Loyola 2005
Jesús Orbegozo, S.J.-ESP
Colaboración con los Externos Jesús Orbegozo, S.J. La Misión lugar privilegiado de encuentro con los Externos Los jesuitas nos encontramos con los externos -laicos, laicas y otros- en la misión. La misión es el lugar privilegiado de encuentro. En principio, los jesuitas tenemos muy claro por qué nuestro horizonte y modo de vida es la misión a la que nos llama Cristo, expresada en los términos fe-justicia, y nos preparamos para ella con largos años de estudio, en una escuela permanente de ordenamiento afectivo y maduración para una vida de entrega en amor y servicio. La misión es lugar de encuentro de los diversos carismas laicales y religiosos, en los que late una misma llamada evangélica. La fuerza del llamamiento del Señor a una misión, a jesuitas, religiosos/as y laicos/as, es la que hace posible un encuentro en términos de iguales. En la misión, nadie es mayor que nadie, y todos estamos invitados a participar y a ser corresponsables. En este encuentro de diversos, se va creando la conciencia de que es mayor y más fuerte el lazo común que nos une que las diferencias producto de estados de vida diversos. Mi experiencia personal me ha mostrado la tremenda fuerza catalizadora del Espíritu que invita y convoca a la misión, en el hecho reiterado de la incorporación de personas, laicos y laicas, de alta calidad humana y espiritual, que se ponen a disposición incondicional para la misión que se les encomiende, y asumen la responsabilidad de llevarla a cabo con gran compromiso. Ha acaecido esto, especialmente, en misiones nada fáciles y con altos riesgos de seguridad personal, debido a los contextos sociales donde se desarrollan. No resulta sencillo explicar en términos humanos estas “vocaciones”, sino es como un llamado del Señor de la mies que envía trabajadores a su campo, hecho que no termina de sorprender, Un Misión con Espíritu y espiritualidad La espiritualidad que se deriva de los Ejercicios Espirituales ha manifestado una cualidad especial para alimentar la vida espiritual de religiosos y laicos, en toda la diversidad de sus carismas. Esta cualidad ha hecho que sea ella relevante a lo largo de los siglos y para todos los carismas. Esta espiritualidad nos dispone y prepara a jesuitas y no jesuitas a que asumamos la misión que nos encomienda Cristo, como misión común. Nos dota de un modo propio de mirar a la vida y al mundo, y a reconocer en ellos la presencia amorosa de Dios, pero sobre todo nos preparara para escuchar su llamada cualquiera sea la situación de vida y a responder activamente para que en todas las cosas podamos amar y servir.
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Una Misión con un nuevo sujeto apostólico En el documento “Principio y Horizonte” (nº 21) de la Conferencia de Provinciales de América Latina, se señala la presencia de una novedad: “…un nuevo sujeto apostólico, formado por jesuitas, laicos/as y religiosos/as que, inspirados y animados por un mismo espíritu y sentido de misión, a través de centros, redes u otras instituciones, se coloquen al servicio de la Iglesia y de la transformación de la sociedad.” En el Plan Apostólico de la Provincia de Venezuela (PAPV), se especifica más lo que significa el nuevo sujeto del Plan, y contempla las siguientes características: Hombres y mujeres comprometidos en la misión de la Compañía, desde la identidad propia de la Provincia; alimentados en la fuente de los Ejercicios Espirituales; que pasan por un proceso de discernimiento personal para buscar y hallar la voluntad de Dios en la elección de su compromiso; que eligen seguir a Jesucristo en la misión concreta, desde su propia identidad y aportando la riqueza de sus carismas; que cuentan con la aceptación de la elección de la persona por parte de la Compañía. En la Provincia, hay no pocos laicos y laicas que caminan en la dirección señalada, en una colaboración estrecha con jesuitas en la misión común, especificada en las opciones apostólicas del PAPV. Hay una clara percepción de la importancia de este caminar juntos, participando en el proceso de discernimiento, en la planificación de los proyectos y en la ejecución de los mismos. Se percibe, también, un crecimiento en la responsabilidad y compromiso que implica el que se incorporen jesuitas y laicos, codo a codo, en la misión común. El hecho de que los jesuitas reciban la misión del Superior y el laico se adhiera a la misma siguiendo su vocación laical no es obstáculo para que se encuentren como un solo sujeto en la misión, pero sí es importante, en todo momento, que se reconozcan cada uno en su identidad diversa, se valoren mutuamente y mantengan un profundo respeto a lo que cada uno puede aportar a la misión común desde su carisma propio. Los laicos, compañeros del camino: La colaboración con los laicos en la misión es, ante todo, una novedad del Espíritu, un ‘signo’ de los tiempos, una opción de gran trascendencia apostólica. Esta novedad hay que mirarla desde la fe, es decir, desde la voluntad de aquél que convoca y nos junta para la misión. La colaboración con los laicos en la misión no es una tarea acabada ni un hecho cumplido en el cuerpo de la Compañía. Este modo de colaboración con los laicos en la misión es, más bien, como un horizonte hacia el que se está caminando. El horizonte da sentido a la acción y, también, moviliza, le pone a uno a caminar hacia el mismo, aunque no se termine de alcanzarlo para poder reposar en él. La colaboración con los laicos en la misión, como dimensión esencial de nuestro actual modo de proceder, tropieza con cierto aire sutil de orgullo malsano que, a veces, invade a los jesuitas. Conviene señalar que, entre los jesuitas, uno se tropieza en este campo con razones que se derivan de afectos no puramente ordenados, manifestaciones de inseguridades y, no se excluye, de una débil identidad de nuestro ser jesuita.
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Si los laicos son compañeros de camino, o bien si nosotros somos compañeros de su camino, tenemos que preguntarnos si nosotros somos capaces de tener fe en ellos, de valorarlos, de considerarlos dignos y merecedores de nuestro aprecio desinteresado. Mi experiencia me confirma que sólo se puede emprender este camino de colaboración con los laicos en la misión si hay valoración, respeto mutuo y confianza profunda en ellos, que nos hagan capaces de establecer relaciones maduras entre ambos, y de establecer fuertes compromisos con la misión común. Para recorrer un camino efectivo de crecimiento en corresponsabilidad, los jesuitas debemos de compartir el poder con los laicos en la misión común, no sólo en lo operativo sino en lo directivo y ejecutivo, delegando en aquellas personas que tienen las destrezas y habilidades para ello. La cuestión del poder es siempre problemática, muy especialmente aquel poder que está al servicio de la misión y tiene connotaciones religiosas. Todo uso de poder para que no degenere tiene que tener una contraparte de control y de rendición de cuentas. El jesuita y el laico deberán estar atentos a esta dimensión del uso del poder y de cómo pueda realizarse la rendición de cuentas. Si la obra es de la Compañía, se deberá establecer con claridad las instancias y personas sobre las que recaerá la responsabilidad última de las decisiones. También, se deberá estar atento a la dimensión laboral, en especial sus salarios y otros beneficios sociales, y de las dificultades que las relaciones laborales pueden presentar para trabajar en pie de igualdad y corresponsabilidad. Las Religiosas, fragancia siempre nueva Como en el caso de los laicos, para la colaboración con las religiosas en la misión, han valido los mismos principios: valoración, respeto, confianza, apoyo y cesión de espacios de poder, en fin, compartir la responsabilidad en la misión común. En Fe y Alegría, obra profundamente enraizada en el carisma ignaciano, me he relacionado y trabajado, directa o indirectamente, con cerca de 130 congregaciones religiosas, la gran mayoría congregaciones femeninas, esparcidas en muchos países. Lo admirable es que, a pesar de los diversos carismas y tradiciones, nos hemos encontrado trabajando con gozo en una misión común, centrada en la solidaridad con los pobres, donde la diversidad, en vez de entorpecer, ha enriquecido la misión. En ese trabajo, he encontrado resonancias de una fuerte identidad común, y estoy convencido de que ese sentido de identidad se deriva de la comunión en la misión a la que hemos sido convocados por el Señor, que transciende con mucho los carismas particulares, sin de ninguna manera ser anulados. Nosotros, los jesuitas Tanto los laicos como las religiosas esperan que nuestra identidad jesuita se manifieste y se comunique en nuestra vida con todo su vigor. Nos quieren como hijos de Ignacio y servidores de la misión de Cristo. De lo que se trata es de compartir nuestro capital espiritual, nuestra riqueza, nuestras propias personas, para que sean más ellos y ellas mismas, como personas, como laicos y como religiosos. En definitiva, esperan de nosotros que seamos los mistagogos que les conduzcan al misterio de Cristo y así poder descubrir el posible componente “vocacional” de su colaboración en la misión de la Compañía.
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Puede haber en los jesuitas prejuicios viejos y nuevos y, sobre todo, inercias. Puede haber, también, experiencias truncadas, con su carga de negatividad, que paralizan para iniciar o proseguir el camino. Esta ‘colaboración’ es una novedad del Espíritu que requiere mucho discernimiento personal, pero también “comunitario” (entre jesuitas) y “conjunto” (con los colaboradores). Y, como todo paso importante en nuestra vida, requiere de una conversión profunda del corazón. Es mucho lo que recibimos los jesuitas de esta colaboración con los externos en la misión. Sería bueno que nos imagináramos, por un momento, qué hubiera sido de la vida personal y apostólica de cada uno de nosotros sin su presencia y colaboración. Más allá del sentido utilitario que los laicos, laicas y religiosas hayan podido tener, nos han dado un valioso aporte para la formación de nuestro corazón; nos han enseñado con su sensibilidad a no olvidarnos de mostrar ternura y compasión; nos han abierto nuevas perspectivas para discernir nuestras misiones concretas; y nos han mostrado la importancia de que nuestra vida y misión estén impregnadas por la gratuidad de la fragancia siempre nueva. Con su presencia y con su profunda fe, nos sostienen y alientan para proseguir en el camino. Formación de jesuitas y colaboradores Todos, jesuitas y externos, somos formandos y todos, de alguna manera, somos formadores, y nadie ha terminado de formarse, independientemente de su edad, estudios o experiencia. Los laicos, laicas y religiosas, desde sus propios carismas y compromisos, me han dado lecciones de vida, y me han marcado profundamente, desde la cotidianidad del trabajo, con horas interminables de reuniones, cursos y talleres, del descanso compartido, de la amistad gratuita, de la oración conjunta y de la celebración festiva, Confío en que todo jesuita pueda expresar gozosamente algo similar. A la vez, debo de decir que esos mismos espacios han sido, también para ellos, procesos prolongados de formación, un goteo constante cuyo fruto se ve al cabo de los años. Así, se teje la persona, y se prepara y fortalece para la misión. Además de todos los elementos conceptuales teológicos que se necesitan para entender y dar razón de nuestra fe, el modo más efectivo, sin duda, que tenemos los jesuitas para nuestra propia formación y para la de los externos son los Ejercicios Espirituales, en donde se prepara a la persona para que Dios se comunique directamente con ella y se deje llevar por el Espíritu. -----------------------------------------------En el caminar es posible que se originen desencuentros entre jesuitas y externos, por no saber manejar este proceso de crear nuevos modos de relacionarse y valorarse. Es importante mantener la conciencia de que es una tarea no acabada, un horizonte hacia el que se está caminando, un camino “no trazado” que se construye al andar. Esto implica reconocer humildemente que todos los actores están en proceso de aprendizaje y que se pueden equivocar, que lo importante es no perder de vista el horizonte,
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mantenerse en discernimiento apostólico y extraer las lecciones de las experiencias vividas que den nuevas luces en el modo de proseguir el camino. Caracas, 11 de agosto de 2005
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