Nuevo Mundo Mundos Nuevos Debates, 2008
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Alejandro Cattaruzza
Los años sesenta y setenta en la historiografía argentina (1983-2008): una aproximación Epilogo al dossier “Experiencias políticas en la Argentina de los sesenta y setenta”
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Referencia electrónica Alejandro Cattaruzza, « Los años sesenta y setenta en la historiografía argentina (1983-2008): una aproximación », Nuevo Mundo Mundos Nuevos [En línea], Debates, 2008, Puesto en línea el 11 décembre 2008. URL : http:// nuevomundo.revues.org/index45313.html DOI : en curso de atribución Editor : EHESS http://nuevomundo.revues.org http://www.revues.org Documento accesible en línea desde la siguiente dirección : http://nuevomundo.revues.org/index45313.html Document generado automaticamente el 13 mars 2009. © Tous droits réservés
Los años sesenta y setenta en la historiografía argentina (1983-2008): una aproximación
Alejandro Cattaruzza
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Epilogo al dossier “Experiencias políticas en la Argentina de los sesenta y setenta”
1) Puede resultar extraño, a comienzos del siglo XXI, abrir una consideración de orden historiográfico volviendo al antiguo problema de la relación entre la historia y las ciencias sociales, la filosofía o la psicología. En esta oportunidad, se intentará que tal retorno eluda algunas entradas muy frecuentadas, que se han revelado en buena parte estériles, y no se hará referencia a una diversidad presuntamente esencial de enfoques metodológicos, perspectivas teóricas u objetos de estudio de cada una de estas disciplinas. Por el contrario, de manera más despojada, se propondrán algunas observaciones en torno a fenómenos bastante visibles si se atiende a la producción disponible acerca del período 1955-1976, y en particular a la que está dedicada a los procesos y experiencias políticas que tuvieron lugar durante esa etapa1. En la Argentina, fueron en general sociólogos, cientistas políticos, economistas, quienes asumieron, con mayor velocidad que los habitantes de las instituciones de la historiografía, el estudio de las décadas de 1960 y 1970. Si al período 1955-1976 se añaden los años de la dictadura y los de la democracia como objeto de estudio, tal preponderancia de la producción de los científicos sociales sobre la ofrecida por los historiadores se hace todavía más marcada. En el caso de la propia historiografía, sólo en segunda mitad de los años noventa comenzó un proceso de ampliación de los elencos dedicados a estos períodos, que no dejó de exhibir ciertos perfiles generacionales. No es este el lugar apropiado para ofrecer una explicación en regla de esa situación, aunque pueden plantearse algunas conjeturas. Por ejemplo, parece necesario considerar la muy probable existencia en sectores del mundo de los historiadores de unos estructurales y pocos confesados recelos frente al estudio de períodos temporalmente cercanos, que persisten como una herencia del protocolo metodológico afirmado a fines del siglo XIX. En este mismo sentido, debe admitirse que ni aquí ni en otros ámbitos la historia reciente es un área que exhiba una gran antigüedad, aunque sin duda ha venido conquistando nuevos espacios institucionales y, en el mismo proceso, legitimidad en los ámbitos académicos y profesionales. También, en un análisis más atado a la coyuntura, sería posible aludir a los tonos que la nueva etapa de profesionalización en la historiografía local adoptó a partir de 1984. Para una historia universitaria que se hallaban en la búsqueda de diferenciación de un discurso historiográfico que en los años setenta había asumido el imperativo del compromiso político explícito y la subordinación de la dimensión científica de la tarea del historiador a intervenciones que se consideraban más urgentes, los temas todavía tan cercanos del período 1955-1976 eran poco funcionales. Esa característica se veía subrayada porque en el más vasto escenario de los debates político-culturales, durante los primeros años de la democracia el tema de la dictadura y aún el de la lucha armada en los tempranos setenta era asumido en sede judicial; los juicios a las juntas militares fueron, entre otras cosas, un ejercicio de reconstrucción de la historia más inmediata. La reinstauración de prácticas académicas que apuntaban también al objetivo de la consolidación profesional, como celebración de reuniones científicas, la organización de revistas con referato, la reestructuración de los doctorados, fue paulatina y contribuyó a que los ritmos de producción académica se hicieran más lentos. La combinación de estos fenómenos
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podría constituir el contexto en el que ubicar aquella atención escasa de los historiadores que, de todos modos, tuvo sus excepciones. De esta manera, con un aporte de los historiadores más tardío y menos numeroso que para otros períodos, el conjunto de la bibliografía disponible sobre los años sesenta y setenta exhibe hoy un anclaje múltiple en distintas tradiciones disciplinarias; una situación semejante sólo se verifica para la etapa abierta en 1976, como se ha indicado. Sin embargo, no debe suponerse que esa circunstancia devino en una aproximación interdisciplinaria: la forma que asume aquel conjunto es más bien la de coexistencia entre investigaciones llevadas adelante desde matrices diferentes y, en ocasiones, desde preocupaciones muy diversas. En algunos casos, sin embargo, se hace evidente un intento de diálogo más intenso y abierto, como ocurre en este dossier, que ofrece pruebas de cuánto puede esperarse de esa colaboración. A la hora de intentar un balance de la bibliografía referida a la etapa 1955-1976, varias de las circunstancias mencionadas han de ser tenidas en cuenta porque sus efectos son importantes. Si se lo construye desde la historiografía en sentido estricto, quedarán fuera del análisis muchas producciones relevantes, de las cuáles se desprendieron líneas de investigación productivas, pero que fueron propuestas desde otras ciencias sociales. Si, en cambio, se intenta aplicar una perspectiva que atienda al conjunto de la producción disponible, se abren otros problemas tan complicados como el anterior: sería imposible enlazar en un estudio de esta envergadura las peripecias en las bases institucionales, los cambios en las referencias teóricas, las diferentes perspectivas de método utilizadas por cada una de las disciplinas involucradas a lo largo de los últimos 25 años. Finalmente, se insinúa por detrás de estos asuntos la cuestión, inquietante siempre, de establecer un límite –aún equívoco, inestable, débil- entre la producción académica y aquella que apela a otro tipo de discurso y que exhibe anhelos de orden diferente, se trate de investigaciones periodísticas de mayor o menor rigor, de la literatura de la memoria, de las narraciones militantes, denominación que han utilizado aquí Moira Cristiá y Humberto Cucchetti o de trabajos cuya clasificación es más difícil y que se ubican en una zona de frontera. Al comienzo del período considerado, en los años inmediatamente posteriores al golpe de Estado de 1955, tuvo lugar una intensa, dispersa y masiva lucha por la atribución de sentido a la experiencia del peronismo en el gobierno, lo que significó que varios grupos libraban una disputa social por imponer una interpretación del pasado cercano, una disputa, en fin, por la memoria. En esa puja, sin ser en absoluto los únicos actores, los intelectuales alineados con ambos bloques participaron con fervor. Al calor del ímpetu con que los intelectuales peronistas retomaban su producción una vez derrocado su movimiento, se fue organizando una biblioteca que pronto pasó a remitir no sólo al inmediato pasado, el del peronismo en el gobierno, sino también a los sucesos contemporáneos posteriores al derrocamiento. Así, por ejemplo, obrasde Arturo Jauretche o investigaciones de Rodolfo Walsh, quien estaba construyendo su paso al peronismo, ofrecían lecturas de episodios presentes que, con el paso del tiempo, se entramaron luego en relatos del pasado que conocieron una circulación muy amplia. 2) Con las precauciones que sugieren todas las observaciones planteadas, puede retomarse críticamente una opinión que, con mayor fuerza que en otras ciencias sociales, circula en varios ámbitos historiográficos argentinos: la que afirma que, todavía hoy, se trata de un período y unos temas poco atendidos y que, en consecuencia, la bibliografía sobre ellos es escasa. A la luz de la producción que proviene de la sociología y de la ciencia política, como se ha insinuado, esta afirmación debe revisarse y en la actualidad, incluso si se analiza el caso de la historia, que como indicamos fue por años la disciplina menos inclinada a la exploración de esta etapa, ciertos indicios que apuntan en el mismo sentido se hacen visibles. Algunos de ellos se relacionan con la consolidación de áreas y especialidades que, si bien no se encuentran obligatoriamente restringidas al período, guardan con él una relación estrecha: la historia oral, la historia reciente y la historia política son tres casos, aunque de diversa naturaleza.
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La historia oral, una de las especialidades en la que el límite de 1976 se traspasa más a menudo hacia los problemas de la dictadura y el exilio, contó en su base institucional con un proyecto de reconstrucción de la historia de la Universidad de Buenos Aires, dirigido por Dora Schwarzstein. Ello ocurrió en los años cercanos al fin de la dictadura, y contribuyó a la constitución de un Archivo Histórico Oral de la UBA. El Programa de Historia Oral del Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires, que se creó en 1986, recogía sus materiales en talleres barriales. A comienzos de los años noventa, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, se organizaba a su vez un Programa de Historia Oral y lo mismo ocurrió en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo. Hacia 1993 tenía lugar el Primer Encuentro Nacional de Historia Oral que se ha repetido hasta el presente; hace pocos años, se creaba la Asociación de Historia Oral de la Argentina. En las cercanías de la historia oral se ubican las cuestiones vinculadas a la memoria, de la que no nos ocuparemos en esta oportunidad, salvo para señalar que allí se despliega una actividad intensa; en muchos casos, ella está orientada al período posterior a 1976 pero también los años anteriores constituyen un punto de atención. Así, por ejemplo, Memoria Abierta, una iniciativa conjunta de varios organismos de derechos humanos se ponía en marcha en 1999, con la participación de profesionales de varias ciencias sociales. Su tarea dio como resultado, al momento, un Archivo Oral con más de 450 entrevistas hasta el momento y unos 25.000 documentos. Algo semejante ocurre si se atiende a la historia reciente, que en parte aparece entramada con la anterior especialidad pero no reducida a ella. En este caso, si bien el límite temporal entre la historia reciente y la otra es siempre pasible de discusión, existe cierta tendencia a considerar que el período posterior a 1955 puede incluirse con comodidad en ella; este es uno de los criterios adoptados, por ejemplo, para el ordenamiento de los elencos propuestos en la página web de la Red Interdisciplinaria de Estudios de Historia Reciente. En lo que hace a la historia política, como ha ocurrido en otros ámbitos nacionales, el proceso de renovación de perspectivas fue importante en la Argentina. Sin pretensión de proponer un análisis estadístico detallado, puede mencionarse que en la biblioteca, también virtual, de una red dedicada a Historia Política que integran varias universidades nacionales, en el período 1955-1976 se instalan al momento 42 artículos sobre 272; de los seis períodos, todos ellos ya clásicos en los estudios históricos argentinos, en los que se dividió la información, el que aquí se considera ocupa el cuarto lugar y si a él se le suma el período posterior a 1976 –suponiendo que ambos componen la historia reciente-, se llega a los 98 artículos. También la publicación de este mismo dossier puede ser leída como síntoma de que se cuenta en la actualidad con un apreciable conjunto de trabajos referidos a varios aspectos específicos de los años que van de 1955 a 1976, y en particular de los políticos, entendidos en un sentido amplio. Desde ya, y como indican las pocas cifras mencionadas, la masa bibliográfica es todavía menor que la referida a algunos otros asuntos y etapas y, por otra parte, quedan todavía vastas franjas de cuestiones por investigar; algunas, incluso de importancia, apenas están comenzando a ser examinadas. Pero se dispone en la actualidad de una cantidad significativa de artículos, de algunas obras integrales, de libros que recopilan estudios empíricos, consideraciones metodológicas o teóricas. La existencia de estos trabajos debe, además, concebirse relacionada con otros reconocimientos obtenidos en las instituciones de la historiografía: en reuniones científicas los años sesenta y setenta son analizados en mesas y simposios y en tesis de grado y posgrado se los examina; a este punto retornaremos más adelante. 3) A pesar de algunos antecedentes, que han sido citados en los artículos que integran este dossier, la gran mayoría de los trabajos académicos referidos el período 1955-1976 hoy disponibles fueron producidos en democracia. Es posible ofrecer algunos argumentos para la discusión acerca de qué efectos pudo haber tenido este hecho en aquellas investigaciones, al menos en las desarrolladas por los historiadores.
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En primer lugar, el que se impone como más evidente, pero sobre el que no se reflexiona a menudo, es el de la mera existencia de un conjunto de trabajos con las características del actual. A pesar de que se trata de un contrafáctico sumario, no resulta sensato imaginar que hubiera sido posible contar con esta bibliografía sobre los años sesenta y setenta si la dictadura se prolongaba. Si se tiene en cuenta este hecho, se advierte la existencia de un punto ciego reiterado en las por otra parte escasas investigaciones de valía referidas a la historia de la historiografía argentina –y a las ciencias sociales, en general- de las últimas décadas. Allí se reiteran las dos maneras alternativas, equivocadas y toscas de analizar esos asuntos que hace ya mucho tiempo denunció Pierre Bourdieu aludiendo a otro tipo de espacio social; tales yerros residen en suponer que lo sucedido en el mundo historiográfico se explica por la presencia de individuos cuyas acciones no sufren condicionamiento alguno y gozan de una autonomía sin límite, o por el contrario entender que ello se explica por una remisión al exterior, a “la sociedad”, que decreta abolida cualquier especificidad. Los peculiares vínculos que ese espacio institucional y sus productos mantienen con el contexto político, en este caso signado por una vigencia de las reglas de juego democráticas de duración notable para el caso argentino, aparecen no como un problema a examinar, sino como un dato dado, naturalizado. Las relaciones entre la situación político-cultural y el funcionamiento de las instituciones historiográficas quedan así en la oscuridad. La tarea de reinstalar la producción de interpretaciones acerca de los años sesenta y setenta en su contexto político y social y de explicar qué tipo de relación se teje entra ambos universos, el académico y el político, resulta imprescindible si se entiende con Michel de Certau que un saber que no logre dar cuenta de sus propios condicionamientos sociales pierde su condición científica, y al mismo tiempo, que a cierta altura de la consolidación de las disciplinas, y en particular en marcos democráticos, ese condicionamiento está fuertemente mediado por dispositivos de muchos tipos. En un plano menos ambicioso, esa tarea contribuiría a que no se olvidara que la celebración de congresos en los que se estudia la violencia política en los tempranos setenta o los “partidos armados”, el financiamiento que CONICET y otras agencias de promoción científica otorgan a investigaciones cuyo objeto de estudio se instala en el período 1955-1976, la existencia de maestrías en la universidad pública dedicadas a historia y memoria, no son el fruto de la mera evolución académica de la historiografía, ni de otras ciencias sociales, ni se hallaban obligatoriamente inscriptos en el orden de las cosas. Por el contrario, necesitan para ser explicados del examen de aquellas relaciones. El contexto de la democracia se dibuja, además, no sólo como condición de posibilidad de la emergencia de cierto tipo de discursos sobre los años sesenta y setenta, incluidos aquellos producidos en sede académica, sino como telón de fondo sobre el cuál, o contra el cuál en algunos casos, se organizan las visiones de aspectos del período en cuestión. Así, un estudio de los efectos interpretativos que el marco institucional y político posterior a la dictadura produjo en los diversos grupos y autores es una tarea pendiente, que no puede ensayarse aquí, pero que también resulta obligatoria. 4) Como ha ocurrido en otros ámbitos con problemas y períodos diferentes, la profundización y la multiplicación de los trabajos de base empírica amplia genera varios resultados. Por un lado, el de especialización: así, por ejemplo, el tema global de la nueva izquierda se desagrega en estudios sobre el ERP, las FAR y otras y menos conocidas organizaciones político-militares, incluso en aspectos y etapas acotadas. En una operación similar, se han reconocido en el movimiento vasto de resistencia peronista etapas diferentes, mientras que la prensa de los distintos grupos resistentes es en ocasiones estudiada a escala local. En algunos de los artículos contenidos en este dossier, fenómenos generales a los que se aludía sin mayor precisión –la peronización de los estudiantes universitarios, por ejemplo- aparecen examinados en profundidad a través de casos acotados.
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Aunque se registran excepciones, esa multiplicación, al mismo tiempo y cuando menos en esta etapa, torna más complicada la construcción de interpretaciones fuertes porque el propio apego a la empiria condiciona, fragmentándolos, los objetos de estudio; el ejercicio interpretativo de gran aliento tiende a ser, si no reemplazado, al menos postergado hasta la acumulación de datos de base suficientes. Nos encontramos entonces en una situación que no es desconocida en la historiografía: la gran interpretación se presentaba relativamente sencilla y osada – no necesariamente en un sentido elogioso de este término- en el momento previo, cuando escaseaban los trabajos que tenían por detrás largas temporadas de trabajo de archivo, siendo tan pocos que apenas existían debates entre sus autores. Esa falta habilitaba y simultáneamente dotaba de alguna legitimidad a la lectura de trazo grueso. En una etapa como la que actualmente se está atravesando, la multiplicación de líneas de trabajo que asumen objetos de estudios muy especializados, pone límites a aquel ejercicio y genera una dispersión relativa en las interpretaciones. Inevitable ante el crecimiento del sector de historiadores que se empeña en trabajar sobre este período, el movimiento ofrecerá la oportunidad para plantear en el futuro, desde puntos de partida más firmes, imágenes nuevamente amplias. 5) Lo anterior nos conduce a plantear el problema de cuáles son las perspectivas que permiten entender que la etapa que va desde el golpe de Estado que derrocó al peronismo en 1955 al de 1976 constituye algo más que un recorte temporal cómodo para instalar aquella multitud de estudios específicos. Puesto en otros términos, la cuestión remite a cuáles son los puntos de vista que pueden hoy sostener la idea de que se trata de un período homogéneo, con unidad de sentido; un período que se articule con alguna precisión con otros, asentados y admitidos aún con matices, para la historia argentina en un nivel medianamente amplio de generalización. Sin duda, existen varias iniciativas, de distinto tipo, que han trabajado sobre esta idea: algunos congresos y algunos libros de prestigio, y también una de las historias argentinas que, en varios volúmenes, fueron presentadas a fines de siglo XX desde los ambientes de la historia universitaria. Con todo, la cantidad de estudios de base con los que hoy se cuenta permite una nueva consideración de los fundamentos de esa posición. Una primera respuesta podría ensayarse poniendo en el centro la cuestión de la política, concebida en términos muy amplios: un sistema articulado en torno a un conflicto central, que libraban el peronismo y el antiperonismo, cuya dinámica quebraría el golpe de 1976. Los flancos de esta respuesta radican en que aquel conflicto organizó también la disputa a partir de la aparición del movimiento peronista, a mediados de los años cuarenta y, aunque esta sea una posición menos admitida, lo hizo también en buena parte luego de 1976. Es posible que sólo la victoria radical de 1983 hiciera visible que durante la dictadura el eje del conflicto había cambiado parcialmente; también, que aquel triunfo electoral y sus consecuencias en el mundo de la cultura crearan la condición de posibilidad para la construcción y circulación de esta última lectura. Otra alternativa sería la puesta en foco de la violencia política, o quizás de la radicalización en las posiciones de los actores políticos. Esta no parece la mejor posibilidad, si se considera que a fines del segundo gobierno peronista la violencia había sido de un elemento crucial en el tono y en la definición del proceso político, incluyendo los bombardeos de la ciudad por aviones militares, el intento de asesinar al presidente, la destrucción de iglesias, las tentativas –poco investigadas todavía- de organización de milicias obreras, los combates, aunque no masivos, entre los bandos militares durante los días siguientes al golpe de Estado del 16 de septiembre, entre otras circunstancias. Naturalmente, sería también complicado, si aquel factor de la violencia se ubica en el centro, cerrar el período en 1976, precisamente cuando comenzó la dictadura. En esta misma línea de análisis, debe considerarse además la pertinencia de efectuar alguna distinción entre los fenómenos de la resistencia peronista inicial, inorgánica, dispersa, urbana, de fuerte presencia sindical entre sus militantes, de los fenómenos de la guerrilla posterior a la Revolución Cubana, cuyo impacto se verá con claridad a partir de comienzos de
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los años sesenta. Si la radicalización de las posiciones y las prácticas políticas se ubican como criterio importante, podría plantearse con alguna precaución que entre 1955 y 1960 se trata de una reorganización del ya existente conflicto peronismo-antiperonismo, mientras que a partir de los tempranos sesenta, las que se radicalizaban eran además las posiciones de otros actores, de menor peso, al menos todavía, en la lucha política argentina. Y ello ocurría no sólo en la izquierda, sino en la derecha, siendo el de Tacuara el caso más resonante. En lo que hace a estos sectores, los de la derecha radical, se cuenta hoy con estudios sobre los orígenes ideológicos del terrorismo de Estado, un tema que ha llevado a la exploración de algunas formaciones de la ultraderecha católica y de sus referentes franceses. Ello significa que se está saldando una deuda que exhibía el conjunto de investigaciones sobre el período, ya que era esta una zona ideológica poco analizada. Desde ya, observaciones del tipo de las que se han planteado en este apartado podrían ser efectuadas para varios de los grandes períodos que suelen proponerse para la historia argentina. En este caso, sin embargo, parece conveniente volver a considerar si no sería productivo trabajar con una periodización interna más ajustada, que reconociera un corte en 1966, como hace años propuso Oscar Terán en atención a la vida intelectual, o quizás en 1969. Si, examinando esa alternativa, debiera plantearse una característica muy general que distinguiera una posible etapa de otra, quizás ella pueda encontrarse en la extensión de los apoyos que una crítica radical al orden político y social hallaba en cada etapa. Puesto en versión breve, desde este punto de vista los años sesenta serían así los años de los acotados intentos de guerrilla rural del EGP, mientras los setenta serían los de las movilizaciones de masas de la Juventud Peronista próxima a Montoneros, que lograban, en 1974, llenar estadios de fútbol con aproximadamente 40.000 personas dispuestas a escuchar a la conducción de una organización político-militar. Es claro que los asistentes no eran, todos ellos, futuros combatientes, pero el dato no deja de ser significativo. 6) Así, los años sesenta y setenta son en la actualidad un objeto de estudio que goza de reconocimiento y legitimidad, frecuentado por los investigadores sociales e incluso por los historiadores -esquivos por años-, que dispone de su propio sistema de jornadas y reuniones científicas, de becas que se aplican a la producción de tesis referidas a aquella etapa, de un lugar en las publicaciones científicas y de piezas en la logística de la investigación -archivos orales, por ejemplo- asentadas e importantes. Naturalmente, existen instituciones más reacias que otras, pero las universidades nacionales, en general, y el sistema de investigación han admitido, en el mismo movimiento, líneas de trabajo sobre este período, subsidiando también las tareas de grupos de investigación; son además varias las asignaturas y seminarios que lo incluyen en los programas de grado y, en el área de posgrado, algunas maestrías se ocupan de cuestiones cercanas. Si los argumentos que hemos venido exponiendo se sostienen, ¿es posible plantear que los procesos políticos que tuvieron lugar entre 1955 y 1966 están hoy historiográficamente “normalizados”? Con esta figura, insatisfactoria desde el punto de vista literario y conceptualmente poco glamorosa, aludimos a si es que puede pensarse que se trata de una etapa y unos temas que no se ubican ya académicamente en los márgenes, que no se encuentran implícitamente interdictos, de los que no puede predicarse ya con sinceridad que sean propios de algún sector en particular, ni ideológico ni historiográfico, como prueba la bibliografía existente, heterogénea desde estos puntos de vista. Un período y unos problemas más, entre otros tantos y, si se quiere, admitidos por el mundo académico. Así planteada, parece imponerse una respuesta afirmativa, que será utilizada para la apertura de más interrogantes. Uno de ellos remite a las razones de este proceso, que pueden asociarse a los ritmos generacionales internos a cada disciplina, o a las transformaciones en aquellas relaciones entre ellas y el mundo político y cultural. Otro, más aventurado, a la eficacia que una producción académica más amplia podría tener en el proceso de disputa política y social
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por imponer diversas lecturas de los años sesenta y setenta. En este caso, es imprescindible considerar que otro tipo de discursos sobre aquel período –el de la literatura, el de las películas documentales o de ficción, el de los organismos de derechos humanos, el que puede leerse, a pesar de la discontinuidad de sus fuentes, en las decisiones judiciales, reproducidas a su vez por los medios masivos de comunicación- parece tener garantizada, en líneas generales, una más amplia circulación que las que puede alcanzar el artículo erudito o la tesis doctoral, y puede suponerse que con ella, una mayor capacidad de intervención, al menos potencial, en el debate público. También cabe tener en cuenta que, en este como en cualquier otro caso, la homogeneidad relativa en las condiciones de producción de los relatos eruditos sobre el pasado no deviene en uniformidad interpretativa, como es sabido; ello pone en duda para muchos sectores la pertinencia de la distinción entre las explicaciones académicas y aquellas que no los son. Todos estos interrogantes no constituyen novedades ni para los científicos sociales ni para los historiadores. En este último caso, al que se ciñen los argumentos que siguen, las respuestas que se han ensayado son inestables y, desde ya, dependientes de manera absoluta de la idea que se maneje de las tareas que nos competen. Es posible entonces sostener cierto modo de concebir las tareas del historiador que retome el planteo, ya clásico, que indicaba que se trataba de proponer un problema y construir soluciones y respuestas a él. Si se asume este punto de vista, la nueva atención dispensada por los historiadores a los años sesenta y setenta puede contribuir al desarrollo de una tarea más desafiante desde el punto de vista intelectual que la celebración, el repudio, la evocación nostálgica, la conmemoración; se trataría en cambio de la comprensión y la búsqueda de explicación. Es innecesario observar que esa contribución no es exclusiva de la historia, sino de cualquiera de las ciencias sociales practicada de manera semejante. Finalmente, cabría considerar si aquella “normalización”, de existir efectivamente, supondría en el futuro la despolitización del período en estudio. Es difícil decirlo, porque en estos procesos las relaciones con el debate político y cultural y con el contexto social, como se indicó, juegan algún papel de importancia, pero en cualquier caso, la cuestión volvería a ponernos frente dilemas conocidos. Cómo hallar, por ejemplo, el sentido político, o si se prefiere ser más moderado, la utilidad pública del ejercicio de una historia, de unas ciencias sociales, audaces en sus preguntas y rigurosas en sus respuestas. Una historia de este tipo, útil para la extensión en la sociedad de modos críticos de aproximación a la realidad, no tendría por qué estar restringida a los años sesenta y setenta. Notas 1 Agradezco la invitación a participar en esta publicación que me formularon Moira Cristiá y Humberto Cucchetti. Sobre muchos de estos temas puede consultarse BRIENZA, L.:“Memoria e historiografía. La producción historiográfica acerca del pasado reciente y su relación con las memorias (1983 – 2003)”, ponencia presentada en el Encuentro Internacional Política y violencia: las construcciones de la memoria. Génesis y circulación de ideas políticas en los años sesenta y setenta, Universidad Nacional de Córdoba, 2005, cuyas conclusiones, de todos modos, son distintas de las que aquí se plantean.
Para citar este artículo Referencia electrónica Alejandro Cattaruzza, « Los años sesenta y setenta en la historiografía argentina (1983-2008): una aproximación », Nuevo Mundo Mundos Nuevos [En línea], Debates, 2008, Puesto en línea el 11 décembre 2008. URL : http://nuevomundo.revues.org/index45313.html
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Alejandro Cattaruzza Universidad de Buenos Aires, Universidad Nacional de Rosario, CONICET. manuelcattaruzza[at]arnet.com.ar
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The historical studies of the Argentina’s 60’s and 70’s have recently increased. This phenomenon must be thought related to the situation of the academy and to the political and cultural context. It is also possible to suppose that this process will promote some changes in the historical interpretation of the period studied. Keywords : recent history, 60’s and 70’s, argentinean historiography, history and social sciences, political violence
Los años sesenta y setenta han pasado a ser un tema frecuentado por quienes se dedican a los estudios históricos en la Argentina. Este fenómeno debe ser enlazado con situaciones propias del mundo académico, pero también con el contexto político y cultural más amplio; es posible además suponer que el proceso promoverá algunos cambios en la propia comprensión histórica del período en cuestión Palabras claves : años sesenta y setenta, historia reciente, historia y ciencias sociales, historiografía argentina, violencia política
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