Columna Impresiones

  • May 2020
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“Cuando pertenecemos a un equipo, no es importante la posición que jugamos, si no en la que juguemos ser el mejor.” NELSON FONSECA

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BUCKY

D

e niño siempre me apasionó el deporte aunque nunca pude destacarme en los pocos que intenté.

Por supuesto, traté en deportes como el béisbol, el baloncesto y la natación, en éste último me pude desempeñar por lo menos dentro del promedio. Irónicamente, luego cuando adulto, tuve que hacerme un examen físico completo, para mi sorpresa en dicho examen el médico concluyó que mis reflejos estaban sobre el promedio, eran los de un atleta natural. Entonces, mi pregunta inmediata: ¿qué me ocurrió? Lamentablemente ya no podía regresar atrás, la vida siempre va hacia adelante. De todos los deportes el que más me cautivó fue el béisbol. De joven mi mayor pasatiempo era ver el béisbol de grandes ligas por televisión. Recuerdo la primera transmisión vía satélite de una Serie Mundial, jugaban los Tigres de Detroit contra los Cardenales de San Luis encabezados por los legendarios Bob Gibson y Lou Brock. La serie fue a siete juegos y los Tigres ganaron gracias al trabajo magistral del joven lanzador Micky Lolich, quien recibió el galardón del jugador más valioso de la Serie Mundial. Años más tarde, recuerdo la Serie Mundial de 1978 en la que participaban los Yankees de Nueva York contra los Medias Rojas de Boston. El octavo bate en la alineación, en aquel tiempo no existía el bateador designado, Bucky Dent se llenó de gloria al guiar a los Yankees al Campeonato Mundial y de paso obtuvo el galardón del jugador más valioso de la Serie y la ciudad de Nueva York se rindió a sus pies. El más pequeño de todos se convirtió en la bujía que encendió el entusiasmo en los famosos Yankees. Bucky Dent resultó ser el eje alrededor del cual giraba todo el equipo. Resultó ser esa fuerza motivadora que guió a los Yankees al Campeonato Mundial.

Todos los logros alcanzados por Micky Lolich y Bucky Dent se dieron dentro de un equipo. Muy en especial, la actuación sobresaliente de Bucky no podía ser aislada, necesitaba todo el respaldo de cada uno de sus compañeros. Bucky no era el equipo, sólo una parte. Él pudo aportar en su juego: calidad. No importa la mejor jugada que pueda hacer una tercera base en el campo de juego, necesita para completarla tirar a primera y que su lanzamiento fuera recibido. Definitivamente esa fue la mayor contribución de Bucky al equipo, aportó la calidad en su juego, necesaria para g a n a r. C u a n d o ésto ocurre dentro de un equipo, definitivamente impacta a los otros miembros del grupo, resulta algo entusiasta y contagioso, entonces jugamos para ganar. Cuando hablamos de calidad tenemos que sumarle dos palabras igualmente valiosas: compromiso y orgullo. Bucky entendió bien estos conceptos cuando le impartió a su juego una calidad extraordinaria. Entendió perfectamente su compromiso. Primero, con él mismo, jugar béisbol había sido su elección, esa era su carrera, su profesión. Entendió su compromiso con el equipo, con el papel que desempeñaba en el mismo y por supuesto aceptó el compromiso con la gente que lo seguía día a día: su fanaticada. Cuando estamos comprometidos siempre vamos más allá, no se mide el esfuerzo ni el tiempo, sólo queremos obtener los resultados. Pero este compromiso no se da en

el vacío, se da dentro de un ser humano y es la consecuencia de un sentimiento muy especial: el orgullo, a Bucky le sobraba. Debía sentir mucho orgullo por quién era, el momento que estaba viviendo era histórico, estaba en una Serie Mundial, tal vez no se volvería a repetir. Debía sentir un orgullo inmenso por su equipo, por sus compañeros, juntos habían logrado llegar. Bucky apreció el momento que estaba viviendo y dio lo mejor de él. El compromiso que contrajo c o n s i g o mismo y con su equipo, el orgullo que destilaba por todo su ser lo llevó a realizar una gran proeza, su juego fue ejecutado con una calidad extraordinaria. Realmente cuando este sentimiento de orgullo invade todo nuestro espíritu aprendemos a vivir de otra manera. Estamos orgullosos de quienes somos, de lo que deseamos ser, de lo que hacemos y más aún de lo que aportamos con nuestras actitudes a quienes nos rodean. Cuando este sentimiento permea en nosotros de una forma genuina, entonces nos convertimos en agentes de cambio y comenzamos a provocar que las cosas sucedan. No puede existir la calidad si no hemos desarrollado el sentimiento de orgullo por ella y nos hemos comprometido con la meta de alcanzarla. La calidad, más que un fin o una meta, es una actitud hacia lo que hacemos y sobre lo que somos. La calidad es un camino

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que recorremos día a día. Todos los días nos levantamos con el único propósito de dar lo mejor de nosotros. Bucky no era un superdotado ni tampoco era un ser especial, era como tú o como yo. Era alguien que gustaba de jugar béisbol. No existen seres especiales, sí hay seres que se agigantan y se engrandecen. Estos son aquellos que comienzan a descubrir todo lo grande que hay en cada uno de nosotros, que no tenemos límites, que las posibilidades son ciertas y pueden estar a nuestro favor. Que cada día tenemos coraje y entusiasmo por vivir, que no queremos ser meros espectadores, que reclamamos nuestra posición en el terreno de juego, que definitivamente queremos jugar. Eso hizo Bucky y lo hizo de la mejor forma que lo podía hacer. Después de mucho tiempo pude contestar mi gran interrogante. Definitivamente no tuve el compromiso necesario conmigo mismo, ni con la actividad que realizaba, más aún no desarrollé el sentimiento de orgullo necesario que me permitiera ir más allá y ejecutar mi juego con la calidad que me permitiera sobresalir. Hoy entiendo y estoy en otro terreno de juego. Estoy en otro equipo, jugando donde quería jugar y en la Liga que quería llegar. Cuando pertenecemos a un equipo no es importante la posición que jugamos si no en la que juguemos ser el mejor. Mi padre siempre me dijo: “No importa lo que seas, sé el mejor.” No lo somos, pero ahora conocemos la meta y vamos por ella. Esta primera columna es dedicada a la memoria de mi padre, Don Juan Fonseca Díaz, quien siempre fue mi socio y amigo.

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