Fragmento de MADURO, Otto
Mapas para la fiesta Centro Nueva Tierra
PREGUNTAS COMPARTIDAS, MÁS QUE RESPUESTAS PREFABRICADAS Quizá una de las muchas malas costumbres occidentales es la de definir, clasificar y juzgar a otras personas y culturas por las respuestas que ellas den a nuestras preguntas. Pero ¿y qué tal que nuestras preguntas no les resulten significativas en lo más mínimo a esas otras personas? Y además ¿quién nos dice que nuestras preguntas sean entendidas por otros de la. misma manera en que nosotros las entendemos? ¿Acaso una misma pregunta no puede ser comprendida y respondida de muchas maneras diversas? Y, en fin ¿quién garantiza que las consecuencias reales de responder una pregunta de una cierta manera sean las mismas para personas o comunidades distintas? Quizá, en verdad, habría que cuestionar esa mala costumbre occidental de etiquetar, archivar y sentenciar a los otros por sus respuestas a nuestras preguntas. Quizá es un poco lo que quiero sugerir para concluir estas reflexiones lo importante, lo significativo y decisivo en la vida humana, no sea tanto, realmente, las respuestas que damos a las preguntas de otros sino las preguntas, interrogantes y cuestiones que orientan nuestras vidas y nuestros vínculos con el resto de la humanidad y de la creación toda. Quizá una de las tragedias de las culturas occidentales (tragedia de cristianismo, liberalismo y socialismo, entre otros movimientos) es que con demasiada frecuencia nos hemos aferrado a ciertas respuestas que hallamos para nuestras indagaciones originales.¡Y hemos dejado de vivir la búsqueda que dio origen a muchas de nuestras tradiciones! Permítanme ser un poco irónico. Muchas "preguntas" son "de mentira". Es decir, no son preguntas que realmente buscan enriquecer la sabiduría personal ni la vida de una comunidad, sino que procuran cosas como afirmar o confirmar el poder de unas personas sobre otras. Son, por ejemplo, las preguntas hechas por alguien que, arrogantemente, está seguro de "poseer la respuesta correcta" y busca una de dos: sea ridiculizar a la persona interrogada, "probándole" cuan "equivocada" está, sea "controlar" a la persona interpelada a ver "cuánto y qué sabe", para así clasificarla en en una jerarquía y darle instrucciones de cómo llegar a la cima , por encima de los demás.
Muchas de nuestras preguntas, además, son postizas, no son realmente nuestras: son apenas las preguntas que se nos dispara incesantemente desde los medios de comunicación masiva y desde las élites del poder; son apenas las preguntas a las que nos hemos acostumbrado por comodidad y/o temor y son, sobre todo, las preguntas que no nos inquietan porque ya vienen con sus respuestas prefabricadas y empaquetadas. No son preguntas que cuestionen, reanimen ni nutran nuestras vidas ni nuestros vínculos con los demás. No son verdaderas preguntas. Yo llamaría verdaderas preguntas a aquellos interrogantes vividos como hondamente importantes y urgentes, pero para los cuales se cree NO tener respuesta (y quizá nunca, nadie, tuvo ni tendrá respuesta definitiva). Son las cuestiones que, por eso mismo, empujan a quienes las viven a procurar a otras
personas a ver si las pueden ayudar a responder esas preguntas; o a ver si, juntas, logran construir respuestas provisionales, más o menos orientadoras, para sostenerse en las preguntas; o al menos, a ver si compartiendo con otras la perplejidad y la angustia propias se hallan el afecto, la comprensión y la esperanza necesarias para orar agradecidas mientras se vive la búsqueda incesante de respuesta a las cuestiones centrales de la propia vida. Creo que parte de lo que nos hace falta hoy es, precisamente, escuchar atenta y humildemente las preguntas que hacen "otros" gente de otras regiones, culturas y sectores sociales y reflexionar sobre lo que esos interrogantes pueden aportar a nuestras propias vidas. "Caminante, no hay caminos: se hace camino al andar", decía el poeta español Antonio Machado. Algo de eso podríamos decir con respecto a las respuestas: no hay respuestas, se hacen respuestas al caminar con ciertas preguntas a cuestas. Quizá lo que mejor define la vida de un ser humano cualquiera no son sus respuestas, sino las preguntas que carga a cuestas. Son las preguntas las que empujan a buscar, crear, pensar, imaginar, inventar, transformar, mejorar, enriquecer, preocuparse, ocuparse, cuidar, dialogar, escuchar y darse. Las respuestas, en cambio sobre todo si nos las tomamos demasiado en serio, definitiva y terminantemente, cerrándonos a escuchar otros ensayos de respuesta e interrogantes diferentes, corren mucho más el riesgo de paralizar, congelar, clausurar e imponer. Podría hasta decirse "dime que te preguntas y te diré quién eres". Imaginemos a alguien que se interroga constantemente, por ejemplo, "¿Qué podré hacer para hacer más hermosa la vida de la gente a mi alrededor? ¿Qué consecuencias negativas para otras personas podrían tener mis valores, creencias y comportamiento?" Probablemente, quienes vivan con tales preguntas a cuestas y más mientras más en serio y a fondo las vivan, asumiendo las mejores respuestas como una especie de imperativos transitorios hará más bien y menos daño a sus congéneres que quienes vivan aferrados a soluciones incuestionables. Recuerdo aquí la breve autobiografía intelectual del filósofo e historiador británico Collingwood, Idea de la Historia. Allí, CoUingwood sostiene la interesante idea de que toda verdad (como todo error) lo es siempre en relación a una pregunta. Una misma afirmación puede ser verdadera, falsa, indiferente o impertinente según cuál sea la interpelación que se quiere contestar con esa declaración. Y, en ese sentido, no tiene el menor valor examinar la "verdad" de una aseveración, un discurso o una teoría sin antes examinar tomándoselos en serio cuáles son los interrogantes a los que allí se trata de dar solución. Este libro, como lo notará quien lo lea, no intenta tanto insinuar respuestas como proponer, comunicar, multiplicar y compartir verdaderas preguntas: interrogantes que cargo a cuestas desde hace años, para los que no tengo solución clara ni definitiva; enigmas para los que no creo y quizá no deseo que haya respuesta única ni concluyente; búsquedas que me ayudan a mantenerme inquieto, vivo, investigando, escuchando, ensayando, imaginando, evaluando y transformando mi propia vida; cuestiones, pues, que prefiero continuar llevando a cuestas antes que "asesinarlas a respuestas". Creo, espero, deseo hondamente que las auténticas preguntas de quienes lean estas líneas, junto a las que se encuentran en estas reflexiones, más las que puedan surgir del encuentro entre ambas, sirvan para ayudar a nacer teorías del conocimiento, orientaciones socio-políticas, reflexiones éticas y ensayos teológicos verdaderamente democráticos: es decir, donde el diálogo comunitario lleve a consensos provisionales siempre abiertos a revisión y transformación por iniciativa de la comunidad afectada por tales consensos orientados por el Espíritu de Vida, por el impulso interior a cuidar tiernamente de la vida, y sobre todo de las más frágiles y vulnerables (las de los niños y la gente más oprimida). Así sea.