Genaro y Estela Carlos Enrique Acuña Escobar. Genaro Vázquez era un hombre recientemente entrado a la madurez de los 40 años de edad, militante activo del Partido de la Oposición Revolucionaria, médico de profesión y empleado como analista en el Ministerio Educacional de su país, se miraba al espejo descubriendo canas en su pelo y barba. Desde la cocina del departamentito, Estela, su compañera gritaba: ¡Genaro! El poster del Ché está ya muy viejo. Se está rompiendo. ¿Por qué no se hicieron posters con la imagen de Fidel? Después de todo fue él quien triunfó, ¿no? No he visto ya que los sigan vendiendo, ¿dónde conseguirás otro? Genaro no contestó. Estela no era una convencida de los principios revolucionarios. No había vivido las carencias que Genaro, aunque no era mal intencionada en sus comentarios, mas bien ingenua. Se habían conocido en la universidad cuando jóvenes. El formaba parte del Comité por la Democracia, tan de moda entonces. Ella estudiaba historia y, eso pensaba, debía inclinar sus intereses hacia los procesos sociales del cambio que se gestaba, renunciar, en cierto modo, a su situación medianamente acomodada y desahogada para comprender las luchas del proletariado. Genaro había llegado en el momento justo para encarnar tales aspiraciones. Genaro, por su parte, provenía de una clase media baja, o baja alta si se prefiere, con presiones económicas pese a las cuales pudo cursar una carrera, aunque tarde se dio cuenta de que le faltaba vocación para ejercerla. En el Ministerio de Educación trabajaba para los programas de estudio en cuanto a Salud Pública. Su militancia en el Partido le había dotado de la experiencia para intervenir de modo agresivo en reuniones de trabajo y jalar gente de su lado. Promovía entre el grupo de secretarias la demanda por mejores sueldos y horarios. Más de una vez había llevado al paro a la oficina. “El enemigo vestía traje y corbata y detentaba los cargos altos”. La edad le revelaba cambios que no había deseado: pelo encanecido y escaso, dificultad incipiente para leer letra menuda, mayor peso corporal, y otros. No tenía caso que hubieran hecho posters de Fidel, él era un signo viviente para el mundo. En cambio al Ché había que recordarlo. Los muertos se olvidan. El pueblo es desmemoriado. -Me ofrecen dirigir una oficina. Un grupo de trabajo en salud para los libros de texto. No se si aceptarlo. Estela respondió: -Ni lo dudes. Necesitamos más dinero. Con lo que ganas apenas alcanza y la escuela de Lucio es cada vez más cara. Necesita ropa. Además, lo mereces, es lo justo, un reconocimiento a tu capacidad y trabajo. Estarás en mejor posición para darle forma a tus ideas, que se reflejen en los libros, que tú lo decidas. Te felicito. Y ni lo dudes. ¿Cuándo tienes que responderles? Diles hoy mismo que aceptas. Tendrás que usar traje. Hay que comprarte algunos. Y corbatas. Y zapatos. Y cortarte un poco el pelo y arreglarte la barba. ¿No te pidieron que te la quitaras? ¿Quienes serán tu equipo? ¿No será un truco para luego correrte? Como serás personal de confianza... ¿Y tu horario?... Genaro se acercó a la cocina, tomó un vaso de jugo y huevo revuelto por desayuno, sin café, - . . . lo tomo en la oficina. No sé. Voy a pensarlo un día o dos antes de comprometerme. Choca contra mis convicciones... ¿Qué convicciones? -dijo Estela- Tenemos necesidades. Tus convicciones estarán mejor en mejores puestos. Conocerás gente más importante que puede ayudarte. Pero eso si, no te vayan a explotar y quieran que trabajes sin horario, y cuidado y le eches ojo a alguna vieja.
Genaro se despidió y salió hacia su trabajo. Estela fue a despertar al niño y alistarlo para la escuela. Lucio era el nombre del hijo de Genaro y Estela. Tenía 5 años y le habían puesto el nombre en honor de gente revolucionaria que había muerto en intentos de rebelión contra el gobierno en el pasado, “...el pueblo olvida con facilidad, es desmemoriado...”. Estela lo llevaba al kinder, preparaba la comida, iba por él a la salida, le daba de comer, esperaba a Genaro, le daba de comer, hacía la tarea con Lucio mientras Genaro descansaba o se ocupaba de los asuntos de su militancia, ella no militaba, ahora iba a requerir más tiempo para atender la oficina, él iba a ser jefe después de todo, -tu papá es jefe, hijo... vamos a ganar más, nos va a ir mejor, te compraré ropa, es una buena noticia, quizá hasta encarguemos un hermanito ¿te gustaría?... ¿eh?... En su escritorio Genaro meditaba al tiempo que revisaba el periódico de izquierda. El ofrecimiento le halagaba y, después de todo, era lo que había querido. Era un reconocimiento a su valía. Era algo que merecía, no una dádiva. Raúl, su jefe, le estimaba y respetaba, juntos hacían buen equipo. Compraría unos buenos trajes, y zapatos. Se levantó y fue a la oficina de Raúl. -Raúl, sobre el puesto que me ofreciste ayer... lo acepto, y quiero darte las gracias por confiar en mí. No puedo deshacerme de mis principios pero sabré ser institucional, si en algo me equivoco por favor dímelo con toda confianza. ¡Claro! Genaro, no te preocupes hombre, sabrás hacerlo bien, ya tienes experiencia. Y yo necesito gente que me apoye, estoy muy comprometido con el Ministro, él confía en nosotros. Hay que educar a la población, alfabetizarlos, enseñar a los niños a leer y escribir, proyectarnos. Proyectarnos... Raúl lo instaló en su oficina, pequeña pero suficiente, y con cierta privacidad. "Trae tu secretaria". Con línea telefónica. Sillón nuevo. Nuevo escritorio. -Quiero pedirte la tarde para ir a comprarme unos sacos y corbatas, voy a necesitarlos y los que tengo ya no me quedan bien, el tiempo ha pasado... -dijo Genaro. -Claro hombre, vé, vé. No hay prisa. Cambia un poco tu imagen. “Como te ven te tratan”. Trae tu secretaria. Ese lunes la familia fue de compras a los centros comerciales nuevos. Usaron la tarjeta de crédito hasta el tope. “Hay que pedir que te aumenten el crédito" dijo Estela. Compraron una blusa y un pantalón para ella y un suéter para Lucio. "También necesita zapatos, pero será luego" dijo Estela. -Sacos y pantalones de manera que los pueda combinar, así con menos se tienen más conjuntos, ¿no? Corbatas que hagan juego, y zapatos, unos negros y otros cafés, serás el más elegante, ¡cuidadito con las viejas!... "cabroncito". Eres un chingón, viejo. Te quiero mucho. -Le dijo Estela esa noche. Pronto, el nuevo jefe se amoldó a su cargo. Delegaba tareas. No requería hacer el trabajo duro, la talacha; revisaba, decidía con los otros jefes acerca del contenido y forma de los libros de texto para la Nación. Su participación era siempre destacada, agresiva, innovadora. No admitiría rebeldías entre su gente, él era el guía. FIN