Abandona La Queja.docx

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¡Abandona la Queja! La queja es un mal hábito, si te propones dejar de quejarte por unos días, observarás lo que te cuesta. Y es que la queja se ha instalado en nuestra personalidad y en la sociedad como un virus, un estilo de vida. Como aquí nos gusta poner conciencia en nuestras elecciones y observar a dónde nos llevan en vez de seguir un programa instalado que opera automáticamente. Observemos cómo funciona la queja. La queja se centra en todo aquello que falta, en aquello que me disgusta o con lo que no estoy de acuerdo. Una vez que mi mente se enfoca en esta parte de la vida, lo refuerzo y lo veo constantemente, finalmente será el aspecto de vida que más habito. Una vida a disgusto. Una vida basada en una actitud de queja, conlleva unas emociones asociadas; frustración, enfado, disgusto, lucha, en definitiva, mal humor. Estos sentimientos también se van convirtiendo en una forma de vida y el cuerpo empieza a responder de este modo, contrayéndose, manifestando estrés, dolores, dificultades para dormir, problemas digestivos. Es decir, habito un cuerpo molesto y desvitalizado. El beneficio de la queja, ¿para qué me quejo? quizá te sirva de deshago por un rato pero ten claro que a la larga no te va a dar nada, no sirve más que para sumar conflictos a tu vida. Cuando me quejo, no me hago responsable de mi vida, responsabilizo a los demás o a las situaciones de mi malestar y así pierdo completamente el poder que tengo de ser feliz y vivir tranquilo. De nuevo me desvitalizo y me siento impotente. ¿A quién le gusta vivir así? Realmente si quieres hacer un cambio relevante en tu vida, abandona la queja “Nunca debe el hombre quejarse de los tiempos en que vive, pues no le servirá de nada. En cambio, en su poder está en mejorarlos”,Thomas Carlyle La queja es una compañera fiel. Nos visita cada mañana cuando suena el despertador. Aparece en todo atasco de tráfico. Nos hace compañía en la cola del supermercado. Siempre atenta, acude cada vez que se da un inesperado cambio de planes. Nos escolta

durante nuestra jornada laboral y nos asiste cada vez que oímos mencionar la crisis. Y jamás se pierde la llegada de la factura de la tarjeta de crédito. Es moneda de cambio común en todas las conversaciones. Nos quejamos de nuestros padres, de nuestros hijos, de nuestro jefe, del gobierno y de la oposición… A menudo, cuando algo no funciona protestamosantes, durante e incluso después de arreglarlo. Es así como, poco a poco, entre todos vamos construyendo y perpetuando la cultura de la queja. Hemos sacrificado muchas horas en el altar de la protesta y el lamento, pero ¿alguna vez nos hemos planteado cuál es su coste real? ¿Qué nos aporta la queja? ¿Cuáles son los resultados emocionales que se derivan de esta actitud? Y ¿de qué manera influye en nuestras relaciones? En un primer momento nos ofrecen una zona de confort, un espacio que nos permite evitar, aunque sea temporalmente, enfrentarnos a aquello que requiere solución. Sin embargo, el consuelo que brindan se evapora con rapidez. La satisfacción de nuestras necesidades depende de nuestra capacidad de resolverproblemas, contratiempos y conflictos. Y la queja constante merma nuestras posibilidades y recursos para lograrlo. En última instancia, cuando nos quejamos no mejoramos ninguna situación. Más bien contribuimos a crear más malestar y potencial conflicto a nuestro alrededor. Eso no significa que no podamos compartir con los demás todas aquellas cosas con las que no estamos de acuerdo, simplemente darnos cuenta de que utilizar la protesta y la crítica a discreción puede resultar altamente perjudicial para nuestra salud emocional y la de quienes nos rodean. De ahí la importancia de hacernos más conscientes de la presencia y los efectos que tienen en nuestra vida, para aprender a regularlas y gestionarlas de manera más eficaz y menos dañina. El foco de atención “Sin razón se queja del mar el que otra vez navega”, Séneca Vivir instalados en la queja resulta cómodo. En ocasiones, incluso útil. No en vano, cuando nos quejamos buscamos que otros se encarguen de solucionar nuestros problemas. Pero también nos incapacita. Nos lleva a estancarnos en el problema, en vez de llevarnos a construir la solución necesaria. Y a poner el foco de atención en lo negativo de la situación, en vez de valorar las alternativas que se abren ante nosotros. Poco a poco, va tejiendo una pantalla que nos inmuniza contra la responsabilidad. Así, vamos delegando en los demás las causas y las consecuencias de nuestras emociones, acciones y conductas. Nos convertimos en víctimas de nuestra realidad. Quedamos a merced de nuestras circunstancias, deseos y expectativas. Y cuando éstas no se cumplen, aumentamos nuestra cosecha de malestar. Quienes viven instalados en la queja no son ajenos a la amargura. Si aspiramos a romper la influencia negativa de esta adicción, tenemos que comenzar por abrir el campo de visión y sumar en perspectiva. Ante cualquier contratiempo, podemos optar por buscar culpables y caer en la trampa de la discusión. Pero también podemos tomarnos el espacio necesario para transformar la queja, la crítica y el juicio en una propuesta constructiva. Tal vez no podamos cambiar nuestras circunstancias, pero sí podemos cambiar nuestra manera de interpretarlas. Para lograrlo, tenemos que romper el patrón negativo de pensamiento que nos lleva a operar desde nuestras carencias. Y el primer paso para conseguirlo es aprender a valorar todo aquello que damos por sentado. De ahí la importancia de recuperar el arte de agradecer. De la mano del agradecimiento surge de forma natural la valoración, es decir, la capacidad de apreciar lo que somos, lo que tenemos y lo que hacemos en el momento presente. Lo cierto es que cuanto más valoramos nuestra existencia, más abundancia experimentamos en la dimensión

emocional de nuestra vida. Y cuanto más nos quejamos, más escasez padecemos. Prueba de ello es que aquello que no valoramos solemos terminar perdiéndolo. El arte de valorar y agradecer “El secreto de la felicidad está en aprender a valorar lo que tenemos y dejar de lamentarnos por lo que perdimos”, Anónimo En opinión del experto en desarrollo personal Borja Vilaseca, “nuestra capacidad de valorar lo que tenemos es precisamente lo que nos permite disfrutar plenamente de nuestra existencia, centrándonos en lo que está a nuestra disposición y no tanto en lo que nos falta”. Sin embargo, en general nos regimos según la conocida ‘ley de Murphy’. Esta teoría popular y pesimista tiene como finalidad explicar los infortunios que acaecen en nuestro día a día. En esencia, establece que “si algo puede salir mal, saldrá mal”. Y esta afirmación se aplica tanto a las situaciones banales como a las cuestiones más trascendentes. Así, siguiendo los dictados de la ley de Murphy, tendemos a enfatizar aquellos hechos que nos perjudican o que directamente no nos benefician. Y esta es la razón por la que cada vez que una rebanada de pan untada con mantequilla se nos cae al suelo, la mayoría de nosotros tendemos a recordar más vívidamente las veces en que cae con el lado de la mantequilla hacia el suelo. Es decir, que solemos quejarnos cuando esto ocurre, pero no solemos acordarnos cada vez que cae del lado opuesto. O incluso de cuando ni siquiera se nos cae. Cabe señalar que existen alternativas a esta percepción egocéntrica. Cada vez más seres humanos están empezando a regirse por los principios que establece la denominada ‘ley de Wurphy’. Y ésta se basa en una simple premisa: “Aprender a vivir el misterio de la vida con asombro, dándonos cuenta de que el simple hecho de estar vivo es, en sí mismo, un regalo maravilloso”. Lo cierto es que en base a esta toma de consciencia ya no damos nada por sentado. Al percibir la realidad desde la óptica de la ley de Wurphy, encontramos cada día cientos de detalles cotidianos por los que sentirnos profundamente agradecidos. No en vano, la mayoría de nosotros dormimos sobre una cama y bajo un techo. Tenemos acceso a agua potable. Y a ciertos lujos con los que mantener nuestra higiene. Encendemos el grifo y sale agua caliente a propulsión. Comemos cada día. Tenemos nevera. Y despensa. Etcétera, etcétera, etcétera… No hay mejor antídoto contra la cultura de la queja que la cultura del agradecimiento. No en vano, nos brinda la perspectiva necesaria para responder de la manera más eficiente, responsable y consciente posible ante los retos e imprevistos que surgen en nuestro día a día. En última instancia, nuestra capacidad de apreciar y valorar lo que sí forma parte de nuestra vida es infinita, tan ilimitada como lo es nuestra imaginación. El reto está en acordarnos cada vez que la tostada cae con el lado de la mantequilla hacia arriba. Y hacerlo también cuando no se nos cae. Incluso apreciar y valorar el hecho de podernos comer una tostada siempre que nos apetezca. Depende de nosotros: podemos decidir saborear la tostada…O quejarnos de que no queda mermelada. Los que practicamos la psicología cognitiva solemos decir que el propósito de esta terapia es conseguir ver la vida con los mismos ojos que la perciben muchas de las personas que han superado una grave enfermedad o que han sobrevivido a un accidente, pero sin tener que pasar por ninguna de esas situaciones. Yo soy partidaria de aprender de todo lo que nos pasa en la vida, sobre todo de las adversidades. Son muchas las personas que han sufrido una enfermedad grave o un desafortunado accidente y que han aprovechado esa circunstancia para crecer emocionalmente. ¿Cómo lo hacen? Cambiando su escala de valores, apreciando lo que tienen, no quejándose por lo que han perdido y disfrutando del presente.

Veamos con un poco más de detalle algunas de las muchas enseñanzas que podemos extraer de este tipo de experiencias: -La primero que aprendes cuando te sucede algo así es a ser humilde. Tomas consciencia de tu fragilidad como ser humano, de lo insignificante que eres y de lo poco importantes que son las cosas que haces. Mañana podrías estar muerto y todo seguiría su curso: tus seres queridos sentirían una profunda tristeza durante algún tiempo y te echarían de menos pero seguirían con sus vidas, otra persona desempeñaría tu trabajo, el sol saldría y se pondría cada día, la tierra continuaría girando alrededor del sol, se sucederían las estaciones, los años, la vida… -Despiertas de la fantasía de inmortalidad en la que vives, sabes que todos nos tenemos que morir, pero no te lo acabas de creer. Tienes la sensación de que morir es algo que les pasa a los demás, pero no a ti. Al ver la muerte de cerca, te das cuenta de que tú también eres mortal y de que no tienes que estar muy enfermo o ser una persona de avanzada edad para que en cualquier momento puedas dejar de existir. -Aceptas la incertidumbre como parte de la vida, hay muchas cosas que por mucho que lo intentes escapan a tu control y una de esas cosas es la muerte. Cuidando tu salud y siendo precavido tal vez consigas esquivar la enfermedad y los accidentes, pero no la muerte. -Te cuestionas si preferirías que las personas significativas para ti te recordaran por ser alguien muy eficiente, trabajador, resolutivo, responsable, atractivo, exitoso, con mucho poder adquisitivo, con grandes capacidades, con vivencias extraordinarias…, o por tus actos de amor y tu alegría. -Empiezas a apreciar la vida como lo más importante. Qué duda cabe que estar vivo es lo principal, un auténtico milagro, pero casi siempre lo damos por supuesto y, por tanto, no lo valoramos en absoluto. El resto de cosas materiales e inmateriales (hijos, pareja, éxito, trabajo, dinero, salud, reconocimiento, justicia, respeto…) se sitúan en su lugar, es decir, por debajo del valor principal: LA VIDA. -Dejas a un lado la queja porque sientes que no hay NADA de qué quejarse. Como decía el piloto de la Primera Guerra Mundial Eddie Rickenbacker tras haber sobrevivido a un duro naufragio: “La mayor lección que he aprendido gracias a esa experiencia es que si se tiene toda el agua fresca que quieres beber y toda la comida que quieres comer, jamás deberías quejarte de nada”. -Comienzas a agradecer TODO: que estás vivo, que tus órganos funcionan, que respiras, que el sol ha salido esta mañana, que puedes contemplar las estrellas, que tienes gente que te quiere, agua potable para beber, comida todos los días, un trabajo (aunque no te guste demasiado), un techo bajo el que cobijarte, una cama donde dormir… -No solo sientes gratitud por todo, sino que también lo disfrutas intensamente. Cada cosa que posees, cada cosa que haces, cada nuevo día, cada momento que pasas con las personas que forman parte de tu vida,…, todo lo percibes como una hermosa oportunidad de disfrute. -Deseas vivir despierto, consciente, inmerso en el momento presente, en el aquí y el ahora porque sabes que el pasado y el futuro solo existen en tu mente, el único momento real es el presente. Dejas de lamentarte por lo que ya ocurrió y de preocuparte por lo que quizá sucederá, ya que nada puedes hacer para cambiar el pasado y solo podrás ocuparte del futuro cuando llegue. -Exprimes al máximo tu existencia, pero no persiguiendo compulsivamente “más” de todo: más experiencias, más amistades, más viajes, más dinero, un trabajo más interesante…, sino

buscando calidad, intensidad y profundidad en cada momento, en cualquier momento. Esto supone vivir con la misma pasión saltar en paracaídas que permanecer durante horas en el sofá mirando el techo. -Te planteas: “Si ahora mismo muriera, ¿lamentaría no haber sido más eficiente y productivo en mi trabajo, no haber trabajado más horas, no haber tenido una vida lo bastante interesante, no haber logrado suficiente reconocimiento, no haber ganado más dinero, no haber viajado más, no haber tenido más experiencias…? Sin duda, la respuesta es “NO”. -Sientes haber vivido tantos años sepultado bajo montones de absurdas exigencias o “deberías” que te llenan de sufrimiento y te alejan de la felicidad. Exigencias hacia ti mismo (debería ser más eficiente, buena persona, excelente profesional, estar en forma, tener muchos amigos, hijos, pareja, dinero, demostrar que valgo mucho…), hacia los demás (la gente debería tratarme con consideración y respeto, porque yo los trato así) y hacia el mundo (la vida debería ser fácil). Sería deseable que, sin necesidad de vivir un suceso grave, despertáramos y fuéramos capaces de apagar el interruptor mental de la queja y activar el del agradecimiento y disfrute. Ojalá no nos pase como al protagonista de “La muerte de Ivan Ilich” de Tolstoi, el cual tras una vida repleta de éxitos profesionales y de haber cumplido con todo lo que la sociedad esperaba de él, dijo en el lecho de muerte sumido en un profundo vacío: “¿Y si toda mi vida hubiera estado equivocado?” Cualquier persona, en alguna situación de su vida, ha tenido que asumir el rol de víctima. La mayoría de las veces, este papel se asume en base a hechos objetivos que justifican que podamos sentirnos más vulnerables o desamparados.

Victimismo como personalidad No obstante, existen personas que hacen gala de un victimismo crónico: se encuentran en un estado permanente de quejas y lamentos infundados. Estos individuos se escudan en una personalidad victimista, aunque algunos de ellos adoptan esta actitud de forma inconsciente. De este modo se liberan de cualquier responsabilidad en sus acciones y culpabilizan al resto de lo que les ocurre. Mantener durante un período largo de tiempo este tipo de actitud que hemos denominado “victimismo crónico” no es en sí una patología clasificada en el DSM-5, pero podría sentar las bases psicológicas que podrían acabar desarrollando un trastorno paranoide de la personalidad. Esto ocurre porque la persona culpa persistentemente a los demás de las cosas malas que le suceden.

Victimismo y pesimismo van de la mano Este modo de afrontar el día a día puede traer más consecuencias negativas. Uno de los perjuicios más claros es la visión pesimista de la vida que acarrea el victimismo crónico, ya que crea un entorno de malestar y desconfianza tanto para la persona que siempre se queja como para las personas de su alrededor, que se sienten injustamente tratadas. En una gran cantidad de casos, la persona que muestra esta tendencia hacia el victimismo crónico acaba por alimentar una serie de malos sentimientos, tales como el rencor o la ira, que pueden degenerar en un victimismo agresivo. El victimista agresivo no solo culpa a los

demás y se lamenta por todo, sino que también puede adoptar actitudes agresivas y violentas, intolerancia y desprecio hacia la integridad física y moral de las personas que considera culpables por algún motivo.

¿Cómo son las personas victimistas? Pero, ¿qué rasgos de personalidad y actitudes recurrentes realizan estas personas?Vamos a conocerlos a través de los siguientes puntos.

1) Deforman sistemáticamente la realidad Las personas con victimismo crónico creen sinceramente que toda la culpa de lo que les ocurre es culpa de otras personas; nunca asumen responsabilidad alguna por sus acciones. El problema de fondo es que ven la realidad de forma distorsionada, con un locus de control externo. Tienden a pensar que tanto las cosas positivas como los malos momentos dependen de causas externas a su voluntad. También es cierto que suelen exagerar inconscientemente lo negativo, de tal modo que caen en un fuerte pesimismo que les impide ver las cosas positivas de la vida.

2) El lamento constante les refuerza Los individuos victimistas creen que su situación personal se debe a los malos actos de los demás y de las circunstancias, por tanto no se sienten responsables de nada de lo que les ocurre. En consecuencia, se pasan el día lamentándose, hasta el punto que encuentran un importante refuerzo a su actitud en el lamento y la queja, asumiendo su rol de víctimas y tratando de llamar la atención de su entorno. No son capaces de pedir ayudar a nadie, se limitan a lamentarse por su mala suerte de toparse con indeseables. Esto no es otra cosa que una búsqueda inconsciente de atención y protagonismo.

3) Su objetivo es encontrar culpables El estado de víctima permanente también va muy asociado a una actitud desconfiada. Creen que los demás siempre se mueve por intereses espurios y actúan de mala fe contra ellos. Por esta razón inspeccionan al milímetro cualquier detalle o gesto de las personas de su alrededor intentando descubrir algún agravio, por pequeño o inexistente que sea, para reforzarse así en su rol de víctimas. A base de actuar así, acaban reafirmando su personalidad y son muy susceptibles con el trato que los demás les dispensan, exagerando cualquier pequeño detalle hasta un límite patológico.

4) Nula autocrítica

No son capaces de hacer autocrítica sobre su actitud o sus acciones. Las personas con victimismo crónico están plenamente convencidas de que no tienen la culpa de nada, con lo cual no conciben que nada en ellos sea reprochable o mejorable. Como ya se ha comentado, responsabilizan de todo a las demás personas, son incapaces de aceptar crítica alguna y, por supuesto, están lejos de poder reflexionar sobre su actitud o sus actos para poder mejorar en alguna faceta de sus vidas. Se muestran intolerantes ante los fallos y defectos de otras personas, pero sus propios errores los perciben como nimios y, en cualquier caso, justificables.

Las tácticas que usan las personas victimistas Cuando hay una persona que asume el rol de víctima, debe haber otra que sea percibida como culpable. Con este objetivo, los victimistas crónicos emplean una serie de tácticas y estrategias que para conseguir que otra persona se sienta culpable. Si ignoramos este modus operandi de los victimistas es más fácil que caigamos en su marco mental y que logren convencernos de que toda la culpa es nuestra.

1. Retórica y oratoria del victimista Es muy habitual que este tipo de personas traten de ridiculizar y descalificar cualquier argumento de su “enemigo”. No obstante, no tratan de refutar al adversario en base a datos o

argumentos mejores, sino que se dedican a descalificar e intentan que la otra persona asuma el rol de “atacante”. ¿Cómo lo consiguen? Asumiendo el papel de víctima en la discusión, de modo que el adversario quede como una persona autoritaria, con poca empatía y hasta agresiva. Este punto es conocido en la disciplina que estudia las argumentaciones como “retórica centrista”, puesto que es una táctica que pretende presentar al enemigo como un radical, en vez de refutar o mejorar sus argumentos. De este modo, todo argumento del bando contrario solo es una demostración de agresividad y extremismo. Si se ven acorralados por una afirmación o un dato irrefutable, la persona victimista no contestará con argumentos o aportando otros datos sino que dirá algo así: “Siempre me atacas, ¿me estás diciendo que miento?” o bien “No me gusta que impongas tu punto de vista”.

2. La “retirada a tiempo” del victimista En ocasiones, el discurso de la persona victimista está enfocado a evadir su responsabilidad para intentar evitar tener que reconocer un fallo o pedir perdón por algo que ha hecho mal. Para ello, intentará salir de la situación como pueda. La estrategia más habitual, además de descalificar el argumento de su interlocutor (ver punto 1), consiste en escurrir el bulto para no reconocer que estaba errado en su postura. ¿Cómo lo consiguen? Asumiendo el papel de víctima y manipulando la situación para que la interacción entre en un espiral de confusión. Esto se traduce en que el victimista intenta proyectar sus errores hacia el adversario. Por ejemplo, si en el hilo de una discusión, el oponente aporta un dato comprobado y fiable que contradice la postura de la persona victimista, ésta última no reconocerá que estaba equivocado. En lugar de eso, intentará retirarse usando estas frases típicas. “Este dato no contradice lo que yo decía. Por favor, para de confundirnos con números que no vienen al caso” o “Me estás culpabilizando por haber dado mi simple opinión, no tiene sentido seguir discutiendo con alguien así”. Y, tras estas palabras, lo normal es que abandone el lugar de los hechos sintiéndose “ganador”.

3. Chantaje emocional La última de las estrategias que más frecuentemente usan los victimistas crónicos es el chantaje emocional. Cuando conocen bien las virtudes y defectos de su “adversario”, no dudan en manipular sus emociones para intentar salirse con la suya y mostrarse como víctima. Las personas que van de víctimas tienen una gran capacidad para reconocer emociones, y usan las dudas y flaquezas de las otras personas en su propio beneficio. ¿Cómo lo consiguen? Son capaces de detectar los puntos débiles de su oponente y tratan de sacar rendimiento a la empatía que pueda dispensarle. Así, van fraguando la situación para que el otro asuma el papel de verdugo y ellos se afianzan en la posición de víctimas. Este tipo de actitud puede materializarse, por ejemplo, con aquella madre que intenta culpabilizar a su hijo con frases del estilo: “Con todo lo que hago siempre por ti, y así me lo

pagas”. El chantaje emocional también es una estrategia de manipulación típica de las relaciones de pareja. Te lo explicamos a fondo en este artículo:

“Chantaje emocional: una forma de manipular los sentimientos de tu pareja"

¿Cómo lidiar con una persona así? Lo primordial es que, si tienes un victimista crónico en tu círculo cercano, seas capaz de identificarlo. Después, has de intentar que no te enrede en su juego de manipulación. Basta con hacerle saber que sus lamentos siempre son los mismos y que lo valiente en esta vida es intentar hallar soluciones. Si está dispuesto a encontrar salidas a sus problemas, debemos echarles una mano y hacerles notar que estamos con ellos, pero también hay que dejarles claro que no vamos a perder el tiempo escuchando sus quejas. Siendo pragmático, deberías preocuparte por ti mismo y evitar en lo posible que te contagie las malas vibraciones. No debes aceptar que te intenten hacer sentir culpable de sus problemas. Solo podrá herir tus sentimientos si le dejas que tenga ese poder sobre ti.

Etiquetas: Personalidad, Inseguridad

Xavier Molina

Psicólogo social

Graduado en Psicología por la Universitat de Barcelona. Máster en terapia cognitivoconductual. Posgrado en Nutrición y Alimentación Sanitaria y Social por la UOC. Posgrado en Intervención psicosocial. By Taboola por Taboola Enlaces Patrocinados

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El victimismo, la otra cara de lo que en verdad se esconde. ¿Quién podría ser tan insensible y desalmado para cuestionar o criticar los actos de una supuesta víctima? Eso es lo que buscan las personas con estos rasgos de personalidad. Buscan la compasión, la comprensión de muchas personas, hasta que descubren quienes son realmente. El victimismo es una estrategia que representa más beneficios que problemas, ya que permite contar con una especie de inmunidad por la cual todo lo que dicen es verdad, todo lo que hacen es bien intencionado, todo lo que piensan es legítimo. Pero en más de un caso

ese victimismo calculado, consciente o inconscientemente, encubre más bien un chantaje. Existen personas que por situaciones de la vida, sin que tuvieran la posibilidad de “defenderse” o actuar, pueden ser víctimas de una situación, por ejemplo, de violencia, de abuso de poder, de un robo, sometimiento, de una estafa, de una mentira, etc. Ese tipo de situaciones originan una condición objetiva de victimización. Pero dicha condición no es eterna, ni tiene por qué ser un sello que la persona lleve a donde vaya. Después de salir de la situación de impotencia y vulnerabilidad concreta, seguir en el papel de víctima es una opción, no una realidad inapelable. En verdad la víctima demanda atención, cuidado, apoyo y afecto. Necesita de esa dedicación y de esa comprensión para salir de su estado de conmoción. Eso no tiene ninguna discusión. Lo que sí se presta a debate es el victimismo, cuando esehecho traumático haya pasado y para la persona se convierte en su modo de actuar y conseguir beneficios a través de esto. Es decir, para ganar privilegios que de otra manera no se obtendrían. Es el tipo de personas que hacen de sus sufrimientos, una manera de vivir. En otros casos más graves, algunos creen que el haber sido víctimas en una situación, se sienten con derecho para odiar o hacer daño a los demás.

Reconociendo el victimismo manipulador Hay algunas señales que dan cuenta de este círculo de manipulación. El victimista no pide directamente lo que desea, sino que envía mensajes subliminares en forma de queja o lamento. Por ejemplo, dicen: “Nadie sabe cuánto me costó haber llegado hasta aquí”, “me siento tan solo y triste, que nadie puede entenderme lo que estoy viviendo”, etc, entonces no se sabe si quieren que le reconozcan su situación, si están reclamando porque a ti no te costó lo mismo, o no has pasado por eso o si quieren que los ayudes sobre algo en particular. Te sientes en cierto modo culpable cuando estás con estas

personas. Cada conversación que tienes con ellos te deja la impresión de que tú eres responsable de algo. Hay una tristeza o un malestar impreciso contigo mismo y que no sabes cómo proceder. El victimista es también receloso y desconfiado. Frecuentemente te alerta sobre malas intenciones en los otros. Justifica sus malas acciones en su pasado de sufrimiento. De hecho, puede acusarte de insensibilidad o desidiasi lo criticas. Es capaz de hacer grandes sacrificios por otros, sin que estos se lo pidan y obviamente se aprovecharán de esto para hacértelo saber y te sientas agradecido por su intención. Pero posteriormente habrá que devolverles el favor. Cuando alguien exhibe esos rasgos, estamos frente a una persona que ha asumido el rol de víctima frente a la vida. Probablemente estemos frente a alguien que no es feliz y

que tiene

ese

tipo

de

comportamientos

sin

proponérselo

realmente. Como quiera que sea, se trata de alguien que no terminó de cerrar el ciclo de su experiencia traumática. Necesita de tu comprensión desde ese lugar en particular, pero también de tu sinceridad. La mejor manera de ayudar a alguien así es diciéndole afectuosa y directamente lo que piensas de su actitud.

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