San Juan Dámaso (675-749) monje teólogo, doctor de la Iglesia Sobre el gran profeta Elías, el Tesbita “Estará lleno de Espíritu Santo...e irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías...” (Lc 1,17) ¿Quién recibió el poder de abrir y cerrar los cielos? (cf 1R 17,1)...¿Quién aniquiló en un arrebato de furor a los profetas paganos a causa de sus ídolos? (1R 18,40)? ¿Quién ha visto a Dios en el susurro del aire suave? (cf 1R 19,12)? Todos estos hechos son atribuidos únicamente a Elías y al Espíritu que habita en él. Ahora bien, se puede hablar de hechos aun más prodigiosos. .. Elías no ha padecido la muerte hasta el día de hoy, sino que fue arrebatado al cielo (2R 2,1). Algunos piensan que vive con los ángeles cuya incorruptibilidad comparte en una vida inmaterial y pura... De hecho, Elías apareció en la transfiguración del Hijo de Dios, viéndolo cara a cara con el rostro descubierto. (Mt 17,3). Al final de los tiempos, cuando se manifestará la salvación de Dios, él mismo proclamará la venida de Dios antes que nadie y la mostrará a todos, y, por muchos otros signos divinos, confirmará el día que hasta ahora está escondido ante el mundo. En aquel día, también nosotros, si estamos preparados, iremos por delante de este hombre admirable que nos prepara el camino que lleva a aquel día. ¡Que nos introduzca en las moradas del cielo, por Cristo Jesús a quien sea dada la gloria, el poder ahora y por los siglos de los siglos!
San Gregorio Magno (hacia 540-604) papa, doctor de la Iglesia Homilía sobre San Mateo 13 “Si el grano de trigo con cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere da mucho fruto.” (Jn 12,24) “El Reino de los cielos es semejante a un grano de mostaza que tomó un hombre y lo sembró en su campo...cuando crece es mayor que las hortalizas, y se hace árbol, hasta el punto de que las aves del cielo vienen y anidan en sus ramas.” (Mt 13,31) Esta pequeña semilla es para nosotros el símbolo de Jesucristo que, sepultado en la tierra del jardín, surgió poco después en su resurrección y se irguió como un gran árbol. Se puede decir que cuando murió fue como una pequeña semilla.
Fue un grano de semilla por la humillación en la carne y un gran árbol por la glorificación en majestad. Fue un grano de semilla cuando se presentó ante nuestros ojos desfigurado, y un gran árbol cuando resucitó como el más bello de los hombres. (cf Sal 44,3) Las ramas de este árbol santo son los predicadores del evangelio de los cuales nos dice un salmo: “por toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje.” (Sal 18,5) Los pájaros anidan en sus ramas cuando las almas de los justos se elevan por encima de los atractivos de la tierra, y, apoyándose en sus alas de santidad, encuentran en las palabras de los predicadores del evangelio el consuelo que necesitan en las penas y fatigas de esta vida.
Isaac de Santa Stella (hacia 1171) monje cisterciense Sermón 39, 2-6; SC 207, pag 321 “Por el príncipe de los demonios expulsa a los demonios.” (Mt 9,34)... La envidia, una blasfemia contra el Espíritu Santo Lo propio de los tipos pervertidos y tocados por el soplo de la envida es cerrar por todos los medios los ojos a los méritos de los demás, y, cuando vencidos por la evidencia ya no pueden hacerlo, desprecian o tergiversan las actitudes de los demás. Por esto, cuando la multitud se queda maravillada y exultante de devoción a la vista de los prodigios de Cristo, los fariseos y escribas cierran los ojos a la verdad, rebajan lo que es grande, tergiversan lo que es bueno. En una circunstancia, por ejemplo, haciéndose los ignorantes, dicen al autor de tantos prodigios: “¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti?” (Jn 6,30) Aquí, no pudiendo negar el hecho, lo desprecian malévolamente, reclamando un signo del cielo, como si el signo que acaban de ver no fuera celestial. Y tergiversándolo dicen: “Por el príncipe de los demonios expulsa a los demonios.” (Mt 9,34) Aquí, amados míos, radica la blasfemia contra el Espíritu Santo, blasfemia que ata a los que una vez han sido seducidos por ella con cadenas de culpabilidad eterna. No se le niega al penitente el perdón de todo si produce frutos de penitencia. (Lc 3,8) Pero, aplastado bajo un peso de malicia, no tiene fuerza de aspirar a esta penitencia que le llama al perdón. Según un inescrutable y justo juicio de Dios, aquel que percibiendo con evidencia en su hermano la gracia de la operación del Espíritu Santo, no pudiéndola negar y, animado por la envidia no teme de tergiversar los hechos y calumniar y atribuir a espíritu maligno lo que sabe perfectamente que viene del Espíritu Santo contra quien atenta, así ofuscado, ciego por su propia malicia, ya no puede querer la penitencia que le obtendría el perdón. ¿Qué hay de más grave que atreverse, por envidia de un hermano que debemos amar como a nosotros mismos, blasfemar de la bondad de Dios que debemos amar más que a nosotros mismos e insultar la majestad de Dios desacreditando a un hermano?
Beato Guerric d'Igny (hacia 1080) monje cisterciense Primer sermón para la fiesta de la Purificación, 2-3; SC 166, pag. 311ss “Luz para iluminar a los gentiles” (Lc 2,32) ¿Quién, sosteniendo hoy entre sus manos un cirio encendido, no recuerda instantáneamente a aquel anciano que en este día recibió en sus brazos a Jesús, Verbo encarnado, luz de las naciones que brilla en el
cirio, y que dio testimonio de la luz que ilumina a los gentiles? El viejo Simeón era todo él una llama encendida que iluminaba, dando testimonio de la luz, él que, lleno del Espíritu Santo, recibió, oh Dios, tu misericordia en medio de tu templo (Sal 47,10) y dio testimonio que Jesús es la misericordia y la luz de tu pueblo... ¡Regocíjate, anciano justo, ve hoy lo que habías vislumbrado desde antiguo: las tinieblas del mundo se han disipado, las naciones caminan a la luz del Señor (cf Is 60,3). Toda la tierra está llena de su gloria, (Is 6,3) de la esta luz que tu escondías en otro tiempo en tu corazón y que hoy ilumina tus ojos...Abraza, o santo anciano, la sabiduría de Dios y que te rejuvenezcas. (Sal 102,5) Recibe en tu corazón la misericordia de Dios y que tu vejez conocerá la dulzura de la misericordia. “Descansará sobre mi pecho”, dice la Escritura (Ct 1,12) Incluso cuando lo devuelva a su madre, se quedará conmigo. Mi corazón se embriagará de su misericordia y más aún, el corazón de su madre...Doy gracias y alabo a Dios por ti, llena de gracia, tú has dado al mundo la misericordia que yo acojo; el cirio que tú preparaste, lo tengo entre mis manos... Y vosotros, hermanos, ved el cirio arder entre las manos de Simeón, encended vuestros cirios con la luz del anciano... Entonces, no sólo llevaréis una luz en vuestras manos, sino vosotros mismos seréis luz. Luz en vuestro corazón, luz en vuestras vidas, luz para vosotros, luz para vuestros hermanos.
Beato Guerric d'Igny (hacia 1080-1157) monje cisterciense Sermón para la fiesta de Todos los Santos 3, 5-6; SC 202, pag 503ss “El Reino de los cielos es para ellos.” (Mt 5,10) “Dichosos los pobres de corazón, porque el Reino de los cielos es para ellos.” Sí, dichosos los que rechazan las cargas sin valor pero bien pesadas de este mundo. Los que no buscan hacerse ricos sino es poseyendo al Creador del mundo, y él sólo por él sólo. Los que son como gente que no tienen nada pero poseen todo. (cf 2Cor 6,10) ¿No poseen todo aquellos que poseen al que contiene todo y dispone todo, aquellos que poseen a Dios en heredad? (Nm 18,20) “Nada les falta a los que le temen.” (Sal 33,10) Dios les otorga todo lo que sabe que les es necesario. Se da él mismo para que su alegría sea plena.... ¡Gocémonos, pues, hermanos, de ser pobres por Cristo y esforcémonos de ser humildes con Cristo. No hay nada más detestable y más miserable que un pobre orgulloso... “El Reino de Dios no es ni comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo.” (Rm 14,17) Si nos damos cuenta de que tenemos todo esto en nuestro interior ¿por qué no proclamar con seguridad que el Reino de Dios está dentro de nosotros? (Lc 17,21) Ahora bien, lo que está en nosotros nos pertenece realmente. Nadie nos lo puede arrebatar. Por esto, cuando el Señor proclama dichosos a los pobres tiene razón cuando dice: “El Reino de Dios es para ellos”, no dice “será para ellos”. No lo es solamente por una ley establecida sino también como prenda absolutamente segura, es una experiencia ya ahora de la felicidad perfecta. No solamente porque el Reino está preparado para ellos desde la creación del mundo (Mt 25,34) sino también porque ya han comenzado a poseerlo ahora. Poseen ya el tesoro celestial en vasijas de barro (cf 2Cor 4,7); llevan a Dios en sus cuerpos y en su corazón.
Tomás de Celano (hacia 1190) biógrafo de s. Francisco de Asís y de Santa Clara “Vita Prima” “...y comenzó a enviarlos de dos en dos.” (Mc 6,7)
Un nuevo aspirante entró en la Orden y así creció el número hasta ocho miembros. Entonces, el bienaventurado Francisco los reunió a todos y les habló largamente sobre el Reino de Dios, sobre el menosprecio del mundo, sobre la renuncia a la propia voluntad y sobre la docilidad. Luego, los dividió en cuatro grupos de a dos y les dijo: “Id, hermanos míos queridos, recorred las diversas regiones del mundo, anunciad la paz a los hombres y predicad la penitencia que obtiene el perdón de los pecados. Sed pacientes en las pruebas, seguros que Dios cumplirá sus designios y será fiel a sus promesas. Responded humildemente a los que os pidan cuenta, bendecid a los que os persigan, dad gracias a los que os insulten y os calumnien: el Reino de los cielos será para vosotros.” (cf Mt 5,10-11) Ellos recibieron con gozo la misión que les fue confiada por la santa obediencia y se prosternaron a los pies de San Francisco que los abrazó a cada uno tiernamente y diciéndoles: “Confiad a Dios todas vuestras preocupaciones, él cuidará de vosotros.” (1Pe 5,7) Esta era su frase habitual cuando enviaba a un hermano a la misión.
Baudon de Ford (hacia 1190) monje cisterciense Homilía sobre Hb 4,12; PL 204, 451-453 “Jesús lo increpó diciendo: Cállate, sal de este hombre!” (Mc 1,25) “La Palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que una espada de doble filo.” (Hb 4,12) Toda la grandeza, la fuerza y la sabiduría de la Palabra de Dios se muestra aquí por el apóstol a todos los que buscan a Cristo, Palabra, fuerza y sabiduría de Dios... Cuando se predica esta Palabra de Dios, por la predicación la palabra exterior, pronunciada y escuchada se reviste del poder de la Palabra acogida en el interior. Entonces, los muertos resucitan, (Lc 7,22) y este testimonio hace surgir nuevos hijos de Abrahán. (Mt 3,9) Esta Palabra es palabra viva. Viviente en el corazón del Padre, viviente en los labios del predicador y viviente en los corazones llenos de fe y de amor. Y como es Palabra viva no hay duda de su eficacia. La Palabra actúa con eficacia en la creación del mundo, en su gobierno y en su redención. ¿Qué puede haber de más eficaz o más fuerte que ella? “Cantad las proezas del Señor, su poder!” (cf Sal 105,2) La eficacia de esta Palabra se manifiesta en sus obras, se manifiesta también en la predicación. “No tornará a mí de vacío, sin que haya realizado lo que me plugo y haya cumplido aquello a que la envié.” (Is 55,11) La Palabra es, pues, eficaz y más penetrante que una espada de doble filo cuando se la recibe con fe y amor. En efecto ¿qué hay de imposible para quien cree, y qué hay de duro para aquel que ama?
Lansperge el Cartujano (1489- 1539) monje cartujo, teólogo Sermón 5
“El pueblo que andaba a oscuras vio una gran luz.” (Is 9,1)
Hermanos míos, nadie ignora que todos hemos nacido en las tinieblas y en tinieblas hemos vivido en el pasado. Pero, esforcémonos para no permanecer en ellas, ya que nos ha brillado el sol de justicia. (Mi 3,20)... Cristo ha venido para “iluminar a los que viven en sombras de muerte y guiar nuestros pasos por el camino de la paz.” (cf Lc 1,79) ¿De qué tinieblas hablamos? Todo lo que está en nuestra inteligencia, en nuestra voluntad o en nuestra memoria que no es Dios o no tiene su fundamento en Dios,-dicho de otra manera-, todo lo que hay en nosotros que no dé gloria a Dios y se interpone entre Dios y nosotros, es tiniebla... Por esto, Cristo, siendo la luz, nos ha traído la luz para que pudiéramos ver nuestros pecados y aborrecer nuestras tinieblas. Realmente, la pobreza que él ha escogido cuando no encontró sitio en el albergue es para nosotros la luz que nos da a conocer ya ahora la felicidad de los pobres de espíritu que van a heredar el Reino de los cielos. (cf Mt 5,3) El amor que Cristo nos demuestra instruyéndonos y aceptando por nosotros las pruebas del exilio, de la persecución, de las heridas y la muerte en cruz, el amor que le hizo orar por sus verdugos, es para nosotros la luz gracias a la cual podemos aprender también nosotros a amar a nuestros enemigos.
San Bernardo (l091-1153) monje cisterciense, doctor de la Iglesia Homilías sobre el Cantar de los Cantares, 84, 1.5 “Llamó a los que quiso...para que estuvieran con él.” (Mc 3,14) “De noche busqué al amor de mi alma.” (Ct 3,1) ¡Qué bien tan grande buscar a Dios! Para mí no hay bien mayor. El primer don de Dios no se añade a ninguna virtud, porque no hay virtud anterior a este don de buscar a Dios. ¿Qué virtud se podría atribuir a aquel que no busca a Dios, y qué límite poner a la búsqueda de Dios? “Buscad siempre su rostro” dice el salmo (104,4) Yo creo que incluso cuando se le haya encontrado no cesaremos de buscarlo. No se busca a Dios corriendo hacia alguna parte sino deseándolo. Porque la felicidad de haberlo encontrado no apaga el deseo sino, al contrario, lo agranda. El colmo de la alegría...es más bien como aceite sobre el fuego, porque el deseo es una llama. La alegría será colmada (Jn 15,11) pero el deseo no tendrá fin, y tampoco la búsqueda... Pero, que cada alma que busca a Dios sepa que Dios se le ha adelantado, que es buscada por él antes que ella se haya puesto en movimiento para buscarle. ..A esto os llama la bondad de aquel que os precede y os busca y os ha amado el primero. Pues, si no hubieseis sido buscados nunca os hubierais puesto a buscarle. Si él no os hubiera amado primero no lo amaríais. El os pasó delante, no por una gracia única sino por dos gracias: por el amor y por la búsqueda. El amor es la causa de la búsqueda. La búsqueda es el fruto del amor y es también la prueba del amor. A causa del amor no teméis de ser buscados. Y porque habéis sido buscados no seréis amados en vano.
Santa Teresa de Jesús (1515-1582) carmelita descalza, doctora de la Iglesia Carta a las carmelitas de Sevilla, 31 de enero 1579 En medio de la tempestad Ánimo, ánimo, hijas mías; acuérdense que no da Dios a ninguno más trabajos de los que puede sufrir y que está Su Majestad con los atribulados. Pues esto es cierto, no hay que temer sino esperar en su misericordia que ha de descubrir la verdad de todo y se han de entender algunas marañas que el demonio ha tenido encubiertas para revolver, de lo que yo he tenido más pena que tengo ahora de lo que pasa. Oración, oración, hermanas mías, y resplandezca ahora la humildad y obediencia en que no haya ninguna que más la tenga a la vicaria que han puesto que vuestras caridades, en especial la madre priora pasada.... ¡Oh, qué buen tiempo para que se coja fruto de las determinaciones que han tenido de servir a nuestro Señor! Miren que muchas veces quiere probar si conforman las obras con ellos y con las palabras. Saquen con honra a las hijas de la Virgen y hermanas suyas en esta gran persecución, que si se ayudan el buen Jesús las ayudará, que aunque duerme en la mar, cuando crece la tormenta hace parar los vientos. Quiere que le pidamos, y quiérenos tanto que siempre busca en qué nos aprovechar. Bendito sea su nombre para siempre, amén, amén, amén. En todas estas casas las encomiendan mucho a Dios, y así espero en su bondad que lo ha de remediar presto todo. Por eso procuren estar alegres y considerar que, bien mirad, todo es poco lo que se padece por tan buen Dios y por quien tanto pasó por nosotras, que aun no han llegado a verter sangre por El...Dejen hacer a su Esposo y verán cómo antes de mucho se tragará el mar a los que nos hacen la guerra, como hizo al rey Faraón, y dejará libre su pueblo y a todos con deseo de tornar a padecer, según se hallarán con ganancia de lo pasado.
León XIII, papa desde l878-1903 Rerum novarum 32 “Recuerda el día del sábado para santificarlo.” (Ex 20,8) La vida del cuerpo siendo tan valiosa y apreciada no es el fin último de nuestra existencia. Es un camino y medio para llegar, por el conocimiento de la verdad y del amor al bien, a la perfección de la vida del alma. Es el alma que lleva impresa la imagen y semejanza de Dios. En ella reside esta soberanía del hombre que le fue concedido cuando recibió el mandato de someter la naturaleza inferior y de poner a su servicio la tierra y los mares. (cf Gn 1,28)... En este sentido, todos los hombres son iguales. No ha diferencia alguna entre ricos y pobres, amos y siervos, gobernantes y súbditos: “Todos sirven al mismo Señor.” (cf Rm 10,12) Nadie puede violar impunemente esta dignidad del hombre que Dios mismo respeta ni impedir el progreso del hombre hacia esta perfección que corresponde a la vida celestial y eterna... De ahí se desprende la necesidad del reposo y la interrupción del trabajo en el día del Señor. El descanso, por otra parte, no debe entenderse como un tiempo dedicado a la ociosidad estéril y menos como una holgazanería que provoca vicios y malgasta los salarios, antes bien como un tiempo de reposo santificado por la religión...Esta es la característica y la razón de este descanso del séptimo día, prescrito por Dios en uno de los principales artículos de su ley: “Recuerda el día del sábado para
santificarlo.” (Ex 20,8) El mismo Dios dio ejemplo de este reposo cuando descansó después de la creación del hombre: “...y cesó en el día séptimo de toda la labor que hiciera.” (Gn 2,2)
San Siloán (1866-1948) monje ortodoxo Escritos “Llegan donde Jesús y ven al endemoniado, al que había tenido la legión, sentado, vestido y en su sano juicio.” (Mc 5,15) El fin de todo nuestro combate es encontrar la humildad. Los demonios, nuestros enemigos, cayeron por el orgullo y nos quieren arrastrar en su caída. Pero nosotros, hermanos, seamos humildes y así veremos la gloria del Señor ya en esta tierra, (Mt 16,28) porque a los humildes el Señor se da a conocer por el Espíritu Santo. El alma que ha saboreado la dulzura del amor divino está enteramente regenerada y recreada. Ama a su Señor y tiende con todas sus fuerzas hacia él, día y noche. Hasta un cierto momento, el alma queda apaciguada en Dios, luego comienza a sufrir por el mundo. El Señor misericordioso le da al alma tiempos de reposo en Dios como tiempos de sufrimiento por el mundo para que todos los hombres se arrepientan y alcancen entrar en el paraíso. El alma que ha conocido la dulzura del Espíritu Santo desea para todos el mismo conocimiento porque la dulzura del Señor no permite al alma ser egoísta sino que la enriquece con el amor que brota del corazón.
Beato Juan XXIII papa, (l881-1963) Diario del alma, 1935-1944 “Le siguió una gran muchedumbre de Galilea, Decápolis, Jerusalén y Judea, y del otro lado del Jordán.” (Mt 4,25) “Señor, ábreme los labios y mi boca proclamará tu alabanza.” (Sal 50,17) Cuando uno advierte que estas palabras son proclamadas cada día a la hora de la alabanza matutina en nombre de la Iglesia que ora por ella misma y por el mundo entero, por miles y cientos de miles de bocas implorando esta gracia, nuestra visión se ensancha y se completa. Es la Iglesia que se anuncia, no como un monumento histórico del pasado, sino como una institución viva. La Santa Iglesia no es como un palacio que se construye en un año. Es una ciudad grande que contiene el universo entero. “La montaña de Sión está fundada sobre la alegría de toda la tierra; la ciudad del gran Rey se extiende hacia el Norte.” (Sal 47,3 Vulgata) La fundación de la Iglesia se comenzó hace veinte siglos y sigue realizándose. Se extiende a toda la tierra hasta que el nombre de Cristo sea adorado en todas partes. A medida que prosigue su construcción, los nuevos pueblos a quienes es anunciado el nombre de Cristo exultan de gozo: “Los pueblos se alegran por el gozoso anuncio.” (cf Hch 13,48) Es bello pensar en esto, edificante para todo presbítero que recita su breviario: cada uno tiene que comprometerse a fondo en la construcción de esta Iglesia santa. El que se dedica a la predicación, en calidad de mensajero del evangelio, diga al Señor: “Señor, ábreme los labios y mi boca proclamará tu alabanza.” (Sal 50,17) El que no es misionero, que desee ardientemente cooperar en la gran tarea de la misión. Y cuando
salmodia en privado, soo en su celda, que diga también: “Señor, ábreme los labios.” Porque, por la comunión en la caridad debe considerar como suya toda lengua que anuncia el evangelio en aquel momento, siendo el evangelio la suprema alabanza divina.
Concilio Vaticano II Ad Gentes: La actividad misionera de la Iglesia, 21 “Que vuestra luz brille ante los hombres.” (cf Mt 5,16) El evangelio lo puede penetrar profundamente en las conciencias, en la vida y en el trabajo de un pueblo sin la presencia activa de los seglares. Por ello, ya al tiempo de fundar la Iglesia hay que atender sobre todo a la constitución de un maduro laicado cristiano...La obligación principal de los seglares, hombres y mujeres, es el testimonio de Cristo, que deben dar con la vida y con la palabra en la familia, en su grupo social y en el ámbito de su profesión. Es necesario que en ellos aparezca el hombre nuevo, creado según Dios en justicia y santidad verdadera. (cf Ef 4,24) Y deben expresar esta vida nueva en el ambiente de la sociedad y de la cultura patria, según las tradiciones de su nación. Tienen que conocer esta cultura, sanearla y conservarla, desarrollarla según las nuevas condiciones y, finalmente, perfeccionarla en Cristo, para que la fe cristiana y la vida de la Iglesia no sea ya extraña a la sociedad en que viven, sino que empiece a penetrarla y transformarla. Únanse a sus conciudadanos con sincera caridad a fin de que en el trato con ellos aparezca el nuevo vínculo de unidad y de solidaridad universal que brota del misterio de Cristo. Siembren también la fe de Cristo entre sus compañeros de trabajo, obligación que tanto más urge cuandto que muchos hombres no pueden oír hablar del evangelio ni conocer a Cristo más que por sus vecinos seglares.... Los ministros de la Iglesia, por su parte, aprecien grandemente el activo apostolado de los seglares. Fórmenlos para que, como miembros de Cristo, sean conscientes de su responsabilidad en pro de todos los hombres; instrúyanlos profundamente en el misterio de Cristo; inícienlos en los métodos prácticos y asístanles en las dificultades... Observando, pues, las funciones y responsabilidades propias de los pastores y de los seglares, dé toda la Iglesia joven testimonio vivo y firme de Cristo, para convertirse en señal luminosa de la salvación, que nos llegó en Cristo.
Juan Pablo II Homilía de la conmemoración de los testigos de la fe del siglo XX, 7 de mayo 2000 Testigos de la verdad ante las fuerzas del mal. “Dichosos vosotros cuando os injurien y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos.” (Mt 5,11) Estas palabras de Cristo se aplican de maravilla a innumerables testigos de la fe del siglo que acaba: fueron perseguidos e insultados pero no se doblegaron en ningún momento ante las fuerzas del mal. Allí donde el odio parecía contaminar toda la vida sin posibilidad de escapar a su lógica, ellos mostraron que “el amor es más fuerte que
la muerte” (Ct 8,6) En los nefastos sistemas de opresión que desfiguraron al hombre, en los lugares de sufrimiento, en medio de las privaciones durísimas, a lo largo de marchas interminables y agotadoras, expuestos al frío, al hambre, a las torturas, agobiados por toda clase de sufrimientos, creció su firme adhesión a Cristo muerto y resucitado. Muchos rehusaron doblegarse al culto a los ídolos del siglo veinte y fueron sacrificados por el comunismo, por el nazismo, por la idolatría del estado y de la raza. Muchos otros sucumbieron en el curso de guerras étnicas y tribales porque rechazaron una lógica extraña al evangelio de Cristo. Algunos murieron porque seguían el ejemplo del Buen Pastor y prefirieron quedarse con el rebaño de sus fieles, despreciando las amenazas. En cada continente, a lo largo del este siglo, se han levantado personas que prefirieron ser asesinadas antes de abandonar su misión. Religiosos y religiosas han vivido su consagración hasta el derramamiento de la sangre. Creyentes, hombres y mujeres, murieron ofreciendo sus vidas por amor a los hermanos, particularmente por los más pobres y los más débiles. “Aquel que ama su vida, la perderá, pero la que pierde por mí, la ganará.” (Jn 12,25)