EL APORTE DE LA MUJER AL MUNDO Y A LA IGLESIA Josefina Errázuriz A.
LA BUSQUEDA DE LAS MUJERES Una de las características de nuestro tiempo es la irrupción de las mujeres en diversos ámbitos de la vida pública. Su participación en la vida laboral, política y económica reviste las características de un verdadero cambio cultural. Y éste parece brotar del grado de conciencia que en el siglo que acaba de terminar, y por muy diferentes caminos, hemos llegado a adquirir respecto del modo de ser hombres y mujeres en el mundo, abiertos a un futuro común del que todos somos responsables. Sin embargo, a pesar de lo positivo que parece ser, este cambio ha planteado y sigue planteando muchas inquietudes, interrogantes, ajustes de actitudes y cambios en los estilos de vida nada fáciles. El cambio, en la autoconciencia de las mujeres, ha sido y sigue siendo un alumbramiento difícil, lento y doloroso. Un alumbramiento que, como todo parto, desgarra, pero que bien llevado, puede ser fuente de vida nueva. Al interior de este cambio social revolucionario las mujeres hemos ido buscando nuevas formas de vivir nuestro ser femenino. Y lo hemos hecho por caminos muy diversos y, a veces, casi opuestos. El abanico de actitudes se abre desde el conformismo con lo tradicional, en que el único rol femenino parece ser su hogar y tener que trabajar fuera de él es percibido como algo negativo, hasta una postura de violenta beligerancia feminista en la que la familia de desdibuja y parece quedar relegada a un plano casi sin relieves ante el afán por abrirse camino en la vida pública. Pero, lo que más se percibe, y en forma bastante generalizada, es un cansancio por el peso de los diversos roles asumidos, una inseguridad, un dolor, una dificultad para compaginar armoniosamente la vida de familia con el trabajar para contribuir económicamente en el hogar y aportar nuestros talentos fuera de casa. A veces sentimos casi doloroso el ser mujer en este mundo complejo y desafiante que nos toca vivir, tironeadas y desgarradas entre la familia y nuestro aporte profesional o político-social a la sociedad. Nos sentimos desorientadas por diversos tipos de actitudes que nos proponen nuevas formas de mirarnos y afrontar la vida. Intuyo un ansia generalizada por descubrir maneras de vivir nuestra femineidad que hagan vibrar nuestros corazones como con “buenas noticias” para nosotras mismas y para todos: para la vida de pareja, para la vida de familia, para el crecimiento de la sociedad en general. La búsqueda de las mujeres en el siglo XX se planteó al comienzo como una lucha reinvindicacionista. La importancia y justicia de esta búsqueda fue reconocida poco a poco y, en 1975 la Organización de las Naciones Unidas acogió el tema de la mujer como algo importante de ser considerado a nivel mundial por los Estados miembros. Entonces se implementó la “Primera Conferencia Mundial sobre la Mujer” en Ciudad de México. Allí se declaró el decenio 1975 – 1985 como el DECENIO DE LA MUJER. Este reconocimiento a nivel mundial contribuyó a que la búsqueda de la mayoría de las organizaciones femeninas (salvo excepciones muy estridentes) fuera perdiendo su aspecto agresivo y se transformara en una búsqueda de la complementariedad hombre-mujer en la familia, el trabajo y la construcción de la sociedad. Esto tuvo su última y más significativa expresión en la “Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer” que tuvo lugar en Beijing, China, en 1995. Conferencia que dejó planteados diversos desafíos para los Estados miembros de las Naciones Unidas y que se están implementando de diversas formas y con diferentes acentuaciones en la mayoría de ellos. Al interior de nuestra Iglesia, el Concilio Vaticano II en su Constitución sobre la Iglesia en el Mundo Actual, “Gaudium et Spes”, acoge en forma positiva y con una mirada esperanzada la promoción social de la mujer y su entrada en la vida cultural (Nº 52 y 60), denuncia la vulneración de sus derechos (Nº 29), y postula la equiparación jurídica y de hecho con el hombre (Nº 9 y 49). En 1987 el Papa Juan Pablo II publica la Carta sobre “La Dignidad de la Mujer” donde dice: “… ha llegado la hora en que la vocación de la mujer se cumple en plenitud, la hora que la mujer adquiere en el mundo una influencia, un peso, un poder jamás alcanzados hasta ahora” (Nº1). En la Exhortación Apostólica sobre “Los Cristianos Laicos” del años 1988, el Santo Padre dedica los Nºs 49 al 52 a tratar lo que podríamos llamar el “tema de la mujer”. Allí dice
2 que es un deber de todos en la Iglesia y en la sociedad el defender y promover con urgencia tanto la dignidad personal de la mujer como su igualdad de oportunidades con el varón. Agrega que en esta lucha las mujeres deben sentirse comprometidas como protagonistas en primera línea (N 49), porque tenemos un aporte ireemplazable con que contribuir a la Iglesia y al mundo, aporte que es complementario con el del hombre y que no puede faltar sin dejar trunco el deseo de Dios al crearnos hombres y mujeres. Llama a explorar la riqueza de contenido y los muchos significados del “designio creador de Dios” para poder desentrañar aquello que El se propuso al crearnos sexuados y cuáles son los aportes complementarios que podemos ofrecer al mundo. Dice que esto es muy importante porque éste es un “designio que, al principio, ha sido impreso de modo indeleble en el mismo ser de la persona humana – varón y mujer – y, por tanto, en sus estructuras significativas y en sus profundos dinamismos” (Nº 50). Pienso que, sólo desde un más amplio reconocimiento y fortalecimiento de la profunda veta de humanidad que encierra nuestro ser femenino podrá brotar un mejor e irrenunciable aporte nuestro a la sociedad y a la construcción de este tercer milenio. Tercer milenio de la “era cristiana” o “post-cristiana”, como algunos la designan, que comienza y nos desafía con tantas potencialidades de intercomunicación global, de adelantos científicos y tecnológicos, pero también con tanta violencia, carencias, desigualdades e injusticias. Creo que es necesario buscar actitudes que nos ayuden a crecer sin rompernos, que nos capaciten para amar apasionadamente sin dejarnos avasallar. Actitudes que nos lleven a afrontar los conflictos que conlleva el cambio, con coraje pero sin agresividad competitiva ni rencores por un pasado de subvaloración. Especialmente sin escondernos detrás de corazas o proclamas que castren nuestra más íntima sensibilidad. Actitudes que nos abran cada vez más a participar en forma amplia en la sociedad pero sin recortar nuestras raíces en la familia; que nos lleven a trabajar por construir nuestro mundo codo a codo con el aporte masculino sin sentimientos de estar compitiendo sino de complementaria solidaridad y reciprocidad. Y, sobre todo, creo que más allá de los aportes tan importantes con que pueden contribuir a esto las ciencias sociales, nuestra fe cristiana tiene una “buena noticia” muy profunda que darnos respecto del ser mujer y su contribución al mundo y a la sociedad. UNA BUENA NOTICIA DE NUESTRA FE. Nuestra fe nos muestra, ya desde el amanecer de la humanidad, el valor de ser hombres y mujeres en el mundo y el sentido y la magia profunda de la pareja humana y de la familia. Nos enseña, además, a mirarnos como seres llamados, juntos, a un crecimiento infinito y nos deja planteado, como desafío inmenso, el encarnar en nuestras vidas y en nuestra sociedad el ser “imagen y semajanza” de un Dios que quiere mostrarse y darse a conocer histórica y encarnadamente desde dos ángulos complementarios: uno masculino y otro femenino. Si no fuera así, su imagen quedaría trunca. La historia humana se revela, entonces, como un ir haciendo visible, un ir encarnando, las infinitas facetas del ser de Dios y de su amor por nuestro mundo. Así el hombre y la mujer, juntos, son “señores” de la creación y de la historia y pueden ir haciendo presente en ellas, de un modo fragmentario, la eterna novedad de Dios. Y nuestra fe nos agrega que, al llegar la plenitud de los tiempos, en los albores de la Nueva Alianza, aparece la figura de María, la de Nazaret, la madre de Jesús y esposa de José el carpintero, como una figura que, por ser proclamada por Dios como “la llena de gracia”, tiene mucho que decirnos respecto del modo de ser mujer y encarnar, desde un ángulo femenino, ese ideal de llegar a ser “imagen y semejanza” de nuestro Dios. Aún hoy, después de 20 siglos, si miramos en profundidad lo poco que de ella dicen los Evangelios, descubrimos que sigue siendo novedoso su mensaje y desafiante para nosotros su vivencia. Quisiera, en estas líneas, esbozar una reflexión acerca de algunas actitudes, eternamente femeninas, de esa mujer de quien creemos que, por ser “la llena de gracia”, encarnó mejor que nadie el rostro femenino de Dios ALGUNAS ACTITUDES DE MARÍA Si leemos los evangelios buscando a María descubrimos que se trata de una mujer del pueblo, sencilla, con la cultura propia de su pueblo y raza. Vive en un pequeño poblado montañés de horizontes estrechos en una nación sin mayor importancia en su época. Vive como cualquier otra mujer israelita, inserta en un marco de costumbres bastante inalterables, cumpliendo fielmente lo que considera
3 bueno y propio de su ser mujer y es así como está comprometida para casarse con José, el carpintero (Lc 1, 27 y Mt 1, 18). Y esto, seguramente, llena las aspiraciones de su corazón femenino enamorado. Si nos fijamos bien, lo que la enraíza sólidamenete al pueblo de Israel y sus costumbres y lo que, al mismo tiempo, abre su mundo interior a lo insólito e impredecible que puede traerle el futuro, es su fe. Cree firmemente en el Dios de la Alianza, en ese Dios que se comunica y compromete con su pueblo para darle vida, historia y plenitud. Por eso está atenta y a la escucha de lo que su Dios quiere y puede comunicarle. Ella confía en que todo lo que viene de su Dios y Señor es vida, crecimiento, apertura al futuro en continuidad con sus raíces; puede así estar abierta a “lo nuevo”, a lo insospechado. Puede, por eso, escuchar, discernir y acoger pedidos que le rompen los esquemas de vida (Lc 1, 26 – 38). En este su estar en actitud de escucha se siente llamada a algo inconcebible: ¡a ser la madre virginal del Hijo de Dios! Aceptar supone riesgos que ella conoce y discierne, como ser repudiada por su novio y posiblemente condenada a morir lapidada. Pero, a pesar es esto, se arriesga dando un SI radical para ser fiel al llamado de Aquel que llama de las tinieblas a la luz, del caos al cosmos, de la nada a la vida, del cautiverio a una libertad plena y abierta al futuro. Por eso no teme arriesgar todo lo que asegura humanamente su vida, como son su honra y su futuro matrimonio. Acepta el llamado y la promesa de Dios y todos los problemas que esto puede acarrearle los confía a Aquel que todo lo puede y cuyo nombre es Santo. Esto la hace libre. Libre para seguir escuchando, para seguir discerniendo y para seguir acogiendo las propuestas de su Dios en el día a día de su vida. Propuestas de Dios que la llaman a crecer cada vez más en el amor hacia El y hacia los de El; que la llevan a emplear todo su “ser mujer” al servicio de la salvación de su pueblo con total olvido de sus propias seguridades humanas. Propuestas de Dios que la llaman a mostrar, en forma femenina, el inmenso amor de Dios por el mundo hasta lo inimaginable de acoger y encarnar al propio Hijo de Dios que desea hacerse hombre en sus entrañas. Profundamente enraizada en las costumbres y tradiciones de su pueblo, observa con rigurosidad las fiestas y ritos que su fe le propone (Lc 2, 21 – 24 y 39 – 42); lleva así una intensa vida de comunicación con su Dios. Esto la capacita para escuchar y discernir más profundamente la vida a su alrededor. Ella escucha y guarda en su corazón los acontecimientos que vive y está atenta al acontecer histórico, al presente y al futuro de su pueblo (Lc 1, 46 – 55). Escucha lo que dicen los más pobres y despreciados y le da importancia como a mensaje de su Dios; por eso lo conserva en su corazón (Lc 2, 15 – 19). Escucha lo que dicen los ancianos, está atenta a la voz de la experiencia vivida (Lc 2, 25 – 38) porque intuye que es en la vida concreta del día a día donde se va manifestando la historia de salvación, donde se van tejiendo y entrelazando los llamados de Dios con las respuestas humanas y se va construyendo así el futuro. Es una mujer cercana a la vida y al dolor de su pueblo y su clamor, en demanda de justicia y liberación, no la deja indiferente sino que la impulsa a una entrega sin medida (Lc 1, 38 y 46 – 56). Acepta que en su propia vida y en la de su Hijo se juegue algo único e irrepetible para todos (Lc 2, 33 – 35); algo que será doloroso para ella, que será señal de contradicción y escándalo para su propio Pueblo y que hará caer a muchos… pero que será semilla de salvación. Escucha, comprende que se trata de la voluntad amorosa e inpredecible de su Dios, lo acepta y lo conserva en su corazón. Este conservar, este atesorar de María, es un volver a hacer pasar por su corazón, un re – cordar amante todo lo escuchado y vivido para comprenderlo mejor, hacerlo carne en su vida y seguir respondiendo a ello en forma vital. Y esta forma vital de vivir la mantiene abierta y a la escucha de las necesidades de las personas que la rodean por menudas y materiales que aparezcan (Jn 2, 1 – 5). Todo lo que aproblema el corazón de los que le están cercanos resuena como una urgencia en el suyo y, después de discernirlo y hacerlo propio, lo presenta a quien puede transformarlo (Jn 2, 1 – 12). Su forma de escuchar, acoger y discernir la vida; su atreverse a dar los pasos necesarios imaginando gestos, signos y palabras que promuevan “lo nuevo” en la vida concreta, en el acontecer cotidiano, en lo simple y sencillo, nos muestra a María ejerciendo una siempre novedosa y, yo diría, eterna forma de ser mujer y de reflejar de modo femenino la “imagen y semejanza” de nuestro Dios.
4 LLAMADAS A MOSTRAR EL ROSTRO FEMENINO DE DIOS. María muestra el rostro femenino del amor de Dios porque encarna en su vida actitudes femeninas muy hondas y con profunda raigambre en lo que Dios soñó para nosotras al crearnos mujeres. Estas actitudes pueden iluminar nuestras búsquedas acerca de la forma de ser y actuar como mujeres abiertas al amor en la familia y, también, pueden potenciar nuestra contribución en la articulación de un mundo más humano, mostrando el rostro femenino del amor de Dios. Veamos algunas: •
Estar atentas a escuchar… a escuchar lo que nos dice la vida a nuestro alrededor, tanto en la familia como en la sociedad más amplia. Estar atentas a tomar en cuenta en forma muy especial y preferente las necesidades de los más débiles, de los que son marginados y despreciaddos, de los que todo lo necesitan y que casi no tienen voz. Estar dispuestas a pasar por la vida tratando de descubrir las necesidades de cariño de todos los que nos rodean y las necesidades de libertad y justicia tanto de los que tenemos cerca como las de nuestro pueblo que pide ser tomado en cuenta y que clama por una sociedad más justa, acogedora, participativa, solidaria y humana. Querer ser, en todos los ambientes, receptoras de los profundos anhelos de vida que nuestro Dios suscita y promueve abundantemente, en forma siempre novedosa en este convulsionado tiempo nuestro.
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Acoger, “re-cordar” y discernir… Acoger en el corazón lo escuchado, percibido y vivido, sin rechazar lo que nos descoloca, asusta o molesta. Luego, “re-cordar-lo”, es decir volver a pasarlo por el cedazo del corazón para sentirlo en profundidad y poder entonces discernir mejor hacia dónde apuntan las fuerzas de vida, de generosidad y de creatividad escondidas en toda relación y en todo acontecimiento. Esto es muy importante para no dejarnos engañar por las fuerzas de muerte, egoísmo y chatura que están siempre actuantes y oponiéndose a las fuerzas de vida.
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Hacer propio, apasionadamente, todo lo que descubramos que promueve la “vida” y la ayuda a crecer. Sólo aquellas relaciones y emprendimientos que descubramos como queridos por Dios para nosotros y a los que podamos entregarnos de corazón para establecer en ellos lazos duraderos y compromisos vitales dejarán huella y valdrán la pena.
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Atreverse a dar los pasos necesarios para responder al llamado y para ser fieles a la “encarnación” y al crecimiento de esa semilla de nueva vida que nos ha sido regalada a cada una por nuestro Dios. Para ello es importante recurrir a la imaginación del amor que nos inspira gestos y signos eficaces que colaboren a ayudar a crecer esa nueva vida y a renovar nuestros códigos simbólicos adecuándolos a las nuevas necesidades que, sin duda, se irán generando. Así contribuiremos a encarnar y hacer eficientes los cambios a que invita esa vida al desplegarse, aunque esto sea difícil y hasta riesgoso porque puede implicar oponerse a patrones sociales injustos.
LLAMADAS A PONERLE CARNE AL ESPÍRITU. María, como madre del Hijo de Dios puede ser nuestra maestra en el arte de ir poniéndole carne a los llamados del Espíritu de Dios en nuestra vida concreta, tanto al interior de las familias como en la vida laboral y socio-política-económica. Porque ella es “maestra” de Encarnación. Veamos algunos aspectos de esta dimensión: * En la tendencia profundamente femenina de “re-cordar”, conservar en el corazón las vivencias, las personas y los acontecimientos para ahondarlos, amarlos, y hacerlos carne de la propia carne, descubrimos una honda capacidad femenina a ser memoria de la humanidad. Por siglos las mujeres han sido las que conservan en sus corazones y transmiten a sus hijos, con palabras pero sobre todo con gestos y actitudes, las tradiciones y la sabiduría acumulada. Han sido y es indispensable que sigan siendo las que velan por la fe en la vida, verdadera raíz que alimenta toda sociedad; las que cuidan de que esas raíces arraiguen cálida y sólidamente en los corazones para que las nuevas generaciones puedan abrirse, confiadas, a la novedad del futuro sin perder identidad ni autodestruirse por falta de raíces. * El discernir las fuerzas de vida de las fuerza de muerte que nos mueven y zarandean para hacer propias, apasionadamente, todas las que vengan de Dios como María, nos llevará a atrevernos a dar los pasos
5 necesarios para abrir, codo a codo con el varón, un futuro más pleno para nuestras familias y para nuestra sociedad. En el permitir la “encarnación” de esas fuerzas de vida y en el cuidar de su crecimiento creando signos concretos y novedosos que las expresen y les permitan desarrollarse, se fortalece nuestro carisma creacional femenino de concebir futuro. Así somos fieles a nuestra más honda vocación y misión femenina de ponerle carne al Espíritu. Y la imaginación del amor podrá dinamizar esos gestos e implementar esas actitudes que promuevan los cambios inspirados por Dios en las relaciones humanas, en la sociedad, en el mundo. Si las mujeres cristianas, iluminadas por el ejemplo de María, vivimos con profundidad nuestra fe de sólidas raíces históricas no nos asustaremos ante los desafíos actuales de esa historia y los cambios a que llama. No nos dejaremos encandilar por ideologías o posiciones radicales que nos quiebren. No nos dejaremos arrastrar por el aparente brillo de este mundo global, materialista, individualista, hedonista, egoísta, tremendamente injusto y encasillador de las personas y las realidades. Descubriremos que es Dios mismo quien, en la historia, nos está contínuamente desafiando a romper los esquemas tras los cuales congelamos nuestras vivencias y nos escondemos para no crecer. Es el mismo Señor de la historia, a quien hemos conocido actuante y haciendo maravillas en el pasado (que hay que recordar), al que percibiremos llamándonos y desafiándonos en el presente a “ponerle carne al espíritu” y a vivir “la imagen y semejanza” en forma femenina para contribuir a gestar un futuro mejor. Y nos gozaremos de que este llamado a trabajar aquí y ahora en la construcción de Su Reino, en la construcción de un futuro más plenamente humano, sea un llamado donde hombres y mujeres podamos disfrutar de la profunda magia creacional que conlleva el ser hombres y mujeres. Sólo haciéndolo así, y no encasillándonos en roles preestablecidos, descubriremos la tremenda fuerza de creatividad que se activa al trabajar unidos hombres y mujeres. Y estaremos respondiendo en forma más plena al desafío fascinante a que aportemos, cada uno a su modo y en forma complementaria, nuestras capacidades para hacer avanzar nuestra civilización y nuestra historia. Mostraremos entonces, en forma más plena, gozosa, creativa y exuberante tanto los rasgos femeninos como los rasgos masculinos del infinito amor de Dios por nuestro mundo y su historia.