La policía de la literatura (Sobre El Aleph Engordado, de Pablo Katchadjian) Por Higinio Gómez Si las páginas de este libro consienten algún verso feliz, perdóneme el lector la descortesía de haberlo usurpado yo, previamente. Nuestras nadas poco difieren; es trivial y fortuita la circunstancia de que seas tú el lector de estos ejercicios, y yo su redactor. (J. L. B., Fervor de Buenos Aires, 1923)
El ejercicio consiste en tomar El Aleph de Jorge Luis Borges y, lápiz en mano, engordarlo. Podemos hacer nuestro humilde aporte a la idea de que el texto se completa con nuestra lectura. Podemos también dejar el texto de Borges intacto pero cruzado con nuestra escritura, o extremar la profanación del texto sagrado hasta dejarlo irreconocible y publicar nuestro Aleph. Acto seguido, deberíamos prestarnos a declarar ante el jurado de María Kodama, el fantasma hinchapelotas que invade la literatura con el discurso de nuestros medievales derechos de autor. El segundo ejercicio consiste en tomar El Aleph engordado, de Pablo Katchadjian y, lápiz en mano, dejarlo puro Borges: tachar línea a línea la voz entrometida que nos arrebata el aura, que nos despoja de la resonancia en que nos deja metidos el vínculo perfecto entre palabras inamovibles, la sensación de invocar un sentido de otro orden en la lectura. Eso sí, sin mirar el original. ¿Cuántos podrían reconstruir la voz “pura” del autor sin dudar un segundo? El problema es claro: no hay voces puras, la lengua es un sistema de citas. (Pablo Katchadjian fue procesado por el delito de defraudación intelectual, denunciado por María Kodama, la viuda de Borges, por publicar El Aleph Engordado (2009). Katchadjian recurrió a la defensa de distintos críticos literarios y fue sobreseído en un primer momento, pero la apelación de Kodama dio vuelta el proceso y ahora exige un embargo de $80.000 para el escritor. Creció la discusión sobre las vetustas leyes de propiedad intelectual. Surgió también la comparación: ¿Le pagan a un plomero por su trabajo cada vez que alguien saca agua de la canilla que arregló? ¿Le pagan a su hijo por ese trabajo cuando el plomero muere? El texto de Katchadjian es claro sobre el procedimiento experimental y el origen de su intervención.)
Pero está usando la obra de otra persona para llenarse los bolsillos, dicen. Ahora definamos a cuál de los contendientes le cabe la descripción. Desde la pequeña editorial IAP (Imprenta Argentina de Poesía), El aleph engordado vendió doscientos ejemplares, y puede descargarse de internet –suponiendo que la versión que circula sea la de Katchadjian. Esto sumado a que este tipo de “plagios” no implican la desaparición del original: Borges muerto no va a vender menos gracias a Katchadjian (creería que en realidad todo lo contrario). Y más: en ese caso el texto se inserta en una línea de discusión que pertenece a la literatura y hace su aporte. Digamos que por lo pronto es discutible que el aporte de Kodama a la literatura sea beneficioso para alguien más que ella misma. ¿Le debemos a su influencia los haikus de Borges? Bueno, podemos conceder eso. Gracias, Borges. Esta es la posdata de El Aleph Engordado: Posdata del 1º de noviembre de 2008. La posdata del 1º de marzo de 1943 no figura en el manuscrito original de «El Aleph»; posterior a la escritura del cuento, es el primer agregado y la primera lectura de Borges. Esa posdata es la única parte que quedó intacta en este engordamiento. El resto, de aproximadamente 4000 palabras llegó a tener más de 9600. El trabajo de engordamiento tuvo una sola regla: no quitar ni alterar nada del texto original, ni palabras, ni comas, ni puntos, ni el orden. Eso significa que el texto de Borges está intacto pero totalmente cruzado por el mío, de modo que, si alguien quisiera, podría volver al texto de Borges desde éste. Con respecto a mi escritura, si bien no intenté ocultarme en el estilo de Borges tampoco escribí con la idea de hacerme demasiado visible: los mejores momentos, me parece, son esos en los que no se puede saber con certeza qué es de quién.
La discusión legal nos aleja de otras preguntas más interesantes. ¿Hasta dónde Pablo, hasta dónde Jorge Francisco Isidoro Luis? ¿Qué pasa con la unidad del resultado final, que con casi 10.000 palabras duplica las del original? ¿Es el mismo texto El Aleph que podemos arrancar de la publicación de Katchadjian (lápiz en mano…) que El Aleph de la posdata de 1943, que cuenta con las mismas exactas palabras? Borges, no Kodama, dice algo sobre eso en Pierre Menard, autor del Quijote. Sátira aparte, recupera las interpretaciones históricas de un texto literario. No en vano han transcurrido sesenta y cinco años cargados de complejísimos hechos. Entre ellos, para mencionar uno solo: El Aleph. Además podemos pensar que la intervención del texto no busca que apreciemos estéticamente el resultado. En esta línea cobra significación el gesto típicamente vanguardista de atacar la tradición de museo que se genera alrededor del arte. Algo así
como dibujarle un bigotito al texto canónico. Pero en esta clase de experimentos, como el que Katchadjian ya había llevado a cabo en 2009 con El Martín Fierro ordenado alfabéticamente, interesan el gesto y el efecto artístico del gesto. El resultado es interesante y eso es lo que hay que leer, aunque experimentar en la literatura se haya convertido un deporte de riesgo. Sería casi imposible creer que el escritor no previó alguna reacción de Kodama, cuya actuación en defensa de las leyes de propiedad intelectual son famosas, pero parece que el experimento se le fue un poco de las manos y despertó un monstruo que no esperaba. La policía de la literatura se pone la gorra por 200 ejemplares para defender leyes ridículas que cada vez más actúan contra la literatura. Es triste ver a esta señora denunciando escritores, y notable la violencia que debe ejercer en defensa de sus intereses contrarios a la libertad en el arte. Lean a Katchadjian.