¿Qué es el ser? El ser es ante todo un ser inmutable, permanente. Este razonamiento llevó a pensar que la razón no tenía límites y que podíamos conocerlo todo, dominar el mundo natural y hasta las relaciones con los demás. En poco tiempo se llegó a pensar que absolutamente todo podía tener una explicación, asumiendo que las cosas son lo que son de acuerdo con su ser. El énfasis en las cosas llevó a restarle autoridad al lenguaje, que pasó a desempeñar un papel insignificante en la constitución del mundo y de nosotros mismos: el ser precedía al lenguaje. Luego de algún tiempo, un grupo de filósofos metafísicos conducido por Platón y Aristóteles cristalizó una visión social predominante que continuó como herencia durante varios siglos. Las nuevas condiciones históricas llevaron al observador metafísico a preguntarse ¿qué hemos sido? El interrogante emergente condujo a nuevas concepciones, teorías y pensamientos que influyeron fuertemente en distintos campos: la biología, la lingüística, la filosofía y todas las ciencias humanas. La percepción de que esta concepción de hombre basado ya sea en el idealismo o en el materialismo había llegado a su propio límite llevó a la necesidad de buscar nuevas perspectivas que brindaran nuevas respuestas a preguntas acerca de qué somos los seres humanos. Idealismo: se opone al materialismo. El idealismo como teoría filosófica sostiene que la realidad es una consecuencia de la actividad del sujeto, en el sentido de que el acto de conocer influye en lo que se conoce, la mente está sometida a procesos o mecanismos que determinan y construyen la realidad del objeto conocido. Tiene variables:
Idealismo subjetivo: considera que las ideas se encuentran en la mente del sujeto, no existen en un mundo externo a él; algunos adherentes fueron Leibniz y Hegel. Idealismo objetivo: las ideas tienen una existencia independiente, existen por sí mismas; algunos adherentes fueron Berkeley y Kant. Para el idealismo alemán la realidad extramental (fuera de la propia mente) no es cognoscible en sí misma; el objeto del conocimiento humano está preformado y es construido por la actividad cognoscitiva. Algunos adherentes fueron Kant y Hegel.
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Como puedes observar, los teóricos y adherentes pueden incluirse en diferentes tendencias, dependiendo del recorte teórico con que se aborde el estudio o la presentación. Es así que, de la mano de los estudios llevados a cabo por Rafael Echeverría (2003), encontramos desde el campo de la filosofía que existen tres grandes desarrollos importantes que desafían el programa metafísico, induciendo a nuevas posibles respuestas.
Primeramente, los aportes del filósofo Friedrich Nietzsche, quien nos entregó algunas de las críticas más contundentes y fuertes acerca de la comprensión del alma humana. En segundo lugar, los aportes del filósofo Martin Heidegger a la construcción de la crítica al cartesianismo. El tercero corresponde al segundo periodo de la filosofía de Ludwig Wittgenstein, quien ofreció una nueva concepción del lenguaje humano.
Wittgenstein publica en 1923 el Tractatus Logico-Philosophicus, cuyo eje fundamental es el postulado que sostiene la vinculación estructural y estrecha entre el lenguaje y el mundo, a tal punto de que considera que “los límites de ‘mi’ lenguaje son los límites de ‘mi’ mundo” (Ruiz Abánades, 2012, p. 309).
El autor sostiene que la interrelación entre mundo, lenguaje y pensamiento permite describir el mundo con una forma lógica, de modo que aparece como conformado por hechos en lugar de objetos. Aportó el concepto de juego de lenguaje como una actividad humana inversa en un sistema de prácticas que constituyen la forma de vida. Wittgenstein inicia el libro arriba mencionado presentando una serie de aforismos sobre ontología: Algunos de los aforismos:
El mundo es la totalidad de los hechos, no de las cosas. El mundo se descompone en hechos. El mundo es todo lo que acaece. Lo que acaece –un hecho– es la existencia de estados de asuntos. Una representación lógica de hechos es un pensamiento. Un pensamiento es una proposición con significado. Una proposición es una función de verdad de las proposiciones elementales. Una proposición elemental es una función de verdad de sí misma. Sobre lo que no podemos hablar debemos guardar silencio. 3
Referencias Ruiz Abánades, J. (2012). Sobre el tractatus de Wittgenstein y sobre su interpretación. Madrid, ES: Universidad Autónoma.
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Introducción a los procesos comunicacionales humanos Aspectos filosóficos: la ontología del lenguaje Desde la Ontología del lenguaje, Rafael Echeverría (2008) parte de un supuesto fundador: somos participantes activos.
Una transformación histórica fundamental: se está gestando una nueva y radicalmente diferente comprensión de los seres humanos. Este es uno de aquellos acontecimientos especiales de la historia que tienen el poder de reconfigurar lo posible y de modificar el futuro. (Echeverría, 2008, p. 14). Esto implica que se nos presenta una nueva forma de comprender al ser humano o, yendo más allá, de poder encontrar otra respuesta a la noción de ser. La ontología del lenguaje parte precisamente de la idea de revolucionar la noción misma de lo que entendemos por ser humano. Esta pregunta, que ha cautivado a los filósofos a lo largo de la historia –¿qué es el ser?–, es algo que también busca responder la ontología del lenguaje y lo hace desde una postura propia. Esto es precisamente lo que, en el marco del primer módulo, pretendemos dilucidar. Algunos de los fenómenos que nos llevan a la necesidad de repensar la noción misma de ser se encuentran presentes en la sociedad desde finales del siglo pasado. Estos son:
Globalidad. Velocidad e inmediatez. Personalización frente masividad. Interconexión. Búsqueda de bienestar. Diversidad.
Los seres humanos como eje clave
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Cada uno de estos fenómenos nos agrega elementos clave para repensar al ser humano. De este modo, la globalización nos impone la idea de un ser humano en relación íntima con otros que no son los próximos o cercanos, sino que se contempla la necesidad de tener en cuenta a otro que está más allá de las fronteras y que comparte lo cotidiano a través de, por ejemplo, las nuevas tecnologías. Figura 1:
Fuente: [Imagen sin título sobre el uso de nuevas tecnologías]. (s. f.). Recuperado de http://goo.gl/HcB0zj
La velocidad de los cambios acontecidos y la inmediatez de los cambios que continúan aconteciendo imponen tanto nuevas formas de adaptación y desarrollo como nuevas formas de comprensión de estas dinámicas. Lo individual y lo grupal forman parte más que nunca de un desafío por emprender. Así, organismos como la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) han planteado esta dualidad como una tensión a nivel del globo que debe ser afrontada principalmente a través de la educación. Aparece así en la ontología del lenguaje la idea y el pilar de aprender a convivir. Aquí cobra relevancia también la idea de diversidad, de lo múltiple, de lo complejo, como elementos que están en el núcleo mismo de la relación con otros. La necesidad de aceptación y respeto también subyacen en este desafío. La ontología pone al ser humano como eje clave para pensar en los cambios acontecidos y por acontecer. Las nuevas generaciones que comienzan a irrumpir en la sociedad presentan diferencias notorias respecto del resto coexistente. Esas 3
diferencias son marcas debidas a los cambios importantes mencionados, entre otros, y modifican las expectativas y los comportamientos, lo cual impacta sustantivamente en diversos ámbitos y dan lugar a la denominada turbulencia generacional. Es entonces que la sociedad comienza a preocuparse por entender el fenómeno y sus impactos; de este modo, nos aparecen interrogantes como los siguientes: ¿Cómo vamos a entendernos? ¿Cómo nos vincularemos? ¿Cómo vamos a convivir teniendo en cuenta que nos necesitamos mutuamente para crecer y desarrollarnos?
Es así que iniciamos la activa participación en una transformación histórica fundamental: se está gestando una nueva y radical forma de comprensión del ser humano, lo que nos pone de esta manera en la puerta de un camino que nos demanda nuevos cuestionamientos, con ventajas y dificultades, lo cual gesta nuevas formas de liderazgo, nuevos líderes. Podemos decir que estamos enfrentando una revolución radical en la forma en la que nos comunicamos con los demás. La convivencia, la comunicación, el entendimiento, el pensamiento, la comprensión de uno mismo y del otro, de lo humano, se presentan como claves significativas que dilucidar. Un filósofo de gran influencia como Descartes (cartesianismo) dijo la frase paradigmática “Pienso, luego existo”, que es la base del ser. La razón es lo que nos hace seres humanos. El pensamiento es nuevamente la base para entender el ser humano. El pensamiento siempre adquiere precedencia. A pesar de ello, podemos rastrear que este concepto responde a postulados griegos que rondan en la comprensión del ser como seres racionales; nos estamos refiriendo así a postulados metafísicos. René Descartes (1596-1650) Postulamos que el pensamiento filosófico planteado por Descartes ha sido el más influyente de los tiempos modernos. La modernidad se desarrolló dentro de esta modalidad de pensamiento, aceptando los principales supuestos formulados por Descartes, tales como la noción de que las ideas, el pensamiento y la razón nos configuran como seres, como ya se señaló, el pensamiento siempre adquiere precedencia. Es a partir de la posibilidad de pensar que podemos aceptar que nuestra existencia se sostiene en el postulado de la antigua tradición griega “pienso, luego existo”. El pensamiento se erige, entonces, como la base del 4
ser, lo que permite comprender a los seres humanos como seres racionales. La razón es aquello que nos hace seres humanos. La esencia del ser humano radica en su pensamiento. Dice Rafael Echeverría (2008):
La Filosofía de Descartes es una expresión histórica del impulso dado al alfabetismo por medio de la invención de otro cambio de suma importancia en el modo de comunicarnos: la prensa escrita o imprenta. Con la prensa escrita, la separación inicial entre el orador, el lenguaje y la acción que había producido la invención del alfabeto, se profundiza y extiende a todos los niveles de la sociedad. Con la imprenta, los libros se convirtieron en artículos fácilmente adquiribles, lo que generó profundas consecuencias sociales, permitiendo la emergencia del sistema escolar, la expansión social del alfabetismo (las competencias de leer y escribir) y la democratización y extensión de la racionalidad a todos los rincones de la vida social. (P. 17).
La ontología del lenguaje sostiene una comprensión radicalmente nueva acerca de la concepción del ser humano. Para aclarar un poco lo hasta aquí introducido, animémonos a recorrer algunos antecedentes filosóficos. La historia ha dejado su huella; sin embargo, no todo lo que conocemos o creemos conocer acerca del pasado tiene implicancias en el futuro, o ha generado grandes oportunidades (o posibilidades), abriendo o cerrando así grandes periodos para la humanidad. Como antecedente destacado podemos nombrar la aparición del alfabeto, que dio origen así a una forma de sociedad con nuevas formas de convivencia y con nuevos interrogantes. La reducción y codificación de los signos y la inclusión de las vocales para lograr la pronunciación adecuada del lenguaje oral tuvo como consecuencia en Grecia la determinación del alfabeto occidental. El alfabeto inicia su intervención en el lenguaje y cambia la forma de pensar las cosas, de modo que se deja de lado el lenguaje del devenir y otorgándole el ingreso al lenguaje del ser. Se genera de esta manera un 5
poderoso cambio: el pensar, el rey de todas las acciones; queda así postulado el concepto: los seres humanos somos seres racionales.
¿Qué se entiende por ontología? Puede denominarse ontología al estudio del ser, en tanto lo que el ser es y cómo es el ser. La ontología define al ser y establece las categorías fundamentales de las cosas a partir del estudio de sus propiedades, sistemas y estructuras. En tanto se define al ser, también lo circunscribe, lo limita, es decir, cuando afirmamos que algo es, al mismo tiempo estamos diciendo que algo no es. En la propia definición de la perspectiva metafísica, está inscripta la limitación del ser humano: ahí se establece lo que se es y lo que no se puede ser. Y algo más importante aún: sabemos lo que somos, pero no lo que podríamos llegar a ser. Para los antiguos griegos, el término ontología significaba la comprensión general del ser. Por lo tanto, si tomamos el término en este marco, nos encontraremos atrapados en el mundo metafísico, y es de donde precisamente la ontología del lenguaje quiere alejarse a través de su propuesta, apoyada en las tres vertientes antes mencionadas. Rafael Echeverría (2008) dice al respecto:
El término Ontología del Lenguaje, abarca un doble sentido. Considerando los aportes del Martin Heidegger, con su investigación acerca del Dasein, que en síntesis hace referencia al modo particular de ser como somos los seres humanos, así la ontología hace referencia a una comprensión genérica- nuestra interpretación-de lo que significa el ser humano… cuando decimos de algo que es ontológico, hacemos referencia a nuestra interpretación de las dimensiones constituyentes que todos compartimos en tanto seres humanos y que nos confieren una particular forma de Ser. (P. 19).
En este sentido, la ontología nos muestra una propuesta, desde el ser metafísico, de lo que es el ser humano; pero en tanto propuesta implica la posibilidad de pensar una ontología no metafísica, como lo reivindica la ontología de lenguaje. 6
Para Rafael Echeverría esto nos lleva a pensar que:
Cualquier postulado que hagamos sobre el ser «en general», o sobre otros seres distintos de los seres humanos (como está involucrado en el sentido clásico del término ontología) está basado, a fin de cuentas, en una comprensión subyacente del ser que formula ese postulado. Consecuentemente, la Ontología tal como la hemos definido, en cuanto a comprensión de lo que significa ser humano, sienta las bases para la antigua noción de la Ontología como comprensión general del Ser. (2008, p. 19).
Esto quiere decir que, siempre que hagamos o digamos algo como “esto o aquello es así”, estaremos hablando desde nuestra propia concepción ontológica sobre “esto o aquello”. Si decimos “Pablo es tímido”, estamos diciendo y dando sentido desde un juicio muy particular que poseemos sobre las conductas que muestran los seres humanos, a las cuales les atribuimos la idea de timidez. Esta afirmación a su vez habla de nosotros, ya no de Pablo, sino de lo que creemos acerca de tales conductas. No quiere decir que el otro sea tímido, sino que creemos que el otro es. Rafael Echeverría sintetiza lo expuesto de la siguiente manera:
“Cada planteamiento hecho por un observador nos habla del tipo de observador que ese observador considera que es” (2008, p. 19). Este es un principio fundamental en nuestro acercamiento al tema. Podemos no darnos cuenta de que al hablar o al actuar estamos revelando estos supuestos ontológicos subyacentes, pero lo hacemos a pesar de todo.
Este mismo principio en una versión modificada nos lleva a inferir el siguiente postulado: todo lo que hacemos, sea lo que sea, revela nuestro juicio, nuestra propia forma de pensar y hablar, revela quiénes somos; esta es precisamente la base de uno de los usos quizás más poderosos de la ontología del lenguaje: la práctica del coaching ontológico. El tema de los juicios será abordado más adelante como se merece. De este modo, la nueva concepción de lo que es el ser humano, teniendo en cuenta el nuevo concepto de la ontología del lenguaje, constituye la piedra angular de la propuesta ontología del lenguaje.
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Rafael Echeverría (2008) postula una nueva interpretación acerca de una nueva concepción del ser humano que somos.
Una nueva comprensión del ser humano: no metafísica En este punto del desarrollo de los postulados de la perspectiva metafísica como desde los postulados de la ontología, podemos concebir una nueva comprensión de los seres humanos. Decíamos que, desde la tradicional concepción de hombre, se asume normalmente que cada individuo nace dotado de una particular forma de ser, que cada uno posee una manera de ser que tiene la cualidad de ser permanente, fija o inmutable (este concepto es el que muchas veces hemos encontrado utilizado como alma). Desde esta perspectiva, la vida es algo que nosotros atravesamos. Está, de alguna forma, previamente determinada y solo tendremos que atravesarla de la mejor forma posible. La propuesta de la ontología del lenguaje asume una posición radicalmente diferente al planteo metafísico porque esta concepción sostiene que la vida es, por el contrario, el espacio en el que los individuos se inventan y crean constantemente a sí mismos. Como nos dice Nietzsche: “en el ser humano la criatura y el creador se unen” (como se cita en Echeverría, 2008, p. 23); y continúa más adelante, “Como escribiera Shakespeare: ‘Sabemos lo que somos, pero no sabemos lo que podríamos ser’” (como se cita en Echeverría, 2008, p. 24). “Nuestro ser es indeterminado, es un espacio abierto apuntando hacia el futuro” (Nietzsche, como se cita en Echeverría, 2008, p.24). La ontología del lenguaje sostiene la concepción de un ser humano como un ser en constante proceso de devenir, de invención y reinvención dentro de una deriva histórica. No sabemos lo que somos capaces de hacer o en lo que podemos transformarnos. La concepción ontológica de nosotros mismos nunca podrá darnos una respuesta concreta y determinada a la pregunta de lo que significa el ser humano. Solo podrá brindarnos distinciones generales que nos guían como parámetros para definir una estructura básica de posibilidades siempre abiertas al devenir, somos seres abiertos al diseño. Echeverría dice que “esta estructura general de posibilidades, que compartimos todos en tanto seres humanos, es lo que Martín Heidegger 8
llamó el Dasein, el «ser en el mundo» que somos. Ontología es la indagación en el Dasein” (2008, p. 24). Dos filósofos más importantes que han visto de esta manera el alma humana han sido Heráclito y Nietzsche. Heráclito (535-484 a. C.), filósofo presocrático, de alguna manera plantea algo totalmente diferente al pensamiento que más adelante se llamaría metafísica. Planteó que estamos en un proceso de flujo constante, que nunca permanecemos iguales, que estamos cambiando constantemente, tal como lo hace un río. En este punto cobra sentido el famoso dicho de Heráclito: “no te sumergiréis nunca en el mismo río”. La idea de la mutación del ser, de la transformación, subyace en la perspectiva de Heráclito. Somos seres en continua transformación, mutación, como un río que nunca es el mismo. Nietzsche, por su lado, llega a la filosofía a través de la filología, una disciplina que se interesa por el lenguaje y, en su caso, por el estudio de las lenguas y la literatura de los antiguos griegos y romanos. Esto le permitió contactarse muy tempranamente con el trabajo de los presocráticos, los filósofos que vivieron antes de Sócrates, Platón y Aristóteles. Una vez que Nietzsche tomó contacto con el pensamiento de Heráclito, comprendió que en él estaba presente una perspectiva totalmente diferente de la que ofrecía el programa metafísico. Declaró a Heráclito su mentor. Tanto Heráclito como Nietzsche entendieron que la forma para poder comprender al ser humano no podría estar centrada en el solo foco del ser, sino que se hace indispensable poder mirar hacia otra idea, la del no ser, en donde existe un espacio para la transcendencia de lo que se es hacia lo que se puede ser (no ser), hacia el devenir. Es en este devenir en donde se debe poder concebir y aceptar la idea del ser como el no ser, a este ciclo que reúne el ser y la nada, esta eterna recurrencia del uno y del otro. Echeverría, citando a Nietzsche, dice que:
Ser humano, según Nietzsche, puede ser visto como un proceso en el que estamos permanentemente huyendo de la nada, mientras que, al mismo tiempo, somos impulsados hacia ella, hacia el “sin sentido” de nuestras vidas, e inducidos a la necesidad de regenerarnos constantemente un sentido. (Echeverría, 2008, p. 25).
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Referencias Echeverría, R. (2008). Ontología del lenguaje (5.a ed.). Buenos Aires, AR: Granica. [Imagen sin título sobre el uso de nuevas tecnologías]. (s. f.). Recuperado de http://www.salud180.com/adultos-mayores/aumentan-criticas-ante-la-alerta-deoms-por-uso-de-celulares
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La ontología del lenguaje: postulados básicos La ontología del lenguaje se sitúa en la profunda transformación que implica una nueva compresión de los seres humanos. Esta disciplina se sustenta en tres postulados básicos: 1) La interpretación de los seres humanos como seres lingüísticos. 2) El lenguaje con una cualidad netamente generativa. 3) Los seres humanos se crean a sí mismos en el lenguaje y a través de él. Abordemos entonces, con algo más de detalle, cada uno de estos postulados. El primer postulado, la interpretación de los seres humanos como seres lingüísticos, es considerado por Rafael Echeverría el más importante, cuando afirma que: “el lenguaje es, ante todo, lo que hace de los seres humanos el tipo particular de seres que son” (2008, p. 21). Se sostiene así que esta es la clave para comprender los fenómenos humanos. Es importante destacar, evitando así un reduccionismo aparente, que este postulado no niega la realidad misma; permite comprender que los seres humanos no solo somos seres lingüísticos, sino que el lenguaje es una parte importante del encuadre multidimensional, reconociendo en el ser humano la existencia de tres dominios primarios:
El dominio del cuerpo. El dominio de la emocionalidad. El dominio del lenguaje.
Vale destacar que cada uno de estos dominios es autónomo, pero aun así guardan una estrecha relación de coherencia entre ellos. De hecho, hay varios estudios científicos que dan cuenta de esto. De esta manera, el lenguaje del cuerpo posibilita registrar cómo un hombre o una mujer que se encuentre transitando la emoción de la tristeza guarda coherencia con sus posturas de acongojo: su rostro es fiel reflejo de ello y, más aún, su lenguaje, sus palabras, su tono y su voz parecen danzar junto con el cuerpo. Cabe reconocer los cuestionamientos que surgen: ¿por qué entonces el lenguaje es una prioridad en el hombre?, ¿por qué sostiene la ontología del lenguaje la idea de que este hace al ser como es?
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Pues es a través del lenguaje que le damos el sentido a la experiencia vivida, el lenguaje es lo que transforma las explicaciones de los dominios existenciales no lingüísticos (considerando dominios no lingüísticos el dominio de las emociones y del cuerpo). El segundo postulado, la interpretación del lenguaje como generativo: durante siglos el lenguaje fue percibido por el ser humano como un instrumento meramente descriptivo, dábamos cuenta de las cosas del mundo exterior o expresábamos lo que sentíamos en nuestro mundo interior, haciendo del lenguaje un acto pasivo o descriptivo. Este postulado cuestiona la concepción tradicional del lenguaje sosteniendo que el lenguaje es generativo. Esta concepción cambia la idea del lenguaje como algo pasivo que solo se encarga de describir algo que se encuentra ahí afuera, sin más que ello. Partimos de la base de que el lenguaje no solo describe la realidad, sino que, desde la emocionalidad, es capaz de crearla, de generarla. La realidad no siempre precede al lenguaje, sino que este también precede a la realidad. El lenguaje genera ser. Cuando nombramos, designamos algo, le estamos otorgando existencia, lo estamos creando en el lenguaje. Siguiendo este supuesto, es claro entonces el poder que el lenguaje posee; cuando, por ejemplo, decimos algo, hacemos que algo suceda. Con esto se postula que el lenguaje es acción. Cuando le decimos algo a alguien, ese otro comienza a pensar, sentir, hacer… Si le decimos “te amo”, puede sonrojarse, alegrarse, etcétera. Cuando nos planteamos metas y decimos “nuestro objetivo es tal”, una serie de acciones se ponen en marcha para ese logro. El lenguaje hace que sucedan cosas. El lenguaje es acción. Acaso cuando decimos lo que decimos ¿podemos, con ese poder que reside en el lenguaje, construir o destruir, habilitar o deshabilitar, sanar o enfermar, alegrar o entristecer? Tenemos miles de ejemplos en la historia del ser humano: guerras desatadas por decires, tratados y alianzas entre países, fusiones de organizaciones para fortalecerse, entre otros. El lenguaje se transforma así en una herramienta activa que permite que participemos por medio de él en el proceso de un continuo devenir. El lenguaje concebido como acción crea realidades, modela el futuro nuestro y el de los demás. Podemos construir nuestro futuro cuando decimos “mi meta es” o “yo quiero ser”. Se nos abren posibilidades infinitas al decir, al crear y al hacer a través del lenguaje.
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Pero no solo intervenimos en la creación del futuro, sino que también modelamos nuestra identidad y el mundo en que vivimos. Al decir “yo soy tal o cual cosa”, también estamos haciendo ese ser, estamos haciéndonos tímidos, simpáticos, alegres, odiosos, sensibles, etcétera: creamos una identidad. El tercer postulado, la interpretación de que los seres humanos se crean a sí mismos en el lenguaje y a través de él: la ontología del lenguaje asume una posición sosteniendo que la vida es un espacio en el que los seres humanos nos inventamos a nosotros mismos, sujetos a limitaciones biológicas y naturales, históricas y sociales; los seres humanos nacemos dotados de posibilidades de participar activamente en el diseño de nuestra propia vida. El foco de la ontología del lenguaje descansa en los seres humanos y su capacidad lingüística, diferenciándose así de la filosofía del lenguaje y la lingüística.
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Referencias Echeverría, R. (2008). Ontología del lenguaje (5.a ed.). Buenos Aires, AR: Granica.
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El observador: ser y acción La vida que tenemos está en nuestras manos. Como diría Jean Paul Sartre (1905-1980): “Todo ha sido descubierto menos cómo vivir”. Pareciera que todos de una u otra manera necesitamos tener claridad en los propósitos, saber qué queremos en realidad, estar comprometidos, responsabilizarnos realmente de lo que queremos, hablar de nuestros sueños, confeccionar un plan de lo que podríamos ir haciendo cada día para acceder a ellos. Comenzar con una acción, no importa cuán importante sea, es la única forma de empezar. No hay que olvidar que los viajes de miles de kilómetros de alguna manera comienzan con un paso a la vez. Sostenemos que los resultados que obtenemos, o las modificaciones que logramos en nosotros o nuestro entorno, sean estos en el dominio profesional, familiar o en cualquier otro, dependen de las acciones que somos o no somos capaces de llevar a cabo. Proponemos la idea de que nuestras acciones definen nuestros logros, la calidad de nuestras vidas e, incluso, en último término, el tipo de persona que somos. Desde esta perspectiva, por lo tanto, resulta decisivo entender lo que nos hace actuar de una u otra forma. Nuestra concepción también sostiene que la forma en que actuamos depende del tipo particular de observador que somos, es decir, podemos hacer cosas y actuar de acuerdo con la persona que somos. Ahora bien, podemos afirmar también que todos los seres humanos somos seres diferentes; por ende, cada persona u observador actúa de distinta manera. Cada una de estas personas también puede definir qué puede hacer o lograr, qué es lo posible (de llevarse a cabo) y qué no lo es. La acción humana es una variable que depende del tipo de observador que cada persona es. Entonces, bajo esta concepción, podríamos suponer que, al conocer el tipo de observador que una determinada persona es, podemos anticipar, de alguna forma, la manera en que actuará. En este sentido, los seres humanos procuramos tener coherencia entre la forma de vida, las emociones que transitamos frente a ella y el cuerpo desde el cual observamos. Antes habíamos dicho que estos dominios, lenguaje, emoción y cuerpo, guardan una estrecha interrelación de coherencia al mismo tiempo que pueden ser únicos. 2
De este modo, la coherencia le es propia al observador. Esta coherencia de cada observador es la que nos hace pensar de una determinada manera, dejando disponible un abanico de acciones posibles, así como también definiendo las acciones que no lo son. Postulamos que existe una estrecha relación entre el tipo de observador que somos, las acciones que emprendemos y los resultados que obtenemos en la vida. Podemos graficar esta relación de la siguiente manera:
Figura 1:
Fuente: elaboración propia.
La noción de observador Volvamos sobre una afirmación previa: “la forma como vemos las cosas es sólo la forma como vemos las cosas” (Echeverría, 1996, p. 2). Es común el supuesto de que la forma en que vemos las cosas corresponde a cómo las cosas son en realidad. Retomamos el ejemplo anterior. Creemos que cuando decimos “Juan Pablo es tímido” realmente estamos diciendo lo que otro es, parece que estamos accediendo a su verdadera alma, a su ser último. Es así como nos basamos en la creencia de que los seres humanos tenemos la capacidad de percibir las cosas en la transparencia de su ser, sin mayores filtros. Sin embargo, si nos basamos en nuestra propia biología, para empezar, podemos reconocer los múltiples filtros que esta nos impone en todos nuestros sentidos. Podemos reconocer así que nuestras percepciones son el resultado de una particular forma de cómo diferentes perturbaciones ambientales estimulan nuestra estructura biológica. “No vemos los colores que hay allá afuera; sólo vemos los colores que nuestros sistemas sensoriales y nerviosos nos permiten ver. De la misma manera, no escuchamos los sonidos que existen en el medio ambiente independientemente de nosotros” (Echeverría, 2008, p. 83). Por lo tanto, la forma en que vemos las cosas se relaciona, antes que nada, con la forma en que biológicamente estamos constituidos, con nuestra propia forma. Una vez que aceptamos lo anterior, podemos reconocer la importancia de preguntarnos acerca del tipo de observador que somos, por el tipo de 3
observador que nos conduce a observar lo que observamos. Ya no depende exclusivamente de ese afuera que es inmutable y al cual podemos acceder mediante nuestros sentidos, sino que estos obedecen también al cómo somos y, por ende, lo que percibimos está filtrado por nosotros mismos y todo lo que somos. Por lo tanto, en vez de plantear cómo son las cosas, escogimos hablar de cómo interpretamos que son. Es importante no olvidar, como siempre nos lo recuerda Maturana, que “todo lo dicho siempre es dicho por alguien” (como se cita en Echeverría, 2008, p. 25) y, en lo posible, no esconder al orador tras la forma en que son dichas las cosas. Esta es una trampa que permanentemente nos tiende el lenguaje, la cual le permite a la persona que habla esconderse detrás de lo que está diciendo (Echeverría, 2006). Vamos a presentar, entonces, un primer y básico principio:
No sabemos cómo las cosas son. Sabemos cómo las observamos o cómo las interpretamos. Vivimos en mundos interpretativos (Echeverría, 2005).
Partiendo de estos preceptos, reconocemos la idea de que, como observadores, realmente no tenemos acceso a cómo son las cosas, sino que podemos acceder a lo que observamos de ellas, a lo que podemos interpretar de ellas. Esto nos lleva a suponer que vivimos en un mundo netamente interpretativo. Cuentan que un día Picasso se encuentra en la calle con una persona que le pregunta: “¿Por qué usted no pinta lo que se ve?”, a lo que Picasso responde: “Yo pinto lo que veo, que seguramente es distinto a lo que usted puede ver”. Los humanos tenemos una tendencia que es, si se quiere, inherente a la búsqueda de sentido, algo sobre lo que ya hemos hablado. Esta tendencia se manifiesta en el lenguaje a través de la invención y adopción de historias sobre nosotros y el mundo; historias que pretenden muchas veces explicar lo inexplicable, dar respuesta a lo inconcluso, a lo desconocido, etcétera. También hemos podido plantear que aquello que somos, nuestra identidad personal, es una construcción lingüística, una historia que inventamos y creamos sobre nosotros mismos, sobre la dirección de nuestras vidas en el futuro, y sobre nuestro lugar en una comunidad y en el mundo. Hemos también dicho que tanto lo que decimos que somos como lo que decimos que el mundo es son construcciones lingüísticas.
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Al revisar los postulados aquí planteados, en función de una visión del lenguaje como acción y, por lo tanto, como generador de realidad y de ser, podemos ahora establecer una importante tesis sobre los seres humanos. De acuerdo con Rafael Echeverría, se denominará el segundo principio de la ontología del lenguaje:
No solo actuamos de acuerdo con cómo somos (y lo hacemos), sino que también somos de acuerdo con cómo actuamos. La acción genera ser. Se deviene de acuerdo con lo que se hace.
Decíamos previamente que la concepción metafísica “privilegia una relación que va del ser hacia la acción. Tras cada acción, conducta que se manifiesta, esta concepción supone que siempre hay un ser, un sujeto, que se revela mediante la acción realizada” (Echeverría, 2008, p. 29), que revela su particular forma de ser. Así es como postulamos que nuestras acciones revelan nuestra forma de ser. “Pero, al mismo tiempo, postulamos que esto es sólo un lado de la ecuación. Nuestras acciones no sólo revelan cómo somos sino que también nos permiten transformarnos, ser diferentes, devenir” (Echeverría, 2008, p. 29), es decir, nuestras acciones nos modifican, nos hacen ser diferentes. Partimos del supuesto de que, si un ser humano cambia las acciones, estas a su vez lo hacen transformarse en un ser diferente, a través de cambios que se producen en el observador. “La acción, por lo tanto, no es sólo la manifestación de un determinado ser que se despliega en el mundo, es también la posibilidad de que ese mismo ser se trascienda a sí mismo y devenga un ser diferente” (Echeverría, 2008, p. 29). Como decíamos, existen diferencias entre observadores y existen tantos observadores como personas en el mundo, pero ¿qué pasa entonces con las diferencias? Como nos dice Rafael Echeverría (2009), en El observador y su mundo, distinguimos diez ejes que de alguna manera constituyen la estructura del observador. Estos son:
El mundo. El tiempo. La diada inquietud y deseo. La línea posibilidad y facticidad. Los problemas y soluciones. Los desgarros existenciales. Las expectativas. La habitualidad interpretativa del observador. Los límites del alma humana. 5
El misterio.
Veamos un poco más de cerca qué hay en cada uno: El mundo: es producto de la mirada del observador que somos y guarda una estrecha relación con nuestra historia y nuestra estructura. Sin embargo, al mismo tiempo son mundos interpretativos, siguen siendo narrativas acerca de las cosas que nos rodean y de nosotros mismos. El mundo de cada cual es un mundo limitado allí donde no tenga distinciones en un mundo determinado, por ejemplo, la pintura, el arte; si no conocemos acerca de ello, será ese un mundo limitado para nosotros. Pero existen otros límites que consideramos aceptables o no aceptables, son aquellos comportamientos que entendemos por bien y mal, correcto o incorrecto, los cuales juegan un papel determinante en nuestras vidas. El observador construye un mundo de acuerdo con el tipo de relación que sostiene con él. Pensemos cuando conformamos una pareja: ¿qué tipo de compromisos asumimos? El tiempo: con la aparición del reloj, el tiempo se ha constituido como una referencia para los seres humanos; una hora es una hora para todos, y es al mismo tiempo el puntero que nos rige en nuestro comportamiento humano. ¿O acaso cuando tenemos que preparar una materia, para rendir, no comienza el tiempo de descuento a partir de la confirmación de la fecha de examen? Pero ¿existe el tiempo absoluto? ¿Cómo es la estructura de la temporalidad? Así como somos seres en el mundo y cada mundo es un ser, también somos seres en el tiempo. No somos solo seres en el presente, también somos aquello que aspiramos a ser y no fuimos; aquello que no pudimos ser ocupa su presencia en el hoy. Igualmente, sucede con el ser que anhelamos ser en el futuro, que influye en nuestras opciones y alimenta nuestras acciones. Pero el tiempo es parte constitutiva de nuestro ser, tenemos un tiempo paralelo (sin reloj), es un tiempo que nos pertenece, que tiene el poder de transformarnos, y allí no hay medida objetiva. Cada observador tiene un tiempo a su medida. La díada de inquietud y deseo: este par acción-logro nos impulsa a que actuemos para hacernos cargo de algo al mismo tiempo que buscamos realizar un deseo; la inquietud y el deseo son espacios interpretativos que buscan conferirle un sentido a nuestro actuar. 6
La teoría del observador que propone la ontología del lenguaje nos conduce a una nueva comprensión de la acción humana en la medida en que nos remite a aquel espacio desde donde actuamos, que es diferente en cada observador. La línea posibilidad y facticidad: este eje guarda relación con los juicios que emitimos acerca de cómo las cosas son, tema que abordaremos más adelante. Podemos distinguir aquí que existe una línea en la que, hagamos lo que hagamos, las cosas van a seguir como están, y esto se denomina lo fáctico. Por otra parte, existe el juicio que hacemos acerca de lo que puede cambiar si actuamos de una u otra forma; si es adecuada, todo podría en el futuro ser diferente. Se trata de un espacio que nos ofrece caminos abiertos a la acción, es la línea de lo posible. Los problemas y soluciones: existen varios tratados acerca de lo que podemos hacer frente a problemas, de modo que hay teorías de resolución de problemas, pero animémonos a ir un poquito más profundo. Centremos este tema en el observador. Distintos observadores probablemente verán distintas partes y aspectos diferentes de un problema, según cómo lo juzguen; para algunos observadores podrá ser un problema, pero para otros quizá no lo sea. Así declarado un problema, cada observador definirá una solución diferente de otro. Aquí entramos en el mundo de los juicios nuevamente, tema que, como ya declaramos, abordaremos como merece. Como diría Gaston Bachelard (1884-1962): “un problema sin solución suele ser un problema mal formulado” (como se cita en Echeverría, 2008, p. 30). Vemos entonces cómo influye el observador. Para problemas ya establecidos por el observador, uno de los elementos que debemos tomar en cuenta para la solución o disolución del problema es la oportunidad: el factor temporal que interviene en el curso de acción que lleve al observador a ver nuevas oportunidades. Desgarros existenciales: los seres humanos enfrentamos un sinnúmero de problemas, algunos de los cuales nos llevan a constituir una forma de ser configurando nuestro carácter y personalidad. Estos son los desgarros existenciales. Ellos dan cuenta de la manera en que nos relacionamos con los demás, cómo nos concebimos a nosotros mismos, y a veces tienen la poderosa magia de asignarle el sentido que le asignamos a la vida. Un desagarro de la vida suele remitirnos a una experiencia del pasado que influye fuertemente en nuestro presente, a veces hace referencia a 7
cuestiones que aún no hemos podido resolver y otras es un rastro de heridas profundas que han conformado cicatrices, pero que son palpables en la piel. De alguna manera viven en nuestras almas, por decirlo de alguna manera, y conforman nudos que no han sido desatados todavía. Estas experiencias nos desnudan como seres humanos que somos, colocándonos en el plano de lo vulnerable y frágil. Estas experiencias que conforman el plano de los desgarros son un blanco muy importante para el aprendizaje necesario que la propuesta llama transformación. Las expectativas: todos como observadores tenemos o guardamos expectativas frente al acontecer, esperamos que ciertos sucesos acontezcan y que otros no. Existen expectativas ciertamente habituales, pues, si esperamos que algo suceda en un momento y ello no ocurre, se enciende entonces nuestra luz roja, lo cual provoca rápidamente emocionalidades que nos permiten o no nuevas oportunidades. Sin embargo, hay otras expectativas no muy habituales o cotidianas, que por lo tanto están más presentes en nuestra conciencia; por ejemplo, un ascenso en el trabajo o esperar que alguien nos sorprenda. Definimos nuestra expectativa en función de confiar en la promesa de quien la hizo y en el rango de posibilidad de que suceda en el futuro. Se trata de juicios que el observador hace o formula frente al acontecer. Son nuestras expectativas un factor clave de nuestras alegrías o sufrimientos. “No es lo que ha sucedido lo que le molesta al hombre, dado que ello puede no molestar a otro, es el juicio acerca de lo que ha sucedido”, nos diría Epiceto (55-135 d. C.). Dentro de esos juicios, están los que se refieren al cambio y definen lo que es posible, es decir, qué podemos esperar y cuánto podremos alcanzar en la vida. Las decepciones sobrevienen cuando se espera lo que no corresponde esperar. Las expectativas cerradas en aquello que no es posible serán la causa de sufrimiento, frustración o desánimo. Para sobrevivir, debemos entonces concentrarnos en las cosas que están en nuestro poder y no perder el tiempo en aquellas para las cuales no lo tenemos. La habitualidad interpretativa del observador: consideremos que los seres humanos llevamos adelante ciertas acciones habituales generalmente no deliberadas. Cuanto más habituales son, menos conscientes somos de ellas, o menor grado de conciencia les otorgamos (a ellas); por ejemplo, lavarnos los dientes por la mañana, o la cara (aunque hay algunos que tal vez no lo hagan), y de modo tal que generamos un hábito individual. También existen hábitos colectivos, ¿o acaso cuando los alumnos se 8
reciben no suelen preparar festejos? También festejamos, por ejemplo, en el mundial de fútbol si gana nuestro país. Esas prácticas definen, para los individuos, la manera de hacer dentro de un grupo humano. Prácticamente, no se discuten; es más, la gente suele creer que la manera en que hacen determinadas cosas es un tipo normal de hacer, y a veces la única forma de realizarlas. Un aspecto positivo de las prácticas habituales es que nos permiten alcanzar un determinado nivel de eficacia y rapidez. El aspecto negativo de las prácticas habituales radica en su mecánica, pues perdemos la capacidad de observarlas, suponemos que la manera de hacer determinadas cosas es obvia, normal, natural, lo cual limita nuestra capacidad de aprendizaje, ya que perdemos la capacidad de evaluarlas y mejorarlas; perdemos, además, la oportunidad de resolver dificultades de una manera mucho más efectiva. Además de lo expuesto, vale considerar aquí que no solo tenemos rasgos habituales, sino también versátiles: reconocemos que podemos hacer las cosas de muchas maneras diferentes, a veces incluso más adecuadas a las circunstancias que afrontamos (o encaramos), lo cual nos habilita a modificar (o cambiar) la manera de hacer las cosas. El observador tiene modalidades habituales de interpretar y dar sentido a sus acciones. Algunas de ellas provienen de la misma comunidad a la que pertenece, otras han sido incorporadas por su historia y otras introducidas por él mismo, lo que ha constituido lo que para él es el sentido común, lo que parece obvio. Las modalidades habituales detienen la posibilidad de considerar opciones nuevas o distintas; entonces, es necesario preguntarse:
¿El sentido común es bueno? Si lo consideramos bueno, lo interpretaremos como válido, ya que se nos presenta como un sentido probado por la comunidad. Sin embargo, cabe destacar que el sentido común no es más que un sentido compartido por una comunidad y, aunque a veces pareciera lo más seguro y sólido, no es más que una ilusión. Nos hace pensar que estamos sobre tierra firme, olvidándonos de que vivimos en mundos interpretativos. No es sencillo aceptar lo hasta aquí expuesto, ya que muy a menudo produce inseguridad, y los seres humanos buscamos con afán la solidez. El sentido común nos proporciona una ayuda, una orientación para nuestras vidas, lo cual da sustento a la habitualidad, pero el sentido común 9
no es más que el cómodo lugar donde dejamos de hacernos preguntas, donde el pensamiento decide descansar. Los límites del alma humana: los seres humanos no tenemos una esencia fija, en sentido ontológico, sino que siempre estamos construyendo el devenir. Como individuos genéricos, los seres humanos somos iguales, tenemos una forma básica de ser que nos hace seres humanos y no otra especie. Pero por otra parte somos diferentes, resolvemos los enigmas de nuestras vidas de formas diferentes; es la forma particular de seres que somos como individuos, es lo que llamamos el alma. El misterio: todo esfuerzo por entender al otro en su actuar, incluso por entender su forma particular de ser, como entendernos a nosotros mismos, nos remite al observador que es cada uno de nosotros. No sabemos cómo somos, solo sabemos cómo nos interpretamos; los seres humanos somos y seremos siempre misterios para nosotros mismos. Solo podemos generar interpretaciones sobre la forma de ser que somos, interpretaciones que pueden ser más o menos poderosas, lo cual nos habilitará a expandir nuestra transformación o a coartarla. De esta manera, el ser desde la perspectiva ontológica pertenece al ámbito de lo misterioso. Dado hasta aquí lo expuesto, reflexionemos acerca del observador.
¿Qué tipo de observador somos? ¿Dónde reside, pues, el observador en nosotros? Vale destacar que el observador no existe en el mundo de las cosas que conforman nuestra realidad exterior. La distinción del observador nos permite no solo expandir nuestra capacidad de comprensión del fenómeno humano, sino que podemos intervenir en la forma en que somos, ayudándonos en el proceso de transformación durante el tiempo de nuestra existencia. La noción del observador no es más que un recurso explicativo que pertenece al dominio del lenguaje.
Las emociones: estados emocionales básicos Hemos afirmado, entonces, que el lenguaje constituye a los seres humanos como el tipo de ser que es, pero no podemos desconocer otros dominios.
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El lenguaje reconoce el dominio del cuerpo y el dominio de la emocionalidad, tema que habíamos introducido cuando se desarrolló “La Ontología del Lenguaje: postulados básicos”. Hemos dicho también que estos dominios, lenguaje, cuerpo y emoción, guardan una relación estrecha y coherente entre sí, mediante la cual se influencian mutuamente. El tema de la emocionalidad es de una tratativa dificultosa; todavía no hemos sido capaces de descifrar qué lugar exactamente ocupan las emociones en nuestro cuerpo desde la biología. Hay múltiples investigaciones que proponen diferentes áreas del cerebro como encargadas de los aspectos emocionales de la conducta del ser humano. De todas formas, lo que queda claro es que algo dentro del cerebro es lo que las regula. Comúnmente, cuando hablamos de emociones a través del lenguaje les concedemos un espacio en nuestro cuerpo: el corazón. Nuestra vida emocional juega un papel crucial en nuestro accionar. Nos movemos, la mayoría de las veces, en función de las emociones que nos inundan, llegan, acontecen. Pero…
¿Qué es la emoción? Veamos qué nos dice el diccionario de la Real Academia Española: emoción: “(Del lat. emotio, -ōnis.) f. Estado de ánimo producido por impresiones de los sentidos, ideas o recuerdos que con frecuencia se traduce a gestos, actitudes u otras formas de expresión” (REA, 2012). Muchos son los estudios acerca de las emociones que han generado teorías de familias de emociones como, por ejemplo, la de las emociones primarias, pero todos parecen ser insuficientes a la hora de explicar sus complejidades, sus combinaciones.
¿Los celos, la duda, la fe, la esperanza, el aburrimiento? Sin embargo, los avances que hiciera en su momento el psicólogo estadounidense Paul Ekman (2004), de la Universidad de California, San Francisco, pudieron probar que existen algunas emociones que parecen ser comunes a todas las culturas, por cuanto sus expresiones al nivel de los gestos son iguales, independientemente de la cultura (tristeza, miedo, 11
rabia, placer). Sin embargo, cuando hablamos de emoción no podemos dejar de lado las ondas externas que las acompañan, como el estado de ánimo.
Distingamos, entonces, entre estados de ánimo y emociones A pesar de que suenan parecido, existe una sutil distinción, difícil a veces de separar. Rafael Echeverría nos dice al respecto que “cada vez que experimentamos una interrupción en la fluir de nuestras vidas, se producen las emociones” (2008, p. 153). Cada vez que se produce un cambio en nuestro espacio de posibilidades, siendo estas las que se ven amenazadas o expandidas, aparecen las emociones. Este espacio de posibilidades se puede entender a través de los siguientes ejemplos: ¿acaso al aprobar una materia no nos inunda la clara sensación de la alegría? ¿Acaso las comisuras de las mejillas no se encojen para dar lugar a la sonrisa? O pensemos en lo opuesto, ¿no nos inunda la tristeza al reprobarla? Cuando tenemos un mal día y aparece esa chica o chico que nos encanta, ¿el día parece de repente tornarse diferente? Las emociones son específicas y reactivas; los acontecimientos las preceden. Al referirnos a las emociones, a menudo estamos observando la forma en que la acción (o determinados eventos) modifica nuestro horizonte de posibilidades. La emoción es, por lo tanto, una distinción o una forma de decir qué hacemos a través de nuestro lenguaje para referirnos al cambio de nuestro espacio de posibilidades: si aprobamos, podremos seguir cursando la correlativa; si desaprobamos, deberemos estudiar más y, por lo tanto, no podremos continuar hasta que esa realidad no cambie. Echeverría nos trae una anécdota interesante sobre este punto:
La relación entre un acontecimiento y la emoción no deja de tener importancia. A menudo relato el ejemplo que nos entregaba el filósofo Michael Graves para ilustrar esta relación entre la singularidad de un acontecimiento y la emoción. Graves se imaginaba a alguien que sale un determinado día a caminar por la montaña. Mientras camina, observa la naturaleza, se detiene a mirar los árboles, a escuchar el cantar de los pájaros. A lo lejos, escucha también el ruido de un río que corre entre unas 12
rocas. A no mucho andar, en la transparencia del fluir de su recorrido, se pone a pensar en un posible proyecto susceptible de ser emprendido en los próximos días. Se siente contento, optimista; el proyecto lo excita; piensa que al concluirlo, podrá abrir puertas que hasta ahora ha tenido cerradas. Sonríe. En eso percibe una culebra que se desliza en dirección a él, en la mitad del sendero, a pocos metros de donde se encuentra. Súbitamente esa percepción lo lleva a una experiencia diferente. Está asustado, el corazón le palpita más aceleradamente; se pregunta si tendrá suficiente espacio para esquivar la culebra o si le convendrá retornar. El espacio de posibilidades en el que se encuentra ahora es otro. La emoción del miedo se ha apoderado de él. (2008, p. 153).
En este sentido, si detectamos el acontecimiento que produce dicha emoción, podemos pensar en cómo evitar la repetición de dicha emoción en caso de que no la deseemos para nosotros. Se abre así una posibilidad de diseñar modalidades de afrontamiento para determinadas situaciones y, por ende, para las emociones que se manifiestan en ellas. A su vez, decíamos que estas emociones hacen que reaccionemos de determinada forma, con lo cual, detectando el motivo y la emoción desencadenante, podríamos pensar en la posibilidad de cambiar la acción posterior. “El reconocimiento, al hablar de emociones, entre la emoción y el acontecimiento nos permite no sólo una determinada interpretación de los fenómenos emotivos, sino también posibilidades concretas de acción” (Echeverría, 2008, p. 154).
Algunas apreciaciones particulares Haremos uso de las distinciones que acabamos de desarrollar para examinar cuatro estados de ánimo, estrechamente relacionados entre sí, y que consideramos fundamentales en la vida de todo ser humano. Nos referimos a los estados de ánimo del resentimiento, de la aceptación o la paz, de la resignación y de la ambición. (Echeverría, 2008, p. 182).
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Tabla 1: Juicios de Facticidad (lo que no podemos cambiar)
Posibilidad (lo que podemos cambiar)
Nos oponemos
Resentimiento
Resignación
Aceptamos
Aceptación (Paz)
Ambición
Fuente: Echeverría, 2008, p. 182.
¿Qué es el resentimiento? Este estado de ánimo puede ser reconstruido lingüísticamente desde los términos de una conversación a partir de la cual interpretamos que hemos sido víctimas de una acción injusta. Esto hace que volvamos una y otra vez a la idea de que esa injusticia nos hace estar de tal o cual forma. Algo que nos fue negado o simplemente merecíamos no lo obtuvimos. En esta reconstrucción lingüística, emitimos el juicio de que alguien se interpuso y nos impidió alcanzar lo que creíamos que merecíamos, quitándonos de ese modo el derecho que considerábamos que teníamos; por lo tanto, nuestra interpretación nos lleva a emitir el juicio de que ello es injusto, hasta el punto de culpar a la persona, jefe, padre, madre, hermano, etcétera. Pero el resentimiento nos lleva a construcciones más profundas en conversaciones que sostenemos con nosotros mismos al punto de prometernos, dada la injusticia, que tarde o temprano pagará. Podrá tomar tiempo, pero nosotros o alguien (divino) nos vengará. El resentimiento se nutre de dos fuentes: de las promesas y de las expectativas, cuando estas últimas no son cumplidas. Ambas nos llevan a considerarlas un derecho, y aparece el resentimiento como un agente de justicia frente a lo injusto. Guardamos resentimiento contra alguien que nos humilla por abuso de poder, emitiendo el juicio de que, si le reclamáramos, seríamos blanco de humillaciones peores. El estado de ánimo del resentimiento es extremadamente corrosivo para la convivencia. La persona que opera desde el resentimiento está atrapada en una telaraña de sufrimiento, penetrante y permanente, que restringe sus posibilidades de acción. 14
El resentimiento nos arrebata la libertad, nos hace esclavos. Como nos diría Nietzsche, es como una tarántula que espera paciente para descargar su veneno; y el único que puede rescatarnos es el perdón.
¿Qué es la aceptación? Por el contrario, la aceptación y la paz son los estados de ánimo opuestos al resentimiento y, por lo tanto, cuentan con una paleta de emociones diametralmente diferente que resulta de una misma situación, lo que marca profundamente la diferencia: la aceptación es la expresión de reconciliación. Cuando aceptamos vivir en armonía, alcanzamos la paz y aceptamos todas aquellas pérdidas que no podemos evitar. La aceptación hace referencia claramente al hecho concreto de aceptar que no podemos cambiar lo ya ocurrido, y por lo tanto lo declaramos “tema cerrado”.
¿Qué es la resignación? Como algo que ocurrió en el pasado no puede ser cambiado, cabe solo reconocer el presente tal como está. La resignación tiene una doble acepción: por un lado, se entiende como aquel estado en el que un individuo se encuentra, en el cual (resignado) no puede hacer nada, deja sus brazos a un lado y se deja caer. Decimos que una persona está en estado de resignación cuando se comporta, en un determinado dominio, como si algo no pudiera cambiarse. Desde nuestra perspectiva, la resignación tiene otra forma de ser entendida, y consideramos lo contrario. Una característica de una persona en estado de resignación es que claramente no ve el futuro como un espacio de intervención, donde las acciones que esa persona haga le permitan modificar o transformar el presente. El futuro, sin embargo, se caracteriza por ofrecernos un espacio de indeterminación, un espacio sujeto a nuestra capacidad de acción. El futuro puede ser diferente del presente en razón de las acciones de otros y de nuestras propias acciones. Aparece, como notarás, la idea de futuro, aunque no se pueda ver, y de hacer algo hacia delante para cambiar una realidad. Esto lo escuchamos, por ejemplo, cuando alguien dice: “¡¿Y qué voy a hacer?!”, “¿Cómo hago para encarar este problema?” o “Sé que puede tener solución, ¡pero no veo la forma!”. La persona en esta instancia no puede ver con claridad qué cosas concretas puede hacer, y por lo tanto no hace, aunque puede reconocer que hay cosas que pueden modificarse. 15
¿Qué es la ambición? En este espacio, la resignación se coloca de la vereda opuesta. Mientras la resignación se ve clausurada por las posibilidades futuras, la ambición se destaca por identificar amplios espacios de intervención que conllevan a la transformación. Una persona ambiciosa entiende y ve el presente como una construcción de futuro, trascendiendo así lo que hoy existe. Como nos diría Nietzsche: “la voluntad del poder”. Cabe hacer una advertencia en el campo lingüístico. Consideremos que en el mundo anglosajón la palabra ambición es positiva, pero no en comunidades en donde el discurso del catolicismo está presente; en estas comunidades el ser ambicioso es normalmente visto como despreciable. Desde el punto de vista lingüístico, consideraremos ambición claramente en el sentido de posibilidades de acción que ve una persona, donde otros no las ven y se compromete en la ejecución de ellas.
Emoción y estados de ánimo: diferenciación Los estados de ánimo se distinguen de las emociones. El estado de ánimo remite no necesariamente a condiciones específicas, y por ello no podemos relacionarlo con situaciones concretas; “los estados de ánimo viven en el trasfondo desde el cual actuamos” (Echeverría, 2008, p. 154). Para Susana Bloch (2002), los estados de ánimo son emociones que se quedan “pegadas” por más tiempo. Independientemente del lugar donde nos encontremos y de lo que hagamos, siempre estamos en algún estado de ánimo que no elegimos ni controlamos. Estamos cautivos de nuestros estados de ánimo, pero al mismo tiempo que ellos nos tienen nosotros los tenemos a ellos. Vale cuestionarse, entonces, si algo podemos hacer frente a nuestros estados de ánimo. En este punto la ontología del lenguaje sostiene que si el observador cambia el estado de ánimo que lo posee, abre las posibilidades de acción que normalmente parecen escondidas, limitadas por el sentido común. Las emociones y los estados de ánimo guardan una estrecha relación. Así, lo que comienza siendo una emoción puede convertirse en un estado de 16
ánimo si permanece con una persona el tiempo suficiente y se traslada al trasfondo desde el cual actúa. Queremos resaltar que no existen emociones buenas o malas. Las emociones son parte constitutiva del ser; transitamos todo el tiempo por un sin fin de emociones, algunas de las cuales parecen estar más presentes en nosotros, lo que hace que, ante cualquier situación, aparezcan con mayor o menor facilidad. Vale considerar que las estaciones climáticas provocan estados de ánimos, por ejemplo, cuando llega la primavera o el verano la gente suele estar de mejor humor; distinta es la emoción en el invierno, que suele mantenernos refugiados, por lo que nos privamos de algunas acciones.
“Un estado de ánimo en consecuencia, define un espacio de acciones posibles” (Echeverría, 2008, p. 154).
Por su parte, Humberto Maturana (como se cita en Echeverría, 2005, p. 156) sostiene que tanto las emociones como los estados de ánimo son predisposiciones para la acción. “La mente emocional es mucho más rápida que la mente racional, y se pone en acción sin detenerse ni un instante a pensar en lo que está haciendo. Su rapidez descarta la reflexión… [que lleva] la mente pensante” (Goleman, 2005, p. 183). Las acciones que surgen de la mente emocional acarrean una sensación de certeza especialmente fuerte. Increíblemente, de una forma sencilla y simplificada “vemos las cosas” de modo tal que nuestra mente racional queda en desconcierto. Cuántas veces nos asalta la pregunta luego de la tormenta: “¿Y para qué hice eso?”. Recién entonces nuestra mente racional comienza a amanecer, pero nunca con la velocidad de la mente emocional. Vale destacar, también, que la respuesta emocional nos invade por completo antes de darnos cuenta de que ello está ocurriendo.
“Primero sentimos, luego pensamos”.
El cuerpo. La corporalidad Llevamos un camino recorrido hasta aquí. Hemos mencionado en varias oportunidades la importancia que sostienen los dominios del lenguaje, la 17
emoción y el cuerpo; es hora entonces de que entremos en este dominio: la corporalidad. Nuestros cuerpos constituyen un contexto vivencial, no hablado, sin palabras, pero con un código particular, con una impronta histórica que lo ha tallado hasta otorgarle su propio vocabulario. Hay palabras expresadas a través de los gestos: sin palabras, usa expresiones faciales, como la ira, el amor, la tristeza, etcétera. Hay silencios profundos y expresivos a la vez, como la depresión, y silencios corporales dolorosos, como la rigidez, las contracturas, etcétera. La palabra también es cuerpo; la vida no solo graba en el cerebro, sino también en el cuerpo. Las personas somos una unidad y también un sistema. Una acción o el cambio en una de sus partes afecta al todo en su conjunto. Contamos con un cuerpo orgánico, energético, emocional, afectivo, intelectual, mental y espiritual. Asimismo, tenemos diferentes niveles de expresión: los órganos, los centros de energía, la vida emocional, los afectos, el intelecto, la mente y el espíritu. Afirmamos que el ser humano es un ser energético que constantemente toma y da energía, la transforma, inmerso también en un universo de energía. Los encargados de organizar funcionalmente la energía son los llamados centros de energía. Distribuidos y ubicados en diferentes partes del cuerpo, están íntimamente relacionados y actúan en forma conjunta y simultánea. Estos son: 1) Centro bajo: las piernas son el representante físico de este centro). 2) Centro lumbo-sacro: comprende la columna lumbo-sacra, las caderas, la pelvis y el arco del pie. 3) Centro medio: comprende la parte superior del abdomen y la columna dorsal. 4) Centro cardíaco: es el centro de la vida afectiva. Le corresponden el tórax, la columna dorsal alta y su prolongación por los brazos y las palmas de las manos. 5) Centro laríngeo: representante físico de la vida intelectual, comprende cuello, cara, orejas, ojos, hasta las cejas, hombros y dedos. 6) Centro frontal: dirige a todos los demás centros, comprende el cráneo, el tronco cerebral y el cerebelo. 7) Centro coronario: ubicado en la parte superior de la cabeza, como una ventana de la coronilla, guarda relación con la vida espiritual (Wolk, 2007).
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El cuerpo es el receptor de las situaciones y danza junto con el dominio de las emociones y el lenguaje. Es también el primero en mostrarnos cuándo el silencio es prolongado y doloroso; a su vez, expresa sus alegrías o penas, haciéndonos sentir más livianos o más agobiados. Son conocidos los casos de gerentes que sufren tensión en el cuello, y no es más que la expresión de aguantar realidades que no los satisfacen. Sabemos sentir la presión previa a un examen no solo expresándonos a través del lenguaje, sino también a través del cuerpo, sin conciliar el sueño o sosteniendo la tensión. El cuerpo tiene su propia forma de comunicarse y guarda coherencia con otros dominios. No podemos sobreponernos a ello, pues somos la expresión de varios dominios, al mismo tiempo que esas expresiones son parte nuestra.
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Referencias Bloch, S. (2008). El alba de las emociones. Buenos Aires, AR: Uqbar. Echeverría, R. (2008). Ontología del lenguaje (5.a ed.). Buenos Aires, AR: Granica. Echeverría, R. (2009). La empresa emergente (3.a ed.). Buenos Aires, AR: Granica. Ekman, P. (2004). El rostro de las emociones. Barcelona, ES: RBA. Goleman, D. (2005). Inteligencia Emocional. Buenos Aires, AR: Kairos. Wolk, L. (2007). Coaching: el arte de soplar brasas. Buenos Aires, AR: Gran Aldea.
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