La-fiesta-de-compromiso.pdf

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LA FIESTA DE COMPROMISO

Clary miró alrededor del salón de música del Instituto con una sonrisa cansada pero también satisfecha. Era una calurosa noche de verano en Nueva York, las ventanas estaban abiertas, y Magnus hizo mágicamente carámbanos que brillaban bajo el candelabro y refrescaban el lugar. El salón estaba lleno de personas que Clary amaba y por las que se preocupaba, y en su opinión personal lucía bastante bien, considerando que se las había arreglado para encontrar un lugar en el Instituto donde pudieran tener una fiesta en un plazo de 24 horas. Realmente no había razón para no sonreír. Dos días antes, Simon había ido al Instituto, sin aliento y con una expresión de desesperación. Jace y Clary estaban en la sala de entrenamiento, comprobando al nuevo tutor del Instituto, Beatriz Mendoza, y algunos de los estudiantes del Conclave. — ¡Simon! —Clary había exclamado—. No sabía que estuvieras en la ciudad. Simon se había graduado de La Academia de Cazadores de Sombras, era parabatai de Clary, y un Reclutador, un trabajo creado por el Cónsul para ayudar a reponer las disminuidas filas de cazadores de sombras. Cuando se encontraban candidatos probables para la Ascensión, Simon hablaba con ellos sobre lo que significaba convertirse en cazador de sombras después de tener una vida mundana. Era un trabajo que a menudo lo alejaba de Nueva York, lo que era malo; pero lo bueno era que Simon parecía disfrutar

verdaderamente ayudar a mundanos asustados con la Visión a no sentirse como si estuvieran solos. No es que Simon se viera como una confiable voz de tranquilad en ese momento. Lucía como si un tornado lo hubiera golpeado. —Le propuse matrimonio a Isabelle —anunció. Beatriz gritó de emoción. Algunos de los estudiantes, temiendo un ataque de demonios, también gritaron. Uno de ellos se cayó de una viga y aterrizó en el suelo en un tapete de entrenamiento. Clary estalló en lágrimas de felicidad y lanzó sus brazos alrededor de Simon. Jace yacía en el suelo, con los brazos de par en par. —Vamos a ser familia —dijo él con tristeza—. Tú y yo, Simon, vamos a ser hermanos. Las personas van a pensar que estamos emparentados. —Nadie va a pensar eso —dijo Simon, su voz amortiguada contra el cabello de Clary. —Estoy muy feliz por ti, Simon —dijo Clary—. Izzy y tú van a ser muy, muy felices —se volteó y miró a Jace—. Y tú, levántate y felicita a Simon o tiraré al drenaje todo tu champú caro. Jace saltó, y Simon y él se dieron unas palmadas en la espalda de una manera masculina, por lo cual Clary se sentía complacida al haberlo logrado. Jace y Simon actualmente habían sido amigos por años, pero Jace aún parecía creer que necesitaba excusas para mostrar su afecto. Clary estaba feliz de proporcionárselas. —¿Fue bien la propuesta? ¿Fue romántica? ¿La sorprendiste? No puedo creer que no me dijeras que ibas a hacerlo. —Clary

golpeó a Simon en el brazo—. ¿Conseguiste rosas? Izzy ama las rosas. —Fue un impulso —dijo Simon—. Una impulsiva propuesta. Estábamos en el puente de Brooklyn. Izzy le acababa de cortar la cabeza a un demonio Shax. —Cubierta en icor, ¿nunca te había parecido más radiante? — dijo Jace. —Algo así —dijo Simon. —Esa es la cosa más de cazadores de sombras que jamás haya oído —dijo Clary—. Por lo tanto, ¿detalles? ¿Te arrodillaste? —Los cazadores de sombras no hacen eso —dijo Jace. —Es una lástima —dijo Clary—. Amo esa parte en las películas. —¿Y por qué luces tan desesperado? —Preguntó Jace—. Ella dijo que sí, ¿o no? Simon pasó sus dedos por su cabello. —Quiere una fiesta de compromiso. —Bar abierto —dijo Jace, quien había desarrollado un interés en la mixología que Clary hallaba divertido—. Definitivamente un bar abierto. —No, no lo entiendes —dijo Simon—. La quiere en dos días. —Umm —dijo Clary—. Puedo ver porqué estaría emocionada de compartir esto con sus amigos y familiares, ¿pero seguramente podría esperar un poco más…?

Cuando Jace habló, su voz fue plana. —Quiere hacerlo en el cumpleaños de Max. —Oh — dijo Clary suavemente. Max, el más chico, el más dulce Lightwood, el pequeño hermano de Izzy y Alec. Tendría ahora catorce años, casi la misma edad que Tiberius y Livvy Blackthorn. Podía entender por completo por qué Isabelle quería tener su fiesta de compromiso en un día en que sentiría verdaderamente que Max estaba allí. —Bueno, ¿pensaste en preguntarle a Magnus? —Por supuesto que sí —dijo Simon—. Y dijo que ayudaría si pudiera, pero tienen este asunto con Rafael… —Cierto —dijo Clary—. ¿Así que quieres nuestra ayuda? —Esperaba que pudiéramos hacerla aquí —dijo Simon—. En el Instituto. ¿Y que tú pudieras ayudarme con un par de cosas que no entiendo? Clary sintió crecer un sentimiento de pavor. El Instituto estaba sufriendo grandes renovaciones recientemente; algunas aún estaban en marcha. El salón de baile que casi no se usaba estaba siendo transformado en una segunda sala de entrenamiento, y muchos pisos estaban llenos de pilas de azulejos y madera. Estaba el salón de música, que era enorme, pero estaba lleno de antiguos violonchelos, pianos, e incluso un órgano. —¿Qué tipo de cosas? Simon la miró con grandes ojos cafés. —Flores, comida, decoración…

Clary gimió. Jace agitó su cabello. —Puedes hacerlo —dijo él. Y ella pudo sentir sólo por el tono de su voz que estaba sonriendo—. Vamos, salvaste el mundo una vez, ¿recuerdas? Creo en ti. Y así fue como Clary había llegado a estar parada en el salón de música del Instituto, con Magnus centellando carámbanos que goteaban en su vestido verde. De vez en cuando Magnus lo cambiaría un poco, e ilusorios pétalos de rosas lloverían por la habitación. Algunos de los miembros de la manada de Maia ayudaron a mover el arpa, el órgano, y otros instrumentos a la vacía sala adjunta. (Su puerta estaba ahora firmemente cerrada, medio oculta por una cascada de mariposas con glamour.) Le recordaba un poco a Clary a la Corte de la Reina Seelie, la cual había sido diferente cada vez que la visitó en años pasados: llena de hielo algunas veces, con felpa de terciopelo escarlata en otras. Sintió una punzada, no por la Reina, quien había sido cruel y traicionera, sino por la magia de las hadas. Desde que la Paz Fría se había puesto en práctica. No había visitado la Corte de las Hadas otra vez. Central Park ya no estaba lleno de bailes en la noche cuando la luna estaba llena. Ya no podías ver pixies y sirenas en los ríos del Hudson. Algunas veces, tarde por la noche, podía oír el alto sonido solitario del cuerno de la Caza Salvaje, y se afligía. Pero Gwyn y su gente nunca habían estado sujetos a cualquier ley, y el sonido de la Caza no era un reemplazo de la música de las fiestas de las hadas que una vez había fluido desde Hart Island. Había hablado con Jace sobre eso, y había estado de acuerdo con ella, tanto en capacidad de novio como también como segundo director del Instituto: el mundo de los Cazadores de Sombras, sin el Reino de las Hadas, estaba desequilibrado. Los cazadores de

sombras necesitaban a los subterráneos. Siempre lo habían hecho. Tratar de pretender que el Reino de las Hadas nunca existió sólo conduciría al desastre. Pero ellos no eran el Consejo, sólo eran los jóvenes líderes de un sólo Instituto. Así que esperaron, y trataron de estar preparados. Ciertamente, Clary pensó, no había otro Instituto en el que pudiera pensar que sería capaz de organizar una fiesta como ésta. Los estudiantes de Beatriz estaban parados como meseros, llevando platos de canapés alrededor del salón, los canapés habían sido cortesía de la hermana de Simon, quien trabajaba en un restaurante en Brooklyn, y los platos y cubiertos eran de peltre, no de plata, como muestra de respeto a los hombres lobo presentes. Hablando de subterráneos, Maia estaba riendo en un rincón de la sala con su mano en la de Bat. Usaba un vestido naranja, sus rizos recogidos, y su medallón del Praetor Lupus destellaba en su garganta. Estaba hablando con el padrastro de Clary, Luke, cuyos lentes estaban encima de su cabeza. Había más gris en el cabello de Luke, en esos días, pero sus ojos estaban tan brillantes como nunca. Jocelyn se había ido a uno de las oficinas con Maryse Lightwood, la futura suegra de Simon. Clary no podía evitar preguntarse si le estaba dando un discurso maternal sobre cómo los Lightwood eran afortunados de tener a Simon en su familia y más les valía no olvidarlo. Julie Beauvale, la parabatai de Beatriz, pasó cerca de ellos, llevando un plato de pastelillos. Mientras Clary miró, Lily, la líder del clan de vampiros en Nueva York, tomó un pastelillo del plato, guiñándole un ojo a Bat y Maia, y se pavoneó hacia el piano, pasó a Simon —quien estaba conversando con Robert Lightwood— en su

camino. Simon usaba un traje gris y lucía lo suficientemente nervioso. Jace estaba tocando, su chaqueta de terciopelo colocada en el respaldo de su silla, sus delgadas manos deslizándose en las teclas del piano. Clary no podía evitar recordar la primera vez que lo vio en el Instituto, tocando el piano, de espaldas a ella. ¿Alec? había dicho él. ¿Alec eres tú? La expresión de Jace era atenta y enfocada, de la forma en que sólo lo era cuando estaba haciendo algo que consideraba digno de su completa atención —pelear, tocar música, o besar. La miró de reojo como si pudiera sentir la mirada de Clary en él, y le sonrió. Incluso después de todo ese tiempo, aún le provocaba escalofríos. Estaba terriblemente orgullosa de él. Habían estado tan sorprendidos como los demás cuando el Conclave votó por ellos como los nuevos directores del Instituto cuando Maryse se había ido. Sólo tenían diecinueve años, y ella había supuesto que Alec o Isabelle se harían cargo, pero ninguno de ellos quiso. Isabelle quería viajar, y Alec estaba envuelto con la alianza entre Subterráneos y Cazadores de Sombras que él estaba construyendo. Podrían rechazarlo, Clary le dijo a Jace en ese tiempo. Nadie podía forzar a alguien a dirigir un Instituto, y ellos habían planeado viajar alrededor del mundo juntos, mientras Clary pintaba y Jace peleaba con demonios en locaciones inusuales. Pero él quiso hacerlo. Sabía que en su corazón él sentía que era una forma de pagar por las personas que perdieron en la guerra, las personas que no habían sido capaces de salvar. Para su buena fortuna pudieron pasar por todo eso con la mayoría de las personas que amaban ilesas. Por el hecho de que el universo le había dado a Alec, Isabelle, y

Clary, cuando una vez creyó que nunca tendría un mejor amigo, una hermana, y nunca se enamoraría. Dirigir el Instituto era un trabajo difícil. Requería la capacidad de Jace de encantar, y el instinto de Clary de mantener la paz y construir alianzas. Solos, ninguno de ellos lo habría logrado, pero juntos, la determinación de Clary equilibraba la ambición de él, su conocimiento del mundo mundano y su sentido práctico, su antigua sangre de cazador de sombras y su entrenamiento. Jace siempre había sido el líder natural de su pequeño grupo, un estratega, excelente en ser capaz de juzgar quién sería el mejor en qué. Clary era la que podía tranquilizar a los temerosos, también como la única que finalmente consiguió tener instalada una computadora prohibida en la sala de estrategia. Lily dijo algo al oído de Jace, probablemente para pedir una canción —había muerto en los veinte y siempre estaba pidiendo música rag— antes de dar la vuelta en sus tacones rojos y dirigirse hacia una manta que había sido extendida en un rincón de la sala. Magnus estaba sentado en ella, su hijo Max, un brujo de tres años con piel de color azul marino, acurrucado a su lado. También en la manta estaba un niño de cinco años, éste era un cazador de sombras, con indomable cabello negro, quien se estiró por un libro que Magnus le tendía y le dio al brujo una tímida sonrisa. Beatriz estaba de repente al lado de Clary. —¿Dónde está Isabelle? —susurró ella. —Quiere hacer una entrada —Clary susurró de vuelta—. Estaba esperando a que todos llegaran. ¿Por qué? Beatriz le dio una mirada significativa y ladeó la cabeza en dirección a la puerta. Un par de segundos después, Clary la estaba

siguiendo por el pasillo, la falda de su vestido levantada así no se tropezaría con el dobladillo. Se podía ver en el espejo a lo largo de la pared del corredor, su vestido verde del color del tallo de una flor. A Jace le gustaba verla de verde, y combinaba con sus ojos, pero hubo un tiempo en el que el color la había angustiado. Había sido incapaz de verlo sin pensar en su hermano, Jonathan, cuyos ojos se habían vuelto verdes cuando murió. Cuando había sido Sebastian, sus ojos eran negros. Pero eso había sido hace años. Beatriz la llevó hacia el comedor, el cual estaba lleno de flores. Tulipanes holandeses, estaba segura Clary. Estaban apilados en las sillas, en la mesa, en el aparador. —Las acaban de entregar —dijo Beatriz en un tono terrible, como si fueran cuerpos muertos y no flores. —Bien, ¿y cuál es el problema? —dijo Clary. —Isabelle es alérgica a los tulipanes —dijo una voz desde las sombras. Clary se sobresaltó. Alec Lightwood estaba sentado en una silla al otro extremo de la mesa, usando una desfajada camisa blanca sobre un pantalón de vestir negro, sosteniendo un tulipán amarillo en una mano. Estaba ocupado arrancándole los pétalos con sus largos dedos. —Beatriz, ¿puedo hablar con Clary un segundo? Beatriz asintió, luciendo aliviada de dejarle el problema a alguien más, y dejó la habitación. —¿Qué sucede, Alec? —Clary preguntó, avanzando hacia él—. ¿Por qué estás aquí y no con los demás en la fiesta?

—Mi madre me dijo que el Cónsul podría venir —dijo misteriosamente. Clary lo miró. —¿Y? —dijo ella. No es como si Alec fuera un criminal buscado. —Sabes sobre Rafe, ¿cierto? —dijo él—. Quiero decir, todos los detalles. Clary dudó. Un par de meses antes, Alec había sido enviado a Buenos Aires para seguir un par de ataques de vampiros. Mientras estaba ahí, se había topado a un niño cazador de sombras de cinco años, un sobreviviente del ataque al Instituto de Buenos Aires durante la Guerra Oscura. Él y Magnus habían ido y venido de Argentina a través de un portal una y otra vez, sin decirle a nadie lo que estaban haciendo, hasta que un día aparecieron en Nueva York con un delgado niño asustado y anunciaron que lo estaban adoptando. Él sería su hijo y hermano de Max. Lo nombraron Rafael Santiago Lightwood. —Cuando encontré a Rafe, él estaba viviendo en la calle, muriéndose de hambre —dijo Alec—. Robando comida a mundanos, teniendo pesadillas porque tenía la Visión y podía ver monstruos —él mordió su labio—. El asunto es que nos dejaron adoptar a Max porque es un subterráneo. Nadie lo quería. A nadie le importaba. Pero Rafe es un cazador de sombras, y Magnus no. No sé cómo se va a sentir el Consejo sobre un subterráneo criando a un niño nefilim, especialmente cuando están desesperados por nuevos cazadores de sombras.

—Alec —dijo Clary firmemente—. No alejaran a Rafe de ti. No los dejaremos. —Yo no los dejaré —dijo Alec—. Los mataré a todos primero. Pero eso sería incómodo y arruinaría la fiesta. Clary tuvo una breve pero vivida imagen de Alec disparándoles a los invitados a la fiesta con su arco y flechas mientras Magnus se ocupaba de ellos con fuego mágico. Suspiró. —¿Tienes alguna razón para creer que se llevarán a Rafe? ¿Ha habido una señal, alguna queja del Consejo? Alec sacudió la cabeza. —No, es sólo… conoces a este Consejo. La Paz Fría significa que están inquietos todo el tiempo. He incluso aunque ahora hay subterráneos en el consejo, no confían en ellos. Algunas veces creo que son peores de lo que eran antes de la Guerra Oscura. —No voy a decir que estás equivocado —dijo Clary—. ¿Pero puedo sugerir algo? —¿Es envenenar el ponche? —preguntó Alec con una mirada inquietante. —No —dijo Clary—. Sólo iba a decir que tal vez estás desplazando tu ansiedad. Alec lucía perplejo. Los términos psicológicos mundanos difícilmente eran entendidos por cazadores de sombras. —Estás en realidad preocupado porque tener un niño es un gran asunto, y esto fue repentino —dijo Clary—. Pero Max también fue repentino. Y tú y Magnus son unos padres estupendos. Se aman demasiado, y eso sólo hace que tengan más amor para dar. Nunca

deberías preocuparte de que no tengan suficiente amor para tantos niños como quieran tener. Los ojos de Alec resplandecieron por un momento, un brillante azul bajo unas pestañas negras. Se puso de pie y se acercó a donde Clary estaba parada junto a la puerta. —Chica sabia —dijo él. —No siempre pensaste que era sabia. —No, pensaba que eras una peste, pero ahora lo sé mejor —le dio un beso encima de la cabeza y se acercó a la puerta, aún llevando el tulipán. —¡Tira eso antes de que regreses al salón de música! —Clary le dijo, imaginando a Isabelle con urticaria yaciendo en el suelo. Suspiró y miró los tulipanes. Supuso que podían tener una fiesta sin flores. Aún así… Hubo un golpe en la puerta. Apareció una chica en un vestido de seda de diferentes colores y con largas trenzas marrones. Rebecca, la hermana de Simon. —¿Puedo pasar? —preguntó ella, abriendo la puerta—. ¡Wow, tulipanes! —Al parecer Isabelle es alérgica a los tulipanes —dijo Clary gravemente. —Lástima —dijo Rebbeca—. ¿Puedes hablar un segundo? Clary asintió. —Claro, ¿por qué no?

Rebbeca entró y se subió en la esquina de la mesa. —Quería darte las gracias —dijo ella. —¿Por qué? —Por todo Rebbeca miró alrededor de la habitación, notando los retratos de los antepasados cazadores de sombras, los adornos de ángeles y espadas cruzadas. —Todavía no sé mucho sobre este asunto de cazadores de sombras. Simon sólo puede decirme un poco sin hacer estallar algún tipo de alarma. Realmente no sé cuál es su trabajo… —Es un Reclutador —dijo Clary, sabiendo que eso significaría nada para Rebbeca, pero ella estaba orgullosa de Simon. Todo lo que le había sucedido a él fue difícil, doloroso, fue un reto —ser un vampiro, perder sus recuerdos, volverse cazador de sombras, perder a George— y lo había convertido en una manera de ayudar a las personas. —Perdimos a cazadores de sombras en la guerra hace cinco años. Y desde ese entonces estamos intentando hacer más. Los mejores candidatos son mundanos que tienen algo de sangre de cazador de sombras, que a menudo significa que no saben que son cazadores de sombras pero que tienen la Visión. Pueden ver vampiros, hombres lobo, cosas mágicas que podrían hacerte creer que te estás volviendo loco. Simon habla con ellos, les habla sobre convertirse en cazadores de sombras, por qué es difícil y por qué importa. Clary sabía que probablemente no debería de estarle diciendo eso a una mundana. Por otra parte, probablemente no debería haber

dejado pasar a Rebecca al Instituto, mucho menos contratarla para suministrarles alimentos. Pero cuando Clary y Jace habían tomado el mando del Instituto, se habían jurado que serían un nuevo tipo de guardián. Después de todo, Clary y Simon alguna vez habían sido mundanos que tampoco se suponía que estuvieran en el Instituto. Rebecca sacudió la cabeza. —Bien. No entiendo nada de esto. Pero mi hermano pequeño es alguien importante, ¿verdad? Clary sonrió. —Él siempre ha sido alguien importante para mí. —Realmente es feliz —dijo Rebecca—. Con su vida, con Isabelle. Y todo eso es gracias a ti —se inclinó y habló en un susurro cómplice—. Cuando tú y Simon se hicieron amigos por primera vez y él te trajo a casa de la escuela, mi mamá me dijo: “Esa niña le va a traer magia a su vida”. Y lo hiciste. —Literalmente —dijo Clary. Rebecca la miró sin expresión. Oh, dios. Jace se habría reído—. Quiero decir, eso es hermoso, y estoy muy agradecida, sabes que amo a Simon como a un hermano… —¡Clary! —Clary alzó la mirada en alarma, temiendo que fuera Isabelle, pero no era. Era Lily Chen, con Maia Roberts. Las líderes del clan de vampiros y hombres lobo en Nueva York, juntas. No es que fuera inusual verlas juntas: eran amigas. Pero también eran aliadas políticas que ocasionalmente se hallaban en el lado opuesto de un argumento.

—Hola, Rebecca —dijo Maia. Agitó la mano y la banda de bronce en su dedo destelló. Ella y Bat habían intercambiado anillos de promesa hace algún tiempo, pero nada era oficial. Maia era la líder de la manada de hombres lobo de Manhattan, y estaba a cargo de reconstruir el Praetor Lupus, y perseguía una licenciatura en administración de empresas. Era terriblemente competente. Lily miró a Rebecca sin interés. —Clary, debemos hablar contigo —dijo ella—. Intenté hablar con Jace, pero está tocando el piano, y Magnus y Alec están ocupados con esas pequeñas creaturas. —Niños —dijo Clary—. Son niños. —Le informé a Alec que necesitamos su asistencia, pero me dijo que te preguntara a ti —dijo Lily, sonando apagada. Estaba encariñada con Alec, a su manera. Él había sido el primer cazador de sombras que verdaderamente se esforzaba y trabajaba con Maia y Lily, fusionando su conocimiento de cazador de sombras con sus habilidades de subterráneos. Cuando Jace y Clary asumieron el control del Instituto, también se encargaron de la inusual alianza, e Isabelle y Simon se les unían cuando podían. Clary había montado una sala de estrategia para ellos, llena de mapas y planes, e importantes contactos en caso de emergencias. Y había muchas emergencias. La Paz Fría significaba que las partes de Manhattan que habían pertenecido al Reino de las Hadas se las habían quitado, y otros subterráneos se peleaban por ellas. Muchas habían sido las noches en que Clary y Jace, junto a Alec, Lily y Maia, se sentaban para intentar fijar algún detalle de la tregua entre vampiros/licántropos o detener un plan de venganza antes de que comenzara. Magnus incluso había tejido hechizos especiales así

Lily podía ir al Instituto a pesar del hecho que era terreno sagrado, algo que dijo Jace, por lo que él sabía, nunca se había hecho por otro vampiro. —Es sobre el High Line —dijo Maia. El High Line era un parque público elevado construido sobre una antigua línea de ferrocarril en el lado oeste, recientemente abierta al público. —¿El High Line? —dijo Clary—. Qué, ¿estás de repente interesada en proyectos de desarrollo urbano? Rebecca saludó a Lily. —Hola, soy Rebecca. Tu delineado de ojos es increíble. Lily ignoró eso. —Porque esta elevación es una nueva parta de terreno en Manhattan —dijo ella—, y por lo tanto no pertenece ni a vampiros ni a licántropos. Ambos clanes han intentado reclamarlo como suyo. —¿Realmente tenemos que hablar sobre esto ahora? —dijo Clary—. Es la fiesta de compromiso de Isabelle y Simon. —¡Oh, Dios! —Rebecca saltó—. ¡Lo olvidé! ¡Las diapositivas! Se fue de la habitación, con Clary mirándola. —¿Las diapositivas? —Yo entiendo cosas como esas, es una tradición para humillar a los futuros novio y novia con fotos de su infancia —dijo Lily. Clary y Maia la miraron. Ella se encogió de hombros—. ¿Qué? Miro televisión. —Mira. Sé que es un mal momento para molestarte —dijo Maia—, pero el problema es que aparentemente hay un grupo de

hombres lobo y vampiros enfrentándose ahí ahora mismo. Necesitamos ayuda del Instituto. Clary frunció el ceño. —¿Cómo sabes que eso está sucediendo? Maia le enseñó su teléfono. —Acabo de hablar con ellos. —Dámelo —dijo Clary gravemente—. Bien, ¿con quién estoy hablando? —Leila Haryana —dijo Maia—. Es parte de mi manada. Clary tomó el teléfono. Presionó el botón de remarcar, y esperó hasta que la voz de una chica contestó al otro extremo. —Leila —dijo ella—. Habla Clarissa Fairchild en el Instituto — pausó—. Sí, la directora del Instituto. Soy yo. Mira, sé que estás en el High Line. Sé que estás a punto de pelear con un clan de vampiros. Necesito que te detengas. Se oyeron ruidos de indignación. Clary suspiró. —Los acuerdos siguen siendo los acuerdos —dijo ella—. Y esto los rompe. De acuerdo a, umm, la sección siete, párrafo cuarenta y cuatro, estás obligada a traer una disputa territorial al Instituto más cercano para solucionarlo antes de empezar una pelea. Más argumentos. Clary los interrumpió. —Dile a los vampiros lo que dije. Y estén aquí mañana en el Santuario, temprano —pensó en el champan en el salón de música—

. Tal vez no tan temprano. Vengan a las once, dos vampiros y dos licántropos, y arreglaremos esto. Sino, serán considerados enemigos del Instituto. Hubo quejidos de aceptación. Clary pausó. —Bien —dijo ella—. Adiós, entonces. Ten un buen día. Colgó. —¿Ten un buen día? —dijo Lily, alzando las cejas. Clary gimió, regresándole a Maia su teléfono. —No soy buena con las despedidas. —¿Qué es la sección siete, párrafo cuarenta y cuatro? —Maia preguntó. —No tengo idea —dijo Clary—. Se me ocurrió. —No está mal —admitió Lily—. Ahora voy a regresar al salón de música y decirle a Alec que la próxima vez que lo necesitemos, tendrá que apresurarse o yo podría mordisquear a alguno de sus niños. Salió enfadada en un remolino de faldas. —Voy a prevenir que suceda ese desastre —dijo Maia de prisa—. ¡Nos vemos, Clary! Se fue, dejando a Clary reclinarse contra la gran mesa en medio de la habitación, tomó profundas y calmadas respiraciones. Intentó imaginarse en un lugar tranquilo, tal vez en la playa, pero eso sólo la hizo pensar en el Instituto de Los Ángeles.

Jace y ella habían ido ahí un año después de la Guerra Oscura para ayudar a reconstruir el lugar, había sido el Instituto más dañado de los que Sebastian atacó. Emma Carstairs los había ayudado en Idris, y Clary se sintió protectora de la pequeña niña rubia. Se pasaron un día archivando libros en la nueva biblioteca, y luego Clary había llevado a Emma a la playa, para buscar conchas y esquirlas marinas. Sin embargo Emma se había negado a meterse al agua, o incluso verla por mucho tiempo. Clary le había preguntado si estaba bien. —No es por mí que me preocupo — Emma había dicho—. Es Jules. Haría cualquier cosa, si sólo Jules estuviera bien. Clary le había dado una larga mirada, pero Emma, mirando la puesta de sol, no se dio cuenta. —¡Clary! —la puerta se abrió. Era finalmente Isabelle, luciendo radiante en un vestido de seda purpura con brillantes sandalias. En el momento en que se paró en la habitación, empezó a estornudar. Clary se irguió rápidamente. —Por el Ángel… —el epíteto de cazadores de sombras salió de ella sin pensarlo, cuando alguna vez le había parecido un dicho extraño—. Vámonos. —Tulipanes —dijo Isabelle en voz ahogada mientras Clary la dirigía hacia el pasillo. —Lo sé —dijo Clary, abanicando a la otra chica y preguntándose si una runa de curación ayudaría con las alergias. Isabelle estornudó de nuevo, sus ojos humedeciéndose—. Lo siento tanto…

—No es tu pulpa —dijo Isabelle, lo cual Clary tradujo como No es tu culpa. —¡Sin embargo lo es! —Pff —Isabelle dijo sin elegancia, y agitó una mano—. No te preocupes. Mejorará en un segundo. —Ordené rosas —dijo Clary—. Juro que lo hice. No sé qué pasó. Iré con los floristas y los mataré mañana. O tal vez Alec lo haga. Parece asesino esta noche. —Nada está arruinado —Isabelle dijo en una voz más normal— . Y nadie necesita ser asesinado. ¡Clary, me voy a casar! ¡Con Simon! ¡Estoy feliz! —sonrió con alegría—. Solía pensar que era algo débil darle tu corazón a alguien. Que podrían romperlo. Pero ahora lo sé mejor. Y es gracias a Simon. Pero también gracias a ti. —¿A qué te refieres con que gracias a mí? Isabelle se encogió de hombros un poco tímida. —Es sólo que tú amas mucho. Tanto. Das demasiado. Y siempre te hizo más fuerte. Clary se dio cuenta de que estaba llorando. —Sabes, al casarte con Simon significa que vamos a ser hermanas, básicamente, ¿cierto? ¿La persona que se casa con tu parabatai no es como tu hermana? Isabelle lanzó sus brazos alrededor de ella. Por un momento se sostuvieron la una a la otra en las sombras del pasillo. Clary no pudo evitar recordar los primeros gestos amistosos que ella e Isabelle habían tenido hacia la otra, hace mucho, allí en los pasillos del

Instituto. No sólo estaba preocupada por Alec, estaba preocupada por ti, también. —Hablando de amor, y cosas románticas —dijo Isabelle con una mirada juguetona, alejándose de Clary—, ¿qué tal una boda doble? Tú y Jace… El corazón de Clary dio un vuelco. Nunca había sido alguien buena en esconder sus expresiones o sentimientos. Isabelle la miró, perpleja, a punto de preguntar algo —probablemente si sucedía algo malo— cuando la puerta del salón de música se abrió y luz y música se colaron en el pasillo. La madre de Isabelle, Maryse, se asomó. Estaba sonriendo, claramente feliz. Clary estaba feliz de verla. Maryse y Robert habían finalizado su divorcio después de la Guerra Oscura. Robert se había mudado a la casa del Inquisidor en Idris. Maryse había seguido en Nueva York para dirigir el Instituto, pero se lo había cedido con gusto a Clary y Jace pocos años después. Se había quedado en Nueva York, en parte para ayudarles en caso de que algo fuera demasiado para ellos, pero Clary sospechaba que era para estar más cerca de sus hijos, y su nieto, Max. Había más blanco en su cabello de lo que Clary recordaba cuando se conocieron, pero su espalda estaba recta, su postura aún de cazadora de sombras. —¡Isabelle! —gritó—. Todos están esperando. —Bien —dijo Isabelle—. Entonces puedo hacer una entrada — y unió su brazo al de Clary antes de caminar por el pasillo. Las resplandecientes luces del salón de música de repente estuvieron en frente de ellas, el salón llena de personas que giraron y sonrieron al verlas en la puerta. Clary vio a Jace, como siempre lo hacía: siempre era el primer rostro que miraba cuando entraba a una habitación. Aún seguía

tocando, una ligera y discreta melodía, pero él volteó a mirarla cuando entró en el salón y le guiñó un ojo. El anillo Herondale en su dedo brillaba en la iluminación de docenas de globos con forma de estrellas que estaban dispersos en la habitación —sin duda trabajo de Magnus. Clary pensó en Tessa, quien le había dado ese anillo para que se lo diera a Jace, y deseó que estuviera allí. Ella siempre amaba ver a Jace tocar el piano. Hubo aplausos cuando Isabelle entró en la habitación. Miró a su alrededor, entusiasmada, claramente en su elemento. Sopló un beso hacia Magnus y Alec donde estaban sentados con Max y Rafe, quién estaba mirando con asombro. Maia y Bat silbaron, Lily alzó su copa, Luke y Rebecca sonrieron con alegría, y Maryse y Robert miraron con orgullo mientras Isabelle dio un paso adelante y tomó la mano de Simon. La cara de Simon se llenó de felicidad. En la pared detrás de él, las diapositivas que Rebecca había mencionado se estaban reproduciendo. Una frase enmarcada estaba en la pared: El matrimonio es como una larga conversación que siempre termina muy rápido. Raro, Clary pensó. Mórbido. Vio a Magnus poner su mano sobre la de Alec. Alec estaba mirando las diapositivas, Rafael en su regazo. Fotos de Simon, —y unas pocas de Isabelle; los cazadores de sombras no eran grandes fotógrafos— aparecían y desaparecían en la pared negra detrás del clavecín. Había de Simon de bebé, en los brazos de su madre —Clary deseó que hubiera podido estar ahí, pero el conocimiento de Elaine de los cazadores de sombras era nulo. Por lo que sabía, Isabelle era una linda chica que trabajaba en un salón de tatuajes—. Y de Simon

cuando tenía seis años, sonriendo con dos dientes caídos. Simon de adolescente con su guitarra. Simon y Clary de diez años, en el parque, bajo una lluvia de hojas de otoño. Simon vio la foto y le sonrió a Clary, sus ojos arrugándose en las esquinas. Clary tocó con sus dedos su antebrazo derecho, donde estaba su runa parabatai. Esperó que pudiera ver en sus ojos todo lo que sentía: que él era su ancla, la base de su niñez y su guía en su vida adulta. A través de una lluvia de lágrimas se dio cuenta que la música se había detenido. Jace había cruzado la habitación, susurrándole a Alec, sus cabezas juntas. La mano de Alec estaba en el hombro de Jace y asentía. Por mucho tiempo había visto a Jace y Alec y había visto a dos mejores amigos. Sabía lo mucho que Jace amaba a Alec, lo supo desde la primera vez que Alec había sido herido y Jace —cuya serenidad era tremenda— se había deshecho. Había visto la forma en que él miraba a cualquier persona que dijera algo malo sobre Alec, sus ojos estrechándose, de un dorado mortal. Y pensó que entendía, pensó en mejores amigos, de la forma en que ella y Simon lo eran. Ahora que Simon era su parabatai, entendía mucho más. La forma en que eras más fuerte cuando tu parabatai estaba ahí. La forma en que eran como un espejo que te mostraba tu mejor lado. No podía imaginar el perder a un parabatai, no podía imaginar el infierno que sería. Mantenlo a salvo, Isabelle Lightwood, pensó, mirando a Isabelle y Simon, tomados de la mano. Por favor, mantenlo a salvo.

—Clary —había estado perdida en sus pensamientos que no había visto a Jace alejarse de Alec y acercarse a ella. Estaba detrás de ella ahora; podía oler la colonia que le había dado por Navidad, el débil olor de su jabón y champú, sintió la suavidad de su chaqueta mientras él entrelazo su brazo con el de ella. —Vámonos… —No podemos escabullirnos, es nuestra fiesta… —Sólo por un segundo —dijo él, en esa voz baja que hacía que las malas ideas parecieran buenas. Lo sintió dar un paso atrás y lo siguió; estaban casi cerca de la puerta de la sala de estrategia, y se deslizaron por ella inadvertidos. Bueno, casi inadvertidos. Alec los estaba viendo irse, y mientras Jace cerraba —y aseguraba— la puerta detrás de ellos, levantó sus pulgares hacia Jace. Lo cual Clary pensó que era algo serio, pero no le prestó mucha atención, en gran parte porque Jace se acercó a zancadas hacia ella con una mirada de determinación en su rostro, la tomó en sus brazos y la besó. Todo su cuerpo se estremeció, de la forma en que siempre lo hacía cuando la besaba. Nunca se aburría, cansaba, o se acostumbraba a ello, no más de lo que imaginaba que alguien se cansaría de una hermosa puesta de sol, música perfecta, o su libro favorito en el mundo. Tampoco pensaba que Jace se había cansado de ello. Al menos no por la forma en que la sostenía, como si cada vez pudiera ser la última. Era a menudo de esa forma con él. Sabía que él tuvo una infancia que lo dejó inseguro sobre el amor, y frágil como el cristal en ocasiones, y ella intentaba ser consciente de ello. Estaba preocupada de la fiesta y los invitados en el otro lado, pero se dejó

relajarse en el beso, su mano contra su pecho, hasta que finalmente se detuvieron para respirar. —Wow —dijo ella, pasando sus dedos dentro del borde del cuello de su camisa—. Supongo que todo el romance, y los pétalos de flores cayendo del cielo tuvieron su efecto en ti, ¿verdad? —Shh —él sonrió. Su cabello dorado estaba despeinado, sus ojos pesados—. Déjame disfrutar el momento. —¿Qué momento es ese? —miró alrededor, divertida. La sala estaba oscura, la mayoría de la luz venía de las ventanas y una parte de iluminación de debajo de la puerta. Podía ver las formas de instrumentos musicales, pálidas imágenes cubiertas en sábanas blancas. Un piano de cola estaba contra la pared detrás de ellos—. ¿El momento de escondernos en un closet mientras está la fiesta de compromiso de nuestros amigos? Jace no respondió. En su lugar la tomó de la cintura y la levantó, sentándola en la tapa del piano de cola. Sus rostros estaban al mismo nivel; Clary lo miró, sorprendida. Su expresión era seria. Se inclinó para besarla, sus manos en su cintura, sus dedos agarrando su vestido. —Jace —susurró ella. Su corazón estaba latiendo fuertemente. Su cuerpo inclinado contra el de ella, presionando su espalda contra el piano. El sonido de risas y música de la otra habitación cada vez menos claras; podía oír la rápida respiración de Jace, recordó el chico que había sido, en el césped con ella enfrente de la mansión Wayland en Idris, cuando se habían besado y besado y ella se había dado cuenta que el amor podía cortarte como el filo de una espada. Podía sentir su pulso. Su mano se deslizó, acariciando el tirante de su vestido. Sus ojos brillando en la oscuridad.

—“Verde para reparar nuestros corazones rotos” —citó él. Era parte de una rima nefilim, una que Clary conocía bien. Sus pestañas acariciaron su mejilla; su voz era cálida en su oído—. Tú reparaste mi corazón —susurró él—. Recogiste los pedazos de un chico roto y enfadado, y lo convertiste en un hombre feliz, Clary. —No —dijo ella en voz temblorosa—. Tú hiciste eso. Yo sólo… te animé desde las gradas. —No estaría aquí sin ti —dijo él, tan suave como música contra sus labios—. No sólo tú, Alec, Isabelle, e incluso Simon, pero tú eres mi corazón. —Y tú eres el mío —dijo ella—. Lo sabes. Él la miró. Sus ojos eran dorados, firmes y hermosos. Lo amaba tanto que su pecho dolía cuando respiraba. —¿Entonces lo harías? —¿Hacer qué? —Cásate conmigo —dijo él—. Cásate conmigo, Clary. El suelo pareció moverse debajo de ella. Vaciló, sólo por un segundo, pero se sintió como una eternidad; podía jurar que un puño estaba apretando su corazón. Vio cuando la confusión comenzó cruzar el rostro de él, y entonces hubo una explosión y la puerta de la habitación se abrió en una lluvia de astillas. Magnus entró, luciendo agitado, su cabello negro levantado y su ropa arrugada. Jace se alejó de Clary, pero sólo ligeramente. Sus ojos estaban estrechados.

—Diría: “¿No sabes tocar?” Pero parece evidente que no —dijo él—. Sin embargo estamos ocupados. Magnus agitó una mano desdeñosamente. —He interrumpido a tus ancestros haciendo algo peor —dijo él—. Además, es una emergencia. —Magnus —dijo Clary—, más vale que no sea sobre las flores. O el pastel. Magnus se burló. —Dije una emergencia. Esta es una fiesta de compromiso, no la batalla de Normandía. —¿La batalla de qué? —dijo Jace, que no estaba involucrado en la historia mundana. —La alarma conectada al mapa se encendió —dijo Magnus—. La que señala la magia nigromántica. Hubo una ráfaga de ella en Los Ángeles justo ahora. —Pero iba a dar un brindis —dijo Jace—. ¿No puede esperar el apocalipsis? Magnus le dio una mirada oscura. —El mapa no es preciso. Pero la ráfaga fue cerca del Instituto. Clary se enderezó, alarmada. —Emma —dijo ella—. Y Julian. Y los niños… —Recuerda, la última vez que sucedió no fue nada —dijo Magnus—. Pero hay un par de cosas que me preocupan —dudó—. Hay una gran convergencia de Líneas Leyes no muy lejos de ellos.

Lo revisé, y lucía como si algo hubiera pasado ahí. El área estaba estropeada. —¿Haz intentado contactar a Malcolm Fade? —Jace preguntó. Magnus asintió con gravedad. —No responde. Clary se deslizó del piano. —¿Le has dicho a alguien? —le preguntó a Magnus—. A parte de nosotros, quiero decir. —No quise arruinar la fiesta con una falsa alarma —dijo Magnus—. Así que sólo le dije… Una larga sombra apareció en la puerta. Robert Lightwood, con un saco sobre su hombro; Clary podía ver sobresaliendo las empuñaduras de varios cuchillos serafín. Se detuvo ante la vista de Clary y Jace despeinados y sus rostros ruborizados. —… a él —concluyó Magnus. —Discúlpenme —dijo Robert. Jace lucía incómodo. Robert lucía incómodo. Magnus lucía impaciente. Clary sabía que no estaba muy encariñado con Robert, aunque su relación había mejorado desde que Alec y Magnus habían adoptado a Max. Robert era un buen abuelo en la forma en que nunca había sido un buen padre: dispuesto a sentarse en el suelo para jugar con Max y ahora con Rafe también. —¿Podríamos dejar de actuar raro sobre la vida sexual de Jace y Clary y ponernos en marcha? —preguntó Magnus.

—Eso te toca a ti —dijo Clary—. No puedo hacer el portal… no vi el mapa. Tú eres el que sabe a dónde vamos. —Odio cuando tienes la razón, bizcocho —dijo Magnus en un tono resignado, y chasqueó los dedos. Luces azules iluminaron la habitación como luciérnagas, un extraño efecto hermoso que se convirtió en un amplio rectángulo, un reluciente portal a través del cual Clary podía ver el contorno del Instituto de Los Ángeles, el largo tramo de lejanas montañas, el oleaje del océano. Podía oler agua salada y salvia. Jace se movió a un lado de ella, tomando su mano. Sintió la ligera presión de sus dedos. Cásate conmigo, Clary. Cuando regresaran, tendría que darle su respuesta. Sintió aprensión. Pero por ahora, primero tenían que ser cazadores de sombras. Con la espalda recta y la cabeza en alto, Clary atravesó el portal.

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