Marx: Un destino humano ¿qué más? ¿Hasta qué punto representa el marxismo el único sistema de pensamiento revolucionario? ¿Hasta qué punto es “el” modelo a seguir? Estamos obligados a pensar que, antes de Marx y después de él, siempre hubo insurgencias e insurgentes. Más allá del dominio de lo político, en el campo de la ciencia, del arte, del pensamiento en general, siempre los hubo: Sócrates, Lutero, Goya y tantos. Siempre alguien capaz de cuestionar, de decir “no” al poder establecido. Sin embargo, no siempre surgió un proyecto liberador y un movimiento histórico social apuntalándolo como proyecto humano auto instituyente, no derivado de condiciones sobre – humanas: Dios, la tradición, la ciencia, la ley de la historia. Sólo dos momentos: Grecia en los siglos VIII al V, a de C., y Europa en los siglos XII y siguientes. En Grecia, cuando se inventa en un mismo acto histórico, la política, la filosofía y la democracia. En Europa, cuando más de quince siglos después resurgen nuevamente estas tres creaciones humanas con la aparición de las primeras ciudades y luego con el humanismo, el renacimiento, la ilustración, etc. Se trata del “proyecto de autonomía”, un proyecto humano, como lo califica Cornelius Castoriadis. Fueron dos momentos de cuestionamiento y, sobretodo, de auto institución humana, llenos de errores, fallas y, sin duda, siempre insatisfactorios, pero sin dioses. Dos momentos de creación humana, de creación pura. Se avanza en el proyecto de la libertad humana, destronando a la teología como determinante de la vida, la sociedad y la historia. Es un paso crucial para entender el “proyecto humano” como consecuencia de lo humano, sin más, pero se ancla nuevamente, esta vez en la ciencia y la razón. No es Dios quien explica todo, es la Ciencia y la Razón. Así, aparecerá el positivismo y el determinismo asociados a todo esfuerzo humano por entender y explicar. Marx, en el siglo XIX, recibe esta doble herencia y, por un lado, imprime un impulso formidable al proyecto libertario con su invitación a “transformar el mundo”. Es el Marx de la liberación. Pero hay también un Marx teórico – dogmático que, fiel a la otra tradición positivista y determinista, se siente obligado a descubrir las “leyes de la historia”, a descubrir la “verdad de la historia”: mecanismos insuperables que se imponen
“objetivamente” a la historia humana. Así, el Marx dogmático sacrifica al Marx libertario porque, a partir de entonces, habrá que transformar al mundo, pero de acuerdo con la ley de la historia. La contradicción es obvia. ¿O somos libres para auto instituirnos o debemos obediencia ciega a la ley histórica? A partir de este momento, la voluntad transformadora queda esclavizada y Marx se traiciona a sí mismo. Ni el hombre ni la sociedad se auto instituyen, sino que las fuerzas que lo determinan, cohesionan y dan sentido, están en otra parte, en otro origen, que no es divino pero tampoco humano. Marx no pudo asimilar en todas sus consecuencias su postulado transformador, esencialmente caótico e indeterminado, y lo sometió ya no a Dios, sino a las leyes de la historia. ¿Y, en esencia, no es lo mismo? El Marxismo, entonces, pretende “enseñarnos la verdad”, cuando el proyecto de autonomía lo que exige es que “nos enseñen a buscar la verdad”, buscarla sin dogmas, como una pregunta siempre abierta. La verdad, como la libertad y la justicia, entendida como proyecto de la creación humana, siempre en evolución, siempre perfectible y siempre imperfecta. ¿A partir de este momento, continúa el Marxismo siendo revolucionario? Si, claro, por su vertiente transformadora. ¿Pero debemos asumirlo como un bloque, sin cuestionamiento, sin crítica, sin tomar lo válido y rechazar y superar, sin más, sus contradicciones? ¿Cómo sostener el proyecto marxista revolucionario liberador, sin someternos al dogma de la ley de la historia ni ningún otro? Este es el reto que todo aquel que se reconoce en el legado de Marx. Marx como filósofo importante, merece ser discutido y superado. Este es y será el destino de todo gran filósofo. Un destino humano. ¿Qué más?