Columna Manuel Chiriboga (Lunes 3 de Noviembre) NORMALIZAR LAS RELACIONES CON COLOMBIA
En estos días leí un libro notable: ¿Por qué la guerra?, un intercambio epistolar entre Alberto Einstein y Sigmund Freud, con una excelente introducción de Eligio Resta. El intercambio busca responder a una sola pregunta, planteada magistralmente por Einstein: "¿Hay manera de liberar a los seres humanos de la fatalidad de la guerra?". Obviamente era una pregunta pertinente para los dos grandes intelectuales en la Europa de entreguerras. En ese intercambio hay reflexiones profundas sobre relaciones conflictivas entre estados, que me parecen de gran sabiduría, ahora que nuevamente la normalización de relaciones con Colombia se ha alejado. Freud expresó en 1915, nos recuerda Resta: "Nos atrevimos a abrigar otra esperanza, de que los malentendidos se resolvieran por otras vías y que los pueblos habrían adquirido comprensión de lo que les une y tolerancia para lo que les diferencia". Esa esperanza fue, sin embargo, una ilusión, como lo comprobó la cruenta guerra de las trincheras europeas. Ni los acuerdos entre estados ni los compromisos por la paz fueron capaces de frenarla. No quiero insinuar para nada que abriguemos la idea de un escenario posible de guerra, nada más lejos, creo yo, de las intenciones de nuestros líderes. Pero al mismo tiempo es importante reflexionar sobre las implicaciones que la no normalización y las expresiones vertidas periódicamente pueden tener. Las declaraciones del Presidente y luego de los ministros de Defensa, Relaciones Exteriores, Seguridad Interna y Externa y de Gobierno, que incluyeron una serie de acusaciones contra nuestro vecino del norte, alejaron la normalización, cuando ella parecía cercana. Aun más, cosa insólita, se amenazó con poner limitaciones al ingreso de colombianos a nuestro territorio, cuando lo hacen sin problema ciudadanos de cualquier confín del planeta.
El conflicto con Colombia partió de una agresión contra el territorio de nuestro Estado. Eso desató un conflicto de fuerte pasión por parte de un gobierno que hace de la soberanía una de sus bases ideológicas centrales. De hecho, pienso yo que el reclamo por una explicación adecuada por el bombardeo de Angostura refleja una necesidad sentida por el presidente Correa de subsanar ese sentimiento de soberanía mancillada. Pero esta satisfacción no puede darse si no opera un mecanismo de diálogo, facilitado por un tercero, que busque concretar esa demanda. Al no existir aquello, predominarán declaraciones altisonantes. Son solo aquellos estados que han logrado institucionalizar plenamente sus conflictos internos los que mejor están en capacidad de solucionar los conflictos externos. Solo ello puede controlar las pasiones y pulsiones de los líderes. Los temas de la paz y de la guerra requieren de un sistema racional que aplaque justamente las pasiones cálidas y busque arreglos entre pueblos, que en última instancia son hermanos, vecinos y complementos. Nuestros dos países tienen en común este rol central de sus presidentes, con sistemas institucionales de contrapeso débiles. Hay, pues, una gran responsabilidad de Correa y de Uribe en encontrar solución al conflicto. Pero las sociedades civiles deben presionar en esa dirección. Para que la paz sea norma entre estados debe funcionar la polis interestatal. En el conflicto Ecuador-Colombia constituyeron solución inicial, pero fueron ineficientes para llevar a los estados a normalizar sus relaciones. Los buenos oficios de la OEA y del Grupo de Río no han logrado pasar de una situación de conflicto a otra de normalización. Pero esto también implica que los estados en conflicto reconozcan la necesidad de un tercero.