Marta.
Yo soy un hombre centrado y sereno, y cumplo puntualmente con las obligaciones de mi trabajo, en el negociado de sanciones del ayuntamiento de mi ciudad. Tengo mi vida muy bien organizada y no me gustan los cambios.
Pero tengo una nueva compañera de trabajo, Marta, rubia y de intensos ojos azules. Marta es nerviosa, inquieta, activa y desenfadada. Cuando coincidimos a veces en el desayuno escucho sorprendido como cuentas sus locuras. Sus escapadas del fin de semana pasado y sus proyectos para el que viene.
A veces nos enseña sus fotos y las comenta de forma apasionada. En la nieve, o con un ajustado traje de goma de vivos colores en el que no entiendo cómo, ni para qué, sube a la montaña en pleno invierno y busca el agua como una condenada, como si no hubiera suficiente en la playa como hacemos todos los mortales cuando llega el verano.
A veces pienso que se equivoca, algunas veces lo pienso seriamente. Y pienso sobre todo que tengo que acordarme, que no puedo dejar pasarlo por alto una semana más. Tengo que buscar un hueco libre para comentar esas locas aventuras con esa chica de intensos ojos azules.
Porque estoy muy seguro de que se equivoca, de eso estoy casi seguro. Porque si Marta no se equivocara, yo estaría dispuesto a seguir a esos ojos hasta lo más profundo de la montaña, hasta perderme sin rumbo y sin final, y no volver nunca jamás a ningún lugar conocido.