Dulcamara
Por
Luis David Graterol
A la vida por seguir inspirándome… A mi tío, José Argenis Graterol, quien partió con el Señor durante la culminación de esta obra… L. D. G.
9 – 8
Cause it's a bittersweet symphony this life… The Verve Poco antes de la medianoche, el jefe de investigación policial observaba largamente los cadáveres que se hallaban cerca de un vehículo. Eran de dos jóvenes de unos 20 años de edad, y el de una mujer también muy joven. Los tres presentaban balazos en varias partes. Uno de los muchachos aún tenía aferrado en la mano derecha un carné de la universidad Bernardette Soubirous, una de las más prestigiosas casas de estudio privadas de la capital. Los tres eran estudiantes de allí, pues en el auto colgaba del espejo día/noche la identificación del otro chico. Del cuello de la jovencita pendía la suya. El inspector recogió un diccionario que estaba fuera de un bolso que no le pertenecía a la joven tiroteada, pues alguien lo había dejado en el automóvil mientras huía de los disparos. Lo hojeó por inercia, y una palabra llamó su atención: “Dulcamara (…) Contracción de las palabras latinas DULCIS (dulce) y AMᾹRA (amarga)…” Pensó en el destino final de aquellos estudiantes. Fueron víctimas de la torpeza de un grupo de sus subalternos, y peor aún, fue tratar de borrar tal ineptitud con un baño de sangre. Una compañera del detective lo sobresaltó luego de asociar más aquel vocablo del diccionario con la vida misma que con una planta medicinal. -Venían de defender la tesis de grado… - le dijo- Al inglés también lo llevaban en un Ford Fiesta blanco…
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-¡Papá, ya es hora! -¿De qué? -¡De que nazca…! ¡De yo parir! -exclamó Laura, frustrada, debido a que había llegado al recibo con la mano sobre su abultado vientre. Su padre, a su juicio, sacaba de sus casillas a cualquier mortal con sus preguntas inoportunas. Sara, la esposa de Daniel y madre de la futura adolescente parturienta, llegó a la habitación con una palidez de muerto, y un enorme bolso que llevaba casi a rastras. Intentó llevar en él hasta más allá de lo necesario para el momento en que su hija diera a luz. -¡Prepara la camioneta, y llama a doña Carla! -dijo con voz trémula. ** Doña Carla llegó a toda carrera pese a su edad y su también estado avanzado de gravidez. -¡Ya llamé al doctor Poleo! ¡Ya tienen la camilla para Laurita! ¿Qué esperamos? ¡Vámonos! Llegaron rápidamente al hospital. En efecto, Laura fue atendida tras un fugaz cruce de palabras entre doña Carla y una enfermera. Otros pacientes se quejaron abiertamente de la preferencia por la muchacha, pues se encontraban dos preñadas más, y ya habían sido rechazadas por segunda vez por “escasez de camas”.
7 – 4
Travis Jackson llegó a tierra tras caer la noche. Estaba muy agotado por el viaje, pero feliz por haber logrado cruzar el charco, y encontrarse muy pronto con el canciller y el presidente de la República. Las riquezas minerales y pesqueras del país no eran nada despreciables, y el Reino Unido aportaría lo necesario para explotarlas. Jackson quedó muy agradado de las bellas y sensuales azafatas producto del mestizaje latinoamericano del que tanto había oído hablar. También fue de su gusto saber que no necesitaría ropa de invierno durante su “indefinida” estadía en la embajada británica como encargado de negocios. ¡Cómo deseaba ver el mar en “eterno verano”! De pronto pensó en Megan, su difunta esposa, quien probablemente le hubiese gustado conocer la belleza y el calor tropicales. Travis Jr., Allison y los dos nietos que le dio ésta no compartirían la hipotética opinión de su
madre. Sabían de los altos índices delictivos del país, y llegaron a decir una vez que no irían jamás a un país “donde los podrían matar”. En la terminal aérea lo recibió un agregado de la embajada. El anfitrión le habló con su correcto inglés, pero Jackson le contestó con un gracioso castellano. Míster Jackson era un caballero de buen temperamento y muy risueño. Rechazó trasladarse en un vehículo de la embajada británica, y optó por un taxi para conocer las “maravillas de la ciudad”. Junto a su compañero, el diplomático se subió a un Ford Fiesta de color blanco que no llevaba matrículas de taxi, por lo que el costo de la carrera desde el aeropuerto hasta la embajada (incluido el “tour”) sería más barato. El conductor era de unos treinta años de edad, muy locuaz y con un alto tono de voz, por lo tanto, entraron rápidamente en confianza. -¿Usted es de los Estados Unidos? -¡No! Yo ser inglés, de Manchester. - ¡Del Manchester United! -respondió a todas risas el taxista. A los otros dos hombres también les hizo gracia el chiste. ** Mistress Brown se hallaba en su despacho de la embajada británica bebiendo un té como buena inglesa, sin embargo, eran más de las cinco. Esperaba ansiosa la llegada de Míster Jackson y del otro caballero que fue en su busca en el aeropuerto internacional de la capital del país. Kim Brown era una dama de edad madura, y su atractivo se debía a su pulcra presentación personal. Su distinción, sin ánimos de exagerar, podría compararse con la de Margaret Thatcher o de la misma Isabel II. El mobiliario rigurosamente cuidado contribuía también a su serena elegancia. Culminaba su último sorbo de la infusión cuando apareció un empleado anunciando que Travis Jackson ya había sido recibido en tierra. La dama se lo agradeció con amabilidad y se levantó de su sillón para disponerse a ajustar los últimos detalles de lo que sería la reunión con el nuevo encargado de negocios.
6 – 2
El salón de usos múltiples de la Bernardette Soubirous estaba repleto. Vez tras vez, estudiantes de diversas carreras universitarias presentaban los trabajos comunitarios para optar a sus respectivos diplomas. Alma, Iluminada,
Eduardo y Justo se encontraban entre ellos. Entre el jurado calificador se encontraba el alcalde, presencia desagradable para casi todos los presentes (también se encontraban algunos familiares de los educandos). Su discurso hipócrita de partidario del progresismo recibió un aplauso a rastras como el sonido de una ola en aguas tranquilas. Lumi era la encargada de representar a sus compañeros en la confrontación. Eduardo había sido elegido para hacerlo, pero se negó. Nunca se sintió identificado con el trabajo. Era solidario con las tesis de grado, pese a que, según las reformas educativas del gobierno de izquierda del país, las tesis se quedaban dentro de las academias, y los proyectos no. Eduardo Montero y otros 20 jóvenes visitaron un barrio cercano a la casa de estudios. Como estudiantes de Ingeniería de Sistemas, debieron aportar a la comunidad “algo” relacionado con la carrera. Con el proyecto, un sitio web de foros e información locales, los vecinos expondrían los infinitos problemas que les afectaban. Halado de los pelos, y con igual destino de encierro en el alma máter quedaría también el proyecto comunitario, opinaba duramente del hijo de doña Vilma, viuda de Montero. Sus condiscípulos de ideas liberales pegaban el leco al cielo cada vez que Eduardo perdía la paciencia semestre tras semestre; pero en aquel lunes actuó un poco distinto. Como le interesaba escasamente el asunto. Su mente se dispersó en “Sobre héroes y tumbas”, de Ernesto Sábato, porque la había leído recientemente. La personalidad de Alejandra, el informe de Fernando, la odiosa entrevista de trabajo entre Molinari y Martín, y el capítulo “escrito por Bruno” lo ocuparon lo suficientemente. Iluminada se hallaba un tanto nerviosa. Intentó no ver hacia el público y su mirada cayó sobre una tierna Bernardita arrodillada ante una bella Virgen de Lourdes que se hallaba sobre el dintel del portón de entrada. De inmediato, huyó con su mirada de la pintura religiosa como el puritano que evade aterrado la pornografía. Era hija de protestantes aunque no se confesaba como tal ante sus compañeros de clase, pero ¡de haberlo notado alguien en ese momento! Con Eduardo y otros de la clase discutió muchísimo acerca de religión, labor tan pesada e inútil como hacerlo con política. Sencillamente nunca había un consenso en el asunto. Eduardo sintió de golpe un “pequeño” tormento tras recrear sus partes favoritas de la obra de Sábato: vinieron a su mente las amonestaciones de las epístolas paulinas acerca de seguir conductas y filosofías ajenas a Cristo. Alguien le pasó un refresco con un poco de antipasto (aunque parecía más el
chop-suey que preparaba su madre), y se le refrescó la mente. La exposición finalmente arrancó. Lumi hizo lo mejor que pudo. Se veía segura en cada frase con que defendió el proyecto. Se le notó más relajada cuando vino la ronda de preguntas de parte del jurado: fueron totalmente predecibles, y con opción a mentir y a exagerar las respuestas. Un aplauso más sonoro dio por acabado el trabajo de cinco años que pudieron reducirse al último semestre. El sistema educativo de este país es basura, diría Montero, pero no, en ese momento pidió más del refrigerio, y una condiscípula le respondió que aún faltaba repartir el refrigerio a los calificadores. La profesora encargada del trabajo final de grado se levantó del mesón del jurado para felicitar con completa sinceridad la labor de aquellos jóvenes. Les deseó éxito en su futura vida profesional y… “¡Bla, bla, bla! ¡Me quiero ir!”, le susurró Justo a Eduardo. Éste estalló en risa, y le respondió: “¡No eres el único!”. -…La vida está llena de altibajos, de momentos dulces y amargos… Sin embargo, vivan plenamente cada segundo de este viaje a la vida. Tengan muchísima fe en Nuestro Señor Jesucristo, que está siempre con cada uno de ustedes, por más que cueste comprender por qué pasa esto y aquello… ¡Y una lluvia de bendiciones para todos ustedes! Una explosión de gritos, aplausos y silbidos inundó el salón, que, tal vez, hubiese alterado la serenidad de Bernardita y de la madre de Cristo. Sin embargo, por más de 30 años aquel lienzo ya había sido testigo desde debates hasta de partidos con pantalla gigante de Mundiales de Fútbol. ** Alma salió al estacionamiento de la universidad tomada de la mano de Justo, y éste la besó con total ternura. Iluminada y Eduardo los seguían, discutiendo de la exposición del proyecto comunitario. Montero llevaba una cantidad extra del antipasto, y la mitad de un pan muy flaco pero bastante largo. -¡Y esto se acabó! ¡Así, sin más ni más! -dijo el muchacho regordete con la boca llena. -¿Y que más querías, Edo? ¡Tienes muchas ganas de discutir algo que hemos hablado hasta el cansancio! ¡Alégrate que, de ahora en adelante, serán días para revisar las notas, las reuniones, el acto de grado… y, muy pronto, tu sueño cumplido de ser el geek más popular del país…! … ¡Uy, mi perrita come con mejor educación que tú!... Edo se echó a reír dando una estampa más grotesca a Iluminada. La pareja
de enamorados conversaba en voz muy baja y con sonrisas pícaras, contrastando completamente con Lumi y el goloso soñador. Finalmente, los cuatros jóvenes se detuvieron frente a una hilera de vehículos.
5 – 0
Doña Carla era una vecina muy cercana a su familia, mas a Daniel le extrañó el repentino interés de ésta por Laura desde su embarazo. La señora argumentaba que, por la relación de vecinos con Sara y Daniel, y sus buenos contactos como enfermera jubilada del hospital de la ciudad, ayudaría a la jovencita con los chequeos y demás. Asimismo, aprovechó que también se encontraba en estado de gravidez (nunca se supo quién era el padre, y sus otros hijos ya vivían aparte) para compartir con Laura lo necesario para recibir a la criatura; pese a que Daniel (y Yoni a duras penas) aportaron dinero para albergar a la nueva miembro de humilde familia. -¿Cómo logra esa señora embarazada correr de un lado a otro…? Además, no es tan joven para... –preguntó Daniel mientras estaban en la sala de espera del centro de salud. Las horas de espera entre enfermos y negligencias, y la tormenta de dudas lo estaban llevando al borde de la desesperación. Sara no supo qué contestarle al marido, por lo que fijó la mirada a un cartel hecho a mano por estudiantes de enfermería titulado “EL COLERA”, así, sin la tilde respectiva en la primera vocal del sustantivo. Daniel levantó la barbilla para que la mujer contestara lo que él sospechaba que jamás escucharía de sus labios. -¡No sé…! -respondió finalmente. Una enfermera novata se les acercó a los padres de Laura anunciando el nacimiento de una niña, y el excelente estado de salud de ambas. Agregó con picardía, que pese a sus 17 primaveras, Laura actuó con aplomo durante el proceso del alumbramiento. “¡Se comportó como una macha!”, exclamó la principianta. ** En otro ángulo del hospital, Doña Carla y el regente, el doctor Poleo, hablaban con voz muy baja. -¿Y esa gente se creerá eso? -preguntó el galeno. -¡Sólo me importa que Laura y la mamá “se lo crean”! Esa niña estará
mejor en mis manos… Unos gritos desgarradores se oyeron al final de pasillo. Doña Carla y el director del hospital se asomaron, y vieron a una mujer llorando de rodillas y con la cabeza entre los brazos. No era nada que los sorprendiera estando dentro de un hospital, pero Carla cortó la conversación, y se dirigió a donde estaba la recién parida. Poleo vio marchar a la mujer mientras recordaba el día cuando lo visitó y le presentó el caso. En ese entonces, tuvo ganas de interrumpir su discurso, pero de inmediato descartó hacerlo. Carla como si le hubiese adivinado sus pensamientos le dijo que todo estaría bajo control, y que no había nada que temer. -La mamá de la muchacha no quiere que nadie se entere que me dará la niña… Y muchos menos sus familiares… ¿Y sabe una cosa, doctor? ¡Tanto la muchachita esa como el quien la embarazó querían un aborto! ¡Ella me dijo que él le conseguiría unas pastillas…! -¡Mire, Carla, de corazón le digo que usted puede hacer lo que le parezca pero YO no responderé por ello! ¡Sé mucho de usted más de lo que cree! (Carla vio hacia otra dirección unos segundos, pero de nuevo le sostuvo la mirada a Poleo). -Yo sé hacer mis cosas, doctor… -le respondió calmadamente. “¡No responderé por eso!”, se repitió aquella noche el jefe del nosocomio cuando doña Carla cruzaba hacia las habitaciones. Los gritos del final del pasillo se intensificaron porque presuntamente se habría formado una pelea: se oían rugir unas voces masculinas; y el doctor Poleo se dirigió rápidamente al sentido contrario de donde provenían. ** En el barrio se corrió como pólvora la adopción, pero no era la primera vez. Se especulaba mucho de la procedencia del hijo menor de Carla, y de una niña (ya una mujer) que era hija de una vecina. Incluso, se discutió de otras adopciones irregulares que se habrían gestado en el hospital a través de la entonces enfermera en ejercicio. Sin embargo, todo eso no traspasó de las habladurías de los vecinos. Nadie quería hacer denuncias porque argumentaban que, primeramente, no eran asuntos de su incumbencia, además de la falta de pruebas. Asimismo, se preguntaban, ¿por qué no hacerlo de manera legal y abierta si podría considerarse un acto de caridad? -¿Y quién va a creer que mi abuela parió esa niña? –se preguntó una nieta de Carla cuando supo de la “buena nueva”.
Cuando la adolescente estuvo presente (por deber familiar) en el bautizo de “su tía”, miró con despreció como muchos le seguían la corriente a Carla. Quería gritarle a ellos que eran una bola de sinvergüenzas, especialmente a su abuela con todo su lenguaje muy bien articulado, voz suave, y nombrando constantemente a Dios y pasajes bíblicos. No aguantó más, y cuando Carla se encontraba en la cocina en busca de unas cervezas, su nieta la enfrentó con la misma interrogante que ya se había hecho. “¡Y no te preocupes, abuela: lamentablemente, debo ser tu cómplice!”. De inmediato, se retiró de la cocina… y de la reunión. ** Marco Aurelio Montero era solo unos años mayor que su hermano Eduardo, pero era muy distinto a él. Delgado y menos extrovertido, trabajaba como periodista en el departamento de prensa y relaciones públicas de un importante ministerio. Sus rasgos faciales, sin embargo, eran similares a los de Edo, aunque tenía la dentadura más prominente. Ese lunes fue su segundo día de descanso y lamentó no haber acompañado a Edo a su presentación del proyecto comunitario debido al horario de cierre del acto. No obstante, su hermano menor lo comprendió, aparte que su madre tampoco pudo asistir. Sin embargo, era una familia muy unida, y lo fue aún más tras el fallecimiento de Eduardo Montero padre. Vilma Alvarado, viuda de Montero sacó a flote a sus hijos sin el apoyo de sus padres (ambos fallecidos), y de unos hermanos todos ovejas negras. Trabajó por varios años en una prestigiosa aseguradora, antes de renunciar y lograr colocarse como gerente general en una tienda por departamentos parte de una famosa multinacional yanqui. Con un empleo sólido en la compañía de seguros y por su carácter determinado, logró colocarle un diploma de periodista de la Bernardette Soubirous a Marco Aurelio, y próximamente el de Ingeniero de Sistemas a Eduardo. Asimismo, aprovechó el temperamento de su hijo menor para explotarlo en el campo deportivo. Además, tenía una estatura adecuada que lo hizo terminar en un equipo de baloncesto. El niño Eduardo Montero mostró afición al “básquet” y también al béisbol. Un tío le decía hasta el fastidio, sobre todo pasado de tragos (y quién sabe si también de otra cosa) en las reuniones de fin de año, que era idéntico a Kobe Bryant. -¡Eduardito, vas a ser el próximo NBA de acá, más allá de parecerte a Kobe Bryant! El muchacho casi siempre se lo tomaba a risa aunque terminara echando a
un lado al hermano de su madre. Las afirmaciones de su tío no le eran finalmente desagradables, sino que, como a todo jovencito, lo hacían soñar despierto. Se destacó como pívot desde el principio, y se esperaba que entrara en un equipo de la liga profesional. Lamentablemente, la tecnología lo atrapó, y poco a poco dejó de correr y rebotar un balón para instalarse frente a la computadora de la familia. La inactividad física creció a la par de su estatura, y ganó bastante sobrepeso. Pese a todo, su madre lo complació cuando le pidió estudiar Ingeniería de Sistemas en “la Bernardita”. Marco Aurelio, todo lo contrario a su hermano, no destacó en deportes ni en nada parecido a que no fuera leer, escribir y conversar de temas de actualidad con los mayores. Era más comprensivo con su madre, y quizás eso fue lo que llevó por muchos años a mantener una relación de altibajos con su hermano menor. Ahora cuando ya tenían un poco más de la mayoría de edad, la relación entre ellos pasaba a un período de madurez. Marco sabía que Eduardo amaba mucho a su madre, mas su rebeldía (que rozaba en majadería) lo descalificaba mucho. También era amante de narrar chistes, y de hacer una que otra travesura que terminaban en pellizcos de doña Vilma. Pensaba en esos asuntos cuando revisaba la PC que estaba en el cuarto que compartían cuando sin quererlo abrió la carpeta donde Eduardo guardaba sus archivos. No pudo evitar ver los nombres de los mismos, y sus ojos pararon en un documento en Word llamado “25 deseos”. Si pensarlo dos veces hizo doble clic. Recordó inmediatamente El librito de instrucciones para la vida de H. Jackson Brown, Jr., que le había prestado Lumi a Eduardo, y que tanto doña Vilma como Marco Aurelio leyeron con gusto. Sonrió mientras leía línea por línea mientras corregía las palabras subrayadas en rojo. Las 25 cosas que deseo hacer antes de morir, por Jorge Eduardo Montero Alvarado: 1. Ser ingeniero de sistemas 2. Comerme un pastel entero 3. Coleccionar mis películas de Blue Ray y discos favoritos 4. Hacer crecer más mi colección de Matchbox y Hot Wheels 5. Crear algo innovador para la Red como lo hizo Zuckerberg con Facebook 6. Comprarme un Mini (pese a mi peso y estatura)
7. No quiero sembrar un árbol, sino subir a él 8. Recorrer la Muralla China 9. Boxear 10. Tocar la batería 11. Bucear 12. Comprar una casa frente el mar, y pasar mi vejez allí 13. Subir una montaña rusa muy alta (la del parque de acá es más baja que mi cama) 14. Comerme un gran trozo de queso 15. Cantar en un orfeón 16. Recibir un Año Nuevo en la orilla del mar 17. Asistir a unos Juegos Olímpicos de Verano 18. Y a un Mundial de Fútbol 19. Ir a ver una Serie Mundial 20. Y a una Final de la NBA 21. Subir la torre Eiffel 22. Comprar una cuatrimoto 23. Recuperar mi colección de miniaturas de General Motors 24. Comprar un cuatriciclo a pedal 25. Crear un sitio web de noticias junto a mi hermano Hay algo que no sé cómo expresarlo con claridad pero estos años me han enseñado a apreciar a quienes uno tiene diferencias. Le he tomado mucho afecto a mi compañera de estudios (y futura colega) Iluminada Calderón. Sé que me ha hecho molestar mucho en clases, pero ahora ya no me importa… Marco Aurelio sintió una emoción intensa que hasta llegar a nublársele la vista, y no por el secreto descubierto luego del deseo vigésimo quinto, sino por este mismo. Su hermano, a quien aún tachaba de intolerable por sus irreverencias, lo estimaba grandemente. Recordó entonces los momentos en que las diferencias las dejaban de lado. -¡Marco Aurelio…! ¡Marco Aurelio…! -gritó su madre desde su habitación.
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A petición de míster Jackson, se detuvieron en un restaurante de comida típica que se encontraba en plena carretera. El establecimiento, de aspecto muy humilde pero que emanaba un delicioso aroma a carne cocida y a condimentos naturales, se localizaba un tanto aislado de la gasolinera más cercana junto un taller mecánico. Jackson hizo una buena compra tras sacar de su maletín un buen fajo de dólares que causó estupefacción y temor al taxista debido a que el de Manchester le pidió que adquiriera sin reparo alguno lo más típico y sabroso de la nación. Al conductor también le llamó la atención la completa confianza que le dio aquel extranjero. El taxista llegó al rato con varios envases en bolsas con sopas, platos principales, bebidas y postres. Travis Jackson repartió lo comprado con los otros dos hombres. El chofer nunca había recibido tanta comida en su vida, por lo que se arrepintió del mal pensamiento de robarse unos cuantos dólares de cambio que nunca llegaron. Travis Jackson apoyó su brazo en el borde de la ventana abierta del “taxi”, y se le veía claramente un Seiko como el promocionado por la televisión. Estaba completamente satisfecho por lo que había probado de la comida, y le alegraba llevar más para consumir en la embajada. El conductor metió la llave de contacto. Repentinamente, Jackson sintió un frío metálico en su cuello… -¡No me veas! ¡Dame el reloj! -¿Eh? ¡Oh! ¿Qué pasar? -¡Míster Jackson dele ese reloj, por favor! -rogó en su idioma el otro inglés, casi al borde del llanto. Además, buscó apoyo en el taxista y notó de inmediato que a éste también lo apuntaba otro sujeto. Ambos hampones estaban sobre una moto. -¡Un momento!- dijo el taxista aparentando calma-. El amigo es un turista y no habla bien el español… Por favor (dirigiéndose al otro extranjero), dígale al amigo le dé el reloj… El anglosajón lo hizo, ya muy lloroso. -¡No!- rugió Jackson en español. ¡Los denunciaré…! ¡Policía! ¡Auxilio! -¡Déjate de pendejadas, gringo! ¿O es que quieres morirte hoy? -¡Dele ese reloj, carajo! -dijo entre dientes el del Ford Fiesta blanco.
La testarudez de Míster Jackson era inconcebible para la paciencia del hampón. De inmediato, éste logró ver el maletín con unos cuantos fajos de dólares. -¡Ah! ¡Es que hay más…! ¡Dame esa plata también, gringo! De nuevo, Jackson se negó, así que el sujeto abrió la puerta y golpeó con la culata al inglés para tomar el dinero. La propietaria del restaurante notó la irregularidad y salió de allí. En ese momento pasó una unidad de la policía, y la mujer señaló a todo grito que robaban en el vehículo. En medio de la desesperación, el compañero del pistolero desapareció. Este último entró al auto, y apuntó en la cabeza al taxista para que encendiera el auto para huir de allí. Los policías que presenciaron el robo contactaron a todas las unidades de seguridad para que los ayudaran a interceptar un Ford Fiesta blanco que partía a toda velocidad. Jackson con la vida pendiendo de un hilo se negó rotundamente a entregar sus pertenencias. Le gritó al hampón que trabajara y se ganara la vida dignamente como él mismo había hecho pues venía de una familia de la clase obrera de Manchester. El maleante enrojeció de furia porque no estaba allí para oír sermones. -¡Cállate, gringo de mierda! -¡Yo no ser gringo, yo ser inglés! El hampón le asestó un balazo en el cuello al británico. El taxista perdió el control del volante y chocó contra un bote de basura prácticamente vacío, y casi arrolla a una mujer que apareció repentinamente en plena carretera. “¡Para el carro ya!”, gritó el pistolero. El taxista lo hizo de inmediato. El sujeto tomó los dólares que pudo ver, y salió del Fiesta apuntando al taxista, a quien amenazó de muerte para que no se alejara hasta que se escondiera tras unos matorrales. Ya metido entre la maleza, disparó al aire para que el conductor se fuera de allí. El taxista se exasperó en grado extremo por tener a un malherido míster Jackson en la parte trasera de su auto, y al otro extranjero llorando con desesperación. Sabía las complicaciones que vendrían luego, pero no tenía otra salida. Tras lograr con gran esfuerzo algo de templanza, lo llevó a la sala de urgencias del hospital. Travis Jackson murió al poco tiempo de su ingreso. El taxista se golpeaba la cabeza mientras el compañero del de Manchester le sobaba amigablemente los hombros. La policía llegó de inmediato, y el chófer defendía su inocencia ante los azules con gritos y gran cantidad de lágrimas. **
Yoni entró con escalofríos en su columna vertebral y bañado en sudor al hospital central. Sara corrió hasta él, y le habló con gran entusiasmo del nacimiento de la niña. El muchacho le respondió abstraído con una sonrisa tenue. Aprovechó las claras luces del lugar para corroborar que no tenía rastro alguno de haber estar involucrado en un hecho de sangre. Lo había logrado. Tras entrar en los matorrales y ahuyentar al taxista, llamó por teléfono al otro que acompañó en el atraco. No atendió la llamada. Yoni lo intentó dos veces más sin éxito. Profirió una sarta de vulgaridades y marcó el número de un “amigo” para que lo ayudara. Le ordenó que le trajera ropa y le dio señas en donde se encontraba. Le daría más instrucciones cuando lo viera en su motocicleta cerca de la maleza donde se hallaba oculto. Llamaría a su celular para que se ubicara justo donde estaba. “¡No preguntes y actúa!”, le gritó amenazante. El conocido de Yoni llegó. El padre de la hija de Laura logró con completa incomodidad cambiarse de camiseta y pantalón, aparte de prenderle fuego con un encendedor a las prendas ensangrentadas. De inmediato, mandó al otro hombre a llevarlo a la casa de éste. Necesitaba bañarse y cambiarse de ropas de nuevo para borrar todo rastro del crimen. Salió de una humilde vivienda cuando sonó su móvil. Creyó que era una llamada del otro atracador, pero no, era de Sara. Le avisó del nacimiento de su hija. Se disculpó por no avisar antes, pero la empresa telefónica le notificaba que el aparato estaba apagado o fuera de cobertura. Yoni, cuando aún estaba en casa del otro hombre, había apagado el teléfono por razones de “seguridad”. Le narró al sujeto lo sucedido. “¡Y que no salga de estas paredes!”, le dijo para cerrar. Le pidió luego una cerveza, y con un gesto característico, un cigarrillo. “Me queda uno, y me lo fumaré antes de dormir… Si es que duermo, ahora que me metiste en esto…” El dueño de la casa sacó las otras ropas para quemarlas en el patio. Yoni logró tomar el último autobús de la jornada para dirigirse hasta el hospital, hecho que no deseaba tanto, pero con la escasa luz con la que contaba se revisó por enésima vez si tenía alguna marca de sangre, un golpe o un arañazo pero no los vio. El corazón casi se le salió por la boca cuando el chofer paró de golpe el bus. Un motociclista con una muchacha, enferma o herida, casi choca con la unidad colectiva. Yoni abrió más los ojos tras ver eso, y no dejaba de pensar cuando le disparó a Travis Jackson. Se preguntó mentalmente si este se encontraría allá también. También lo inquietaban los billetes verdes que colocó en un morral que le dio el que lo auxilió. Pensó en dejarlos al cuidado del otro hombre, pero no
confiaba lo suficientemente en él. Mas temía de una repentina requisa policial en el autobús, o de ser un cazador cazado, es decir, ser también ser víctima del robo de “sus dólares”. Sintió un terror indescriptible cuando llegó al centro de salud. Sintió náuseas y retorcijones pese a que no había comido mucho ese día. Quería regresar a toda carrera, aunque podría causar extrañeza (actitud poco recomendable para él) a los que estaban allí. Con un esfuerzo sobrehumano, entró. Sin embargo, cuando vio a un grupo de oficiales de la policía que escoltaban un pasillo del sanatorio, su corazón se le aceleró más. Sospechaba que algo tenía que ver con lo de Mr. Jackson, y le pidió a Sara que lo llevara a ver a Laura y al bebé. Nunca supo que los uniformados resguardaban el cuarto donde se hallaba Iluminada. También se encontraban un montón de periodistas, pero fueron dispersados por el cuerpo policial con la promesa de presentar un balance del suceso en un par de horas. Sin embargo, los reporteros y demás rondaron el hospital como abejas a un dulce, esperando el momento para obtener las exclusivas. ** Mistress Brown se encontraba absorta en sus pensamientos cuando otro de la embajada irrumpió muy pálido en su despacho. -Señora Brown… ¡Malas noticias del señor Jackson! La dama abrió los ojos a la par de la boca tras saber la mala nueva… Más tarde, la doméstica le llevaba un té para serenarle los ánimos. La muchacha, una mulata de un rostro poco atractivo pero con una figura escultural, deseaba “consolar” a su ama con la intención de saber más detalles de lo sucedido con Travis Jackson. Oyó que ya había muerto, pero otro empleado le aseguró que aún vivía pero que estaba muy grave. -¡Gracias, Gladys! –le dijo Mrs. Brown. De inmediato notó que Gladys la miraba fijamente con los ojos muy abiertos y con su amplia boca con sus prominentes labios y dientes. Era el hambre que padecen los intrigantes y chismosos ante una novedad. La embajadora la miró con extrañeza. -¡Ay, señora Brown, discúlpeme! –y se retiró rápidamente del despacho. ** Lisa corría con desesperación hacia un destino incierto. Bueno, no tan desconocido, era adonde su madre. No quería llegar a esas horas de la noche allá sin causar alteración a su progenitora, pero no tenía otra salida. Acababa de salir de un anexo de la casa de su suegra, donde vivía con su
esposo desde hacía cinco años. Aquél, por razones mayores, le acababa de confesar que se veía con una compañera de trabajo de él. En horas de la tarde, la mejor amiga de Lisa pilló a José y a su amante en la fila para entrar al cine que quedaba frente a un banco de donde salía. En el momento no supo qué hacer, pero se sentiría más culpable si lo ocultaba. Finalmente contactó a la madre de Lisa para avisarle. No le fue fácil, su voz se entrecortaba mientras le contaba del descubrimiento a la mamá de su amiga. “Sería mayor traición, doña Valeria, si no lo contaba, pero, ¿cómo se lo digo a Lisa?”, concluyó la mujer. Valeria optó por vengarse de manera inmediata, le envió un SMS a su nuero: “Te vieron con otra mujer en el cine Tropical.” José se encontraba ya instalado en las butacas con su amante. Sudando a chorros tras leer el mensaje de texto le avisó a la mujer que estaban descubiertos. De inmediato, salieron de allí y tomaron un taxi para regresar al barrio donde vivían separados por sectores. Tras dejar a la querida en su casa, se dirigió a la de su madre para encarar a Lisa. Su nerviosismo era extremo: respiraba con dificultad y estaba más sudoroso. -José… ¿Qué te pasa? –le preguntó su esposa cuando el hombre se plantó ante ella con la ropa empapada, lloroso y temblando como gelatina. Éste “le soltó la bomba” como un niño cuando se ve descubierto en una travesura. Lisa se sentó en el suelo de la cocina y reflexionó en silencio por varios minutos. José la veía con temor esperando una reacción violenta. La mujer rompió su mudez de una manera inesperada. -Entonces… -dijo con una voz suave y clara- no tiene sentido seguir viviendo aquí… Lisa tomó su cartera de mano y se colocó unos zapatos, pues tenía unas pantuflas puestas. -Por favor, llámame mañana para llevarme el resto de mis cosas… -dijo antes de irse, sin alterar de manera alguna su voz ni su actitud. Tras cruzar la esquina, Lisa pasó a ser una mujer desesperada que descubre la infidelidad del marido. Corría por las calles con las lágrimas saliendo rápidamente de su rostro. Llegó a la autopista y deseó correr a ella para acabar con su vida; sin embargo, pensó en su madre, la solitaria y amorosa Valeria. La joven, ya con mayor claridad de pensamientos, cruzaba la vía cuando repentinamente un Ford Fiesta blanco casi la embiste. Sus reflejos le salvaron la vida, pese a que se golpeó fuertemente tras lanzarse al suelo. El Fiesta se había llevado por delante un contenedor de basura casi vacío. La esposa engañada se levantó, y echó a correr hasta más allá del otro lado de la
autopista.
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Eduardo, Alma e Iluminada se subieron al Ford Fiesta blanco de Justo. Esa noche de lunes le dio a ellos la magia de la de un viernes: celebrarían que de un momento a otro serían ingenieros de Sistemas. No se decidían si beberse unas cervezas en la churrasquería cercana a la universidad, o irse a la casa de Alma para celebrar, puesto que vivía sin sus padres. Justo y sus compañeros de clase tomaron carretera para llevar finalmente a casa a cada uno de ellos. Ya no era muy temprano para celebrar, y aumentaba el índice delictivo cada vez más en el país. Decidieron reunirse en la universidad al día siguiente para planear un viaje de playa el próximo fin de semana. Alma y su novio se reían de Eduardo por sus comentarios alocados, y mucho más de la seriedad con que Iluminada se tomaba las palabras del irreverente joven. Montero comenzó esta vez con lo que consideró una deducción lógica. -Pónganse a razonar, Dios es culpable de todo en esta vida… -¿¡Qué!? -exclamó Lumi. -Si Dios no hubiese creado al Hombre, no existiera la ambición, y al no existir ésta no existieran las guerras, por ejemplo, o las tiranías… -¡Te equivocas, amiguito! Dios le dio el libre albedrío a cada ser humano para actuar… Léete Primera de Corintios 2, versículo 14; Romanos 3, versículos 10 al 12; y el capítulo 6, versículos 14 al 20. -¡Yo no leo biblias…! Es más, ¿quién escribió todo eso?... -Hombres de fe inspirados por el Señor… -Es increíble que hasta en el último día de clases –interrumpió Almaustedes dos sigan con sus peleas… -Y con una sonrisa pícara se dirigió a Eduardo- ¿Y qué esperas para declararle tu amor? Eduardo Montero, pese a su color de piel, se puso como la grana y sufrió un ataque de risa con la que contagió a sus compañeros de aula. Justo le palmoteó una rodilla y le dijo que aprovechara la ocasión para confesar que amaba en secreto a Iluminada. Con falsa gravedad, la aludida exclamó: -¡No! Eduardo y yo somos solo grandes amigos, y como tal tenemos
nuestras diferencias… De nuevo el Fiesta se inundó de carcajadas, mientras se oía Happy Nation. Entonces, Alma e Iluminada intentaron con un modesto inglés seguir la letra de la canción de Ace Of Base, mientras que los varones tamborileaban al ritmo de la pegadiza música, a la que Justo hizo subir más de volumen. Happy nation living in a happy nation Where the people understand And dream of the perfect man A situation leading to sweet salvation For the people for the good For mankind brotherhood… Repentinamente, Justo notó que un vehículo de la policía los seguía a toda velocidad. El muchacho comenzó a pisar más profundamente el acelerador. Alma, Lumi y Edo también advirtieron la situación extraña y sintieron un profundo temor. Justo pensó en detener el Fiesta, pero lo descartó de inmediato. De pronto, sintieron unos disparos. Justo, aceleró más el Fiesta pero no lograba huir de la policía. Sus amigos comenzaron a gritar desesperados, incluso Alma le pidió a su novio que se detuviera, pero éste no quiso. De golpe, Alma calló repentinamente: había recibido un tiro en la espalda. Ella se había sentado en la parte de atrás para que Iluminada saliera fácilmente del vehículo, pues era de tres puertas; aparte que Lumi era a la quien siempre llevaban primero a su hogar. Eduardo trató de evitar que la muchacha se fuera de bruces y la sostuvo con lágrimas en los ojos. Otros disparos dieron hacia el vehículo, y Justo perdió el control del volante y chocó el automóvil contra una cerca de alambres. Iluminada salió rápidamente de él y percibió una punzada en su cuerpo tras oír otras detonaciones; sin embargo, eso no le impidió alejarse del lugar y dejar a la suerte a sus tres amigos. Eduardo y Justo mostraron sus carnés tras levantar los brazos y ponerse de rodillas ante los funcionarios policiales. -¡No, por favor, somos estudiantes! -exclamó Montero. Los gritos de ambos muchachos se extinguieron con una ráfaga de disparos. Iluminada se arrastró hacia un matorral cercano hasta que se oyeron menos ruido de pisadas de botas y vehículos policiales. Se percató de una herida en el
hombro izquierdo. El no llevar el cinturón de seguridad, irónicamente, también le salvó la vida. No obstante, le pesó no haber podido salir con su bolso…, pero fue una situación demasiado extrema. Pensó en qué hacer ahora. Recordó a sus padres y hermanos mayores y menores. Pensó si algún animal peligroso la atacaba entre la maleza… o un ser humano peor que aquél. Tras ver la oportunidad de salir, Iluminada lloró por la suerte de sus tres amigos, y lo peor, debía hacerlo con discreción por si era observada. Maldijo entre dientes aquellos policías y hasta su propia vida. No soportó más, y gritó con una histeria que le sorprendió. “¡¿Por qué no me mataron?! ¡No aguanto más, no aguanto más!” Más calmada, se sacudió la tierra como pudo. Caminó con bastante dificultad hasta que dio con una casa muy humilde. Se encontraban fuera de ella, unos jóvenes de no muy buen aspecto, pero Iluminada se arriesgó para pedir ayuda. Se dijo que no era el momento de reflexionar sino de actuar. -¡Ayúdenme…, por favor! –y cayó de bruces. ** Tras el escándalo que causó la llegada de la estudiante al lugar, dos vecinos decidieron llevarla en moto al hospital central con la condición de no entrar a él. Alegaron que la muchacha no estaba tan mal, y la dejaron cerca del estacionamiento. Alguien se había compadecido en regalarle una toalla para resguardar la herida. Con una fuerza heroica, Iluminada se presentó en la sala de urgencias. En ese momento pasaba la jovencísima enfermera que anunció el nacimiento de la hija de Laura, y a todo grito avisó de la llegada de la futura ingeniero. Chillidos femeninos y murmullos la acompañaron. -¡Hoy es lunes, y ya he visto dos heridos con ella! -dijo una anciana de deprimente aspecto físico, más en su arreglo personal que por sus dolencias. -¡Y sin contar el estudiante muerto de la Bernardette! -le replicó una mujer un poco más joven que esperaba que le atendieran su hipertensión.
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Doña Vilma recibió una llamada anónima mientras veía la telenovela de las nueve. Al principio no quiso atender el móvil pues se encontraba muy agotada tras otra jornada en la tienda por departamentos que administraba. Una voz
femenina con gran pesadumbre le informó de algo terrible. -¡¿Qué?! ¿Quién habla? ¡No, no, no! ¡Marco Aurelio!... ¡Marco Aurelio!... El joven se acercó a toda carrera hasta la habitación. -¡Tu hermano Eduardo! ¡Le dispararon! -y rompió en llanto totalmente fuera de sí. -¿Pero está vivo…? -¡No sé, no sé, no sé! ** La viuda de Montero y Marco Aurelio llegaron rápidamente al hospital central. Con completa ansiedad, preguntaron cómo era el estado de salud de Eduardo. Un hombretón muy poco amable pidió un momento para averiguar (fueron unos minutos que se hicieron muy largos). -¡Mi señora! No lo busque acá… Está en la morgue… Doña Vilma con las manos en la cabeza se lanzó al suelo. -¡No, Señor! ¡Nooo! ¡Mi hijo, mi hijo! -¡¿Cómo se atreve?! -rugió el hermano del estudiante, y se abalanzó hacia el gigante. Personal de seguridad tuvo que intervenir, y un montón de personas se asomaron al lugar para luego cuchichear, e incluso reírse de la desgracia ajena. -¿Qué es lo que querían? ¿Qué mintiera? -replicó furioso el empleado del hospital, mientras era retenido por los custodios. A pocos metros, una mujer le susurró a un hombre. -¡Siempre es lo mismo! ¡Madres de delincuentes, y creen que morirían de viejos! ¡Por favor! El sujeto se encogió de hombros. ** Tras ver también esa desagradable escena, Daniel le informó a Sara que deseaba ir a casa para tomar un descanso. “Debía” ir a trabajar la mañana siguiente, y el estrés causado por el parto de Laura, más el odioso ambiente del hospital lo tenían hasta la coronilla. A su mujer no le parecieron correctas las razones, y consultó a doña Carla. -¡Don Daniel, no se preocupe! ¡Las niñas estarán en buenas manos! ¡Es más, Sarita, si quieres, vete también! ¡Y dile al resto de tus familiares que si desean hacerlo…!
-¡No! -interrumpió Sara- No quiero dejar sola a mi hija, y muchos menos a mi nietecita… Sin agregar más, el padre de Laura huyó del hospital. Sara lo miró con extrañeza, pero mucho más con decepción. Daniel comenzó a murmurar apenas se acercaba al auto. Dentro de él dio un fuerte manotazo al volante, y se puso las manos en la cabeza y resopló. -¡Esa vieja maldita Carla cree que soy otro pendejo! ¡Tiene algo entre manos, pero no tengo un argumento para comprobarlo! Metió la llave en el encendedor, y partió rápidamente. No quería saber de nadie. No le importaban ni Laura, ni Sara, ni la recién nacida… Sólo sentía ganas de retorcerles el cuello a todos. “¡Vieja maldita, traficante de menores!”, gritó. Aceleró más el vehículo con el deseo de alejarse de todo, tomando rápidamente la carretera. No quería llegar a casa, entonces se desvió hacia un restaurante. Pidió una cerveza y lo que hubiese para comer. Una muchacha le despachó, quien además le hizo un comentario con total aspaviento. -¡Hace rato hubo un atraco, aquí, frente al local! Un cliente salió, y se le acercaron dos tipos en moto y… Daniel no tomó mucho en cuenta la narración y se bebió la cerveza casi de un golpe. -¡Niña! En este país de mierda sucede de todo… ¡Y lamentablemente todo es ver, oír y callar! -¿Por qué? Daniel se limitó a terminarse su espumosa. Luego pidió otra. Se comió lo servido con gran avidez, pero no por hambre sino con ganas de acabar con ello, como deseaba hacerlo con todo lo que sentía por dentro, y lo sentía incapaz de expresar a otro ser humano. Tras beberse rápidamente la otra cerveza, pagó y se retiró. Cuando ya estaba de nuevo en carretera, sintió un fuerte malestar estomacal, aparte de una pequeña afectación por el alcohol; sin embargo, se resistía aún a regresar a casa. Definitivamente, no quería saber nada de su vida… como padre, como marido… y ahora como abuelo. Deseó fuertemente huir de la realidad. Odiaba a sus familiares. A Sara, la tachó de imbécil, inepta y estúpida. Deploró la sumisión que mostraba ante doña Carla desde el embarazo de Laura. A su vez, la consideraba una cómplice. Desde hace muchos años estaba
desencantado de su mujer, pero no veía otra salida que seguir a su lado. Luego pasó a Laura. ¿Cómo era posible que se empeñara en ser novia de alguien sin futuro como Yoni? ¿Dónde demonios estaba su sentido común? ¿Por qué diablos Sara no hizo nada para impedir esa relación que trajo como consecuencia el nacimiento de esa niña? ¿Por qué, pese a las reiteradas peleas por ello, nada logró en impedirlo como padre? A través de los años su pequeña familia estaba dividida. Laura comenzó a distanciarse de su padre al pisar la pubertad, y se refugiaba totalmente en su madre. Se excusaba con que no podía tratar con él “asuntos de mujeres”, y por ello, se inclinaba más hacia su progenitora; sin embargo, con problemas más neutros también hizo lo mismo. Laura ya no era la niña que llevaba de la mano a hacer las compras cada domingo en el mercado, ni la que lo acompañaba a ver el boxeo por televisión. Quizá de haber venido otro hijo a la familia, la realidad fuese otra, pensó Daniel. No obstante, deseaba sinceramente volver a aquellos tiempos, con los debidos ajustes. La inclinación de Laura hacia su madre conllevó a un apoyo acérrimo entre ambas, incluso en cosas que merecían al menos una observación. Las opiniones divididas en cuanto a los problemas familiares llevaron a formar dos bandos. Daniel se sentía más solo que nunca cuando ambas mujeres se ponían en su contra. Lo más reciente era el noviazgo con Yoni, y el embarazo posterior. Asimismo, la penetración de Carla Manzano en la familia, y la total aceptación de parte de su mujer y su hija de esa interferencia en los asuntos íntimos de ellos. La salvadora, la solucionadora de problemas, la buena vecina, quizá… Pero… Daniel pensó en más. Personas como doña Carla no merecerían el perdón siquiera. La Justicia es tan ciega que no se da cuenta de que muchos hacen y deshacen en el mundo, y no reciben castigo, concluyó. Por muchos años había leído en la prensa acerca de supuestos tráficos de bebés en los hospitales del país, y al recordarlo se desazonó más. Entre los espasmos de sus entrañas meditó en decisiones más radicales como regresar a la casa, buscar sus cosas y separarse de su gente. Luego insultó mentalmente a todos los que consideraba que le desgraciaron la vida… “¡Hasta al Yoni ése que a estas alturas del partido, no sabe que ya es papá!”, pensó. Ya no aguantó más el dolor de estómago, y sintió una fuerte nausea. Se detuvo a un lado de la carretera, y vomitó de una manera descomunal. Creyó en expulsar así su “despreciable vida”. Tras terminar, se hizo a un lado y se
apoyó en el suelo para llorar. Con la escasa fuerza que tenía, se levantó después. ** Daniel llegó a casa demolido física y espiritualmente. Se desnudó y se acostó sobre el piso de la sala de estar. No supo cuánto tiempo durmió, pero se halló más aliviado tras despertarse. Al rato fue a beberse un vaso de agua fría, y luego encendió el televisor para finalmente acostarse en el sofá. Transmitían una reposición del noticiario de la noche. Una mujer con la cara más rígida que la de una estatua narraba de un presunto enfrentamiento policial en la que fueron abatidos tres jóvenes. Una cuarta persona, identificada como Iluminada Calderón huyó durante el hecho. A su vez, continuó la moderadora de noticias, el suceso estaría relacionado con el asesinato del encargado de negocios del gobierno británico, Travis Jackson, debido a una supuesta confusión por parte de los cuerpos de seguridad durante la operación. En ambos hechos estuvo involucrado un Ford Fiesta de color blanco. El marido de Sara no quiso saber más detalles del hecho, y buscó alguna película en otro canal. Dio finalmente con una western, su género favorito, y se sintió mucho más tranquilo. Ya comenzaba a aceptar la nueva situación de la familia, incluso, a su modo, pidió perdón a Dios por lo meditado acerca de su vida y de su familia.
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La madrugada se instaló en la ciudad. Las calles desiertas, salvo a uno y otro vehículo que quizá se dirigía en busca de atención médica. En ciertas zonas oscuras, aparecían como fantasmas ciertas figuras “vestidas” con ropas llamativas. En un claro, un muchacho nada varonil se metió unos billetes en el escote de su vestido con la ilusión de ahorrar más dinero para una mamoplastia. La basura regada por mendigos y perros callejeros revelaba la ineficacia de la alcaldía, incluso en las zonas con menor índice de pobreza. Al menos eso restaba un poco el contraste entre el norte y el sur: el primero con sus centros comerciales y residencias; el sur abarrotado de casuchas y pulperías. El límite entre los dos ambientes lo marcaba la terminal de buses, siempre asquerosa con su insoportable olor a esmog y a comida grasosa y condimentada. Carteristas, buhoneros y pordioseros eran el complemento…
junto a la infaltable basura. En las madrugadas, rameras y demás hacían su agosto. Era un pueblo donde las diferencias sociales eran tan injustas como los destinos de sus habitantes. La irracionalidad imperaba sobre la razón, la astucia encima de la decencia, y la infamia a la justicia. Un país donde unos buscaban superar las limitaciones impuestas por el destino, y a otros no le era posible hacerlo. Una sociedad que parecía no tener la voluntad de su rumbo. Le daba igual quien gobernara. Entró al tercer milenio con censura de comerciales de licor y cigarrillos entre ventas de alcohol en cada esquina; y la negativa de aprobar el aborto o el matrimonio igualitario cuando aumentaba la comunidad sexodiversa y las interrupciones de embarazos de forma clandestina. Una colectividad católica y sincretista (incluso practicante de la brujería cada vez menos solapada) que criticaba la diversidad de confesiones protestantes, y (más por xenofobia que por puritanismo) las costumbres de los comerciantes sirios, libaneses, y de chinos budistas y taoístas. ** Cuando Daniel salía del hospital tras el parto de Laura oyó (pero que con la furia que llevaba por dentro, lo tomó en cuenta días después) a una abuela regocijada porque su nieto había nacido con los ojos azules. “¿Y si tuviese los ojos negros se hubiera alegrado igual?”, se preguntó entonces. ¿Racismo en un país de mestizos…?... De inmediato recreó la fisionomía de la nieta “inexistente”. Quizá con sus ojos verdes de descendiente lejano de polacos supervivientes de la Segunda Guerra Mundial, pero con el tono de piel de la familia de Yoni, pariente de una esclava negra liberta. La doble moral… ** En aquella madrugada, Daniel dormía plácidamente pese a la mala jugada que le hicieron sus sentimientos a su estómago. Yoni se había ido del hospital media hora después de ver a Laura con la niña. Alegó que se iría muy temprano en la mañana a acompañar a un amigo albañil a una obra en construcción donde ganaría algo de dinero como ayudante. Vilma y Marco Aurelio tuvieron que aguantar horas y la maldita burocracia para acceder a medicina forense. La madre de Eduardo se negó a reconocer el cuerpo, y fue un hermano suyo junto a Marco Aurelio quienes accedieron hacerlo. La viuda de Montero también se negó a declarar a la prensa cuando ya era de mañana. A escasos metros había un cordón policial y de otras fuerzas del orden
público por la presencia de los restos de Travis Jackson. Esto también causó mayor malestar entre los ciudadanos “comunes” que se encontraban allí: se había priorizado la atención a los de la embajada británica y a las autoridades. Mistress Brown llegó custodiada al sitio. Alegó retraso por una jaqueca terrible que padecía desde la menopausia cada vez que confrontaba un problema grave; aparte que no había pegado un ojo durante la noche, pese a que Gladys le suministró el único analgésico que le quitaba los dolores de cabeza y un té. Cuando arribó a la morgue en un vehículo de la embajada, pudo ver desde la ventanilla a una mujer que lloraba en brazos de un hombre muy parecido a ésta. La desesperación la hizo caer de rodillas. El hombre la levantó como mejor pudo. “¡Mi hijo, mi hijo Eduardo, mi hijito!”, le gritó la mujer. -No puedo quitarme de la cabeza a los hijos de Travis… Solo logré hablar por teléfono con el muchacho, y pese a que lo tomó con calma… -Brown no pudo seguir porque se le hizo un nudo en la garganta, y con un pañuelo secó con discreción una lágrima de su ojo derecho. Tanto Brown como su chófer no pudieron oír claramente los sollozos de la viuda de Montero por los sistemas de seguridad del vehículo, pero la imagen de una madre abatida por el dolor dice más que todas las palabras existentes para ello. El conductor se puso cabizbajo por unos segundos como señal de duelo. ** El hospital tuvo menos concurrencia. El portero lidiaba con el sueño con un radio chino pequeñísimo con unos pésimos altavoces. De golpe, la emisora con mayor recepción le espantó un poco la somnolencia: Ella se fue con un niño pijo. En un Ford Fiesta blanco. Y un jersey amarillo… La anciana que comentó que ya había visto dos heridos de bala en lunes se había quedado dormida en la sala de espera mientras esperaba que se le tomara la tensión arterial de nuevo para poder irse a casa. En su regazo tenía una pequeña biblia, y su mano cubrió los primeros ochos versículos del tercer capítulo del Eclesiastés. Hay bajo el sol un momento para todo, y un tiempo para hacer cada cosa: Tiempo para nacer, y tiempo para morir; tiempo para plantar, y tiempo para arrancar lo plantado; Tiempo para matar y tiempo para curar; tiempo para demoler y tiempo para edificar;
Tiempo para llorar y tiempo para reír; tiempo para gemir y tiempo para bailar; Tiempo para lanzar piedras y tiempo para recogerlas; tiempo para los abrazos y tiempo para abstenerse de ellos; Tiempo para buscar y tiempo para perder; tiempo para conservar y tiempo para tirar fuera; Tiempo para rasgar y tiempo para coser; tiempo para callarse y tiempo para hablar; Tiempo para amar y tiempo para odiar; tiempo para la guerra y tiempo para la paz. ** Frente al televisor, Daniel se sobresaltó con un timbrazo de su móvil alrededor de las tres de la mañana. -¡Daniel…! La niña… murió… -¡¿Cuál niña, Sara?! -¡La que parió Laura!... ¡No entiendo qué pasó…! -y su voz se volvió llanto. Daniel insistió en preguntar más a su mujer, pero ésta terminó la llamada, además, apagó su teléfono. Pese a los más de 20 años juntos, en ese momento no quería oír de nuevo la alterada (y alterable) voz de su impaciente marido. Entre la desesperación, se imaginó los reproches de Daniel por tomar esa decisión de apagar el celular. El padre de Laura llegó al hospital a toda velocidad. Sara se limitaba a decir que no entendía nada, y se alejó luego de Daniel para sentarse junto a su madre. A su vez, doña Carla entraba y salía de distintos cubículos. El padre de Laura quiso decirle algo a Sara, pero desistió tras verla deshecha en lágrimas, y con pocas ganas de conversar. Tras confirmarse el “deceso” de la niña, a la que llamaron simplemente Ángela, doña Carla ordenó con falsa compasión a los padres de Laura a darse un descanso. Comprendía que habían sido horas muy tensas para todos, y pidió que le confiaran el cuidado de Laurita hasta que la dieran de alta. Dos días después, doña Carla fue internada en el hospital y “parió una niña”. Una de sus hijas optó que se quedara en su hogar durante los primeros meses que se volvieron posteriormente años. Seis meses después, la casa de doña Carla fue comprada por un matrimonio joven sin hijos que luego organizarían fiestas todos los sábados por la noche.
Laura y Yoni rompieron su relación a los pocos días de la “muerte” de Ángela. Sara le explicó a Daniel que a ambos solo los ataba aquella criatura. El maleante fue quien puso las cartas sobre la mesa; y tras despedirse de Laura, tomó “lo poco que tenía” y le dijo a su madre que se iba de la patria para buscar un futuro mejor. Yoni cruzó parte del país en autobús, y miró hacia atrás cuando cruzaba un río que dividía a su patria con su vecino del sur. Sintió el alivio de huir pero nunca pudo borrarse de su mente aquel caballero inglés cuyo reloj le fue sustraído por un empleado de limpieza del servicio forense tras vigilar por horas al personal médico. Daniel nunca creyó que Laura había donado el cuerpo de la recién nacida para prácticas de medicina forense. Se atrevió abordar a su hija para que le dijera la verdad, pero la joven optó por la histeria y le pidió que respetara su decisión. Tras el parto, la relación entre ellos fue más distante que nunca. ** El caso “de los Ford Fiesta blanco” fue todo un escándalo. Opiniones numerosas dividieron al país: unos criticaron la actitud de los estudiantes universitarios de huir de los azules, otros, la imprudencia de Míster Jackson en “hacer turismo” a esas horas y en condiciones riesgosas; la mayoría condenó la torpeza de la policía durante la operación. El proceso judicial fue uno de los más rápidos que se conociera. Las aprehensiones fueron a pocas horas de la masacre, y las imputaciones al día siguiente. A menos de seis meses ya había sentenciados a cadena perpetua, tanto de la policía metropolitana como de los otros cuerpos de apoyo. -No podían dar mucho tiempo para condenar la indiscutible inoperancia de nuestros cuerpos policiales –dijo en el programa matutino del canal 2 Desayuno Noticioso, el ex fiscal general José Ramón Feijoo-. Ahora tocará al Ministerio del Interior garantizar la seguridad ciudadana con los correctivos que deban hacerse. Además, el caso tensó las relaciones entre el país y la Gran Bretaña. El reino exigió mayores garantías de seguridad, pese a admitir que la imprudencia de Jackson lo llevó a la muerte. Tras reuniones entre funcionarios de ambas naciones se acordaron esas garantías. Una distinguida dama mucho más joven que Kim Brown ocupó el vació dejado por Travis Jackson. -No debíamos perder las excelentes relaciones bilaterales con el Reino Unido de Gran Bretaña e… – dijo el relamido e insulso canciller al Presidente. -¡Ah, por supuesto que no, Lizarraga! –le contestó éste- Solo teníamos que “ponernos las pilas”. Ellos tendrán la plata, pero nosotros la mercancía…
Alison Jackson fue el enlace. Cuando vio por primera vez el cadáver de su padre, la joven recordó cómo él con el buen humor que le caracterizaba bromeaba con ella cuando se negaba a conocer el país caribeño por su alto índice de inseguridad. Una lágrima se deslizó en su rostro mientras acariciaba el rostro seco e inerte de su progenitor. ** Doña Vilma y Marco Aurelio tenían unos amigos en Orlando, y tras el cierre del caso, viajaron hasta allá para tomarse un descanso. De regreso, dedicaron un año entero en vender el apartamento, los dos automóviles, y retirarse de sus puestos de trabajo para comenzar otra etapa de sus vidas en esa ciudad de la Florida. Marco Aurelio logró formar parte de un medio de información digital dirigido a la comunidad hispanoamericana de los Estados Unidos, mientras que la viuda de Montero se asoció con sus amigos, y se hizo encargada de un local de venta de comida latinoamericana. Nunca regresaron a su patria. Parte de las cenizas de Edo fueron esparcidas allá. Iluminada continuó estudios de postgrado, y logró también ser otra profesora de la Bernardette Soubirous. Finalmente se casó con un abogado que también ejercía la docencia allí, y formó su familia con una parejita que llevó los nombres de sus inolvidables amigos y el suyo: Justo Eduardo y Alma Iluminada. ** De nuevo al pasado… Sara y Daniel regresaban del hospital cerca del amanecer, inmersos en un odioso silencio y un alud de dudas. El marido rompió pronto aquel mutismo al encender la radio de su auto. Como por arte de magia se oyó desde el principio la versión en castellano de Fragility, de Sting… Los preciosos toques de guitarra daban mayor tristeza a la alborada…