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El arte del sistema

Al finalizar la II Guerra Mundial la derecha europea alcanzó un alto

nivel de descrédito. Las consecuencias de su directa colaboración con el fascismo amenazaban incluso su existencia como fuerza política en algunos países. En cambio, las izquierdas, y particularmente los comunistas disfrutaban de una reputación bien ganada en la lucha contra el fascismo. La Unión Soviética había cargado con los costos más dolorosos y sangrientos de la guerra. El sacrificio de 20 millones de soviéticos, muertos durante la contienda, forjó una formidable corriente de apoyo hacia esa nación. El pensamiento revolucionario y progresista se convirtió en hegemónico entre una buena parte de las multitudes recién redimidas. También entre la inmensa mayoría de la intelectualidad y los artistas prevalecía una militante posición anticapitalista. Brecht, Bretón, Neruda, Leger, Éluard, Sartre, Diego Rivera, Siqueiros, Chaplin, Visconti, Picasso, Thomas Mann, Louis Aragon, Lukács, Russell, Buñuel… eran algunos de los intelectuales y artistas de la época cuyos nombres estaban asociados con la izquierda. Así pues, el mundo de las artes, las letras, el cine y la filosofía se hallaba fuertemente impregnado por los aires de transformación social. Esto representaba una perspectiva claramente desfavorable para los objetivos norteamericanos. Los Estados Unidos, comprendieron que era ineludible dar un cambio radical a un contexto que amenazaba gravemente sus intereses. Sin el restablecimiento de la dominación ideológica del pensamiento conservador, su proyecto de control planetario tendría que enfrentarse con un difícil porvenir. Las clases poderosas de los EE.UU. necesitaban un mundo seguro y estable para el capitalismo, donde sus intereses económicos prevalecieran a toda costa.

Para contener el avance de los partidos progresistas y derrotar ideológicamente al marxismo los estrategas norteamericanos diseñaron una campaña encubierta de propaganda cultural cuya misión consistía en alejar creadores y pensadores del comunismo y llevarlos a adoptar posiciones más cercanas al liberalismo, favoreciendo así los intereses estratégicos de la política exterior estadounidense.

Era el frente artístico e intelectual de la Guerra Fría, dirigido clandestinamente por la CIA que invirtió varios cientos de millones de dólares para tejer una red cultural mundial en una de las mayores operaciones de posguerra. Ejecutada a través del Congreso por la Libertad de la Cultura, fundaciones como la Ford, Kaplan, Rockefeller o Carnegie y otras instituciones utilizadas como “fachadas” o “tapaderas” para que los servicios secretos no se vieran directamente implicados en actividades que incluían la publicación de revistas, la organización de exposiciones, conciertos, conferencias, entrega de créditos de investigación, becas de estudio, premios y reconocimientos. Que servían para reclutar y promocionar intelectuales y artistas que a su vez defendieran los valores del capitalismo y se mostraran abiertamente contrarrevolucionarios. Una larga lista de intelectuales anticomunistas fueron catapultados por la Agencia. Isaiah Berlin, André Malraux, André Gide, Stephen Spender, Daniel Bell, Dwight MacDonald, Robert Lowell, T.S.Elliot, Benedetto Croce, Hannah Arendt, Mary McCarthy, Raymond Arond, Anthony Crosland y muchos otros recibieron el apoyo económico y publicitario de la CIA. Centenares de miles de ejemplares de la obra de Arthur Koestler “El cero y el infinito”, encontraron un lugar destacado en las librerías del mundo entero. “Vino y pan”, de Ignacio Silote y “1984”, de George Orwell, fueron rápidamente elevados a la categoría de “best- seller”. No se trataba de hechos casuales. Los Servicios de Inteligencia norteamericanos pusieron especial énfasis en la promoción de aquellas obras que contribuyeran a proscribir cualquier esperanza de construir una sociedad diferente.

Una de las operaciones mejor documentadas de este período es sobre cómo la CIA y sus aliados en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, invirtieron vastas sumas de dinero en la promoción de la pintura expresionista abstracta y los pintores adscritos a esta corriente, como antídoto contra el arte con contenido social representado por el realismo socialista soviético. La CIA veía en el expresionismo abstracto una ideología anticomunista, la ideología de la libertad. Al ser no-figurativa y políticamente silenciosa era la verdadera antítesis del realismo socialista. La concebían como la auténtica expresión de la voluntad nacional norteamericana.

Nelson Rockefeller, cofundador del MOMA se refería al expresionismo abstracto como "la pintura de la libre empresa". Y muchos directores de museos estadounidenses estaban más que dispuestos a colaborar para promoverla como un arma en la Guerra Fría cultural. Exposiciones ampliamente subvencionadas fueron organizadas por toda Europa, se movilizó a los críticos y las revistas de arte produjeron en masa artículos plenos de elogios. Los recursos económicos combinados del MOMA y de la Fundación Fairfield aseguraron la colaboración de las galerías más prestigiosas de Europa las que, por su parte, pudieron influenciar la estética en todo el mundo. La abstracción expresionista como ideología del "arte libre" fue utilizada para atacar a los artistas políticamente comprometidos.

El Congreso por la Libertad de la Cultura, puso todo su peso detrás de la pintura abstracta contra la estética figurativa o realista en un acto político evidente. Con la intención de asociar los artistas y el arte apolítico con la libertad. Esto estaba orientado hacia la neutralización de los artistas de la izquierda europea. De esta manera, la CIA y sus organizaciones culturales pudieron modelar profundamente el escenario del arte y el pensamiento de la posguerra. Muchos prestigiosos escritores, poetas, artistas y músicos proclamaron su independencia de la política y declararon su creencia en el arte por el arte. El dogma del artista o del intelectual libre, como alguien desligado del compromiso social y político, había ganado una importante batalla. Pero se equivocan quienes consideren que la guerra cultural, la ofensiva ideológica por el control del pensamiento, es solamente una película vieja, un capítulo oscuro de la Guerra Fría. Nada más lejos de la realidad. En fecha tan cercana como el 13 de febrero de 2008, durante una audiencia ante la Comisión de los Servicios Armados de la Cámara de Representantes, el subdirector de la CIA John A. Kringen, se pronunció a favor de la creación de un amplio programa dirigido a los Estados árabes. Que retome el modelo del Congreso por la Libertad de la Cultura, y luche por frenar el creciente “antiamericanismo” en el mundo árabe. Más recientemente entre los cables

del Departamento de Estado divulgados por Wikileaks, se revelaron varios que dan cuenta de las maniobras realizadas por algunas embajadas norteamericanas en contra de las obras de los documentalistas Michael Moore y Ángel Palacios. Además la participación de expertos en ingeniería social, espionaje, medios de comunicación, contrainteligencia y propaganda en la vida cultural de los Estados Unidos, Europa y otras regiones ha tenido consecuencias importantes a largo plazo. Algunos de los nombres más importantes en la filosofía, la ética política, la sociología y el arte, que se hicieron conocidos en las conferencias y las publicaciones financiadas por Washington, continuaron estableciendo las normas y los estándares para la promoción de las siguientes generaciones, basándose en los parámetros establecidos por la Agencia.

Las campañas culturales de la CIA crearon el paradigma de los intelectuales y artistas aparentemente apolíticos de la actualidad, divorciados de las luchas populares y distanciados de las clases trabajadoras, pero ávidos de aproximarse a las instituciones y los mercados. La perdurable y perniciosa influencia de la gente del Congreso por la Libertad de la Cultura fue su éxito en convencer a generaciones enteras de artistas de que las expresiones sociales y políticas no deben aparecer en su arte si aspiran a que su trabajo sea considerado de mérito artístico trascendente. La victoria política de la CIA fue que persuadió a los artistas e intelectuales de que el compromiso político es incompatible con la seriedad del arte y del pensamiento. Esto tal vez explique en parte el estado actual del arte, tan francamente reaccionario, sumiso ante el sistema y desconectado completamente del entorno. Mientras el mundo atraviesa por graves crisis económicas, ecológicas, políticas, alimentarias, militares y sociales. El arte contemporáneo se dedica a predicar la banalidad, la estupidez y la frivolidad, si aborda algún problema de interés colectivo es para reducirlo a su mínima expresión, con discursos ampulosamente retóricos, pueriles y superficiales que hacen que los problemas se vean casi inexistentes o no se vean en absoluto. Por eso el poder convive con gran comodidad con estas obras.

Sus trasgresiones son berrinches plenos de cursilería, con visiones simplistas de la realidad y limitadas al redil dispuesto para ello por los poderes fácticos. Las grandes empresas transnacionales pueden subvencionar salones de arte y amparar algunos artistas porque sus críticas, cuando las tienen, son tan inconsistentes que representan un placebo cómplice y entreguista. Un elemento más para mantener a los pueblos distraídos mientras la élite plutocrática mundial saquea y derrocha los limitados recursos del planeta. ¿Exagero? Tal vez, pero mientras en Europa se desmonta el “Estado de Bienestar”, se retrasa la edad de jubilación, y avanza la precarización de la educación, la salud, la vivienda y el trabajo, las deudas privadas se convierten en pasivos fiscales y la bancarrota amenaza a varios estados. La Dirección de la mítica Bienal de Arte de Venecia, anuncia que la exposición del año 2011 tendrá “interés en el ansia de los artistas contemporáneos de establecer un diálogo intenso con quien mira la obra, y de retar las convenciones con las que se mira el arte contemporáneo”. Sin comentarios.

Imagen de José Renau Berenguer

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