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La mira con esa sonrisa que comulga la malicia y el deseo. ¿puedo?
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Está bien, responde ella sonriendo.
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Baja hacia la altura de su vientre. Delinea su vagina con marcador azul formando un triangulo invertido de puntas blandas. Empieza desde el pubis bajando por el surco izquierdo de la ingle, sigue bajando esperando un desvío natural por el cual bordear la parte inferior de su sexo. Se siente tan bien como una gota de sudor que busca su camino en la oscuridad del lino. La joven piel morena se humedece de tal forma que irrumpe como isla negra en medio del algodón americano. La respiración de ambos, al más legítimo contrapelo, dos planetas furiosos a punto de desbordar sus fluidos hirvientes. Improvisadamente él decide salir del surco antes que sea demasiado tarde. Sube, sube, sube... y ya está.
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Ella vuelve a sonreír, esta vez embriagada de excitación.
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Ahora es mi turno.
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El sonríe, se deja, no le importa, en su mente el ya ha demarcado su sexo. Lo sabe desde que se acercó a ella en aquel café.
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Ahora que recuerda aquel encuentro se ríe de sí mismo. Creía saber muy bien lo que hacía, por ello la miraba con piedad arrogante. Pero era él el confundido, por eso pensó en el marcador, bebía materializar los límites que su yo profundo no lograba discernir.