Fradkin R - Bandolerismo Y Politizacion Rural De Buenos Aires (1815 - 1830)

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Bandolerismo y politización de la población rural de Buenos Aires tras la crisis de la independencia(1815-1830)

Raúl O. FRADKIN

Resumen El propósito de este trabajo es indagar las ambiguas y complejas relaciones entre dos fenómenos que se desarrollaron en forma simultánea en la campaña bonaerense durante las décadas de 1810 y 1820: la creciente movilización y politización de la población rural y el aumento del bandolerismo rural. Ambos fenómenos tuvieron ritmos y modalidades diferentes pero su misma simultaneidad invita a profundizar en sus posibles vínculos y exige sortear la tentación de reproducir en su reconstrucción histórica la perspectiva desde la cual los observaron las elites contemporáneas. Sin duda, indagar el proceso de politización de los sectores rurales y en especial de sus grupos subalternos, no carece de dificultades y obliga a ampliar el campo de análisis para dar cuenta de las formas y contenidos específicos que esa politización pudo haber adquirido entre una población rural cuyo protagonismo se anunció como ineludible en la crisis de 1820 y adquirió decisiva influencia en la de 1828/29. Para ello es preciso leer la documentación buscando registrar las múltiples formas que esa politización pudiera adoptar aunque no lo hiciera apelando a términos y discursos específicamente políticos ni en acciones de estricto y

claro sentido político. En esta ocasión intentaremos acercarnos a través de las gavillas de salteadores que asolaron con creciente virulencia a la campaña de Buenos Aires y sus pueblos tras la crisis de la independencia rastreando los modos en que sus acciones se engarzaron con una conflictividad política que también se hacía cada vez más violenta.

Indice Un panorama general del bandolerismo en Buenos Aires. Un perfil de las gavillas de salteadores. “Ladrones famosos” Bandolerismo y conflictividad social Bandolerismo y politización: la dinámica de una relación Conclusión

Texto integral En 1821 Bartolomé Hidalgo daba a conocer uno de sus famosos diálogos que constituyeron un capítulo decisivo en la emergencia del género gauchesco1. Las jugosas conversaciones era protagonizadas por Ramón Contreras, presentado como un gaucho de la Guardia del Monte y Jacinto Chano, un capataz de una estancia en las Islas del Tordillo2. En uno de ellos, Contreras comenta: “Pues yo siempre oí decir/ Que ante la ley era yo/ Igual a todos los hombres.” Y Chano le contesta: “Mismamente, así pasó,/ Y en papeletas de molde/ Por todo se publicó;/ Pero hay sus dificultades/ En cuanto a la ejecución./ Roba un gaucho unas espuelas,/ O quitó algún mancarrón,/ O del peso de unos medios/ A algún paisano alivió;/ Lo prenden, me lo enchalecan,/ Y en cuanto se descuidó/ Le limpiaron la caracha,/ Y de malo y salteador/ Me lo tratan, y a un presidio/ Lo mandan con calzador“3. Los versos de Hidalgo hacen referencia al intenso proceso de politización que se estaba produciendo entre la población de la campaña bonaerense, ilustran algunos de los mecanismos de difusión de nuevas ideas y nociones y ofrecen una imagen bastante clara de la centralidad de la justicia en esa experiencia. Pero también aluden a una figura omnipresente en los discursos de las autoridades políticas, judiciales y policiales de la época: la de “malo” y “salteador”. Aludía tanto a los llamados “ladrones famosos” como a simples paisanos “desgraciados” frente a un sistema judicial y policial cada vez más firme y agresivo. Se trataba de la nueva inflexión de una figura penal de antigua tradición y profundo arraigo, la de “vago y mal entretenido” que no había dejado de adoptar connotaciones cambiantes y que, por entonces, tendía a

incluir un universo cada vez más amplio de sujetos. Con el proceso revolucionario, dentro de ese aglomerado de calificaciones y epítetos transmutados en figuras penales que se tejieron en torno a la vagancia se fue imponiendo una forma extrema y por momentos obsesiva: la de “malo” (y sus sinónimos más frecuentes: “malévolo”, “malhechor”, “forajido” o preferentemente “facineroso”) y la de “salteador”. En este sentido, los versos de Hidalgo se nos presentan como una suerte de poetización del lenguaje rutinario de los expedientes judiciales. Los “malos” y “salteadores” eran los nombres habituales de la época para referirse al fenómeno del bandolerismo y sobre todo del bandolerismo rural. En este trabajo se intenta una primera aproximación a su análisis durante las décadas de 1810 y 1820 buscando comenzar a llenar un vacío sugestivo en la historiografía argentina. Ante todo porque la rica historia del género gauchesco no sólo transformó a algunos bandidos reales (y a otros imaginarios) de figuras criminales en símbolos populares sino que suministró materiales para diseñar desde arquetipos de la nación hasta objetos de culto y devoción popular4. Por ello, no deja de llamar la atención que en la Argentina fueron muy escasos los estudios históricos del bandolerismo. Y, aunque a fines de los años 60 se conoció uno de los primeros intentos latinoamericanos por indagar un ejemplo de “bandolerismo social”5, no es demasiado lo que ha avanzado la investigación empíricamente fundada desde entonces6, a diferencia de lo sucedido para otras áreas de Latinoamérica. En cambio, en los últimos años se ha registrado un renovado interés por la historia política durante la transición del orden colonial al republicano. Todo un haz de problemas ha sido puesto en análisis: las nuevas formas de sociabilidad, los debates y conflictos en torno a la soberanía y la representación, las prácticas electorales, la construcción de la ciudadanía, la configuración de una esfera pública o la conformación de las identidades colectivas y, en especial, de las nacionales7. Una rápida mirada de esta producción permite advertir que la atención estuvo concentrada en los grupos elitistas y que recién comienza a indagarse en profundidad a los grupos subalternos8. Esta situación, por cierto, es mucho más acentuada en la historiografía argentina que en la americanista dada la existencia de una rica tradición de estudios acerca de las intervenciones indígenas, esclavas y campesinas. Sin embargo, las intervenciones populares en los procesos de independencia ha sido menos indagada que las producidas en otras fases históricas9. La cuestión aparece como de importancia crucial para el área rioplatense y para Buenos Aires en particular, donde la crisis revolucionaria trajo aparejada una intensa movilización política que no tardó en abarcar a una población rural en rápido crecimiento y que, al mismo tiempo, afrontaba los desafíos que suponían la construcción de un orden institucional en la campaña, la valorización de los bienes agrarios y una disputa creciente por la afirmación de los derechos de propiedad10. Estos cambios modificaron sustancialmente las relaciones entre la ciudad y la campaña que pasó a ser

incluida en el diseño institucional del nuevo estado provincial. En otros términos, la revolución provocó una intensa politización en un mundo rural que no tenía mayores experiencias al respecto, ni siquiera en las formas de acción política del antiguo régimen; no está demás recordar que sólo uno de los pueblos de campaña - la Villa de Luján, situada a unos 70 km al oeste de la ciudad- adquirió el estatuto legal y jurídico que lo hiciera sede de un cabildo. El propósito de indagar el proceso de politización de los sectores rurales y en especial de sus grupos subalternos, no carece de dificultades. Obliga a ampliar el campo de análisis más allá del mundo de las elites urbanas para dar cuenta de las formas y contenidos específicos que esa politización pudo haber adquirido entre una población rural cuyo protagonismo se anunció como ineludible en la crisis de 1820 y adquirió decisiva influencia en la de 1828/29. Tal propósito invita a leer la documentación buscando registrar las múltiples formas que esa politización pudiera adoptar aunque no lo hiciera apelando a términos y discursos específicamente políticos ni en acciones de estricto y claro sentido político. Se trata de indagar los modos en que los paisanos interpretaron los nuevos desafíos e identificar las disímiles maneras en que la politización de sus vidas los hacía comprender antiguos y nuevos conflictos. Desde que Eric Hobsbawm acuñara la categoría de “bandolerismo social” en 195911, la discusión no ha dejado de plantearse y esquemáticamente pueden registrarse tres fases. Primero, hubo una aceptación entusiasta y se multiplicaron los estudios sobre bandidos más o menos célebres; este entusiasmo derivó en la difusión de un argumento que se apartaba y hasta negaba el enfoque de Hobsbawm: la tendencia a considerar toda forma de criminalidad (y en especial si era practicada por sujetos subalternos) como una expresión de resistencia y protesta social. En una segunda fase, predominó el escepticismo y los estudios generalmente concluían en la imposibilidad de registrar históricamente evidencias firmes de “bandolerismo social”. Por último y más recientemente, la cuestión sigue abierta: de un lado, se ubican aquellos que consideran al bandolerismo como expresión de la lucha política de las facciones elitistas negándole la posibilidad de expresar alguna forma de conciencia subalterna; de otro, quiénes postulan la necesidad de inscribir al bandolerismo como una opción dentro del repertorio de acciones que disponía el campesinado sin asignarle un lugar prefijado en una escala evolutiva12. En cualquier caso el debate expone las dificultades de adecuación del enfoque Hobsbawm a las realidades latinoamericanas. Ello no es causal pues su esquema interpretativo partió de una imagen de “campesinado tradicional” que difícilmente pueda ser asimilable a las realidades latinoamericanas. Construido inicialmente a partir de evidencias italianas y españolas el propio Hobsbawm admitió que debió ampliar su enfoque del bandolerismo y la rebeldía primitiva al tomar contacto con Latinoamericana en la década de 196013. Para decirlo con sus propias palabras, Latinoamérica se le presentó como “un laboratorio del cambio histórico, casi siempre muy

distinto de lo que habría cabido esperar, un continente creado para socavar las verdades convencionales”14. A fuerza de simplificar extremadamente la discusión puede decirse que se ha pecado de tentación taxonómica. Como es sabido, Hobsbawm consideró al bandolerismo social como la forma de expresión más primaria de aquellos movimientos sociales a que los calificó de “arcaicos” y “prepolíticos”15, categorías discutibles y discutidas, pero que tuvieron en su momento una virtud: interpelaban a los historiadores para que indagaran formas distintas de la acción política. Y, al mismo tiempo, Hobsbawm logró inquietarnos acerca de las razones profundas, opacas (y quizás negadas) por las cuales los bandidos han sido tomados recurrentemente como símbolos y en torno a los cuales se ha forjado una tradición cultural. En esta ocasión nos centraremos sólo en la primera línea de reflexión. En otros términos, nuestro enfoque buscará registrar en el ambiente de la vida social las incidencias de la nueva experiencia política. El camino elegido es, por lo menos, incierto: nuestro interés es indagar la política fuera de la esfera propiamente política y para ello nos aproximaremos a una de las facetas más opaca a la observación de este fenómeno, quizás la más opaca y ambigua. Se trata de indagar las relaciones entre el proceso de politización y la simultánea proliferación del bandolerismo. Para ello la atención se concentra en su más agresiva forma de expresión: las gavillas de salteadores. Se trata de grupos de hombres armados que realizaban asaltos en caminos, pueblos y establecimientos rurales y cuyos objetivos trascendían el simple cuatrerismo pues abarcaban el saqueo de todo tipo de bienes. Se trata, así, de una de las formas de delito más graves: el robo en banda. Esta forma delictiva presentaba, por sus propias modalidades, implicancias que trascendían el simple robo y suponían de algún modo una quiebra de la disciplina social y una amenaza (al menos potencial) para las autoridades. Desde esta perspectiva, aunque las gavillas de salteadores no tuvieran objetivos políticos sus acciones podían tener implicancias políticas y sus protagonistas debían de algún modo estar influidos por la politización general del ambiente social. A partir de esta delimitación trabajaremos principalmente con un conjunto de fuentes judiciales y policiales16 completadas con partes e informes remitidos desde la campaña hacia la ciudad y la prensa periódica de la época.

Un panorama general del bandolerismo en Buenos Aires. El primer paso será trazar un cuadro bandolerismo en Buenos Aires, tratando de panorama todavía difuso y borroso. Para registrar las percepciones que tuvieron las

general del desarrollo del otorgar alguna claridad a un ello recurriremos primero a elites y las autoridades del

fenómeno y luego nos internaremos en el análisis de los expedientes judiciales. Desde la década de 1770 se puede observar en la documentación crecientes referencias al accionar de bandas de salteadores. En su mayor parte provienen de la Banda Oriental y en menor medida de otras zonas del área rioplatense y en general se referían a corambreros o changadores dedicadas al tráfico ilegal de cueros. Hacia la década de 1790 pareciera que la situación empieza a cambiar y las referencias se acrecientan en Entre Ríos, Santa Fe, Córdoba y, en menor medida, en Buenos Aires. Así, en 1793, una Junta de Hacendados de Buenos Aires y Santa Fe reclamaba por la cantidad de “vagos y malhechores, salteadores y ladrones de ganado de la campaña” pero también por algunas gavillas que andaban “salteando y saqueando casas” en el norte de la campaña bonaerense (en Areco, Fontezuelas, Arrecifes, Tala y Arroyos)17. Poco después también eran abundantes las quejas que llegaban desde Entre Ríos18 donde entre 1798 y 1799 varias bandas de salteadores asolaron pueblos, pulperías y estancias robando ganados pero también mujeres en las costas entrerrianas del Paraná y del Uruguay19; al parecer, la más numerosa estaba integrada por varios desertores del cuerpo de Blandengues20. A su vez, entre 1800 y 1801, otra importante gavilla asaltó algunos poblados entrerrianos y extendió sus acciones también sobre el pueblo de Las Víboras en la Banda Oriental21, un área donde el accionar de los salteadores parece no haber dejado de crecer desde entonces. Aunque no estamos en condiciones todavía de trazar un cuadro preciso del bandolerismo a fines período colonial en el conjunto del área rioplatense las evidencias disponibles sugieren que las gavillas de salteadores eran frecuentes, que muchas veces se reclutaban entre desertores y perseguidos de la justicia y que su patrón de actividades incluía desde el contrabando de cueros y ganados al Brasil hasta el saqueo de pulperías y poblados y que no era infrecuente el “robo” de mujeres. A su vez, estas evidencias sugieren que las gavillas sólo ocasionalmente actuaron en territorio bonaerense. En todo caso, algo es bastante claro: hasta fines de la colonia los salteadores no eran vistos como una seria amenaza para un orden social cuyo centro estaba en la ciudad y que atendía poco (y mal) lo que sucedía en las campañas. Aquí la situación comenzó a cambiar a partir de 1810. Un puntilloso observador de la época no dejó de anotar que a principios de octubre de 1811 abundaban en la ciudad las partidas de veintenas de hombres armados que efectuaban asaltos “valiéndose del nombre de la justicia”22. Así, hacia 1812 el gobierno revolucionario tomaba medidas extremas para afrontar "la escandalosa multitud de robos y asesinatos que á todas horas y diariamente se cometen en esta ciudad y extramuros, por partidas grandes de ladrones"23 y organizó una fuerza militar para detener a quienes tuvieran “fama de salteador” y que según su comandante “abundan en estas campañas“24. En sus memorias, Pedro J. Agrelo, integrante de la comisión especial de justicia que se organizó ese año describió con claridad las dos

preocupaciones centrales que ella tenía. Por un lado, la persecución de los individuos y grupos contrarios al gobierno revolucionario y sobre los cuales recayó una durísima represión en julio con decenas de condenados a muerte y centenares de deportados. Por otro, “los robos y violencias a que quería declinar insensiblemente la multitud en las clases inferiores”. En opinión de Agrelo mientras que “en tiempos tranquilos […] siempre son menos los delitos y de menos trascendencia, que en los principios de una revolución en que rotos de repente todos los vínculos de la sociedad y alterado el orden de las ocupaciones ordinarias de los ciudadanos, los pueblos se desmoralizan y cada uno se considera autorizado para tomarse mayores licencias, con el nombre de libertad […] Tal era, pues, el estado al que iba deslizándose la plebe aprovechando la contracción de todas las autoridades a los objetos preferentes de la revolución”25. La situación debe haber empeorado hacia 1817 cuando el Director Supremo decidió la "suspensión al giro ordinario de las fórmulas judiciales" organizando una "comisión militar para conocer sumariamente en las causas"26. El reclamo de “vindicta pública” se propagó inmediatamente a la justicia y los fiscales exigían “castigar y escarmentar esta clase de delincuentes de que tanto abunda el Pays”27. Era otra manifestación del giro crecientemente conservador y autoritario de una elite revolucionaria cada vez más basada en su poder militar y en un reclutamiento compulsivo efectuado en el mundo rural28. Como es sabido, la guerra de independencia dio curso a una guerra civil que adoptó la forma de una “guerra de recursos” con el saqueo de la población como práctica generalizada29. En Buenos Aires, la situación se tornó crítica desde octubre de 1819 cuando las tropas de Estanislao López, gobernador de Santa Fe, unidas a las del exiliado chileno José M. Carrera atacaron y saquearon el pueblo de Pergamino. Esta situación se generalizó tras la batalla de Cepeda en febrero de 182030. Era una crisis sin precedentes para el grupo revolucionario que se había hecho del poder diez años antes: no sólo significó el desmonoramiento del poder central que había intentado sustituir al poder virreinal sino también una situación de casi permanente beligerancia (tanto entre Buenos Aires y Santa Fe como entre esta provincia y su antigua aliada Entre Ríos) con reiteradas incursiones militares a lo largo de todo ese año31. Pero, además, abrió una fenomenal crisis política en Buenos Aires que no se apaciguó sino después del mes de octubre y que acrecentó el temor de la elite a una sublevación de la plebe urbana32. En estas condiciones el accionar de las gavillas de salteadores parece haberse multiplicado en la ciudad33. En la campaña los pueblos fueron asolados por las incursiones de fuerzas militares y la inquietud se propagaba entre los vecinos que se armaban para contener a las partidas de ladrones que “se habían diseminado por todos los Partidos”34. Aunque la crisis política comenzó superarse en octubre de 1820, el accionar de las gavillas no se detuvo. Esta inercia sugiere que los efectos de la crisis en el plano social tendían a prolongarse por más tiempo que en el plano político e institucional. Así, en diciembre la Junta de

Representantes advertía acerca de "la multiplicación de crímenes, que desgraciadamente han escandalizado al público en estos últimos tiempos y siguen escandalizándolo"35. Mientras tanto, desde mediados de la década de 1810 se hacía evidente que la paz relativa que imperaba en la frontera con las sociedades indígenas pampeanas estaba llegando a su fin y que estas parcialidades indígenas se transformaban cada vez más en un actor de la política criolla36. La alarma llegó al paroxismo cuando el 3 de diciembre de 1820 José M. Carrera y más de 2000 indios saquearon el pueblo de Salto. La represalia gubernamental abrió un ciclo de extrema tensión interétnica en la frontera y en los años siguientes varios pueblos fueron atacados por contingentes indígenas37. En todo caso, la restauración del orden institucional no parece haber disciplinado al mundo rural. Por el contrario, a mediados de 1821 el periódico oficial se hacía eco del “clamor general” existente en la campaña38 y en agosto describía una "general insubordinación y desprecio de la autoridad de la justicia”, se quejaba porque se había extinguido “la obediencia habitual" y para fundamentarlo relataba un entredicho con un demandado quién habría contestado la intimación del oficial de justicia de modo insolente: “vaya la cámara enhoramala, que su autoridad ha caducado, porque estamos en anarquía; y lo repulsó con armas"39. A su vez se reclamaba que “la campaña sea purgada de centenares de malhechores que la infestan”40 y algunos periódicos no dejaban de advertir que "el número de ladrones en la campaña se aumenta cada vez más; porque el número de pobres sin recursos también se aumenta, como el de los haraganes y jugadores”41. Los reclamos también provenían de las autoridades locales: en febrero de 1825 el Juez de Paz de Morón denunciaba como “abundantísimo el número de los malvados que perturban la tranquilidad"42 y quejas semejantes llegaban de casi todos los pueblos. En la elite urbana imperaba una visión pesimista del mundo rural. Un lugar preferente en este diagnóstico lo tenían las gavillas de salteadores en la medida, consideradas como la manifestación más agresiva de una criminalidad tan extendida como tolerada. Desde su perspectiva era imperioso realizar una reforma profunda del mundo social y sus costumbres a las que se atribuían las causas de la amenaza criminal. La elite porteña propugnó la construcción de un orden institucional más sólido en la campaña en el cual los Juzgados de Paz y las Comisarías de Campaña debían tener un lugar privilegiado43. Se buscaba disciplinar una población a la que se calificaba de díscola e insolente para obtener la afirmación de los derechos de propiedad. Las consecuencias fueron inmediatas. Por un lado, se operó un creciente distanciamiento entre las concepciones y valores que la elite gubernamental impulsaba y la mayor parte de la sociedad rural en la media que antiguas y arraigadas prácticas consuetudinarias iban cayendo bajo el influjo de la criminalización44. Por otro, se exacerbó la

persecución de la vagancia se amplió a una variedad mayor de sujetos y prácticas y terminó por ser aplicada no sólo a individuos sueltos sino también a familias45. Esta situación adquirió ribetes más dramáticos durante la presidencia de Rivadavia46 mientras se realizaba la guerra con Brasil y cuyo resultado inmediato fue un aumento sin precedentes de la presión enroladora del estado sobre la población rural bonaerense. Rápidamente se generalizó la deserción, aumentó el bandidaje y las quejas crecieron vertiginosamente. En octubre de 1826 el Gobierno le recomendaba al máximo Tribunal de Justicia que “las causas criminales de robos sean terminadas con la prontitud que demanda la tranquilidad y seguridad pública” dado que “los desórdenes y robos se aumentan continuamente extendiéndose así la desmoralización más funesta y poniendo en sobresalto las personas y las fortunas y en peligro la tranquilidad pública”47. Todo ello en un marco de creciente disputa política donde tomó forma el enfrentamiento entre unitarios y federales. Con la llegada al gobierno provincial de los federales liderados por Manuel Dorrego el accionar de las gavillas parece haber decrecido aunque no desapareció. Por entonces, un fiscal reclamaba un “castigo ejemplar que afirme la tranquilidad de los hacendados” y sostenía que “Si en algunos delitos es casi necesario no ser escrupulosos en las formas judiciales es en los que se conoce en los asaltos de las casas de campo pues solamente un castigo cierto y pronto puede contener a los malvados de cometerlos"48. En estas condiciones, el 1º de diciembre de 1828 se produjo el golpe de estado comandado por Juan Lavalle, jefe del ejército de la Banda Oriental, y propiciado por los unitarios que depuso y fusiló al gobernador Dorrego. El resultado inmediato fue el estallido de la guerra civil en territorio bonaerense sostenida por un fenomenal alzamiento de la población rural contra los insurrectos y que sólo meses después terminará por quedar bajo el liderazgo de Juan Manuel de Rosas. Entre diciembre de 1828 y abril de 1829 en el alzamiento tuvieron intervención una amplia variedad de actores: la mayor parte de las milicias rurales de las que Rosas era el Comandante General, los peones de sus estancias, algunos contingentes del ejército regular que desobedecieron a sus mandos y en general los soldados que desertaban y se pasaban a las fuerzas federales, las llamadas “tribus amigas” con las que Rosas había establecido una estrecha alianza, milicianos santafesinos suministrados por López y una serie de bandas armadas algunas de las cuales estaban lideradas por varios “ladrones famosos”. Estas bandas tuvieron un protagonismo decisivo adoptando una estrategia que combinaba el hostigamiento a las fuerzas unitarias, el saqueo de estancias, la ocupación y asalto de los poblados rurales y hasta llegaron a cercar la ciudad e incursionar en sus arrabales. Mientras la campaña se alzaba detrás de las banderas federales las quejas por el accionar de los salteadores se multiplicaron como nunca antes. Los voceros del gobierno y su prensa adicta no dudaron en calificarlas como partidas de

“anarquistas” y postularon que su acción estaba dirigida y orientada por Rosas49. Es dudoso que sea la única explicación. Lo cierto es que después de terminada la contienda los asaltos continuaron. Más aún, las gavillas continuaron después de la llegada de Rosas al poder en diciembre de 1829. Así se puede registrar en las tramitaciones judiciales que devuelven una imagen mucho más dificultosa de la restauración del orden de lo que pretendía la propaganda gubernamental y ha aceptado la historiografía. El 4 de marzo de 1830 un fiscal propuso el careo entre un comisario y los acusados de un robo en gavilla para indagar los violentos procedimientos de aquel; sin embargo, el juez desestimó inmediatamente el pedido argumentando: “no estando obligado el comisionado a justificar la justicia estricta de sus procedimientos en cuanto a la prisión de los individuos contenidos en el sumario pues debe haber nacido de algún aviso, que en las presentes circunstancias de desorden de la plebe no debe despreciarse, no ha lugar a lo pedido por el agente”50. Para marzo de 1831, un fiscal seguía quejándose “del número de esos malévolos que infestan nuestro territorio de modo que no hay seguridad ni en los caminos ni dentro de las murallas domésticas”51 y en mayo la pena de azotes a unos reos que la Cámara de Justicia dispuso que se efectuara en el pueblo de San Vicente no pudo cumplirse dada “La total escasez de salvaguardias en que se halla en el día la campaña pues en las postas ni puede proporcionarse a los chasques” según dijo el Jefe de Policía52. Como puede registrarse las impresiones de los miembros de la elite tienden a ser redundantes. Casi siempre la situación era presentada como peligrosa y los salteadores como una auténtica plaga que infestaba el cuerpo social. Por cierto que estas expresiones nos dicen más de sus temores y preocupaciones (y de su modo de percibir el mundo rural y popular y la criminalidad) que de la magnitud efectiva de las gavillas. La mirada hasta aquí efectuada es, por tanto, demasiado impresionista. Cabe preguntarse si no es posible medir de algún modo la verdadera magnitud del accionar de las gavillas. Para ello una posibilidad es sistematizar la información que suministran las causas judiciales abiertas contra estas gavillas de salteadores. Los resultados pueden verse en la tabla que además de informar acerca del número de causas por año indica su distribución regional considerando el lugar donde se produjeron los hechos juzgados. Para estas dos décadas hemos podido hallar 98 expedientes judiciales abiertos contra individuos acusados de integrar gavillas de salteadores. Una primera aclaración: no hemos considerado otros 92 expedientes abiertos por cuatrerismo dado que se trata de un tipo de causa que ofrece una extrema variedad de formas de acción y que en la mayoría de los casos no pueden adjudicarse a la actuación de una banda armada; obviamente, en varios casos las gavillas también practicaron robos de ganado: por lo tanto, en aquellos casos en los cuales explícitamente se

hiciera referencia a que los robos hubieran sido realizados por una gavilla los hemos considerado entre los salteadores. Segunda aclaración: nuestro listado está muy lejos de reflejar el conjunto de gavillas que efectivamente operaban en la campaña bonaerense y sólo indica la cantidad de causas judiciales que encontramos. Sin duda ello plantea un problema crucial: ¿qué proporción de las gavillas de salteadores fueron efectivamente juzgadas? Resulta imposible ofrecer una respuesta indudable a este interrogante y para estimarlo hemos efectuado una observación complementaria: tomando en consideración que durante 1826 se iniciaron 12 causas judiciales contra gavillas (el mayor número de todo el período) hemos procedido a registrar todas las referencias que aparecieron acerca de ataques producidos por gavillas en los partes de novedades y las comunicaciones que los comisarios y autoridades civiles y militares de la campaña elevaban al gobierno. Así, y evitando superposiciones, hemos podido estimar que ese año a las 12 causas deberían agregarse al menos otras 37 gavillas; de modo que los juicios sólo estarían dando cuenta de un cuarto de las gavillas realmente existentes. Una tercera aclaración es necesaria. Un escrutinio de los expedientes permite registrar hábitos perdurables de la acción policial: una vez enterado el comisario de un asalto se iniciaba una rápida acumulación de detenciones de individuos más allá de que existiera alguna prueba efectiva de su participación en el hecho; en la mayor parte de los casos las detenciones parecieran haberse basado en rivalidades previas con las víctimas y sobre todo, en la “fama” que los sospechosos tuvieran entre el vecindario. No extraña, entonces, que las detenciones incluyan a veces familias completas y a los que permanente o circunstancialmente se hallaran en casa de los sospechosos. A partir de la detención, el sumario policial consistía más en que el acusado tratara de probar su inocencia y, sobre todo, que esa fama era falsa que en la demostración probatoria de su culpabilidad53. Así, como dijo un testigo de Benito Peralta "lo ha conocido desde criatura y le consta que es un facineroso, ladrón y cuanto malo puede decirse".54 En consecuencia, los perfiles de los acusados expresan mejor quienes eran para las autoridades los “peligrosos” que aquellos que efectivamente integraban las gavillas. Por último, la evolución de la serie debe estar expresando de algún modo la eficacia del sistema judicial reformado en 1821: como puede verse en la tabla, sólo 21 de las 98 causas corresponden a la década de 1810. Sin embargo, también debe considerarse que en años críticos mientras la información contextual sostiene la impresión de un aumento considerable del número de gavillas, el número de expedientes es extremadamente bajo: así en 1820 sólo se abrieron seis causas y en 1829 nada más que tres55.

Tabla: Distribución anual y regional de los juicios a gavillas de salteadores

Año

1811

Ciudad

Cercana

1

1812

Oeste

Sur

Sin datos

2

2

1816

1

1818

1

1820

2

4

1822

1

1

2

2

1

1

1

Total

3

1

1817

1821

Norte

2

3

1

5

1

4

2

3

1

6

1

8

5

1823

1

2

1

1

1824

1

2

2

2

7

1825

1

3

2

1

8

1826

3

4

3

1

1827

3

2

1

1828

1

1

1

1829

1

2

1

2

7

1

12

1

7

3

3

1830

4

1831

1

1

1832

3

2

Total

19

30

2

1

7

2

9

1

1

1

8

25

8

7

98

Fuentes: Expedientes conservados en el fondo Tribunal Criminal del AGN y en los fondos de Juzgado del Crimen y Real Audiencia y Cámara de Apelaciones en el AHPBA.

Con todos estos recaudos los datos de la Tabla pueden ser de alguna utilidad. Ellos sugieren que las gavillas de salteadores pasaron de ser un fenómeno esporádico pero recurrente durante la década de 1810 a uno permanente en la siguiente. El cambio debió producirse en torno a 1820 y las gavillas sólo se habrían reducido tras el esfuerzo institucional desplegado para reconstruir el orden y constituir el nuevo estado provincial. A mediados de esa década el aumento de las causas debe estar indicando no sólo una mayor capacidad estatal de represión sino también la creciente resistencia social que se diseminaba. En consecuencia, las gavillas no habían sido erradicadas cuando estalló la crisis de 1828-29 durante la cual su accionar pareciera haberse subsumido en la vasta sublevación social que sacudió a la provincia durante ese ardiente verano y que terminó por catapultar a Rosas al gobierno de la provincia56. Una vez restaurado el orden las gavillas siguieron operando aunque sin la intensidad que el fenómeno habría tenido a mediados de los años 20. Si tenemos en cuenta la distribución regional de las causas la tabla nos muestra que las gavillas de salteadores no eran un fenómeno de las fronteras con los indios57. Por el contrario, la mitad de las gavillas desarrollaron sus actividades principalmente en la ciudad y su área rural inmediata a la que hemos denominado como campaña cercana58. En un destacado segundo rango se encuentran los partidos que se extendían hacia el oeste que junto a las cercanías eran el área agrícola por excelencia y de producción mixta59. En consecuencia, las zonas que eligieron las gavillas para actuar eran las más pobladas de la provincia, las que contaban con mayor cantidad de poblados y también las mejor controladas por las estructuras de poder institucional. Las zonas más alejadas de la ciudad (el norte60 y el sur61), ocupan claramente un tercer rango. No deja de ser llamativa a primera vista esta distribución pues estas últimas zonas reunían algunas de las características básicas que se han postulado

generalmente para explicar la proliferación del bandolerismo. El norte era un área básicamente ganadera, atravesada por los caminos que comunicaban a Buenos Aires con las provincias interiores, con una frontera indígena poco y mal guarnecida y que además lindaba con Santa Fe; los partidos del norte fueron el espacio de tránsito y acantonamiento de las fuerzas militares porteñas y también de las que invadían la provincia. El sur era también un área ganadera y el epicentro de su expansión desde mediados de la década de 1810; allí estaban las zonas de fricción por excelencia con las sociedades indígenas y también las tribus amigas. La capacidad efectiva de control de la estructura judicial y policial de poder era en ambas zonas muy reducida aunque el sur tenía una estructura militar y miliciana más sólida. Pero ¿dónde estaban los “santuarios” de los salteadores? Las informaciones policiales algo nos dicen al respecto. En ellas se identifica, ante todo, a los montes o “islas” del Tordillo, en la frontera sur. Allí en mayo de 1828 un comisario denunciaba la “existencia de un número considerable de criminales, desertores, y otros hombres tan inútiles como perjudiciales”62; ubicados en la frontera, estos montes parecen haber sido el lugar de refugio de múltiples perseguidos desde el siglo XVIII y eran al mismo tiempo un punto privilegiado de los circuitos clandestinos de intercambio con los indios. Los partes policiales también mencionan las islas del Paraná, desde Baradero, en el extremo norte, hasta San Fernando, a las puertas dela ciudad: sus montes ofrecían leña y frutos a los “montaraces” y solían ser refugio habitual de los perseguidos y una ruta privilegiada del intercambio clandestino con la Banda Oriental desde el siglo XVII. Así, en 1825, una petición vecinal de San Fernando sostenía que los montes eran “una casa de forajidos que necesita la más alta atención; en ellos viven los hombres sin jueces, cometiendo delitos a medida que se presentan los casos –teniendo mujeres (de las que se llaman robadas), engañando a cuantos pueden, y sin más religión que la de los pampas”63. A su vez, los bañados de los partidos inmediatos a la ciudad eran otros lugares donde los salteadores podían buscar refugio. Así en diciembre de 1827 un comisario inspeccionó el bañado de Quilmes tratando de identificar “los Sujetos que residen en aquella parte de la costa aprehendiendo a los Bagos y Perjudiciales que se encuentran”; tras la recorrida detuvo a un tal Eduardo Cuello “por sospechoso y no tener papeleta que acredite su ocupación y haberse encontrado adentro de los cangrejales en las Pajas durmiendo” y por versiones de los pescadores de que allí se refugiaba cuando se acercaba alguna partida64. Por último, las informaciones policiales indican también que los salteadores buscaban refugio y solían tener residencia en los arrabales de la ciudad, en los ranchos y los cuartos de alquiler en torno a sus plazas donde llegan los frutos al mercado urbano, cerca de los saladeros y en el abigarrado mundo que se había conformado en las quintas de sus afueras. Era este dificultoso control de la periferia urbana el que acicateaba los temores de la elite urbana65.

Un perfil de las gavillas de salteadores. Para tener una idea aproximada reseñemos las acciones desplegadas por una gavilla entre 1818 y 1824. La primer noticia que tenemos es que en 1818 asaltó en Areco las casas de un sargento y de un importante hacendado. En agosto de 1820 unos 20 individuos armados con sables, pistolas y tercerolas asaltaron una estancia en Pilar simulando ser una partida militar; el asalto fue extremadamente violento, la casa fue saqueada por completo llevándose los gavilleros toda la ropa y el dinero que encontraron, incendiaron el techo de un rancho y asesinaron a dos moradores. En el sumario se identificó a integrantes de varias gavillas que estaban siendo buscados (como los famosos “hermanos Melo” y en especial Atanasio Melo, alias “Tango”) y también a varios soldados; sin embargo, la mayoría de los acusados resultaron ser peones y labradores residentes en la zona sin antecedentes penales. En diciembre de 1820 algunos de sus miembros asaltaron en Areco la casa de una parda, asesinando a su marido. La gavilla continuó actuando por lo menos hasta 1824 robando ganados y realizando asaltos en varios partidos (San Antonio y Fortín de Areco, Exaltación de la Cruz, Pilar, Morón, San Isidro y Flores). El ejemplo, aunque excepcional por la duración de esta gavilla, permite advertir algunos rasgos característicos. En rigor no se trataba de una banda permanente sino de una constelación inestable y sin una jefatura fija; dentro de esa constelación algunos individuos actuaban reiteradamente junto a otros que se unían circunstancialmente; entre ellos no faltaban los milicianos (soldados y suboficiales), eran frecuentes los desertores del ejército pero en su mayoría eran peones y labradores radicados en la zona66. La gavilla típica era una formación transitoria que contaba con 4,6 integrantes de promedio. Sin embargo, podía haber otras mucho más numerosas (que llegaban hasta la treintena) y la evidencia sugiere que en estos casos debió tratarse de la reunión momentánea de varias gavillas menores. La mayoría de las gavillas tenían corta duración y se conformaban para producir uno o dos asaltos en el mismo partido o en sus alrededores, aunque hubo algunas que extendieron notablemente su radio de acción. Al ejemplo anterior podemos sumar otros: en julio de 1825 una gavilla que había realizado robos de ganado y asaltos desde Arrecifes (en el extremo norte de la provincia) hasta Luján (en el oeste); la mayor parte de los acusados eran paisanos calificados como vagos y varios “ladrones famosos” con antecedentes de salteadores67. En enero de 1831 fue desbaratada otra gavilla que había operado desde las afueras de la ciudad hasta los puntos más alejados de la frontera oeste68. Para saber quiénes eran los acusados de integrar gavillas de salteadores nos centraremos en las confesiones69. Ante el juez de la causa, el acusado

debía responder las reconvenciones y los cargos que surgían del sumario policial con sus anteriores declaraciones. Esta instancia, probablemente, es la que nos acerca más a la versión que cada uno daba de los hechos y de su vida. Una versión distorsionada seguramente. No era sino la versión que de sus palabras daba el escribiente y se suponía que el derecho de defensa estaba asegurado por un padrino designado al efecto. En el interrogatorio el acusado pareciera oscilar entre negar los cargos sin mayor explicación, afirmar lo que cree que el juez espera escuchar o descargar las culpas sobre otros, en especial sobre los prófugos que inevitablemente terminan siendo los peores de la gavilla70. Sólo seis de más de un centenar de acusados dijo que sabía firmar. Y, sin embargo, en las confesiones a veces aparecen argumentos sugestivos, retazos de sus declaraciones de los que emergen nociones que invitan a pensar que, de algún modo, disponían de una cierta cultura jurídica71 Estas confesiones nos informan sobre el estado civil de 118 hombres: 57 dijeron ser solteros, 47 casados y 4 viudos. Conviene no dejarse atrapar por esta simpleza que esconde una variedad de situaciones de la inestable realidad familiar rural. De esta forma, la proporción de “casados” es desmesurada para lo que sabemos sobre el matrimonio rural72 y debe estar incluyendo diferentes formas de cohabitación y amancebamiento aunque la inmensa mayoría prefirió describirse como “casados”. Pero, algunos no dudaron en reconocer su situación: María de la Cruz Figueroa, una mujer de 26 años, soltera, nacida en Córdoba y “ejercitada en coser costuras”, reconoció que vivía con José Quirós a quién calificó como “el hombre que la mantenía” diciendo que “solía traer ganado y con eso la mantenía y cuando andaba desocupado se ponía a jugar”. La respuesta parece haber molestado al juez que le recriminó “su público amancebamiento ofensivo de la moral y las costumbres”, pero María respondió con decisión “que su amancebamiento sería porque así le convenía”73. Más grave debe haber sido para el juez la situación de Laureana Rodríguez a quién “a más de hallarle prendas del robo en su poder consta que siendo mujer legitima de Tomás Molina está haciendo vida amaridable con el fingido oficial comandante José Ramírez”, como se postulaba el jefe de una gavilla74. Sin embargo, las acusadas fueron muy pocas y casi siempre por disponer en sus casas de algunos efectos robados. La cantidad de “casados” devuelve una imagen que aleja a estos acusados del estereotipo del perseguido por vagancia, mayoritariamente joven y soltero e incluso del común de los detenidos por los juzgados de paz en la década siguiente que en un 70% eran solteros mientras que en nuestra muestra no llegaban al 49%75. Las edades de los acusados deben ser tomadas con cuidado dado que en muchos casos los jueces sólo anotaron si el acusado era o no mayor de edad (25 años) y porque no fueron pocos los detenidos que dijeron ignorar cual era su edad y entonces les fue asignada por el juez a partir de su apariencia (y su estereotipo). Disponemos así de datos de edad para 115

hombres: la edad mínima registrada fue de 12 años y la máxima de 51 un espectro lo suficientemente amplio como para intentar cualquier generalización abusiva: el 51,3% contaba entre 20 y 29 años, el 26,9% entre 30 y 39 y un 9,5% era menor de 19 años. Predominan los jóvenes aunque no tanto como podría esperarse. Sabemos el lugar de nacimiento de 102 detenidos. Casi el 52% (53 individuos) nació en la provincia de Buenos Aires (y de ellos sólo 12 en la ciudad); es decir que la mayor parte de los gavilleros eran porteños nacidos en la campaña o en sus poblados sin que se ponga en evidencia el predominio de ninguno de los partidos. Un segundo grupo (37 acusados, el 36,2%) nacieron en las provincias del interior y aquí las cosas son diferentes: 18 de ellos eran cordobeses, seguidos –lejos- por 7 santiagueños. Por último, hay 12 “extranjeros” (casi el 12%) y se nota la presencia de 9 chilenos, todos presentes en gavillas que actuaron a finales de la década de 1820. Ni tan jóvenes, ni tan solteros ni tan extraños al medio social eran estos salteadores como sugiere el estereotipo elitista del bandido rural. Los jueces preguntaban a cada detenido cuál era su oficio y de qué se ejercitaba habitualmente para mantenerse. Esta distinción entre “oficio” y “ejercicio” de las preguntas no tuvo mayor incidencia en las respuestas dado que la inmensa mayoría de los detenidos no declararon un oficio (o directamente dijeron no tener ninguno) y luego pasaron a relatar de lo que se ocupaban; y, pocos –muy pocos, sólo 10- dijeron no tener ocupación alguna. De esta manera sabemos que “ejercicios” declararon 121 acusados: el 48,7% (59 individuos) dijeron ser peones (peón de estancia, peón de campo, jornalero, peón de chacra, peón de horno de ladrillos, etc); 43 declararon ser labradores, el 35,5%; por su parte 8 declararon ser acarreadores de ganado, 6 practicar algún tipo de negocio, 4 eran capataces, 2 estancieros y uno solo aceptó ser esclavo. Lamentablemente, fueron muy pocas las confesiones donde el imputado declaró su grupo étnico de pertenencia por lo que estos datos hacen pensar que las gavillas no tenían una composición multiétnica. Aunque las referencias acerca de la presencia de esclavos, libertos y mulatos entre los bandidos son mayores que la imagen que brindan las confesiones, tampoco llegan a sugerir que el bandolerismo pueda haber sido un destino habitual de los esclavos, a diferencia de lo que contemporáneamente sucedía por ejemplo en Perú76. No es un contraste menor considerando que no menos de un 10% de la población rural tenía esa condición77 y que en la ciudad la población de color rondaba un 25% además de haber sido este sector de la sociedad el destinatario primordial del reclutamiento militar78. A su vez, otro indicio es sugestivo: ninguno de los acusados dijo ser indio y sólo en tres gavillas detectamos que hubiera algún indio entre los salteadores. Por ejemplo, en 1812, fue detenido “un indio llamado Santos Valdés este es muy sospechoso vago y mal entretenido ladrón de caballos y nombrado de salteador él trata con los indios pampas”79. Valdés quien dijo ser peón de

campo, negó haber tenido jamás trato con los indios pampas. Esta ausencia no deja de ser llamativa dada la densa trama de relaciones que articulaban la frontera y, en especial, los circuitos clandestinos de intercambio como el que hacia 1815, José García tenía en Ranchos junto a sus peones y los indios pampas que alojaba en sus ranchos80 o el tráfico de ganado robado que se destinaba a las tolderías del otro lado del Salado desde Monte en 181881. Por entonces, los montes del Tordillo parecen haber sido ya un frecuentado espacio de refugio para desertores y bandidos y punto clave de estos circuitos comerciales82. Además de escasas todas las referencias a la presencia indígena que tenemos son anteriores a 1820. Hasta aquí, el perfil que podemos trazar de las gavillas de salteadores: se reclutaban entre los sectores más bajos de la campaña y predominaban los nativos de la provincia aunque tenían una incidencia importante los migrantes del interior. No eran tan jóvenes como hubiera sido de esperar, habían formado una familia y aunque la mayor parte eran peones había una buena proporción de labradores. Pero, ¿eran “ladrones de profesión” como dictaba el estereotipo? Si nos atenemos a los partes de remisión de detenidos pareciera no haber dudas: así, por ejemplo, el comisario de Matanza describió a Pascual Castillo como "un salteador de este lugar sin otra ocupación que la de asesinar y saltear a los que puede en este Partido"83. Sin embargo, sólo 33 de los acusados confesó haber tenido detenciones anteriores (21 dijeron que era la segunda vez que estaban detenidos, 11 que era la tercera y sólo 1 que aquella era su cuarta detención). Por supuesto que a veces se descubría que el acusado había mentido pero esta parte del interrogatorio (y que por cierto tenía importancia en la sentencia) seguía descansando en la propia declaración del acusado o en los informes que enviaran los comisarios o jueces locales que solían basarse en su conocimiento personal y en la “fama” del acusado. El estado provincial estaba lejos de contar con una burocracia judicial y policial sólida y los registros de la cárcel de policía o del presidio, si bien existían no eran muy consultados por los jueces; y cuando lo hacían los resultados no eran muy seguros: así cuando Diego Arce confesó haber estado cuatro veces en el presidio y logrado fugar el alcalde del presidio sostuvo que de acuerdo a los registros no había estado allí84. Estos datos, al menos, invitan a considerar que los salteadores no eran un grupo de individuos dedicados al saqueo y, menos aún, a un grupo peculiar de la sociedad rural. Los jueces y comisarios locales estigmatizaban a individuos y también lo hacían con algunas familias. Aquí la “fama” cobraba toda su importancia y el juicio en cierto modo se presentaba como una instancia más de una larga cadena de rivalidades y disputas locales que ahora descargaban el oprobio sobre esa parentela. Ello remite a la naturaleza de las relaciones sociales agrarias pero también a la misma práctica judicial y a su inserción en el medio social rural85. En los juicios civiles las partes que se enfrentaban solían expresar constelaciones locales rivales que sostenían

las posiciones de uno u otro contendiente y que incluían a alguna autoridad local y una conflictividad faccional aún más acentuada se expresaba en los juicios por abusos y excesos que se entablaban contra Alcaldes de Hermandad o Jueces de Paz. En consecuencia, los reclamos de vecinos y jueces de paz no sólo apuntaban contra el acusado sino que solían incluir pedidos de destierro de su familia, una práctica colonial que perduró entre las aspiraciones de los vecinos mucho después: así, en el sumario de 1824 contra León Moreno “por abrigador y consentidor de ladrones cuatreros y mal entretenidos en su casa” el teniente alcalde pedía instrucciones acerca “si será útil o no el que este hombre permanezca con su rancho por mas tiempo en el lugar abrigando a todo vándalo”86. Muchas veces la familia entera (y sus peones, criados y agregados) era considerada una gavilla tal como sucedió con Gregorio Rivas pues se sostuvo que en su casa “se fomentan los ladrones que por ahí cruzan", testimonio refrendado por el Juez de Paz del partido para quién “es voz y fama y con opinión que los Rivas son ladrones de profesión”87. Al menos 33 de los detenidos parecen haber sido desertores del ejército, la marina o la policía. Un resultado lógico de la creciente presión enroladora del estado, de la transformación del “servicio de armas” en pena común para un haz de delitos y contravenciones cada vez más amplio y de las mayores obligaciones milicianas que recaían sobre los vecinos88. Ellos buscaban eludirlas o al menos mitigarlas a través de varias estrategias entre ellas la de apelar a los “personeros”, sobre quienes recaían las preocupaciones del Jefe de Policía cuando decía “que esta persuadido que en el regimiento de Milicia activa hay muchos individuos notoriamente vagos dedicados al desorden y a la embriaguez; que los mas han pertenecido a los extinguidos cuerpos veteranos y que no se contraen por ahora a otra ocupación que la de personeros”89. Una versión completamente plausible: luego del gran esfuerzo de militarización de la población de la década 1810 el nuevo estado provincial debió reducir drásticamente los cuerpos militares. Los calificados de “vagos” fueron parte principal de los reclutados compulsivamente para afrontar la guerra con Brasil y ella fue invocada en los juicios tanto en los partes de detención como en las sentencias y las penas. Así en 1826 el comisario de Chascomús dijo de un detenido: “Recomiendo a V.S. la persona y seguridad de este individuo que es inútil y perjudicial en la campaña y puede ser muy útil en las actuales circunstancias o para los buques o para el servicio del ejercito de la Banda Oriental."90. Las levas llevaron al paroxismo la discrecionalidad de las autoridades locales al efectuar las detenciones. Así, un comisario justificaba la ausencia del sumario diciendo: “creí ser lo suficiente para destinar a dos vagos que a veces se remiten a las armas sin mas justificación que haberlos preso un celador”91. Esta discrecionalidad estaba presente en toda la estructura judicial. Así, en noviembre de 1827 el juez de primera instancia condenó a dos peones a seis años en el servicio de armas "atendiendo a la naturaleza de la causa y necesidad de aumentar en la actual guerra que sostiene el Pays". A ello aludía un abogado defensor en 1827: "Parece que la circunstancia de la

guerra se hubiesen movido a darles el destino de las armas pero en este caso es necesario que tenga V.E. presente que como ciudadanos todos estamos obligados a servir a la Patria cuando la necesidad los llama a su defensa, pero siendo inculpables darles este destino propiamente para los vagos y mal entretenidos y no para los hombres laboriosos es lo mas triste que puede esperarse por los infelices labradores de la campaña"92. En estas condiciones la experiencia militar era parte inseparable de las condiciones de existencia de los paisanos y, por tanto, un dato central para comprender la formación de las gavillas. La deserción muchas veces no era individual y los desertores solían llevarse uniformes, armas y caballos y no les quedaban muchas opciones disponibles entre las cuales estaba la de incorporarse o formar una gavilla de salteadores, al menos por un tiempo. Por ejemplo, en setiembre de 1826 el gobierno recomendaba enfáticamente apresar a las bandas de desertores entre los cuales se encontraban “los hijos del antiguo Capitán de Milicias Antonio Torres (a) San Martín”; ellos habían desertado y tras ello causado al menos un asesinato, varios robos y saqueos93. Para el ministro de Guerra no había dudas: “algunos soldados que en las distintas levas han sido destinados al Ejército, han desertado, y podido pasar a esta Provincia causando el día 9 en las inmediaciones del lugar llamado el Monte Grande un asesinato y varios robos”94. Vistos desde esta perspectiva más que “ladrones de profesión” buena parte de los acusados de salteadores parecieran haber sido paisanos transformados en “criminales” por la propia acción estatal y sólo algunos tenían una nutrida trayectoria delictiva.

“Ladrones famosos” Si bien las gavillas no se mantenían unidas mucho tiempo y no estaban integradas por una mayoría de “ladrones de profesión”, había algunos salteadores de larga trayectoria y abundante prontuario. Eran los llamados “ladrones famosos” en torno a quiénes se debe haber forjado más de una leyenda. Las autoridades aluden a ellos como criminales conocidos cuya existencia parece haber sido en cierto modo tolerada dado que su fama no devenía en su persecución y no era ignorado su lugar de residencia. La historiografía del bandolerismo es en buena medida tributaria de tradiciones literarias que estilizaron bandidos reales o directamente inventaron personajes emblemáticos y arquetípicos. Esta marca de origen no dejó de signar el desarrollo de esta historiografía pues a pesar del intento de inscribirla en las perspectivas de una historia social pareciera no haberse podido superar la fascinación por las historias singulares. Para decirlo en términos de Hobsbawm “La mejor manera de abordar el complicado tema del ‘bandolerismo social’ […] consiste en examinar la carrera de un bandido social”95. Sin embargo, tal enfoque puede derivar en

una suerte de enfoque elitista de un fenómeno social, que en determinadas condiciones, podía adquirir carácter masivo. Pero, igual conviene explorar sus posibilidades. Veamos fragmentos de dos de estas historias. A principios de 1811, Blas Yedros ya era muy conocido por las autoridades del norte de la campaña como ladrón, cuatrero y salteador. En mayo de ese año parece haber saqueado una casa en el cercano paraje de Hermanas y cuando el comandante militar de San Nicolás envió una partida de ocho hombres a detenerlo la tarea no fue sencilla. Yedros se hallaba en su rancho junto a Silvestre Navarrete, su mujer y tres niños. Frente a la intimación se negó a entregarse (“solo muerto lo verificaría” le gritó al sargento) y tras hacer salir del rancho su mujer y a sus hijos la partida decidió cercar el rancho y esperar a que salieran. A la mañana siguiente el sargento decidió prender fuego al techo del rancho y sólo logró que Yedros hiriera con una daga a un soldado de la partida... Recién al fin del día lograron que se entregaran. Dos días después, sin embargo, Yedros escapó de la cárcel de San Nicolás96. Al año siguiente volvemos a tener noticias de él: en Cañada de la Cruz una gavilla asaltó la casa de don Isidro Figueredo97 el miércoles de la Semana Santa y se refugió en la casa de Yedros, situada mucho más al norte en los Manantiales de los Arroyos. El Alcalde de Hermandad procedió con cautela: según informó ”hice llamar a mi casa, por un recado político a Blas Yedros, temeroso de un fatal resultado si hubiese ido a la propia de su morada, a quién luego que se apeó de su caballo le intimé se diese preso y cuando ya casi se prestaba humilde al mandato, luego que se le presentaron ocho hombres armados que a prevención tenía ocultos, echó mano de un sable que traía en la cintura y con el mayor denuedo hizo una resistencia vigorosa en la que me hirió en la mano izquierda al cabo de mi partida; se le tiraron dos disparos y yo con el trabuco de mi uso, pero nada bastaba a su rendición finalmente conociendo que mis disposiciones eran de quitarle la vida se tiró al suelo e inmediatamente le hice atar y asegurarlo con dos grillos”. Blas Yedros era un cordobés, casado y con hijos y parece que estuvo preso en 1804 aunque se fugó del presidio; incorporado al ejército desertó al poco tiempo. No era un desconocido para las autoridades de la zona. Tras su detención, el Alcalde de Pergamino remitió un sumario anterior cuando le fue necesario requerir la ayuda de la Comandancia Militar pues Yedros “es malvado, gozaba de fuero militar y era soldado desertor”. En el parte el Alcalde aclaraba que “sería de nunca acabar la relación de los delitos que ha cometido el dicho Yedros: es un facineroso, salteador, asesino y homicida. Desde Córdoba hasta esta Capital tiene una nota y fama la más execrable; por todas partes le temen y viven con la mayor pensión, cuando saben que Yedros aparece en sus territorios”. Otro ladrón famoso era Roque Arguello quién fue detenido a principios de 1821 en Arrecifes, en el extremo norte de la provincia98. En el sumario fue calificado como “ladrón incorregible y el más temido malévolo de estos campos y de todos los que han tenido la desgracia de ser pisados por él”. El oficial que lo detuvo no dejó de fundamentar esta detención en el

panorama que veía: “Considero de mi deber al elevar este parte a V.S. poner en su consideración el estado de desorganización, desgracia, insubordinación en que se halla la Campaña y cuan necesarios son en ella por las actuales circunstancias algunos ejemplares que restablezcan el respeto a las autoridades y por extensión el castigo de los atentados rurales que infestan estos campos de los que hace más de 10 años que es azote el mencionado Roque Arguello robando de un pago y vendiendo en otro lo que le ha ocasionado varias prisiones”. El informe muestra no sólo a un salteador y cuatrero de larga trayectoria y abultados antecedentes sino que su persecución se activó para afrontar una situación rural imperante hacia 1821 que las autoridades locales no dudaban en presentar en estado de insubordinación. Como en el caso de Yedros, los antecedentes y la residencia de Arguello eran conocidos por las autoridades y, sin embargo, no había sido perseguido. Más aún Arguello había estado preso en San Nicolás en 1820 y “en clase de soldado” fue incorporado a la partida policial del Sargento Mayor don Rafael Alcaraz, de donde desertó. Varios de los testigos repitieron la mala fama que tenía y no negaron conocerlo ni haber tenido con él relaciones amistosas. Uno “dijo que lo conoce por fama de salteador hace más de siete años, que por el partido de Rojas ha sido miembro de una gavilla que se entraba a veces al Pueblo y robaba en él”; y otro lo describió como “el facineroso Roque Arguello que andaba huyendo, que era desertor y que tenía una mujer robada soltera de la misma Guardia de Rojas”. ¿Quién era Arguello? Su confesión nos dará varias pistas sugerentes. En ella dijo ser mayor de 25 años, natural de Córdoba, católico, ejercitarse de labrador y, cosa bastante excepcional, que sabía firmar. Hasta aquí y salvo por este último dato, un perfil característico de los salteadores y de la mayor parte de los hombres que poblaban la campaña. De los delitos que se le imputaron Arguello sólo aceptó, en principio, el de haber comprado caballos robados y no tuvo problemas en reconocer que había falsificado las marcas argumentando simplemente que lo hizo “por que tenía interés en los caballos y que llevado por este mismo interés los compró sin embargo que sabía que incurría en un delito”. Más aún, describió con claridad el circuito en que intervenía: compraba ganado robado en otros pagos (nunca en el suyo) y lo llevaba a los Arroyos; desde allí lo trasladaba a Córdoba y lo vendía; allí compraba aperos para venderlos en Buenos Aires. El cuatrerismo de Arguello era parte del circuito de intercambios a larga distancia y la tolerancia de autoridades y vecinos en el norte de la provincia no debe haber sido indiferente a que en ningún caso el ganado había sido robado en la zona. A su vez, Arguello reconoció haber “robado” una mujer, pero no la que se le imputaba: dijo que había venido de Córdoba con “Tadea Basconcelos moza soltera como de diez y ocho años de edad la cual trajo robada de casa de un cuñado de ella siendo voluntaria ella misma”, aunque negó

enfáticamente haber “robado” otra mujer en Rojas99. Su testimonio comparte la misma calificación judicial del hecho (el “robo” de una mujer) aunque evidencia un sentido muy distinto. Arguello también reconoció que había estado preso dos veces: primero en San Nicolás “por que sospecharon fuese Montonero” tras lo cual fue destinado como soldado a la partida policial “en la que sirvió tres o cuatro meses al fin de los cuales desertó sin armas ni prendas de vestuario”; la segunda en Buenos Aires porque un negro y otro mozo al ser aprendidos “por haber saqueado una casa cuando la revolución de Albear” dijeron que había sido su socio. Es decir, Arguello que era un migrante cordobés como tantos otros de la frontera norte o fue un montonero del año 1820 o al menos cayó sobre él la sospecha de serlo. En cualquier caso, Arguello no desmintió su condición de desertor de la partida policial y si bien buscó dejar en claro que en ella “no se le hizo injusticia alguna ni tiene queja allí de nadie” explicó que desertó “por que hallándose enfermo de mal venéreo le pareció que en el hospital no le curarían bien y quiso ir a su provincia donde tenía mejores esperanzas arrastrando los peligros que le infería la deserción”. Para Arguello, entonces, la deserción era un delito aunque estaba plenamente justificado. Parece claro también que ha tenido relaciones con la partida de policía que como vemos se reclutaba entre los mismos sujetos que debía perseguir y por lo tanto no extraña que haya podido fugarse de la persecución al punto que, según dijo, fue un soldado de la misma partida que debía aprehenderlo quién le avisó del peligro que corría. Por último, también importa destacar otro hecho recurrente: Arguello, pese a negar otros cargos, no tuvo mayores problemas en admitir que era jugador: dijo que no tenía bienes que manifestar “pues hasta la ropa que se ha vestido algunas veces decente como tiene el vicio de ser jugador cual debe ser notorio la ha jugado en términos que se ha visto precisado a estar sin calzones y con chiripá por no poder sacar los que tiene empeñados en dos pesos”; sin embargo, sostuvo “que ha ignorado que ser jugador fuese un delito ni que incurriese en las penas con que se le amenaza”. Estos retazos de dos trayectorias de “ladrones famosos” permiten definir de un modo algo más preciso el cuadro de situación. Ni Yedros ni Arguello eran personajes excepcionales de este mundo rural. Ambos habían migrado a Buenos Aires y lograron establecerse en la campaña norte con sus ranchos y sus familias, como hacían gran cantidad de puntanos, santafesinos, santiagueños y cordobeses en esta zona100. No vivían en la clandestinidad pero se movían en una zona difusa entre la legalidad y la ilegalidad gracias a la tolerancia y las relaciones que mantenían con paisanos, vecinos y autoridades locales y sus actividades no eran desconocidas, pese a su fama – o quizás por ella misma -. Pero además sus historias sugieren la distancia existente entre las normas y los valores que se impulsaban desde el poder y las que imperaban en el mundo social rural. Así doña Isidora Sosa, la vecina hacendada en cuyo corral Arguello había guardado el ganado robado, declaró que conocía su fama y

antecedentes pero igual le dejó guardar en su corral la tropilla de caballos argumentando que “es uso en la campaña no negar el corral cuando alguno lo pide prestado por un día o dos, así se lo prestó en esta ocasión como ha hecho también otras varias y como también lo ha hecho con cualquiera que le haya pedido igual beneficio”. La fama, entonces, no rompía esas obligaciones. Por otra parte, a Arguello no parece preocuparle demasiado reconocer que “robó” a su mujer, ser jugador o desertor. Un conjunto de prácticas que eran condenadas y perseguidas por el estado pero que no parecen haber tenido carácter delictivo para estos sujetos ni para su medio social. Los juicios nos muestran una imagen de los salteadores muy alejada del estereotipo de individuo “suelto” y “sin arraigo” que recurrente en el discurso elitista de la época dejó su impronta en la historiografía101. Por el contrario, ellos permiten registrar las múltiples relaciones de parentesco, amistad, vecindad, paisanaje (o aunque más no sea de simple interés) que los salteadores mantenían con paisanos y vecinos de su pago. Ellos eran parte inseparable del medio social rural del que surgían y durante sus correrías parecieron mantener lazos firmes y perdurables. Por cierto, estas constataciones no habilitan a sostener que sus acciones gozaran de consenso y simpatía pero, al menos, permiten observar que eran toleradas y no los llevaban al aislamiento. Sin duda, es muy difícil encontrar en las tramitaciones judiciales expresiones favorables a sus acciones delictivas pues no parece un juzgado un lugar adecuado para hacerlo pero una lectura atenta del discurso de las autoridades sugiere indicios firmes de “consentimiento” y “abrigo” entre la población y cierta tolerancia de algunas autoridades locales. Por ejemplo, en 1825 el Juez de Paz de San Vicente remitía detenido a la Marina a “Pablo Ríos por salteador, desertor, por haber herido con cuchillo a un hombre en una pulpería y a otro después de haberlo desnudado” y también a Nicolás Cuello “por abrigador de hombres de esta clase”102. Mas claro aún, es el panorama que presentaba en 1827 el Juez de Paz de Matanza cuando sostenía que “Desde los suburbios de la Ciudad hasta lo más remoto de la Campaña hay infinitos Ranchos cuyas familias numerosas subsisten y se alimentan con lo que se roba en la Provincia y quizá con lo que se trae de otras partes del mismo modo”. Para este juez “los ladrones queriendo tener una salvaguardia y vigía prodigan cuanto tienen para asegurar sus personas y perpetuar sus crímenes”. De ser cierta esta visión, el circuito de circulación de bienes que motorizaba el bandolerismo estaba implicando a muchos más individuos que los salteadores y ellos parecen haber sabido utilizar con creces estas posibilidades. El juez, además de señalar que “con este aliciente infame vemos prostituirse y abandonarse porción de familias” identifica toda una gama de actividades a las que se dedican: “Los unos con la capa de Labradores, otros con la de cuidadores de Bueyes, otros de Puesteros y por fin con la de vecinos son unos completos haraganes, que solo causan la destrucción del País”, un perfil análogo al que trazamos a partir de las confesiones. Pero, además, el juez se queja de las autoridades locales que por “una imprudente prédica los toleran y consienten” y lo hace

desde un diagnóstico preciso de la situación: “Estos Ranchos son la fuente fecunda de los desórdenes; de ellos es de donde nacen los males que extendiéndose por todas partes como una impetuosa avenida fluyen y refluyen hasta haberse establecido el sistema de callar á todo lo que se sabe por no descubrir la complicidad en los hechos y romper las relaciones de amistad y parentesco que tienen los buenos y laboriosos con los malos y haraganes, siendo también estos Ranchos la principal causa de falta de brazos y de la mucha deserción en las tropas”103.

Bandolerismo y conflictividad social Nuestra perspectiva intenta sortear algunos pantanos en que suelen caer los estudios sobre el bandolerismo. Algunos autores tienden a considerar todo acto criminal como una respuesta a una situación social y a un sistema de poder injustos; es obvio que alguna relación tienen pero nos parece simplificador convertir a todo acusado en un resistente social104. Otros trataron de establecer una distinción prístina entre dos tipos claros y distintos: los delincuentes comunes y los “bandoleros sociales”, reservando exclusivamente a éstos la condición de rebeldes pero despreciando los posibles contenidos políticos de sus acciones o, asignándoles a lo sumo un carácter “primitivo”105. Por último, una tercera perspectiva es la de aquellos autores que no encuentran evidencia alguna de “bandolerismo social” y son proclives a plantear la cuestión en términos de “bandolerismo político”: se trataría entonces de criminales utilizados por alguna facción de poder y que medraban en propio beneficio sirviéndola. Aunque disímiles y controvertidas estas perspectivas comparten una misma propensión taxonómica que termina por ser el centro de la cuestión y anula la fluidez de situaciones y trayectorias. Los salteadores no eran un “tipo social” distinguible con precisión y a cuyas acciones podría asignarse un sentido específico. Por el contrario nos inclinamos por inscribirlos en su medio social e indagar en sus trayectorias, en sus dichos y en sus acciones los contenidos políticos que expresaron aunque no hayan tenido propósitos de ese carácter. Para esta inscripción es preciso modificar la imagen algo rígida que una primera lectura de las fuentes nos ofreció y que deriva de la intención taxonómica que contienen nuestras propias fuentes. Como vimos, la mayor parte de los acusados declararon ejercitarse como peones y en segundo término como labradores. Ahora bien, se trata de dos ocupaciones menos separadas de lo que puede parecer aunque gozaban de muy diferente prestigio social y pesaban sobre ellas distintas expectativas. De un peón se esperaba que sea trabajador, que estuviera permanentemente ocupado y que fuera obediente y respetuoso de su patrón106. De un labrador se esperaba que tuviera medios suficientes para vivir y mantener su familia siendo útil y

productivo para sí y la sociedad y respetuoso de las autoridades y las leyes. Sin embargo, esta distinción era más bien una idealización de la realidad social y un intento de ordenarla antes que un reflejo de ella. Pocos (probablemente muy pocos) de los labradores correspondían al perfil virtuoso que el discurso ilustrado les atribuía y la mayor parte de los realmente existentes no eran para autoridades y vecinos principales más que “falsos labradores”, la llamada “polilla de la campaña”, propensos al ocio y el crimen y sobre quiénes descargaban las sospechas sobre la proliferación del cuatrerismo y de la vagancia y a quiénes asignaban ser el abrigo de los bandidos. Especialmente porque una sólo una porción limitada estaba fija en un lugar107. Así, la noción inicial de “vago” asociada al individuo suelto, sin ocupación, domicilio ni familia terminó por ser aplicada a familias enteras. Esta mutación ayuda a entender también la proporción de casados y labradores entre los acusados como salteadores. Pero hay una cuestión más y quizás más importante: los estudios más sólidos mostraron que no existían fronteras infranqueables entre ambas ocupaciones y que podían ser más dos fases del ciclo de vida antes que indicadores de dos situaciones de clase. Por tanto, la demarcación entre peones y labradores no debe ser exagerada pues puede ocultar otros aspectos tanto o más importantes de la vida popular rural. Para ello es preciso recuperar la densidad de sus declaraciones. Ellas nos mostrarán que los salteadores provenían en su mayor parte de ese segmento de peones que gozaban de movilidad y autonomía como para tener la posibilidad (o al menos la expectativa) de transformarse en labradores autónomos y de labradores que entre sus estrategias de supervivencia incluían el conchabo asalariado más o menos temporario como peones y que estaban situados al borde de una cornisa social. Los unificaba una común resistencia y reticencia a la dependencia y su persistente búsqueda de preservar su autonomía108 amenazaba por varios peligros, pero ante todo, por la leva y por las oscilaciones del mercado en el que intervenían tanto como vendedores de productos y fuerza de trabajo como consumidores. Ya hemos visto esta situación en las confesiones de Yedros y Arguello. Pero podemos tener un panorama más rico y completo atendiendo a algunos otros ejemplos. En 1822 se tomó declaración a tres acusados de integrar una gavilla de salteadores109. Uno dijo “que se llama Juan Molina, nacido en la Jurisdicción de Córdoba en la Villa de los Ranchos, que su estado es de soltero y su condición blanco sin mezcla de mala raza, según siempre lo ha creído, que su ejercicio y ocupación ha sido conchabarse de peón de á pie desde ahora hace doce años poco más o menos, que vino de su tierra a esta Provincia y empleándose en la Capital de Buenos Ayres de carretillero en la Plaza de Lorea como cuatro o más años, y que después que salió a la Campaña se ha conchabado para arar, picar carretas, segar, techar casas y otros trajines de esta naturaleza en las Estancias del Partido de Areco de esta banda, como han sido las de Don Pantaleón Ramayo y Don Andrés Castro donde ha permanecido mas tiempo a excepción del de cosechar en

que se ha empleado donde lo han llamado”. Además Molina reconoció que había estado preso dos veces, una en Buenos Aires y otra en Córdoba por desertor del ejército. Su compañero Luis Castellano dijo ser soltero y cordobés: “que vino desde su tierra muy joven, su ejercicio ha sido peón de campo, conchabándose para arar y domar” y que ha estado detenido en el Fortín de Areco “en clase de desertor”. Por su parte José Santos Guerra dijo ser tucumano, casado y padre de una hija y que “su ejercicio es peón de a pie conchabándose para las aradas y la siega, que a eso mismo vino desde su tierra hará como hace un año, en cuyo tiempo ha tenido por Patrones a señor Agustín Guevara en las Charcras de Ayala y a Don Rufino Alegre en el mismo Paraje, cuando levantó un trigo a medias y que ahora como cuatro años vio a estos parajes y estuvo conchabado con el expresado Guevara y don Hermenegildo San Martín en las cercanías del Baradero para emplearse en los mismos trajines ” y dijo “que esta es la primera vez que lo agarra la Justicia bajo el concepto de malo o sospechoso”. Estamos así frente a tres migrantes atraídos por las oportunidades laborales de la pampa con sus salarios más altos y más monetizados y las mayores posibilidades de acceso a la tierra. Pero, además, podemos distinguir la variedad de ocupaciones, la combinación y alternancia de muy diversas actividades y la inestabilidad de su situación laboral. Se trataba de una existencia al día, sometida a múltiples avatares y con momentos de desocupación transitoria. Era justamente esta situación la que los convertía en presas ideales para ser calificados de vagos por una normativa estatal que esperaba someter a los peones a relaciones laborales fijas, permanentes y formalizadas por un contrato escrito como modo de asegurar su sujeción. Pero ello no era tan fácil de lograr: en 1830 dos acusados de vagancia declararon que “continuamente trabajaban y en la actualidad lo hacían en la siega” y cuando el juez reclamó las correspondientes papeletas pero los acusados respondieron “no tenerlas porque en la actualidad como se ocupan de segar trigo trabajan en diferentes partes”. La realidad era más compleja que la norma pero el juez debía hacerla cumplir: resolvió dejarlos en libertad pero “encargándoles que en lo sucesivo se conchabaren en un trabajo firme y estable con contrata para cumplir con lo mandado y no dar que decir de su conducta”110. Otros factores incidían en la tenue línea que separaba la vida dentro de parámetros legales de la ilegalidad. En junio de 1825 Francisco González dijo haber venido desde el Salado a buscar nuevo conchabo en la ciudad, juntándose en el camino con otros tres individuos que venían con el mismo objeto y explicó que "se vieron obligados a carniar la baquillona". Su compañero Benito Montenegro dijo que era peón en las Saladas de donde se había venido a la ciudad a buscar un nuevo conchabo “por temores de los indios”. Como vemos, se trataba también de trabajadores que podían moverse a larga distancia en busca de un nuevo conchabo. En este caso, la movilidad en busca de ocupación iba desde la extrema frontera sur a la

ciudad y ello remite a la estructura de un mercado de trabajo muy poco diferenciado. Permite también advertir porque estos salteadores que proliferaban en la campaña en muchos casos residían en la ciudad y sus arrabales. Estos acusados no negaron ni haber carneado una vaca ni negaron que andaban armados pese a la prohibición expresa que existía pues como dijeron Francisco Gómez y Juan Coria debían llevar las armas por “los peligros que continuamente había en el campo” además de justificar que carnearon la vaca por su “falta de recursos”111. Las preguntas y las respuestas devuelven la imagen de una profunda distancia, sino de un verdadero choque cultural. Tanto andar armados de cuchillos o carnear una vaca ajena “por necesidad” o “falta de recursos” les deben haber parecido a estos detenidos respuestas que no empeoraban su situación, no parecen haberlas concebido como delitos aunque las normas fijaran para estos casos la pena del presidio o el “servicio de armas”. Pero, además, entre las respuestas Gómez y Coria se filtró algo más: cuando se percataron que sus contestaciones no satisfacían al juez alegaron "andar buscando conchabo pues los patrones que habían tenido anteriormente querían tenerlos como esclavos a virtud de los contratos". Podemos entrever así que significados podía tener para los paisanos la exigencia de contrata escrita, la famosa papeleta, que era el eje por excelencia de la persecución de la vagancia. A la precariedad y la inestabilidad de las relaciones laborales debemos entonces sumarle las posibilidades de producción autónoma y el rechazo de los paisanos a la deferencia que reclamaban patrones y autoridades. Ya ha sido bien demostrado que en un contexto de profunda mercantilización, de intensa movilidad espacial y ocupacional, de oportunidades laborales variadas y de ciertas posibilidades de acceso a la tierra (y, por tanto, a la producción autónoma), la obediencia de estos trabajadores era muy relativa como ineficaz el intento de resolverla mediante sistemas de trabajo coactivos112 o de disciplinarlos a través del ejército113. En este contexto, la mercantilización se expresaba tanto en la recurrente necesidad empresaria de recurrir a incentivos salariales y adelantos en moneda como en la movilidad de los trabajadores de un empleo a otro y del trabajo asalariado a la producción autónoma. Sin duda también otras facetas de esta intensa mercantilización eran la afición a los juegos de envite donde se apostaba dinero o bienes fácilmente convertibles en dinero, la generalizada práctica del empeño de algunos bienes y la propensión de los ladrones a robar dinero y bienes fácilmente comercializables, permutables o empeñables como las ropas. Nuestra evidencia sugiere una creciente tensión entre patrones y peones, algunos de los cuales no dudaban no sólo en abandonar el trabajo frente a alguna ofensa sino también a enfrentar facón en mano cualquier intento de castigo114. Esta situación asigna mayor importancia al hecho de que entre los salteadores hubiera una mayoría de peones; pero, sobre todo, que muchos de los acusados eran o habían sido peones de las casas o establecimientos que resultaron asaltados. Para la justicia se trataba de

una situación especialmente agravante e ilumina la concepción jerárquica vigente: así, un juez le hizo cargo particular a Inocencio Cufré “por haber sido peón de la casa, lejos de contenerlo las consideraciones debidas a su patrón ha pasado por ellas y ha sido la causa de todos los males”115. Otro ejemplo puede ser útil: en setiembre de l827 se levantó un sumario contra varios individuos acusados de múltiples delitos: se los acusó de que eran “vagos y perjudiciales”, que uno había sido despedido por su patrón "de resultas de no querer trabajar y haberle robado una camisa", que otro “le mató un buey y vendió la carne", que mantiene una mujer, dos hijos y un cuñado "sin más haberes que su triste jornal", que andan “sin tener mas trabajo que jugar y pelear", que mató un caballo "para sacarle las botas", que desertó de una partida policial robando el caballo y la montura, que "los cuatro son hombres perjudiciales en el partido”, “que gastan y juegan, sin tener de donde sacarlo". El arsenal de acusaciones combinaba estereotipos sociales que expresaban la profunda escisión cultural vigente como alusiones a hechos concretos que sugieren la práctica del robo en pequeña escala como una forma de resistencia individual pero que terminaba por erosionar la autoridad del patrón y la obediencia de los peones116. El mismo expediente nos acerca a algunas de las nociones que manejaban estos peones. Ellos presentaron una nota ante el juez diciendo que "nosotros somos hombres de trabajo que nos sostenemos con nuestro sudor, sujetándonos a un conchabo miserable por no vagar y conservar nuestra buena opinión”. Aquí, sin duda, se nota demasiado la pluma del defensor. Sin embargo, en el juicio verbal uno de los acusados – Pedro Pajón- fue aún más claro: para él las acusaciones "eran sin duda porque como un pobre jornalero se desconfiaba de su conducta; que era cierto que mantenía a su mujer pero que lo hacía con el sudor de su trabajo"117. La doble cita tiene así la importancia de ponernos en evidencia la utilización por letrados y acusados analfabetos de nociones y formas discursivas casi idénticas sino también que Pedro Pajón planteaba el conflicto entre pobres y ricos. En otros términos, su discurso – y el del letrado- estaba saturado de connotaciones religiosas y desde ellas impugnaba como una inmoralidad incuestionable: los pobres eran vistos como peligrosos y él –que era uno de ellos- lo sabía118. No muy distinta fue la respuesta de Atanasio Melo: acusado junto a los otros detenidos de que “no han tenido otra ocupación que andar robando ganados y asolando las casas y es publica voz y notoria principalmente en el territorio de Capilla del Señor ser unos verdaderos salteadores dados al juego, embriaguez y otros vicios. Dijo que podrán decir lo que quieran por ser un pobre, pero que el no ha hecho daño alguno ni ocuparse en los vicios por que se le acrimina”119. No estaban equivocados: la persecución de la vagancia trajo consigo una mutación de la concepción dominante de la pobreza, una “modernización” característica que terminó por convertir a los pobres en culpables de su condición y en peligrosos por antonomasia.

Un último ejemplo puede completar el cuadro de tensiones. Cipriano Ramírez estaba acusado de comandar una gavilla de salteadores que había asaltado la casa de un Alcalde en Flores. En su declaración dijo que un tal José Varela, peón del Alcalde, “le dijo que le había entrampado su trabajo” y que era un hombre “que tenía mucho dinero”. Según Ramírez, ya en la primera reunión Varela le “dijo que le había entrampado el dinero su Patrón quedando acordes el robarle y buscar otros compañeros”. Tenemos así un indicio de las motivaciones del peón y de sus socios y ellas no eran, por cierto, incompatibles. Pero hay algo más: en la gavilla participaba Dionisio Macedo, un esclavo de 16 años que según declaró se fugó de la estancia de su ama “por resentimiento de haber vendido a su hermana”; como su objetivo era “irse a otra tierra” sostuvo que “sacó dos mudas de ropa de su uso y una guitarra y una manada de yeguas que serían con potrillos y caballos que serían como más de veinte” y que “como trataba de ausentarse para siempre del poder de su ama llevaba para su auxilio los animales”. Una vez en la ciudad Macedo se encontró con Julián López que había sido peón de la estancia de su ama, quién lo incorporó ala gavilla120. Peones y esclavos agraviados por sus patrones y sus amos aparecen aquí reunidos en una misma gavilla junto a varios desertores del ejército atacando violentamente la casa de un alcalde de barrio. Para la concepción dominante la vagancia llevaba al juego y la violencia. Aquí se manifiesta, otra vez, el choque cultural. La calificación de “quimeristas” y “peleadores” era aplicada a los paisanos que se enfrentaban a duelo mientras se aceptaba (y se esperaba) que la “gente decente” no lo eludiera, una situación de dualidad normativa y valorativa que perdurará por décadas. En torno al juego la distancia era insuperable: concebido por las elites como un vicio derivado de la ociosidad y la causa de la criminalidad, era para los paisanos una “ocupación” y parte de sus estrategias de subsistencia. A lo sumo, alguno podía reconocerlo como vicio más no como un delito. Lo que importa es que los acusados se refieren al juego como un “ejercicio”. Por ejemplo, dos detenidos como sospechosos de ser salteadores fueron descriptos por algunos testigos como amigos y compañeros “por que siempre que asistían a las mesas de juego, ponían el monte juntos […] no les ha conocido otro ejercicio que jugadores” y siempre “han andado y jugado juntos, llevando la mitad en las partidas de juego”, cual convenio de aparcería 121. Simón Melo, por su parte, declaró: “que es jugador pero que no es vago y que se contrae al trabajo cuando encuentra trabajo”122. De igual modo, más de un detenido justificaba las prendas que se le hallaron diciendo haberlas comprado “con dinero suyo ganado al juego pues es jugador123. De este modo, aparece un conflicto central entre los hábitos y prácticas culturales de los paisanos y las exigencias y orientaciones del estado. No es un problema menor en la medida que el juego era parte de las ocupaciones que tendían a interrumpir el proceso de trabajo, era un recurso al que apelaban los paisanos en los momentos en que no estaban contratados, el destino de parte de su remuneración salarial y un aspecto crucial de su sociabilidad.

También uno de los escenarios donde los ladrones canalizaban parte de los bienes robados124.

Bandolerismo y politización: la dinámica de una relación Registramos así una serie de posibles motivaciones del bandolerismo. Aunque ninguna de ellas puede ser calificada directamente de política, si se observan con cuidado pueden sugerir que expresaban el rechazo de las actitudes de amos y patrones y de las disposiciones, exigencias y prohibiciones que se establecían desde el estado. Estas tensiones profundas cobran un sentido distinto si se registra que transcurrían en un contexto de creciente movilización y politización de la población rural y es ese contexto el que devela su sentido. Probablemente donde ello es más claro es en otro aspecto de sus confesiones: los acusados no parecieran ocultar, arrepentirse o avergonzarse de su condición de desertores. Y, si bien la deserción podía no tener una motivación política sí lo eran sus consecuencias si se generalizaba125. Cualquiera hayan sido las motivaciones de los salteadores, lo cierto es que las gavillas enfrentaban rudamente las partidas policiales y militares y resistían las detenciones; de modo que, si tenían éxito, no dejaban de erosionar su autoridad. Además los salteadores adoptaron como estrategia recurrente la de presentarse como patrullas: si ello era ya frecuente en la década de 1810126, después de 1820 se convirtió en una estrategia reiterada a la que las gavillas recurrieron en no menos de 18 ocasiones. Una observación atenta de las confesiones sugiere experiencias más complejas que simplemente la conversión de un soldado en salteador: algunos pueden haber sido montoneros durante la crisis de 1820, como Pedro Muñoz, un labrador chileno “que estuvo preso por desertor de los Aguerridos y lo sacó para los Blandengues el padre de D. Pancho Ramírez”, el caudillo entrerriano que invadió Buenos Aires en 1820127. A su vez de José Seco un testigo dijo que se “ha oído decir con generalidad que es un hombre temible por sus robos y crueldad y que ha sido de la montonera de Ramírez, Carreras y demás del año veinte”128. Más aún, durante ese año encontramos referencias a que los salteadores se presentaban ante sus víctimas "diciéndoles que eran montoneros"129. Ello invita a considerar la crisis de 1820 como un momento de inflexión en esta breve historia del bandolerismo. La crisis hizo evidente una cierta confluencia entre bandolerismo y lucha política que estaba lejos de tener una sola dirección, adoptaba diversas formas y no puede reducirse a la explicación que solían esgrimir los portavoces de una facción para descalificar a sus adversarios: que los bandidos no eran más que instrumentos del oponente. Por el contrario, el análisis cuidadoso de la documentación nos ofrece un panorama más

complejo aunque no descartamos que incluyera reclutamiento de bandidos para integrar las fuerzas en pugna. El saqueo era una de las formas de remuneración de las tropas movilizadas o de unidades militares sobre las que se ejercía reducido control; por ello no siempre es posible identificar si las acciones eran cometidas por una partida militar, un grupo de desertores, una partida de montoneros o sólo a salteadores que operaban por su cuenta aprovechando el caos reinante. Sin embargo, no cabe duda acerca de que el caos generalizado en la provincia durante buena parte del año 1820 brindó oportunidades para un accionar más decidido de las gavillas. Por ejemplo, a principios de 1820 fueron muchas las denuncias de los vecinos de los saqueos que los montoneros federales realizaron en pueblos como Areco, Flores y Morón; pero la ocasión parece haber sido aprovechado por bandas de salteadores que poco o nada tenían que ver con estas facciones, aunque también se comportaban como militares y no faltaban entre ellos hombres de uniforme y con armas del ejército130. Además debe considerarse que las requisas y auxilios que los ejércitos demandaban de los paisanos y vecinos abría una serie de “oportunidades” para que los mismos oficiales realizaran “negocios” particulares comercializando en propio beneficio aquellos “auxilios”131. Quizás sea más importante que algunas de las gavillas estaban integradas por hombres que habían hecho esta experiencia de saqueo y salteamiento a través de su participación en las tropas militares de las que luego se apartaron. De este modo, las descripciones del saqueo al que fue sometido el pueblo de San Nicolás en agosto por las propias tropas porteñas es elocuente al respecto132. De algún modo hasta podría decirse que era la política la que los llevó por el camino del salteamiento. Estas nuevas dimensiones de las gavillas en la crisis eran parte de un contexto general de politización rural. Una de sus manifestaciones más notables fue el reclamo generalizado de los notables de los pueblos por encontrar su reconocimiento como “cuerpos morales” con derecho de intervención política. Otra, mucho más duradera, fue la extensión de los derechos políticos a la campaña y la masiva participación de sus pobladores en las elecciones133; una participación que no sólo estaba equiparando la de la población urbana sino que excedió al universo de los “vecinos”134. En otros términos, la proliferación de las gavillas fue paralela al incremento de la militarización, a la proliferación de la deserción y a una creciente participación electoral de la población rural. Un segundo momento de inflexión se produjo hacia 1826. Ese año no sólo hemos podido constatar la mayor proliferación de gavillas sin también que aumentaron el número de sus efectivos, la audacia de sus acciones y, por primera vez, adoptaron un claro y preciso contenido político. La eclosión se operó en un contexto de agudo incremento de las disputas políticas y de máxima tensión en la trama de las relaciones sociales agrarias. Ese contexto lo hemos analizado en detalle en otra ocasión135 y aquí sólo vale recordar que era el resultado combinado de las transformaciones que se operaban en la estructura productiva, la más firme y sistemática

implantación estatal en la campaña y el reclutamiento forzado para la guerra con Brasil. El 13 de diciembre más de 80 hombres armados ocuparon el pueblo de Navarro, sustituyeron al comisario y al juez de paz e impusieron contribuciones forzosas. Al día siguiente fracasaron en el intento de repetir la operación en la Villa de Luján. Aunque para las autoridades se trataba sólo de una numerosa gavilla de facinerosos había sido una montonera federal. A diferencia de 1820, estos montoneros no eran tropas de otras provincias ni un malón dirigido por algún criollo “aindiado”136; había entre ellos desertores, “vagos” y más de un “ladrón famoso” pero en su mayor parte eran peones y labradores de la zona y sin antecedentes penales unidos probablemente a varias gavillas de salteadores137. El movimiento ofrece ciertas analogías con los rasgos descriptos de las gavillas. Su líder, Cipriano Benítez, era un labrador nacido y avecindado en la zona; tanto él como su familia tenían fama de ladrones y cuatreros, había estado al menos dos veces preso y también servido en el ejército. La montonera se presenta como la expresión de la confluencia, por lo menos coyuntural, entre lucha política y bandolerismo. Una confluencia que tomaba dos direcciones: a través de lo que podríamos denominar como la bandolerización de la lucha facciosa y por medio del desarrollo de una lucha política y militar que generaba condiciones para la transformación de paisanos en bandoleros. Además, por entonces, la evidencia sugiere que se estaban produciendo algunos cambios en el patrón de los asaltos. El nivel de violencia que ya había comenzado a aumentar en 1820 fue mucho mayor después de 1825. En su inmensa mayoría los asaltados eran vecinos calificados en los sumarios como don o doña, tanto estancieros como labradores y pulperos; este patrón no es novedoso pero desde 1825 los asaltos afectaron cada vez más a propiedades importantes y en los asesinatos a vecinos que ostentaban importantes rangos militares, como sucedió con dos coroneles en Fortín de Areco y en Navarro138. Más aún, en plena ciudad en setiembre de 1828 una numerosa gavilla de larga actuación llegó a asaltar el almacén de un cuartel militar; en ella había varios soldados, algunos oficiales y algunos habían tenido antecedentes como cuatreros139. En cambio las gavillas no parecen haber atacado con demasiado frecuencia a peones o esclavos. Sin embargo, lo relevante no es que los asaltos afectaran a los sectores medios y bajos del mundo rural sino que iban en aumento, con violencia creciente y con mayor frecuencia a personas influyentes y de poder en el mundo rural: vecinos notables, hacendados reconocidos, extranjeros. Y, sobre todo, que afectaban reiteradamente a autoridades locales (jueces de paz, comisarios y alcaldes de barrio) y, por lo tanto, deben ser inscriptos en las crecientes tensiones que ellas estaban teniendo con la población rural. En este sentido quizás lo importante es que estas tensiones no se manifestaban sólo (ni principalmente) a través del bandolerismo sino que se canalizaban de muy diversas formas: la demanda judicial por abusos de autoridad140, las peticiones colectivas o, incluso, la realización de una

suerte de cencerrada pampeana141. De esta manera, la montonera de 1826 era excepcional en sus formas pero no tanto en sus contenidos y testimoniaba los niveles que adquiría el repudio contra estas autoridades locales cuando ellas aplicaban estrictamente las orientaciones que se fijaban desde el gobierno. Y estas mismas autoridades fueron blanco reiterado de las gavillas de salteadores o desafiadas por ellas. De este modo, no extraña la imagen de indisciplina social generalizada que transmiten los informes de estas autoridades. Desobedientes e insolentes: esa es la imagen que ofrecen de algunos hombres que, aún lejos de ser “ladrones famosos” igual no dejaban de desafiarlas. Así, en julio de 1825 se produjo un altercado entre el Juez de Paz de Pilar y Nicolás Villarreal: según aquel “viendo que me desmontaba del caballo se enderezó a mí con el cuchillo en la mano diciendo que a él no le daba preso a ningún juez de mierda y que se cagaba en cuanto juez había en el partido y a estas palabras fue acometido por mi y a mi ordenanza y viéndose acosado apeló a la fuga y con bastante velocidad logró saltar en otro caballo de los que estaban en dicho pulpería por los que fui auxiliados para correr al reo que fue agarrado en distancia de una legua por muchos vecinos que le salían al encuentro”142. Al año siguiente fue detenido Francisco Hidalgo, “por haberse presentado en este pueblo con una daga invitando a pelear y ha insultado públicamente con palabras denigratorias a los jueces del partido”143. Más grave es lo que pudo llegar a suceder en el pueblo de Dolores en marzo de 1828: allí fue apresado Paulino Martínez, un paisano conocido en el pago y que había actuado como baqueano y lenguaraz del ejército en sus expediciones contra los indios; la acusación que pesaba sobre él era que había reunido y bebido abundante alcohol en unas pulperías del pueblo junto a un nutrido contingente de indios y según el informe del Juez de Paz “les decía en voz alta, que todos los del Pueblo de Dolores eran unos Pícaros Ladrones y que para esta noche verán si eran baqueanos para pelear, que entendieran que este Pueblo era de ellos y no nuestro, y que ninguna Justicia lo prendía, y que los había de amolar”; un testigo agregó que “decía que él había de enseñar a hacer justicia a los Jueces, y que todos los vecinos del Pueblo eran unos Pícaros Ladrones y flojos” y otro dijo que gritaba que “que todos los de este Pueblo eran unos Pícaros, Ladrones, cobardes y que le habían de pagar la injusticia que habían hecho con él”144. La indisciplina también parece haber ido aumentando entre los esclavos. En setiembre de 1826 el Jefe de Policía detuvo a Mariano, esclavo de un destacado miembro de la elite como Manuel Obligado, "quien tuvo el atrevimiento de haberse resistido á su amo al aprenderlo". El amo no sólo se quejaba de las continuas borracheras sino que expresaba la necesidad de encarcelarlo porque “tenía el vicio de fugarse”. Manuel no rechazó los cargos y explicó que lo "había hecho porque su amo no lo vestía y que el vicio de tomar era los días de fiesta, que por repetidas ocasiones le había pedido papel de venta y nunca se lo había dado"145. Más tensa parece haber sido la situación en la estancia de Francisco Pérez Millán al año

siguiente: según su hijo hizo apresar a tres negros porque se iban a amotinar. Los esclavos negaron el motín pero dijeron que sólo habían pedido “que no castigasen al moreno Mariano Canillas por la riña que había tenido”, aclararon que lo habían pedido “todos los compañeros”. Millán, en cambio, sostuvo que “los tres esclavos presentes andaban convocando a los demás” a fin de que cuando saliese al campo el capataz con ellos lo iban a asesinar y como prueba relata “los insultos que la noche anterior vertieron en la cocina de la estancia estos mismos criados”146. Estos indicios sugieren un contexto de insubordinación y resistencia de los esclavos en defensa de sus derechos así como indica la debilidad de los amos para someterlos y los temores que los atormentaban. Un universo de episodios distintos, aislados y desconectados que, sin embargo, se hacen más inteligibles si se los inscribe en el contexto de las tensiones que recorrían la campaña bonaerense. Alcaldes, jueces y comisarios aparecen reiteradamente desafiados y con ellos los grupos de vecinos notables e influyentes de los pueblos de los que se reclutaban; sobre ellos se acumulaban las demandas, las expectativas y los resentimientos de la población rural. Este era el ámbito por excelencia de la política tal como era vivida en la campaña. Estas autoridades eran las encargadas de aplicar la abundante normativa disciplinadora y represiva que emanaba del estado, de clasificar a los pobladores, establecer quiénes eran los “perjudiciales” y, por tanto, aquellos sobre quienes podía recaer el estigma de la vagancia y el destino del contingente. Las gavillas de salteadores sino eran una opción válida para la mayor parte de los paisanos venían a desafiar y a erosionar el poder de estas autoridades. La magnitud que este contexto adquirieron las gavillas era inseparable de la guerra con Brasil. Por ejemplo, el detenido Pedro Pablo Latorre relató que fue destinado a la Banda Oriental de soldado y tras cuatro meses de servicio obtuvo licencia “y en ese estado se ocultó”; desde entonces, “no ha tenido paradero fijo por que hoy a estado aquí mañana allá”147. Por su parte, cuando Diego Arce fue detenido dijo que había sido llevado por la leva a la Banda Oriental de donde volvió a los tres años y fue entonces que “desertó a los lanceros cuando la Federación”148. Arce se nos presenta así como uno de los tantos desertores que durante la crisis de 1829 fueron minando al ejército de Lavalle y engrosando las filas federales; su trayectoria no tiene nada de excepcional y replica casi idénticamente las vicisitudes que un propagandista de Rosas como Luis Pérez empleó para explicar en un largo poema gauchesco de 1830 las motivaciones de la adhesión popular a la federación en las páginas de El Gaucho: en este largo poema, que se enlaza explícitamente con los diálogos de Hidalgo, Pérez transformaba en relator de la historia a un “gaucho del Salado” quién siendo peón de las estancias de Rosas fue llevado con el contingente al ejército en la Banda Oriental; allí en plena vida militar “A matreriar empecé/ y muchas veces confieso/ que en Resertar me pensé”. El deseo se hizo realidad el 1º de diciembre de 1828: el gaucho desertó del ejército y

“Siempre al lado del patrón/ Lo seguí; porque soy firme/ En nuestra federación”149. Como ya vimos, durante la profunda conmoción que sacudió a la provincia desde fines de 1828 a mediados de 1829 los juicios a gavillas de salteadores se reducen notoriamente. Y, sin embargo, las referencias a las gavillas se multiplican. La prensa unitaria no dudó en presentar a los alzados como bandas de salteadores y de relacionar el alzamiento con la montonera de 1826: así un periódico sostenía que Rosas como Cipriano Benítez “se hizo capitán de bandoleros” y trazaba un claro perfil de sus seguidores: “todos sabemos que andan de á cincuenta, ciento y de á doscientos por aquí y por allí, á su discreción, cometiendo todo género de excesos y a las órdenes de éste y aquel salteador”; más aún, el periódico no dudaba en destacar que al retirarse Rosas hacia Santa Fe “dejó en su lugar á Arbolito, Molina, y toda esa chusma que fue dispersada el 26”150. Desde esta perspectiva, la filiación entre el alzamiento federal de 1829 con las gavillas de salteadores y la montonera de 1826 estaba fuera de toda duda. Y, parece cierto que las montoneras federales que aquel verano impidieron la consolidación de la restauración unitaria y le impidieron el control de la campaña deben haberse nutrido al menos en parte de hombres que tenían estas trayectorias. Sin embargo, el problema es más complejo y no puede reducirse a esta constatación. Entre los salteadores existían motivaciones y experiencias que hacen comprensible su adhesión a la “Federación” y su intervención no puede explicarse sólo por la lealtad a sus líderes. Debe considerarse, ante todo, que durante esta crisis llegó a su máxima intensidad esa bandolerización de la lucha política o, para decirlo en los términos de un observador contemporáneo, “la guerra no se ha vuelto sino una piratería”151. Luego porque el desenvolvimiento de las gavillas fue paralelo y sólo parcialmente articulado con el alzamiento. Nuestra evidencia sugiere que si bien muchas gavillas pueden haberse alineado con el alzamiento otras continuaron actuando sin conexión efectiva con él. Por ejemplo, en enero de 1829 una numerosa gavilla asaltó y saqueó la casa de John Miller, un inglés arrendatario en la colonia que había formado en Santa Catalina, partido de Quilmes, Guillermo Parish Robertson; días antes algunos miembros de la misma gavilla habían asaltado en el camino a la colonia a otro inglés, J. Graham. En este caso la mayor parte de los acusados eran peones de la colonia o estaban estrechamente vinculados con ellos. Y, aunque indagaron con pasión, las autoridades no pudieron encontrar ningún vínculo de los asaltantes con los “anarquistas”152. Aquí tenemos peones enfrentando a patrones que además son extranjeros y el hecho importa pues el movimiento de 1829 puso en evidencia fuertes sentimientos xenófobos y antieuropeos, una situación que ya se había mostrado en la montonera de 1826 pero también en el accionar de las gavillas. No era patrimonio exclusivo de ellas sino un atributo cada vez más notorio en el comportamiento de los sectores populares que adherían al federalismo.

Desde entonces, además, en varios asaltos era reiterado que las acusaciones o las sospechas recayeran en peones o criados. Así en febrero de 1829 una numerosa gavilla produjo un violento asalto en la casa de doña María Salomé Rodríguez llevándose toda la ropa y el dinero; entre ellos estaba el peón de su chacra153. Una vez terminada la contienda, estos asaltos continuaron. En octubre de 1829 una gavilla de asaltó una casa en la ciudad y para los propietarios estaban implicadas sus dos criadas154. Hacia agosto de 1830 una numerosa gavilla asaltó y saqueó una estancia en Pilar, incendió del rancho e hirió gravemente a los moradores; entre los acusados aparecieron un peón de la estancia y el esposo de la criada de la casa155. Días después en el mismo partido fue asaltada en dos oportunidades una estancia e incendiado el rancho; las sospechas también recayeron en dos peones156. Que las acusaciones y sospechas recayeran reiteradamente en peones y criados pareciera ser tanto un legado del alzamiento como de los fantasmas que atosigaban a los sectores altos y expresaban la marca que las gavillas pueden haberle asignado a la movilización plebeya que acompañó la instauración del rosismo. Otro aspecto importante es que las gavillas no sólo siguieron operando durante el primer gobierno de Rosas sino que incluso hubo algunas que cometieron acciones muy notorias. Un buen ejemplo lo suministra una gavilla desbarata en 1831: estaba compuesta por más de 12 hombres muy bien armados y en una intensa actividad delictiva habían asaltado a un capitán del ejército, a un comisario, a dos ingleses en un camino, al dueño de un molino, al administrador de Chacarita, todo ello en el partido de San Isidro. En la frontera oeste, asaltaron dos estancias y en una de ellas violaron a dos mujeres. En los arrabales de la ciudad, en la Recoleta asaltaron a un prominente vecino. De esta manera, la gavilla había operado desde las afueras de la ciudad hasta los puntos más alejados de la frontera oeste157. Estas evidencias indican que las relaciones entre las gavillas de salteadores y el rosismo debe haber sido más compleja de lo que podría parecer. Sin duda, ese primer gobierno de Rosas estuvo signado por el firme propósito de la restauración del orden. Slatta y Robinson han efectuado una estimación del número de arrestos que efectuó la Policía entre 1827 y 1850158 y esta estimación arroja un promedio anual de 310 detenciones para todo el período. Sin embargo, entre 1827 y 1832 el número de arrestos fue muy superior al promedio. La cifra más baja de arrestos se produjo en 1829 (con 380 arrestos) y probablemente deba atribuirse no a una mayor tranquilidad pública sino al desquiciamiento del funcionamiento de la policía durante la crisis. La mayor cantidad de arrestos se produjo en 1830 (850) y 1831 (760). Se ha postulado que ello ofrece una imagen prístina de la “Restauración de las Leyes” y de la capacidad del primer rosismo para potenciar la capacidad de acción de la Policía. Sin embargo, es posible también otra lectura sino alternativa al menos complementaria: el restablecimiento de la disciplina social era una empresa aún en ciernes y el número de arrestos policiales podrían estar mostrando que la capacidad

represiva y disciplinadora del estado crecía frente a una población que continuaba estando altamente indisciplinada. Más aún, hasta el éxito del estado en estos pocos años puede verse como relativo: hacia 1832, con Rosas firmemente asentado en el poder, el número de arrestos era de 440, es decir que tenía los mismos niveles que había tenido en años convulsionados políticamente como habían sido 1827 y 1828. Los ritmos de la lucha política y de la disciplina social se nos vuelven a mostrar distintos y esta arritmia es en sí misma un indicio de que no pueden formularse relaciones simples y directas entre las intensidades de los conflictos políticos y de las tensiones sociales. Nuestra muestra de juicios, por su parte, indica que en estos años la mayor cantidad de causas se iniciaron en 1827, 1830 y 1832 y dado que sólo representan una proporción de la cantidad de gavillas existentes sugiere que la llegada de Rosas al poder fue precedida, acompañada y continuada por el accionar de los salteadores. Si fueron hábilmente manipulados en la crisis de aquel verano caliente de 1829 muchas deben haber sido difíciles de controlar y disciplinar después. ¿Cómo disciplinó Rosas a estos violentos seguidores una vez instalado en el gobierno a fines de 1829, un gobierno que se proclamó la Restauración de las Leyes? El problema es central y aún carece de una explicación satisfactoria. Lo que nuestros datos sugieren es que la represión de los gavilleros no sólo continuó sino que incluso es posible que se haya incrementado, dado que el accionar de las gavillas no se había acabado. En este sentido, dos trayectorias individuales pueden resultar emblemáticas. José Luis Molina había sido capataz de la estancia que Francisco Ramos Mejía organizó en tierras bajo control de los indios pampas a mediados de la década de 1810. En 1821, tras la brutal represalia del gobernador Martín Rodríguez Molina se unió a estas parcialidades y condujo sonados malones contra la frontera. Hacia 1826, obtuvo un indulto y fue incorporado como baqueano de las tropas provinciales hasta terminar bajo las órdenes de Rosas. Al parecer Molina conducía su propia gente tanto que Rosas tuvo que “compensarlo” en julio de 1827 para que se retirara con sus 80 hombres de Chascomús hacia su estancia159. No debe haber sido sencillo mantener disciplinadas a estas fuerzas: en setiembre de 1827 fue asaltada violentamente la casa de un Alcalde de Barrio en las afueras de la ciudad por una gavilla integrada por soldados al mando de su sobrino, Dionisio Molina160. Durante el alzamiento rural de fines de 1828 Molina y las tribus amigas tuvieron un destacado papel y después del triunfo federal se transformó en jefe de una unidad militar hasta su muerte en 1830. Menos conocida es la historia de Escolástico Miranda. En setiembre de 1826 había sido detenido en Navarro junto a otros “vagos” destinados al servicio de armas. Al parecer Miranda logró ser excluido del contingente aunque tenía fama de “matador” y había estado detenido dos años por ladrón y cuatrero161. Reapareció durante el alzamiento lideró algunas montoneras y en volvió a Navarro en marzo de 1829 asaltando y saqueando la estancia del Juez de Paz al tiempo que junto a Arbolito,

González, Sosa y Miñana asaltaron el pueblo de Monte batiendo a las fuerzas unitarias. Estos hombres fueron descriptos por El Pampero como aquellos que “han ocupado siempre un lugar distinguido entre los de los facinerosos conocidos en toda la provincia por sus crímenes” y sus seguidores como “esa partida de ladrones, que no es otra cosa, se convirtiese en una reunión de hombres, armados por sostener eso que llaman federación”162. Sin embargo, y pese a los servicios prestados a la causa federal, el destino de Miranda parece haber sido distinto al de Molina: continuó su carrera delictiva y en 1830 terminará fusilado, por orden del mismo Rosas163.

Conclusión Las disímiles trayectorias de Molina y Miranda invitan a pensar que las relaciones entre el bandolerismo y el rosismo deben haber sido complejas y cambiantes y, en cierto punto, contradictorias. Sin embargo, la prensa unitaria de entonces y la historiografía posterior hizo mucho énfasis en la centralidad que tuvieron las bandas en la formación de ese liderazgo. Al respecto la descripción de John Lynch es emblemática y válida no sólo para el caso de Rosas sino para toda su presentación del caudillismo latinoamericano: según su perspectiva, la trama de relaciones jerarquizadas que suponía el caudillismo tenía como núcleo central una “banda de hombres armados” en torno al cual se conformaban una serie de círculos periféricos y dependientes: “Todo el conjunto permanecía unido mediante el vínculo patrón-cliente, mecanismo esencial del sistema caudillista” y “La estructura de estas relaciones seguía el esquema terrateniente-campesino”164. De esta forma, la explicación del surgimiento del liderazgo de Rosas, clásica y consagrada, es clara y precisa: Rosas era un gran terrateniente, trasmutó el poder privado que previamente tenía acumulado dentro de sus posesiones sobre una masa de peones dependientes en un liderazgo político sostenido en la obediencia y la lealtad de un séquito personal aprovechando un vacío de poder institucional y movilizando a su favor a las bandas armadas que le seguían. El problema es que esta explicación fue construida sobre la base de supuestos que han sido erosionados y rebatidos por la historiografía más reciente165. El vacío institucional no era tal, sino que por el contrario, el liderazgo fue construido aprovechando los recursos que ofrecía el nuevo sistema institucional en formación, empezando por la condición de Rosas de Comandante General de Milicias las que, por cierto, estaban muy lejos de estar formadas sólo o principalmente por sus peones166. Luego, porque se ha puesto de manifiesto una sociedad rural mucho más compleja que un conjunto de grandes estancieros que ejercían un poder absoluto sobre una masa de peones sometidos a relaciones cuasi feudales167. Hoy, la imagen disponible es radicalmente diferente sino directamente opuesta y en esas

condiciones la construcción del liderazgo debe haber problemática y dependió de aspectos netamente políticos168.

sido

muy

Desde esta perspectiva, las relaciones entre la formación de ese liderazgo y el bandolerismo es mucho más problemática y compleja de lo que hasta ahora se ha advertido. La articulación entre el bandolerismo y la lucha política no era una invención de Rosas sino un fenómeno anterior a su transformación en líder político. Rosas debió conseguir la adhesión de las bandas de salteadores y su disciplinamiento no sólo era problemático sino que suponía cerrar el ciclo que se había abierto después de 1810. La proliferación de las bandas de salteadores y de “ladrones famosos” y su transformación en protagonistas de la lucha política eran una novedad que había traído la revolución y expresaba tanto las tensiones sociales que recorrían la pampa como el intenso de grado de politización al que había llegado su población. La política se había convertido en una pasión que también incluía a los salteadores. Y podía hacerlo porque ellos no eran un grupo social específico ni individuos que se dedicaban a estas actividades durante gran parte de sus vidas; en su mayor parte eran paisanos que se habían incorporado a las gavillas en un momento generalmente avanzado de ellas. El examen de la situación de Buenos Aires durante estas dos décadas suministra elementos para el debate general sobre el bandolerismo. En primer término, permite precisar algunas de las condiciones existentes para su diseminación. En este sentido nuestras evidencias confirman un argumento que ha sido corroborado en otras zonas de América Latina: el bandolerismo existía como un fenómeno endémico pero en determinadas condiciones – especialmente durante una conmoción profunda del orden establecido- tendió a transformarse en epidémico169. A su vez, también parecieran verificarse las posibilidades de multiplicación del bandolerismo en un contexto de generalizada lucha por el poder que termina por “bandolerizar” las formas de acción política170. La campaña bonaerense reunía algunas características favorables a la proliferación del bandolerismo. Se trataba de una sociedad rural profundamente mercantilizada y en la cual la capacidad efectiva de control del territorio y la población era muy reducida tanto para las autoridades como para los propietarios. No sólo contaba con fronteras jurisdiccionales difusas, permeables y en proceso de definición (como las que tenía con las provincias de Santa Fe y Entre Ríos) sino también con una vasta e insegura frontera con sociedades indígenas que no habían sido sometidas. La estructura de poder institucional no sólo era reducida y débil sino que su despliegue fue una de las tareas principales del estado durante estas décadas171. Para ello el estado reclutó las autoridades locales entre los propios vecinos, de modo que ellas debían fungir a un mismo tiempo como emisarios del poder central, portavoces de las comunidades vecinales y mediadores entre ambos sin que llegaran a separarse efectivamente de la sociedad local. En tales condiciones, la persecución de los bandidos era

necesariamente limitada, estaba sometida a múltiples restricciones sociales y el gobierno no podía impedir cierta tolerancia hacia los bandidos tanto por parte de estas autoridades como (y sobre todo) de los paisanos y vecinos que les brindaban abrigo o, al menos, consentimiento. Por otra parte, se estaba produciendo desde el estado una transformación del marco normativo de las relaciones sociales agrarias que tendía a remover costumbres y prácticas arraigadas y que implicaba una creciente distancia entre las nociones y los valores que pretendían imponer las elites y las que primaban en la sociedad rural172. En un contexto de sistemas normativos heterogéneos (cuando no directamente contradictorios) las consideraciones sociales acerca de la ley, la justicia y el delito estaban claramente en tensión. La proliferación del bandolerismo y su aceptación social era una de las manifestaciones de estas tensiones. Como hemos visto, los bandoleros se reclutaron preferentemente entre peones y labradores. Las evidencias ofrecidas en cuanto a los primeros indican que el salteamiento puede ser considerado a veces como una instancia decisiva dentro una trayectoria de fricciones y disputas previas entre patrones y peones en el cual la resistencia cotidiana, opaca y oculta, se transmutaba en un enfrentamiento violento y abierto. Esa resistencia cotidiana parece haber incluido una serie de prácticas, desde el abandono del trabajo hasta el robo menudo generalmente de una prenda o el carneo de una res. Sin embargo, esta forma de delito menudo, cotidiano y reiterado, no era como en otros contextos la expresión de una disconformidad que no tenía posibilidades de expresarse a través de la rebelión o el bandolerismo173. Por el contrario, en el contexto bonaerense esta forma de robo era la expresión tanto de resentimientos como de una creciente insubordinación de los peones y los criados y su transformación en bandidos era una posibilidad cierta y abierta. La campaña bonaerse en estas décadas ofrece un ejemplo sugestivo de una sociedad rural que al mismo tiempo estaba viviendo una transformación de su estructura económica, el intento de construir una estructura de poder institucional efectiva y un proceso de movilización y politización acelerada. Sin embargo, vista desde una perspectiva histórica más amplia y comparativa, la exitosa transformación capitalista del mundo rural bonaerense del siglo XIX se destaca en el contexto latinoamericano por la ausencia casi completa de rebeliones campesinas que la desafiaran y por una arraigada tradición de bandolerismo. Antes de caer en la tentación de etiquetarlo y asignarle un sentido preciso (“reformista” o “revolucionario”, facilitador y obstáculo de la rebeldía colectiva campesina) preferimos observarlo como un fenómeno creciente y generalizado cuyos múltiples y contradictorios sentidos eran asignados por el contexto y por la incidencia desetabilizadora que él podían tener las gavillas al margen de sus motivaciones. Pero, correr del centro del análisis las motivaciones personales de los bandidos no implica eludir sus implicancias políticas ni concluir que los

propios bandidos no tuvieran nociones políticas. Ellas eran las que imperaban en su medio social tras siglos de sistema colonial y fueron transformadas por las experiencias y los discursos que dos décadas de revolución y guerra habían traído a la campaña bonaerense. En cierto sentido, los vínculos que los bandidos terminaron teniendo con la lucha política puede calificarse provisoriamente como transaccionales. Ellos suponían una serie de intervenciones que no se sustentaban en una lealtad inalterable derivados de vínculos de dependencia personal previos sino que estaban sujetos a adhesiones que debían obtenerse mediante transacciones, de un modo no demasiado distinto al que intervenían en las elecciones el común de los paisanos. Como ya había advertido Gramsci la historia de las clases subalternas suele ser disgregada y episódica y la comprensión de sus trayectorias históricas requiere también de analizar “su adhesión activa o pasiva a las formaciones políticas dominantes, los intentos de influir en los programas de estas formaciones para imponer reinvindicaciones propias y las consecuencias que tengan estos intentos en la determinación de procesos de descomposición, renovación o neoformación”. En estas condiciones, “Los grupos subalternos sufren siempre la iniciativa de los grupos dominantes, incluso cuando se rebelan y se levantan”174. Desde esta perspectiva, las gavillas de salteadores expresaban parte de los reclamos de la población rural mientras no dejaron de imponer su propia marca al triunfo federal de 1829. No era “su” triunfo (aunque así puede haber sido vivido por un momento) pero sin duda se había producido con su intervención.

Notas a pie de página 1 Una primer versión de este texto fue presentada en el Coloquio “Crise d’indépendance, mobilisation sociale et construction d’un ordre politique nouveau en Amérique hispanique” organizado por la Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales y la Maison des Sciences de l’Homme en París el 7 de mayo de 2004. Agradezco los comentarios, críticas y sugerencias de los comentaristas Carmen Bernand, Jacques Poloni y Josep M. Fradera y de todos los demás participantes. Quiero agradecer también a Silvia Ratto por la colaboración prestada para la recolección de la información. 2 La Guardia de Monte era un fortín de la frontera sur fundado a principios de la década de 1780 y en torno al cual se formó un poblado. Las llamadas “Islas del Tordillo” eran unos montes de árboles situadas aún más al sur cerca del poblado de Dolores, formado hacia 1817.

3 Bartolomé Hidalgo, “Diálogo patriótico interesante entre Jacinto Chano, capataz de una estancia de las Islas del Tordillo y el gaucho de la Guardia del Monte”, en Bartolomé Hidalgo, Obras Completas. Colección de Clásicos Uruguayos, volumen 170, Montevideo, 1986, pp. 111-127 [1821]. 4 Cf. Raúl O. Fradkin, "Centauros de la pampa. Le gaucho, entre l’historie et le mythe", en Annales. Historie, Sciences Sociales, Année 58º, Nº 1, janvier-février, 2003, pp. 109-133. 5 Nos referimos al trabajo del sociólogo Roberto Carri uno de los miles de detenidos desaparecido durante la última militar: Isidro Velázquez. Formas prerrevolucionarias de la violencia, Buenos Aires, Colihue, 2001 [primera edición: 1968]. 6 Desde una perspectiva alejada del bandolerismo social ver Richard Slatta, "Rural Criminality and Social Conflict in Nineteenth-Century Buenos Aires Province", en H.A.H.R., 60:3, 1980, pp. 450-472. Una visión muy diferente en Hugo Chumbita, Jinetes rebeldes. Historia del bandolerismo social en la Argentina, Buenos Aires, Javier Vergara Editor, 2000. 7 Entre las más destacadas contribuciones recientes se encuentran: José C. Chiaramonte, Ciudades, Provincias, Estados: Orígenes de la Nación Argentina (18001846), Ariel, Buenos Aires, 1997; Marcela Ternavasio, La revolución del voto. Política y Elecciones en Buenos Aires, 1810-1852, Buenos Aires, Siglo veintiuno editores Argentina, 2002 y Pilar González Bernaldo, Civilidad y política en los orígenes de la Nación Argentina. Las sociabilidades en Buenos Aires, 1829-1862, Buenos Aires, FCE, 2000. 8 Por ejemplo, Ricardo Salvatore, Wandering Paysanos. State order and subaltern experience in Buenos Aires during the Rosas era, Duke University Press, Durham and London, 2003 y Gabriel Di Meglio, Las prácticas políticas de la plebe urbana de Buenos Aires entre al Revolución y el Rosismo (1810-1829), Tesis de Doctorado, Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, UBA, 2004. 9Ello puede observarse con claridad en los estudios andinos donde todavía es mucho menor la cantidad de estudios dedicadas a esta fase crítica que los existentes para las rebeliones del siglo XVIIIo las revueltas campesinas de los siglos XVIII y XIX: ver la excelente compilación de Steve Stern, Resistencia, rebelión y conciencia campesina en los Andes. siglos XVIII al XX, Lima, IEP, 1990. 10 Un panorama actualizado se puede encontrar en Raúl O. Fradkin y Juan C. Garavaglia (eds.), En busca de un tiempo perdido. La economía de Buenos Aires en el país de la abundancia, 1750-1865, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2004. 11 Hobsbawm desarrolló su primer argumento en un capítulo de Rebeldes primitivos. Estudio sobre las formas arcaicas de los movimientos sociales en los siglos XIX y XX, Barcelona, Ariel, 1974 y luego en su libro recientemente publicado en edición ampliada: Bandidos, Barcelona, Crítica, 2001. 12 Para un panorama del debate: Gilbert Joseph, "On the trail of Latin American Bandits: A Reexamination of Peasant Resistance", en Latin American Research

Review, Nº 25, 1990, pp. 7-53 que suministra un excelente balance de la discusión y los artículos de Richard Slatta, Christopher Bibeck, Peter Singelman y la réplica del propio Joseph en el volumen 26 de la misma revista publicado en 1991. 13 Cf., el “Epílogo a la edición española” de Rebeldes primitivos de 1974 14 Eric Hobsbawm, Años interesantes. Una vida en el siglo XX, Buenos Aires, Crítica, 2003, p. 343 15 Una lúcida crítica en Manuel González de Molina, “Los mitos de la modernidad y la protesta campesina. A propósito de ‘Rebeldes Primitivos’ de Eric J. Hobsbawm”, en Historia Social, Nº 25, 1996, pp. 113-157. 16 Se trata de 98 juicios abiertos a gavillas de salteadores entre 1811 y 1832 y que se conservan en los fondos Tribunal Criminal del Archivo General de la Nación de Buenos Aires (en adelante AGN, TC) y en los fondos del Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires de la ciudad de La Plata denominados Juzgado del Crimen (en adelante AHPBA, JC) y Real Audiencia (en adelante AHPBA, RA) 17 AGN. IX-32-5-2, exp. 3. Citado por Marcelo Ferreyra, “Migraciones forzadas, frontera y conflictos sociales en el sur santafesino: Coronda a fines del siglo XVIII”, Tesis de Licenciatura, Luján, UNLu., 2003, p. 102. 18 AGN, IX, 32-5-3, exp. 25. 19 AGN, IX, 32-5-8, exp. 11 20 AGN, IX, 32-5-8, exp. 3 21 AGN, IX-35-6-5, exp. 22. 22 Juan Manuel Beruti, Memorias curiosas, Buenos Aires, Emecé, 2001, p. 186. [1ª ed. 1942-43] 23 Citado en Francisco Romay, Historia de la Policía Federal Argentina, Buenos Aires, Biblioteca Policial, Tomo I, 1963, p. 223 24 AHPBA, JC, 34.2.34, exp. 24. 25 Pedro José Agrelo, “Autobiografía”, en Senado de la Nación, Biblioteca de Mayo. Colección

de

Obras

y

Documentos

para

la

Historia

Argentina,

Tomo

II:

Autobiografías, Buenos Aires, 1960, pp.1293-1323, p. 1302-1303 26 Sus sentencias muestran que mucho de los condenados eran soldados en actividad: Gaceta de Buenos Aires (1810-1821). Reimpresión fascimilar. Tomo V, 1817-1819. Buenos Aires, Compañía Sudamericana de Billetes de Banco, 1914. 27 AHPBA, Juzgado del Crimen, 34.2.36. Expte 69 (1817) Criminal seguida contra Manuel Alarcón (alias Tabares), Pedro José Galindo y otros por robar y herir a don José María Cabrera en San Isidro. 28 Al respecto sigue siendo imprescindible ver Tulio Halperín Donghi: “Militarización revolucionaria en Buenos Aires, 1806-1815”, en Tulio Halperín Donghi (comp.), El ocaso del orden colonial en Hispanoamérica, Buenos Aires, Sudamericana, 1978, pp. 121-157

29 Recuérdese que desde 1811 el liderazgo que el grupo dirigente de Buenos Aires ejercía de la revolución pasó a ser abiertamente cuestionado por Artigas y desde 1813, con oscilaciones, adoptó la forma de enfrentamiento militar abierto. 30 Como se recordará López en Santa Fe y Ramírez en Entre Ríos emergieron como líderes políticos primero bajo la influencia de Artigas y como parte de los Pueblos Libres aunque luego se separaron de él. En 1820 encabezaron la oposición al Directorio de Buenos Aires y en la batalla de Cepeda lo derrotaron tras lo cual esta forma de poder central fue disuelta iniciándose una etapa de formación de estados provinciales. Carrera era un disidente chileno que había disputado a la facción comandada por O’Higgins y su aliado San Martín la dirección del proceso chileno y tras su derrota inició un largo peregrinaje político que incluyó su intervención en la guerra civil rioplantense unido al bando federal. 31 Cf. Eduardo Míguez, "Guerra y orden social en los orígenes de la Nación Argentina, 1810-1880", en Anuario IEHS, 18, 2003, Tandil, pp 17-38 32 Fabián Herrero, “Un golpe de estado en Buenos Aires durante octubre de 1820”, en Anuario IEHS, 18, 2003, pp. 67-86. Gabriel Di Meglio, “La consolidación de un actor político: los miembros de la plebe porteña y los conflictos de 1820”, en Hilda Sábato y Alberto Lettieri (comps.), La vida política en la Argentina. Armas, votos y voces, Buenos Aires, FCE, 2003, pp. 173-190. 33 Gabriel Di Meglio, “Pandillas de Buenos Aires. Una aproximación a los robos en la ciudad, 1810-1829”, ponencia a las IX Jornadas Inter Escuelas y Departamentos de Historia, Córdoba, 22 al 24 de setiembre de 2003. 34 Citado en César García Belsunce (dir.), Buenos Aires, 1800-1830: salud y delito, Buenos Aires, Emecé, 1977, p. 204 35 Gazeta de Buenos Aires, miércoles 27 de diciembre de 1820 36 Marta Bechis, "Fuerzas indígenas en la política criolla del siglo XIX", en Noemí Goldman y Ricardo Salvatore (comps.), Caudillismos rioplatenses. Nuevas miradas de un viejo problema, Buenos Aires, EUDEBA, 1998, pp. 293-318. 37 Un completo panorama de los cambios que acontecían en el mundo indígena pampeano y en la frontera en Silvia Ratto, La frontera bonaerense (1810-1828): espacio de conflicto, negociación y convivencia, La Plata, Publicaciones del Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires “Dr. Ricardo Levene”, 2003. 38 "Administración de justicia", en Gazeta de Buenos Aires, viernes 25 de julio de 1821 39 "Administración de justicia", en Gazeta de Buenos Aires, miércoles 22 de agosto de 1821 40 "Administración de justicia", en Gazeta de Buenos Aires, setiembre de 1821 41 El Americano Imparcial, 3 de marzo de 1825 42 AHPBA, JC, 34,3,55, Expte 11 (1824) f. 26

miércoles 5 de

43 Ver Jorge Gelman "Justice, Etat et Societé. Le retablissement de l'ordre a Buenos Aires aprés l'independance", en Etudes Rurales, 149/150, 1999, pp. 111-124 44 Nos hemos ocupado de esta cuestión en Raúl O. Fradkin, "Représentations de la justice dans la campagne de Buenos Aires (1800-1830)" en Études Rurales, 149/150, 1999, pp. 125-146 45 Cf. Fabián Alonso, María E. Barral, Raúl O. Fradkin y Gladys Perri, "Los vagos de la campaña bonaerense: la construcción histórica de una figura delictiva (17301830)", en Prohistoria, Nº 5, Rosario, 2001, pp. 171-202. 46 Recuérdese que los años de reconstrucción económica y reforma institucional del estado provincial fueron los de los gobiernos de Martín Rodríguez y Gregorio Las Heras. A partir de 1824 comenzó a funcionar un congreso de diputados de las provincias que a principios febrero de 1826 designó a Bernardino Rivadavia como Presidente en un esfuerzo efímero por reconstruir un poder central pues acabó con su renuncia y la posterior disolución del congreso a mediados de 1827. 47 AGN, X-13-9-4, Justicia, 1826 48 AHPBA, JC, 34.2.41 (1828) Exp.17, Año de 1828. Criminal contra Pedro Monteros, Mariano Rivera y otros por robo en gavilla 49 El mejor análisis disponible del alzamiento rural es el de Pilar González Bernaldo, "El levantamiento de 1829: el imaginario social y sus implicancias políticas en un conflicto rural", en Anuario I.E.H.S., 2, Tandil, 1987, pp. 135-176. 50 AHPBA, JC, 34.5.93 Expte. 14 (1830) Criminal contra Nicolás Cuello, Pedro Pérez, Manuel Palomeque, Gregorio Burgos, Francisco Acosta, Miguel Cuello y Esteban González 51 AHPBA, JC, 34.5.98 Expte. 8 (1831) Criminal contra Florencio Lavallen, Luis Acosta y otros por robos en gavilla 52 AHPBA, JC, 34.5.96 Expte. 27 (1830) Criminal contra Pedro y Juan de Dios Figueroa, Pedro Muñoz y otros por robo en gavilla 53 Hemos tratado los significados de la “opinión” y la “fama” en las tramitaciones judiciales en María E. Barral, Raúl O. Fradkin y Gladys Perri: "¿Quiénes son los “perjudiciales”?. Concepciones jurídicas, producción normativa y práctica judicial en la campaña bonaerense (1780-1830) ", en Claroscuro. Revista del Centro de Estudios sobre la Diversidad Cultural, 2, Rosario, 2002, pp. 75-111. 54 AHPBA, JC, 34,4,69, Expte 20 (1826) Criminal contra Benito Peralta y otros por robo en gavilla 55 Una disminución drástica del número de causas tramitadas desde la campaña se evidencia también durante esos años en la justicia civil: cf. María E. Barral, Raúl O. Fradkin, Marcelo Luna, Silvina Peicoff y Nidia Robles: “La construcción del poder estatal en una sociedad rural en expansión: el acceso a la justicia civil en la campaña bonaerense (1800-1834)”, ponencia presentada a las Terceras Jornadas de la Asociación Uruguaya de Historia Económica, Montevideo, 9 al 11 de julio de 2003.

56 La dificultad de identificar y cuantificar movimientos sociales de alcance limitado en condiciones de sublevación general es común a todos los intentos de producir series cuantificables de estas acciones: cf. por ejemplo, John Coastword, “Patrones de rebelión rural en América Latina: México en una perspectiva comparativa”, en Friederich Katz (comp.), Revuelta, rebelión y revolución. La lucha rural en México del siglo XVI al XX, México, Era, 1990, Tomo I, pp. 27-63. Más aún, este autor decidió prescindir

de

incluir

el

bandolerismo

en

su

tipología

ante

el

desacuerdo

historiográfico acerca de sus contenidos. 57 Un panorama completo y actualizado de la estructura regional y sus diferentes zonas en Juan C. Garavaglia, Les hommes de la pampa. Une historie agraire de la campagne de Buenos Aires (1700-1830), Paris, Editions de l’Ecole des hautes études en sciences sociales/ Editions de la Maison des sciences de l’homme, 2000. 58 Incluimos en ella a los partidos de Flores, San Isidro, San Fernando, Las Conchas, Matanza, Morón y Quilmes 59 Incluimos en ella a los partidos de Pilar, Exaltación de la Cruz, San Antonio de Areco, Fortín de Areco, Villa de Luján, Guardia de Luján, Navarro y Lobos. 60 Incluimos aquí los partidos de Rojas, Pergamino, Arrecifes, San Nicolás, San Pedro y Baradero 61 Incluimos aquí a los partidos de Magdalena, Chascomús, Monte, Ranchos y Monsalvo 62 AGN, X-14-8-7 63 AGN, X-13-9-2, Policía, 1825 64 AGN, X-14-5-6, Policía, 1827 65 Ver Raúl O. Fradkin, “Las quintas y el arrendamiento en Buenos Aires (siglos XVIII y XIX)”, en Raúl O. Fradkin, Mariana Canedo y José Mateo (comps.), Tierra, población y relaciones sociales en la campaña bonaerense (siglos XVIII y XIX), Mar del Plata, GIHRR-UNMDP, 1999,. pp. 7-40. 66 AHPBA, JC, 34-2-37, exp.21 (1818), 34-2-39, exp. 3 (1820), 34.2.39, exp. 3 (1821), 34-2-34, exp. 19 (1821), 34-3-43 (1822), 34-3-46, exp. 39 (1822), 30-351, exp. 38 (1823) y 34-3-55, exp.11 (1824) 67 AHPBA, JC, 34-4-64, exp.4 (1825) 68 AHPBA, JC, 34-5-98, exp. 8 69 Un panorama del funcionamiento de la justicia criminal en el período en Osvaldo Barreneche, Dentro de la Ley, TODO. La justicia criminal de Buenos Aires en la etapa formativa del sistema penal moderno de la Argentina, La Plata, Ediciones Al Margen, 2001. 70 Un análisis impecable de estas cuestiones en Arlette Farge, La atracción del archivo, Valencia, Edicions Alfons El Magnanim, 1991 y La vida frágil. Violencia, poder y solidaridades en el París del siglo XVIII, México, Instituto Mora, 1994. 71 Nos hemos ocupado de esta cuestión en Raúl O. Fradkin, “Cultura jurídica y cultura política: la población rural de Buenos Aires en una época de transición (1780-

1830)”, ponencia presentada al Coloquio Internacional “Las formas del poder social. Estados, mercados y sociedades en perspectiva histórica comparada. EuropaAmérica Latina (siglos XVIII-XX)”, IEHS-UNICEN, Tandil, 5 y 6 de agosto de 2004. 72 Cf. José Mateo, “Bastardos y concubinas. La ilegitimidad conyugal y filial en l frontera pampeana bonaerense (Lobos 1810-1869)”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani, Nº 13, 1996, pp. 7-34.; José L. Moreno, “Sexo, matrimonio y familia: la ilegitimidad en la frontera pampeana del Río de la Plata, 1780-1850”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani, Nº 16/17, 1998, pp. 61-84.. 73 AHPBA, JC, 34.5.95 Expte 59 (1830) “Año de 1830. Inocencio Cufré, Mariano Monge – a las armas, José Zuñiga, Pedro Vega – falta- El Chinito amigo de Monge – falta- Agustín Zárate, Antonio Almada, Romano Ferreyra, Juana Vega, María de la Cruz Figueroa, Celestino Otero, Julián Gallardo, prófugo, por robo en gavilla en el partido del Pilar”. 74 AHPBA, JC, 34,3,46, Expte 39 (1822) Causa criminal contra Cipriano Ramirez, Narciso Rodriguez, Dalmacio Moreno y Pablo Alcaráz por robo. 75 Juan C. Garavaglia, “Paz, orden y trabajo en la campaña: la justicia rural y los juzgados de paz en Buenos Aires, 1830-1852”, en Desarrollo Económico, Nº 146, 1997, pp. 241-262. 76 Carlos Aguirre, "Cimarronaje, bandolerismo y desintegración esclavista. Lima, 1821-1854", en Carlos Aguirre y Charles Walker (comp.), Bandoleros, abigeos y montoneros. Criminalidad y violencia en el Perú, siglos XVIII-XX, Lima, Pasado y Presente/Instituto de Apoyo Agrario, 1990, pp. 137-182. 77 Marta Golberg y Silvia Mallo, "La población africana en Buenos Aires y su campaña. Formas de vida y de subsistencia (1750-1850)", en Temas de Africa y Asia, Nº 2, 1994, pp.15-69 78 Carmen Bernand, "La población negra de Buenos Aires (1777-1862)", en Mónica Quijada, Carmen Bernand y Arnd Schneider, Homogeneidad y nación con un estudio de caso: Argentina, siglos XIX y XX, Madrid, CSIC, 2000, pp. 93-140. 79 AHPBA, JC, 34-2-34, Expte 76 (1812) al indio Santos Valdés por vago y mal entretenido 80 AHPBA, JC, 34.2.36 Expte 19 (1815) Criminal contra José Cosio y Atanasio Fernández por atribuírsele el robo de caballos. 81 AHPBA, JC, 34.2.37 Expte 1 (1818) “Frontera del Monte. Comandancia Militar. Sumaria producida sobre esclarecer robos de hacienda vendida clandestinamente a los Indios Pampas. Reo principal Carmen Vera”. 82 Rolando Dorcas Berro, Nuestra Señora de Dolores, La Plata, AHPBA, 1936, p. 71 83 “Causa criminal contra Pascual Castillo acusado de salteador y asesino”, AHPBA, JC, 34-4-70; exp. 6 84 AHPBA, JC, 34.5.90 Expte 70 (1830) Criminal contra Diego Arce por robo en gavilla. f. 1-1v

85 Un excelente análisis del funcionamiento de las redes sociales en José Mateo, Población, parentesco y red social en la frontera. Lobos (provincia de Buenos Aires) en el siglo XIX, Mar del Plata, UNMDP/GIHRR, 2001. 86 AHPBA, JC, 34.3.56 (1824), Expte 61. Criminal contra León Moreno, Bictoriano Reyes, Luis Zapata y Julián Moreno por robo. 87 AHPBA, JC, 34.4.66. expte 19. Criminal contra Gerónimo Rivas y Francisco Esteban Velázquez acusados de robo y asalto en gavilla a la casa de doña Lorenza Casas partido de la Matanza. 88 Juan C. Garavaglia, "Ejército y milicia: los campesinos bonaerenses y el peso de las exigencias militares, 1810-1860", en Anuario I.E.H.S., 18, 2003, pp. 153-187. 89 AGN, X-14-1-4, Policía, 1826 90 AHPBA, JC, 34,4,69, Expte 20 (1826) Criminal contra Benito Peralta y otros por robo en gavilla 91 AHPBA, JC, 34.4.74. expte 54. Criminal contra Casildo Valor y otros por robo en gavilla 92 AHPBA, JC, 34,4,75, Expte 93 (1827) "Correccional Pedro Pajón, Nonato Moreno, Juan de los Santos Díaz, Piedrabuena, acusados de vagos y perjudiciales 93 AGN, X-32-10-7 94 Citado en César García Belsunce (dir.), Buenos Aires, 1800-1830: salud y delito, Buenos Aires, Emecé, 1977, p. 195 95 Eric Hobsbawm, Bandidos, op. cit., p. 13. 96 AHPBA, JC, 34-2-34, exp. 29. Sumaria contra Blas Yedros y Silvestre Navarrete acusados de ladrones. (1811) 97 AHPBA, JC, 34.2.34. Exp. 62. Año de 1812. Causa criminal contra Clemente Melo (alias Grillo), Enrique Vera, un F. Fredes y otro cuyo nombre y apellido se ignora por el robo y heridas que causaron a don Pedro Monsalvo vecino de la Cañada de la Cruz. 98 AHPBA, JC, 34,3,42. Exp. 73. Pueblo de los Arrecifes, año de 1821. Sumario contra Roque Jacinto Arguello acusado de varios robos en la campaña. 99 Carlos Mayo, Estancia y sociedad en la pampa, 1740-1820, Buenos Aires, Biblos, 1995, especialmente capítulos X y XI 100 Para un claro panorama de la sociedad de la campaña norte ver Mariana Canedo, Propietarios, ocupantes y pobladores. San Nicolás de los Arroyos, 16001860, Mar del Plata, GIHRR-UNMDP, 2000. 101 Cf. por ejemplo Ricardo Rodríguez Molas, Historia social del gaucho, Buenos Aires, Maru, 1968 o Richard Slatta, "Gauchos, llaneros y cowboys: un aporte a la historia comparada", en Boletín Americanista, 34, Barcelona, 1984, pp. 193-208 y Los gauchos y el ocaso de la frontera, Buenos Aires, Sudamericana, 1985. 102 AGN, X-35-11-13, Policía, 1825. 103 AGN, X-14-5-6, Policía, 1827

104 Se trata generalmente de autores que tergiversan el enfoque de Hobsbawm y se apoyan en él para desarrollar un argumento que en definitiva se aparta y niega el de aquel. 105 Esta sería la postura simplificada de Hobsbawm y sus más fervientes seguidores 106 Ello por ejemplo se manifestó en la controversia desatada durante la elaboración de la fallida constitución de 1826 acerca de si los peones debían o no tener derechos electorales mientras regía y siguió rigiendo una ley electoral que asignaba el derecho a ser elector a todo “hombre libre” mayor de edad: Cf. Marcela Ternavasio, La revolución del voto. Política y Elecciones en Buenos Aires, 1810-1852, Buenos Aires, Siglo veintiuno editores Argentina, 2002. Oreste C. Cansanello, “Itinerarios de la ciudadanía en Buenos Aires. La ley de elecciones de 1821”, en Prohistoria, Nº 5, 2001, pp. 143-170. 107 Raúl O. Fradkin, “ `Labradores del instante` , ‘arrendatarios eventuales’. El arriendo rural en Buenos Aires a fines del siglo XVIII", en María M. Bjerg y Andrea Reguera (comps.), Problemas de la historia agraria. Nuevos debates y perspectivas de investigación, Tandil, IEHS, 1995, pp. 47-78. 108 Hemos tomado estos conceptos del enfoque de John Tutino, De la insurrección a la revolución en México. Las bases sociales de la violencia agraria, 1750-1940, México, Era, 1990. 109 AHPBA, RA, 5-5-80-14 (1822): “Causa criminal de oficio contra Juan Molina, Luis Castellano y José Santos Guerra presos por el Juez de Paz de Areco por sospechosos de una gavilla qe. asaltó por la noche la casa del señor Prud.o. Pérez y señor Juan de La Cruz Gimenez en las chracras de Ayala”, el 18 de marzo de 1822”. 110 AHPBA, JC, 34.5.93Expte 26 (1830) Correccional contra Lino Arce y Martin Arce por vagos y mal entretenidos 111 AHPBA, JC, 34,4,87, Expte 28 (1829) Carátula: Criminal contra Francisco González. Sr. Juez Don Insiarte. Oficina Agrelo. Ciudad de Buenos Aires. Adjunta una Causa criminal contra F. González y otros por presunciones de salteadores 112 Jorge Gelman, “El fracaso de los sistemas coactivos de trabajo rural en Buenos Aires bajo el rosismo. Algunas explicaciones preliminares”, en Revista de Indias, Vol. LIX, Nº 215, 1999, pp. 123-141. 113 Ricardo Salvatore, "Reclutamiento militar, disciplinamiento y proletarización en la era de Rosas", en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani, Nº 5, 1992, pp.25-48. 114 AGN, X-32-11-2, Policía, 1827 115 AHPBA, JC, 34.5.95 Expte 59 (1830) “Año de 1830. Inocencio Cufré, Mariano Monge – a las armas, José Zuñiga, Pedro Vega – falta- El Chinito amigo de Monge – falta- Agustín Zárate, Antonio Almada, Romano Ferreyra, Juana Vega, María de la Cruz Figueroa, Celestino Otero, Julián Gallardo, prófugo, por robo en gavilla en el partido del Pilar”.

116 James Scott, Everyday forms of Peasant Resistance, New Haven, Yale University Press, 1984. 117 AHPBA, JC, 34,4,75, Expte 93 (1827) "Correccional Pedro Pajón, Nonato Moreno, Juan de los Santos Díaz, Piedrabuena, acusados de vagos y perjudiciales”. 118 Otros ejemplos semejantes en Juan C. Garavaglia, “ ‘Pobres y ricos’: cuatro historias

edificantes

sobre

el

conflicto

social

en

la

campaña

bonaerense

(1820/1840)”, en Poder, conflicto y relaciones sociales. El Río de la Plata, XVIII-XIX, Rosario, Homo Sapiens, 1999, pp. 29-56. 119 AHPBA, JC, 34.2.39 Expte. 3 (1820) Criminal sobre robo hecho a doña Gerarda Leguizamo en gavilla 120 AHPBA, JC, 34,3,46, Expte 39 (1822) Causa criminal contra Cipriano Ramirez, Narciso Rodriguez, Dalmacio Moreno y Pablo Alcaráz por robo. 121 AHPBA, JC, 34.2.36. Expte 69 (1817) Criminal seguida contra Manuel Alarcón (alias Tabares), Pedro José Galindo y otros por robar y herir a don José María Cabrera en San Isidro.f. 52v 122 AHPBA, JC, 34.2.39 Expte. 3 (1820) Criminal sobre robo hecho a doña Gerarda Leguizamo en gavilla 123 AHPBA, JC, 34. 3.62. Expte 19. Criminal contra Luis Caravajal y otros por robo. 124 Carlos Mayo (dir.), Juego, sociedad y estado en Buenos Aires, 1730-1830. UNLP, La Plata, 1998. 125 James Scott, “Formas cotidianas de rebelión campesina”, en Historia Social, Nº 28, 1997, pp. 13-41. 126 AHPBA, JC, 34.2.34, exp 7 (1812). Criminal contra Tomás Rodríguez y otros por atribuirsele un robo 127 AHPBA, JC, 34.5.96 exp. 27 (1830) Criminal contra Pedro y Juan de Dios Figueroa, Pedro Muñoz y otros por robo en gavilla. f. 26v. Convendría recordar que las acciones de Carrera en las pampas lo unieron primero a Ramírez y luego al caudillo santafecino Estanislao López. 128 AHPBA, JC, 34,3,58, Expte 59, 1825: “Causa criminal contra Mariano Portilla y José Seco por abigeato”. “Por haver vendido cincuenta y cuatro cavezas de ganado vacuno de la propiedad del propietario don Francisco Sosa hacendado en el partido de los Ranchos el que le fue robado en el saladero de don Eugenio Medrano”. f. 25v 129 AHPBA, JC, 34-2-39, Expte. 56 (1820) "Juan Manuel Quiroga, por robos" 130 AHPBA, JC, 34.2.38. Expte 42 (1820) Criminal contra Evaristo Bustos, Juan Esteban Rivas, Gerónimo y Benito Rivas por robo. 131 AHPBA, 34.2.39. Expte 38 (1820) “Criminal contra Dn. Ramon Cueli, dicho teniente retirado, acusado de haber sacado ganado vacuno de auxilio sin competente orden” en Arrecifes. 132 Hilarión de la Quintana, “Relación de sus campañas y funciones de guerra”, en Senado de la Nación, Biblioteca de Mayo. Colección de Obras y Documentos para la

Historia Argentina, Tomo II: Autobiografías, Buenos Aires, 1960, pp 1335-1390, especialmente pp. 1381-1385 133 Al respecto Marcela Ternavasio, “Nuevo régimen representativo y expansión de la frontera política. Las elecciones en el estado de Buens Aires: 1820-1840”, en A. Annino (comp.), Historia de las elecciones en Iberoamérica, siglo XIX, Buenos Aires, FCE., 1995, pp. 65-106. 134 Juan C. Garavaglia, “Elecciones y luchas políticas en los pueblos de la campaña de Buenos Aires: San Antonio de Areco (1813-1844)”, mimeo, 2003. 135 Raúl O. Fradkin, “Asaltar los pueblos. La montonera de Cipriano Benítez contra Navarro y Luján en diciembre de 1826 y la conflictividad social en la campaña bonaerense”, en Anuario IEHS, Nº 18, Tandil, 2003, pp. 87-122. 136 Daniel Villar y Juan F. Jiménez, "Aindiados, indígenas y política en la frontera bonaerense (1827-1830)", en Quinto Sol, Año 1, Nº 1, Santa Rosa, 1997, pp. 103144. 137 Raúl O. Fradkin, "¿"Facinerosos" contra "cajetillas"? La conflictividad social rural en Buenos Aires durante la década de 1820 y las montoneras federales", en Illes i Imperis, Nº 4, Barcelona, 2001, pp. 5-33. 138 AGN, X-13-10-5 (1826) y AGN, X-21-4-4 (1828) 139 AGN, Tribunal Criminal, C-2, 4 (1828) 140 Justamente hemos podido corroborar que era más frecuente en la campaña que en la ciudad que los vecinos apelaran a este medio para impugnar la actuación de algunas autoridades y que crecieron en estos años : cf. María E. Barral, Raúl O. Fradkin, Marcelo Luna, Silvina Peicoff y Nidia Robles: “La construcción del poder estatal en una sociedad rural en expansión: el acceso a la justicia civil en la campaña bonaerense (1800-1834)”, ponencia presentada a las Terceras Jornadas de Historia Económica de la Asociación Uruguaya de Historia Económica, Montevideo, 9 al 11 de julio de 2003. 141 Raúl O. Fradkin, “Tumultos en la pampa. Una exploración de las formas de acción colectiva de la población rural de Buenos Aires durante la década de 1820”, ponencia presentada a las IX Jornadas Interescuelas y Departamentos de Historia, Córdoba, 24 al 26 de setiembre de 2003. 142 AHPBA, JC, 34.3.57, Expte 49. Correccional contra Nicolás Villarreal por haber acometido con cuchillo al Juez de Paz de Luján 143 AHPBA, JC, 34.4.68. Expte 62. Criminal contra Calixto Arrieta por haver asaltado y robado con otros la casa de doña Mariana Rodríguez, vecina del partido del Pilar. 144 AHPBA, JC, 34,4,81 Expte 32 (1827) Causa criminal contra Paulino Martínez por tropelías contra las autoridades de Dolores e intento de insurreccionar a los indios. 145 AHPBA, JC, 34-4-69, exp. 46 (1826) "Contra Obligado Mariano Moreno Esclavo de Don Manuel Obligado por resistirse a su amo estando herido"

146 AHPBA, JC, 34-4-73, exp. 57 (1827) “Causa correccional contra los esclavos Felix, Manuel y José por rebelión en la estancia de Francisco Pérez Millán” 147 AHPBA, JC, 34.4.73 Expte 119. Criminal contra Juan Pablo Latorre, Severino Montes de Oca, Juan Jara e Ignacio Viera por robo. Dr. Guzmán 148 AHPBA, JC, 34.5.90 Expte 70 (1830) Criminal contra Diego Arce por robo en gavilla. 149 "Poesía Biográfica de Rosas publicada en 1830, por Luis Pérez", en Ricardo Rodríguez Molas, "Luis Pérez y la biografía de Rosas escrita en verso en 1830", en Historia, 6, 1956, Buenos Aires, pp 111-132. 150 El Pampero, 16 de mayo de 1829 151 Juan Manuel Beruti, Memorias curiosas, Buenos Aires, Emecé, 2001, p.418. 152 AHPBA, JC, 34-4-88, Exp. 26, (1829) Causa criminal contra Francisco Vásquez, Isidro Romero y otros por robo, asalto y heridas en gavilla. 153 AHPBA, JC, 34-4-86, Exp. 128, (1829) Causa criminal contra Pedro González, Julián Agustín Bargas, Cipriano Fernández, Joaquín Gómez, Manuel Alfaro, Simón Negrete, Lorenzo Juárez, Manuel Díaz y Manuel Sandoval por haber asaltado y robado la casa de María Salomé Rodríguez en el partido de Morón 154 AHPBA, JC, 34-4-88, Exp. 6, (1829) Causa criminal contra Nicolás Sarza por robo en gavilla 155 AHPBA, JC, 34-5-97; 59 156 AHPBA, JC, 34-5-94, Exp. 14, (1830) Criminal contra Pedro Magallanes por robo en gavilla. 157 AHPBA, JC, 34-5-98; Exp. 8, (1831) Criminal contra Florencio Lavallen, Luis Acosta y otros por robos en gavilla. 158 Richard Slatta y Karla Robinson, “Continuities in crime and punishment. Buenos Aires 1820-1850”, en L. Johnson (ed.), The Problem of Order in Changing Societies, Albuquerque, University of New Mexico Press, 1990, pp.2-45, especialmente la Tabla 5 159 En Adolfo Saldías, Historia de la Confederación Argentina. Rozas y su época, Tomo I, Buenos Aires, El Ateneo, 1951, p. 472 160 AHPBA, JC, 34,4,73 Expte 9 (1827) Causa criminal contra Andrés Madariaga y otros por robo en gavilla. 161 AGN, X-14-1-5, Policía, 1826 162 El Pampero, 10 de marzo de 1829. 163 Benito Díaz, Juzgados de Paz de campaña en la Provincia de Buenos Aires (1821-1854), La Plata, 1959, p. 125 164 John Lynch, Caudillos en Hispanoamérica, 1800-1850, Madrid, Mapfre, 1993, especialmente páginas 19 y 20. Para el caso específico ver del mismo autor Juan Manuel de Rosas, Buenos Aires, Emecé, 1985. 165 Cf. Noemí Goldman y Ricardo Salvatore, (comps.), Caudillismos rioplatenses. Nuevas miradas de un viejo problema, Buenos Aires, EUDEBA, 1998.

166 Oreste C. Cansanello, “Las milicias rurales bonaerenses entre 1820 y 1830”, en Cuadernos de Historia Regional, Nº19, UNLu., Luján, 1998, pp. 7-51. Juan C. Garavaglia, "Ejército y milicia: los campesinos bonaerenses y el peso de las exigencias militares, 1810-1860", Anuario IEHS, 18, 2003, pp 153-187. 167 Jorge D. Gelman, “Un gigante con pies de barro. Rosas y los pobladores de la campaña”,

en

Noemí

Goldman

y

Ricardo

Salvatore,

(comps.),

Caudillismos

rioplatenses. Nuevas miradas a un viejo problema, Buenos Aires, EUDEBA, 1998, pp. 223-240. 168 Carlos Mayo, “Estructura agraria, revolución de independencia y caudillismo en el Río de la Plata, 1750-1820”, en Anuario I.E.H.S., 12, Tandil, 1997, pp. 69-78. 169 Situaciones de este tipo se dieron al menos en la costa y la sierra peruana, el sur de Chile, en Guadalajara y los Llanos venezolanos. Cf. Carlos Aguirre y Charles Walker (comp.), Bandoleros, abigeos y montoneros. Criminalidad y violencia en el Perú, siglos XVIII-XX, Lima, Pasado y Presente/Instituto de Apoyo Agrario, 1990; Ana María Contador, Los Pincheira. Un caso de bandidaje social. Chile 1817-1832, Santiago de Chile, Bravo y Allende Editores, 1998; Miquel Izard, "Vagos, prófugos y cuatreros. Insurgencias antiexcedentarias en la Venezuela tardocolonial", en Boletín Americanista, Nº 41, 1991, pp. 182-184 y William Taylor, “Bandolerismo e insurrección. Agitación rural en el centro de Jalisco, 1790-1816”, en Friederich Katz (comp.), Revuelta, rebelión y revolución. La lucha rural en México del siglo XVI al siglo XX, México, Era, Tomo I, 1990, pp. 187-223. 170 La situación latinoamericana prototípica es, sin duda, la de la revolución mexicana de 1910: ver, por ejemplo, David Braiding (comp.), Caudillos y campesinos en la Revolución Mexicana, México, FCE, 1991 y en especial Alan Knight, "Caudillos y campesinos en el México revolucionario, 1910-1917", pp. 32-85 y Friederich Katz, “Pancho Villa, los movimientos campesinos y la reforma agraria en el norte de México”, pp. 86-105 171 María E. Barral y Raúl O. Fradkin, “Los pueblos y la construcción de las estructuras de poder institucional en la campaña bonaerense (1785-1836)”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. E. Ravignani, en prensa. 172 Hemos hecho un análisis de esta situación en Raúl O. Fradkin, “Entre la ley y la práctica: la costumbre en la campaña bonaerense de la primera mitad del siglo XIX”, en Anuario I.E.H.S., 12, 1997, pp. 141-156 y “Coutume, loi et relations sociales dans la campagne de Buenos Aires (XVIIIe et XIXe siècles)” en J. C. Garavaglia y J. F. Schaub, (eds.), Justice, lois, coutume, EHESS/L'Armatan, Paris [ en prensa] 173 Para un análisis de este tipo de situaciones ver Gilbert Joseph y Allen Wells, "El monocultivo henequenero y sus contradicciones: estructura de dominación y formas de resistencia en las haciendas yucatecas a fines del Porfiriato", en Siglo XIX, Nº 6, 1988, pp. 215-277. 174 Antonio Gramsci, Antología, México, Siglo XXI, 1999, pp. 491-493.

Para citar este artículo Raúl O. Fradkin, « Bandolerismo y politización de la población rural de Buenos Aires tras la crisis de la independencia(1815-1830) », Nuevo Mundo Mundos Nuevos, Número 5 - 2005, mis en ligne le 22 février 2005, référence du 23 septembre 2005, disponible sur : http://nuevomundo.revues.org/document309.html.

Acerca de : Raúl O. FRADKIN Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Luján. Instituto Ravignani de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Argentina

Fuente: http://nuevomundo.revues.org/document309.html

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