por Eli Bravo
viernes, 5 marzo 2004
En las tumbas del olvido escribe sus romances, polvo de versos verdes que te quiero verde. Una tarde de agosto de 1936, quizás a las cinco de la tarde, le rimaron una bala en la nuca y desde entonces enreda sus huesos con los de otros en una fosa común. Algunos quieren abrir la tierra en el poblado de Viznar, cerca de Granada, para rebautizar los restos que allí encuentren. Quizás aparezca el cráneo agujereado de Federico García Lorca, apilado como otros 30 mil españoles muertos durante la Guerra Civil. Las autoridades, y muchos mortales de a pie, prefieren escudase tras el Pacto del Silencio de 1975: lo pasado pisado, el olvido como terapia de sanación. Aquellos que no recuerden su pasado están condenados a repetirlo, escribió George Santayana en 1905. Hoy en día la frase suena a lugar común, dice Tomás Eloy Martínez en su libro Réquiem por País Perdido, y quizás por eso la reinterpreta al sentenciar que no hay futuro sin una comprensión clara y franca del pasado. En Argentina quisieron sepultar la guerra sucia de la dictadura con una Ley de Punto Final que el actual gobierno intenta poner en puntos suspensivos. La lucha contra la desmemoria y la impunidad no ha sido fácil. Entre los que prefieren borrar traumas y culpas, sumados a quienes ahora elevan sus frentes manchadas como si estuviesen limpias, el interés por mantener a los fantasmas enterrados atenta contra la justicia argentina.
Venezuela tiene sus historias de crimen y olvido. El 27 de febrero de 1989 una turba tomó las calles de Caracas y 24 horas después el ejército la derribó con sus fusiles. El gobierno reconoció 267 muertos, las cifras extraoficiales contabilizan más de mil quinientos. En el Cementerio General de Sur un número indeterminado de esos cuerpos se desintegran en un hueco llamado La Peste. Todavía se buscan responsables. Dos semanas atrás el entonces ministro de la defensa, Italo del Valle Alliegro, recibió la noticia de que sería imputado por los crímenes. El general sostiene que actuó en una coyuntura que obligaba a reestablecer el orden público. Los magros resultados de las investigaciones y decisiones en los tribunales venezolanos son una tétrica forma del olvido: pasa el tiempo, se enraiza la impunidad y el dolor se enquista en los afectados. En 1990 la Corte Interamericana de los Derechos Humanos sentenció que el Estado Venezolano violó los derechos fundamentales de 44 víctimas y el año pasado el gobierno comenzó a pagar indemnizaciones a los familiares. Mientras tanto investiga, bajo sospecha y escepticismo, envuelto en matices políticos y proselitistas, las muertes de abril de 2002. El recuerdo de las víctimas aún desvela al país y los vericuetos del proceso amenazan con inyectar la memoria 15 años después, otro 27 de Febrero. Cinco días de manifestaciones dejan saldo de 9 muertos y 350 detenidos con denuncias de torturas y abusos. ¿Será que el tiempo, que ilusoriamente lo cura todo, correrá a favor de los responsables? Y más aún, cuando la
polarización es tan aguda, ¿se convertirá en argumento de la barbarie la idea de que hay muertos necesarios y que se lo tienen merecido? Al poder le conviene olvidar, o si no, acomodar la memoria para sus dividendos. Las alarmas por la fragilidad de los derechos humanos en Venezuela sonaron hace mucho tiempo, mucho antes que apareciera Chávez, pero cuando la sangre está fresca reaparecen las compresas de la inmediatez. Estas víctimas se suman al cortejo fúnebre que el poder mantiene en procesión para mantenerse en el poder. En Venezuela las heridas están abiertas y se infectan cada día con los gérmenes de la intolerancia y la impunidad. Toca curarlas. No basta con distraer el dolor, dejarlo menguar en el limbo sin respuestas. Encontré estos versos de Benedetti. Quizás sirvan de algo: El olvido está tan lleno de memoria / que a veces no caben las remembranzas / y hay que tirar rencores por la borda / en el fondo el olvido es un gran simulacro / nadie sabe ni puede / aunque quiera / olvidar.