Guia No 30 Tercera Semana Ivcruci

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GUÍA No. 30 TERCERA SEMANA (IV) EL CAMINO DE LA CRUZ

MUERTE DE JESUS

REFLEXIONES PREVIAS Tras las condena de Jesús comienzan sus últimas horas, durante las cuales lo acompañaremos siguiendo el itinerario de los acontecimientos con el ritmo: "desde... hasta", que ha caracterizado las contemplaciones de la pasión según S. Ignacio. Haremos «la vía que lleva los hombres a la vida» (Const., 101), y trataremos de identificamos con el Señor que por nosotros asume la cruz: «lo que quiero es conocer a Cristo, sentir en mí el poder de su resurrección y la solidaridad en sus sufrimientos; haciéndome semejante a él en su muerte, espero llegar a la resurrección de los muertos» (Flp 3, 3, 10-11). Compartir sus sufrimientos y su muerte significa dar sentido, desde la luz que proyecta la cruz, a aquellos pasos de la pasión de Jesús que personalmente hemos experimentado en nuestra propia vida. Los evangelistas, al narrar la pasión, estaban probablemente reflejando en ella los elementos de persecución, de torturas y juicios inicuos que comenzaba a experimentar la naciente iglesia como consecuencia de su adhesión a Jesús y de su compromiso con el Reino. Nosotros, que formamos un solo cuerpo con el Señor, seremos capaces de contemplar realmente la pasión y de “compadecer” con él, en la medida en que reconozcamos en nuestra vida algo de sus sufrimientos y de su muerte. «Dondequiera que vamos, llevamos siempre en nuestro cuerpo la muerte de Jesús, para que también su vida se muestre en nosotros» (2 Co 4, 1011). Esta misma realidad del cuerpo total de Cristo hace que no podamos realmente compadecer a Jesús que muere si no extendemos nuestra solidaridad a sus miembros, que prolongan su pasión hoy, a los crucificados de nuestro pueblo que viven permanentemente en tercera Semana. En ellos, Jesús sigue sufriendo y muriendo. Inspirados en San Juan, podremos también decir que si alguno piensa acompañar a Jesús en su pasión y al mismo tiempo permanece insensible ante el dolor del pueblo, es un embustero: «si alguno dice: “yo amo a Dios”, y al mismo tiempo odia a su hermano, es un mentiroso. Pues si uno no ama a su hermano, a quien ve, tampoco puede amar a Dios, a quien no ve» (1 Jn 4, 20). Los temas que propondremos en esta Guía serán: 1) «De los misterios hechos desde casa de Pilato hasta la cruz» (EE 296), 2), «De los misterios hechos en la cruz» (EE 297), 3) «De los misterios hechos desde la cruz hasta el sepulcro inclusive» (EE 298).

FIN QUE SE PRETENDE Entender la cruz como la consecuencia ineludible de una vida comprometida con la verdad y la justicia, en medio de un mundo de mentira e injusticia. Percibirla como la culminación de una existencia que sacudió los valores religiosos, sociales, políticos y económicos y provocó la confabulación de los poderes que los sustentaban: «aquel día se hicieron amigos Pilato y Herodes, que antes eran enemigos» (Lc 23, 12). En contraposición, “conocer más” a Jesús, que permanece fiel a su Padre hasta el final del proceso aunque aparentemente abandonado por él: pequeño, frágil, vulnerable, silencioso. Conocer internamente al «mansueto Señor» (EE 291), cuya figura concentra afectuosamente la atención contemplativa de Ignacio. Así podremos leer la cruz efectivamente en clave de «tercera manera de humildad», para más amarlo, imitarlo y servirle; y para sacar algún provecho para nuestro compromiso con el mundo de hoy, donde Jesús prolonga su pasión y donde tantos hombres y mujeres dan testimonio martirial de su adhesión a él y a su Reino. GRACIA QUE SE QUIERE ALCANZAR La gracia propia que señala San Ignacio para la tercera Semana: «dolor, sentimiento y confusi6n...» (EE 193); «dolor con Cristo doloroso, quebranto... lágrimas... (EE 203). Utilicemos el triple coloquio de las Dos Banderas, que adquiere ahora una dramática actualidad: «pedir ser recibido debajo de su bandera, en suma pobreza espiritual y actual, en oprobios e injurias, por «parecer y imitar en alguna manera a nuestro Criador y Señor Jesucristo, vistiéndose de su vestidura y librea, pues la vistió El por nuestro mayor provecho espiritual»1. Hagamos también nuestra la petición que el P. General sugiere hoy a la Compañía: «la petición de Ignacio de ser puesto con el Hijo, escuchada en La Storta, se convierte en la oración de la Compañía de ser puesta con aquellos que encarnan la predilección de Jesucristo, en y para su Iglesia»2. Recuerda el mismo P. General la devoción del P. Arrupe a la visión de La Storta: «deseaba ardientemente, para sí mismo y para todos sus hermanos, que el Padre lo pusiese con su Hijo para tener parte con él, a fin de que los hombres tengan vida en abundancia»3. 1

Const., 101. Carta sobre la recepción de la CG 33, en Selección de Escritos del P. Peter-Hans Kolvenbach, 1983-1990, Edic. Provincia de España de la Compañía de Jesús, p.47. También en Información S.J., n. 96, marzo-abril 1985, p.43. 3 Homilía en las exequias del P. Arrupe, «El Magnificat» del P. Arrupe, en Información S.J., n. 24, marzoabril 1991, p.46. 2

En todas estas contemplaciones de la pasión es importante tener presente lo que indica Jon Sobrino en su artículo “El Cristo de los Ejercicios de San Ignacio”: «…San Ignacio no tiene una espiritualidad del sufrimiento, sino del seguimiento. Es decir, no proclama una mística de la cruz, como si el sufrimiento de Jesús tuviese que ser imitado por ser sufrimiento. Más bien, el sufrimiento es una consecuencia del seguimiento…Jesús asumió una situación histórica conflictiva en la que el amor sucumbe ante el poder opresor, y por ello sufre y muere en la cruz…; el seguimiento, por su misma dinámica situacional, llevará a imitar muchos de los rasgos y los peligros de Jesús»4.

TEXTO IGNACIANO •Desde la casa de Pilato hasta la cruz Para este ejercicio San Ignacio emplea el evangelio de Juan (19, 13-22) y propone tres puntos: 1. «Pilato, sentado como juez, les cometió a Jesús, para que le crucificasen» 2. «Llevaba la cruz a cuestas, y no podiéndola llevar, fue constreñido Simón cirenense para que la llevara detrás de Jesús» 3. "Lo crucificaron en medio de dos ladrones, poniendo este título: «Jesús Nazareno, rey de los judíos». (EE 296) Este ejercicio puede hacerse en forma de contemplación del camino hacia la cruz, utilizando el viacrucis. Con todo, San Ignacio no dispone así los puntos para la contemplación. De los pasos tradicionales del viacrucis sólo señala cuatro: la condena, Jesús que carga con la cruz, Simón de Cirene y la crucifixión. Conserva, sin embargo, la característica peculiar con que se acerca a toda la tercera Semana: recorrer los diversos misterios como un itinerario. Y deja a la libertad del ejercitante su propia «composición viendo el lugar», su manera personal de hacer el camino con Jesús, según se lo sugiera el Espíritu. «Llevaba la cruz a cuestas», se limita a considerar sobriamente. Ver con la vista imaginativa el camino desde la torre Antonia hasta la cruz, «considerando la longura, la anchura... si llano o si por cuestas sea el tal camino»; y así mismo, el lugar de la crucifixión: «cuán grande, cuán pequeño... y cómo estaba aparejado», a la manera que se sugiere en otros ejercicios (cf EE 112, 192, 202). Sigamos el desarrollo de las acciones a lo largo de la “via crucis” y detengámonos en los momentos que el texto ofrece especialmente a nuestra consideración. Juan anota que Jesús salió. La salvación se realizará fuera de las murallas de Jerusalén, fuera de los esquemas y de los poderes religiosos judíos; llevando una cruz a cuestas para morir en ella, con el ofrecimiento de una vida totalmente volcada a los demás, en servicio, amor y libertad. Jesús, sin embargo, irá a la cruz libremente, aunque víctima de 4

SOBRINO, JON, S.J., El Cristo de los Ejercicios de San Ignacio, Sal Terrae, p. 20.

la decisión de unos hombres y de un sistema que se articula en oposición a los valores que él ha propuesto. «El Padre me ama porque yo doy mi vida para volverla a recibir. Nadie me quita la vida, sino que yo la doy por mi propia voluntad. Tengo el derecho de darla y de volver a recibirla. Esto es lo que me ordenó mi Padre» (Jn 10, 17). En el momento en que Pilato entrega a Jesús para ser crucificado, Juan atrae la atención sobre el lugar: «sacó fuera a Jesús... en el sitio que llaman “El Enlosado”» (Gabbata, en la lengua del país); lugar elevado, que puede reclamar la mirada del que contempla. Precisa también la hora: «era el día de los preparativos de la Pascua, hacia mediodía». En aquel momento se inmolaban los corderos pascuales y se disponía todo lo necesario para la cena, que tendría lugar al caer el sol. Jesús está cumpliendo el gran misterio que hace realidad los signos que se celebran en el Templo. Pilato trataba de soltar a Jesús, pero las autoridades judías lo acosaban a gritos: «¡Si lo dejas libre, no eres amigo del emperador! ¡Cualquiera que se hace rey, es enemigo del emperador!» (Jn 19, 12). Al oír aquellas palabras, el procurador saca fuera a Jesús y lo presenta como rey de burla: «ahí tienen a su rey». Ante los gritos que piden la crucifixión, Pilato pregunta: «¿A su rey voy a crucificar?» Replicaron los sumos sacerdotes: «no tenemos más rey que el César». San Ignacio apenas menciona este diálogo como de paso, dejándolo en la sombra. En realidad, según el texto de Juan, Pilato no condena a Jesús; no se pronuncia ninguna sentencia. San Ignacio también dice: «les cometió a Jesús»; y ve a Pilato «sentado como juez». En la lectura tradicional, Pilato se sentó en el tribunal: (“sedit pro tribunali”, dice la Vulgata). Pero según algunas traducciones más recientes, el texto da a entender que el procurador hizo sentar a Jesús, lo instaló en su silla. Así la Biblia española: «sacó fuera a Jesús y lo sentó en un escaño»; y la Biblia ecuménica: «lo instaló en una tribuna». El Cardenal Martini acoge esta traducción como probablemente más exacta y comenta: «La impresión que se tiene de esta escena es, pues, la de que quien parece ser juzgado en realidad es quien en este momento está juzgando a la humanidad. O sea, aquel episodio que, en el plano histórico, se concluye con la condena de Jesús, en el plano interpretativo -por la presencia del poder judicial y real que le compete a Cristo como Hijo del hombre y que Juan contempla-, hace resplandecer la gloria de Cristo en la humillación de la muerte... Juan tiene una mirada paradójica -porque ha conocido el misterio de Dios que es paradójico respecto de cualquier acción humana-, que lo hace leer, aun en la más oprobiosa circunstancia de la muerte de Jesús, el signo del cumplimiento de su misión mesiánica: Jesús manifiesta el amor del Padre de un modo tan inaudito, que lo convierte, por este mismo amor, en rey y Mesías, y, por tanto, en fuente de salvación para la humanidad, sea que lo acepte o lo rechace. Entonces tenemos aquí la intronización mesiánica de Jesús... es la hora más negra de la humanidad: y, sin embargo, en el mismo momento en el que la humanidad trata de aplastarlo, en realidad Cristo reina y triunfa»5. 5

MARTINI, CARLO MARIA, S.J., El Evangelio según San Juan, Ejercicios Espirituales, Ediciones. Paulinas, Bogotá. pp. 130-131.

En la pasión según San Juan, la divinidad se manifiesta en la misma humillación. En la pasión según San Ignacio, «la divinidad se esconde». •Misterios hechos en la cruz En este ejercicio (EE 297), la insistencia del texto se centra, obviamente, en las palabras de Jesús: «habló siete palabras en la cruz». Las enumera sobriamente: «rogó por los que le crucificaban; perdonó al ladrón; encomendó a San Joan a su Madre, y a la Madre a San Joan; dijo con alta voz: “sitio”; dijo que era desamparado [aquí atenúa el grito de Jesús: “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?”]; dijo “acabado es”; dijo: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”». Las palabras de Jesús en la cruz no provienen todas de Juan, único evangelista que San Ignacio cita para este texto. Mateo (27, 46) y Marcos (15, 34) solamente traen el grito muy fuerte de Jesús: «Dios mío. Dios mío. ¿Por qué me has abandonado?». Ambos añaden que Jesús «dio otro fuerte grito y expiró». Lucas (23, 34; 39-43; 46), refiere las palabras de misericordia y confianza: «Padre, perdónalos…»; «hoy estarás conmigo en el paraíso»; «gritó muy fuerte: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”» (cf Sal 31, 6: «en tus manos pongo mi vida: tu, Señor, el Dios fiel, me librarás». De Juan (19, 25-27; 28; 30) son las otras tres palabras, evocadoras de sentido teológico: «Mujer, ahí tienes a tu hijo»; «tengo sed»; «queda terminado». Además de las siete palabras, San Ignacio propone considerar los fenómenos que siguieron a la muerte de Jesús: «el sol fue escurecido, las piedras quebradas, las sepulturas abiertas, el velo del templo partido en dos…». Interpretaciones apocalípticas de Marcos y Mateo: «el viejo eón queda hecho pedazos... el cosmos se entenebrece: es el modo de expresar que la interna “hora de tiniebla” tiene valor objetivo y cósmico... queda descubierto el sheol para, por cuenta de quien acaba de morir en la cruz, entregar su botín... Visión grandiosa del verdadero acontecimiento escatológico inaugurado por la muerte de Jesús. No se resucita en horizontal, hacia el futuro mundano, sino cortando en vertical el tiempo del mundo hacia la verdadera “Ciudad Santa”, la “Jerusalén de arriba”» (Gl 4, 26; Heb 12, 22)6. En un tercer punto, señala San Ignacio la blasfemia contra Jesús: «tú que destruías el templo de Dios, baja de la cruz» (cf Mt 27, 39-44; Mc 15, 29-32). «Herido con la lanza su costado, manó agua y sangre» (EE 297, 6; Jn 19, 31-37). El episodio es propuesto solamente por Juan para la contemplación de la Iglesia y de la humanidad. Nos hace pensar en el cordero pascual y nos invita a descubrir en la cruz de Jesús el verdadero sacrificio de Israel: - «no le quebrarán ningún hueso» (cf Ex 12, 46). Jesús había anunciado la 6

VON BALTHASAR, HANS URS, Mysterium Salutis, vo1. III. t. II, pp. 225-226.

destrucción del Templo y su sustitución por otro levantado en tres días (cf Jn 2, 18-22): «hablaba del santuario de su cuerpo». Él es el nuevo Templo en el que se cumple el sacrificio del verdadero Cordero pascual que quita el pecado del mundo. - «Mirarán al que traspasaron» (Jn 19, 37; Zac 12, 10). Toda la humanidad mirará al traspasado: «cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos a mí mismo» (Jn 12, 32). El Apocalipsis lo anuncia también en el saludo a las iglesias de Asia: «Jesús... el que nos ama y con su sangre nos rescató de nuestros pecados... Miren, viene entre las nubes: todos lo verán con sus ojos, también aquellos que lo traspasaron...» (1, 4-7). Su vida, entregada en expresión extrema de amor por sus amigos, es una oferta de conversión para obtener gratuitamente vida en abundancia. «Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así también el Hijo del hombre tiene que ser levantado, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Pues Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna» (Jn 3, 14-16). «Y al momento salió sangre y agua». El agua representa la vida, el don del Espíritu. Ezequiel había anunciado este nuevo templo y su manantial, del que fluiría el río que sanea cuanto va encontrando a su paso: «El hombre me hizo volver después a la entrada del templo. Entonces vi que por debajo de la puerta brotaba agua, y que corría hacia el oriente, hacia donde estaba orientado el templo. El agua bajaba por el lado derecho del templo, al lado sur del altar. Luego me hizo salir del terreno del templo por la puerta norte, y me hizo dar la vuelta por fuera hasta la entrada exterior que miraba al oriente. Un pequeño chorro de agua brotaba por el lado sur de la entrada…; en las dos orillas del río crecerá toda clase de árboles frutales. Sus hojas no se caerán nunca, ni dejarán de dar fruto jamás. Cada mes tendrán fruto, porque estarán regados con el agua que sale del templo. Los frutos servirán de alimento y las hojas de medicina» (Ez 47, 1-12).

Jesús, el día más solemne de la fiesta de las chozas, había gritado de pie: «si alguien tiene sed, venga a mí, y el que cree en mí, que beba. Como dice la Escritura, del interior de aquél correrán ríos de agua viva. Esto lo dijo refiriéndose al don del Espíritu» (Jn 7, 37). La sangre, por su parte, representa la Eucaristía, a la que también se había referido Jesús junto al mar de Galilea: «el que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo lo resucitaré en el día último» (Jn 6, 54). De la muerte de Jesús nace la vida sacramental. De su costado abierto -invitación a beber con gozo de las fuentes de la salvación-, manan el bautismo y la eucaristía, con los que nace y se alimenta la Iglesia •Misterios desde la cruz hasta el sepulcro Contemplamos la sepultura de Jesús (Jn 19, 38-42; EE 219 y 298): «fue quitado de la cruz por Joseph y Nicodemo, en presencia de su Madre dolorosa». «Fue llevado el cuerpo al sepulcro y untado y sepultado». «Fueron puestos

guardas». Así, escuetamente, consideramos cómo Jesús está muerto de verdad. Al igual que en la tierra había sido solidario de los vivos, es ahora en la tumba solidario con los muertos. OTRAS SUGERENCIAS PARA LA ORACION San Ignacio recomienda que, después de acabada la pasión, se dedique un día entero a la contemplación de toda la pasión junta. Una vez sepultado el cadáver de Jesús en el monumento (EE 298), nos lleva hasta la casa donde nuestra Señora fue, después de sepultado su Hijo (EE 208, 8); y allí a «considerar todo aquel dia, cuanto más frecuente podrá, cómo el cuerpo sacratísimo de Cristo nuestro Señor quedó desatado y apartado del ánima, y dónde y cómo sepultado. Asimismo considerando la soledad de nuestra Señora, con tanto dolor y fatiga; después, por otra parte, la de los discípulos» (EE 208, 9). - Se puede dedicar una repetición a la contemplación de la Cena, otra a la agonía en el huerto, otra a la negación de Pedro y el prendimiento (EE 190-207 y 289-292) - Por la mañana contemplar el juicio religioso y el civil (EE 292-296,2) - A continuación el viacrucis (EE 296). Por la tarde las siete palabras, muerte sepultura (EE 297-298). Finalmente contemplación con nuestra Señora, según la instrucción (EE 208). Se puede hacer aquí un memorial de la pasión (Memoria passionis). Como empalme con la cuarta Semana tomar como tema de contemplación el primer preámbulo de la primera contemplación de esa Semana (EE 219), “la historia”: «Cómo, después que Cristo espiró en la cruz y el cuerpo quedó separado del ánima y con él siempre unida la divinidad, la ánima beata descendió al infierno, asimismo unida con la divinidad; de donde sacando a las ánimas justas, y veniendo al sepulcro, y resucitado...». «Sepultado Jesús, es preciso que aún esté con los muertos: “este ir” (al sheol) tiene un doble contenido: la solidaridad del Cristo muerto con los muertos y la proclamación de que en él se ha producido la reconciliación de Dios con el mundo entero... La proclamación ha de tomarse como algo puramente objetivo: enfrentar a la muerte eterna un manifiesto de vida eterna»7.

Ver Anexos No. 12: las siete palabras, por el padre Pedro Arrupe No. 13: las siete palabras, por el obispo Pedro Casaldaliga

7

Cf VON BALTHASAR, HANS URS, en Mysterium Salutis, vol III, t.II. pp. 246-265.

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