El Gitano

  • June 2020
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  • Words: 825
  • Pages: 2
EL GITANO: Toda mi vida cambió desde el día que le conocí, un día tan soleado y hermoso como se pueda desear, mientras iba caminando, no por mi ruta habitual, sino por otro camino, hacia la escuela, ese antro detestable que me encerraba cada mañana, desde la hora del desayuno hasta bien pasada la del almuerzo, porque esa semana los operarios del ayuntamiento estaban haciendo obras en la carretera principal, pues las recientes lluvias, que habían sido muy copiosas, habían hecho reventar una tubería y toda la calle se había llenado de porquería, así que desviado del camino que estaba acostumbrado a tomar cada día, me veía obligado a atravesar un sórdido polígono industrial y un descampado lleno de escombros, donde unos gitanos vivían en eso que ellos llaman hogar y los demás llamamos chabolas, aunque como siempre caminaba acompañado de Andresito, un vecino un tanto retrasado con el que me veía obligado a hacer buenas migas para que mi madre pudiera congraciarse con su madre, la Merceditas, la casera del cuartucho donde ella y yo malvivíamos después de que mi padre nos abandonara, sobreviviendo gracias a la destreza de mi madre con las agujas, a mi sorprendente habilidad para comer menos cada día, y seguir creciendo a pesar de todo, y a las perrillas que me ganaba después del colegio trabajando como recadero en la tienda de fiambres de mi barrio, que abría a las diez de la mañana cada día religiosamente, aunque yo no llegaba hasta las cuatro, cuando las clases terminaban, porque, aun sabiendo que podría ganar casi el doble si trabajara en la tienda a jornada completa, mi madre se negaba a que abandonara el colegio, pues quería que terminara mis estudios que me convirtiera “en un hombre de provecho y no en un desgraciado como tu padre”, aunque yo juraba y perjuraba que no me gustaba estudiar, y mis profesores juraban y perjuraban que como estudiante no tenía ningún futuro, mi madre hacía oídos sordos a todos y me obligaba a ir al colegio cada día, acompañando a Andresito, que como siempre miraba a su alrededor como embobado, como si cada día el camino fuera nuevo para él, aunque lo recorriéramos cada día desde hace tres años, aunque ahora que lo pienso, en su defensa he de añadir que estos días sí que cogíamos un nuevo camino, desde las lluvias de hace cuatro días, y el primer día yo también lo recorría mirando a mi alrededor con cara de susto, mi madre siempre me decía que no había que acercarse a los gitanos y sus chabolas me impresionaron vívidamente la primera vez que las vi, así que caminaba rápido pensando que en cualquier momento uno de esos terribles gitanos con mirada de

fuego y manos de acero saldría de una de esas casuchas para robarme el desayuno, lo único valioso que llevaba en la cartera, y por el que habría estado dispuesto a luchar como un león, pero en realidad, los gitanos con lo que me topé me miraron con desinterés, y a buen seguro que pensaban que no éramos más que una pareja de tontos, los dos caminando raudos y asustados, con la boca muy abierta y los ojos más abiertos aún, y que no valía la pena ni siquiera intentar asustarnos, así que fui cogiendo confianza en mí mismo, y ese día, el cuarto desde que empezamos a coger la nueva ruta, ya no le temía a los gitanos, o eso creía yo, porque esa mañana, al ver a uno de ellos avanzar directamente hacia nosotros, con su cabello negro y sucio suelto al viento y sus increíbles ojos verdes refulgiendo intensamente y haciendo resaltar aún más su morena piel, pensé que me mearía en los calzones, me paré, dudando si dar la vuelta y echar a correr, pero el miedo me paralizó y no podía dejar de mirar los ojos del gitano, que cada vez se dibujaban más nítidamente a medida que él se acercaba a nosotros, a mí, a punto de cambiar mi vida para siempre, porque si lo llego a saber, seguro que hubiera corrido como alma que lleva el diablo sin siquiera mirar atrás, y así quizá hubiera podido evitar todos los problemas que ese gitano me ha ocasionado a lo largo de estos años, pero como no lo sabía me quedé allí quieto, esperando una amenaza o la fugaz visión de una navaja, creo que incluso cerré los ojos, olvidando por completa a Andresito, que se había parado a mi lado y estaba allí, con sus perenne cara de bobo mirando sin comprender, hasta que el gitano se paró frente a nosotros finalmente, y todo fue distinto a como yo lo había imaginado, no hubo amenazas con voz áspera, no hubo cuchillos ni violencia, su voz era grave, profunda, muy suave, con un ligero acento del sur, y su sonrisa franca y abierta cuando me miró con esos increíbles ojos y me saludó.

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