos, los océanos del placer. El por su parte cabalgó desbocado por todas las praderas del deseo, como diría el poeta, montado sobre potra de nácar sin bridas y sin estribos, y comprendió por vez primera el total significado que le otorgó el autor a la canción “Caballo Viejo”. Siete semanas, tiempo en que las puertas del cielo se les abrieron, duraron lo que un suspiro para quienes estaban embelesados, pero no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague. Tres semanas más y la sospecha de la chiquilla, de incertidumbre pasó a inevitable. El resultado del examen realizado a escondidas lo confirmaba: estaba embarazada. Se lo diría a Roberto. “Él me quiere. Ahora tendrá que pedirle el divorcio a su mujer. Nos casaremos y seremos felices por siempre, como en los cuentos”, pensó. Estaba rozagante, brillaba como un lucero de la mañana surgiendo entre nubes con el color de la alborada. Le hubiera gritado al mundo que en sus entrañas estaba creciendo el hijo de quien la amaba. Ese si era un hombre, no como la caterva de sus amigos y pretendientes que creen que es en la farra y las discotecas, entre humo de cigarrillos, bailes de fantasía, besuqueos y bebidas interminables, donde se toca los sentimientos de una mujer. Ese si era un hombre, aquel que entre sábanas, edredones y el aroma de violetas surgiendo de los palillos de incienso que se quemaban,
con pasión desenfrenada primero y luego con la paciencia infinita de la ternura, había llegado allí a donde llegan los triunfadores, a poner su huella imborrable en su piel y en su alma. “Beto, tengo que contarte algo, te tengo un notición que te va a encantar”, le dijo al paso sin que alguien más la oyera. “Mañana a la hora de siempre donde ya sabes”, le respondió Roberto, anhelante y sin sospechar que el mundo se le vendría encima con la noticia. Esa noche casi no pudo conciliar el sueño, estaba desesperada, quería que ya fuera mañana. Hizo mil planes. En su mente hasta decoró el dormitorio para su bebé. ¿Qué sería? ¿Niño o niña? No importaría, a uno u otra igual adoraría. Tendría que comenzar a comprar ropita, una cunita, donde bañarlo. ¿Por qué siempre lo pensaba como un varón? Es que en realidad quería que fuera igual a Roberto, un hombre, un hombre capaz de conquistar con su pasión a una mujer inconquistable como ella. Juan, Rosita, Roberto, Miguel, Maritza, Marcela, vidas desenvolviéndose despreocupadamente y sin sentido, en el país del “¡Qué me importa!”... Una vida por venir. ¿Alegría? ¿Tristeza? No quiso continuar observando aquella parte del mundo de las cosas, de esa realidad parcial. Aquellos seres habían optado y todo estaba bien, los desenlaces de esas vidas cabrían dentro del equilibrio necesario. Si dejaba de observar ahora, no podría llegar a conocer cómo había reaccionado Miguel Romero al saber que su amigo Roberto había embarazado a su hija. ¿Qué pensaría Maritza? ¿Se culparía a si misma por la poca importancia que daba a la conducción de su hogar? En todo caso, si seguía observando terminaría juzgando y no debía... sin embargo no pudo evitar sentir que si la vida que estaba por venir llegara a ser vivida, de seguro no sería tan feliz como lo había sido la suya.
Cambió el enfoque de su mirada y sintió como si se erizara su piel, aunque desde luego, donde era no había piel, ni frontera corporal, sólo era una conciencia observando a otras en la unidad de la Conciencia total...
31 la nueva educación Juan Carlos esquivó a los tres o cuatro vehículos que se le venían encima y como penetrando en un laberinto, conformado por las decenas de carros mal estacionados, dando cabriolas en busca de una salida se dirigió a la puerta del instituto donde había sido matriculado por sus padres. El referido instituto era una de esas unidades educativas que han proliferado en los últimos tiempos como tréboles en el campo, en cantidades mayores y entre los cuales de cuando en cuando se encuentra alguno con cuatro hojas que al decir de los antiguos son de la buena suerte. Era evidente que éste no era uno de los tréboles de cuatro hojas pues se podría decir que era una unidad educativa concebida no para contribuir a mejorar los niveles educacionales sino más bien como un negocio cuya exclusiva preocupación estaba centrada en la última línea del balance al final de cada ejercicio económico. Así concebido el instituto vendía su imagen al público y en especial a los padres de familia como la de una entidad moderna que podía ofrecer las mejores enseñanzas en computación y disponer de los
equipos más actualizados para tal propósito, sumándose así a la larga lista de centros educativos que supuestamente apuestan a la tecnología como la clave de todo progreso, olvidando que ésta es una herramienta útil cuando está al servicio de las ideas y que el progreso se produce cuando la ideas están sujetas a nobles propósitos y no a la novelería. Como resultado de esta eficaz acción de mercadeo sus propietarios habían logrado incorporar un número de alumnos que superaba en gran medida las capacidades instaladas sobretodo porque estaba ubicado en un barrio residencial, pero eso no importaba ya que cuando un alumno ingresa es poco probable que luego desee desvincularse. Los padres, por su parte, en los tiempos actuales, se encuentran más que satisfechos con su labor de padres cuando pueden cumplir con pagar a tiempo las pensiones en la entidad que les ofrece una educación “actualizada” y la oportunidad que su hijos tengan compañeros que serán “buenos contactos” en el futuro. Juan Carlos se introducía así diariamente en ese enclave donde junto con la adoración por las computadoras y las diversas facilidades que éstas le otorgaban le programaban en su mente una neutralidad perniciosa respecto de los valores a los que la moderna educación, al menos la de nuestro país, le concede sólo una relativa importancia. A sus catorce años apenas se enfrentaba ya a un poderoso lavado cerebral que lo convertiría en un consumidor de materialidades curiosamente estimulado por una avalancha de conocimientos que se ponía a su disposición en las modernas autopistas y mediante los desarrollos técnicos de la comunicación. Todo se le venía encima, el Internet que le facilitaba hacer o más bien plagiar “investigaciones” y visitar aquellas “web” que “sin querer queriendo” le robaban su inocencia, los celulares con los que estaba permanentemente “en contacto” con sus amistades
para intercambiar trivialidades y hasta sus profesores más chapados a la antigua quienes deseando introducir en sus mentes al menos algunos conceptos cívicos lo obligaban a escuchar largas disertaciones todas confusas acerca del rescate de valores y de amor a la bandera o a las fiestas patrias efectuadas no a voz en cuello sino a voz de megáfonos para que pudieran ser escuchadas a diez o doce cuadras a la redonda cuando recién empieza la mañana. ¿Donde estaban aquellos espacios de conciencia, de reflexiones importantes, realizados en compañía de sus padres o maestros? ¿Habían quedado reducidos tan sólo al tan cacareado “rescate de valores” que nada significa? No son los valores a quienes hay que rescatar, ellos siempre están ahí, es a más de una persona a la que hay que rescatar de las estupideces que comenten cuando eligen mal que de paso lo hacen muy seguido. ¿Cómo pueden elegir correctamente si en sus años formativos no surgen guías que los orienten en su elección? Decidir qué hacer no es fácil para quien está en la alborada de la tempranera mañana de su vida. Escucha que existen “valores” que nadie le explica cuales son y se convierten en lugares comunes de las tertulias sociales. Palabras dichas para un auditorio que no está interesado en escuchar sino en presentar una imagen según sea su interés particular. No se reflexiona en que el fondo de la decisión de una persona está en la jerarquía que otorga a esos valores a los que deberá enraizar en su espíritu, pues no es lo mismo priorizar la sabiduría entendida como el apego al conocimiento de las verdades más profundas que priorizar otro valor por más importante que éste sea. No hay conflicto entre valores cuando hay una estructura jerarquizada para ellos que los ubica en el lugar que corresponde reconociendo la naturaleza del ser humano y por tanto su propósito, al menos no debería haberlo
en la conciencia de cualquier ser humano pues cada uno nace con la facultad discernir y elegir correctamente, sin embargo los padres y maestros debían reconocer por su parte que las truculencias de Nadie siempre están presentes. No quiso seguir observando desde aquélla ventana abierta que le mostraba algunas realidades del mundo de las cosas. Su espíritu se sentía dolorido, se retiró de allí, tal vez habría otras realidades menos tristes que observar.
32 Los sueños de Manuel Cambió su enfoque y de pronto había penetrado en el hogar de Manuel y Carmela. El había recolectado de aquí y allá algo más de doscientas bolsas plásticas de supermercado. Tenía pues asegurado el material para varios días de trabajo. Cada paracaídas requería al menos dos de esas bolsas. Manuel, Carmela y sus tres hijos, ocho la mujercita y diez y doce los dos varones, se habían dividido el trabajo. Carmela y Sonia María unían las bolsas de dos en dos y las recortaban en forma circular. José Manuel y Leonardo se encargaban de pegar al plástico circular los tramos de piola de algodón que previamente habían recortado a un mismo largo. Los tramos serían los tirantes del paracaídas que Manuel amarraba a un pequeño muñeco plástico. Terminados los amarres de los paracaídas con los muñecos los guardaba en pequeñas bolsas plásticas transparentes que extraía del paquete de cien unidades que junto con los muñecos había tenido que comprar en uno de los almacenes de junto al mercado central. “Vamos chicos, apúrense que barco parado no gana flete y mañana tengo que salir a vender”. “Lo que pasa es que Leonardo está jugando y no se apura”, dijo José Manuel, con una forzada ronquedad, como queriendo hacer voz de hombre, y rogando que no le salieran de la garganta aquellos gallos que a su edad lo tenían a mal traer. “Habla bien, habla bien, que pareces charro mejicano con tanto falsete a cada rato”, le soltó Leonardo, mientras reía de buena gana, pues aunque mucho quería a su hermano, no perdía la oportunidad de molestarlo.
Manuel se dirigió a Carmela. “Mira mija, de esta nota de los paracaídas ya me estoy cansando y no es por el trabajo de hacerlos y venderlos. Tu sabes que a ratos hasta se pasa divertido”. “Entonces ¿Qué mismo es?”. “Yo no sé si estoy loco o que sé yo pero es que siento que en esto es como venirse para abajo. Me entran cosas que no puedo ni explicarlas. ¿Sabes qué? Sería distinto si fueran aviones como los que vende el mancito de tres cuadras más allá. ¿Tú los viste? Son de palo’e balsa y cómo vuelan”. “No te entiendo Manuel, no sé cuál es tu nota”. “Es que mira, los aviones vuelan, vuelan como mis sueños, y tú en ellos puedes ver desde arriba. Nunca he volado en un avión pero estoy seguro que debe ser como entrar al cielo de verdad. A veces cuando duermo siento que vuelo entre las ráfagas del viento y no me caigo, ni tengo paracaídas puesto, porque siempre voy subiendo hasta llegar a las estrellas y camino entre ellas. ¿Tu crees que eso algo signifique? Un día de estos me voy donde la bruja de a la vuelta para que me explique, ¿ no es que sabe mucho de los sueños?”. “Si no conociera que tu nunca bebes te diría que estás borracho. Sin embargo lo que dices pueda que tenga algún sentido. Yo si quisiera que los chicos suban, suban siempre en su vida. Que no sólo vuelen en avión, que sean más, siempre más. Tal vez eso es lo que quieren decir tus sueños”. Manuel, Carmela y sus hijos rieron de buena gana. No pudo evitar sentir simpatía por los sueños de Manuel mientras cambiaba nuevamente el enfoque de su observación.
33 los vampiros Buena farra la de anoche -dijo Antonio para sí- un tanto adormilado todavía. Tengo que apurarme, se decía mientras viraba a la izquierda del semáforo con luz roja encendida. Conducía un cuatro por cuatro de esos que constituyen una provocación por su tamaño y que meten miedo al que se les pone por delante. Claro que no era necesario tenerlo porque jamás realizaría actividad alguna a campo traviesa, entre montañas y fuera de una carretera. ¿Para qué quería un cuatro por cuatro en una ciudad? Era muy simple, era cuestión de “status” , de decirle a todo aquel que lo observara, “me va muy bien, estoy emparentado con el éxito”. Es que ahora el éxito se mide por las materialidades que puedes obtener y el poder que eso te proporciona, por cuántas veces puedes salir en los canales de televisión o en los periódicos para reafirmar una fama que no importa de qué manera llegues a obtenerla. ¿Y la luz roja del semáforo? No importaba que esté allí ordenándole que se detenga y aguarde unos segundos con paciencia. ¿Paciencia por qué? El estaba apurado y además eso de los semáforos es para los cojudos, él está por encima de eso, cuando está de buen humor o pensando en quien sabe qué amarre, puede pararse y detenerse cuánto tiempo se le antoje..., y pobre aquel que se moleste, una sarta de improperios bastará para ponerlo en su lugar, él es chévere. Ahora, cuando por enésima vez violentaba la señal, estaba realmente apurado pues se había quedado dormido y tenía una cita de cosas “importantes”, una reunión de esas que duran horas sin que nada se resuelva porque hay que hacer “lobby” para
cosechar frutos en este país en que lo que cuenta es el amarre y los contactos. Pero cómo no se iba a haber quedado dormido si noche tras noche se va de juerga o de contactos y permanece despierto hasta altas horas más bien hasta cuando el sol clarea, como si la vida se hiciera realmente en la oscuridad y la noche no fuese para descansar. Era en realidad como un vampiro, despierto en las noches y medio adormilado en el día, y no lo era sólo por eso, lo era también porque le “chupaba la sangre” al que entrara a jugar con él ese juego de lograr el “éxito” tan ansiado en los actuales tiempos. Bueno, no había nada más que observar aquí, la infracción grotesca y el chirrido estridente de las llantas sobre el pavimento era por si mismas una señal clara de que Nadie estaba involucrado en ese juego, mejor miraba otros hechos del mundo de las cosas, siempre queda la esperanza...
34 La justicia maltrecha Alberto pulía el último tramo del capot. Lo estaba dejando reluciente. La verdad es que a él le agradaba conducir el coche dorado de su jefe pues, cuando andaba solo sin “el Juez” y su familia, eran muchas las peladas que se le iban de bolas entusiasmadas por la “nave” último modelo. El Juez lo había comprado... -más bien lo había “conseguido”- hace muy poquito, producto de uno de esos “favores” concedidos al dictar el sobreseimiento provisional de no sabía quien. El juez estaba realmente preocupado pues se hablaba por aquellos días de la inminente reorganización de los tribunales y juzgados en su jurisdicción. El ya había pasado momentos similares en varias oportunidades y sabía que cuando la Suprema era removida, más tarde o más temprano acabarían tratando de echar mano a las distintas posiciones. No es que no pudiera defenderse en casos como esos, al fin y al cabo ahí estaba todavía, lo que le preocupaba es el problema de los palanqueos y acomodos, el tener que alinearse y entrar en el juego de los dame que te doy para no perder la fuente de los ingresos con los que pagaba la buena vida que llevaba. Hacerlo era el problema porque de un modo u otro entrar en el jueguito tenía su precio. No era ninguna preocupación por la “justicia” ni que ocho cuartos, aunque cuando hacía declaraciones a la prensa por alguno que otro caso que llegaba a trascender como noticia, él con mucha ampulosidad y poniendo cara de “magistrado” impoluto y serio, citaba la palabra muchas veces antes de escudarse en la imposibilidad de dar más detalles para no prevaricar. Estaba convencido que cualquier cambio que se hiciera, nada cambiaría pues el sistema judicial siempre seguiría igual. La
corrupción imperante, de la cual era el parte activa, solamente era el resultado de la corrupción total que envolvía a toda la sociedad. Seguir observando aquello sería como llover sobre mojado, hace tiempo ya que se había convencido que su profesión de abogado era poco menos que imposible de ejercer en los tribunales de justicia y en los términos que había concebido cuando estudiaba en la Universidad. Para que servía la Filosofía del Derecho y el conocimiento profundo de la Ley si aquí en el país se hacía la Ley para violarla y los jueces y abogados, con muy escasas y honrosísimas excepciones, eran quienes les abrían y sostenían las extremidades de ella para permitir la introducción de las groserías más insospechadas a fin que no se concibiera la justicia como un fruto de amor esperado por la sociedad. Era mejor no seguir... cambió de enfoque acompañado de la secreta esperanza de encontrar realidades que no hirieran tan profundamente su espíritu.
35 viveza criolla Cristina misma se había puesto la soga al cuello, pues al fin de cuentas era ella quien la había conseguido "baratieri” en la Pedro Pablo Gómez -feria pueblerina de millones de vejeces y objetos mal habidos que algo ya ahora había cambiado por la acción municipal- aquel domingo en que se le ocurrió darle el empleo al vago del marido que siempre andaba con el tufo de borracho o tirado al pie de la covacha sin más oficio que espantar las moscas que se le venían en oleadas. La silla de ruedas no era nueva ni mucho menos pero serviría bien para el cometido que se había propuesto. “Muchos desgraciados ni mirarán porque a esos no les importa el mal ajeno, pero si habrá mucha gente que se caerá con las monedas a cuenta de lisiado y este pendejo es como si lo fuera”. “Pero mija mira que...”. “Ningún qué ni qué ocho cuartos, la pasarás muy bien pues soy yo la que va a empujar y tu... sólo vas a estar echado sin hacer nada, como siempre, además en serio que tienes cara de murichento. Y nada de sapadas que yo soy la que guardaré la plata”. Una vez más quedaba en claro que el machismo que dizque hay en la ciudad no siempre funciona en realidad, porque al menos en los barrios populares muchas veces la que pega es la mujer, que al fin y al cabo es la que prepara la comida, cuida a los hijos, y si no le gusta a él, peor pues se rompe el “compromiso” y ella busca hasta encontrar a su nuevo “machuchín”. El paso estaba dado y escogieron esa esquina pues era “barrio de ricos” y pasaba mucha gente para el trabajo. Eso sí, había que
levantarse muy en la mañana para que a las ocho ya estuvieren instalados pues había mucha gente en el lugar vendiendo de todo. Vio de este modo como se ejecutaba el atentado contra los sinceros sentimientos de compasión que brotaban en algunos corazones de entre los que transitaban por ahí. Esos dos se montaban sobre esos sentimientos para perpetrar su fechoría amparándose también en que a los “ricos” hay que quitarles la plata de cualquier manera y si podían, como aquel político malvado había sugerido alguna vez, había que rayarles el vehículo desde donde habían obtenido las monedas compasivas con un clavo o la tapa de cerveza. No había duda alguna, también Nadie andaba haciendo sus fechorías por allí. Mejor sería dirigir el enfoque de su mirada hacía aquel lugar de niños pequeñitos.
36 payasitos María Sol era hermosa y su sonrisa, cuando espontánea, relucía como sus nombres, inocente y brillante. Mas esta vez su sonrisa era fingida pues ya estaba realmente harta de tener que soportar la prepotencia de tanta gente a la puerta del renombrado Jardín. Tanto estudio en la Escuela de Párvulos de la Universidad. Y ¿Para qué? Lo que estaba aprendiendo allí era para enseñar a los pequeños y, en su trabajo, eran los padres de familia a quienes había que encauzar. ¡Qué relajo! - dijo para sí – mientras se encaminaba al vehículo mal estacionado en doble fila, de donde, dejando la puerta abierta, había descendido una madre de familia llevando a su niño tomado de la mano. “María Sol, por favor vigílalo que este chico está realmente insoportable. Hoy no quiso ni tomar el desayuno y anoche se pasó a nuestra cama varias veces. El padre quería matarlo esta mañana pues fíjate que se orinó en la cama. Allí te lo dejo que tengo que correr a mi trabajo”. María Sol no tuvo tiempo para articular respuesta alguna pues ya Alba Elena estaba sentada y al volante tratando de salir del atolladero de vehículos que ella había contribuido a formar al parquearse en doble fila. Carlitos, con dos ojeras impresionantes demacrando su rostro de pequeñín, como arrastrándose penetró por la puerta de acceso a la villa en donde funcionaba el Jardín de Infantes “Payasitos”. María Sol se prometió hablar con Carlitos apenas tuviera un tiempito, y continuó junto a sus dos compañeras recibiendo “payasitos”, paradas en la vereda. Eran ya las once de la mañana, juegos van, juegos vienen, la algarabía de los chiquitines envolvía el ambiente. Mas en un
rincón, Carlitos sollozaba quedamente casi de modo imperceptible. María Sol se sentó muy junto a él, acarició delicadamente sus cabellos y como presintiendo susurró: “Carlitos mi vida, ¿Qué té pasa hoy? ¿Tienes problemas con tu mamy? Dime...”. El chico se vino en llanto y temblando se apretujó contra las piernas de María Sol. Ella conmovida lo tomó en su regazo y tiernamente lo consoló. De a poquito fue surgiendo la razón del llanto. El niño pese a su corta edad y a su inocencia sabía que algo con él estaba mal. Se sentía culpable. Y sin embargo se resistía y se negaba a expresar lo que María Sol creyó al principio se trataba tan solamente de una travesura infantil. A tanto ruego de María Sol, con voz quedita el pequeñín musitó: “Yo no quería pero Paty me dijo que eso era bueno y que estaba bien”. “Pero mi vida, dime que es “eso” que tanto té molesta, dímelo que nadie más lo va a saber”. “Es que Paty me toca mi pipí, me lo acaricia y dice que cuando yo sea grande se lo voy a agradecer porque lo voy a tener bien grandote. También me besa, me abraza y dice que soy su enamorado chiquito”. Carlitos una vez que comenzó ya no podía parar y continuó como un desesperado describiendo sus obligadas experiencias y preocupaciones. Necesitaba sacarlo todo. “Me hace que le toque ahí abajo y que dizque tome leche de su pecho, como si yo fuera un bebé y ella mi mamá. “Chupa bebé, chupa, toma tu lechita”, me dice siempre, pero es mentira porque no sale nada. Me desviste y me mete en la bañera, me enjabona y luego entra ella desnudita y me abraza. Luego quiere jugar al caballito y se frota con mi pipí su cosita. Dice que si no juego con ella o si le cuento a alguien lo que hacemos me va a cortar mi pipí y me convertiré en mujer. Yo no quiero, yo no quiero... . Siempre tengo miedo aunque es tan rico cuando ella me acaricia que algunas veces le digo que me haga más. Soy un niño malo y el diablo me va a llevar. Tengo mucho
miedo, por eso todas las noches me despierto y me paso a la cama de mis papis. Sueño que el diablo viene y que es el novio de la Paty, y juntos me toman de las manos y me llevan al infierno a quemarme. Por eso lloro y no me gusta acercarme a los otros niños. Creo que ellos saben qué me pasa y no les gusta jugar conmigo, soy un niño malo”. María Sol estaba estupefacta. Cuánto daño se había hecho ya en esa mente inocente. Cuánto daño. Consoló al niño como pudo y en ese momento no atinó a decirle otra cosa que, los niños siempre están protegidos por los angelitos que los cuidan y que no temiera, que él era un niño bueno, que otros eran los malvados. María Sol tendría que hablar con la mamá de Carlitos sobre todo esto que había descubierto. Carolina y Juan Manuel se habían casado hace un poco menos de cinco años. Con gran ilusión, propia de los 20 años y de un enamoramiento relativamente corto, ella había entrado a la vida de casada. Continuó con su trabajo de ejecutiva en la compañía en la que dos años atrás había iniciado su carrera laboral. Es que ahora los matrimonios, y si ellos son jóvenes con mayor razón, requieren el doble ingreso para financiar el presupuesto familiar tan lleno de expectativas muchas veces tan sólo exigentes por el consumismo que se respira en el ambiente. Juan Manuel tenía 22 años cuando asumió el mando como jefe del hogar, aunque claro ese mando siempre ha sido muy relativo. Paty, la niñera, era una chica simpática y tenía el arte de saber ganarse la voluntad de quien la conocía. Parecía seria y no se le veían pretendientes. Ella decía que cuando de un hombre se enamorara éste sería alguien especial. Quizás tenía diecinueve o veinte, no se sabía exactamente por aquello de que en el campo, de donde ella provenía, la fecha de nacimiento que consta en la
inscripción en el Registro Civil y en la partida, generalmente no es la del nacimiento real. Paty no conoció nunca a su papá. Desde que recordaba, en su mente estaba clara la imagen de ese hombre que era el nuevo compromiso de su mamá pero lo odiaba con todas sus fuerzas y motivos tenía, ya que una vez que su madre tuvo que ir hacia el poblado cercano a la parcela donde tenían su casita y los sembríos, allá por la zona de Palestina, su padrastro que ya le había puesto el ojo y siempre la estaba sobajeando, aprovechando la ocasión la metió a la fuerza a la casa y la violó. Sólo ocho años tenía y desde entonces cada vez que el quería, en la casa solitaria o en medio monte, entraba en ella como entra Pedro en su casa, y con machete en mano amenazaba que la cortaría a ella y a su madre si algo a alguien le contaba. Ahora ella cuidaba a Carlitos... y Nadie estaba en su salsa haciendo tantos de sus trucos como se los permitían la irreflexión de tanta gente. No quería juzgar, cambió su enfoque nuevamente y la vio alterada tratando de entrar en la columna, la que forcejeaba era Marilyn...
37 razones para una despedida Marilyn estaba decidida a viajar. Su vida era un infierno. El nuevo marido de su madre la observaba con esas miradas que no puedes definir del todo pero traspasan e intentan hurgar en la intimidad de tu cuerpo. En no pocas ocasiones había despertado y lo había encontrado en la penumbra de su habitación observándola y con la respiración agitada. Realmente estaba preocupada y no sabía en qué iba a parar todo este asunto. Su madre no veía más que por los ojos de ese hombre. Una de las media hermanas de su padre, que vivía en España le había contestado sus cartas dispuesta a facilitarle las cosas para que encontrara una nueva vida. Su trabajo como “has de todo” en la imprenta en la que había sido contratada ya hace mas de cuatro años no le ofrecía ninguna perspectiva. En realidad ya nada la ataba al país. Ni enamorado tenía y eso que sin ser una belleza tampoco estaba del todo mal, y ya tenía veinticuatro cumplidos. Sus pocos ahorros que había logrado colocar en una póliza seguían congelados. “Malditos Gobiernos que sólo para esto sirven, para encontrar la manera de robarse la plata de la gente”. Ahora estaba allí haciendo columna -o intentando hacerla porque todos eran tan desordenados, abusivos y poco les interesaba los anhelos y las prisas de los demás que sin embargo eran como los suyos- para enterarse si estaba en el listado que el consulado exhibía haciendo constar el nombre de aquellos a quienes se les había negado o aprobado la tan ansiada visa. Tenía tantos deseos de largarse que no le importaba ya más nada, aquí ya todas sus ilusiones estaban muertas, allá existía al menos la esperanza. ¿Cómo sería allá realmente? ¿A lo mejor era tan
malo como aquí? Y sin embargo ¿Si era malo allá cómo es que podían los que se habían ido enviar tanto dinero al país? Que más de dos mil millones de dólares enviaban cada año los inmigrantes, decían los periódicos, no ha de resultar muy difícil pues hacer plata allá y si le tocaba hacer cosas que aquí no se las permitiría, allá podría hacerlas, pues de cualquier manera no habría alguien que la conociera pues su media hermana la ayudaría al principio y después estaría sola. ¿Sus amistades? Que tristeza tener que dejarlas, pero ya hasta algunas de ellas se habían largado. A lo mejor allá encontraría alguien decente que llegara a amarla. Cuantos deseos cabían en su mente, eran cada uno insatisfechos aquí y se transformaban en razones para una despedida. Se iría con una idea metida en su cabeza: el país se va a quedar vacío un día de éstos. No cabía ya continuar mirando, todo estaba dicho ya por ella aunque claro si sacaba de su esfera a sus amigos para conversar encontraría más de una pregunta que formular y no era momento para eso, prefirió cambiar de enfoque y allí estaba ese joven llamado Antonio.
38 buscando el cartón Por causa de las algazaras que muchas veces se producen en el interior de la Universidad la clase se había prolongado y Antonio salía despavorido a su trabajo pues su jefe era medio cascarrabias y podía pegarle su requinteada si llegaba tarde.. Se desprendió de uno de los grupos que esperaban ansiosos y subió “al vuelo” al bus, sin esperar que éste se detuviera en la parada y tras de él, así con el bus a medio andar, subieron los restantes compañeros universitarios. Pensó que trabajar y estudiar era una jodienda pero que no había más remedio. En realidad lo de estudiar era un decir pues allí casi no se lo hacía, el profesorado era en general una mamarrachada y los pocos que intentaban enseñar tenían que andar con cuidado no sea que los propios alumnos y la política los pusieran en dificultades si se volvían exigentes. Las cosas estaban así y había que aceptarlas pues ¿Quién iba a cambiarlas? A él lo único que le interesaba es obtener su cartón, aquel que dijera que se había graduado, que ya era un profesional, pues tenía la esperanza que con el cartón a cuestas se le haría más sencillo obtener un mejor empleo donde no tuviera que soportar más las exigencias de su jefe. ¿Aprender? Algo aprendería en todos esos años pero no sería mucho, con que aprendiera a escribir ya sería bastante pues en el colegio no le habían enseñado más allá de doscientas palabras y a veces muchas de ellas mal formadas y así tenía que escribir sus exámenes. Y bueno , su caligrafía y su sintaxis a nadie le importaba, ni aún a él. Continuó así sentado dentro del bus, pensando en su futuro, el cual de modo inevitable lo trasladaba a una vida opaca y sin sentido. Para que observar más, ese futuro estaba escrito como que a este joven la vida le daría el jaque mate en su momento. La negrura de un anaco llamó su atención y enfocó...
39 hacia el Guayas Allá el frío le calaba los huesos mismos y sus dos hijos amenazaban crecer como crecían los borreguitos pastando en el páramo. Su marido estaba las más de la veces tan borracho que para lo único que servía era para hacerle los hijos. Los más de tres mil metros sobre el mar, donde estaba la pequeña vivienda de adobe en la que se refugiaba de la ventisca helada, la acercaban a ese cielo estrellado en las noches y quemante en el día, pero ahora estaba lleno de neblina como lo estaba su futuro y el de sus hijos. Fue en uno de esos desesperantes días cuando decidió decir adiós a esa Pachamama yerta llena de kikuyos y venirse dejando atrás los viajes hacia los sueños inducidos por los chamanes hombrespájaros a los que dejó bailando alrededor de los dos postes dorados cruzados sobre el piso mientras que sonaban los tambores, las flautas y los rondadores, y los tragos se apuraban. La “civilización” de los descendientes de aquellos hombres blancos y barbados que como castigo les había enviado antaño Viracocha a la gente de su pueblo, la llamaba ahora con su grito de materialidades y la vencía finalmente. Ahora, Yolanda portaba sobre su pecho al bebé, recién de dos meses de nacido, y a su alrededor correteaba siempre el Telmito de tres. Se había venido ya hace unos meses, desde las altiplanicies del Chimborazo hacia el llano, con sus primos quienes le habían dicho que en el Guayas se ganaba buena plata. Su mano extendida y de cuando en cuando la de su hijo también, quien ya
aprendía los secretos del pedido lastimero, eran ahora su nueva realidad. Se abrasaba por calor de la tierra tropical impregnado en su anaco y pensó que apenas pudiera lo cambiaría por una tela más liviana. No le iba tan mal o al menos sentía que aquí tenía un futuro aunque su vida se desenvolviera por ahora entre los mercados, que emanan siempre el embriagante olor de los frutos de la Pachamama, y las calles donde imploraba “una caridad por el amor de Dios”. Esta ciudad tenía un “no se qué” que abrazaba hospitalaria a cualquiera que llegara aunque esos llegados la ensuciaran y no la respetaran, sin embargo como todo inmigrante ella no dejaba de añorar las raíces de su vida anterior. El miedo y el desamparo en el que estaba la agobiaban. ¿Qué jugarretas le prepararían los malos espíritus? Estaba preparada para eso, sin embargo, y ella y sus hijos en su muñeca portaban la sencilla pulsera de chaquiras color “sangre de toro” que a esos espíritus espantaba. Además aquí habían tantas luces, tanto ruido y sobre todo tantas cosas que llamaban su atención y que algún día serían suyas. La ‘civilización” estaba ya consolidando su victoria.
40 triste melodía El coro se venía “in crescendo” desde lejos y resonaba en su mente: “Niño ven, niño ven. Ven aquí, te espera tu destino” Y como entrando por uno de esos raros vericuetos que la mente a veces toma, creyó ver formarse como en fantasmal visión el cuerpito sin rostro del hijo aún no nacido de Marcela. En ese instante el círculo armónico de mi menor se le aclaró y hasta alcanzó a visualizar los dedos de su mano izquierda moviéndose en los trastes de la guitarra y formando los acordes. Lentamente comenzaron a surgir las palabras que le recordaron su niñez feliz en contraste con los hechos de estos días, y sin querer los versos y la melodía adoptaron ritmo de lamento: “Nací con la luz de la posguerra brillando cercana en el futuro y crecí con esa fuerza que nos da el amor a la existencia” Percibió en sí, en ese momento más que nunca, una sensación de pertenencia a una generación y a una época que pusieron su fe en un futuro diferente, en el cual los valores superiores del espíritu guiando a la humanidad volverían posible lo imposible: la fuerza del amor sometiendo a los demonios implícitos en la naturaleza humana para el cumplimiento de un propósito que trasciende las estrellas.
De inmediato recordó a sus padres. No se le volvió difícil imaginarlos viniendo ellos desde aquel lugar donde habían encontrado su madurez; dimensión sin espacio ni tiempo, estado de amor que forjó sus utopías. Los versos surgieron entonces fácilmente: “Amé desde temprano la tierra de mis padres, una gota de utopías, en un mar de realidades” Y los vio claramente en mil y un momentos de su vida formando su carácter. Los recuerdos escribieron nuevos versos” “Ellos me enseñaron que en su tierra la grandeza se construye con los actos, que las riquezas, las armas y las palabras sin verdad, no hacen grandes ni a personas ni a naciones. Grandes son, cuando nuestro amor irradia y crece como crecen las flores en el campo, en la hermosa primavera” Se explicó a sí mismo el último por qué de sus acciones, que no siempre fueron bien comprendidas aún por sus más cercanos afectos, y por qué dio más importancia a los sentimientos y no al dinero, al Ser que al Tener, y entendió también la permanente frustración que lacera su alma. Vio su patria desmembrada, fraccionada a corto plazo, fragmentada en mil pedazos y la vio desaparecida, como un “ya no es”, grabada en un recuerdo. Los acordes continuaron: “Por ello siempre busqué sembrar ese amor que fructifica y expandirlo así en los confines de las almas. Mas los líderes de mi pueblo, desde ha mucho,
se robaron el alma de mi gente y sembraron semillas de odio en sus gargantas. Pobre tierra mía, herida por doquier, su gente ya no sueña, le robaron su inocencia, sólo anhelan todo, sin esfuerzo, nada tienen, sólo penas...” Sintió ahora el peso de los años y una sed de libertad abrasando sus entrañas y tristemente sentenció: “Por eso, hoy que ya mis sienes pintan canas y mis sueños saben que aquí en mi tierra ya no hay nada, yo buscaré la tierra de mis padres, allá a lo lejos, donde brillan las estrellas.” El coro volvió a repetirse como muriendo” “Niño ven, niño ven. Ven aquí, te espera tu destino.”
41 donde brillan las estrellas... La canción estaba bien, reflejaba su sentir, pues los años por venir desde ya lanzaban sus ¡ay! lastimeros y sus lágrimas, en forma de nuevos niños pedigüeños descalzos y semidesnudos deambulando por las calles de la ciudad inundando el presente, pero... ¿Por qué? saltó entonces de la esfera y cómo en los lejanos días de su infancia con decidida voz le preguntó: “¿Por qué las estrellas no podrían brillar también aquí?”. “Porque para convertir la utopía en realidad haría falta lograr un imposible. ¿No lo crees?”, le contestó. “Pero las estrellas en realidad no brillan en ningún lugar sino en el corazón del hombre. Brillan donde hay amor. Brillan en donde hay sonrisas a pesar de los dolores, donde hay paz a pesar de la violencia, donde hay coraje para sobreponerse a las flaquezas. Por eso a pesar de las miserias y quizás precisamente por ellas es que tu andar debe ser aquí, tratando de impulsar hacia el infinito tu propio corazón, tratando que tu gente pueda alcanzar esas estrellas finalmente. Estás ligado de modo indisoluble a esta tierra, trata que al menos algunos, los más cercanos, comprendan el sendero que tu has descubierto para ir”, replicó ¿Por qué? Pensó entonces que aunque la música es un puente dimensional a otras realidades es también el reflejo de una cultura y ésta es un conjunto, de actitudes, instituciones, propósitos, sueños, que ha sido construido a través de iniciaciones y procesos. ¿Cómo entonces cambiar todo aquello con una simple canción? Tal vez se requería aportar con algo mas.
El libro que había escrito para si, para comprenderlo todo finalmente develando las claves ciertas de su vida y reviviendo aquellos espacios de conciencia, estaba aún sin concluir, las páginas se habían llenado espontáneas con el impulso de su sentir, pero ... hay una libertad entre sus manos, la suya misma, la que al igual que la de los demás fecunda el vientre de la creación y crea y expande la realidad. ¿Por qué?, aquel sabio personaje de su vida, tenía razón una vez más. Decidió entonces que aunque el libro de su vida en el mundo de las cosas aún no había concluido, al menos estas páginas debían llegar a ti, con la secreta esperanza que sus observaciones te sirvieran quizás para también poder llegar al vientre de la creación y al Padre. El resto será tu decisión... FIN
INDICE a b 3 4 6 7 8 9 10 11 12 13 14
Dedicatoria A manera de introducción 1 Do re mi 2 Remembranzas La esfera Soledad 5 Nadie De héroes y medallas El dedo de Fulgencio Infancia y Política Energías y visiones ¿Qué miras, niño? Música, piano y solfeo Una idolatría que nacía Al colegio Un guapito de barrio
15 Estoy aquí: sexo 16 Los caminos de la vida 17 Jugando ajedrez 18 La pelota no debe ser de trapo 19 En las calles 20 Farras, bailes y tiempo de disfraces 21 A la universidad 22 El encuentro con ella 23. Beta, Alfa, Theta, Delta 24. Los frutos del amor 25. Aquel día 26. Tentaciones 27 Explosiones de alegría 28 Aquella madrugada 29 Un dilema 30 El hijo de Marcela 31 La nueva educación 32 Los sueños de Manuel 33 Los vampiros 34 La justicia maltrecha 35 Viveza criolla 36 Payasitos 37 Razones para una despedida xxxviii. Buscando el cartón xxxix. Hacia el Guayas xl. Triste melodía xli. Donde brillan las estrellas