Hacia la promoción de un empresariado popular Planteamiento para un enfoque alternativo sobre las políticas de desarrollo del sector informal urbano.
Luis E. Orellana
(*) Quiero iniciar mi intervención agradeciendo a las entidades organizadoras y a las auspiciantes de este evento por la generosa oportunidad que me permite hoy, formular algunos comentarios y reflexiones sobre esta temática de tanta trascendencia en la vida de nuestros países. Al entrar en el tema, permítaseme cuestionar la determinación implícita que se ha formulado al considerar al sector informal urbano como una problemática. Puesto que tal determinación es por lo menos insuficiente, cuando no pesimista, sobre la naturaleza de esta singular realidad social. En tal virtud, considero indispensable un previo esfuerzo de conceptuación que, para escapar de inútiles discusiones de tipo semántico, nos debe conducir a una descripción objetiva de los hechos. En la vida económica nacional existe un sector constituido por pequeñas unidades productivas integradas por personas que efectúan actividades económicas por cuenta propia o a través de las denominadas microempresas, actuando en estas últimas como propietarios, como asalariados o como personal no remunerado en forma directa por pertenecer al núcleo familiar. Cuantitativamente, este sector económico está constituido por algo más de un tercio de la población económicamente activa de nuestras ciudades. Las características fundamentales de las unidades productivas que conforman este sector, desde un ángulo estrictamente económico, están definidas por un bajo nivel de inversión por puesto de trabajo que establece condicionamientos sobre su desarrollo infraestructural tecnológico y por tanto genera una relación de valor agregado por puesto de trabajo, de muy bajo nivel también. Regularmente, las actividades de estas unidades productivas están signadas por el condicionamiento a situaciones económicas de escasez, generalmente intersticiales en términos de inserción en el mercado, con un alto nivel de riesgo, con maximización de acciones de reciclaje y sujetas a las vulnerabilidades provocadas por su situación de semi-legalidad. Adolecen, además, de modo muy elevado de las sobrecargas financieras impuestas por su desarticulación del sistema financiero normal y su dependencia del prestamista explotador. Y sin embargo funcionan… se mantienen, sobreviven y en algunos casos crecen. En especial gracias a sus capacidades sobre desarrolladas de adaptabilidad a los cambios y diversificación, capacidades que determinan además la característica de heterogeneidad que se percibe en el sector. Encontramos pues que en este sector, al cual se ha denominado informal urbano, destacan empresarios de corte eminentemente popular quienes a partir de un sinnúmero de carencias se han visto en la necesidad de inventar formas de inserción en el mercado para satisfacer sus necesidades de sobre vivencia o para cumplir sus más caros anhelos de superación personal y progreso social. En esta acción han creado trabajo productivo para sí y para muchas otras personas pobres e impreparadas, han generado bienes y servicios en áreas donde muchos otros empresarios, tal vez con mayor disponibilidad de recursos de todo tipo, no han vislumbrado siquiera, las posibilidades de establecer relaciones de intercambio económico y obtener ganancias. Todo esto consolida un carácter, un perfil que debe hacernos meditar en el rol de trascendencia que dicho empresariado tiene en la dinamización de la sociedad en general.
Sin embargo, y aún cuando la realidad es venturosamente eficiente destructora de los grandes mitos generados por el clientelismo político o por el pesimismo “experto”, la situación del sector informal urbano no es siempre analizada desde la correcta perspectiva. En no pocas ocasiones se adopta la inconsecuente postura de quienes asumiendo enfoques caritativos, proteccionistas, asistenciales -con los cuales estrangulan la dignidad de los sectores a quienes supuestamente tratan de reivindicar- hacen usufructo de las necesidades, anhelos y esperanzas populares. Por ello, es imprescindible contribuir a desmitificar y clarificar la realidad del sector informal urbano, y en este sentido es destacable el aporte que ofrece el esfuerzo investigativo de Hernando de Soto y del Instituto Libertad y Democracia, que ofrece dataos positivos sobre la participación cuantitativa del sector informal urbano en la realidad económica nacional de su país y cualitativamente en la formulación de nuevas instituciones nacidas de la entraña misma del puebloContinuando con este tipo de análisis conceptual, debemos tomar en gran consideración que nos ha correspondido vivir a nivel mundial una época de inmensos cambios tecnológicos, económicos, políticos, sociales, culturales. Esta época está caracterizada por la más profunda crisis estructural de la historia, y proviene de la transformación general de todos los fundamentos del industrialismo… aún cuando no siempre se asimile bien la magnitud y la naturaleza de esta crisis. Este hecho es plenamente detectable en los innumerables cambios producidos y en el grado de aceleración de dichos cambios. El impacto combinado de las fuerzas que devienen de tales cambios, de tales transformaciones, está literalmente “haciendo saltar” la vida tradicional. Es evidente que la economía creada por la civilización sustentadora de la sociedad industrialista de masas, aún cuando sigue funcionando, ha perdido el impulso de las fuerzas culturales y tecnológicas que la promovieron. Los principios de uniformización, especialización, sincronización, concentración, maximización y centralización, que conforman el “programa” del industrialismo han entrado en crisis. Frente a la estandarización surge la individualización. A la división del trabajo se le opone la globalización de las acciones. Los ritmos mecánicos ocupan segundos lugares frente a la valorización de la creatividad. Procesos de desconcentración, de valoración de lo pequeño, de desmasificación, adquieren singular vigencia. Algunos ejemplos concretos pueden servir para describir la trascendencia de la crisis: La producción y el consumo en masa, característicos del industrialismo están siendo desplazados por un proceso desmasificador. Por ejemplo, la producción en series cortas e incluso individualizadas. El mismo fenómeno lo apreciamos en los sistemas de distribución cuando la segmentación de los mercados se produce en forma creciente y con alta dosis de transitoriedad. En mayor grado cada vez, los procesos económicos “sin intercambio” , es decir, “sin mercado” se vuelven significativos. Es un hecho que la gente está empezando a producir para sí mismo, para su propio consumo y esto altera considerablemente una economía basada exclusivamente en el intercambio. Y aquí una discreción: ¿Cómo afectaría al sistema de recompensas sociales –basado exclusivamente en el intercambio, en el mercado- si una investigación prolija nos revelara que una porción significativa de los bienes y servicios producidos por cada unidad económica informal es destinada al propio consumo y entra al conjunto global de la economía nacional sin que se le otorgue valoración económica?
Continuando con la ejemplificación, puede señalarse que las tecnologías de “fuerza bruta” están siendo relegadas a la par que crece la tendencia a una orientación tecnológica dirigida a extender la “fuerza mental” del ser humano. Las políticas económicas de los países, que han sido concebidas como instrumentos para el desarrollo de una economía de masas, independientemente de su eficacia en la eventual solución de problemas de tipo coyuntural de un Estado nacional, comienzan a constituirse en camisas de fuerza para los sujetos activos de las economías en las que las elitarias y oligopólicas multinacionales, así como las innumerables microempresas se vuelven cada vez más importantes La existencia de un proceso desmasificador conlleva la existencia de un proceso de fragmentación social, por lo que para mantener la integración y cohesión del sistema social debe producirse mayor intercambio de información. Este hecho a la vez que explica el creciente desarrollo de la informática como medio de satisfacer tal demanda y nos permite vislumbrar atisbos de solución a nuestros problemas del subdesarrollo porque pone a nuestro alcance fuentes ilimitadas y exponenciales de energía, produce también un continuo resquebrajamiento de varios supuestos que se mantienen en calidad de fetiches por ideologías supuestamente revolucionarias. Ejemplo de esto, la teoría del valor de trabajo sustentada por Marx, a través de la cual se nos ha insistido en los tradicionales “factores de la producción” (tierra, capital y trabajo). Ella deja de tener significado cuando el medio fundamental de la producción en innumerables florecientes industrias y negocios es el “saber cómo”, el conocimiento, la información. Y cuando, entre aquellos medios de producción y este último, existe la diferencia cualitativa de que aquellos son finitos, consumibles, lo cual no ocurre con la “información” que no se consume y que por el contrario genera nuevas posibilidades de conocimiento. Existe además un proceso desconcentrador que está desplazando el trabajo a lugares diferentes del tradicional centro (la fábrica, la oficina, etc.) ; por ejemplo, hacia el hogar. Las situaciones antes descritas a manera de ejemplos, tienen profundas implicaciones en cuanto se refiere a la tipología del trabajo futuro y consecuentemente a diversos aspectos relacionados con el mismo. Por ejemplo, con el sindicalismo, la formación profesional, el empleo, el desarrollo social, etc. Es evidente que el empleo concebido como una actividad repetitiva, rutinaria y sin sentido con respecto al total de la obra, sin cabida para la creatividad, tiende a desaparecer. Lo que podría llamar la atención es que en muchos casos las organizaciones clasistas o sindicales se lamentan de esta situación e insisten en la necesidad de crear empleos de esta naturaleza. Pero esta actitud no debería llamar la atención porque el ideal sindical siempre ha estado fundamentado en conceptos masificadores e igualitarios, de unidad, tratamiento uniforme, igual distribución de la ganancia, esfuerzo común, salarios estandarizados, etc. Sin embargo, es un hecho que los cambios que se están produciendo están generando un nuevo tipo de trabajador, innovador, creativo, menos proclive a estandarizarse o a adquirir una conciencia de permanencia a las “masas obreras”. De allí que el papel del sindicalismo, como de muchas otras instituciones, debería ser replanteado a riesgo de constituirse, en caso de no hacerlo, en un obstáculo para el desarrollo de una nueva civilización que emerge, y en defensor de una civilización que perece. La formación profesional que fue organizada para atender las necesidades propias de la industria moderna como una extensión o derivación de la vigente en los países de mayor desarrollo económico, poco puede hacer cuando los cambios tecnológicos vertiginosos destruyen industrias situándolas rápidamente en el camino de la obsolescencia y convirtiéndolas en no competitivas.
¿Acaso debemos preparar a nuestra gente para las nuevas tecnologías? Y éstas ¿Cuánto durarán antes de ser nuevamente obsoletas? Pienso que la situación debería conducirnos menos a un deslumbramiento por las nuevas tecnologías que por la promoción y enseñanza de metodologías que permitan al trabajador la comprensión del vertiginoso mundo de su tiempo y estimulen su capacidad de adaptarse a él -y transformarlo si fuera necesario- a la par que desarrollen su capacidad de aprender a aprender por sí mismo, hoy el conocimiento de las habilidades actualmente necesarias, mañana las que fueren menester. Por otra parte, la sociedad del industrialismo ha intentado enfrentar el desempleo de muchas formas, todas ellas infructuosas, y el problema se torna cada día más complejo. ¿Será acaso que los problemas relacionados con el suministro de mano de obra nunca podrán ser resueltos por la sociedad industrial de masas, capitalista o socialista? ¿Será necesario que nos situemos en una perspectiva diferente? ¿Será que la realidad no encaja ya en las teorías de los pensadores de dichas ideologías y que “los sueños de revolución” extraídos de las amarillentas páginas de panfletos políticos del pasado, alimentados por anarcomarxistas, anarcorománticos, fanáticos de derecha o izquierda, terroristas sinceros y guerrilleros de salón, se fundamentan en anticuadas presunciones? Lo que ha sucedido, para reiterar el concepto, es que el proceso histórico no se está desarrollando de modo lineal, y habiendo llegado al punto de inflexión, son otros los paradigmas que deben entrar en juego. Desde la aparición de la agricultura, la humanidad ha venido elaborando una enorme red de intercambio mundial a la que se ha denominado “mercado”. El “mercado” que es la estructura mediante la cual se canaliza la oferta y demanda de bienes y servicios, no es sin embargo una estructura solamente económica. Más bien, es un fenómeno económico dentro de un contexto psico-social. En él se organizan personas y sociedades, se comparten expectativas y se consolidan formas de pensar, relacionando en forma sistemática a millones de personas y a cientos de naciones, sin que ni unas ni otras puedan ejercer control independientemente sobre dicha estructura. La construcción del mercado fue consolidando paralelamente la creencia de que todo fenómeno económico de integración a él constituía sinónimo de progreso y lo contrario, por ejemplo las actividades económicas autosuficientes, eran retrógradas. Además, hizo pensar que la economía y la motivación económica eran sin lugar a dudas los únicos y fundamentales impulsos de la vida humana. La revolución industrial aceleró el proceso de construcción del mercado a velocidades inusitadas y llevó a la humanidad a exacerbar actitudes competitivas en los campos extra e intra nacionales que degeneraron en modelos de desarrollo en dónde el paradigma fundamental a lograr es la meta trabajo-producción. Estos modelos han hecho consentir en que el desarrollo se obtiene mediante la mayor acumulación de infraestructura industrial como en el caso de los países de gran capacidad tecnológica y por tal causa se ha llegado incluso a identificar desarrollo como potencial industrial. El hombre, eje de todo auténtico desarrollo, ha sido relegado en tales modelos. Se lo ha sacrificado a los imperativos de lo estrictamente económico, sin considerar que lo económico es sólo uno de los componentes de la realidad.
Pero el “mercado” ha sido ya construido... Estamos penetrando pues en los albores de una civilización cuyo proyecto fundamental no será ya la construcción de tal red de intercambio. Los propósitos y objetivos fundamentales del desarrollo serán, en consecuencia, el rescate del hombre como ser individual. Para recapitular, debemos ser concientes de que ésta es una época signada por la crisis... y ésta no es coyuntural sino estructural. Es una crisis de “parto”, de “alumbramiento” de una nueva civilización. No es dable, por tanto, que nuestros esfuerzos por lograr el desarrollo se vean limitados por los paradigmas de la civilización que perece. Debemos concebir nuestras estrategias de desarrollo en función de los valores que serán vigentes en el mundo del futuro. Un mundo que ya empezamos a vivir y en el cual la creatividad y el pleno empleo de las facultades de cada cual, según sus propias aptitudes, se convertirá en normativa. No es posible, en consecuencia, que sigamos observando los distintos sectores de la sociedad, entre ellos al sector informal urbano, bajo los mismos parámetros establecidos por instituciones y valores sociales que parten del supuesto erróneo de un proceso histórico lineal que convertirá al mundo del futuro en una versión ampliada del presente, sin tomar en consideración el significativo cambio cualitativo que estamos viviendo. Nuestra evaluación de los aportes que los sectores de un país o de una sociedad pueden otorgar, deben ser confrontados con las aptitudes, capacidades y requerimientos indispensables para lograr el desarrollo de nuestros pueblos, de modo tal que podamos irrumpir en el próximo siglo, situado ya a la vuelta de la esquina, como sociedades protagónicas de la gran aventura universal. Pero tal objetivo requiere un cambio social de gran magnitud, y este cambio social requiere a su vez para poder consolidarse, la movilización de poderosas energías políticas. Por fortuna, es evidente que a partir de agosto de 1984, en nuestro país se han movilizado esas energía políticas. Es así como se ha restituido categoría de valor al trabajo productivo, a la capacidad de generar riqueza, al esfuerzo personal, a la iniciativa privada, a la propia responsabilidad y a la independencia económica. Se ha buscado la creación de nuevos empleos productivos liberando las fuerzas creativas y estimulando el reconocimiento social y material de la prestación personal y del éxito de la competencia económica, y se ha desechado la irresponsable facilidad de crear plazas de “no empleos” y pagar a la gente por llevarlos a cabo. Es dentro de este contexto que se inscribió la decisión política del Gobierno Nacional al crear la Fundación Guayaquil en abril de 1985 como una forma de institucionalizar acciones promotoras de desarrollo empresarial del sector informal urbano. Debe repararse en el hecho significativo de la creación por parte del Estado de una entidad privada sin fines de lucro, no gubernamental, con plena autonomía financiera y operacional, para tal propósito, porque tras de sí lleva implícita la intención siempre manifiesta de estimular a los sectores privados para que participen en la tarea global del desarrollo del país y para que, con alto sentido de responsabilidad social y practicidad, hagan posible mediante su participación, una creciente limitación del Estado en esferas de la vida nacional que requieren la liberación de las fuerzas creativas de los individuos.
Fundación Guayaquil, entidad que me honro en dirigir, inició sus actividades empleando como punto de partida investigaciones e hipótesis metodológicas para el desarrollo del sector, realizadas por algunos consultores de la Organización Internacional del Trabajo y el Programa Regional de Empleo par América Latina y el Caribe, que debían ser posteriormente confrontadas con la realidad ecuatoriana y con el marco macroeconómico vigente en el país. Las investigaciones e hipótesis planteadas le permitieron formularse las preguntas pertinentes. En cuanto a las respuestas, todos sabemos que la Cooperación Técnica Internacional no concede respuestas, sino vías o caminos posibles, no siempre necesariamente correctos y adecuados, que pudieren servir para enfrentar realidades. A cada país, a cada institución, le corresponde encontrar sus propias respuestas... Y las hemos encontrado... Debemos estimular una integración de acciones entre el sector moderno y el informal, crear caminos de doble vía, de aportes recíprocos, porque más allá de la firme acumulación de riqueza y el progresivo aumento de ingresos y fuentes de trabajo que el desarrollo económico de una sociedad requiere, es necesario consolidar las bases culturales e institucionales para que en tal sociedad pueda acumularse la riqueza y sea posible acrecentar progresivamente los ingresos y las fuentes de trabajo. Y debemos reconocer, en el plano de señalamiento objetivos de carencias, que no siempre es generalizado el espíritu de empresa en el sector moderno, en el amplio sentido de la iniciativa individual, disposición para experimentar e innovar, y voluntad para asumir la responsabilidad de tomar decisiones económicas que implican riesgo. Nunca falta en él –como en todos los sectoresgente que desearía hacerse rica de pronto, pero esta actitud dista mucho de ser un espíritu de empresa. El sector informal sin embargo es rico en creatividad, en iniciativas para sobreponerse a las limitaciones y a las carencias de recursos; es inherentemente adaptable al cambio y tiene fortaleza espiritual para vencer en la lucha por sobrevivir. La integración entre estos sectores significará entonces una vía de intercambio que rebasará las aportaciones en lo económico y lo técnico. Debemos recordar que el desarrollo económico no es una empresa puramente técnica. Aún con adecuadas precondiciones económicas tales como la organización financiera, disponibilidad de capital y consejo técnico, ningún desarrollo tendrá lugar con éxito sostenido si la actitud de la gente no favorece los conceptos de iniciativa, de progreso, de empresa y de cambio social. Por ello, más allá de las soluciones técnicas economicistas y legalistas, el desarrollo social es y seguirá siendo primordial. Este se conquista cuando la gente tiene fe en sus propias fuerzas y prioriza el valor de la dignidad. Si a los seres humanos de los sectores menos desarrollados económicamente sólo les llevamos dinero y recursos técnicos, los aceptarán sin contraprestaciones y sin compromisos serios con objetivos trascendentes, como cuando les toman el pelo a los políticos aceptando sus dádivas... Pero, si les hablamos de objetivos trascendentes en términos puramente idealistas, los sentirán distantes o no los entenderán, mientras sus necesidades materiales constriñan sus espíritus. Es tan importante por tanto, poner a su disposición una vía empresarial de desarrollo que constituye una de las más perfectas escuelas de superación personal y de preparación para el futuro, porque en ella se fusionan un conjunto de valores superiores del espíritu con las realizaciones y los éxitos de lo material... Es éste el único antídoto verdadero contra las demagogias que crean falsas expectativas que luego convierten en patologías colectivas de frustración o contra la inacción y el conformismo que condicionan el destino de nuestros pueblos a meros espectadores de la historia universal.
Lastimosamente, en nuestro país, producto de la demagogia ha sido costumbre estigmatizar al hombre de empresa por el solo hecho de serlo, como sinónimo de explotador inmisericorde del esfuerzo productivo de quienes “verdaderamente” trabajan. No poca responsabilidad han tenido en esta injusticia quienes han permitido a través de sus acciones que por malos “cantantes” se juzgue también como mala a la “canción”. Situaciones como la referida han facilitado el que un eficiente instrumento de desarrollo como es la vía empresarial sea relegado a relativamente pocos miembros de nuestra sociedad y en general a los del denominado sector moderno. Esta conceptuación ha perturbado también la ruptura ideológica que debe producirse en quienes correctamente se descubren a sí mismos como “empresarios” en el sector informal urbano. Algunos de ellos preferirían el eufemismo de seguir considerándose como “maestros”, “artesanos”, o simplemente “trabajadores”... Estos, entre otros hechos, han evitado aquello que consideramos de singular importancia en el camino hacia el desarrollo, esto es, la democratización de la vía empresarial, sin tapujos, sin distorsiones, como instrumento de progreso económico, social, cultural en general. Es necesario en consecuencia reivindicar el concepto. Los antecedentes expresados definen el carácter de nuestra estrategia institucional. Orientamos nuestra acción a la promoción y consolidación de aquel conjunto de valores espirituales, de técnicas de gestión, de habilidades conceptuales, que permitan a las pequeñas unidades productivas informales, un mejor conocimiento de sus propias realidades empresarias, una visión más objetiva de su entorno y de las distintas formas positivas de relacionarse con el mismo, y del papel significativo que les corresponde en la dinamia de nuestra sociedad. Propiciamos así un cambio en la dirección de la mirada, pues si ella continúa de vuelta hacia el pasado, en vano intento de prolongarlo, no se liberarán las fuerzas creativas, y el poder de la inteligencia permanecerá estancado, sin iniciarse el recorrido imprescindible hacia la conquista del futuro. Por ello nuestras acciones son consideradas como un proceso educativo integral, en el cual, la capacitación, la asesoría personalizada, la reformulación de valores culturales e incluso el mismo crédito otorgado, constituyen elementos de un todo. Es pues nuestra tarea, la promoción y desarrollo individual de un empresariado popular vigente en muchos casos, potencial en otros, pero siempre parte activa de nuestra realidad nacional. Para concluir, debo señalar que ha sido mi propósito presentar un enfoque analítico que sustente la viabilidad de orientar las políticas de desarrollo del sector informal urbano hacia la promoción de este empresariado popular que he tratado de ubicar en el adecuado contexto histórico y que es capaz de ejercer un rol de importancia en la tarea global de desarrollo en la que debe estar empeñado nuestro país. Luis E. Orellana (**)
(*) Ponencia en Seminario Internacional “Economía Informal”. Quito, 22 de Abril de 1987. PUCE (**) Director Ejecutivo. Fundación Guayaquil
Hacia la promoción de un Empresariado popular Por Luis E. Orellana Es una publicación de FUNDACION GUAYAQUIL Desarrollo empresarial del sector informal urbano Manuel Galecio 1509 y Los Ríos Guayaquil. Ecuador
[email protected] 2ª. Edición. Agosto 1989