M2 Grupo Y Liderazgo (1).pdf

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El lenguaje. El habla. La escucha Actos lingüísticos ¿Recuerdas que en el Módulo 1 habíamos mencionado que consideramos al habla como acción? Siempre es la persona quien establece un vínculo entre la palabra, por un lado, y el mundo, por el otro. Entonces, cabe preguntarse lo siguiente cuando hablamos:

¿Qué tiene primacía: el mundo exterior o la palabra que mencionamos?

Si lo decimos de otro modo:

¿Cuál de los dos –la palabra o el mundo– es el elemento que conduce a la acción? ¿Cuál, podríamos decir, es el que “manda”?

Estas preguntas nos llevan a realizar una importante distinción: a veces, al hablar, la palabra debe adecuarse al mundo, mientras que otras veces el mundo se adecúa a la palabra.

Las afirmaciones y declaraciones Cuando se trata de qué palabra se debe adecuar al mundo y qué dice esa palabra, cuando el mundo es el que conduce a la palabra, hablaremos de afirmaciones. Cuando, por el contrario, la palabra modifica al mundo, y podemos decir que el mundo requiere adecuarse a lo dicho, hablaremos de declaraciones. Lo realmente significativo de esto es que nos permite separar dos tipos de acciones diferentes que tienen lugar al hablar: dos actos lingüísticos distintos. Efectuada la distinción, examinemos a continuación cada uno de sus términos por separado. Afirmaciones: primer acto lingüístico

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Si la palabra es la que se adecua al mundo, hablaremos de afirmaciones. Las afirmaciones son el acto lingüístico que pertenece a las descripciones.

Pero ¡recordemos que no sabemos cómo las cosas son, sino cómo las observamos! Con esta aclaración, resaltamos que con las afirmaciones no decimos cómo las cosas son, sino solo como las vemos. Dado que los seres humanos comparten, por un lado, una estructura biológica común y, por el otro, la tradición de distinciones de su comunidad, les es posible compartir lo que observan a partir de las descripciones y lograr ciertos acuerdos sobre lo que ven en común. En este sentido, Echeverría nos brinda una explicación:

Cuando nuestra estructura biológica es diferente, como sucede por ejemplo con los daltónicos, no podemos hacer las mismas observaciones. Lo que es rojo para uno puede ser verde para otro. ¿Quién tiene la razón? ¿Quién está equivocado? ¿Quién está más cerca de la realidad? Estas preguntas no tienen respuesta. Sólo podemos decir que estos individuos tienen estructuras biológicas diferentes. El rojo y el verde sólo tienen sentido desde el punto de vista de nuestra capacidad sensorial como especie para distinguir colores. Las distinciones entre el rojo y el verde sólo nos hablan de nuestra capacidad de reacción ante el medio externo; no nos hablan de la realidad externa misma. Los seres humanos observamos según las distinciones que poseamos. Sin la distinción mesa no puedo observar una mesa. Puedo ver diferencias en color, forma, textura, etcétera, pero no una mesa. Los esquimales pueden observar más distinciones de blanco que nosotros. La diferencia que tenemos con ellos no es biológica. (2008, p. 43).

Al mismo tiempo y teniendo en cuenta que poseemos una capacidad común de observación, los seres humanos podemos distinguir entre afirmaciones falsas y verdaderas (Echeverría, 2006, p. 43) Es importante destacar que las afirmaciones verdaderas, no hacen alusión a la verdad, en cuanto a definir cómo las cosas son. Afirmaciones verdaderas serían, por ejemplo: “Córdoba es una provincia de Argentina”;

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“El 25 de diciembre en Argentina festejamos Navidad”; “Juan es doctor, puesto que recibió su título en octubre pasado”. Al mismo tiempo, hay afirmaciones falsas, puesto que están a la espera de una confirmación, pero cualquier testigo que hubiera presenciado tal o cual situación estaría en posición de refutar. Por lo expuesto, “cuando afirmamos algo, nos comprometemos con la veracidad de nuestras afirmaciones ante la comunidad que nos escucha” (Echeverría, 2008, p. 44).

“Las afirmaciones hacen referencia al mundo de los hechos” (Echeverría, 2006).

Las declaraciones: según acto lingüístico Distintas de las afirmaciones son las llamadas declaraciones.

Las afirmaciones son el acto lingüístico que pertenece a las descripciones.

Cuando hablamos de declaraciones, no hablamos acerca del mundo, sino que generamos uno nuevo. La declaración nos lleva a crear algo nuevo que, antes de esa palabra, no se nos hacía presente. La palabra, con su poder, transforma al mundo. Así, cuando un juez en lo civil dice “los declaro marido y mujer”, está transformado dos estados civiles, desde lo meramente formal, y conformando en una determinada comunidad esa institución que se llama familia. “Generamos un mundo diferente a través de nuestras declaraciones si tenemos la capacidad de hacerlas cumplir” (Echeverría, 2008, p. 45). Las declaraciones no son verdaderas o falsas, como en el caso de las afirmaciones, sino que son válidas o inválidas, según el poder de las personas que las realizan. Siguiendo el ejemplo anterior, es posible que si no es el juez el que dice “los declaro marido y mujer”, sino un amigo muy cercano de la pareja, dicha declaración no transforme necesariamente “ese” mundo. Las declaraciones guardan estrecha relación con la autoridad de quien las declara. Veamos algunas declaraciones que pertenecen al ámbito de la autoridad personal:

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La declaración del no

Decir no es una declaración de las más importantes que una persona puede hacer. Decir no guarda un lazo directo con nuestra dignidad como personas, puesto que el precio de decir que no es alto, y depende de nosotros “pagarlo” o no. La declaración del no puede adquirir diferentes formas. No siempre se manifiesta diciendo no, a veces aparece como un “basta” o “no es aceptable para mí”. Es una forma de resolver o de poner término a algo, fijándole un límite al otro con respecto a lo que estamos dispuestos a permitirle. 

La declaración del sí

La declaración del sí pareciera no ser tan poderosa como la del no, puesto que, si no decimos que no, de alguna manera estamos aceptando. Cuando declaramos un sí o un acepto, ponemos en juego el poder de nuestra palabra, dado que un sí constituye una promesa, un compromiso asumido. Este tema lo veremos con mayor desarrollo más adelante. 

La declaración de ignorancia

Decir no sé parece no tener tanta fuerza; sin embargo, ¿cuántas veces presumimos saber de algo cuando somos realmente ignorantes de ello? Uno de los problemas cruciales del aprendizaje, y muy frecuente, de hecho, es que no reconocemos que no sabemos cuando no sabemos. De esta manera, cerramos las puertas a la posibilidad de aprender algo nuevo. Aceptar y reconocer el no saber brinda la posibilidad, como declaración, de crear un nuevo mundo para nosotros y darnos la posibilidad de aprender cosas nuevas. La declaración del no sé es el primer eslabón en la cadena del aprendizaje, es esa apertura. A través de la declaración del no sé, damos paso a las fuerzas motrices, componentes imprescindibles en los procesos de transformación personal y de crearnos a nosotros mismos. 

La declaración de gratitud

De niño la aprendemos; sin embargo, la empleamos sin mayor trascendencia, puesto que la declaramos sin otorgarle el sentido profundo que la palabra lleva.

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El agradecimiento nos permite hacernos cargo del otro, otorgarle reconocimiento y evitar el resentimiento. Nos acerca, de alguna manera, a las inquietudes del otro. No solo las personas, sino la vida misma es motivo de celebración y gratitud. El agradecimiento nos permite asignarle un sentido, es reconciliarnos con nuestro pasado, presente y futuro y construir relaciones genuinas y poderosas. 

La declaración del perdón

El perdón puede declararse en dos actos. El primer acto, “te pido perdón”, es distinto del segundo acto, “te perdono”; sin embargo, ambos actos son extremadamente maravillosos. El perdón del otro no nos exime de responsabilidades como resultado de nuestras propias acciones. El segundo acto es necesariamente el salvavidas que nos rescatará del espacio de resentimiento, tema que abordáramos anteriormente. Pero hay un tercer acto declarativo, que no tiene que ver con pedir perdón o perdonar, sino que guarda una relación más íntima aún, y se trata del permitirse el perdón de uno mismo; el perdonarse. El perdón a sí mismo tiene el mismo espacio liberador y de expansión que tiene perdonar; es un acto de amor para con nosotros mismos y para con la vida. 

La declaración del amor

Sin entrar en detalles de qué es el amor, el acto declarativo de decir “te amo” o “te quiero” es participar en la construcción de la relación con el otro, y forma parte de la construcción de un mundo compartido. “Los seres humanos, en un sentido estricto surgimos del amor… dependemos del amor y nos enfermamos cuando éste nos es negado en cualquier momento de la vida” (Maturana, 2007, p. 215).

¿Podemos considerar la obra el beso y la acción de besar misma como una metáfora de la declaración o la afirmación del amor?

Los juicios “El lenguaje no es inocente” (Echeverría, 2008, p. 27). Para Rafael Echeverría

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El supuesto de que el lenguaje describe la realidad nos hace comúnmente considerar la aseveración «IBM es una compañía de computación» como del mismo tipo que «IBM es la compañía de mayor prestigio en la industria de la computación» En efecto, se ven muy parecidas. Desde el punto de vista de su estructura formal ambas atribuyen propiedades a IBM; ambas parecen estar describiendo a IBM. La única diferencia parece ser una de contenido: las propiedades de las que hablan son diferentes. En un caso, hablamos acerca de la propiedad de ser «una compañía de computación» y en la otra, de ser «la más prestigiosa compañía en la industria de la computación». Lo mismo sucede cuando hablamos de las personas. Frecuentemente tratamos las aseveraciones «Isabel es una ciudadana venezolana» e «Isabel es una ejecutiva muy eficiente» como equivalentes. Seguimos suponiendo que ambas proposiciones hablan de las propiedades o cualidades de Isabel y que, por lo tanto, la describen. (2008, p. 61).

Aquí claramente aparecen distinciones para tener en cuenta. Por un lado, estamos haciendo una descripción de algo que vemos ahí afuera, hablamos de ese mundo al referirnos a la nacionalidad de tal o cual persona. Sin embargo, por momentos también pareciera que estamos hablando de algo que está ahí afuera cuando mencionamos una cualidad que vemos en esta persona, como la “eficiencia”. Sin embargo, ambas son muy diferentes y las connotaciones que de ambas se derivan también. Reconocemos, así, que la segunda representa una opinión y que, en materia de opiniones, a diferencia de lo que sucede con los hechos, no cabe esperar el mismo grado de concordancia.

¿Por qué decimos que son acciones diferentes? Porque la persona que habla y manifiesta aseveraciones que hablan de la nacionalidad o eficiencia de alguien se está comprometiendo, en cada caso, a algo muy diferente, cuando pronuncia una o la otra. Hemos dicho desde el inicio de este tema que hablar no es algo inocente, que cada vez que hablamos nos comprometemos de una forma u otra en la comunidad en la cual hablamos dado que, según decíamos, cuando hablamos estamos hablando de cada uno de nosotros, y todo hablar tiene eficacia práctica en la medida en que modifica el mundo y lo posible.

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Los juicios son como veredictos, con ellos creamos realidades. Los juicios no apuntan a describir cualidades o atributos de un sujeto u objeto. La realidad que generan es totalmente una interpretación, son enteramente lingüísticos. Los juicios son declaraciones, pero no todas las declaraciones son juicios necesariamente. Como sucede con las declaraciones, su eficacia reside en la autoridad que tengamos para hacerlos. Sin embargo, la gente emite juicios aun sin que se les haya otorgado autoridad. Alguien podría decirnos en la calle que somos tontos por A o B, pero ese alguien para nosotros no es importante, con lo cual lo que diga nos tiene sin cuidado. Pero si nos lo dice nuestro padre, nuestra madre o nuestro jefe, la emoción que va a acompañar dicho juicio va a ser totalmente diferente. La autoridad que le conferimos a esa persona también se la conferimos a su palabra. Otro ejemplo: si vamos por la calle y alguien nos grita: “¡Qué feo que viste usted!”, tal vez nos interese, pero es probable que no le prestemos atención o no le otorguemos la autoridad necesaria y terminemos contestando: “¿Por qué no se mira usted mismo?” O “¡No mire si no le gusta!”. Todas estas son respuestas que denotan que no le otorgamos autoridad a lo que nos dicen.

Los juicios pueden ser válidos o inválidos, fundados o infundados.

Los juicios serán válidos cuando guarden estrecha relación con la autoridad formal de quien los declare. Al mismo tiempo, serán fundados cuando estén basados en observaciones concretas de acciones ejecutadas en el pasado que dan cuenta del juicio que hemos declarado. Pero es pertinente remarcar que los juicios también hablan del futuro, lo cual nos permite anticipar lo que puede suceder más adelante. Los juicios operan como una brújula al darnos el sentido de dirección que nos cabe esperar en el futuro, y esto nos permite anticipar las acciones de otras personas o de nosotros mismos.

Respecto de los juicios, como ocurre con los estados de ánimo, los tenemos y nos tienen.

Es muy valioso comprender cómo los juicios nos conectan con nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro, lo que se llama la estructura de temporalidad de los juicios.

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Las afirmaciones, por ejemplo, no suelen llevarnos al pasado, a pesar de que pueden parecer más fuertes. Los juicios representan el núcleo de identidad de las personas y se fundan en acciones pasadas, dado que, en la medida en que modifiquemos nuestras acciones, modificamos nuestra identidad: transformamos nuestro ser.

Cómo se fundan los juicios Se llama fundamento a la forma en que el pasado puede utilizarse para formular juicios que sirvan de apoyo para tratar el futuro. De este modo, los juicios relacionan o conectan tres instancias: pasado, presente y futuro, y este último es la clave de los juicios. Podemos destacar cinco condiciones básicas que intervienen en el proceso de fundar juicios: 1) Siempre que emitimos un juicio es por algo o para algo. Este juicio nos abrirá o cerrará oportunidades. Están basados en acciones que le otorgan sentido a nuestro juicio (Por ejemplo: Carla es simpática o eficiente). Nos valemos de acciones ejecutadas en el pasado para, de alguna manera, anticipar el futuro. 2) Guardan estrecha relación con estándares. Por ello, un observador podrá decir, por ejemplo, que Raúl es un buen orador, mientras que otro puede opinar diferente. Esto da cuenta de que los estándares que tenemos para emitir juicios difieren entre observadores. Pero no solo juzgamos las acciones, sino también las apariencias, las cosas en general. Estos juicios provienen de tradiciones particulares, expectativas sociales. Los juicios son históricos, puesto que los utilizamos para hacerlos cambiar con el tiempo. Emitimos un juicio y a menudo lo consideramos como verdad. 3) Cuando emitimos un juicio, lo hacemos generalmente dentro de un dominio en particular de observación. Así, cuando emitimos un juicio de conducta, lo hacemos en relación con acciones, pero también podemos emitir juicios acerca de autos, de pintura, etcétera, haciendo referencia a un dominio de observación particular. Emitir un juicio, de alguna manera, es como dictar un veredicto acerca de algo o alguien. Y, por lo general, solemos extender el juicio más allá del dominio propio de la observación, llevando o extendiendo este juicio a suponer que afecta no solo el dominio observado, sino también otros. Por ejemplo, al decir que alguien no es confiable, dado que le

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habíamos prestado un dinero que nunca fue devuelto, solemos también pensar que posiblemente no sea confiable en su ámbito laboral, familiar, etcétera. 4) Las afirmaciones juegan un papel importante en la fundación de los juicios. Si no podemos proveer afirmaciones, no podremos fundar los juicios. Pensemos, pues, cuando nos preguntan acerca de si una persona es eficiente, confiable, etcétera. En estos casos nos remitiremos a acciones en el pasado que den cuenta de ello, sea cual fuere –positiva o negativa– nuestra respuesta. Dependiendo del juicio que formulemos, necesitaremos más o menos afirmaciones. Te proponemos un ejercicio: elije una persona cercana a ti y emite un juicio positivo y uno negativo. Piensa en sus fundamentos. ¿Cuál de los dos te tomó más esfuerzo? ¿En cuál tuviste que afirmar en mayor medida y en cuál en menor medida? 5) Frecuentemente, consideramos fundado un juicio a partir de observaciones efectuadas en un número de instancias dadas, solo para darnos cuenta de que hacia adelante había muchas más acciones que eran opuestas al juicio emitido.

En resumen Para fundar un juicio, se precisa lo siguiente: 1) 2) 3) 4) 5)

La acción que proyectamos hacia el futuro. Los estándares que tenemos en relación con la acción. El dominio de observación en el que emitimos el juicio. Las afirmaciones que brindemos respecto de los estándares. El hecho de que no encontramos fundamento suficiente para sostener el juicio contrario.

Pero vale decir también que los juicios tienen una doble cara, pues toda acción, como dijimos, todo lenguaje revela el tipo de ser que la ejecuta, nos dice algo acerca de cómo es quien dijo tal o cual cosa. Recordemos, este es el segundo principio ontológico: actuamos de acuerdo con cómo somos.

Lenguaje y acción La capacidad del lenguaje da cuenta o revela el ser que habla. Los juicios tienen una doble cara: una que mira al mundo y otra que mira al ser que somos.

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“Los juicios siempre hablan de quien los emite” (Echeverría, 2008, p. 73).

Observemos dos pinturas, dos “tiempos” que podemos considerar como juicios de los autores y que, de alguna manera, representan lo que los autores son o piensan, eran o pensaban.

Reflexiona: ¿el pintor habrá pensado que la modelo era una “diosa”? Hoy, ¿consideramos que esta modelo es bella?

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Figura 1: Fernando Botero (1932) dibujante, pintor y escultor colombiano

Fuente: Art finding, 2015, http://goo.gl/mA5Sxy

Figura 2:

Fuente: Botero, 1982, https://goo.gl/CbLyXQ

Fernando Botero pinta retratos de personas actuales; a veces representa con estas formas personas retratadas a lo largo de la historia.

¿Estos “modelos” son hoy el ideal de belleza para nosotros?, ¿y para Botero?

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Figura 3: Diego Rivera. Mural en el Palacio Nacional (fragmento), 1942. Ciudad de México

Fuente: Lozzano, 2015, http://goo.gl/LKTWgT

La pintura representa la lucha que hubo luego de la conquista entre españoles y nativos. Puede observarse arriba en el sector izquierdo una cruz, que fue una de las causas del enfrentamiento religioso; por otra parte, también se puede ver a los nativos realizando el duro trabajo al que fueron sometidos por los españoles que se consideraban nuevos dueños de la tierra. La representación revela la visión personal de Rivera sobre lo descripto en la historia.

“Toda idea es siempre dicha por alguien que, al emitirla, revela quién es” (Echeverría, 2008, p. 73).

Los juicios, entonces, guardan estrecha relación con el ser. Estos tienen un impacto directo sobre la vida de las personas y, sobre todo, en la forma de ser de ellas. Pero los juicios también tienen dimensiones particulares, veamos algunas: Hay personas que viven de juicios ajenos, es lo que Rafael Echeverría llama “la condición de inautenticidad” (2008, p. 74). Las personas que viven en esta condición han delegado toda autoridad en los demás, para emitir los juicios que les importan. De este modo, se alegran enormemente al recibir juicios positivos y se deprimen profundamente al recibir juicios negativos.

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Sus vidas pasan a estar controladas por fuerzas que ellos no controlan y son el resultado de una variedad de juicios que reciben. Otra observación de los juicios se refiere a que hay personas que los tratan como afirmaciones sin hacer distinciones entre ambos. Es el caso de las personas que, como consecuencia, operan desde la rigidez, la intolerancia y la no apertura al aprendizaje. Solo los juicios emitidos por ellos son válidos y el emitido por otros es totalmente falso. Estas personas crean un espacio altamente intolerante, fundamentalista y cerrado a la transformación. Entonces encontramos que dicen: “Yo lo conozco, siempre ha sido un inoperante”. Si insistimos y preguntamos sobre los fundamentos de dicho juicio, vuelven a decir: “¡Pero si lo conozco desde hace años! Siempre ha sido así”. Estas verbalizaciones encierran un problema grave: la imposibilidad de reconocer que esos juicios que estamos haciendo no necesariamente son ciertos, o válidos, y que dependen en gran medida del observador, que es quien los emite. Por último, están las personas que no pueden distinguir entre juicios fundados e infundados y, como consecuencia, viven en espacios de decepción permanente con respecto a sus expectativas, con gran dificultad para diseñar su futuro. No logran entender por qué las cosas no se les dan como ellos esperan. Viven de interpretaciones mágicas y la vida por lo general les resulta un misterio; viven como injusticia sus propios fracasos. Encontramos algunos que dicen: “¡Yo tengo siempre mala suerte! ¡Es que he roto muchos espejos en mi vida, por eso me pasa lo que me pasa! Nada me puede salir bien”. Concluyendo con todo lo expuesto hasta aquí, hemos hablado de las declaraciones, del espacio en el que nos comprometemos a hacer consistente nuestro comportamiento posterior y también de la validez de aquello que declaramos. Hemos dicho también que, al hacer o emitir un juicio, además de lo anterior (compromiso y validez), nos comprometemos a fundarlo. Ahora veamos qué relación guarda esto con las peticiones y las ofertas.

Peticiones y ofertas Las promesas son actos lingüísticos diferentes de las afirmaciones o las declaraciones, aunque también funcionan dentro de los actos declarativos. Las promesas se constituyen como el ingrediente, en tanto acto lingüístico, que permite coordinar acciones con otros, tema que veremos con detalle. Cuando alguien nos hace o cuando hacemos una promesa, significa que nos hemos comprometido a ejecutar una acción en el futuro: “La semana

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que viene te pago”; “Te llamo pasado mañana para que arreglemos la salida”; “No voy a hacer eso nunca más”. Esto le permite al otro, o a nosotros mismos, hacer planes en relación con lo declarado. “Cuando alguien me promete que… va a ejecutar una determinada acción en el futuro, yo puedo tomar compromisos y ejecutar acciones que antes hubieran sido imposibles” (Echeverría, 2008, p. 54). Dice Rafael Echeverría:

Las promesas implican un compromiso manifiesto mutuo. Si prometo algo a alguien, esa persona puede confiar en ello y esperar que cumpla con las condiciones de satisfacción de mi promesa. Esto no es solamente un compromiso personal sino social… Nuestras comunidades, como condición fundamental para la coexistencia social, se preocupan de asegurar que las personas cumplan sus promesas y, por lo general, sancionan a quienes no lo hacen. Gran parte de nuestra vida social está basada en nuestra capacidad de hacer y cumplir promesas. (Echeverría, 2008, p. 54).

Entonces, según Echeverría (2008) podemos distinguir que el acto de hacer promesas comprende cuatro elementos fundamentales: 1) 2) 3) 4)

Un orador. Un oyente. Una acción que llevar a cabo. Un factor de tiempo.

Muchas de las acciones que tomamos guardan vinculación con las promesas que otros nos hicieron, aunque todavía no se hayan cumplido. Hemos dicho que las promesas son acciones lingüísticas que nos permiten coordinar acciones mutuamente. Para que esto sea posible, necesitamos que las partes comprometidas lleguen a un acuerdo. Si alguien nos dice: “Mañana te pago”, pero nosotros respondemos: “No, prefiero la semana que viene”, necesariamente tenemos que llegar a un acuerdo para que constituyamos un compromiso, una promesa. Ambos debemos acordar que el pago será la semana próxima o bien mañana. Este acto lleva consigo una conversación, involucrando dos actos: por un lado, un ofrecimiento de la promesa, y por otro, el acto de aceptarla, o bien pedir una promesa y aceptarla.

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Ahora tomemos por parte lo hasta aquí dicho para entender mejor: al hacer una declaración o afirmación, suponemos que alguien nos escucha, incluso cuando sostenemos conversaciones privadas (aquellas en las que hablamos con nosotros mismos). A diferencia de estos actos lingüísticos, en la promesa esperamos del otro algo más que solo nos escuche, de modo que involucramos las acciones de ofertar una promesa (hacer una promesa) y que el otro la acepte o la desestime. Esto genera, en uno u otro sentido, la aceptación de la promesa o su rechazo. Como nos dice Echeverría utilizando una metáfora para representar la idea de la promesa: “es como una hebilla, necesita de dos lados para cerrarse” (2008, p. 56). La petición y la oferta difieren en cuanto se sitúan respectivamente en dos personas con dos inquietudes diferentes. Entonces, la promesa implica dos movimientos: Figura 4:

Fuente: elaboración propia.

Es importante destacar que la petición y la oferta son básicamente movimientos de apertura para obtener una promesa, y comprenden un orador, un oyente, algunas condiciones de satisfacción y un factor de tiempo. Hagamos hincapié en las ideas de satisfacción y tiempo. Cuando nos encontramos frente al fenómeno de quien hizo una petición o una oferta, y esta fue aceptada, inmediatamente el orador entiende que prometió algo de una manera diferente de lo que el oyente entendió. Ambos, sin embargo, operan bajo el supuesto de que la promesa será cumplida, de modo que orador y oyente se relajan en el supuesto del cumplimiento, solo para más tarde darse cuenta de que lo que esperaban que sucediera no ocurrió. ¿No te ha sucedido acaso? Pero veamos lo contrario: se concreta la promesa y claramente la satisfacción se hace presente, pero no se definen tiempos. Quien espera el cumplimiento de la promesa no puede descansar en ella, dado que desconoce cuándo sucederá; es más, no puede reclamar, ya que tarde o

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temprano lo prometido se cumplirá. Una promesa que no lleva consigo un vencimiento no obliga y, por lo tanto, no puede considerase una promesa. Entonces, completemos el esquema: Figura 5:

Fuente: elaboración propia.

Destaquemos, además, que al hacer una promesa nos comprometemos en dos dominios: la sinceridad y las competencias.  La sinceridad hace referencia a los juicios que hacemos sobre las conversaciones y compromisos públicos, y al hecho de que estos guarden concordancia con los juicios de conversaciones y compromisos privados, es decir, que lo que una persona dice y piensa coincida con lo que hace.  La competencia guarda relación con el juicio de que la persona que hizo la promesa tiene las condiciones para llevarla a cabo. Es importante también destacar la diferencia entre pedido y deseo. Mientras el deseo expresa más una aspiración, el pedido expresará condiciones de satisfacción observables. Veamos:  

Deseo: “Te solicito mayor dedicación”. Pedido: “Te pido que respetes los horarios acordados para las reuniones”.

Si no indicamos las condiciones de satisfacción observables con claridad, el oyente podrá tener una idea totalmente diferente a la nuestra respecto de lo que significa mayor dedicación. Es importante que el mensaje que contiene el pedido sea expresado de modo tal que el que nos escuche pueda hacerse cargo generando una respuesta. Es importante destacar que, en la escucha, no solo es necesario comprender gramaticalmente lo que se dijo, sino también comprender el trasfondo de intereses que yacen por debajo del pedido. 17

La escucha: la matriz básica Sabemos que la comunicación humana posee dos facetas: hablar y escuchar. Según la doxa, el hablar aparece como con mayor importancia que el escuchar. A la escucha se le atribuye una cualidad de pasividad, mientras que, al habla se le atribuye actividad. La mayoría de las veces, suponemos que, si alguien habla lo suficientemente bien (fuerte y claro), será más escuchado que otros que no hagan esto. Si tomamos esto como válido, entonces, ¿depende de cómo hablemos que el otro escuche? Sin embargo, podemos percibir que hay una nueva visión sobre este fenómeno, que implica la importancia del escuchar. Encontramos cada vez más a personas que comienzan a aceptar que no saben escuchar o que escuchan mal. Reconocen dos cosas: que les es difícil escuchar a otros y a su vez que tienen dificultades para hacerse escuchar en la forma que desearían. Este fenómeno ocurre en todos los dominios de nuestras vidas. Echeverría (2008) sostiene al respecto que

El tema del escuchar se ha convertido en una inquietud importante en nuestras relaciones personales. Es frecuente escuchar la queja: «Mi pareja no me escucha». Sin lugar a dudas, la comunicación inefectiva es una de las principales causas de divorcio. Cuando las personas hablan de «incompatibilidad» con su pareja, es el escuchar, nuevamente, el que está en el centro de sus inquietudes. (2008, p. 81).

Ejercitemos la observación. En las pinturas que se presentan: ¿quién habla?, ¿quiénes parecen escuchar efectivamente?, ¿quiénes parecen estar fuera de la escucha? Aparte del grupo en primer plano, ¿observas otras personas que podrían estar hablando-escuchando?

En el campo de los negocios, el escuchar efectivo ha llegado a adquirir la máxima prioridad. Peter Drucker (1990), escribió: «demasiados (ejecutivos) piensan que son maravillosos con las personas porque hablan bien. No se dan cuenta de que ser maravillosos con las personas significa 'escuchar' bien». (Echeverría, 2008, p. 81).

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Hablamos para ser escuchados Si decimos una cosa y escuchan otra, el habla no ha sido efectiva. Aquellos que hablan en función de lo que solo les interesa a ellos difícilmente serán escuchados, dado que estarán hablando para sí mismos y no para ser escuchados. El otro, en esta dinámica, no tiene cabida. “Tom Peters enfatiza que una de las principales razones del bajo rendimiento del management norteamericano es el hecho de que el manager no escucha a sus empleados, ni a sus clientes, ni lo que está sucediendo en el mercado” (Echeverría, 2008, p. 81).

“Los juicios siempre hablan de quien los emite” (Echeverría, 2008, p. 73).

“El problema, por supuesto, radica en ¿cómo hacerlo?, ¿en qué consiste saber escuchar?” (Echeverría, 2008, p. 81). Desde esta nueva percepción, la escucha es sin lugar a dudas la competencia fundamental y más importante de la comunicación humana. Si deseamos que el otro nos escuche, será entonces mayor nuestro esfuerzo por demostrarle (al otro) que lo que decimos guarda relación con su inquietud. Para que esto sea posible, será necesario primero escuchar al otro, antes de decir lo que tenemos que decir. La escucha, en estos términos, se convierte en una precondición del habla. Comienza a perder la cualidad de pasiva y pasa a ser un elemento más activo, de acción.

Escuchar implica también la acción de interpretar.

El observador y la escucha efectiva Es importante que hagamos distinciones sobre oír y escuchar. Los observamos como dos fenómenos distintos. Veamos: por un lado, tenemos a quien cree que escuchó lo que alguien dijo, dado que confirma que oyó lo que el otro dijo. Esto es insuficiente, dado que nada nos dice de su escucha. Reproducir textualmente lo que alguien dijo no es suficiente para decir que ha escuchado, sino que entonces decimos que ha oído. ¿Acaso una grabadora no puede reproducir una voz grabada? ¿Ello significa que escucha?

“Las máquinas reproducen, no interpretan” (Echeverría, 2008, p. 167).

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Es necesario interpretar, comprender, escuchar

La escucha es = oír + interpretar

Biológicamente, el ser humano capta el sonido con el oído interno, dispuesto en la cóclea. Para aquellos no familiarizados con términos médicos, exactamente detrás de las orejas podemos palpar el hueso temporal; internamente, se encuentra ubicado el órgano del oído interno, la cóclea, el caracol interno. Allí varios conectores envían registros sonoros, ondas sonoras, al cerebro, que finalmente interpreta lo que oímos. Comenzamos a percibir no solo el sonido, sino también otros estímulos a través de otros sentidos, como el olfato o el tacto, y se activa el maravilloso mundo de las interpretaciones, donde se conjugan y danzan acertijos que dan origen a la capacidad del lenguaje en sus múltiples expresiones y, a través de él, a la diversidad de sistemas que dan cuenta de la comunicación humana. Entonces, redefinamos la fórmula antes expuesta:

Escuchar = percibir + interpretar

Conectar la escucha con la interpretación nos permite saltar a la comprensión del fenómeno de la escucha y relacionar esta acción extrayendo algunas conclusiones, como las siguientes: La escucha guarda un carácter activo. Esto significa que, si cada vez que escuchamos activamos el proceso de la interpretación, la escucha pierde su carácter pasivo por completo. En el proceso interpretativo, se pone de manifiesto el carácter histórico del ser humano, y de ello surgen varios elementos que juegan un papel importante, como los supuestos y los prejuicios. La importancia de estos últimos radica en el aporte de la apertura al conocimiento; son variables que de alguna manera nos permiten otorgarle un sentido a lo que escuchamos. Los prejuicios nos tienen y los tenemos, así como a veces nos habilitan oportunidades y otras veces esas oportunidades nos son negadas por los prejuicios. De allí la importancia de poder desprenderse de ellos, soltarlos y permitirnos entrar en el proceso de transformación y dar lugar a la escucha.

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A partir de aquí, podemos relacionar sus lazos con el tiempo. La escucha opera en el tiempo: en la medida en que pasa el tiempo, nuestra capacidad de escucha comienza a afinarse. Pensemos, por ejemplo, en esos momentos en que alguien nos dijo algo, ofrecimos una interpretación y, luego de un tiempo, cuando regresamos y recordamos lo que oímos, le otorgamos nuevas interpretaciones, generamos nuevos descubrimientos y nos decimos: “Ahora entiendo lo que me quiso decir”. Pero, así como recordamos lo oído en el pasado, escuchamos desde nuestras expectativas acerca de lo que debe o podría pasar, por lo que damos lugar así al futuro. La escucha no solo incide abriendo espacios, sino también cerrándolos. Esta interpretación de la escucha se aleja del tradicional modelo que aprendimos en la época escolar (emisor, mensaje, receptor, canal y ruido), dado que este le asigna un rol pasivo al oyente (modelo de la ingeniería de las comunicaciones). Este modelo nos llevó a desarrollar la creencia de que, si aprendíamos a hablar bien, si hablábamos de forma efectiva, seríamos escuchados. Sin embargo, esto distorsiona por completo el fenómeno de la escucha. El escuchar nos remite a tres ámbitos diferentes: la acción, las inquietudes y el ámbito de lo posible (consecuencias de las acciones del hablar).

¿Cómo interpretamos, entonces? Uno dice lo que dice y el otro escucha lo que escucha: esto implica decir que la interpretación le pertenece al tipo de observador que somos, en el cual confluye nuestro pasado, nuestro presente y nuestras expectativas. Creemos decir algo y el otro cree escuchar otra cosa. Ahí radica la importancia de la comunicación desde la ontología del lenguaje y una mirada diferente. “Toda escucha está condenada, en el mejor de los casos, a ser siempre una aproximación al otro” (Echeverría, 2009, p. 168). Esto implica reconocer que la escucha (y la interpretación) tienen un límite, dado que, al escuchar, interpretamos desde nosotros mismos, y el otro, al hablar, está interpretando desde él mismo. Tenemos, entonces, tantas escuchas como personas presentes. Dado lo dicho hasta ahora, es evidente que existe una brecha entre lo que orador dice y lo que el oyente escucha; podemos acortar más o menos esta brecha, pero nunca será inexistente. Esto da cuenta de que la interpretación de un individuo nunca será plena.

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Sabiendo esto, entonces ¿cómo hacemos para achicar esa brecha y mejorar la escucha? Primero, aprender que existe esta diferencia y respetarla, entendiendo que está presente en toda relación. A partir de allí, generamos otra herramienta además del reconocimiento de la brecha y su respeto. A partir de allí, podemos monitorearla, haciéndonos responsables de la escucha. La escucha no es algo que podamos guiar; simplemente, escuchamos de forma inconsciente, espontánea. Sin embargo, a partir de lo aquí mencionado, perdemos la inocencia, no podemos desconocer lo aquí dicho: existe una brecha y debemos hacernos cargo de ella. Reconocer esta característica e implicancia de la escucha nos hace necesariamente más responsables no solo de lo que decimos, sino de lo que creemos escuchar del otro.

Veamos qué herramientas podemos aplicar para reducir la brecha En primer lugar, podemos identificar algunas acciones que permiten detectar la brecha, reconocerla, y desde allí buscar su reducción. En segundo lugar, y más importante que el primero, podemos tratar de transformar al observador que hemos sido hasta ahora. Aquí se nos presenta el mayor desafío, ya que implica la posibilidad de reconocer que escuchamos como escuchamos, con determinados límites y obstáculos, y que queremos cambiar. Implica, entonces, un proceso de transformación personal profundo. Nombremos algunas acciones concretas que podemos llevar adelante para acortar la brecha de la escucha:  Verificar la escucha.  Compartir inquietudes.  Indagar. Verificar la escucha: a partir de lo que sabemos acerca de la escucha, lo mejor que podemos hacer es sospechar de ella, tanto para asegurarnos de haber entendido como para esforzarnos por entender lo que aún no entendemos. Podemos decirle al orador entonces: “A ver si te entiendo lo que quieres decirme”, y aquí es válido no repetir textualmente lo que oímos, sino parafrasear y animarnos a ver cuán cerca está nuestra interpretación de lo dicho por el orador. Compartir inquietudes: implica hacernos cargo de lo que nos inquieta. El orador no siempre expresa textualmente desde dónde nos dice lo que nos 22

dice, sino que usa ejemplos y nos sugiere ideas; muy pocas veces expresa completamente sus inquietudes. Indagar: es sencillamente la herramienta más importante con la que contamos; preguntar para afinar, para completar, para corregir. El objetivo siempre está puesto en asegurar la interpretación. Si queremos evaluar nuestra capacidad de escucha, aceptemos nuestros límites y comprendamos la diferencia con el otro, desde el respeto legítimo, comprendiendo el sentido del otro, sin descalificarlo. El respeto no es más que una aceptación del otro, legitimando la diferencia sin descalificación. En síntesis, todo hablar revela el tipo de observador que somos. Recordemos el primer principio de la ontología del lenguaje:

No sabemos cómo son las cosas. Solo sabemos cómo las observamos o cómo las interpretamos. Vivimos en mundos interpretativos.

Observemos la obra considerando la metáfora y la interpretación que podemos hacer y que nos posibilita preguntarnos: ¿se está verificando la escucha? “¡Oiga, me escucha!” ¿Produce inquietud lo que comunica la muchacha? ¿Está indagando dentro del oído?

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Referencias Art finding. (2015). Gallery-Botero. Recuperado http://www.artfinding.com/modules/lot/index.php?recherche=botero%2B

de

Botero, F. (1982). Madre e hijo. Bogotá: Banco de la República. Recuperado de http://www.banrepcultural.org/coleccion-de-arte-banco-de-larepublica/obra/madre-e-hijo Echeverría, R. (2008). Ontología del lenguaje (5.a ed.). Buenos Aires, AR: Granica. Echeverría, R. (2009). Escritos sobre aprendizaje: recopilación. Buenos Aires, AR: Granica. Lozzano. (2015). Un artista tras la pista. Recuperado http://unartistatraslapista.blogspot.com.ar/2009/05/diego-rivera.html

de

Maturana, H. (2007). La transformación de la convivencia. Santiago de Chile, CL: Lom.

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Las conversaciones Partimos de la idea de que, cada vez que alguien habla, hay alguien escuchando. Usualmente, quien está escuchando es otra persona. Pero, de todas formas, en el caso de que no haya otra persona (cuando hablamos con nosotros mismos, por ejemplo), siempre está el escuchar de la persona que habla. Cuando nosotros hablamos, también estamos escuchando lo que decimos. Y, por otro lado, cuando escuchamos, siempre hay alguien hablando. Nuevamente, este hablar puede provenir de otra persona o de nosotros mismos. Incluso cuando estamos inmersos en un gran silencio, existe y aparece el hablar sobre el mismo silencio. Nos contamos cosas sobre el silencio mismo.

En la comunicación, por lo tanto, no se da el hablar sin el escuchar y viceversa. Cuando el hablar y el escuchar están interactuando juntos, estamos en presencia de una «conversación». Una conversación, en consecuencia, es la danza que tiene lugar entre el hablar y el escuchar, y entre el escuchar y el hablar. Las conversaciones son los componentes efectivos de las interacciones lingüísticas —las unidades básicas del lenguaje. Por lo tanto, cada vez que nos ocupamos del lenguaje estamos tratando directa o indirectamente con conversaciones. (Echeverría, 2008, p. 130).

Existe una diversidad de conversaciones, entre las cuales podemos establecer varias divisiones. Los seres humanos sostenemos conversaciones generando o cerrando oportunidades, conversamos con nosotros mismos y con nuestro entorno, y con otros. A partir de ellas, construimos relaciones, resolvemos temas cuando sostenemos conversaciones o dejamos temas inconclusos al no sostenerlas. Existe una diversidad de tipos de conversaciones en función del momento, del tema, de la persona, etcétera. En este sentido, Rafael Echeverría (2006) nos invita a conocer algunos tipos de conversaciones que guardan relación con el quiebre del observador. Entendemos por quiebre aquello que al observador lo inquieta. Algunos denominan problema al quiebre, algo que es, quizás, inexacto. El quiebre puede ser un problema o puede ser algo que solamente inquiete. El quiebre es un acontecimiento que irrumpe en el

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constante fluir de la vida. Cuando tenemos esta irrupción, automáticamente tenemos la sensación de que algo ha cambiado, y queremos, a veces, hacer algo al respecto.

Reflexionemos sobre el quiebre que produjo en el significado del arte este acto vanguardista. La acción irrumpió, inquietó, espantó, generó indagaciones y reflexiones: algo había cambiado y lo que se hizo fue aceptar la propuesta.

Los quiebres generalmente llaman a la acción La forma de responsabilizarnos de ellos es realizando una acción; sin embargo, muchas veces nos quedamos espantados en él. En ese espacio solemos mantener varios tipos de conversaciones; la manera en que abordemos esas conversaciones dará lugar a una manera efectiva de tratarlo.

Podemos distinguir varios tipos de conversaciones… Incluso podemos separar las conversaciones de acuerdo a su estado (abierto o cerrado), de acuerdo al momento en que tuvo lugar, o el tema abordado, la persona con quien estuvimos manteniendo la conversación, la importancia o prioridad que le concedemos, y así sucesivamente. Poseemos una capacidad interminable para hacer distinciones acerca de conversaciones. (Echeverría, 2008, p. 130).

El autor nos propone los siguientes tipos de conversaciones:    

Conversaciones acerca de juicios. Conversaciones para coordinar acciones. Conversaciones para posibles acciones. Conversaciones para posibles conversaciones.

Conversaciones acerca de juicios Cuando nos enfrentamos a un quiebre, es el espacio donde recurrimos a las llamadas conversaciones de juicios personales. Se presenta un problema e inmediatamente desatamos una serie de declaraciones que dan cuenta de él: expresiones, insultos, etcétera, pero inmediatamente

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pasado ese momento, iniciamos una cadena de juicios acerca de nosotros mismos: “¡Siempre me sucede a mí!”; “¡Nunca voy a aprender!”; “¡Soy un inútil!”; “¡Arruiné mi día por completo!”. Estas reacciones son las que llamamos conversaciones acerca de juicios personales. Tenemos una capacidad infinita para historias y juicios personales, podemos generar un sinnúmero de explicaciones orientadas a culpar a la gente, y quedamos atrapados en un círculo vicioso que nos impide actuar.

Conversaciones para coordinar acciones “Existen además otras maneras de hacernos cargo de los quiebres, aquellas conversaciones que nos llevan a actuar sobre ellos y poder así superarlos y es muy distinta de la conversación sobre juicios personales” (Echeverría, 2008, p. 134). Actuamos para modificar el futuro, nos permiten nuevas posibilidades. “Una forma efectiva de encarar los quiebres es pedir ayuda. Saber pedir ayuda es otra de las competencias lingüísticas fundamentales en la vida” (Echeverría, 2008, p. 134). Alrededor de esta falta de competencia, gira una serie de juicios que nos impiden utilizarla: no pedimos ayuda porque nos vemos débiles, perdemos independencia en juicios. A veces las conversaciones para coordinar acciones se efectivizan como juicios personales y parece que entráramos a un laberinto y, una vez dentro, no encontramos la salida. ¿Por qué?: ¿falta escucha?, ¿falta compartir inquietudes?, ¿falta indagar?

¿Qué tipo de conversaciones se están necesitando? ¿Sería posible replanificar buscando, proponiendo y posibilitando la conversación con quien es necesaria? ¿Cuál es la conversación que paraliza y que impide buscar el quiebre? Si es necesario, ¿pedirías ayuda para romper la parálisis?

En el mundo de la empresa, es crucial distinguir entre conversaciones para coordinar acciones y conversaciones para juicios personales.

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Conversaciones para posibles acciones Cuando no hay acciones que llevar adelante para tratar un quiebre, se nos abre la posibilidad de sostener otro tipo de conversaciones: conversaciones para posibles acciones. Este tipo de conversación nos orienta hacia la acción de especular acerca de y explorar acciones posibles. Esta conversación expande nuestro horizonte de posibilidades. Cuando no sabemos qué hacer, podemos explorar nuevas acciones junto a otros o solos. Las posibilidades no están visibles para todos, no están allí esperándonos, sino que surgen de nuestras conversaciones, pues construimos un espacio para la innovación. Esto no significa que estas acciones siempre tengan resultados positivos, y tampoco pueden transformarse en una receta. Este tipo de conversación es simplemente una forma más de generar posibilidades.

Conversaciones para posibles conversaciones Este tipo de conversación trae pegados los juicios acerca de la persona con la que deberíamos sostener la conversación. Simplemente, esta conversación está en estado cerrado. Sostenemos que, de tener esa conversación con esa persona, los resultados serán estériles. Otras veces es nuestro estado de ánimo el que impide que otras personas tengan conversaciones con nosotros. Para dar espacio a las conversaciones, es necesario situarse en la base del respeto mutuo. Para ir cerrando este tema, vale reflexionar y preguntarse:

¿Qué tipo de conversaciones estamos necesitando? ¿Con quién no sostenemos la conversación que deberíamos? ¿Qué nos lo impide? ¿Cuál es la conversación de la que no nos hacemos cargo?

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Referencias Echeverría, R. (2008). Ontología del lenguaje (5.a ed.). Buenos Aires, AR: Granica.

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Diseño de las conversaciones

Grupo y Liderazgo

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El diseño de las conversaciones Hemos hablado hasta ahora de los tipos de conversaciones posibles, pero antes de despedirnos de este maravilloso tema es preciso que hablemos del tipo de enfoque que puede guardar nuestra particular forma de conversar.

Enfoque propositivo o múltiple Podemos distinguir dos tipos de enfoques: propositivo o único y múltiple. Este tipo de enfoque claramente nos devuelve al tema de la escucha del que antes nos hemos ocupado. Decimos que hay un enfoque único o propositivo cuando prevalece una forma de hablar de ofertas continuas, de sugerencias, de consejos, etcétera. Guarda estrecha relación con la intención del orador de solo dar cuenta de sus observaciones respecto de alguien o algo. Veámoslo en un ejemplo: imaginemos una conversación en una organización entre un gerente y su subordinado acerca de un conflicto en la oficina.  Gerente: Pablo.  Subordinado: Fabián. Fabián: Buen día, Pablo, ¿tienes un tiempo? Pablo: Sí. ¿Qué será? Fabián: Sabes, no me llevo bien con Ana; ella parece estar empecinada en hacerme la vida imposible, y sabes que necesito trabajar con ella, pero es insufrible. He intentado hablar con ella, pero nada. Imagínate: cuando trato de explicarle algo, ella mira para otro lado, se hace la desentendida, me saca cosas que no tienen relación. No puedo con ella… Pablo: Fabián, tranquilo. ¿Sabes? Tal vez, deberías relajarte; respira, no es para tanto, quizá puedas conversar con ella en otro lugar. Invítala con un café y trata de explicarle tu posición. Ella seguro podrá comprenderte. Estoy convencido de que juntos pueden hacer un gran equipo, los dos son fabulosos. ¡Ustedes pueden! Inténtalo. Si no resulta, vemos qué podemos hacer… Ahora, a pensar:

¿Qué surge de esta conversación? ¿Cómo los imaginan? ¿Qué hizo Pablo? ¿Qué creen que necesitaba Fabián? ¿Hubo indagación? ¿A Pablo le interesó

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saber las causas? ¿Se habilitó suficiente espacio para comprender la situación y la posición de Fabián? ¿Qué faltó?

Seguramente, al leer este sencillo diálogo, las respuestas a las preguntas aquí expuestas darán cuenta del tipo de observador que eres, pero resulta interesante poder observar que muchas de estas conversaciones –que guardan, sin lugar a dudas, un tono amable y conciliador– quedan lejos de verificar inquietudes y reconocer distenciones que habiliten cambios reales. Decimos esto porque Pablo no invierte tiempo en darle una serie de sugerencias a Fabián sin que este se lo haya pedido específicamente, y tampoco se da tiempo para indagar con la intención de comprender dicha situación. En general, este tipo de enfoque es el que suele prevalecer en nuestras conversaciones, y ello no tiene nada de malo; sin embargo, si es la única modalidad, nos perdemos de la gran oportunidad de nutrirnos de lo que el otro puede y tiene para darnos. Veamos el enfoque múltiple para poder comprender lo poderoso de cada uno. Decimos que una conversación tiene un enfoque múltiple cuando los interlocutores mantienen una conversación que da lugar a indagaciones abiertas, preguntas abiertas que permiten dar a conocer observaciones y compartir diferencias sin que ello comprometa las relaciones. Por ejemplo, cuando usamos preguntas como: “Dime, Clara, ¿qué piensas del proyecto que estamos haciendo?”; “¿Cómo te sientes, Ana?”; “Tú, ¿qué crees?”; “Cuéntame más de eso, ¿quieres?”. No existe un enfoque más importante que el otro. Por el contrario, sostenemos que ambos son necesarios. Imagínate, sino, una sala de urgencias y al cirujano preguntándole a la enfermera: “¿Y usted qué cree? ¿Qué podremos hacer?” ¡Sería un caos! Sin embargo, es importante destacar que ambos enfoques deben estar presentes y poder adaptarse a diferentes situaciones. En los equipos de alto desempeño, la proporción con este tipo de enfoque es 50/50. Vale preguntarse:

¿Cuál tipo de enfoque prevalece en tus conversaciones? ¿Qué ganas o pierdes con ellas?

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Referencias Echeverría, R. (2008). Ontología del lenguaje (5.a ed.). Buenos Aires, AR: Granica. Echeverria, R. (2009). Escritos sobre aprendizaje: Recopilación. Buenos Aires, AR: Granica.

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Conversaciones en la empresa emergente Las empresas son concebidas desde esta propuesta como una red de conversaciones, dado que conversamos y cerramos o abrimos negocios, fusionamos organizaciones o las dividimos. Gestionamos nuestro capital humano, levantamos inquietudes de nuestros clientes indagando con una infinidad de métodos, proponemos y ofertamos a través de conversaciones. Las empresas no son edificios o productos, ya que podemos cambiar de edificio o iniciar líneas de productos nuevos y la empresa continúa; es por ello que reiteramos: la empresa es una red estable de conversaciones. Son las competencias comunicativas de una empresa las que determinan el alto éxito o fracaso de ellas. Todo lo que ocurre en ellas puede ser visto o examinado desde una perspectiva conversacional. Estos son los postulados de la propuesta ontológica. Si pensamos un momento en qué hace una gerente, se nos disparan muchas ideas, pero probablemente la mayor porción sea conversa. Lo que hacen los ejecutivos y gerentes es necesariamente hablar, escuchar y promover conversaciones o callar otras. Situémonos en el acto declarativo de la constitución de una empresa e imaginémonos, pues, ese momento. Lo que encontramos en su base no es más que una conversación sostenida entre dos o más personas con la clara intención de efectivizar y accionar en forma conjunta como resultado de una conversación. En las empresas se fijan objetivos, metas de ventas, de nuevas sucursales, de nuevas incorporaciones, celebraciones de contratos, alianzas, y en todos estos actos se involucra a las conversaciones. Una organización es también un espacio de intercambios de promesas, de gente que nutre la vida de la empresa con sus pasados, sus presentes y sus visiones en dirección a un futuro. Estas conversaciones son necesariamente determinantes a la hora de coordinar acciones, en las que la conjugación de la cooperación y colaboración no pueden faltar. Son necesariamente conversaciones importantes en las organizaciones para hacer de ellas un espacio para que las personas encuentren un sentido a sus trabajos, a sus vidas y a la armonía entre ambos.

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¿Qué conversaciones se desarrollarán en este espacio? ¿Se planificarán objetivos y metas? ¿Se harán promesas?

Conversación y management El management nace con la preocupación de los seres humanos por utilizar recursos de manera efectiva para alcanzar las metas u objetivos. Hemos anticipado, al iniciar el tema de grupos y organizaciones, que la gran diferencia en las distintas organizaciones está en las personas. Parte de los recursos con los que cada persona cuenta se vincula necesariamente con otras personas con las que interactúa y necesariamente debe coordinar acciones. El management se orienta a obtener resultados en lugar de dudas y está en estrecha relación con lo que se desea. El objeto último no es material, sino humano, y podríamos decir que, en ocasiones, hasta espiritual. Por ello, es necesario traspasar el management e investigar al ser humano como causa final. La filosofía del management debe subordinarse a la filosofía de la vida de las personas que lo ejercen. Es necesario plantearse la ética de las personas como principio rector. La sociedad occidental hoy atraviesa una profunda crisis ética y enfrenta una de las sombras que ya nos anticipara Nietzsche en el pasado: la profunda crisis del sinsentido. Hace falta una ciencia del management capaz de tender un puente lingüístico y conceptual entre el mundo de lo mensurable y el de lo inmensurable. El management que emerge busca ser una disciplina práctica. Las organizaciones deben prestar sus esfuerzos en sus procesos conversacionales, y allí reside gran parte de sus inconvenientes cuando es necesario coordinarse para obtener resultados.

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Referencias Echeverría, R. (2008). Ontología del lenguaje (5.a ed.). Buenos Aires, AR: Granica. Echeverria, R. (2009). Escritos sobre aprendizaje: Recopilación. Buenos Aires, AR: Granica.

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