“HA CAIDO EL MURO” “¡Por fin ha caído el muro! Lo hemos visto desmoronarse…, venirse abajo a martillazos, a golpes de amor y esperanza… Y por toda la espina dorsal de Europa ha corrido un estallido de alegría: las gentes que lo cruzaban traían en los ojos el gozo, se abrazaban; brindaban con champán; agitaban banderas y entonaban canciones de libertad… Pero ahora que el muro de Berlín ha caído y ahora que todos nos alegramos de ello, ¡no habrá llegado la hora de que cada uno de nosotros o nosotras, se pregunte por sus propios muros, por los que todos hemos ido levantando en nuestro corazón con el paso de los años? Porque la verdad es que, entre los hombres y mujeres, y dentro de cada hombre y mujer, hay todo un laberinto de alambrados, de muros, de corralillos, en los que nos encerramos o enclaustramos a quienes no amamos… Hay muros en la vida de familia: el hermano con el que no nos hablamos, el matrimonio que convive pero sólo se tolera, los hijos que escuchan a los padres como quien oye llover, la falta de diálogo en los hogares, los viejos rencorcillos cuidadosamente alimentados en el corazón… Y los muros aun más interiores y que a tantos torturan: el amargo enroscarse sobre sí mismos de los resentidos que, después de una herida, decidieron no volver a amar; el muro tras el que se encierran y son encerrados los solitarios, los mal amados o los sin amor. Y los muros sociales. Y los muros religiosos. Muros. Muros. Alambrados. Fosos. Vallas. Separaciones. El mundo es un verdadero laberinto de corazón. ¿Y usted, no podría empezar por derribar los suyos? Asómense hoy a su corazón. Escudríñelo. Pregúntese cuántos odios o cuántas sequedades levantan en él su telón de acero. Y luego derríbelo. Deje que su alma salga para abrazar a todos los que lo rodean. Y brinde con ellos. Porque han recuperado su libertad. Porque han caído todos los muros de Berlín, empezando por los que cada uno de nosotros lleva dentro”. J. L. Martín Descalzo
“HA CAIDO EL MURO” “¡Por fin ha caído el muro! Lo hemos visto desmoronarse…, venirse abajo a martillazos, a golpes de amor y esperanza… Y por toda la espina dorsal de Europa ha corrido un estallido de alegría: las gentes que lo cruzaban traían en los ojos el gozo, se abrazaban; brindaban con champán; agitaban banderas y entonaban canciones de libertad… Pero ahora que el muro de Berlín ha caído y ahora que todos nos alegramos de ello, ¡no habrá llegado la hora de que cada uno de nosotros o nosotras, se pregunte por sus propios muros, por los que todos hemos ido levantando en nuestro corazón con el paso de los años? Porque la verdad es que, entre los hombres y mujeres, y dentro de cada hombre y mujer, hay todo un laberinto de alambrados, de muros, de corralillos, en los que nos encerramos o enclaustramos a quienes no amamos… Hay muros en la vida de familia: el hermano con el que no nos hablamos, el matrimonio que convive pero sólo se tolera, los hijos que escuchan a los padres como quien oye llover, la falta de diálogo en los hogares, los viejos rencorcillos cuidadosamente alimentados en el corazón… Y los muros aun más interiores y que a tantos torturan: el amargo enroscarse sobre sí mismos de los resentidos que, después de una herida, decidieron no volver a amar; el muro tras el que se encierran y son encerrados los solitarios, los mal amados o los sin amor. Y los muros sociales. Y los muros religiosos. Muros. Muros. Alambrados. Fosos. Vallas. Separaciones. El mundo es un verdadero laberinto de corazón. ¿Y usted, no podría empezar por derribar los suyos? Asómense hoy a su corazón. Escudríñelo. Pregúntese cuántos odios o cuántas sequedades levantan en él su telón de acero. Y luego derríbelo. Deje que su alma salga para abrazar a todos los que lo rodean. Y brinde con ellos. Porque han recuperado su libertad. Porque han caído todos los muros de Berlín, empezando por los que cada uno de nosotros lleva dentro”. J. L. Martín Descalzo