04_antología Lit_francesa_final 21-06-2012.pdf

  • Uploaded by: Pablo Miranda
  • 0
  • 0
  • November 2019
  • PDF

This document was uploaded by user and they confirmed that they have the permission to share it. If you are author or own the copyright of this book, please report to us by using this DMCA report form. Report DMCA


Overview

Download & View 04_antología Lit_francesa_final 21-06-2012.pdf as PDF for free.

More details

  • Words: 83,131
  • Pages: 194
ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I. LA MUJER EN LA LITERATURA FRANCESA

Rosalba Lendo Claudia Ruiz (Coordinadoras)

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I. LA MUJER EN LA LITERATURA FRANCESA

FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS DIRECCIÓN GENERAL DE ASUNTOS DEL PERSONAL ACADÉMICO UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO

Dirección General de Asuntos de Personal Académico

Programa de Apoyo a Proyectos Institucionales para el Mejoramiento de la Enseñanza PROYECTO PAPIME PE401710: “La mujer en la literatura francesa”

Entre los propósitos de la unam se encuentra el extender los beneficios de la cultura, por lo tanto los pasajes incluidos en la presente obra se reproducen únicamente con fines didácticos sin que se afecte la explotación de las obras primigenias, de tal suerte que el costo de este ejemplar será como concepto de recuperación. Primera edición: 2012 15 de marzo de 2012 DR © Universidad Nacional Autónoma de México Avenida Universidad 3000, col. Universidad Nacional Autónoma de México, C. U., Del. Coyoacán, C. P. 04510, D. F. ISBN: 978-607-02-3050 Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales. Impreso y hecho en México

CONTENIDO

Prólogo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9 Edad Media. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11 Rosalba Lendo Textos seleccionados. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19 Siglo xvi. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67 María Elena Isibasi Textos seleccionados. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75 Siglos xvii y xviii. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 115 Claudia Ruiz Textos seleccionados. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 121

7

PRÓLOGO

La presente Antología es parte del Proyecto PAPIME PE401710, cuyo propósito fundamental consiste en brindar apoyo para la innovación y el mejoramiento de la enseñanza en la Universidad Nacional Autónoma de México. El objetivo de este primer volumen es poner al alcance del estudiante de letras una serie de textos con los que no está familiarizado por no formar parte de las obras canónicas incluidas en los programas de estudio. Se trata de una selección de lecturas que intenta responder a preguntas que se imponen frente a un corpus de textos escritos por mujeres o por hombres que dan voz a las mujeres para plantear los eternos problemas de su condición. La antología será no sólo un material de apoyo para seminarios que aborden esta temática, sino también una fuente de información a la cual pueda acudir cualquier estudiante de letras o de otras disciplinas afines a lo largo de su formación académica. Los criterios de nuestra selección están basados en la necesidad de mostrar cómo la mujer, cuando toma la palabra, puede cuestionar, a través del ejercicio de la escritura, la imagen que de ella ha forjado el discurso masculino, desde la perspectiva moral, científica, religiosa y política. Sin embargo, incluimos también la voz de autores que intentan romper con ciertos estereotipos sobre la imagen femenina y que han apelado, a lo largo de la historia, a modificar el discurso oficial. Los textos están agrupados en tres bloques cronológicos, Edad Media, Renacimiento y siglos xvii y xviii. Cada apartado cuenta con un breve estudio introductorio que servirá de guía para que el alumno pueda situar el texto dentro de un marco de referencia. También se incluye una bibliografía mínima que permitirá enriquecer su aproximación a las lecturas presentadas. Estamos conscientes de haber dejado de lado obras fundamentales que ilustran la riqueza de esta temática inabarcable. Sin embargo, esperamos que la presente Antología sea un punto de partida para que el alumno se adentre en este vasto campo, poco explorado en los programas académicos en el área de Letras Francesas de nuestra Universidad. 9

10

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

Agradecemos el apoyo brindado por la Dirección General de Asuntos del Personal Académico de la unam; el Centro de Apoyo a la Investigación de la Facultad de Filosofía y Letras, a cargo de la maestra Lourdes Santiago; a los académicos que colaboraron en este volumen, y a las alumnas Yerani Hernández Ortega y Jocelyn García Nolasco, becarias del Proyecto, quienes brindaron apoyo técnico para la realización de este trabajo. Por último, sólo nos resta desear que los textos aquí propuestos inviten al lector a una reflexión analítica y lo motiven a seguir explorando este fascinante campo de conocimiento.

EDAD MEDIA Rosalba Lendo

Escuchar la voz femenina, el sentir, el pensar de la mujer medieval a través del discurso literario, parece tarea difícil en una época en la que el derecho a la palabra es casi exclusivamente del hombre. Es por ello que los testimonios conservados, escritos por mujeres, son sin duda alguna de un gran valor para conocer a la mujer medieval. En Francia, algunas mujeres, pocas, comparadas con los hombres, tuvieron la oportunidad de escribir y expresar, a través de la escritura, su particular visión del mundo. Las primeras obras femeninas escritas en francés son del siglo xii. A partir de esta época, con el desarrollo de ciertos géneros literarios, se empiezan a escuchar voces femeninas en el ámbito de la poesía, las mujeres trobadoras, las trobairitz, de la ficción, Marie de France, así como en el ámbito religioso. Pero la primera escritora, verdaderamente reconocida como tal, es Christine de Pizan, a finales del siglo xiv, quien reivindica, para ella y para cualquier otra mujer, el derecho a la palabra a través de la escritura. Cualquiera que sea el ámbito tratado por las escritoras medievales, encontramos siempre, en sus obras, un testimonio de valor inigualable de la visión femenina de su propia condición, así como del deseo, del compromiso de tomar la palabra para hablar de esta condición. Más que en otra región, en el sur de Francia, escribir no parece ser derecho único del hombre. Este privilegio parece estar ligado, señala Pierre Bec en su obra dedicada a la poesía de las mujeres trovadoras,1 a otros más de los que gozan las mujeres de esta región, quienes podían manejar sus propios bienes con cierta autonomía, heredar alguna tierra, como sus hermanos, y ser señoras de estos feudos, de la misma manera que un hombre. Si a esto agregamos el gran papel de Aliénor d’Aquitaine2 y de sus hijas en el desarrollo de la literatura y del espíritu cortés, podemos entender las producciones conservadas de 1 Pierre

Bec, Chants d’amour des femmes troubadours, introd., p. 14. fue primero reina de Francia, esposa de Louis VII; luego reina de Inglaterra al casarse con Henri II de Plantagenêt, y duquesa de un vasto territorio que se extendía desde el Loira hasta los Pirineos. Nieta de Guillaume IX, el primer trovador conocido y uno de los más célebres, Aliénor fue una gran impulsora de las letras y las artes, así como sus dos hijas, Aélis de Blois y Marie de Champagne. 2 Aliénor

11

12

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

aproximadamente veinte trobairitz, de los siglos xii y xiii. La condesa de Die, Na Castellozza, Clara de Anduze, Marie de Ventadour y Azalaïs de Porcairagues son algunos de los nombres de estas poetas. Si de ciertas trovadoras se conservan datos biográficos verídicos, de otras sólo se conoce el nombre que figura en el poema. De manera que el debate sobre la autenticidad de parte de la obra poética femenina sigue abierto, pues nada permite saber con certeza si fue escrita por una mujer o por un hombre. De cualquier manera, con todas las reservas que este hecho impone y tomando en cuenta lo que Jean-Charles Huchet señala al respecto: “Il n’est pas improbable que la critique continue de saluer la féminité de pièces produites par des hommes”,3 no deja de sorprender la postura femenina del amor cortés que ofrecen estos poemas. Y aunque se tratara simplemente de una voz femenina plasmada por un hombre, lo que llama la atención es la inversión de la situación planteada en la poesía de trovadores, una inversión en la que la mujer, objeto de adoración, se vuelve adoradora de aquel a quien ama, y asume su papel afirmando cierta feminidad que se opone a la masculinidad dominante. Marie de France es autora de tres obras, las Fables (ca. 1180), adaptación en francés de las fábulas esópicas; el Espurgatoire de Saint Patrice (ca. 1189), y los Lais, conjunto de textos breves basados en relatos de transmisión oral. Se sabe muy poco de la vida de esta escritora, que firma sus obras con el nombre de Marie: “Marie ai nun, si sui de France”,4 señala en el epílogo de sus Fables, reconociéndose así como su autora. En los prólogos de los Lais habla de su actividad e importancia como escritora, forjando así el camino que seguirá luego Christine de Pizan. En los Lais, breves relatos cuyos elementos clave son lo maravilloso y el amor, la autora ofrece, a pesar de la influencia del espíritu cortés, una visión femenina del amor y de la mujer. En las historias relatadas, maravillosas y heroicas, es la voz femenina, con todas sus emociones, sentimientos, pasiones, la que se manifiesta, en una especie de exploración de la pasión humana, adúltera, en ocasiones, pues Marie de France muestra siempre cierta condescendencia por las mujeres mal casadas, cuyo sufrimiento y desesperación las hace buscar el amor fuera del matrimonio. Del amor profano de las trobairitz y de Marie de France pasamos al amor divino de las mujeres espirituales que van a aplicar su cultura profana, muchas veces la lengua y las metáforas de la cortesía, a la experiencia mística, espiritual, autobiográfica, pues en sus obras hay un gran deseo de manifestación personal, de escritura íntima con un objetivo edificante. Son un reflejo de las 3 Jean-Charles Huchet, “Trobairitz: les femmes troubadours”, introd., en Danielle Régine-Bohler, ed., Voix de femmes au Moyen Age, p. 5. 4 Marie de France, Les Fables, p. 364, v. 4.

EDAD MEDIA

13

experiencias de mujeres espirituales ejemplares, cuya vida en muchos casos, y parecida a la de las mujeres medievales en general, fue difícil en una sociedad en la que todo lo proveniente de la mujer es sometido a una gran censura, a un control absoluto. Excesos, faltas, todo se le atribuye a la mujer en los tratados de educación. Cualquier tipo de manifestación femenina, incluida la palabra, es sometida a control. Fue entonces largo y difícil el camino para que la voz femenina fuera no sólo escuchada, sino valorada. En el ámbito espiritual, las voces místicas van adquiriendo poco a poco importancia. Se trata de mujeres cultas que escriben en un perfecto latín o en lengua vernácula y que van afirmando, a través de sus obras, que son manifestaciones femeninas de experiencias místicas, de visiones, cargadas de una fuerza de alma y cuerpo particulares, su legítimo derecho a la escritura. De este género que se desarrolló por toda Europa y del que una de las figuras emblemáticas es Hildegarda de Bingen, podemos mencionar algunas escritoras místicas francesas como Marguerite Porete, Marguerite d’Oingt, Béatrice d’Ornancieux y Douceline de Digne. La literatura medieval francesa ofrece diversos ejemplos de manuales de educación femenina en los que se enseña a las damas nobles y burguesas el buen comportamiento en sociedad, las cualidades que debe tener una perfecta ama de casa, entre otras cosas más relacionadas con las virtudes de una mujer ejemplar. Entre estas obras, podemos mencionar, del siglo xiii, Le Chastoiement des dames, de Robert de Blois; el Livre pour l’enseignement de ses filles (1371-1372), de Geoffroy de La Tour Landry, y un texto titulado Le Mesnagier de Paris, redactado hacia 1393 por un burgués anónimo a su joven esposa. A este tipo de literatura didáctica pertenece una de las más antiguas obras femeninas, redactada en latín, hacia 843, el Liber Manualis, de Dhuoda, que es un tratado de educación dedicado a su hijo. Y es también en este género en el que se inscribe el Livre des trois vertus (1405), de Christine de Pizan, del que presentamos una parte en la presente antología. Hija de Tommaso di Benvenuto, médico, astrónomo y astrólogo que estuvo al servicio de Charles V, Christine de Pizan se casó con un noble, secretario del rey, en 1379, que falleció en 1389, dejando a Christine, de veinticinco años, en una situación económica precaria y con tres hijos. Esto la llevó a encontrar en la escritura una manera de autonomía. Para ganarse la vida, Christine se vuelve escritora y su vasta producción está dedicada a los grandes señores y príncipes de la época: Jean de Berry, Philippe le Hardi, Louis d’Orléans y Louis de Guyenne, entre otros. Parte de su biografía se ha establecido a partir de algunas de sus obras, como la Avision (1405), el Livre du chemin de long estude (1402-1403) o la Mutacion de Fortune (1400-1403), en los que el aspecto autobiográfico es importante. Christine escribió primero poesía para pasar luego a la literatura didáctica en verso y en prosa. La impresionante cultura de esta gran intelectual se

14

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

refleja en todas su obra; su talento como escritora se observa no sólo en su obra poética, sino también en los diversos textos que redactó, de carácter moral, filosófico, religioso y político. Su postura a favor de la mujer en el “Débat sur le Roman de la Rose” se encuentra en gran parte de sus escritos, donde la mujer es una de sus grandes preocupaciones. Así, a lo largo de toda su obra, la escritora pone en alto no sólo su estatus como mujer de letras, viuda y encargada de una familia, sino el de cualquier otra mujer de su época. Christine exalta siempre las capacidades de las mujeres, su gran talento que las hace fundadoras de una ciudad gobernada y habitada por ellas. Éste es el tema desarrollado en La Cité des Dames (1404-1405), texto en el que se proclama a favor de la causa de la mujer, del reconocimiento de su derecho al saber y en contra de una tradición antifeminista. El texto que presentamos en esta Antología es el prólogo y la tercera parte del Livre des trois vertus o Trésor de la Cité des dames (1405), un manual de educación dedicado a Marguerite de Bourgogne, esposa de Louis de Guyenne, en el que se enseña el adecuado comportamiento de la mujer. Christine se dirige a todas las clases sociales y a todas las categorías de mujeres, jóvenes, casadas y viudas. Se trata de una especie de continuación del Livre de la Cité des dames, donde figuran todos los consejos para las nuevas habitantes de esta ciudad. El texto está dividido en tres partes, la primera se dirige a las “princesses et haultes dames”, la segunda a las “dames et damoiselles” y la tercera a las “femmes d’estat, bourgoises et femmes de commun peuple”. El Livre des trois vertus se distingue de los otros manuales de educación femenina que existían en la época por su visión femenina de la condición de la mujer y por el hecho de que su autora pone de relieve el papel fundamental de la mujer, cualquiera que sea su condición, en la sociedad. Por esta razón, Christine de Pizan subraya la importancia de que sean instruidas, según las necesidades de su condición. La primera parte, la más larga de la obra, está dedicada a la instrucción, los valores religiosos y las virtudes en general de reinas, princesas y damas nobles. Se centra, al principio, en la figura de la reina, pues la obra fue compuesta para una futura reina de Francia. La segunda parte, dedicada a las damas nobles, a las damas de la corte, retoma ciertos consejos de la primera parte y habla de las responsabilidades de estas mujeres, que a veces tienen que tomar el lugar de sus maridos. El final de esta segunda parte está centrado en las mujeres que deciden tomar el camino de la religión. Christine manifiesta aquí su admiración y respeto por las mujeres con esta vocación. La tercera parte del Livre des trois vertus se dirige a las otras categorías sociales, particularmente a las mujeres de la ciudad; a las esposas de los clérigos, en el sentido de intelectuales; a las esposas de los burgueses, de los mercaderes y de los artesanos, y a las mujeres que trabajan para ganarse la vida en el

EDAD MEDIA

15

servicio doméstico o como prostitutas. El final de esta tercera parte está dedicado a las esposas de los campesinos y a las mujeres pobres. La enseñanza y los consejos de la autora varían según el estatus de la mujer. La administración del hogar o de un negocio, la ayuda y el apoyo que se debe brindar al marido, la sumisión a éste, el buen comportamiento en cualquier situación, la importancia del honor de la mujer, del honor de la familia, de la religión y de las virtudes en general son los puntos fundamentales abordados por la autora. De manera que no se trata de una instrucción que permita cierta liberación a la mujer, sino que la haga capaz de llevar de manera más digna el papel que la sociedad le ha impuesto. La visión de Christine es realista y lo que pretende es valorar el papel, las responsabilidades de cada mujer según su condición, pero teniendo siempre en cuenta los límites impuestos por la sociedad. De la voz culta y noble de Christine de Pizan pasamos a la voz popular de las matronas en Les Évangiles des Quenouilles, texto anónimo de finales del siglo xv, del que ofrecemos la primera parte en esta Antología. La obra se presenta como una especie de reporte, redactado por un secretario, de los comentarios hechos por unas matronas durante seis veladas, llevadas a cabo del lunes al sábado, en las que las mujeres platican y se ocupan de labores manuales de hilado y bordado. De ahí el curioso título de la obra, en la que las mujeres afirman que lo que dicen es tan verdadero como el Evangelio. Es otro el tipo de sabiduría el que se manifiesta aquí, el la de mujer del mundo rural que intercambia sus conocimientos, ligados a creencias populares de las regiones de Flandre y Picardie, a supersticiones en las que se traducen las preocupaciones e intereses de estas mujeres. El tono irónico a lo largo de toda la obra, desde el prólogo hasta la conclusión, pone de manifiesto el carácter de ésta y su función esencial de esparcimiento, pues, más que cualquier otra cosa, lo que se pretende es divertir al lector. Sin embargo, todas las creencias populares aquí presentadas, consideradas como auténticas, constituyen un gran tesoro para el conocimiento de las costumbres, de la vida cotidiana y de la mentalidad de la mujer de esta época. La obra, centrada en el matrimonio, la vida familiar y las labores domésticas, trata aspectos íntimamente ligados a estos temas: presagios, recetas, supersticiones, así como cuestiones referentes al cuidado de una granja, de animales domésticos, a las enfermedades, a la pobreza, entre otras más. Se trata, sin duda alguna, de un texto de gran valor para el estudio de la mujer medieval. La manera en que la obra se presenta, organizada en diferentes veladas, de las que el narrador va redactando lo que se dijo, lo que se contó, parece inspirarse del Decamerón de Bocaccio y puede ubicarse, como este texto, dentro del género conocido como nouvelle, que tuvo un importante desarrollo en el siglo xv y al que pertenecen también Les cent nouvelles nouvelles, redactadas en el entorno de

16

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

la corte de Bourgogne. La finalidad de los Évangiles des Quenouilles, conversaciones divertidas destinadas al esparcimiento, también la relaciona con este género literario. El pasaje presentado en la Antología corresponde al prólogo del supuesto secretario y al relato de la primera velada, la del lunes, a cargo de dame Ysengrine du Glay, en la que los comentarios están centrados en los maridos, el matrimonio y el embarazo.

Bibliografía Ediciones Le Livre des trois Vertus. Ed. de Charity Cannon Willard y Eric Hicks. París, Champion, 1989. Les Évangiles des Quenouilles. Ed. de Jacques Lacarrière. París, Imago, 1987. Les Évangiles des Quenouilles. Ed. de Madeleine Jeay. París, Vrin-Montreal, Presses de l’Université de Montréal, 1985.

Bibliografía de consulta Altmann, Barbara K. y Deborah Mc Grady, eds., Christine de Pizan. A Casebook. Nueva York / Londres, Routledge, 2003. Bec, Pierre, Chants d’amour des femmes troubadours. París, Stock-Moyen Age, 1995. Bornstein, Diane, ed., Ideals for Women in the Works of Christine de Pizan. Detroit, Medieval Consortium for Medieval and Early Modern Studies, 1981. Brown-Grant, Rosalind, Christine de Pizan and the Moral Defence of Women. Cambidge, Cambridge University Press, 1999. Dulac, Liliane y Bernard Ribémont, eds., Une femme de lettres au Moyen Age. Etudes autour de Christine de Pizan. Orleans, Paradigme, 1995. France, Marie de, Les Fables. Ed. de Charles Brucker. París / Louvain, Peeters, 1998. Huchet, Jean-Charles, “Trobairitz: les femmes troubadours”, introd., en Danielle Régnier-Bohler, ed., Voix de femmes au Moyen Age. Savoir, mystique, poésie, amour, sorcellerie, xiie-xve siècle, París, Robert Laffont, 2006. Jeay, Madeleine, Donner la parole. L’histoire-cadre dans les recueils de nouvelles des xve-xvie siècles. Montreal, Ceres, 1992.

EDAD MEDIA

17

Margolis, Nadia, Christine de Pizan 2000. Studies on Christine de Pizan in Honour of Angus J.Kennedy. Ámsterdam, Rodopi, 2000. Morewedge, Rosemarie T., ed., The Role of Women in the Middle Ages. Albany, Suny Press, 1975. Paupert, Anne, Les Fileuses et le clerc. Une études des Évangiles des Quenouilles. París, Champion, 1990. (Bibliothèque du xve siècle) Pérousse, Gabriel, Nouvelles françaises du xve siècle, images de la vie du temps. Ginebra, Droz, 1977.

LE LIVRE DES TROIS VERTUS Christine de Pizan

Dédicace à Marguerite de Guyenne

Très noble, puissante et révérée princesse, Madame Marguerite de Bourgogne, épouse du très excellent prince Louis, duc de Guyenne, héritier de la couronne, fils aîné de Charles, roi de France, et fille du duc Jean de Bourgogne, comte de Flandre, d’Artois et de Bourgogne. Ma très révérée et respectée princesse, selon le témoignage et les dires de tous et notamment des femmes de votre entourage, votre si belle jeunesse, qui s’épanouit toujours davantage, malgré votre âge encore tendre, manifeste, par les signes de vertu qu’on voit en vous, que vous êtes portée à la pratique de toutes les bonnes mœurs et vertus, et que grâce à un don de Dieu exceptionnel et spécial, votre bon jugement naturel vous conduit à aimer la sagesse et tout ce qu’elle nous enseigne de bien; car votre noble cœur vous inspire le désir de vivre maintenant et dans l’avenir sous le gouvernement de la raison, selon les règles qui s’imposent à toute grande princesse. C’est pourquoi, moi Christine, votre très humble servante, soucieuse de réaliser un ouvrage qui puisse vous plaire, si j’ai assez de capacité pour y parvenir, j’ai écrit et composé à votre intention et spécialement pour vous le livre que voici, qui doit enseigner aux princesses et en général à toutes les femmes à vivre vertueusement, comme vous pourrez bien le voir si vous consentez à le lire, bien que je sois indigne de me charger d’une tâche aussi importante et que mon intelligence n’y suffise pas. Je suis poussée par une intention pure et louable, avec un grand désir d’œuvrer pour le bien et l’honneur de toutes les femmes, qu’elles soient de rang élevé, moyen ou inférieur. Et même si je suis persuadée qu’il est inutile d’apporter cet enseignement à votre noble personne, qui, grâce à Dieu, est déjà parfaitement instruite et éduquée dans tous ses devoirs, néanmoins, afin que votre noble cœur trouve plus d’agrément encore à suivre la voie de la vertu que vous avez adoptée des votre enfance et qu’avec l’âge votre discernement grandisse et s’affine, 19

20

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

il n’est pas mauvais qu’avec les bonnes dispositions qui vous y portent, vous vous appliquiez à l’étude de ce livre. Son contenu est propre à vous conforter et à vous affermir dans votre bonne volonté et votre désir de toujours bien agir veuillez dans votre bonté recevoir avec plaisir, tel qu’il est, ce petit témoignage de mon travail. Et s’il contient quelque chose d’utile à recueillir, veuillez y prêter attention et le retenir dans votre fidèle mémoire, afin d’être mieux à même de le mettre en pratique à tout instant. Quant aux erreurs qui peuvent s’y trouver à cause de l’insuffisance de mes connaissances, daignez, dans votre bienveillance, les excuser, en considérant qu’elles n’ont pas pour cause un manque de bonne volonté, mais seulement l’ignorance. Ma dame très vénérée, je prie le bienheureux Fils de Dieu de vous accorder une heureuse et longue vie en ce monde, et telle qu’à la fin les joies de Paradis vous soient accordées. Ainsi soit-il. Amen.

TROISIÈME PARTIE

I. Le premier chapitre explique comment ce qui précède peut concerner toutes les femmes, quelles qu’elles soientl, et traite de la façon dont une femme de bonne condition doit diriger sa maison Au commencement de cette troisième partie, sur le chemin indiqué par les princesses, qui marchent en tête, suivies des dames et des demoiselles, qu’elles appartiennent ou non à la cour, nous devons maintenant nous adresser, comme nous l’avons promis, aux femmes des cités qui sont de bonne condition: c’està-dire à celles qui sont mariées à des clercs, membres des conseils des rois et des princes, ou pourvus de charges judiciaires, ou de divers offices; et aussi à celles qui sont mariées à des bourgeois des cités et bonnes villes, qui dans certains pays sont appelés nobles quand ils sont de familles anciennes. Nous nous adresserons ensuite aux femmes des autres catégories sociales, afin que toutes soient atteintes par notre enseignement. Comme nous l’avons déjà mentionné à plusieurs reprises, ce que nous avons évoqué pour les autres dames, concernant les vertus comme la manière de conduire sa vie, doit à notre avis valoir pour toutes les femmes, de quelque condition qu’elles soient, chacune y trouvant ce qui la concerne: car elles pourront y puiser la leçon qui leur convient. Qu’elles ne fassent pas comme certains écervelés, hommes ou femmes, qui lorsqu’ils sont au sermon et que le prêtre parle des obligations d’un état qui n’est pas le leur, sont trop contents de souligner qu’il a raison et que c’est bien dit; mais quand on en vient à ce qui peut les toucher, ils baissent la tête et se bouchent les oreilles, car il leur semble qu’on leur fait tort en abordant pareil sujet: toute leur attention va, non à ce qu’ils font, mais à ce que font les autres. Aussi le bon prédicateur doit-il bien observer quelles catégories de gens assistent à son sermon; et s’il s’adresse aux uns, il ne manquera pas de parler également aux autres, afin que personne ne puisse se moquer d’autrui ni faire sur lui des commentaires désobligeants. Femmes de condition aisée, bourgeoises des cités et des bonnes villes, nous les trois Vertus, nous vous recommanderons donc de nouveau, comme nous venons de le faire, de prêter l’oreille aux enseignements qui peuvent vous convenir, principalement sur quatre points, bien qu’ils soient abordés ailleurs. 21

22

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

Puisque nous supposons que vous êtes d’une grande piété envers Dieu, nous n’insisterons pas sur ce point. Dans le domaine qui relève de Prudence mondaine, le premier des quatre points concerne l’amour et la fidélité que vous devez à vos maris, ainsi que la conduite que vous devez observer à leur endroit; le deuxième point a trait à la gestion de votre maison; le troisième à vos vêtements et habits; le quatrième à la façon dont vous éviterez le blâme et la chute dans le déshonneur. Au sujet du premier point, l’amour et la fidélité que vous devez à vos compagnons et la manière de vous comporter à leur égard —que vos maris soient vieux ou jeunes, bons ou mauvais, paisibles ou querelleurs, honnêtes ou peu fidèles—, afin de ne pas répéter ce que nous avons déjà dit, nous vous renverrons au chapitre xiii de la première partie de cet ouvrage, où la question est clairement exposée. Mais pour que vous adoptiez plus volontiers les façons d’agir qui y sont expliquées, nous vous rappellerons en outre trois avantages que vous pouvez trouver à vous conduire honnêtement et sagement à leur égard, quels que soient leurs qualités ou leurs défauts, à respecter la fidélité et la loyauté que vous avez promises, à maintenir la paix entre vous et à observer en tous points vos devoirs. En accomplissant ces derniers, vous acquerrez tout d’abord un grand mérite moral; en deuxième lieu beaucoup d’honneur dans la société; enfin, on a vu et on voit encore souvent que des hommes riches de diverses conditions, bien qu’ils se soient montrés très violents en toute occasion avec leurs femmes, quand vient l’heure de mourir, éprouvent des remords et songent au bien de celles qui les ont si courageusement supportés et aux torts qu’ils ont eus envers elles, en sorte qu’ils les laissent maîtresses de tout ce qu’ils possèdent. Le deuxième point qui vous concerne dans l’enseignement que nous avons dispensé a trait à la gestion de la maison: vous devez mettre beaucoup de zèle et d’application à gérer avec discernement et à faire prospérer les biens et la fortune que vos maris, par leur travail, leurs charges ou leurs fermages parviennent à amasser. C’est le rôle de l’homme d’acquérir et de faire entrer des vivres; la femme doit les ranger et les repartir à bon escient et convenablement, sans trop de parcimonie, en se gardant de largesses déraisonnables, car c’est ainsi qu’on vide sa bourse et qu’on est réduit à la pauvreté. Elle doit veiller à empêcher en toutes choses le gaspillage et ne pas s’en remettre pour cela à son personnel; au contraire, elle gardera la haute main sur les dépenses, s’en préoccupera souvent et exigera qu’on lui rende des comptes. Cette sage ménagère doit se connaître dans tout ce qui concerne la marche de la maison, même pour la préparation des repas, afin d’être en mesure de donner des instructions et des ordres à ses serviteurs, en évitant tout souci à son mari s’il invite des gens à dîner chez lui: si besoin est, elle se rendra elle-même à la cuisine et prescrira ce qu’on leur servira. Elle doit veiller à ce que sa maison soit bien tenue et que tout y soit bien

EDAD MEDIA

23

à sa place et en ordre; à ce que ses enfants reçoivent une bonne instruction, et s’ils sont petits, à ce qu’on ne les entende pas faire des caprices ou du tapage. Ils seront gardés propres, et on ne verra pas les langes appartenant aux nourrices ni rien qui relève de leur fonction traîner dans la maison. La ménagères prendra soin que son époux soit convenablement pourvu de vêtements et de tout le nécessaire, car un mari bien mis fait honneur à sa femme. Il faut qu’il soit bien servi et que sa tranquillité soit assurée, et quand il vient chez lui prendre son repas, que tout soit prêt et en place, les tables et les dressoirs disposés comme il convient. Si elle veut faire preuve de prudence et s’assurer la bienveillance de son mari, à supposer qu’il soit homme de bien, ainsi que les éloges de la société, elle doit lui faire constamment bon visage: s’il lui arrive d’être tourmenté, car les hommes rencontrent dans leurs affaires bien des causes de mécontentement, elle pourra lui faire un peu oublier ses soucis par la gentillesse de son accueil. C’est assurément un grand réconfort pour un honnête homme qui rentre chez lui en proie à des tracas s’il est reçu par une femme sage et aimable. Qu’il en soit ainsi est tout à fait justifié, car c’est la moindre des choses que soit bien accueilli chez lui celui qui assure la subsistance et le train de maison au prix de bien des peines et des soucis. Sa femme ne doit point gronder, ni faire triste mine, ni quereller à table les membres de son personnel: s’ils ont mal agi en quelque chose, elle doit les reprendre brièvement, sans quereller. Car au repas, qui doit être pris gaiement, il est très désagréable d’entendre des réprimandes. Si son mari est de mauvaise humeur et grognon, elle doit le calmer autant qu’elle le peut par de douces paroles. Et elle ne le questionnera pas à table ni devant le personnel sur ses affaires et d’autres sujets qui demandent de la discrétion, mais elle le fera en tête en tête dans sa chambre. En outre, cette bonne maîtresse de maison aura soin de se lever tôt, et quand elle aura entendu la messe et fait ses dévotions, elle reviendra chez elle et donnera à ses gens les ordres nécessaires, puis s’occupera à un ouvrage utile, comme filer, coudre ou quelque autre travail. Quand ses chambrières auront achevé leurs taches ménagères, elle exigera qu’elles fassent comme elle: elle ne permettra pas que les femmes et les filles de sa maison, pas plus qu’elle-même, passent un seul moment dans l’oisiveté. Elle achètera à bon marche du lin dans les foires et le fera filer en ville par de pauvres femmes; mais elle se gardera bien de retenir quelque chose sur ce qu’elle leur doit en trichant ou en abusant de sa position: car elle se damnerait et cette action ne serait en aucun cas à son avantage. Elle fera fabriquer des toiles grossières ou fines, des nappes et des serviettes. Elle s’en occupera attentivement, car c’est là pour les femmes un plaisir naturel, honnête et permis, sans rien de vil. Elle fera donc en sorte d’avoir du très beau linge fin, du linge d’apparat ample et délicatement ouvré, elle veillera à le tenir bien blanc et parfumé convenablement rangé dans ses coffres et en prendra grand soin. C’est avec ce

24

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

linge qu’elle recevra les hôtes de marque que son mari amènera, ce qui lui vaudra leur estime et leurs éloges. Cette femme avisée prendra bien soin d’éviter que ne se perde ni ne se gâte dans sa maison ce qui pourrait servir à des indigents. Qu’on n’y laisse pas s’abîmer des restes de repas, et que des vêtements ne soient pas rongés de vers: elle fera donner tout cela aux pauvres. Mais si elle est attachée à son âme et à la vertu de charité, elle ne se contentera pas de ces sortes d’aumônes: elle prendra du vin et des mets de sa table pour donner fréquemment à de pauvres accouchées, à des malades ou à des indigents de son voisinage; elle le fera de bon cœur si elle est sage et en a les moyens. Car c’est là tout le trésor qu’elle emportera plus tard avec elle, et elle n’en sera pas plus pauvre. Cependant, elle devra bien examiner à qui vont ces aumônes et elle agira avec discernement. En outre, cette femme se montrera aimable mais raisonnablement, c’est-à-dire qu’elle sera d’un abord plaisant et honnête à la fois: elle accueillera les proches et les relations de son mari avec des paroles courtoises, elle adressera des propos amènes à tous, se fera aimer de ses voisins, leur apportera sa compagnie et son amitié quand ils en auront besoin, et ne refusera pas de leur prêter de menus objets. Elle ne se montrera pas méchante avec les gens de sa maison, évitera les malédictions et les injures, ou les interminables querelles pour trois fois rien. Elle les réprimandera quand ils commettront une faute et menacera de les renvoyer s’ils ne se corrigent pas; mais elle le fera sans crier ni mener grand tapage, contrairement à certaines folles qu’on entend de loin parce qu’elles croient qu’à force de montrer de la dureté et de réprimander très fort, pour rien, leur mari et leurs gens, elles seront considérées comme de bonnes et habiles ménagères: aussi font-elles beaucoup d’embarras pour peu de chose, trouvent toujours à redire et passent leur temps à crier. Ce n’est pas cette manière de gouverner une maison que nous enseignons, car nous voulons que nos élèves se montrent sages dans toute leur conduite; or, il ne peut y avoir de conduite raisonnable sans modération, et celle-ci exclut la méchanceté, la colère et les excès de langage, qui sont particulièrement déplacés chez une femme.

II. Pourquoi les femmes de bonne condition et les bourgeoises doivent se montrer discrètes dans leurs façons de s’habiller, et comment elles se défendront de ceux qui tentent de les tromper En troisième lieu, voici ce que nous voulons vous prescrire, à vous les femmes de condition aisée des bonnes villes ainsi qu’aux bourgeoises, concernant vos vêtements et la manière de vous habiller: vous devez à cet égard éviter tout excès, aussi bien dans la dépense que dans la façon. Il existe cinq raisons qui doivent vous y inciter. Tout d’abord c’est un péché, qui déplaît à Dieu, que de

EDAD MEDIA

25

porter trop d’attention à son corps. En second lieu, les excès ne vous font pas estimer davantage, bien au contraire, comme je l’ai déjà dit. Troisièmement, c’est gaspiller son argent, s’appauvrir et vider sa bourse. Quatrièmement, on donne ainsi un mauvais exemple aux autres en les incitant à en faire autant ou davantage, car une grande dame qui verra une dame de petite noblesse, ou même une bourgeoise, se mettre sur un si grand pied estimera qu’elle doit, selon son rang, montrer plus de luxe encore. C’est ce qui fait tous les jours augmenter le luxe et le faste, parce que chacun tente de l’emporter sur l’autre: beaucoup de gens, en France et ailleurs, se trouvent ainsi accablés de dépenses et appauvris. La cinquième raison, c’est qu’en s’habillant de manière extravagante et trop coûteuse, on amène les autres à pécher, en excitant des murmures d’envie ou une convoitise sans frein, ce qui déplaît fortement à Dieu. Ainsi, mes chères amies, puisqu’une telle conduite, loin de vous être profitable, peut au contraire vous faire grand tort, gardez-vous de trouver plaisir à de telles futilités. Certes il est juste que chaque femme ait des habits et la toilette qui conviennent au rang de son mari et au sien; mais si c’est une bourgeoise et qu’elle adopte ceux d’une femme de petite noblesse, et si celle-ci prend ceux d’une grande dame, et ainsi de proche en proche, en s’élevant dans la société, assurément une telle pratique est contraire à une bonne organisation sociale: dans un pays où elle est bien réglée, il doit exister en tout domaine des limites. Nous en venons maintenant au quatrième point, la manière dont vous éviterez le blâme qui conduit au déshonneur, une question qui n’est pas sans rapport avec le choix de vos vêtements et de vos toilettes, tant à cause d’éventuels excès de dépenses que des modes adoptées. En ce domaine, sachez que même si une femme n’a que de bonnes intentions et qu’elle ne commet aucune faute, ne serait-ce qu’en pensée, les gens ne la croiront pas innocente quand ils la verront s’habiller de manière inconvenante, et on portera souvent sur elle des jugements défavorables, si honnête qu’elle soit. Toute femme qui veut conserver une bonne renommée doit donc se montrer réservée et sans extravagance dans sa manière de s’habiller, en évitant les vêtements trop ajustés, les grands décolletés, et d’autres façons peu convenables. Elle ne cherchera pas à inventer des modes nouvelles, surtout si elles sont coûteuses et peu décentes. La contenance et le maintien d’une femme sont également importants. Rien n’est plus malséant chez elle qu’une attitude inconvenante, pleine d’agitation et désordonnée; au contraire, rien ne plaît davantage qu’une contenance digne. Même si elle est jeune, elle doit faire preuve de mesure et de réserve dans les divertissements et la gaieté, s’y montrer raisonnable pour que rien ne paraisse déplacé. Elle parlera sans coquetterie, avec naturel et douceur, de façon cohérente et adroite; son regard sera simple, posé et sans frivolité. Elle ne montrera de la joie qu’à bon escient.

26

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

Mais pour en revenir aux médisances et au blâme que peuvent susciter des vêtements peu convenables et des attitudes indécentes, un autre danger plus grand peut en résulter pour une femme, c’est d’attirer les libertins qui peuvent croire qu’elle se comporte ainsi pour aiguiser et exciter leurs désirs. Pourtant, elle-même n’y songera peut-être pas et ne se conduira de cette façon que pour son plaisir et parce que son caractère l’y poussera. Des hommes de diverses conditions se mettront en frais pour séduire ces femmes et les poursuivront de leurs manèges en se donnant beaucoup de mal. Mais que doit faire la jeune dame qui ne veut pas perdre sa réputation, elle qui sait bien que de telles amours ne peuvent amener que blâme et déshonneur? Elle n’a donc aucun désir de prêter l’oreille à de tels joueurs de musette, et elle se refuse à imiter certaines sottes qui son ravies qu’on montre beaucoup d’empressement à leur faire la cour. Car elles sont satisfaites de pouvoir se dire: Je suis aimée de plusieurs hommes, c’est le signe que je suis belle et que j’ai beaucoup de qualités. Je n’en aimerai cependant aucun, chacun aura part égale et je les amuserai tous de paroles. Ce n’est pas en choisissant cette voie qu’une femme préservera son honneur: celle qui s’y tiendra durablement tombera nécessairement dans l’opprobre. Aussi, dès que la femme pleine de sagesse dont nous avons parlé se rendra compte à son air ou à quelque indice qu’un homme s’intéresse à elle, elle doit par son attitude, ses propos et son comportement l’inciter à y renoncer, et à tout faire pour qu’il comprenne qu’elle ne lui est nullement favorable, ni ne veut l’être. S’il se déclare, elle doit lui répondre de cette manière: Seigneur, si vous avez des vues sur moi, veuillez y renoncer. Car je vous promets que je n’ai et n’aurai jamais aucune inclination pour un tel amour, je peux vous le jurer. Mes intentions sont si bien arrêtées que rien ni personne ne m’en fera changer; je n’en démordrai de toute ma vie, soyez-en bien certain. Vous perdriez votre peine à y penser, et je vous prie instamment de ne plus vous livrer à de telles démonstrations et de cesser ces propos, car je vous assure qu’ils me déplaisent fortement. J’éviterai autant que je pourrai d’aller dans les endroits où vous serez: je vous le dis une fois pour toutes, et croyez bien que jamais vous ne m’entendrez parler autrement. Je vous dis: Adieu. C’est ainsi qu’en peu de mots et sans l’écouter davantage doit répondre à tout homme qui requiert son amour une jeune femme honnête et sage, qui est attachée à son honneur. Il faut aussi que son attitude s’accorde avec ses paroles et que ni ses regards ni sa contenance ne puissent faire penser à cet homme qu’il peut arriver à ses fins. S’il lui envoie des cadeaux, qu’elle se garde bien d’accepter: qui accepte des cadeaux se vend. Si quelqu’un lui transmet un message de sa part, qu’elle ordonne nettement et d’un air sévère qu’on ne lui en parle jamais plus. Si une femme de chambre ou un valet de sa maison a l’audace de contrevenir à cet ordre, qu’elle ne les garde pas chez elle, car on n’est pas en sécurité avec de tels serviteurs: qu’elle trouve donc

EDAD MEDIA

27

quelque moyen de s’en débarrasser à une autre occasion, sans bruit ni dispute. Mais qu’elle s’abstienne d’en parler à son mari, quelles que soient ses qualités, car malgré ses bonnes intentions, elle pourrait provoquer chez lui une telle colère qu’elle serait incapable d’y mettre fin comme elle le voudrait. Ce serait trop dangereux et d’ailleurs inutile. Qu’elle évite donc sagement de lui en parler et se taise là-dessus: si elle est décidée à adopter en tout une conduite honnête, à la longue l’homme le plus entreprenant renoncera. Elle ne doit en parler ni à des voisins ni à des voisines, ni à personne: lorsque de tels propos sont colportés, il arrive parfois que des hommes forgent des calomnies sur des femmes, par dépit d’avoir été repoussés, sachant qu’elles en parlent ou en ont parlé. On ne perd rien à garder le silence sur ce qu’on n’a aucun avantage à déclarer, et ce n’est pas pour une femme une manière honnête de se vanter. En outre, les femmes qui veulent se préserver du blâme ne doivent aller que dans des sociétés convenables et honorables, en évitant les compagnies que des prélats, des seigneurs ou d’autres personnes réunissent dans jardins ou ailleurs, sous le couvert et le prétexte de donner une fête, mais en réalité pour manigancer quelque affaire louche contre elles ou contre d’autres. Si une femme sait qu’une assemblée n’a pas été réunie pour elle, elle doit se garder de servir de paravent, car ce serait favoriser une mauvaise action et un péché. Elle ne doit pas s’y rendre si elle le sait ou en a le soupçon, et avant d’aller quelque part, elle doit bien examiner où elle va, avec qui, dans quelles conditions, et quelles femmes s’y trouvent. Saisir l’occasion de ces pèlerinages qu’on fait en dehors de la ville pour aller se divertir quelque part ou faire la fête en joyeuse compagnie est un péché et une mauvaise action, car c’est utiliser Dieu comme prétexte et s’en faire une couverture. Ce n’est pas une chose que de tels pèlerinages, non plus que le fait pour des jeunes femmes d’aller trotter par la ville, le lundi à Sainte-Avoye, le jeudi je ne sais où, le vendredi à Sainte-Catherine, et ainsi les autres jours. Si certaines le font, c’est sans grande utilité. Non que nous voulions les empêcher de bien faire, mais assurément, si l’on considère les périls de la jeunesse, la frivolité des hommes et leur grand besoin de séduire les femmes, les médisances promptes à se répandre, et sans grand motif, le plus sur pour le bénéfice de leur âme et pour leur bonheur est qu’elles n’aient pas pour habitude de trotter ici ou là. Car Dieu est partout pour exaucer les prières des personnes pieuses qui l’implorent, où qu’elles soient, et il veut que tout se fasse avec discernement et non en multipliant de telles actions. Trop fréquenter les bains, les étuves et les réunions de commères, aller dans de telles compagnies sans nécessité ni bon motif; ce n’est pour les femmes qu’une cause de dépenses inutiles, sans qu’aucun avantage puisse en résulter. Aussi une femme doit-t-elle s’abstenir de telles pratiques, si elle est sage, attachée à son honneur et soucieuse d’éviter les critiques.

28

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

III. Sur les femmes des marchands Nous allons maintenant parler des marchandes, c’est-à-dire des femmes de ceux qui s’occupent du commerce, dont certains à Paris et ailleurs sont très riches. Leurs femmes soutiennent un train de vie élevé et coûteux, et plus encore en d’autres pays et d’autres villes qu’à Paris: c’est le cas notamment à Venise, à Gênes, à Florence, à Lucques et en Avignon. Mais bien que l’excès ne soit jamais une bonne chose, en ces lieux cette conduite des femmes est plus excusable qu’en France, parce que les différences entre les conditions supérieures y sont moindres qu’à Paris et aux alentours, où les distinctions sociales sont plus marquées parmi les reines, les duchesses, les comtesses, les nobles dames et les femmes de petite noblesse. Par conséquent, en France —le plus noble royaume du monde, où tout doit être parfaitement règle selon les anciens usages du pays—, il ne convient pas, comme je j’ai déjà indiqué et quoi que fassent les femmes en d’autres pays, que l’épouse d’un paysan de la campagne ait le même train de vie que celle d’un artisan, ni que l’épouse d’un artisan vive comme une bourgeoise, ni la bourgeoise comme une dame de petite noblesse, une dame de petite noblesse comme une noble dame, une noble dame comme une comtesse ou une duchesse, ni la comtesse ou la duchesse comme une reine. Chacun doit se tenir à son rang dans la société, et les différences qu’il y a entre les conditions d’existence doivent se retrouver dans le train de vie. Mais ces règles ne sont pas bien observées aujourd’hui en France, non plus que d’autres bonnes coutumes qui étaient en usage. Et on le voit bien aux conséquences. Car assurément, les prétentions et le train de vie n’ont j aimais été si pleins d’excès qu’ils le sont maintenant chez les gens de toute espèce, depuis les grands jusqu’au bas de la société: on peut se rendre compte du changement dans les chroniques et les histoires anciennes. Et t si nous avons dit qu’en Italie les femmes mènent un plus grand train, ce qui est exact, c’est cependant avec moins de dépenses que dans notre pays, à bien y regarder. Car ici les femmes ont des assemblées, des fêtes, et bien d’autres occasions ou elles essaient de se surpasser les unes les autres, comme elle le font dans leurs vêtements. Puisque nous parlons des marchandes, n’a-t-elle pas commis une grande folie, celle dont nous allons parler? Est-ce là vraiment vivre en marchand? D’autant qu’ils ne sont pas comme ceux de Venise et de Gênes qui vont outre-mer et ont dans tous les pays des agents pour acheter en gros, en supportant de grands frais, tandis qu’inversement ils expédient leurs marchandises en grosses quantités dans le monde entier: c’est ainsi qu’ils font fortune. On les appelle des nobles marchands, alors que celle dont nous parlons achète en gros et vend au détail, au besoin pour quatre sous de marchandise, plus ou moins, bien qu’elle soit riche. Et voici pourtant le grand étalage qu’elle fit lorsqu’elle accoucha, il n’y a pas longtemps.

EDAD MEDIA

29

Avant d’entrer dans sa chambre, on passait par deux pièces très belles, chacune avait un grand lit d’apparat décoré de riches tentures; dans la seconde se trouvait un grand dressoir, paré comme un autel et chargé de vaisselle d’argent. De là, on entrait dans la chambre de l’accouchée. C’était une pièce vaste et magnifique, toute tendue de tapisseries à son chiffre et brodées à l’or fin de Chypre, avec un grand lit entièrement orné d’une parure et sur le sol, autour du lit, des tapis également brodés d’or. De grands draps d’apparat dépassaient largement de la couverture, en toile de Reims si bien qu’ils étaient estimés à 300 francs et sur une couverture tissée d’or était disposé un autre grand drap de lin, aussi fin que la soie, d’une seule pièce et sans couture —une fabrication nouvelle et très coûteuse— que l’on estimait à 200 francs et plus: il était si long et si large qu’il couvrait de tous côtés le grand lit d’apparat et dépassait l’extrémité de la couverture qui pendait tout autour. Dans cette pièce se trouvait un grand dressoir décoré, tout couvert de vaisselle dorée. Dans le lit reposait l’accouchée, vêtue d’étoffe de soie de couleur cramoisie, adossée à de grands oreillers de même tissu avec de gros boutons de nacre, et habillée comme une femme de la noblesse. Et Dieu sait les autres dépenses superflues qui furent effectuées à l’occasion de cette naissance, des bains, des diners et des assemblées comme on a coutume d’en faire à Paris pour les accouchées, avec plus ou moins de frais. Comme cet abus surpassa les autres, bien qu’il s’en commette d’importants, il mérite d’être relaté par écrit. Le fait fut rapporté dans la chambre de la reine. Certains dirent que les Parisiens avaient trop de sang, dont l’abondance peut parfois provoquer bien des maladies: autrement dit que l’excès des richesses pourrait bien les dévoyer et qu’il serait bon pour eux que le roi les chargeait de quelque taxe, emprunt ou impôt, afin que leurs femmes n’aillent pas rivaliser avec la reine de France, qui ne pourrait guère les surpasser. Ce sont là des conduites déréglées, inspirées par la vanité, non par le bon sens. À ceux et à celles qui s’y adonnent, elles procurent non de la considération, mais du mépris, car bien qu’elles adoptent le mode de vie des grandes dames ou des princesses, elles n’en sont pourtant pas et on ne leur en donne pas le titre. On continue à les appeler marchandes ou femmes de marchands, et ces gens sont même de ceux qu’on appellerait en Lombardie non pas marchands mais revendeurs, puisqu’ils vendent au détail. C’est une grande folie d’adopter l’habit de quelqu’un d’autre, alors que chacun sait ce qu’il en est: c’est se placer à un rang qui n’est pas le sien. Cependant, si ceux et celles qui se livrent à de telles extravagances, dans leur costume ou leur train de vie, abandonnaient leur commerce et adoptaient entièrement le grand équipage et la façon de vivre des seigneurs, leur condition changerait du même coup. Mais c’est une belle sottise que de ne pas avoir honte de vendre ses produits et de faire son commerce, et de rougir de revêtir le costume de sa profession, qui est pourtant seyant, digne

30

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

et respectable pour qui le porte à bon droit: car l’état de marchand est bon et honorable en France comme dans tous pays. Ces gens sont en quelque sorte des personnages déguisés, nous ne le disons pas pour les rabaisser, car ainsi que nous l’avons rappelé, l’état de marchand est bon et estimable pour qui s’y conduit bien; nous parlons ainsi dans une bonne intention, afin d’avertir et de conseiller aux femmes à qui nous nous adressons de s’abstenir de tels excès, qui ne sont bons ni pour le corps ni pour l’âme, et peuvent être la cause d’un nouvel impôt dont on chargera leurs maris. Ainsi, il est plus conforme à leurs intérêts, et plus sage, que ces femmes portent les vêtements qui appartiennent à leur condition, sans en adopter d’autres, même si elles sont riches, car ils sont élégants, luxueux et décents. Ah! Dieu! que peuvent faire de leurs richesses de telles gens? S’ils se constituaient un trésor au ciel, selon la leçon de l’Evangile, ils seraient bien avisés, car notre route sur terre est brève, et l’autre est éternelle, comme on l’a déjà rappelé. Ils feraient donc une épargne avantageuse et utile pour l’avenir en distribuant une partie de leurs grandes richesses aux pauvres, par charité. C’est ainsi que beaucoup agissent assurément, et à juste titre, car grâce à cette noble et digne vertu de charité, qui plaît tellement à Dieu, ils peuvent acheter ce champ dont parle la parabole évangélique, ou se trouve caché le plus grand des trésors. Le pape Léon prononça d’admirables paroles à propos de cette sainte vertu dans son sermon Sur l’Apparition: la compassion charitable, dit-il, est une si grande vertu que sans elle les autres vertus ne peuvent s’épanouir. On a beau être abstinent, éviter le péché, se montrer pieux et avoir toutes les vertus, sans celle qui fait prospérer les autres, ces mérites ne servent à rien. Car au jour du jugement dernier, elle portera la bannière en tête de toutes les autres vertus pour ceux qui en ce monde l’auront pratiquée, soutenue et aimée, et c’est elle qui les fera recevoir au paradis. Notre-Seigneur condamnera ceux qu’on en verra dépourvus au moment de prononcer l’ultime sentence, comme nous l’assure le texte de l’Evangile. C’est par cette voie que vous pouvez faire votre salut, vous femmes riches, et aussi en vous gardant de frauder et de tricher dans votre commerce, aux dépens de votre prochain.

IV. Sur les veuves, vieilles et jeunes Pour que notre ouvrage soit plus complet et serve à toutes les catégories de femmes, nous nous adresserons aux veuves des classes populaires, bien que nous ayons déjà traité du veuvage des princesses. Nous leur parlerons ainsi: Chères amies, nous sommes pleines de pitié pour vous que la mort a précipitées dans le veuvage en vous privant de vos maris, quels qu’ils aient pu être. Dans cette

EDAD MEDIA

31

situation, vous êtes généralement confrontées à bien des angoisses et à des affaires très pénibles, mais de façon différente pour celles qui sont riches et pour celles qui sont pauvres. L’infortune arrive aux riches parce qu’on s’efforce de les dépouiller, et aux pauvres, ou à celles qui ne sont pas riches, parce que personne ne prend en pitié leurs difficultés. En plus du chagrin d’avoir perdu vos compagnons, ce qui aurait dû largement suffire, trois formes principales de malheurs vous assaillent généralement, que vous soyez riches ou pauvres. Le premier, dont nous avons déjà parlé, est que vous rencontrez de tous côtés de la dureté, et peu de considération et de pitié. Ceux qui vous honoraient du temps de vos maris, parce qu’ils détenaient des offices et de hautes positions, désormais ne vous accordent guère d’attention et ne vous témoignent pas d’amitié. Le deuxième malheur qui vous frappe, ce sont les procès et les réclamations de quantité de gens à propos de dettes, de contestations de propriétés et de rentes. Et le troisième mal réside dans la médisance, qui généralement vous attaque au point que vous parviendrez difficilement à vous conduire assez bien pour éviter les critiques. Puisque vous avez besoin de vous armer de sagesse contre ces fléaux et d’autres encore qui peuvent vous frapper, nous voulons vous instruire de ce qui peut vous être utile, bien que nous en ayons sans doute déjà parlé. Mais comme l’occasion s’en présente, nous y allons y revenir. Au premier de ces trois maux, la dureté dont on fait preuve d’ordinaire à votre égard, il existe trois remèdes. Le premier est qu’avant toute chose vous vous tourniez vers Dieu qui a accepté de tant souffrir pour les hommes: cette pensée vous enseignera la patience —qualité qui vous est bien nécessaire—, et si vous vous y attachez, elle vous mettra en mesure de faire peu de cas de la considération et des honneurs qu’on acquiert ici-bas. Vous apprendrez alors combien les affaires de ce monde sont incertaines. Le seul remède est d’apprendre à parler avec courtoisie et amabilité, et à montrer du respect à toutes sortes de gens afin que vous puissiez émouvoir et fléchir les hommes cruels par de douces prières et d’humbles requêtes. En troisième lieu, malgré ce qui vient d’être dit sur la nécessité de vous montrer aimables et humbles dans vos paroles, vos attitudes et vos manières, il faut que vous prévoyiez avec sagesse et habileté les moyens de vous défendre de ceux qui voudront vous maltraiter: vous fuirez leur société et, si vous le pouvez, vous n’aurez pas affaire à eux; vous vous tiendrez à l’intérieur de vos demeures, vous éviterez les querelles avec vos voisins ou qui que ce soit, même les valets et les chambrières; vous parlerez toujours calmement et défendrez vos intérêts. Par cette conduite, en n’ayant, sauf nécessité, que peu de relations avec toutes sortes de gens, vous éviterez d’être malmenées et maltraitées. En ce qui concerne le deuxième point, les procès auxquels vous serez en butte, sachez que vous devez autant que possible éviter les procès et les litiges,

32

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

car pour plusieurs raisons ces sortes d’affaires peuvent causer beaucoup de préjudice à une veuve: tout d’abord parce qu’elle n’y connaît rien et qu’il est facile de la tromper. D’autre part, elle doit s’en remettre à d’autres pour faire présenter ses demandes, et ces gens-là mettent d’ordinaire peu de zèle à servir les intérêts des femmes: ils les trompent volontiers, et pour six sous de frais, ils leur en comptent huit. Enfin, elle ne peut aller solliciter à toute heure comme le ferait un homme. Ainsi, pour elle, la meilleure décision est, de renoncer à une partie de ce qui lui est dû, mais sans pourtant consentir à une trop grande perte. Elle doit faire son possible pour offrir des satisfactions raisonnables et réfléchies concernant ce qu’on lui réclame, ou s’il est inévitable qu’elle porte plainte, qu’elle tente d’abord d’obtenir justice à l’amiable et examine si elle ne peut pas l’obtenir autrement que par un procès. Si on l’attaque pour dette, qu’elle examine ce que valent les poursuites et la cause des plaignants —à supposer qu’il n’y ait ni reconnaissance écrite ni témoins—, et si sa conscience lui dit qu’il existe réellement une dette, qu’elle se garde de détenir illégalement ce qui est dû à autrui: car elle chargerait de péché l’âme de son mari et la sienne, et Dieu pourrait bien lui causer en proportion tant de pertes qu’elles s’en trouveraient doublées. Mais si elle sait se défendre habilement contre ces gens rusés qui réclament sans en avoir le droit, elle fait son devoir. S’il faut en fin de compte qu’elle s’engage dans un procès, elle doit savoir que trois choses sont principalement nécessaires à toute personne qui plaide: c’est tout d’abord d’agir selon le conseil de gens sages et expérimentés, et de clercs connaissant bien le droit et les lois; en second lieu, il faut mettre beaucoup de soin et d’empressement à soutenir sa cause; le dernier point est d’avoir suffisamment d’argent pour mener une telle action. Il est certain que si l’une de ces trois conditions n’est pas remplie, si bonne que soit la cause que l’on défendra, on risque de la perdre. Ainsi, dans une pareille situation, il faut que la veuve se tourne vers les juristes chevronnés, eux qui ont la plus grande expérience des différents types de procès, et non vers les plus jeunes. Elle leur présentera ses arguments, ses documents et ses titres; elle s’attachera à bien comprendre ce qu’ils lui diront, et ne cachera rien de ce qui peut concerner son affaire, qu’il s’agisse de points jouant en sa faveur ou contre elle, car ils ne pourront la conseiller que d’après ce qu’elle leur dira. Et suivant leur avis, elle plaidera ou au contraire elle cherchera sans hésiter un accord avec ses adversaires, comme on le lui aura conseillé. Mais si elle se lance dans un procès, il faut qu’elle déploie beaucoup d’activité et qu’elle paie bien, car sa cause en sera meilleure. Pour assumer cette entreprise et faire face à tous les tracas, si elle veut en venir à bout, elle devra prendre un cœur d’homme, c’est-à-dire résolu, ferme et habile, afin d’aviser ce qui est nécessaire à ses intérêts et l’accomplir, au lieu de s’accroupir tout en pleurs et sanglotant, comme une pauvre femme sans défense, à la façon d’un

EDAD MEDIA

33

malheureux chien acculé dans un coin que tous les autres attaquent. Car si vous agissiez ainsi, vous les femmes, il se trouverait bien des gens sans pitié pour vous ôter votre pain; et on vous jugerait ignorantes et sottes, si bien que personne ne vous prendrait en pitié. Cependant, vous ne devez pas agir de votre chef ni vous fier à votre propre jugement, mais toujours en étant bien conseillées, surtout pour les questions importantes que vous ne connaissez pas. C’est de cette façon que vous devez vous conduire dans vos affaires, vous les veuves, du moins celles qui ont un certain âge et ne veulent plus se remarier. Quant aux plus jeunes, il faut qu’elles soient gouvernées par leurs parents et leurs proches jusqu’à leur remariage. Qu’elles vivent tranquillement et simplement auprès d’eux sans que rien puisse entacher leur réputation, car cela irait contre leur bien et leur intérêt. Contre ces trois malheurs qui menacent les femmes veuves, exposées à la médisance des gens, le troisième remède est pour elles d’éviter absolument de donnr prise à de méchants propos par leur attitude, leur maintien et leurs vêtements, qui doivent être simples et honnêtes. Leurs façons, leurs gestes doivent être calmes et timides, afin qu’on ne puisse pas en dire du mal. Elles ne doivent pas se montrer trop familières ni intimes avec des hommes qu’on verrait fréquenter leur maison, à moins qu’ils ne soient de leur famille, et encore dans ce cas que ce soit. Avec réserve. Quant aux directeurs de conscience, aux prêtres et aux moines, qu’il y en ait peu chez elle, ou aucun, quelque pieuse qu’elle soit, car le monde est trop enclin à médire. Elle se gardera d’avoir des serviteurs qui puissent inspirer des soupçons. Qu’elle n’ait avec eux ni intimité ni familiarité, malgré toute l’honnêteté qu’elle leur connaît; et même si c’est sans mauvaise intention, qu’elle ne fasse pas de dépense pour eux, afin de ne pas faire jaser. En outre, pour mieux conserver son bien, qu’elle s’abstienne d’avoir un train de vie excessif, en ce qui concerne la domesticité, les vêtements et la nourriture, car la conduite qui convient à la dame veuve est d’être sobre et d’éviter tout luxe. Puisque le veuvage est si pénible pour les femmes, comme nous venons de le dire, et c’est tout à fait exact, certains pourraient estimer qu’il serait par conséquent préférable que toutes se remarient. À quoi on pourrait répondre que si le mariage impliquait toujours une vie tranquille et paisible, il serait effectivement judicieux pour une femme d’y revenir. Mais on constate qu’il en est autrement, si bien qu’une femme doit redouter de se remarier, quoique ce soit une décision nécessaire, ou très souhaitable dans le cas des jeunes. Mais pour celles dont la jeunesse est passée ou qui ont suffisamment de bien pour ne pas être contraintes par la pauvreté, se remarier est une folie, bien que certaines qui y sont résolues disent qu’une femme seule ne compte pour rien: elles ont si peu confiance dans leur jugement qu’elles se justifient en alléguant qu’elles seraient incapables de se diriger. Mais le comble de la folie et le ridicule suprême, c’est une vieille femme

34

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

qui prend un jeune mari: il est rare que celles-là ne déchantent pas rapidement. Cependant, on ne les plaint pas pour leur malheur, et on a raison.

V. Sur les jeunes filles Il ne serait pas juste qu’au cours de nos leçons soient oubliées les femmes ou les jeunes filles qui sont encore vierges. On peut les ranger en deux catégories: celles qui ont l’intention de garder leur virginité toute leur vie pour l’amour de Notre-Seigneur, et d’autre part celles qui attendent le moment de leur mariage selon ce que règlent et décident leurs parents. Leurs intentions étant différentes, leurs vêtements, leurs fréquentations et leur manière de vivre en société doivent l’être également: une vie très pieuse et solitaire est bonne pour celles qui sont tout à fait préparées à ne jamais s’en écarter, et bien qu’une telle existence soit bonne pour toutes les femmes, elle leur convient davantage qu’aux autres. Si elles sont dans l’obligation d’avoir un travail pour gagner leur vie, ou si elles entrent en service quelque part, une fois qu’elles auront accompli les tâches indispensables, elles doivent veiller à consacrer tout leur temps à servir Dieu par de pieuses oraisons. Elles le feront également en pratiquant jeûnes et abstinences avec discernèrent, sans en pousser la sévérité au point qu’elles ne puissent les supporter ni les continuer, ou que leur tête puisse en être troublée, car un exercice très rigoureux ne doit pas être entrepris sans de sages avis. Elles doivent se garder spécialement de tout péché, en action ou en pensée, afin de ne pas perdre d’un autre côté le bénéfice de leur bonne conduite. Car il ne servirait guère d’être pauvre et chaste, de pratiquer abstinences et dévotions, tout en étant par ailleurs un grand pèche ou une grande pécheresse. Ainsi, toute personne qui entreprend une action vertueuse doit veiller à offrir à Dieu une offrande pure; car si on présenterait au roi un mets excellent mêlé d’ordure et de pourriture, on ne lui ferait pas plaisir, et il le refuserait à juste titre. Leurs propos doivent être vertueux, simples, pieux et point trop bavards, leurs vêtements honnêtes et sans coquetterie; elles doivent avoir une attitude discrète, un air modeste, les yeux baissés et ne pas parler fort. Elles doivent mettre tout leur bonheur à écouter la parole de Dieu et à fréquenter l’église. Celles qui ont choisi cette vie sont nées sous une bonne étoile, car elles ont pris le meilleur parti. Les autres jeunes filles, qui attendent le mariage, doivent également être mesurées et honnêtes dans leur attitude, leur maintien et leurs propos: à l’église notamment, elles se tiendront silencieuses, le regard attaché sur leur livre ou les yeux baissés. Dans la rue ou en public, elles se montreront modestes et paisibles; à la maison, elles ne seront pas oisives, mais toujours occupées à quelque tâche ménagère. Les habits et leurs toilettes seront de bonne qualité

EDAD MEDIA

35

élégants et gracieux, mais sans rien de déshonnête, et proprement tenu. Leurs cheveux seront bien coiffés et non épars sur les joues, ni sales. Dans leur façon de parler, elles seront aimables et polies avec tout le monde, simples et point trop bavardes. Si elles participent à des fêtes, danses ou assemblées, elles doivent être particulièrement sur leurs gardes et veiller à bien se tenir, parce que d’avantage des gens ont les yeux sur elles; qu’elles dansent simplement et ne chantent pas trop haut; leurs regards ne seront pas trop mobiles ni dirigés en tous sens, mais modestement baissés. Elles éviteront de se tenir parmi les hommes, et toujours au contraire elles se rapprocheront de leur mère ou des autres femmes. Ces jeunes filles doivent bien se garder d’avoir des chamailleries et des disputes avec qui que ce soit, même avec des valets et des chambrières. C’est en effet un grand défaut pour une jeune fille que d’être querelleuse et prompte aux injures: elle pourrait y perdre sa réputation car, pour un motif futile, les serviteurs répandent souvent des propos malveillants et mensongers. La jeune fille ne doit en aucune façon faire preuve de pétulance, d’agitation ou de dérèglement, particulièrement avec des hommes, qu’il s’agisse des secrétaires de sa demeure, des valets ou du reste du personnel. Elle ne doit pas permettre qu’un homme la touche ou se livre avec elle à des jeux de mains ou à des amusements excessifs, car cela porterait atteinte à la dignité qu’elle doit conserver et à sa bonne réputation. Il convient aussi qu’une jeune fille ait de la piété, notamment à l’égard de Notre-Dame, de sainte Catherine et de toutes les vierges saintes. Si elle sait lire, elle se plaira à lire leurs vies, elle jeûnera certains jours, se montrera particulièrement sobre pour ce qui est du boire et du manger, et se contentera de peu de nourriture et de vins légers: chez une jeun fille, abuser de la nourriture et du vin est le défaut le plus laid qui soit. Aussi doit-elle éviter soigneusement qu’on la voie parfois sous l’empire d’un excès de vin, car avec un tel défaut on atteindrait d’elle plus rien de bon. Toute jeune fille aura la bonne habitude de mettre beaucoup d’eau dans son vin et de boire peu. Outre les qualités et manières qui conviennent à son état, une jeune fille doit se montrer modeste et soumise à son père et à sa mère, et appliquer à les servir le mieux possible, s’en remettre entièrement à eux pour son mariage et non l’arranger elle-même sans leur consentement: elle ne doit ni en parler ni accepter qu’on lui en parle. Les jeunes filles ainsi éduquées et instruites méritent d’être recherchées par les hommes qui veulent se marier.

VI. Comment les femmes âgées doivent se comporter à l’égard des jeunes, et quel mode de vie elles doivent adopter Querelles et disputes pour des opinions et des propos opposés sont assez fréquentes entre les gens âgés et les jeunes, si bien qu’ils peuvent difficilement se

36

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

supporter les uns les autres, comme s’ils appartenaient à deux espèces. C’est un effet de l’âge qui se traduit dans leur manière de vivre et leur position dans la société. Pour apaiser cette guerre entre les femmes d’âge différent qui pourront prendre connaissance de notre enseignement, nous jugeons bon de rappeler à certaines personnes des vérités qui peuvent s’avérer utiles. Nous expliquerons d’abord aux femmes âgées les façons d’agir qui leur conviennent. Une femme dans cette situation doit montrer de la sagesse dans ses actions, ses habits, sa contenance et ses propos. Dans ses actes, elle sera sage parce qu’elle doit considérer et se rappeler les faits qu’elle a vus se produire en son temps. Quand elle veut faire ou entreprendre quelque chose, elle doit s’inspirer de ces exemples, car si elle a constaté par elle-même ou chez d’autres la réussite ou l’échec de certaines façons d’agir, elle peut s’attendre à des résultats identiques si elle s’y prend de la même manière. Aussi dit-on que les gens âgés sont généralement plus sages que les jeunes, ce qui est vrai pour deux raisons: c’est tout d’abord qu’ils ont un jugement mieux formé et plus réfléchi; et en second lieu, ils ont une plus grande expérience des choses passées, parce qu’ils ont observé davantage. Ils sont donc à même d’être plus sages, et si ce n’est pas le cas, on peut d’autant plus le leur reprocher. Assurément, quand des gens d’âge sont dépourvus de jugement et stupides, ou qu’ils font les mêmes sottises que la jeunesse inspire aux jeunes gens et qu’on blâme chez eux, il n’est rien d’aussi ridicule. Une femme âgée doit donc bien se garder d’actions qu’on pourrait taxer de folie. Il ne lui convient pas de s’amuser, de danser ni de rire sans retenue, mais si elle a le caractère gai, car certaines personnes l’ont plus que d’autres —et ce n’est pas un défaut—, elle doit veiller à s’égayer avec modération et non pas comme le font les jeunes: elle se divertira de manière plus calme et sans bruit. Si nous enseignons qu’une femme de cet âge doit être posée et réfléchie, nous ne voulons pas pour autant qu’elle se montre grincheuse, querelleuse et désagréable, en faisant passer cette attitude pour de la sagesse. Au contraire, elle doit éviter de tels travers, ordinaires chez les vieilles gens, qui sont coléreux, désagréables et grognons, s’ils n’ont pas le bon sens de s’en préserver. C’est pourquoi la dame âgée et sage, quand elle se sentira d’humeur à gronder et à se fâcher, y remédiera grâce à son bon jugement, en se disant à elle-même: Dieu! Qu’as-tu? Que veux-tu? Est-il digne d’une femme raisonnable de s’agiter ou de s’irriter ainsi, parce qu’il te semble qu’on n’agit pas comme il faut? Il ne t’appartient pas de tout corriger: calme-toi et ne parle pas de manière aussi désagréable. Si tu voyais combien tu as le visage déplaisant quand tu te fâches ainsi, tu te ferais horreur. Montre-toi plus accessible et bienveillante avec tes gens et ceux que tu dois réprimander; reprends-les avec plus de courtoisie, en évitant de te mettre en colère: une telle attitude déplaît à Dieu, elle fait tort à ta personne et diminue l’affection qu’on te porte. Tu dois te montrer patiente.

EDAD MEDIA

37

Voila à peu près ce que doit se dire la femme âgée pleine de sagesse quand des mouvements de colère la saisissent. Avec le même bon sens, elle s’habillera de vêtements amples et convenables. À ce propos, Guillaume de Machaut dit avec raison: coquetterie et frivolité de vieille sont sujet de moquerie. Elle se tiendra avec noblesse et dignité, car, quoiqu’on en dise, une personne âgée, homme ou femme, qui montre de la sagesse et se conduit honorablement en toute occasion, est pour une maison un bel ornement, qui lui fait honneur, inspire le respect et s’avère souvent être utile. Cette femme doit toujours parler avec sagesse: qu’elle ne laisse pas sortir de sa bouche des propos inconvenants, déraisonnables ou confus, car rien n’est plus ridicule que des gens d’âge qui disent des sottises et des grossièretés. Ses paroles doivent toujours être exemplaires. Et pour en venir au fait que nous avons déjà mentionné, les disputes et les désaccords qui surviennent souvent entre vieux et jeunes, la femme âgée et sage doit y prêter attention, et quand elle sera tentée de se montrer hostile aux jeunes en action ou en parole, parce qu’elle ne supporte pas bien leur jeunesse, elle se dira en elle-même: Tu as été jeune, pense donc à ce que tu faisais alors. Aurais-tu accepté qu’on parlât ainsi de toi? Pourquoi es-tu si agressive à leur égard? Songe à l’impatience qui aiguillonne la jeunesse? Tu dois te montrer indulgente, car tu es toi-même passée par là. On doit sans doute faire des observations aux jeunes gens et les réprimander pour leurs sottises, mais non pour autant les détester ni en dire du mal, car ils ne savent pas ce qu’ils font et ne se connaissent pas eux-mêmes: aussi les supporteras-tu avec bienveillance et gronderas-tu gentiment ceux et celles à qui tu portes de l’intérêt. Et si les autres les blâment ou médisent à leur propos, toi tu les excuseras avec indulgence, en considérant l’ignorance propre à la jeunesse qui les empêche d’avoir davantage de connaissances. Ah! Dieu! songe que tu n’éprouves plus les passions que leur âge inspire aux jeunes gens, et si tu ne te laisses pas entraîner par les mêmes désirs, parce que la vieillesse t’a mûrie et refroidie, tu n’es pourtant pas sans péché. Peut-être au contraire en commets-tu de plus grands et de plus graves que tu ne faisais à cet âge, ou que ne le font beaucoup de jeunes gens. Et si ces défauts de jeunesse t’ont quittée, d’autres plus pernicieux t’ont atteinte, comme l’envie, la cupidité, la colère, l’emportement, la gourmandise, et le goût excessif pour le vin, qui te font souvent commettre de grandes fautes. Et alors que tu dois te montrer sage, tu es incapable d’y résister parce que le penchant naturel de la vieillesse t’y incline et t’y incite: et tu voudrais que ces jeunes soient plus sages que toi, qu’ils résistent aux tentations que leur inspire leur âge et qu’ils fassent ce que tu es incapable de faire! Laisse les jeunes en paix et cesse de te plaindre d’eux, car si tu te regardes, tu verras que tu as assez à faire avec toi-même. Si les défauts de la jeunesse t’ont abandonnée, ce n’est pas

38

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

l’effet de la vertu, mais parce que la nature ne te pousse plus de ce côté: c’est pourquoi ils te semblent maintenant si haïssables.

VII. Comment les jeunes femmes doivent se conduire envers les femmes âgées Venons-en aux leçons qui peuvent empêcher les jeunes gens de se quereller avec les anciens, de les tourmenter, les détester et les mépriser, en leur apprenant au contraire à les considérer avec respect. Voici ce que nous leur dirons à ce sujet: Enfants, et vous, jeunes gens, qui retenez et apprenez facilement, écoutez la leçon qui peut vous initier avec profit aux façons d’agir et aux usages que vous devez adopter à l’égard de la catégorie très respectable des gens âgés. Elle tient en cinq points principaux: le premier concerne le respect que vous leur devez; le second l’obéissance; le troisième la crainte; le quatrième l’aide et le réconfort; le cinquième consiste à considérer le bien qu’ils vous font et que vous en recevez. À propos du premier point, le respect que vous leur devez légitimement, on lit qu’autrefois il y eut en Grèce un roi nomme Lycurgue, qui inventa de belles lois. Il en établit notamment une selon laquelle les jeunes gens devaient témoigner beaucoup d’honneur et de respect aux anciens. Il arriva que ce roi ou un de ses successeurs envoya des ambassadeurs dans une contrée étrangère, et avec eux pour les protéger, les assister et les accompagner, des jeunes nobles du pays. Au moment où ils allaient présenter leur délégation, la foule était nombreuse à l’endroit où ils étaient assis, car les jeunes s’étaient rassemblés pour entendre ce qu’ils voulaient dire: aussi les places étaient-elles toutes prises. Alors arriva un homme âgé, qui voulait lui aussi les entendre; il chercha alentour une place où s’asseoir, mais personne de sa nation n’eut la courtoisie de lui en offrir une. Mais quand il parvint là où étaient assis les jeunes étrangers, aussitôt, selon les lois de leur pays, ils se levèrent et tirent respectueusement place au vieillard: ce qui fut remarqué et suscita l’éloge et l’estime de tous. C’est ainsi également que se comportaient les Romains à l’époque ou ils étaient gouvernés par d’excellents règlements. Que pour vous tous, enfants et jeunes gens, cet exemple serve de leçon, car, sachez-le, la justice et la raison exigent que l’on traite les personnes âgées avec honneur, et l’Écriture Sainte elle-même en témoigne. Soyez assurés qu’en agissant ainsi, vous vous attirerez beaucoup d’estime, car l’honneur n’est pas tant pour celui à qui on témoigne du respect que pour celui qui adopte cette attitude. S’il vous faut honorer les gens âgés, à plus forte raison vous devez vous garder de vous en moquer, de les tourner en dérision ou d’agir à leur égard de manière injurieuse, outrageante ou blessante; enfin, de les tourmenter

EDAD MEDIA

39

et de s’en prendre à eux comme certains mauvais enfants bien dignes de blâme, qui pour les insulter les appellent vieillards ou vieilles: mais ce sont en fait des insultes très honorables pour qui se conduit bien. Le second point, c’est-à-dire l’obéissance que vous leur devez, est fondé sur la certitude où vous devez être qu’ils sont plus sages que vous. Aussi convientil que vous suiviez leurs opinions plutôt que les vôtres, s’il s’agit de sages anciens, que vous ayez recours à leurs conseils, et que vous dirigiez et régliez vos actions les plus importantes selon leur avis. En agissant ainsi, vous serez a l’abri de tout reproche. Le troisième point est que, bien qu’ils n’aient pas assez de vigueur physique pour vous battre et que vous n’ayez rien à craindre de ce côté, vous devez cependant les redouter comme s’ils étaient tous vos pères et vos mères. Ils possèdent en effet, par leur jugement et leur savoir, le bâton de correction qu’il vous faut: il convient que vous éprouviez de la crainte en leur présence, et que vous vous gardiez de commettre une faute la où ils sont, car ils ne tarderaient pas à s’en apercevoir. En quatrième lieu, vous devez employer votre force et aussi vos ressources à les aider et à les soutenir, en prenant en pitié, quand ils sont faibles ou malades, ceux qui ont besoin de votre assistance: inspirés par une compassion humaine, vous penserez que vous deviendrez à vos tours impotents et faibles si vous vivez aussi longtemps; et vous voudriez bien alors qu’on vous vienne en aide. Vous songerez également à la grande charité dont vous ferez preuve aux yeux de Dieu par cette aumône, car il n’est pas de plus grave maladie que la vieillesse. Le cinquième point concerne le bien que vous recevez d’eux et qui doit vous inciter à les supporter et à en avoir pitié, car c’est d’eux que viennent les sciences et même les lois grâce auxquelles vous êtes formés et dirigés selon le droit. Vous ne sauriez vous acquitter pour de tels bienfaits, qui chaque jour en tout territoire, pays et royaume, assurent la stabilité des bonnes règles et institutions de ce monde: car malgré la force des jeunes, s’il n’y avait pas eu les sages anciens, celui-ci tomberait dans la confusion. L’Écriture l’atteste, où il est dit: Malheur à la terre dont le prince est un enfant -c’est-à-dire jeune par sa conduite. Aussi, jeunes gens, devez-vous respecter et appliquer pour votre part ces règles à l’égard des anciens, dans votre intérêt et afin que votre renommée en soit augmentée, car d’un grand poids est la bonne réputation transmise et colportée par la bouche de gens âgés et sages: elle inspire une grande confiance, et si les jeunes gens qui aspirent à en jouir étaient bien avisés, ils devraient faire beaucoup d’efforts pour être en faveur auprès d’eux par leur conduite, afin de recevoir leurs éloges. Cette leçon que nous donnons ici concerne les jeunes gens comme les jeunes femmes.

40

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

Mais pour en venir à notre sujet, l’éducation des femmes, notons que les vertus et le bon jugement dont nous venons de parler se trouvent chez les gens âgés, du moins chez les hommes et les femmes qui sont dignes d’estime et sages. Car nous ne voulons pas parler de certains malheureux vieillards des deux sexes, endurcis dans leurs péchés et dans leurs vices, qui n’ont ni bon sens ni vertu: il faut fuir ces sortes de personnes plus que tout. Mais les vertueuses et honnêtes vieilles dames, toute jeune femme attachée à sa réputation devra être heureuse de les fréquenter et de préférer leur compagnie à celle des jeunes pour aller dans des fêtes ou dans d’autres endroits. Elle sera louée d’agir ainsi, et elle s’y rendra avec plus de sécurité. Et si quelque incident se produisait dans cette société, jamais le déshonneur ni le blâme n’atteindront celle qui se trouvera en compagnie d’une femme âgée de bonne réputation. La jeune femme doit, comme on l’a dit, se mettre au service de celle qui est âgée, l’honorer, lui témoigner beaucoup d’égards et la supporter, à supposer qu’elle soit méchante ou désagréable. Elle recevra volontiers ses réprimandes, ne lui répondra pas avec insolence, mais au contraire se taira ou lui parlera aimablement; elle l’apaisera par la douceur, si elle peut, et s’abstiendra de commettre des actions qui peuvent provoquer sa colère. On la louera beaucoup d’agir ainsi. Si les gens âgés s’en tiennent à ces règles de conduite avec les jeunes, et les jeunes à l’égard des gens âgés, la paix pourra subsister entre eux, au lieu des graves différends qui les opposent souvent.

VIII. Sur les femmes d’artisans et la conduite qu’elles doivent adopter Il nous faut maintenant parler des règles de vie qui conviennent aux femmes mariées a des artisans qui demeurent dans les cités et les bonnes villes, à Paris et ailleurs, bien qu’elles puissent faire leur profit, si elles veulent, des sages conseils qui ont déjà été donnés. Certains métiers sont plus respectables que les autres (ceux d’orfèvre, de brodeur, d’armurier, de tapissier, notamment, le sont plus que les métiers de maçon, de cordonnier et autres du même genre), mais toutes les femmes d’artisans, si elles veulent s’assurer un état de fortune honorable, doivent mettre beaucoup de soin et d’effort à amener leurs maris et leurs ouvriers à se mettre au travail dès le matin —et à ne le quitter que tard. Car avec le meilleur métier du monde, assurément si on ne s’y applique pas, on gagne difficilement son pain quotidien. La femme d’artisan doit non seulement encourager les autres, mais aussi mettre elle-même la main à la pâte. Elle doit faire en sorte de connaitre l’ouvrage, afin d’être en mesure de donner des instructions aux ouvriers, si son mari est absent, et de les réprimander, s’ils ne travaillent pas bien. Elle doit les surveiller pour les empêcher de paresser, car

EDAD MEDIA

41

il arrive parfois que des ouvriers négligents causent la ruine du maître. Quand on offre à son mari de se charger d’un travail difficile et inhabituel, elle doit l’exhorter vivement à ne pas s’engager dans une entreprise à laquelle il puisse perdre. Elle lui conseillera de faire crédit le moins possible, s’il ne connaît pas bien l’affaire ni le client. Car c’est ainsi que beaucoup tombent dans la pauvreté, pour s’être laissé tenter par désir de gagner davantage ou par l’importance de l’offre qu’on leur faisait. La femme doit en outre témoigner son affection à son mari le mieux qu’elle peut, afin qu’il reste plus volontiers au logis et n’ait pas de motif de rejoindre ces sottes compagnies de jeunes gens qui fréquentent les tavernes, ni de faire d’autres dépenses superflues et excessives, comme c’est le cas de beaucoup d’artisans, notamment à Paris. Elle doit s’efforcer de l’empêcher de se conduire ainsi en lui rendant la vie agréable, car on a coutume de dire que trois choses chassent l’homme de chez lui: femme querelleuse, cheminée qui fume et maison où il pleut. Elle doit en outre aimer à rester chez elle au lieu d’aller trotter ici et là et de rendre visite à ses voisins pour s’informer de tout un chacun. Elle s’abstiendra d’aller souvent voir ses commères, car c’est agir en mauvaise ménagère. Il ne convient pas qu’elle fréquente tant de gens dans la ville, ni qu’elle coure à ces pèlerinages qu’on invente sans nécessité et qui ne sont que des occasions de dépenses inutiles et injustifiées. Elle doit aussi faire la leçon à son mari pour qu’en vivant avec suffisamment d’économie, ils ne dépensent pas au-delà de leurs gains et évitent de se trouver endettés à la fin de l’année. Si elle a des enfants, elle commencera par leur faire donner de l’instruction à l’école afin qu’ils soient capables de servir Dieu. Qu’on les mette ensuite à un métier qui leur permette de gagner leur vie, car c’est donner un bien précieux à son enfant que de lui procurer des connaissances, un commerce ou un métier d’artisan. Qu’elle se garde surtout de leur prodiguer des caresses et des gourmandises, car c’est là une pratique qui gâte souvent les enfants des bonnes villes et constitue un grand péché pour leurs pères et leurs mères, qui doivent amener leurs enfants à la vertu et aux bonnes mœurs: ils sont souvent responsables de leur malheur et de leur corruption parce qu’ils les élèvent au milieu des gâteries et leur font trop de cajoleries.

IX. Sur les servantes et les chambrières. Afin que chacun profite de notre enseignement sur la manière de bien vivre, nous nous adresserons également aux servantes et chambrières de Paris et d’ailleurs. Souvent, la nécessité de gagner leur vie a pu les empêcher de savoir autant que les autres ce qu’il faut pour faire leur salut, car beaucoup ont été mises très jeunes aux travaux domestiques. Elle les a empêchées également de

42

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

servir Dieu en écoutant les messes et les sermons, et en récitant des prières et des oraisons. Certaines, qui sont vertueuses, peuvent en souffrir, mais les exigences de leur service ne leur permettent pas ces exercices de piété. Aussi nous semble-t-il utile de parler des règles qu’elles doivent observer pour leur salut, et aussi de ce qu’elles doivent éviter. Toute femme dont le métier est de servir doit savoir qu’elle est excusable si elle n’accomplit pas certains devoirs, même envers Dieu, alors que sa maîtresse ou une autre femme de condition aisée ne le serait pas: c’est-à-dire, si elle sert pour gagner sa vie et si, pour accomplir son service au mieux, il lui faut travailler très dur, se lever tôt et se coucher tard, déjeuner et dîner après les autres et à la va-vite, en mangeant comme elle peut, sans interrompre son travail et en n’ayant peut-être pas de quoi se sustenter abondamment, mais seulement une pauvre et chiche pitance. Une femme dans cette situation qui ne jeûne pas tous les jours commandés par l’Eglise mérite d’être pardonnée si elle se rend compte qu’elle ne pourrait le faire sans altérer gravement ses forces physiques, qui viendraient à lui manquer, en l’empêchant de gagner sa vie. Mais qu’elle n’aille pas briser le jeûne par gourmandise et folle outrecuidance en disant: Je suis servante, je ne dois donc pas jeûner. À cet égard, c’est le discernement et une conscience honnête qui doivent faire la distinction et permettre d’en juger. Car il existe des femmes de chambre qui ont la vie plus facile que bien des maîtresses de maison qui jeûnent et font abstinence pour l’amour de Dieu: nous ne parlons pas de celles qui sont dans ce cas. De même, nous disons qu’il faut aller à l’église et faire ses dévotions. Mais que doit faire la bonne servante qui veut mériter son salut? Elle doit savoir que Dieu, qui voit et sait tout, n’exige qu’un cœur bien intentionné, et qui l’aura a son égard ne manquera pas de bien agir. Aussi, celle qui sera dans cette disposition assurera son salut en s’abstenant de commettre d’odieux et funestes péchés, et en se montrant loyale en actions et en paroles envers son maître et sa maîtresse. Elle les servira avec application; et tout en faisant son travail, elle pourra dire ses oraisons et ses prières. Si elle ne peut se rendre physiquement à l’église, son cœur y sera en intention. Toutefois, il est impossible de croire que les servantes soient presque toutes si occupées qu’elles ne puissent, si elles veulent bien prendre la peine de se lever de bon matin, trouver le temps d’entendre la messe presque tous les jours, et de se recommander à Dieu avant de s’en retourner au travail. Adopter une telle conduite, en y ajoutant les autres bonnes actions que peut accomplir une servante vertueuse, la conduira immanquablement à faire son salut. En revanche, se conduire comme le font certaines servantes débauchées et corrompues mène à la damnation: nous allons en parler pour blâmer leurs méfaits et leurs égarements. Il existe des chambrières cupides ct trompeuses, expertes en mauvais tours, mais sachant aussi assurer un bon service pour

EDAD MEDIA

43

mieux se faire apprécier dans les grands hôtels des bourgeois et des riches: aussi leur donne-t-on d’importantes responsabilités, parce qu’elles savent se faire passer pour de bonnes ménagères. Elles sont chargées d’acheter la nourriture et de procurer la viande, ce qui leur fournit l’occasion de faire danser l’anse du panier, expression courante qui signifie faire croire qu’une chose est plus coûteuse qu’elle ne l’est en réalité, et garder l’argent de la différence. Elles font donc croire que le quartier de mouton leur coûte quatre sous, alors qu’elle l’ont eu pour dix blancs ou moins, et de même pour le reste. Elles peuvent faire beaucoup de tort à une maison en agissant ainsi tout au long de l’année. Elles font même pire certains jours: elles apportent de la boucherie un bon morceau à leur intention, en font faire du pâté et le font passer au four aux frais de leur maître; et pendant que celui-ci est au palais ou en ville, et que leur maîtresse écoute la grand-messe à l’église, le déjeuner est servi à la cuisine et l’on y fait une joyeuse bamboche, non sans boire, et du meilleur. Les autres servantes de la rue, qui appartiennent à la même bande, sont de la partie, ainsi que d’autres commères. Et Dieu sait comme on se gave! D’autres fois, le pâté est transporté dans la chambre que la servante a en ville, son bon ami l’y rejoint, et ils prennent ainsi du bon temps. Lorsque des femmes logées à la maison aident aux lessives et à la vaisselle, elles sont complices de la chambrière, car ce sont elles qui font le travail de la maison pendant qu’elle va s’amuser, afin que le maître et la maîtresse de maison trouvent tout en ordre à leur retour. La servante les fait partir à temps, et Dieu sait comme elles sont bourrées de nourriture et de vins! Ces femmes rendent un autre service: parfois, quand on fait la lessive à la maison, alors que la maîtresse, tout absorbée par ce travail, croit que sa chambrière est à la rivière à laver le linge, celle-ci est aux bains, tranquille et bien à l’aise. Ce sont ces femmes qui font la besogne, mais ce n’est pas de sa poche qu’elle les paiera. Il y a aussi les cousins et les compères qui parfois viennent la demander au logis et lui rendre visite: Dieu sait ce que coûtent à la maison en bouteilles de vin ces relations de famille et celles qu’elle a avec nombre de commères dans la ville. Si une telle femme est en service auprès d’une maîtresse jeune, nouvellement mariée et un peu naïve, ce sera pour elle une bonne place. Elle prendra soin de flatter le maître, de lui parler de façon honnête et d’éviter tout désordre afin qu’il s’en remette à elle avec confiance au sujet de sa femme et en toutes choses. Elle ne manquera pas de lui tirer les vers du nez, et elle flattera par ailleurs la jeune femme, si bien qu’elle les gouvernera tous les deux et qu’ils se fieront à elle comme à leur dieu. Dans ces conditions, le vin et la nourriture, la chandelle, le pain, le lard, le sel, et toute la dépense de la maison seront bien gérés! S’il arrive que le maître se plaigne que les provisions s’épuisent trop vite, elle aura aussitôt une réponse toute prête: elle dira que c’est parce qu’il offre trop

44

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

de grands dîners et qu’il invite beaucoup de gens à boire. Mais si un galant lui promet ou lui donne un chaperon ou un vêtement pour faire passer un message à sa maîtresse, qu’elle soit brûlée vive, si elle ne s’y prête pas volontiers. Ces chambrières cupides sont un grand danger dans une maison, car par la qualité du service qu’elles apportent, par leurs flatteries, leur aptitude à préparer de bons repas, à tenir tout propre et en ordre, à bien parler et répondre adroitement, elles aveuglent tellement les gens qu’on ne se défie pas de leurs grandes malversations. En outre, elles pratiquent la dévotion pour mieux dissimuler leurs menées et vont à l’eglise pour participer à toutes les prières; et c’est là le danger. Prenez donc garde, vous qui avez des serviteurs, à ne pas vous y laisser prendre. Et à vous qui êtes en service, nous parlons ainsi pour que vous ayez en horreur de tels agissements. Assurément, celles qui se conduisent de cette façon se damnent et méritent la mort, celle de l’âme et celle du corps, car des femmes de ce genre sont brûlées ou enterrées vives, même pour moins que cela.

X. Sur l’instruction des femmes de mauvaise vie De même que le soleil brille pour les bons et pour les méchants, nous n’éprouverons pas de honte à communiquer notre enseignement également aux femmes dissolues, libertines et menant une vie de désordres, bien que rien ne soit plus abominable. Nous ne devons pas y répugner, en songeant que la digne personne de Jésus-Christ ne craignit pas de s’entretenir avec elles pour les convertir. Par charité et en visant au bien, nous leur tiendrons ce discours, afin que certaines d’entre elles, s’il arrivait qu’elles l’entendent, puissent recevoir et retenir de nos leçons quelque chose qui puisse les conduire à abandonner leur vie de débauche. Car il n’est pas d’œuvre plus charitable que d’écarter le pécheur du mal et du péché. Ouvrez les yeux de la conscience, vous toutes, pauvres femmes qui vous adonnez si honteusement au péché; renoncez pendant que vous jouissez encore de la lumière au jour et avant que la nuit ne vous surprenne, c’est-à-dire tant que votre corps est encore en vie et avant que la mort ne vous saisisse en état de péché pour vous conduire en enfer, car nul ne sait l’heure de sa fin. Considérez l’infamie de votre manière de vivre, si abominable que, outre la colère de Dieu, vous subissez dans le monde un tel mépris que toute personne honnête vous fuit, comme si vous étiez excommuniées, et détourne de vous son regard dans la rue pour ne pas vous voir. Et pourquoi demeure en vous un tel aveuglement, qui vous laisse plongées dans le marais d’une si grande abomination? Comment une femme, qui par nature et par état est honnête, simple et pudique, peut-elle être réduite à une telle abjection qu’elle

EDAD MEDIA

45

accepte une existence à ce point honteuse: vivre, boire et manger parmi des hommes plus vils que des porcs —les seuls que vous connaissiez— qui vous battent, vous entraînent de force et vous menacent, et par qui chaque jour vous vous voyez exposées au danger de recevoir la mort? Hélas! pourquoi le naturel et l’honnêteté propres aux femmes sont-ils rabaissés en vous jusqu’à une telle débauche? Ah! pour l’amour de Dieu, femmes qui portez le nom de chrétiennes et qui le réduisez à un si vil métier, relevez-vous et sortez de cette horrible fange! N’acceptez plus que vos pauvres âmes soient accablées par les infamies de vos corps vils. Car Dieu très pitoyable est prêt à vous pardonner, si vous voulez vous repentir et implorer votre grâce avec une pleine contrition. Prenez donc modèle sur la bienheureuse Marie l’Egyptienne, qui pour s’être repentie de sa mauvaise vie et s’être tournée vers Dieu, est une glorieuse sainte au paradis. Et il en est de même de la bienheureuse sainte Affre, qui pour l’amour de Notre-Seigneur offrit au martyre son corps, par lequel elle avait péché et aussi des autres femmes qui ont de la même façon été sauvées. Il se peut que l’une de vous trouve une échappatoire en prétendant qu’elle serait disposée à agir ainsi, mais que trois raisons l’en empêchent: la première est que les hommes vicieux qui la fréquentent ne l’accepteraient pas, la seconde que la société, qui l’a en horreur, la repousserait et la chasserait de partout, si bien que couverte de honte comme elle est, elle n’oserait jamais prendre sa place dans le monde; la troisième est qu’elle n’aurait pas de moyens d’existence, puisqu’elle ne sait aucun métier. À cela nous répondons que ces raisons sont sans valeur, car on peut trouver remède à tous ces obstacles. Sur le premier point, voici la réponse: Ces femmes doivent savoir qu’il est une certitude pour celle, même prostituée et liée à plusieurs hommes, qui veut pour de bon entreprendre de sortir du péché, quoi qu’il puisse lui en advenir. Si elle demande pardon à Dieu en se repentant et se refugie auprès de lui avec la ferme intention de ne jamais rechuter, Il la protègera de tous ceux qui voudraient la détourner de sa résolution. Mais il faut qu’elle ait la volonté de se préserver elle-même par ses actes et son attitude, qu’elle abandonne immédiatement sa tenue très indécente pour se vêtir d’une robe large et convenable et qu’elle fuie les lieux qu’elle avait l’habitude de fréquenter. Qu’elle fasse retraite au couvent et à l’église pour se livrer à de pieuses oraisons, qu’elle écoute les sermons et se confesse sincèrement et avec un profond repentir à un sage confesseur. Et à tous ceux qui l’exhorteront à pécher, qu’elle réponde avec fermeté qu’elle préférerait exposer son corps au martyre plutôt que de s’y résoudre. Car Dieu lui a accordé la grâce de se repentir et de se retirer du péché: jamais elle n’y retombera, dûtelle en mourir. Si elle s’en tient à cette conduite, il est certain qu’avec l’aide qu’elle demandera à Dieu, il n’y aura pas de mauvais garçon dont elle ne se libère. Et si jamais il s’en trouvait un si dangereux qu’elle ne pût y parvenir,

46

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

qu’elle expose son cas à la justice, qui aurait pitié d’elle, en sorte qu’il y serait remédie. Pour ce qui est de la seconde raison, l’idée que les gens la mépriseraient, c’est une opinion à écarter et qui ne doit pas l’amener à renoncer, car la vérité est tout à l’opposé. Il ne doit pas faire de doute que toutes les personnes vertueuses qui la verraient ainsi convertie et honteuse de son péché et de sa vie de désordre en auraient grande pitié: ils la feraient venir, lui diraient de bonnes paroles et lui donneraient la possibilité de persévérer dans le bien. On lui verrait mener une vie si honnête et vertueuse, avec tant de piété, de douceur et d’humilité que lá même où elle était repoussée de tous, elle serait au contraire invitée par les gens de bien et traitée avec affection. Par sa bonne conduite et par la grâce de Dieu, elle aurait retrouvé l’honneur, au lieu de la honte. Et pourquoi n’en serait-il pas ainsi? Car une fois que Dieu lui aurait pardonné et accordé sa grâce, il ne serait pas juste que le monde la repousse. Hélas toute femme qui s’est abandonnée à la honte et au péché devrait avoir le désir sincère d’être remise sur le droit chemin, ce qu’elle pourrait obtenir si elle voulait s’y préparer. La troisième raison, le fait qu’elle n’aurait pas de quoi vivre ne vaut rien. Car si elle a un corps assez vigoureux pour mal se conduire et supporter des nuits pénibles, des coups et bien des infortunes, elle aurait bien assez de force pour gagner sa vie, à condition qu’elle soit prête à le faire, comme nous l’avons dit. Car on la prendrait volontiers pour aider à faire la lessive dans les grandes maisons; on aurait pitié d’elle et on serait tout disposé à lui permettre de gagner sa vie. Mais elle devrait prendre bien garde qu’on n’aperçoive en elle rien de vicieux ni de malhonnête. Elle filerait, garderait les accouchées et les malades, et habiterait une petite chambre dans une rue honnête, parmi des gens honnêtes. Là, elle vivrait simplement et sobrement, en sorte qu’on ne la trouverait jamais ivre ni goulue, ni méchante, ni querelleuse, ni trop bavarde. Elle devrait bien veiller à ce qu’aucune parole indécente ni malhonnête ne sorte de sa bouche, et à se montrer toujours courtoise, humble, douce, et serviable avec tous les gens de bien. Elle devra bien se garder de séduire un homme, car elle perdrait tout. En suivant cette voie, elle pourrait servir Dieu tout en gagnant sa vie. Un seul denier lui ferait alors de plus de profit que cent reçus dans le péché.

XI. Où l’on fait l’éloge des femmes honnêtes et chastes Comme le blanc tranche avec le noir, ce qui les oppose étant d’autant plus visible qu’ils sont placés côte à côte, nous voulons pour éclairer les femmes chastes et honnêtes, nous adresser à elles en faisant leur éloge, non pour leur inspirer de l’orgueil, mais afin qu’elles soient heureuses de persévérer dans le bien et

EDAD MEDIA

47

que toutes les femmes désirent rejoindre leurs rangs. Nous parlerons donc d’elles après nous être adressées aux pauvres pécheresses, car si ces dernières, qui ont succombé, peuvent, par la grâce de Dieu, se convertir et trouver le salut, les femmes honnêtes courent le risque d’être perverties et perdues sous l’effet des tentations de l’Ennemi et à cause de leur fragilité, car on ignore jusqu’où va la constance du bon pèlerin tant qu’il n’est pas parvenu au terme de son voyage. Vu la pitoyable fragilité de l’être humain, qui l’expose si aisément à trébucher, personne ne doit se croire plus fort que saint Pierre, David, Salomon et d’autres personnages de grand savoir qui tombèrent dans le péché. Voici donc ce que nous vous dirons à vous, femmes honnêtes qui mènent une existence chaste. Nos affectueuses salutations, chères amies! Le plaisir que nous donne l’éclat d’une vie chaste nous conduit à vous décrire les vertus de cette noble fleur et les éloges qu’on en fait afin que vous soyez comme le bon ouvrier qui se plaît davantage à bien travailler quand on fait son éloge. Recenser toutes ces qualités serait difficile, mais nous voulons néanmoins rappeler brièvement quelques-unes des plus belles. Chasteté a la propriété de rendre agréable à Dieu la personne en qui elle réside, alors que sans elle nul ne peut lui plaire. On le voit bien d’après ce que dit saint Ambroise, qui déclare qu’elle fait de la créature un ange. Saint Bernard appuie cette idée en ces termes: Quoi de plus beau, dit-il, que la chasteté qui peut changer en une demeure propre et agréable à Dieu la créature humaine conçue dans l’ordure et le péché. Chasteté, dit-il, est la seule vertu qui en ce monde mortel représente l’immortalité d’en haut: car les créatures qui la possèdent peuvent être comparées aux saints qui sont au ciel. Aussi la Sainte Ecriture attribue-t-elle à cette vertu céleste des qualités et des éloges sans fin. Si tout prouve la place éminente qu’elle occupe aux yeux de Dieu, l’expérience nous montre en outre à quel point le monde met également très haut son mérite. Car si pleine de défauts que soit une personne, elle sera respectée si elle a la réputation d’être chaste; mais on se moque par-derrière de celle qui a la réputation inverse et on l’estime peu, quelque bien qu’elle fasse. Puissiez-vous donc vous réjouir davantage encore de posséder cette qualité, vous, femmes pleines de vertu, non pas en l’affectant faussement par vos gestes et vos paroles, tout en cultivant en cachette le vice opposé, car Dieu, à qui rien ne reste caché, le saurait et vous en punirait; mais que la chasteté soit réellement l’éclatante vérité de votre conscience. N’agissez pas comme certaines dévergondées qui croient qu’en disant du mal des autres elles peuvent cacher leurs débordements ou faire croire qu’elles sont des femmes de bien, qui ont de telles actions en horreur. Une telle conduite attire le mépris sur elles. Car une femme, si vertueuse qu’elle soit, doit d’autant plus garder le silence qu’elle est plus sage et persuadée que les autres sont comme elle. Ce n’est pas pour une femme mani-

48

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

fester sa vertu que de trouver tant à redire sur les autres, car si elle en avait vraiment, elle leur prêterait au contraire ses propres sentiments. Vous ne devez donc pas vous enorgueillir de votre propre chasteté en méprisant et en raillant les autres femmes —à supposer que vous conncussiez réellement leurs défauts—, ni en dire du mal pour vous vanter et montrer que vous êtes supérieures, et cela pour deux raisons principales: la première est que vous ne savez pas ce qui vous attend ni à quelles tentations vous serez exposées, puisque, comme dit le proverbe usuel, quand la brebis est vieille, le loup l’emporte parfois. L’autre raison est que si vous n’avez pas commis ce péché, vous en avez peut-être commis de pires qui irritent Dieu bien davantage, comme on l’a dit en un autre endroit de ce livre, bien qu’ils ne soient peut-être pas aussi honteux aux yeux du monde. Aussi devez-vous avoir pitié de celles qui succombent, prier pour elles et leur donner la possibilité de revenir dans le droit chemin. Il vous faut remercier Dieu de vous avoir préservées de ce mal, et le prier qu’il vous donne la force de persévérer et d’éviter les occasions qui pourraient vous inciter au péché, montrer de l’humilité devant lui, être en garde contre vous-mêmes et rester toujours pleines de crainte. C’est en suivant cette voie que vous pourrez guider et conduire votre équipage jusqu’au terme suprême de la vraie gloire: que Dieu vous l’accorde!

XII. Où l’on parle des femmes des paysans Le moment est maintenant venu de nous rapprocher du terme de notre entreprise, en nous adressant aux simples femmes des campagnes et des villages, à qui il est inutile d’interdire les riches parures et les vêtements extravagants, car elles sont à l’abri d’une telle tentation. Cependant, bien qu’elles se nourrissent d’ordinaire de pain bis, de lait, de lard et de soupe, qu’elles boivent de l’eau et mènent une vie pénible, leur existence offre plus de sécurité et se trouve même être plus satisfaisante que celle de femmes qui sont plus haut placées. Puisque toute créature, quelle que soit sa condition, a besoin d’être préparée à vivre honnêtement, nous jugeons bon qu’elles bénéficient de nos leçons. Nous leur parlerons donc en ces termes: Prêtez donc l’oreille, femmes du peuple, vous qui demeurez dans les villages de la plaine ou dans les montagnes, et qui n’avez pas la possibilité d’entendre souvent les conseils que l’Église donne à chaque créature pour son salut, sinon brièvement au prône dominical, comme peuvent vous les transmettre vos curés et vos chapelains. Retenez la leçon qui vous est destinée, si elle parvient jusqu’à vos oreilles, afin que l’ignorance qui peut vous tromper, faute de connaissances suffisantes, ne vous empêche pas de faire votre salut. Vous devez savoir avant

EDAD MEDIA

49

toute chose qu’il existe un Dieu unique, tout-puissant, parfaitement bon, juste et sage, à qui rien n’est caché. Il paie chacun de retour pour le bien comme pour le mal, selon la manière dont on l’a servi. Lui seul doit être parfaitement aimé et servi: il est si bon qu’il est content de tout ce qu’on fait pour lui de bon cœur, et si sage qu’il connaît les possibilités qu’on a, si bien qu’il suffit que chacun agisse selon ses capacités, à condition que l’intention y soit. Et puisque c’est vous qui devez nécessairement soutenir la société par votre travail, dont se sustentent, vivent et se nourrissent les hommes —ce qui vous empêche d’avoir le loisir et la possibilité de le servir par des jeûnes et des prières, en allant à l’église comme les femmes des villes, bien que vous ayez tout autant besoin de faire votre salut—, il faut donc que vous le serviez autrement, ainsi que nous allons vous le dire: vous devez en avoir le désir et la volonté, le cœur plein d’amour pour lui, et vous garder de faire à vos voisins et aux autres gens ce que vous ne voudriez pas qu’on vous fît, tout en exhortant bien vos maris à ce sujet. S’ils labourent pour le compte d’autrui, que ce soit convenablement et honnêtement, comme ils le feraient pour eux-mêmes; et quand ils font la moisson, qu’ils donnent au maître le blé qu’aura produit la terre, si c’est ce qui a été convenu, et qu’ils s’abstiennent d’y mêler du seigle en prétendant que la récolte est venue ainsi; qu’ils ne cachent pas les bonnes brebis et les meilleurs moutons chez les voisins pour payer le maître, au moment du partage, avec les plus mauvais; qu’ils ne lui fassent pas croire que des bêtes sont mortes en lui montrant d’autres peaux; qu’ils ne le paient pas avec la laine des toisons les plus défectueuses; qu’ils ne trichent pas en lui rendant compte de ses voitures, de son matériel et de sa volaille; qu’ils n’aillent pas sans permission couper des arbres dans les bois d’autrui pour construire leurs maisons. Quand ils prennent des vignes à cultiver, qu’ils s’appliquent à y faire tous les travaux nécessaires et au bon moment; s’ils sont chargés par leur maître d’engager d’autres ouvriers, qu’ils ne fassent pas croire qu’ils coûtent sept blancs la journée, alors qu’ils les paient six. Pour toutes les questions de ce genre, les femmes honnêtes doivent apprendre à leurs maris à se garder de mal faire, car ils se damneraient, alors que s’ils acceptent de faire leur travail bien et loyalement, ils ne manquent pas de faire leur salut, et leur vie est vertueuse et agréable à Dieu. Les femmes doivent pour leur part les aider autant qu’elles le peuvent. Qu’elles n’aillent pas briser des haies et qu’elles ne laissent pas leurs enfants le faire pour voler dans le jardin d’autrui, de nuit ou de jour, du raisin, des fruits ou d’autres produits; qu’elles ne mènent pas leurs bêtes paître dans les champs et les prés de leurs voisins, et en général qu’elles ne dérobent pas à autrui ce qu’elles ne voudraient pas qu’on leur prenne. Qu’elles aillent à l’église autant qu’elles pourront, qu’elles paient leurs dîmes à Dieu, sans que ce soit avec la plus mauvaise part des récoltes, et qu’elles récitent des Pater Noster. Elles doivent vivre en paix avec leurs voisins, sans les

50

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

attaquer en justice pour peu de chose, comme font beaucoup de villageois qui ne sont contents que s’ils plaident. Qu’ils croient en Dieu et prennent en pitié ceux qu’ils verront malheureux. C’est par une telle conduite que les gens de bien pourront faire leur salut, tant les hommes que les femmes.

XIII. Où il est question de la condition des pauvres Nous avons commencé en nous adressant aux femmes riches, et ensuite à celles des classes populaires; nous devons achever notre ouvrage en parlant aux pauvres, catégorie aimée de Dieu et haïe du monde, en les exhortant à la patience dans l’espoir de la couronne qui leur est promise. Voici ce que nous leur dirons. O bienheureux pauvres, vous qui selon la sentence de Dieu, que rapporte l’Evangile, êtes promis à la possession du ciel pour avoir patiemment supporté la pauvreté, réjouissez-vous de cette grande promesse qui nous est faite de la joie qui les surpasse toutes et à qui aucune n’est comparable. Cette joie n’est promise ni aux rois ni aux princes ni aux riches, au moins qu’ils ne soient vos égaux en esprit, c’est-à-dire pauvres en intention, méprisant les richesses et les fastes du monde pour lesquels ils n’ont pas de goût. Très chers amis, vous qui êtes aimés de Dieu, veuillez retenir notre leçon si elle peut parvenir jusqu’à vous, afin qu’elle vous rappelle ce qui peut vous aider à résister aux aiguillons de la révolte, quand ils vous blessent, parce que vous supportez de très grandes peines: ce sont bien souvent la faim, la soif, le froid, de mauvais logements, une vieillesse sans force et sans amis, des maladies sans secours, et surtout le mépris, les méchancetés et l’exclusion de la société, presque comme si vous étiez des gens d’une autre race et n’étiez pas chrétiens. Alors, quand l’aiguillon de cette impatience vous assaille, afin d’éviter de perdre à cause d’elle les immenses trésors qui vous sont promis, il faut que vienne à la rescousse dame Espérance, cuirassée de Patience et portant le bouclier de la Foi pour la combattre énergiquement, la mettre en déroute et remporter une pleine victoire. Qu’elle l’attaque avec vigueur au moyen des cinq flèches que voici. La première qu’elle lui lancera sera celle-ci: Ô pauvre pécheur ou pécheresse, qu’as-tu à te plaindre de ta pauvreté? Estil homme au monde qui ne se tienne pour bien vêtu s’il porte les habits du Roi et sa livrée? Ah! mon Créateur, tout-puissant Roi des rois, qu’en est-il donc de moi, pauvre créature, qui porte ton habit en mon âme et en mon corps? N’ai-je pas le nécessaire en mon âme, puisque tu l’as faite à ton image? Et aussi en mon corps fait de chair, tel que tu voulus l’avoir toi-même, vêtu de pauvreté, cet habit que tu désiras conserver toute ta vie. C’est le choix de cet état de pauvreté qui

EDAD MEDIA

51

plus que tout autre à ton approbation, comme tu l’as montré quand tu l’as toimême adopté. On voit bien que tes jugements différent de ceux des hommes: y eut-il jamais en ce monde plus pauvre que toi, quand il te plut de naître dans une pauvre et simple étable, en un lieu écarté, parmi les bêtes? C’était en hiver et tu fus enveloppé de pauvres langes. Et toute ta vie tu restas dans une si grande pauvreté que tu ne possédas rien, sinon ce dont on te faisait l’aumône. Tu souffris souvent de la faim, de la soif et de toutes sortes de peines; enfin, tu voulus mourir dans les tourments, tout nu et si pauvre que tu n’avais pas même un petit oreiller où ta sainte tête blessée put reposer. Hélas! et moi misérable créature, dois-je me plaindre d’être du groupe de tes disciples? Noble Seigneur Dieu! je te rends grâces et je te remercie de me faire l’honneur de m’y admettre; car tu veux que, pour cette faim passagère que je souffre aujourd’hui, je sois rassasiée là-haut à ta sainte table, éternellement. C’est bien là mon désir et ma volonté. Très doux Seigneur, que ta sainte volonté soit faite. Voici la seconde flèche qu’elle lancera: si tu te trouves malade, sans guère de réconfort, c’est que Dieu le veut afin qu’en faisant preuve de patience en la circonstance, tu acquières d’autant plus de mérite. Et voici la troisième flèche: si tu es vieux et privé d’amis, que t’importe d’en avoir? Que feraient-ils pour toi? Assurément, ils ne te délivreraient pas de la vieillesse et ils n’accroîtraient pas ton mérite; d’ailleurs, plus tu es vieux, mieux cela vaut pour toi; car tu es d’autant plus près de parvenir au terme de ton voyage et de te rapprocher de ton Dieu, qui dans sa sainte miséricorde te rendra, si tu es patient, la force et la jeunesse en sa gloire. Voici la quatrième flèche; si présentement tu es couché sur un peu de fumier, ce qui pour toi ne durera guère, ou dans un logis misérable, où tu n’as pas de quoi te restaurer, en quoi est-ce pour toi un malheur, si tu songes à la sainte demeure du paradis, plus belle et plus plaisante que toute autre, où tu ne peux manquer d’aller, si tu n’y fais pas obstacle? Voici la cinquième flèche: si les gens te méprisent et te repoussent, tu en es certes blessé, mais pour l’amour de Dieu, considère donc à quoi servent aux rois et aux riches qui ne sont plus les honneurs qu’on leur rendait de leur vivant dans le monde? Hélas, il ne fait pas de doute qu’ils ont causé la damnation de beaucoup d’hommes et de femmes, pour qui il aurait mieux valu partager ta condition. Au moyen de ces cinq flèches, vous pouvez, vous les pauvres et les indigents, vaincre et maîtriser par vos seules forces les assauts d’Impatience, qui ne manquent pas de force quand ils sont suscités par les grands besoins qui vous oppressent durement, et vous pouvez ainsi accepter votre pauvreté, avoir fermement confiance en Dieu et ne désirer rien d’autre que ce qui lui plait. Par ce moyen, vous pouvez acquérir plus de nobles possessions et plus de richesses

52

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

que cent mille mondes ne pourraient en contenir, et pour toujours. Aussi avezvous bien des motifs, à tout prendre, de remercier Dieu pour la condition où il vous a placés, si vous savez en tirer parti. Et vous, braves et pauvres femmes, qui avez vos maris dans l’indigence, vous devez les réconforter au moyen de ces arguments, et aussi vous assister entre vous le mieux possible; vous aussi, pauvres veuves, vous devez chercher votre réconfort en Dieu, en attendant la joie éternelle: qu’il puisse vous l’accorder! C’est à lui que nous te recommandons, Christine, chère amie. Sur ce, nous mettons fin à notre ouvrage.

Fin et conclusion du présent ouvrage Les trois dames se turent alors et disparurent soudain; et moi, Christine, je restais assez lasse d’avoir longtemps écrit, mais très joyeuse de voir la belle œuvre issue de leurs nobles leçons. Et à mesure que je révisais, lisais et relisais ces leçons, elles m’apparaissaient de plus en plus comme très utiles au bien et au progrès des mœurs vertueuses, pour la plus grande essence de l’honneur des dames et de l’ensemble des femmes, présentes et à venir, là où cette œuvre pourrait circuler et trouver audience. Et c’est pourquoi, moi, leur servante, bien que je n’aie pas le talent nécessaire pour travailler toujours à leur bien, selon mon habitude et mon incessant désir, j’eus l’idée de diffuser plusieurs copies de ce bel ouvrage à travers le monde, quel qu’en fût le coût: il serait présenté en plusieurs endroits à des reines, des princesses et des grandes dames, afin qu’il soit mieux honoré et célébré, ainsi qu’il le mérite, et que grâce à ces dames il puisse être répandu parmi les autres femmes. Cette idée et cette volonté une fois mises en œuvre —ce qui est déjà commencé—, l’ouvrage sera distribué, répandu et publié dans tous les pays, bien qu’il soit écrit en langue française. Mais comme cette langue est plus connue qu’aucune autre dans l’univers, notre œuvre ne restera pas vaine ni inutile, et elle subsistera dans le monde en plusieurs copies, sans connaître l’oubli. Elle sera lue et écoutée par bien des femmes de valeur et de grande autorité, à l’époque présente et dans l’avenir, et elles prieront Dieu pour leur servante Christine, en regrettant qu’elle n’ait pas vécu de leur temps et qu’elles ne puissent pas la connaitre. Tant qu’elle sera de ce monde, qu’il plaise à toutes ces dames de bien vouloir lui témoigner leur bienveillance et leur bon souvenir, en la saluant aimablement. Qu’elles prient Dieu pour que dans sa miséricorde Il fasse bénéficier toujours davantage son esprit de sa bienveillance, lui accordant assez de lumières, de savoir et de vraie sagesse pour que, tant qu’elle poursuivra ici-bas son noble labeur d’étude, elle puisse l’employer à célébrer et à exalter les vertus par de bons exemples, à l’intention de tous les humains. Et quand son

EDAD MEDIA

53

âme aura quitté son corps, qu’en reconnaissance et en récompense de ses services ces dames veuillent bien offrir pour elle à Dieu des prières, des offrandes et des actes de piété, pour l’allégement des peines méritées par ses fautes, afin qu’elle puisse paraître devant Dieu dans le monde éternel; et que Dieu vous l’accorde. Amen. Ici s’achève le Livre des trois Vertus pour l’instruction des dames. Deo gratias.

LES ÉVANGILES DES QUENOUILLES Anonyme

Ici commence le traité intitulé Les Evangiles des Quenouilles, composé pour l’honneur et la gloire des dames Beaucoup de gens aujourd’hui allèguent l’autorité des Évangiles des Quenouilles pour soutenir leurs propos, sans savoir quelle est leur importance ni quelles sages doctoresses qui furent leurs premières inventeresses. Qui pis est, ils le font plus par dérision et pour se moquer, que par estime pour la grande substance qu’ils contiennent. Et ils le font toujours pour diminuer et rabaisser les dames, ce qui est un péché, et une grande honte pour ceux-là même qui agissent ainsi. Car ils ignorent la grande noblesse des dames et les grands biens qui précèdent d’elles. En effet, parce que la première femme fut créée en un lieu haut et noble, plein d’un air net et pur, toutes les femmes sont naturellement nobles, pures, douces, courtoises, pleines d’un esprit léger et inventif, d’une telle subtilité qu’il leur est facile de connaître de nombreuses choses à venir; quant aux choses passées et présentes, elles les connaissent par leur propre nature, selon les conjectures que l’on peut faire d’après les dispositions des temps et des personnes, les présages tirés des oiseaux et des animaux, bref, de toutes les créatures, comme il apparaîtra dans le cours de ce livre. Ainsi donc, pour m’opposer à de telles injustices et réduire à néant de telles moqueries, et pour glorifier au contraire les dames et leurs évangiles, et prouver la vérité de ceux-ci, moi qui suis depuis longtemps, et même depuis mon enfance, leur humble clerc et serviteur, et qui ne saurais trop me louer des biens que j’ai reçus d’elles, a la requête de certaines qui me sont chères, j’ai écrit et mis en ordre, comme vous pourrez le voir, ce petit traité, qui contient le texte des Évangiles des Quenouilles, ainsi que nombre de gloses et commentaires qui y ont été ajoutés pour l’éclairer par quelques sages dames dont les noms seront inscrits ci-après.

55

56

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

Les noms des dames qui composèrent Les Evangiles des Quenouilles Donc, pour entamer cette œuvre, il est bien connu de tous les bons et vrais catholiques que pour mettre par écrit, afin d’en perpétuer la mémoire pour les chrétiens, les paroles saintes et vraies ainsi que les vertueuses actions de notre sauveur béni, notre rédempteur Jésus-Christ, et de ses saints apôtres, quatre d’entre eux furent choisis, hommes de valeur, pleins de vérité et de vertus, pour réaliser ce saint mystère: ils se nomment les évangélistes, et par leurs écrits la vraie et sainte foi catholique est illustrée et renforcée, et elle le sera jusqu’à la fin des temps. De la même façon donc, pour faire connaître les paroles pleines d’autorité des femmes de jadis et attester leur vérité, et aussi pour qu’elles ne s’effacent pas, mais que la mémoire en demeure fraiche et récente pour les femmes du temps présent et du temps à venir, on a trouvé six matrones sages et prudentes pour réciter les dits Évangiles des Quenouilles, de la manière qui sera exposée plus loin. Et parce qu’en tout témoignage de vérité il faut trois femmes pour deux hommes, pour obtenir l’équivalent du nombre des quatre évangélistes, il a fallu que six femmes soient chargées d’accomplir cette tâche, pour que la vérité en soit mieux établie; leurs noms étaient les suivants: la première était nommée dame Ysengrine du Glay; la seconde était appelée dame Transeline du Croq; la troisième avait pour nom dame Abonde du Four; la quatrième était appelée dame Sibylle des Mares; la cinquième avait pour nom dame Gomberde la Fée; et la sixième avait pour nom dame Berthe de Corne. Ces six dames étaient d’une si grande sagesse en leur temps que fût-ce même pour conjurer un diable bleu ou le lier sur un oreiller, elles étaient assez expertes et habiles.

Qui était la première femme qui fit connaître ces Évangiles, et comment celui qui composa ce livre se trouva contraint de le faire Selon ce que je trouve dans les anciens registres, ces évangiles furent commencés dès le premier et le second âge du monde, au temps où régnait le fort et puissant roi Zoroastre, qui fut le premier inventeur de l’art de la magie, qu’il enseigna en partie à sa femme nommée Hermofrodita; celle-ci établit ensuite de beaux principes pour le commencement de ces évangiles, mais ils ne furent pas achevés de son temps; ils ont été augmentés d’âge en âge et de siècle en siècle, et se sont imprimés de façon subtile dans le cœur des femmes avisées, chacune en son temps, selon les présages et les signes qu’elle pouvait voir et concevoir, tant sur la terre que dans les airs. Et depuis cette époque, il ne s’est encore trouvé personne,

EDAD MEDIA

57

tout au moins à ma connaissance, qui ait voulu prendre la peine de les mettre par écrit ou de les enregistrer, en tout cas dans leur ensemble et de façon ordonnée, car le peu qui en a été fait l’a été de façon confuse et partielle, çà ou là, sans aucun ordre; et encore, cela a été fait par dérision et par moquerie plus qu’autre chose; pourtant elles ne manquent pas de grand mystère. Je vais vous faire connaître comment j’en suis venu à cette hardiesse et à cette outrecuidance, téméraires et présomptueuses, de vouloir écrire et mettre en ordre cet ouvrage: en vérité, un soir, après souper, pour me divertir et passer le temps, pendant les longues nuits entre Noël et la Chandeleur de l’année dernière, je me rendis en la maison d’une demoiselle d’un certain âge, une voisine assez proche, ou j’avais coutume d’aller souvent bavarder, car beaucoup des voisines des environs y venaient filer et s’entretenir de menus et joyeux propos, auxquels je prenais grand plaisir. Mais, cette fois-là, les six dames s’y trouvaient rassemblées, et elles étaient bien embarrassées dans leurs discussions, dans la grande hâte qu’elles avaient de dire leurs propos: elles s’interrompaient les unes les autres et parlaient toutes à la fois. Quant à moi, quelque peu honteux de ma soudaine arrivée parmi elles, je voulus me retirer et pris congé en partant. Mais on me rappela bien vite, et l’une d’elles me retint même par mon vêtement; moitié par force et moitié par prière, je retournai m’asseoir, et les priai très humblement de me pardonner de m’être si franchement et hardiment introduit parmi elles. L’une d’elles prit la parole au nom des autres et me dit qu’en vérité j’étais très bien venu et que j’arrivais même on ne peut mieux; il leur semblait que Dieu m’avait amené ici pour que je les aide, étant donné l’affaire qui les occupait et les embarrassait à cette heure; que je mettrais mieux en forme leur projet et leur ouvrage, vu qu’autrefois, sur d’autres sujets, j’avais écrit sur les dames tout à leur honneur; à présent elles me demandaient que je veuille bien encore faire de même, dans le très grand besoin où elles se trouvaient, et elles-mêmes ou celles qui leur succéderaient m’en récompenseraient au moment opportun d’une façon qui me comblerait; elle me pria enfin de bien vouloir entreprendre de mettre par écrit un petit volume que l’on appellerait «Les Evangiles des Quenouilles», en mémoire perpétuelle d’elles-mêmes et pour l’instruction de toutes celles qui viendraient après elles. Pour moi, quelque peu honteux des louanges qu’elles m’adressaient, je pensai m’excuser; mais je fus aussitôt pris de court par tant de paroles et enveloppé de tant d’arguments divers, qu’il me fallut, tout confus, entreprendre cette charge; si l’on y trouve à redire, ou si l’on y voit quelque faute, ou quelque manque de compréhension, je vous supplie de me le pardonner, et de l’imputer à celles qui me parlaient avec une si grande hâte que je n’avais parfois ni le temps ni le loisir de bien les entendre; ma main devenue lourde avec la vieillesse

58

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

et mes yeux obscurcis n’étaient pas capables de les comprendre et de les servir avec la rapidité qu’elles auraient souhaitée. Après que j’eus donc ainsi accepté cette charge, les dames me remercièrent beaucoup, et elles se donnèrent rendez-vous le lendemain après souper; elles me chargèrent d’apporter avec moi en quantité papier, encre et plumes, car elles voulaient entreprendre de hautes besognes.

L ’organisation de ce livre définie par dame Ysengrine Le lendemain, à l’heure dite, muni de mes agoubilles, je me trouvai à l’endroit fixé, où étaient déjà rassemblées les six dames qui m’attendaient. Elles se montrèrent joyeuses de ma venue, et après qu’elles m’eurent préparé ma place, pour que je pusse à mon aise entendre et écrire leurs opinions et doctrines, l’une d’elles, la plus âgée, nommée dame Ysengrine du Glay, ayant obtenu la permission de ses compagnes, commença à parler comme suit: «Mes très chères voisines, et mes compagnes en cette condition, vous voyez, et c’est bien notoire, comment les hommes du temps présent ne cessent d’écrire des pamphlets diffamatoires et des livres malfaisants qui attaquent l’honneur de notre sexe. Toutefois, attendu qu’eux et nous avons tous été faits par le même ouvrier, et que nous descendons l’un de l’autre —et même, puisqu’il me faut le dire, nous descendons d’un lieu plus haut et plus noble qu’eux, et nous sommes faites d’une matière plus pure et plus affinée—, il m’est avis, sous réserve de votre approbation à toutes, qu’il serait bon que nous fassions, avec l’aide de notre secrétaire et ami ici présent, un petit traité contenant les chapitres que nous voulons exposer et mettre en ordre, chapitres inventés il y a longtemps par nos grandes et anciennes mères, pour qu’ils ne tombent pas dans l’oubli, et que ce traité puisse venir entre les mains de celles qui sont encore à venir. Ledit traité contiendra les chapitres des Evangiles des Quenouilles, ainsi que les gloses qu’y ont ajoutées quelques matrones sages et avisées, ou qu’elles y ajouteront encore, en augmentant le texte. Et pour entrer en matière et établir un ordre en commençant vous savez qu’il y a six jours ouvriers dans la semaine, et nous sommes six à avoir entrepris cette besogne, ayant vu et entendu rapporter par nos anciennes plusieurs choses du Vieux et du Nouveau Testament et plusieurs vraies et bonnes autorités. Il m’est avis en conclusion qu’il serait bon que nous nous assemblions lundi prochain dans la maison de Marie Ployarde, où se tient habituellement la veillée, vers sept heures du soir; là, si vous êtes d’accord, l’une de nous commencera sa leçon, et énoncera ses chapitres, en présence de toutes celles qui y seront rassemblées pour les retenir et les mettre perpétuellement en mémoire.»

EDAD MEDIA

59

Aussitôt et sans plus délibérer, les assistantes dirent toutes d’une seule voix que dame Ysengrine avait très bien parlé. Et de fait, elles la prièrent de bien vouloir entreprendre la charge de faire la première leçon ce lundi à l’heure fixée; elles-mêmes y seraient sans faute, et elles inviteraient quelques voisines vieilles et jeunes pour conférer une plus grande autorité à leur chapitre. Dame Ysengrine accepta très volontiers cette charge, et dit qu’elle ferait de son mieux. Ce disant, elle se tourna vers moi et me pria très amoureusement de bien vouloir être son secrétaire, ainsi que de toutes les autres; elle ajouta qu’elles me feraient récompenser par certaines d’entre elles, parmi les plus jeunes et à mon choix —récompense dont je les remercie, et dont je me tiens déjà pour satisfait.

L’organisation de la première journée; la description et la présentation de dame Ysengrine du Glay Le lundi soir, entre sept et huit heures environ, après le souper, les six dames susdites s’assemblèrent avec toutes les voisines qui avaient coutume de venir là, ainsi que beaucoup d’autres qui n’y étaient encore jamais venues et qui avaient été invitées, pour entendre le mystère qui devait s’y accomplir; dame Ysengrine y vint accompagnée de plusieurs femmes de sa connaissance, qui toutes apportèrent leurs quenouilles, leur lin, leurs fuseaux, étendoirs, dévidoirs, et toutes les agoubilles servant à leur art. En bref, on aurait cru voir un véritable marché où l’on ne vendait que des paroles et propos sur divers sujets de peu de conséquence et de peu de valeur. Le siège de dame Ysengrine était préparé sur un côté, un peu plus haut que les autres, et le mien à côté d’elle, avec devant moi une tablette ronde ou était posée une lampe à huile pour éclairer mon travail, et toutes les assistantes avaient le visage tourné vers dame Ysengrine. La permission lui ayant été accordée, elle commença à parler ainsi... Mais avant de commencer à écrire ses chapitres, je veux vous décrire sa personnalité et ses origines. Dame Ysengrine était âgée de soixante-quinze ans environ. Elle avait été belle femme en son temps, mais elle était devenue fort ridée. Elle avait les yeux enfoncés et la bouche grande et large. Elle avait eu cinq maris, sans compter les à-côtés. Elle s’occupait en sa vieillesse de recevoir les enfants nouveau-nés; mais en sa jeunesse elle recevait les grands enfants. Elle était très experte en plusieurs arts. Son mari était assez jeune, et elle en était fort jalouse; elle s’en plaignait souvent amèrement à ses voisines. Cependant, ayant obtenu, comme on l’a dit, la permission de parler, elle commença son évangile en prenant pour thème son mari, et elle dit en geignant:

60

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

[I.] Ici commencent les chapitres de l’évangile de dame Ysengrine du Glay pour le lundi Mes bonnes compagnes et voisines, il n’est aucune de vous qui ne sache que j’ai pris mon mari Josselin plus pour sa beauté que pour sa richesse, car c’était un pauvre compagnon. Et voilà que je ne l’ai vu ni hier ni aujourd’hui, et j’en éprouve une grande douleur. Certes, il fait bon marché des biens que mes maris, ses prédécesseurs, avaient auparavant amassés avec bien de la peine. Je crois que ce sera ma mort. LE PREMIER CHAPITRE Et à ce propos et pour mon premier chapitre, je dis pour aussi vrai qu’Evangile que l’homme qui dépense indûment les biens qui lui viennent de sa femme contre son gré et sans sa permission en rendra compte devant Dieu comme d’un vol. Glose. Sur ce chapitre, une ancienne matrone, nommée Griele, femme de Jean Joquesus, ajouta: «Certes, le mari qui agit à l’encontre de ce chapitre est mis après sa mort au purgatoire des mauvais maris, en un bain de soufre ardent, à moins qu’il n’ait fait sa pénitence en ce monde grâce aux hôpitaux.» LE DEUXIÈME CHAPITRE Il est on ne peut plus certain que le mari qui fait le contraire de ce que sa femme lui conseille, et qui la contredit en quoi que ce soit, est un fourbe, un déloyal et un parjure. Glose. «Certes, dit Gombaude du Fossé, j’ai déjà vu plusieurs fois arriver des choses étonnantes à ceux qui ont transgressé ce chapitre; mon beau-père lui-même s’est cassé la jambe pour n’avoir pas voulu croire le conseil de ma mère.» LE TROISIÈME CHAPITRE L’homme qui bat sa femme, quelle qu’en soit la cause, n’obtiendra jamais, malgré toutes ses prières, la grâce de la Vierge Marie, s’il n’a d’abord obtenu le pardon de sa femme. Glose. Marie Ployarde dit sur ce chapitre que celui qui bat sa femme commet le même péché que s’il voulait se désespérer lui-même, «car, selon ce que j’ai ouï dire a notre curé, un homme et une femme unis par le mariage ne sont qu’un seul corps».

EDAD MEDIA

61

LE QUATRIÈME CHAPITRE L’homme qui fait quelque chose sans le faire savoir à sa femme, je vous dis comme parole d’Evangile qu’il est en conscience pire qu’un voleur, si l’on ose le dire. Glose. Les anciennes matrones affirmaient comme une vérité que les enfants qui viennent d’un tel mariage ne deviendront jamais riches en ce monde, et seront volontiers menteurs. LE CINQUIÈME CHAPITRE Mes amies, je vous dis en vérité qu’il n’est de douleur ou d’angoisse pareilles à celle de la femme dont le mari va autre part porter et donner sa substance; et spécialement quand c’est d’elle que viennent les biens. Glose. «Il est certain, dit une vieille nommée Florette la Noire, que celui qui brise son mariage par l’adultère vaut moins qu’un juif ou qu’un sarrasin, car il est parjure.» LE SIXIÈME CHAPITRE La fille qui veut connaître le nom de son futur mari doit tendre devant sa porte le premier fil qu’elle filera ce jour-là, et savoir le nom du premier homme qui passera par là. Elle pourra être sûre que son mari portera le même nom. Glose. À ce mot, l’une des assistantes, nommée Geffrine, femme de Jean le Bleu, se leva et dit qu’elle en avait elle-même fait l’expérience, et qu’il lui en était advenu ainsi; et elle maudissait le moment ou elle avait rencontré un tel homme, qui avait perdu toute sa bonne mine et sa beauté, et était un si mauvais chef de famille qu’il ne savait rien faire d’autre que dormir. LE SEPTIÈME CHAPITRE Quand une femme est enceinte et que l’on veut savoir si l’enfant qu’elle porte est un garçon ou une fille, on doit mettre du sel sur sa tête pendant qu’elle dort, si doucement qu’elle ne s’en aperçoive pas, et après, en bavardant avec elle, faire attention au nom qu’elle prononcera; si elle nomme un homme, ce sera un fils, si elle nomme une femme, ce sera une fille. Glose. «Cela m’est arrivé quand j’étais enceinte de ma fille Lise Tôt-Mûre, dit Griele du Solier, et celle qui me l’a fait et qui me l’a appris était ma tante, qui était très âgée et très réputée pour son habileté en plusieurs domaines.»

62

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

LE HUITIÈME CHAPITRE On ne doit point donner à manger à des jeunes filles de la tête de lièvre, pour éviter qu’une fois mariées, et surtout enceintes, elles n’y pensent, car il est certain que leurs enfants pourraient avoir la lèvre fendue. Glose. Margot des Blés dit aussitôt: «C’est tout à fait cela qui arriva récemment à une de mes cousines; car parce qu’elle avait mangé de la tête de lièvre, sa fille, dont elle était enceinte, vint au monde avec quatre lèvres.» LE NEUVIÈME CHAPITRE On ne doit point non plus laisser les jeunes filles à marier manger de la tête de mouton, de la crête de coq ou des anguilles, pour éviter qu’elles ne tombent à la renverse, atteintes du mal Saint-Loup. Glose. «C’est certainement un très grand danger, dit Belotte la Cornue, car parce que ma mère en mangea, j’ai trois défauts qui, je crois, ne me quitteront jamais. Le premier est que je me laisse souvent tomber à la renverse; le second, que je cogne facilement; et le troisième, qu’il me pousse à l’endroit le plus secret de mon corps une chose qui ressemble à la crête d’un coq, et dont j’ai grand honte.» LE DIXIÈME CHAPITRE Je vous jure comme évangile que quand une jeune fille a l’habitude de manger du lait bouilli dans la casserole ou dans un pot de terre, il pleut habituellement le jour de ses noces; elle a aussi souvent un mari mélancolique et grognon; et il lui arrive souvent d’être crottée et mal mise. Glose. Dame Abonde dit: «Il n’est besoin d’aucune explication à ce texte, car c’est une règle bien connue, et cela ne rate jamais; on a pu le voir à mes noces, ou plusieurs d’entre vous étaient présentes.» LE ONZIÈME CHAPITRE Il est certain et aussi vrai que l’Évangile que quand un homme couche avec sa femme ou son amie avec les pieds sales et puants, s’il arrive qu’il engendre un fils, il aura l’haleine mauvaise et puante. Et si c’est une fille, elle l’aura puante par-derrière. Glose. Marie Ployarde dit sur ce chapitre qu’il en advint ainsi à sa cousine germaine. Car partout où elle allait, son derrière répandait une odeur si puante que les personnes présentes se bouchaient le nez, sans savoir qui en était la cause.

EDAD MEDIA

63

LE DOUZIÈME CHAPITRE Je vous dis comme aussi vrai que l’Évangile que quand un jeune homme puceau épouse une fille pucelle, le premier enfant qu’ils ont est habituellement idiot. Glose. Berthe l’Etroite dit sur ce chapitre que cela était arrive récemment à une de ses filles qu’elle avait mariée au porcher de sa maison, car la première nuit, il lui fallut leur apprendre comment faire; et il en est advenu que leur premier enfant est idiot et innocent. LE TREIZIÈME CHAPITRE Mes voisines et compagnes, je vous dis comme évangile que quand un enfant vient de naître, avant qu’il ne tète le sein, si on lui fait manger d’une pomme cuite, jamais après, pendant toute sa vie, il n’y en aura de plus gourmand à table, pour boire comme pour manger. Et il en sera aussi plus courtois envers les dames, en actions et en paroles. Glose. Marie la Noire dit sur ce texte que quand un enfant est né, si on lui touchait la tête avec le cordon ombilical, il en aurait longue vie, douce haleine, bonne voix et gracieuse éloquence. LE QUATORZIÈME CHAPITRE Je vous assure comme aussi vrai que l’Évangile que pour que les enfants aient les cheveux bouclés, dès qu’on leur a ôté l’aube et le bonnet de baptême, il faut leur laver la tête avec du vin blanc, et mettre dans leur bain une racine de vigne blanche. Glose. Dame Herinofrode dit sur ce point, en corroborant le texte, que si l’on faisait sécher l’aubette du petit enfant sur la pointe d’une épée tranchante et claire, tenue par deux enfants jeunes et beaux, l’enfant serait toute sa vie beau et hardi, et bienvenu parmi les plus nobles. LE QUINZIÈME CHAPITRE Entendez bien ceci, vous toutes ici présentes: je vous avertis qu’il ne faut jamais tirer une épée nue ou quelque autre objet long et tranchant devant une femme enceinte, sans avoir d’abord, avant de faire quoi que ce soit, touché sa tête légèrement du plat de l’épée, afin de la rassurer, et pour que son enfant soit toute sa vie plus hardi. Glose. Péronne Buvette dit que parce qu’on n’avait pas agi ainsi avec sa mère quand elle la portait, elle avait été et était encore si peureuse qu’elle n’oserait pas coucher seule sans la compagnie d’un homme.

64

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

LE SEIZIÈME CHAPITRE Je vous dis comme aussi vrai que l’Évangile que les jeunes filles ne doivent jamais manger des cerises en jouant «à qui aura la dernière» avec leurs amoureux: car il arrive souvent que celui qui a la dernière demeure à marier le dernier de tous. Glose. Dame Sibylle des Mares dit sur ce point que les filles ne doivent point manger en cachette leur potage avec leurs amoureux; car d’habitude il arrive souvent que leurs maris ont des maitresses, et non les femmes. LE DIX-SEPTIÈME CHAPITRE Je vous dis aussi que Dieu et la raison défendent de mentionner ou de rappeler, devant une femme mariée enceinte ou en âge de porter un enfant, une quelconque chose à manger qu’on ne pourrait trouver à ce moment-là en cas de besoin, afin que l’enfant qu’elle porte n’en ait la marque sur son corps. Glose. Dame Abonde du Four dit que si l’on jetait au visage de la femme enceinte des cerises, des fraises ou du vin vermeil, l’enfant en porterait quelque marque sur lui. LE DIX-HUITIÈME CHAPITRE Sachez qu’un homme qui trompe sa femme est incapable de parvenir à aucune dignité. Et si sa femme lui rendait la pareille, il serait assurément coupable de ces deux maux; et elle devrait être acquittée sans punition. Glose. Dame Ysorée la Courte dit là-dessus que la femme qui veut que son mari ne se dévoie pas avec d’autres femmes doit faire chanter la messe de sainte Avoie trois lundis de suite; «et je vous assure que les dames de Paris agissent ainsi avec leurs maris». LE DIX-NEUVIÈME CHAPITRE Quand on baptise un enfant, que ce soit un garçon ou une fille, si la fille a deux parrains, elle aura deux maris ou plus; de même si le garçon a deux marraines et qu’il vit jusqu’à l’âge d’homme, il aura deux femmes ou plus. Glose. «Certes, dit Hampelune Hucquette, je dois bien maudire l’heure où Willequin mon mari en eut autant; car il a trois maîtresses, sans compter celles que je ne connais pas.»

EDAD MEDIA

65

LE VINGTIÈME CHAPITRE Quand on voit les petits enfants courir dans les rues sur des chevaux de bois, avec des lances, et déguisés en soldats, c’est un signe certain qu’il y aura prochainement une guerre ou un conflit dans le pays. Glose. Perrine Hulotte dit là-dessus que quand les petits enfants portent des bannières en chantant dans les rues, c’est un signe annonciateur d’épidémie. LE VINGT ET UNIÈME CHAPITRE Si une femme veut savoir avec certitude si son mari la trompe, qu’elle remarque si une pleine lune se passe sans qu’il ne l’approche; et si alors elle le soupçonne, ce n’est certes pas sans cause. Glose. «Cet évangile est bien vrai, dit Marie Ployarde, car il y a plus de trois lunaisons que mon mari Jean Ployart ne m’a pas fait quoi que ce soit, et pourtant je suis encore assez femme à le supporter.» LE VINGT-DEUXIÈME CHAPITRE On ne doit pas donner de tête de poisson à manger aux femmes enceintes, de peur que sous l’effet de leur imagination leur enfant ne vienne au monde avec une bouche plus relevée et plus pointue qu’il n’est habituel. Glose. Perrette Faitout, sage-femme, dit qu’elle avait mis au monde plusieurs enfants qui avaient un sexe beaucoup plus long que les autres. LE VINGT-TROISIÈME CHAPITRE Si d’aventure un homme bat sa femme enceinte ou lui donne des coups de pied, lorsqu’elle accouchera elle souffrira beaucoup; il arrive même souvent qu’elles en meurent. Glose. Dame Hermofrode dit qu’il n’y a aucun remède à cela, si ce n’est que la femme doit se procurer le soulier dont le mari l’a frappée, et boire dedans; si elle le fait, sachez que son accouchement sera facile. LE VINGT-QUATRIÈME CHAPITRE S’il arrive qu’un homme ou une femme enjambe un petit enfant, sachez qu’il ne grandira jamais plus, si celui ou celle qui l’a fait ne l’enjambe à nouveau en sens inverse. Glose. «Certes, dit Sibylle, c’est de là que viennent les nains et les naines.»

66

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

LE VINGT-CINQUIÈME CHAPITRE Sachez pour aussi vrai que l’Évangile que si la chausse d’une femme ou d’une fille se détache au milieu de la rue et qu’elle la perd, c’est signe, et cela ne manque jamais, que son mari ou son ami la trompe. Glose. À ce mot, une nommée Transie d’Amour, jeune de soixante-sept ans, s’arrêta de filer et dit qu’il n’y avait rien de plus vrai que cet évangile; «car je n’ai pas vu mon ami Joliet depuis mercredi dernier, parce que ce même jour j’ai perdu ma jarretière dans la rue.» LE VINGT-SIXIÈME ET DERNIER CHAPITRE Et en conclusion, mes amies et voisines, et pour mettre fin à mes chapitres, je vous dis que quand une femme est atteinte du mal des seins, il ne lui faut d’autre remède, sinon que son mari lui fasse trois cercles autour du mal à l’aide de son instrument naturel, et sans aucun doute elle guérira. Glose. Saintine Tôt-Mûre dit qu’il fallait comprendre que les trois cercles devaient être faits au bas du ventre, un peu en dessous de la ceinture. Toutes les participantes commencèrent à rire très fort de cette joyeuse conclusion, et elles louèrent beaucoup la sage dame Ysengrine, qui avait si noblement développé son évangile en le répartissant en vingt-six articles, tous de grand sons et de grande importance, et elles promirent qu’elles se donneraient la peine de tant les répéter qu’elles les sauraient par cœur, pour les faire connaître et les communiquer à celles qui n’avaient pas assisté à cette leçon. Je fus très heureux quand dame Ysengrine mit fin à son discours, car papier et chandelle venaient à me manquer, et le sommeil m’accablait, car il était prés de minuit. Je voulus alors prendre congé d’elles, mais elles me prièrent d’assister, avant de partir, au choix de celle qui devrait énoncer son évangile le lendemain. Elles tinrent alors conseil toutes ensemble, et d’un commun accord elles choisirent Transeline du Croq, une noble femme d’âge respectable, qui accepta volontiers cette charge. Et elle me pria très instamment, en présence de toutes les autres, de bien vouloir la servir dans cette tache. Je le lui promis, bon gré mal gré; mais je lui fis une requête: qu’elles viennent un peu plus tôt qu’elles ne l’avaient fait ce lundi, pour éviter la fatigue de la nuit, et la veille qui fatigue les yeux.

SIGLO XVI María Elena Isibasi

Parecería que las mujeres hubieran finalmente encontrado un espacio de expresión artística en el Renacimiento francés, por el número de nombres de escritoras que salen a la luz, sobre todo en la primera mitad del siglo xvi. Sin embargo, nada es menos cierto pues éstas siguen perteneciendo a la esfera de lo privado bajo el yugo masculino. Pocas excepciones se pueden encontrar y casi todas en el medio burgués de creciente poder. Una figura de corte, Marguerite de Navarre, y una poeta salida de la ciudad de Lyon, Louise Labé, sobresalen y trascienden la censura y reprobación casi sistemática a cualquier creación femenina. MARGUERITE DE NAVARRE Hermana mayor del rey, François I, Marguerite de Navarre, también conocida como Maguerite d’Angoulême o Marguerite d’Alençon, fue una humanista en toda la extensión de la palabra. Su posición en la corte y su calidad de consejera y confidente del rey la condujeron a pertenecer e incluso, en algunas ocasiones, a presidir los círculos de reflexión tan característicos del Renacimiento francés. A pesar de la obvia importancia que tuvo por su origen real, resulta sorprendente no sólo el alcance de su conocido apoyo a diferentes creadores —poetas, filósofos y pensadores en general—, sino también el de su propia obra creativa —su poesía, su teatro, sus ensayos y, por supuesto, sus cuentos. Primogénita del matrimonio de Charles d’Orléans, duque de Angoulême, y Louise de Savoie, Marguerite nació en abril de 1492, dos años antes que el futuro rey de Francia. Su madre veló porque la educación de ambos hijos fuera lo más completa y profunda posible. Aprendió latín, griego, español e italiano; estudió a los clásicos grecorromanos conocidos en su época y leyó las Escrituras con la guía de teólogos reconocidos por su visión evangelizadora. Su compromiso espiritual la llevó a confrontar en varias ocasiones a los pensadores de la Sorbona, quienes la tildaron de reformista e incluso de hereje. Su hermano 67

68

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

se vio obligado a protegerla y a socorrer a sus amigos creadores que criticaban la visión religiosa tradicional. Marguerite contrajo nupcias dos veces, la primera en 1509 con el duque de Alençon, del cual quedó viuda y sin hijos; la segunda con Henri II d’Albret, rey de Navarre, con quien tuvo dos hijos, Jeanne, quien sería la madre del futuro rey Henri IV, y Jean, quien murió a unos pocos meses de nacido. Su vida de casada y de madre la alejó de la corte aunque siguió desempeñando un papel fundamental en la política y la diplomacia del reino hasta la muerte de su hermano (1547), fecha en la que se retiró definitivamente de la vida pública. Murió en 1549. El apoyo que otorgó a diferentes autores, tales como Clément Marot, Lefèvre d’Étaples, Étienne Dolet o el mismo François Rabelais, le trajo tanto elogios por parte del mundo humanista como recriminaciones por parte de los teólogos más dogmáticos de la Sorbona. Paralelamente, mandó se hicieran traducciones al francés de textos de Platón, de Marsilio Ficino (más específicamente su “Comentario” al Banquete de Platón) y de Martín Lutero (el De voctis monactitis), entre otras. Su conocida máxima “Ubi spiritus, ibi libertas” (“Ahí donde está el espíritu, está la libertad”) sin duda alguna recoge el ideal intelectual que protegía, puesto que se encontraba siempre en un estado de búsqueda espiritual del conocimiento y de la explicación del sentido de la vida desde la perspectiva religiosa. Su aproximación neoplatónica se puede ver en toda su obra, tanto en sus cartas, en sus poemas y en sus ensayos, como en sus obras de teatro (la mayoría incluidos en dos volúmenes titulados Les Marguerites de la Marguerite des Princesses y Suyte des Marguerites de la Marguerite des Princesses,1 publicados en 1547 por el editor Jean de Tournes. Sus últimas obras no fueron editadas sino 1 Les Marguerites de la Marguerite des Princesses reúne Le Miroir de l’Âme Pêcheresse, Le Discord de l’Esprit et de la Chair, L’Oraison de l’Âme Fidèle y L’Oraison à Jésus Christ —todas obras poéticas que evidencian el lado místico de la autora—; también están incluidos en este tomo cuatro comedias que relatan el nacimiento y la infancia de Jesús: Comédies ou Mystères de la Nativité de Jésus Christ, de l’Adoration des Trois Roys, des Innocents, du Désert; finalmente se incluye también Le Triomphe de l’Agneau, La Complainte pour un Détenu Prisonnier y Les Chansons Spirituelles, todas de tema religioso. El segundo tomo, Suyte des Marguerites de la Marguerite des Princesses, incluye L’Histoire des Satyres et des Nymphes de Dyane; seis epístolas: cuatro dirigidas al rey François I, una respuesta del rey y una epístola dirigida al esposo de la autora; Les Quatre Dames et les Quatre Gentilzhommes —suerte de monólogos que exploran el tema del amor—; una comedia, Deux Filles, deux Mariées, la Vieille, le Vieillard et les quatre Hommes —también de tema amoroso—; una farsa, Farce de Trop, Prou, Peu, Moins, que argumenta sobre la búsqueda de la felicidad y su hallazgo en la Fe más que en lo material; unos ensayos poéticos sobre el amor: La Coche, L’Umbre, La Mort et Résurrection d’Amour, Chanson faite à une Dame, Les Adieu des Dames de chez la Royne de Navarre; y finalmente, este tomo concluye con un Enigme o enigma. Los textos incluidos en este segundo volumen se centran más en el tema amoroso, a diferencia del primero en el que Dios, la vida de Jesús y la oración eran los temas principales. Sin embargo, cabe aclarar que las obras que estudian el Amor lo hacen siempre desde una perspectiva religiosa (cf. Les Marguerites de la Marguerite des Princesses, Texte de l’édition de 1547).

SIGLO XVI

69

hasta 1896 con el nombre de Les dernières poésies de Marguerite de Navarre.2 Hay obras de teatro como L’Inquisiteur o Le Malade, entre otras, que no están incluidas en ninguna de las ediciones que intentan recuperar la totalidad de la obra de Marguerite de Navarre; esto podría deberse a que se ignoraba su existencia al momento de su publicación o a que la propia autora decidió pasar por alto estas obras y no fueron descubiertas hasta después de su muerte). Sin duda alguna L’Heptaméron es la obra con la que más se identifica a Marguerite de Navarre. Se han dado varias versiones sobre el periodo de escritura de este texto aunque se ha llegado a la conclusión de que su producción tuvo lugar en el último decenio de la vida de su autora3 por los ejemplos que da en los diferentes relatos y los personajes que decide retratar. La obra de evidente imitación del Decamerón de Boccaccio está conformada de setenta y dos cuentos puestos en boca de diferentes personajes. En efecto, la historia que une los diferentes relatos está presentada en un prólogo de creación imaginativa en el cual se presenta a diez personas de noble cuna, cinco hombres y cinco mujeres, que quedan varadas en el campo después de una violenta tormenta que impide su regreso a sus lugares de origen por estar afectados los caminos y puentes. Acuerdan contar una historia cada uno y cada día para pasar el tiempo hasta poder partir. La intención de Marguerite de Navarre era que hubiera cien relatos, diez por personaje, como en la obra de Boccaccio. Pero esto fue imposible porque la reina murió dejando inconclusa su obra. En L’Heptaméron no se trata de contar cualquier historia; ésta tiene que ser edificante y permitir el debate y para esto debe ser sacada de la realidad (“Et, à l’heure, j’oy les deux dames dessus nommées, avecq plusieurs autres de la court, qui se délibérèrent d’en faire autant, sinon en une chose différente de Bocace: c’est de n’escripre nulle nouvelle qui ne soit véritable histoire”4). Y he aquí una de las grandes diferencias con el texto de Boccaccio: la intención de decir la Verdad. Los relatos que se presentan no son para divertir sino para hacer reflexionar, prueba 2 En este volumen se hizo la compilación de varias de las obras no incluidas en las Marguerites, ya sea porque fueron escritas después de la publicación de éstas, ya sea porque la autora decidió no incluirlas. Se puede encontrar Le Navire y Les Prisons, dos largos poemas alegóricos que hablan de la búsqueda de la Salvación y de la Libertad por medio de la Verdad en Dios. También se incluyen comedias (Comédie sur le Trepas du Roy y Comédie jouée au Mont de Marsan) y poesía lírica (La Distinction du Vray Amour, Chansons Spirituelles —que no deben confundirse con las incluidas en las Marguerites—, Dialogue: Regulus et Lucia, Dialogue de Dieu et de l’Homme, Les Adieux, Conseil à une Dame, La Mort d’ Amour, Secret d’Amour, y Dixains et Épigrammes). Asimismo se encuentran, en este tomo, diez epístolas, dirigidas algunas a Jeanne d’Albret, otras son respuestas de Jeanne d’Albret, una va dirigida a rey Henri II y otras son dirigidas a una abadesa y a un abad (cf. Les dernières poésies de Marguerite de Navarre). 3 Sobre la vida y obra de Marguerite de Navarre remito al ya canónico estudio de Pierre Jourda, Marguerite d’Angoulême, duchesse d’ Alençon, reine de Navarre. 4 Marguerite de Navarre, L’Héptaméron. In Conteurs français du xviè siècle, p. 709.

70

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

de ello es la discusión que se abre al final de cada historia, entre los personajes narradores.5 El tema central de toda la obra es el amor y sus diferentes formas de expresión. La enseñanza queda vaga e incluso torpe pero se entiende que se contraponen el amor pasional, irracional, caprichoso e impuro y el amor virtuoso, racional, humilde y puro. La búsqueda del amor ideal es lo que preocupa y las historias sirven de exempla para argumentar una y otra posición sin que se llegue a nada concreto. Los relatos se hilan lógicamente y como en una conversación para hacer más amena su lectura. Los personajes se dan uno a otro la palabra después de haber dado su opinión y exponer sus argumentos. Aquí se propondrán tres cuentos que, a pesar de no sucederse, se relacionan por la trama, además de que dan una idea global del Heptaméron de Marguerite de Navarre. Así, la primera historia que se leerá es la “Neufviesme nouvelle”, la cual relata cómo, por diferencias sociales, un amante se ve obligado a callar el amor que siente por una mujer que ha sido prometida a otro hombre; el amante se enferma de amor y en su lecho de muerte se entera de boca de su amada que es correspondido, cuando ya no hay nada que hacer. La discusión entre los relatores los separa en dos grupos: quienes creen que el amante es un tonto por no haber luchado por la mujer que amaba y los que, al contrario, consideran que su tipo de amor es el más puro porque no espera nada más que poder amar. La segunda historia es la “Vingt sixiesme nouvelle”. Este cuento invierte la situación de la primera presentada aquí puesto que la que se enferma de amor es la mujer, quien no puede reconocer abiertamente el amor que siente por su “hijo adoptivo” por estar casada. Entran en juego su virtud y su honor, además del de su esposo. Nuevamente se discute sobre qué es lo que vale más, si el amor expresado a pesar de agravio a terceros o el amor secreto a pesar del sacrificio de la propia vida. La tercera historia aquí presentada es la “Cinquantiesme nouvelle”. Aquí se llega casi al límite de lo racional puesto que muere el amante y luego se suicida la amada. La aparente indiferencia frente a las declaraciones amorosas del hombre lo lleva a enfermarse al punto de necesitar sangrías. La mujer, al enterarse, va a buscarlo para curarlo de su mal confesándole sus sentimientos, pero el remedio lo acaba matando puesto que en el acto pasional el amante se 5 Sobre esto Zahi Zalloua, en su artículo “Marguerite de Navarre and the challenge of ethical criticism: History, Literature, and Exemplarity in the Héptaméron”, dice que “Marguerite is especially privileging a certain model of exemplarity, one which takes examples drawn from history rather from literature (from imagined worlds), allegedly to produce a more persuasive didactic message: that is, the reality or actuality of the examples carries more weight than their mere potentiality. […] Against the backdrop of Boccaccian discourse, Marguerite’s primary rhetorical task, then, is clearly not to please (delectare) but to teach (docere) her readership” (Romance Notes, vol. 45-2, pp. 131-132).

SIGLO XVI

71

desangra provocando la culpa en su amada, quien decide darse muerte. Aquí la confesión, la anulación del secreto, presente en las dos primeras historias, resulta también contraproducente. La discusión se centra entonces en la prudencia y en la importancia de la mesura tanto en hombres como en mujeres. El amor tan universal y humano se convierte en Marguerite de Navarre en tema serio de discusión filosófica y siempre centrada en Dios y en las Escrituras, el deber ser y lo correcto. Y aunque no llega a una conclusión sobre qué tipo de expresión de amor es la más ideal, sí deja en el lector la curiosidad y la inquietud por seguir reflexionando sobre este tema tan atemporal. LOUISE LABÉ De esta autora del Renacimiento francés en realidad se sabe poco. Hija y esposa de artesanos cordeleros, vivió una infancia, una adolescencia y una vida adulta sin preocupaciones. Su situación económica le permitió instruirse como pocas mujeres de su condición en aquella época: aprendió latín e italiano; practicó la equitación y la esgrima. Fue una lectora curiosa y apasionada que gustó del debate y la discusión. Louise Labé nació en Lyon alrededor de 1520 (la crítica ha situado la fecha de su nacimiento entre 1519 y 1524); en 1544 fue dada en matrimonio a Ennemond Perrin, hombre mayor y sin hijos que le dio una enorme libertad y con quien mantuvo una relación amistosa y respetuosa. A su muerte, en 1555, Perrin le deja todos sus bienes asegurándole así una vida cómoda e independiente. Labé, también conocida como “La Belle Cordière”, frecuentó a los poetas que en ese entonces componían y publicaban en Lyon: Maurice Scève, Pernette du Guillet (poetisa que inspirara la Délie de Scève), Antoine Héroët, Jacques Peletier du Mans y Pontus de Tyard (estos últimos pertenecientes posteriormente a La Pléiade), entre otros menores. Enzo Giudici reúne a este grupo de creadores en lo que él llamó “l’École lyonnaise”,6 aunque en realidad no los une nada sino el hecho de vivir en esa ciudad y no una intención creativa común, o un proyecto artístico colectivo (como lo sería más tarde La Pléiade). Lyon, la segunda ciudad del reino francés por su ubicación geográfica, se había convertido para la segunda mitad del siglo en un centro ideológico, económico, comercial y diplomático, lo cual facilitó la divulgación de las diferentes creaciones poéticas gracias al ambiente de tolerancia que ahí se respiraba.7 Y esto explicaría la 6 Cf.

Enzo Giudici, Louise Labé e l’École Lyonnaise. Martínez, en su introducción a la edición bilingüe de las Obras de Louise Labé, nos dice que: “En Lyon se conocieron antes que en otros medios las obras de los modernos autores italianos. Luigi 7 Caridad

72

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

posibilidad que Louise Labé tuvo, junto con otras mujeres creadoras, de publicar su obra pues, aun con la censura de personajes como Calvino, quien la tildó de “plebeia meretrix” por el tono erótico de sus sonetos y la vida de libertad que llevó, pudo ordenar en vida su obra completa y compilarla en un volumen único intitulado Oeuvres y editado por Jean de Tournes en 1555 y vuelto a editar con correcciones en 1556. Este volumen se compone del Débat de Folie et d’Amour —suerte de diálogo dramático que confronta a Locura y a Amor con sus respectivos “abogados”, Mercurio y Apolo, en un juicio que preside Júpiter—; tres elegías de tema amoroso, y veinticuatro sonetos8 de imitación petrarquista en cuanto al tema y con influencia neoplatónica en cuanto a la concepción de la poesía como análoga al amor o a la belleza. También se incluye en este volumen una serie de poemas escritos por diferentes poetas (algunos anónimos) que loan la persona de nuestra autora. Aunque Louise Labé no se relaciona directamente con la famosa “Querelle des femmes”, no pasa inadvertida su opinión sobre el papel que pueden y deben desempeñar las mujeres en la creación imaginativa. En su opinión, la mujer no debe limitarse a la lectura, práctica gozosa per se, sino que debe ejercitarse en el quehacer de la escritura, actividad doblemente gozosa puesto que es equivalente a la expresión amorosa —y en el caso de la autora esta expresión Alamanni publicaba en Lyon de 1532 a 1533 los dos volúmenes de sus Opere Toscane, colección de poesías amorosas, elegías, églogas, sátiras e himnos pindáricos. Y cinco años antes de la Olive de Du Bellay (1549), publicaba Maurice Scève su Délie (1544), al estilo de los característicos cancioneros petrarquistas”. Sobre la situación de Lyon en el Renacimiento, remito además al texto de Enzo Giudici arriba citado. 8 El primero de estos sonetos fue escrito en italiano y no fue incluido en la edición de Gallimard, en su colección de La Pléiade, fuente de esta antología. Sin embargo, reproduzco aquí este primer soneto sin incluir su traducción. La fuente es la edición de Jean de Tournes de 1556 incluida en la Bibliografía: Non havria Ulysse o qualunqu’altro mai Più accordo fu, da quel divino aspetto Pien di gratie, d’honor et di rispetto Sperato qual i’sento affani e guai. Pur, Amor, co i begli occhi tu fatt’hai Tal piaga dentro al mio innocente petto, Di cibo et di calor già tuo ricetto, Che rimedio non v’è si tu n’el dai. O sorte dura, che mi fa esser quale Punta d’un Scorpio, et domandar riparo Contr’el velen’dall’istesso animale. Chieggo lo sol’ancida questa noia, Non estingua el desir a me si caro, Che mancar non potrà ch’i’ non mi muoia.

SIGLO XVI

73

transgrede lo platónico y se instala en lo carnal, rompiendo así con la visión neoplatónica tan en boga en el siglo xvi.9 Esto queda muy claro en la epístola dirigida a Clémence de Bourges, texto que precede la obra completa de Labé: Estant le tems venu, Mademoiselle, que les severes loix des hommes n’empeschent plus les femmes de s’apliquer aux sciences et disciplines: il me semble que celles qui ont la commodité, doivent employer cette honneste liberté que notre sexe ha autrefois tant désiré, à icelles aprendre et montrer aus hommes le tort qu’ils nous faisoient en nous privant du bien et de l’honneur qui nous en pouvoit venir…10

Aquí se presenta esta epístola introductoria seguida de las tres elegías y veintitrés sonetos, es decir, casi la totalidad de la obra de Louise Labé (sólo quedó fuera el Débat de Folie et d’Amour y el primer soneto escrito en italiano y no incluido en la edición de La Pléiade, fuente de esta antología). En estos textos se verá cómo la autora se inspira en Petrarca y en el comentario que hace Marsilio Ficino al Banquete de Platón para exponer su propia poética, en donde el concepto del amor doloso petrarquista adquiere una voz femenina y la equivalencia entre amor y creación neoplatónica se interpreta ya no desde una perspectiva religiosa (búsqueda de trascendencia divina), sino desde el sentimiento pasional y muy terrenal de la relación carnal.

Bibliografía Labé, Louise, Élegies, en Poètes du xviè siècle. Edición anotada de Albert-Marie Shmidt. París, Gallimard, 1953. (Bibliothèque de La Pléiade) Labé, Louise, Euvres de Louïze Labé, Lyonnoize. Lyon, Jean de Tournes, 1556. Labé, Louise, Oeuvres/Obras. Introd., cronología, bibliografía y notas y trad. de Caridad Martínez. Barcelona, Bosh, c. 1976. (Col. Erasmo. Textos bilingües)

9 En su ensayo “The re-making of love: Louise Labé’s Débat de Folie et d’Amour”, Edith J. Benkov propone que el Debate de Locura y Amor sirve de texto introductorio y explicativo de toda la obra de Labé, lo cual justifica que se lo ubique al principio de su obra completa. Allí se puede leer las diferentes intenciones poéticas de la autora, intenciones que se reproducen a lo largo de las elegías y de los sonetos. Así se llega a la conclusión de que “Whereas Petrarch [...] o Ficino [...] both view earthly love as an intermediate phase which should ultimately lead to the divine, Labé’s poetics remain firmly earthbound. She develops a theory of love that validates folly over reason, and which favors the earthly over the spiritual. Beyond this, Labé also posits a theoretical system that equates writing with “plaisir”, a system about which the debate clearly states its case” (Symposium, vol. 46-2, p. 101). 10 Louise Labé, Oeuvres/Obras, p. 78.

74

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

Labé, Louise, Sonnets, en Poètes du xviè siècle. Edición anotada de Albert-Marie Shmidt. París, Gallimard, 1953. (Bibliothèque de La Pléiade) Le Grand Robert de la Langue Français, dir. de Alain Rey, 2a. ed., Dictionnaires Le Robert-vuef, 2001. Marguerite de Navarre, L’Heptaméron, en Conteurs français du xvième siècle. Textos presentados y anotados por Pierre Jourda. París, Gallimard, 1965. (Bibliothèque de La Pléiade) Marguerite de Navarre, Les dernières poésies de Marguerite de Navarre. Introd. y notas de Abel Lefranc. París, Armand Collin, 1896. Marguerite de Navarre, Les Marguerites de la Marguerite des Princesses, Texte de l’édition de 1547. Introd., notas y glosario de Félix Frank. París, Librairie des Bibliophiles, 1873. Marguerite de Navarre, Suyte des Marguerites de la Marguerite des Princesses, très illustre Royne de Navarre. Lyon, Jean de Tournes, 1547.

Bibliografia de consulta Aubaud, Camille, Lire les femmes de lettres. París, Dunod, 1993. Benkov, Edith Joyce, “The re-making of love: Louise Labé’s Débat de Folie et d’Amour”, en Symposium, verano, 1992, vol. 46-2, pp. 94-104. Eschrich, Gabriella S., “Celebrating Love, and Melancholia: The Sonnets of Louise Labé”, en Women’s Studies, may.-jun., 2004, vol. 33-3, pp. 307-334. Giudici, Enzo, Louise Labé e l’École Lyonnaise. Pról. de Jean Tricou. Nápoles, Liguori Editore, 1964. Jouanna, Arlette et al., La France de la Renaissance. Histoire et Dictionnaire. París, Robert Laffont, 2001. Jourda, Pierre, Marguerite d’Angoulême, duchesse d’Alençon, reine de Navarre. París, Champion, 1930; 2a. ed., Turín, Bodega d’Erasmo, 1960. Kem, Judy, “Fatal Lovesickness in Marguerite de Navarre’s ‘Heptaméron’”, en Sixteenth Century Journal, The Journal of Early Modern Studies, verano, 2010, vol. 41-2, pp. 355-370. Martínez, Caridad, Introducción a Oeuvres/Obras de Louise Labé. Barcelona, Bosh, c. 1976. (Col. Erasmo. Textos bilingües) Zalloua, Zahi, “Marguerite de Navarre and the Challenge of Ethical Criticism: History, Literature, and Exemplarity in the Heptaméron”, en Romance Notes, invierno, 2005, vol. 45-2, pp. 131-139.

HEPTAMÉRON Marguerite de Navarre

NEUFVIESME NOUVELLE La parfaicte amour qu’un gentil homme portoit à une damoyselle, par estre trop celée et meconue, le mena à la mort, au grand regret de s’amye. Entre Daulphiné et Provence, y avoit ung gentil homme beaucoup plus riche de vertu, beaulté et honnesteté que d’autres biens, lequel tant ayma une damoyselle, dont je ne diray le nom, pour l’amour de ses parens qui sont venuz de bonnes et grandes maisons; mais asseurez-vous que la chose est veritable. Et, à cause qu’il n’estoit de maison de mesmes elle, il n’osoit descouvrir son affection; car l’amour qu’il luy portoit estoit si grande et parfaicte, qu’il eut mieulx aymé mourir que desirer une chose qui eust esté à son deshonneur. Et, se voiant de si bas lieu au pris d’elle, n’avoit nul espoir de l’espouser. Parquoy son amour n’estoit fondée sur nulle fin, synon de l’aymer de tout son pouvoir le plus parfaicttement qu’il luy estoit possible; ce qu’il feyt si longuement que à la fin elle en eut quelque congnoissance. Et, voiant l’honneste amityé qu’il luy portoit tant plaine de vertu et bon propos, se sentoit estre honorée d’estre aymée d’un si vertueux personnaige; et luy faisoit tant de bonne chere, qu’il n’y avoit nulle pretente à mieulx se contenter. Mais la malice, ennemye de tout repos, ne peut souffrir ceste vie honneste et heureuse; car quelques ungs allerent dire à la mere de la fille qu’ilz se esbahissoient que ce gentil homme pouvoit tant faire en sa maison, et que l’on soupsonnoit que la fille le y tenoit plus que aultre chose, avecq laquelle on le voyoit souvent parler. La mere, qui ne doubtoit en nulle façon de l’honnesteté du gentil homme, dont elle se tenoit aussi asseurée que nul de ses enffans, fut fort marrye d’entendre que on le prenoit en mauvaise part; tant que à la fin, craingnant le scandale par la malice des hommes, le pria pour quelque temps de ne hanter pas sa maison, comme il avoit accoustumé, chose qu’il trouva de dure digestion, sachant que les honnestes propos qu’il tenoit sa fille ne merytoient poinct tel esloignement. Toutesfois, pour faire taire les mauvaises langues, se retira tant de temps, que le bruict cessa; et y retourna comme il avoit accoustumé; l’absence duquel n’avoit amoindry sa bonne volunté. Mais, 75

76

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

estant en sa maison, entendit que l’on parloit de marier ceste fille avecq un gentil homme qui luy sembla n’estre poinct si riche, qu’il luy deust tenir de tort d’avoir s’amye plus tost que luy. Et commancea à prandre cueur et emploier ses amys pour parler de sa part, pensant que, si le choix estoit baillé à la damoiselle, qu’elle le prefereroit à l’autre. Toutesfois, la mere de la fille et les parens, pource que l’autre estoit beaucoup plus riche, l’esleurent; dont le pauvre gentil homme print tel desplaisir, sachant que s’amye perdoit autant de contentement que luy, que peu à peu, sans autre maladye, commencea à diminuer, et en peu de temps changea de telle sorte qu’il sembloit qu’il couvrist la beaulté de son visaige du masque de la mort, où d’heure en heure il alloyt joyeusement. Si est-ce qu’il ne se peut garder le plus souvent d’aller parler à celle qu’il aymoit tant. Mais, à la fin, que la force luy defailloit, il fut contrainct de garder le lict, dont il ne voulut advertir celle qu’il aymoit, pour ne luy donner part de son ennuy. Et, se laissant ainsy aller au desespoir et à la tristesse, perdit le boire et le manger, le dormir et le repos, en sorte qu’il n’estoit possible de le recongnoistre, pour la meigreur et estrange visaige qu’il avoit. Quelcun en advertit la mere de s’amye, qui estoit dame fort charitable, et d’autre part aymoit tant le gentil homme, que, si tous leurs parens eussent esté de l’oppinion d’elle et de sa flle, ilz eussent preferé l’honnesteté de luy à tous les biens de l’autre; mais les parens du costé du pere n’y vouloient entendre. Toutesfois, avecq sa fille, alla visiter le pauvre malheureux, qu’elle trouva plus mort que vif. Et, congnoissant la fin de sa vye approcher, s’estoit le matin confessé et receu le sainct sacrement, pensant mourir sans plus veoir personne. Mais, luy, à deux doigtz de la mort, voyant entrer celle qui estoit sa vie et resurrection, se sentit si fortiffié, qu’il se gecta en sursault sur son lict, disant à la dame: «Quelle occasion vous a esmeue, ma dame, de venir visiter celluy qui a desja le pied en la fosse, et de la mort duquel vous estes la cause? —Comment, ce dist la dame, seroyt-il bien possible que celluy que nous aymons tant peust recevoir la mort par nostre faulte? Je vous prie, dictes-moy pour quelle raison vous tenez ces propos? Ma dame, ce dist-il, combien que tant qu’il m’a este possible j’ay dissimulé l’amour que j’ay porté à ma damoyselle vostre fille, si est-ce que mes parens, parlans du mariage d’elle et de moy, en ont plus declairé que je ne voulois, veu le malheur qui m’est advenu d’en perdre l’esperance, non pour mon plaisir particulier, mais pour ce que je sçay que avecq nul autre ne sera jamais si bien traiétée ne tant aymée qu’elle eust esté avecq moy. Le bien que je voys qu’elle pert du meilleur et pus affectionné amy qu’elle ayt en ce monde, me faict plus de mal que la perte de ma vie, que pour elle seule je voulois conserver; toutesfois, puis qu’elle ne luy peult de rien servir, ce n’est grand gaing de la perdre.» La mere et la fille, oyans ces propos, meirent peyne de le reconforter; et luy dist la mere: «Prenez bon couraige, mon amy, et je vous promectz ma foy que, si Dieu vous redonne santé,

SIGLO XVI

77

jamais ma fille n’aura autre mary que vous. Et voyla cy presente, à laquelle je commande de vous en faire la promesse.» La fille, en pleurant, meit peyne de luy donner seurté de ce que sa mere promectoit. Mais luy, congnoissant bien que quand il auroit la santé, il n’auroit pas s’amye, et que les bons propos qu’elle tenoit n’estoient seullement que pour essaier à le faire ung peu revenir, leur dist que, si ce langaige luy eust esté tenu il y avoit trois mois, il eust esté le plus sain et le plus heureux gentil homme de France; mais que le secours venoit si tard qu’il ne povoit plus estre creu ne esperé. Et, quant il veid qu’elles s’esforçoient de le faire croyre, il leur dist: «Or, puis que je voy que vous me promectez le bien que jamais ne peult advenir, encores que vous le voulsissiez, pour la foiblesse où je suys, je vous en demande ung beaucoup moindre que jamays je n’euz la bardiesse de requerir.» A l’heure, toutes deux le luy jurerent, et qu’il demandast hardiment. «Je vous supplie, dist-il, que vous me donnez entre mes bras celle que vous me promectez pour femme; et luy commandez qu’elle m’embrasse et baise.» La fille, qui n’avoit accoustumé telles privaultez, en cuyda faire difficulté; mais la mere le luy commanda expressement, voiant qu’il n’y avoit plus en luy sentiment ne force d’homme vif. La fille doncques, par ce commandement, s’advancea sur le lict du pauvre malade, luy disant: «Mon amy, je vous prie, resjouyssez-vous!» Le pauvre languissant, le plus fortement qu’il peut, estendit ses bras tous desnuez de chair et de sang, et avecq toute la force de ses os embrassa la cause de sa mort; et, en la baisant de sa froide et pasle bouche, la tint le plus longuement qu’il luy fut possible; et puis luy dist: «L’amour que je vous ay portée a esté si grande et honneste, que jamais, hors mariage, ne soubzhaictay de vous que le bien que j’en ay maintenant; par faulte duquel et avecq lequel je rendray joyeusement mon esperit à Dieu, qui est parfaicte amour et charité, qui congnoist la grandeur de mon amour et honnesteté de mon desir; le suppliant, ayant mon desir entre mes bras, recepvoir entre les siens mon esperit.» Et, en ce disant, la reprint entre ses bras par une telle vehemence, que, le cueur affoibly ne pouvant porter cest esfort, fut habandonné de toutes ses vertuz et esperitz; car la joye les feit tellement dilater que le siege de l’ame luy faillyt, et s’envolla a son Createur. Et, combien que le pauvre corps demorast sans vie longuement et, par ceste occasion, ne pouvant plus tenir sa prinse, l’amour que la demoiselle avoit tousjours celée se declaira à l’heure si fort, que la mere et les serviteurs du mort eurent bien affaire à separer ceste union; mais à force osterent la vive, pire que morte, d’entre les bras du mort, lequel ils feirent honnorablement enterrer. Et le triomphe des obseques furent les larmes, les pleurs et les crys de ceste pauvre damoiselle, qui d’autant plus se declaira après la mort, qu’elle s’estoit dissimullée durant la vie, quasi comme satisfaisant au tort qu’elle luy avoit tenu. Et depuis (comme j’ay oy dire), quelque mary qu’on luy donnast pour l’appaiser, n’a jamays eu joye en son cueur.

78

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

«Que vous semble-t-il, Messieurs, qui n’avez voulu croyre à ma parole, que cest exemple ne soit pas suffisant pour vous faire confesser que parfaicte amour mene les gens à la mort, par trop estre celée et mescongneue. Il n’y a nul de vous qui ne congnoisse les parens d’un cousté et d’autre; parquoy n’en pouvez plus doubter, et nul qui ne l’a experimenté ne le peult croire.» Les dames, oyans cella, eurent toutes la larme à l’oeil; mais Hircan leur dist: Voyla le plus grand fol dont je ouys jamais parler! Est-il raisonnable, par vostre foy, que nous morions pour les femmes, qui ne sont faictes que pour nous, et que nous craignions leur demander ce que Dieu leur commande de nous donner? Je n’en parle pour moy ne pour tous les mariez; car j’ay autant ou plus de femmes qu’il m’en fault: mais je deiz cecy pour ceulx qui en ont necessité, lesquelz il me semble estre sotz de craindre celles à qui ilz doyvent faire paour. Et ne voyez-vous pas bien le regret que ceste pauvre damoiselle avoit de sa sottise? Car, puis qu’elle embrassoit le corps mort (chose repugnante à nature), elle n’eut poinct refusé le corps vivant, s’il eut usé d’aussi grande audace qu’il feit pitié en mourant. —Toutesfoys, dist Oisille, si monstra bien le gentil homme l’honneste amityé qu’il luy portoit, dont il sera a jamays louable devant tout le monde; car trouver chasteté en ung cueur amoureux, c’est chose plus divine que humaine. —Ma dame, dist Saffredent, pour confirmer le dire de Hircan, auquel je me tiens, je vous supplye croire que Fortune ayde aux audatieux, et qu’il n’y a homme, s’il est aymé d’une dame (mais qu’il le saiche poursuivre saigement et affectionnement), que à la fin n’en ayt du tout ce qu’il demande en partye; mais l’ignorance et la folle craincte font perdre aux hommes beaucoup de bonnes advantures, et fondent leur perte sur la vertu de leur amye, laquelle n’ont jamais experimentée du bout du doigt seullement; car oncques place bien assaillye ne fut, qu’elle ne fust prinse. —Mais, dist Parlamente, je m’esbahys de vous deux comme vous osez tenir telz propos! Celles que vous avez aymées ne vous sont gueres tenues, ou vostre addresse a esté en si meschant lieu que vous estimez les femmes toutes pareilles? —Ma damoiselle, dist Saffredent, quant est de moy, je suis si malheureux que je n’ay de quoy me vanter; mais si ne puis-je tant attribuer mon malheur à la vertu des dames que à la faulte de n’avoir assez saigement entre-prins ou bien prudemment conduict mon affaire; et n’allegue pour tous docteurs, que la vielle du Roman de la Roze, laquelle dict:

Nous sommes faictz, beaulx filz, sans doubtes, Toutes pour tous, et tous pour toutes. Parquoy je ne croiray jamais que, si l’amour est une fois au cueur d’une femme, l’homme n’en ayt bonne yssue, s’il ne tient à sa besterie.» Parlamente dist: «Et

SIGLO XVI

79

si je vous en nommois une, bien aymante, bien requise, pressée et importunée, et toutesfois femme de bien, victorieuse de son cueur, de son corps, d’amour et de son amy, advoueriez-vous que la chose veritable seroit possible? —Vrayment, dist-il, ouy. —Lors, dist Parlamente, vous seriez tous de dure foy, si vous ne croyez cest exemple». Dagoucin luy dist: «Ma dame, puis que j’ay prouvé par exemple l’amour vertueuse d’un gentil homme jusques à la mort, je vous supplye, si vous en sçavez quelcune autant à l’honneur de quelque dame, que vous la nous veullez dire pour la fin de ceste Journée; et ne craignez poinct à parler longuement, car il y a encores assez de temps pour dire beaucoup de bonnes choses. —Et puis que le dernier reste m’est donné, dist Parlamente, je ne vous tiendray poinct longuement en parolles; car mon histoire est si belle et si veritable, qu’il me tarde que vous ne la sachiez comme moy. Et, combien que je ne l’aye veue, si m’a-elle esté racomptée par ung de mes plus grands et entiers amys, il la louange de l’homme du monde qu’il avoit le plus aymé. Et me conjura que, si jamais je venois à la racompter, je voulusse changer le nom des personnes; parquoy tout cela est veritable, hormys les noms, les lieux et le pays.»

VINGT SIXIESME NOUVELLE Par le conseil et affection fraternelle d’une dame, le seigneur d’Avannes se retira de la folle amour qu’il portoit à une gentille femme demeurant à Pampelune Il y avoit, au temps du Roy Loys douziesme, umg jeune seigneur, homme monsieur d’Avannes, filz du sire d’Albret, frere du Roy Jehan de Navarre, avecq lequel le dict seigneur d’Avannes demoroit ordinairement. Or, estoit le jeune seigneur, de l’aage de quinze ans, tant beau et tant plain de toute bonne grace, qu’il sembloit n’estre faict que pour estre aymé et regardé; ce qu’il estoit de tous ceulx qui le voyoient, et, plus que de nul autre, d’unee dame demorant à la ville de Pampelune en Navarre, laquelle estoit mariée à ung fort riche homme, avecq lequel vivoit si honnestement, que, combien qu’elle ne fust aagée que de vingt trois ans, pour ce que son mary approchoit le ciuquantiesme, s’abilloit si honnestement qu’elle sembloit plus vefve que mariée. Et jamais à nopces ny à festes homme ne la veit aller sans son mary; duquel elle estimoit tant la bonté et vertu, qu’elle le preferoit à la beaulté de tous aultres. Et le mary l’ayant experimeritée si saige, y print telle seureté, qu’il luy commectoit toutes les affaires de sa maison. Ung jour, fut convié ce riche gentil homme avecq sa femme à une nopce de leurs parentes. Auquel lieu, pour honorer les nopces, se trouva le jeune seigneur d’Avannes, qui naturellement aymoit les dances, comme celluy qui en son temps ne trouvoit son pareil. Et, apres le disner que les

80

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

dances commencerent, fut prié le dict seigneur d’Avannes, par le riche homme, de vouloir danser. Le dict seigneur lui demanda qu’il vouloit qu’il menast. Il luy respondit: «Monseigneur, s’il y en avoit une plus belle et plus à mon commandement que ma femme, je vous la presenterois, vous supliant me faire cest honneur de la mener danser.» Ce que feit le jeune prince, duquel la jeunesse estoit si grande, qu’il prenoit plus de plaisir à saulter et dancer, que à regarder la beaulté des dames. Et celle qu’il menoit, au contraire, regardoit plus la grace et beaulté du dict seigneur d’A vannes, que la dance où elle estoit, combien que, par sa grande prudence, elle n’en fit ung seul semblant. L’heure du souppé venue, monseigneur d’Avannes, disant adieu a la compaignye, se retira au chasteau où le riche homme sur sa mulle l’accompaigna, et, en allant, lui dist: «Monseigneur, vous avez ce jourd’huy tant faict d’honneur à mes parens et à moy, que ce me seroit grande ingratitude si je ne m’offrois avec toutes mes facultez at vous faire service. Je sçay, Monseigneur, que tel seigneur que vous, qui avez peres rudes et avaritieux, avez souvent plus faulte d’argent que nous, qui par petit train et bon mesnaige ne pensons que d’en amasser. Or est-il ainsy, que Dieu, m’ayant donné une femme selon mon desir, ne m’a voullu donner en ce monde totallement mon paradis, m’ostant la joye que les peres ont des enfans. Je sçay, Monseigneur, qu’il ne m’appartient pas de vous adopter pour tel, mais, s’il vous plaist de me recepvoir pour serviteur et me declarer voz petites affaires, tant que cent mil escuz de mon bien se pourront estandre, je nefauldray vous secourir en vos necessitez.» Monseigneur d’Avannes fut fort joieulx de cest offre, car il avoit ung pere tel que l’autre luy avoit dechiffré, et apres l’avoir mercié, le nomma, par alliance, son pere. De ceste heure-là, le dict riche homme print telle amour au seigneur d’Avannes, que matin et soir ne cessoit de s’enquerir s’il luy falloit quelque chose; et ne cella à sa femme la devotion qu’il avoit au dict seigneur et à son service, dont elle l’ayma doublement; et, depuis ceste heure, le dict seigneur d’Avannes n’avoit faulte de chose qu’il desirast. Il alloit souvent veoir ce riche homme, boire et manger avecq luy, et, quant il ne le trouvoit poinct, sa femme bailloit tout ce qu’il demandoit; et davantaige parloit à luy si saigement, l’admonestant d’estre saige et vertueux, qu’il la craingnoit et aymoit plus que toutes les femmes de ce monde. Elle, qui avoit Dieu et honneur devant les oeilz, se contentoit de sa veue et parolle où gist la satisfaction d’honnesteté et bon amour. En sorte que jamais ne luy feit signe pourquoy il peust juger qu’elle eut autre affection à luy que fraternelle et chrestienne. Durant cerste amitié couverte, monseigneur d’Avannes, par l’aide des dessus dictz, estoit fort gorgias et bien en ordre. Commencea à venir en l’aage de dix sept ans et de chercher les dames plus qu’il n’avoit de coustume. Et, combien qu’il eust plus voluntiers aymé la saige dame que nulle, si est-ce que la paour qu’il avoit de perdre son amityé, si elle entendoit telz

SIGLO XVI

81

propos, le felt taire et se amuser ailleurs. Et alla addresser à une gentil femme, près de Pampelune, qui avoit maison en la ville, laquelle avoit espousé ung jeune homme qui surtout aymoit les chevaulx, chiens et oiseaulx. Et commencea, pour l’amour d’elle, à lever mille passetemps, comme tournoys, courses, luyttes, masques, festins et autres jeuz, en tous lesquels se trouvoit ceste jeune femme; mais, à cause que son mary estoit fort fantasticque et ses père et mere la congnoissoient fort legiere et belle, jaloux de son honneur, la tenoit de si près que le dict seigneur d’Avannes ne povoit avoir d’elle autre chose que la parolle bien courte en quelque bal, combien que en peu de propos le dict seigneur d’Avannes aparceut bien que autre chose ne defailloit à leur amitié, que le temps et le lieu. Parquoy il vint à son bon pere le riche homme, et luy dist qu’il avoit grand devotion d’aller visiter Nostre Dame de Monserrat, le priant de retenir en sa maison tout son train, parce qu’il voulloit aller seul; ce qu’il luy accorda. Mais sa femme, qui avoit en son cueur ce grand prophete Amour, soupsonna incontinant la verité du voiage; et ne se peut tenir de dire a monseigneur d’Avannes: «Monsieur, monsieur, la Nostre Dame que vous adorez n’est pas hors des murailles de ceste ville; parquoy, je vous supplie, sur routes choses, regarder à vostre santé.» Luy, qui la craingnoit et aymoit, rougit si fort à ceste parolle, que, sans parler, il luy confessa la verité; et, sur cela, s’en alla. Et quant il eut achepté une couple de beaulx chevaulx d’Espaigne, s’abilla en pallefrenier et desguisa tellement son visaige, que nul ne le congnoissoit. Le gentil homme, mary de la folle dame, qui sur toutes choses aymoit les chevaulx, veit les deux que menoit monseigneur d’Avannes: incontinant les vint achepter; et, après les avoir acheptez, regarda le pallefrenier qui les menoit fort bien, et luy demanda s’il le voulloit servir. Le seigneur d’Avannes lui dist que ouy et qu’il estoit ung pauvre pallefrenier qui ne sçavoit autre mestier que panser les chevaulx; en quoy il s’acquitteroit si bien qu’il en seroit contant. Le gentil homme en fut fort aise, et luy donna la charge de tous ses chevaulx; et, entrant en sa maison, dist à sa femme, qu’il luy recommandoit ses chevaulx et son pallefrenier, et qu’il s’en alloit au chasteau. La dame, tant pout complaire à son mary que pour avoir meilleur passetemps, alla visiter les chevaulx; et regarda le pallefrenier nouveau, qui luy sembla de bonne grace; toutesfois, elle ne le congnoissoit point. Luy, qui veit qu’il n’estoit poinct congneu, luy vint faire la reverence en la façon d’Espaigne et-luy baisa la main, et, en la baisant, la serra si fort, qu’elle le recongneut, car, en la dance, luy avoit-il mainte fois faict te tour; et, dès l’heure, ne cessa la dame de chercher lieu ou elle peust parler à luy à part. Ce que elle feit dès le soir mesmes, car elle, estant conviée en ung festin ou son mary la voulloit mener, faingnit estre mallade et n’y povoir aller. Le mary, qui ne vouloit faillir à ses amys, luy dist: «M’amye, puisqu’il ne vous plaist y venir, je vous prie avoir regard sur mes chiens et chevaulx, affin

82

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

qu’il n’y faille rien.» La dame trouva ceste commission tres agreable, mais, sans en faire autre semblant, luy respondit, puis que en meilleure chose ne la voulloit emploier, elle luy donneroit à congnoistre par les moindres combien elle desiroit luy complaire. Et n’estoit pas encores à peine le mary hors la porte, qu’elle descendit en l’estable, où elle trouva que quelque chose defailloit; et, pour y donner ordre, donna tant de commissions aux varletz de cousté et d’autre, qu’elle demora toute seulle avecq le maistre pallefrenier; et, de paour que quelcun survint, luy dist: «Allez-vous-en dedans nostre jardin, et m’attendez en ung cabinet qui est au bout da l’alée.» Ce qu’il fait si dilligemment, qu’il n’eust loisir de la merciet. Et, après qu’elle eut donné ordre à toute l’escurie, s’en alla veoir ses chiens, où elle feit pareille dilligence de les faire bien traicter, tant qu’il sembloit que de maistresse elle fust devenue chamberiere; et, après, retourna en sa chambre où elle se trouva si lasse, qu’elle se meist dedans le lict, disant qu’elle vouloit reposer. Toutes ses femmes la laisserent seulle, fors une à qui elle se fyoit, à laquelle elle dist: «Allez-vous-en au jardin, et me faictes venir celluy que vous trouverez au bout de l’allée.» La chamberiere y alla et trouva le pallefrenier qu’elle amena incontinant à sa dame, laquelle feit sortir dehors ladicte chamberiere pour guetter quant son mary viendroit. Monseigneur d’Avannes, se voyant seul avecq la dame, se despouilla des habillemens de pallefrenier, osta son faulx nez et sa faulse barbe, et, non comme crainctif pallefrenier, mais comme bel seigneur qu’il estoit, sans demander congé à la dame, audatieusement se coucha aupres d’elle où il fut receu, ainsy que le plus beau filz qui fust de son temps debvoit estre de la plus belle et folle dame du pays; et demoura là jusques ad ce que le seigneur retournast; à la venue duquel, reprenant son masque, laissa la place que par finesse et malice il usurpoit. Le gentil homme, entrant en sa court, entendit la dilligence qu’avoit faict sa femme de bien luy obeyr, dont la mercia tres fort. «Mon amy, dit la dame, je ne faictz que mon debvoir. Il est vray, qui ne prandroit garde sur ces meschans garsons, vous n’auriez chien qui ne fust galleux, ne cheval qui ne fust bien maigre; mais, puis que je congnois leur paresse et vostre bon voulloir, vous serez myeulx servy que ne fustes oncques.» Le gentil homme, qui pensoit bien avoir choisy le rmeilleur pallefrenier de tout le monde, luy demanda que luy en sembloit: «Je vous confesse, Monsieur, dist-elle, qu’il faict aussy bien son mestier que serviteur qu’eussiez peu choisir; mais si a-il besoing d’estre sollicité, car c’est le plus endormy varlet que je veiz jamais.» Ainsy longuement demeurerent le seigneur et la dame en meilleure amityé que auparavant; et perdit tout le soupson et la jalouzie qu’il avoit d’elle, pour ce que aultant qu’elle avoit aymé les festins, dances et compaignies, elle estoit ententive à son mesnaige; et se contentoit bien souvent de ne porter sur sa chemise que une chamarre, en lieu qu’elle avoit accoustumé d’estre quatre heures à

SIGLO XVI

83

s’accoustrer: dont elle estoit louée de son mary et d’un chascun, qui n’entendoient pas que le pire diable chassoit le moindre. Ainsy vesquit ceste jeune dame, soubz l’ypocrisie et habit de femme de bien, en telle volupté, que raison, conscience, ordre ne mesure n’avoient plus de lieu en elle. Ce que ne peut porter longuement la jeunesse et delicate complexion du seigneur d’Avannes, mais commencea à devenir tant pasle et meigre, que, sans porter masque, on le povoit bien descongnoistre; mais le fol amour qu’il avoit à ceste femme luy rendit tellement les ens hebetez, qu’il presumoit de sa force ce qui eust defailly en celle d’Hercules; dont, à la fin, contrainct de maladie, et conseillé par la dame, qui ne l’aymoit tant malade que sain, demanda congé à son maistre de se retirer chez ses parens: qui le luy donna a grand regret, luy faisant promectre que, quant il seroit sain, il retourneroit en son service. Ainsy s’en alla le seigneur d’Avannes à beau pied, car il n’avoit à traverser que la longueur d’une rue; et, arrivé en la maison du riche homme son bon pere, n’y trouva que sa femme, de laquelle l’amour vertueuse qu’elle luy portoit n’estoit poinct diminuée pour son voyage. Mais, quant elle le veit si maigre et descoloré, ne se peut tenir de luy dire: «Je ne sçay, Monseigneur, comme il vat de vostre conscience, mais vostre corps n’a poinct amendé de ce pellerinaige; et me doubte fort que le chemin que vous avez faict la nuyct vous ayt plus faict de mal que celluy du jour, car, si vous fussiez allé en Jherusalem à pied, vous en fussiez venu plus haslé, mais non pas si maigre et foyble. Or, comptez ceste-cy pour une, et ne servez plus telles ymaiges, qui, en lieu de resusciter les mortz, font mourir les vivans. Je vous en dirois davantage; mais, si vostre corps a peché, il en a telle pugnition, que j’ay pitié d’y adjouster quelque fascherie nouvelle.» Quand le seigneur d’Avannes eut entendu tous ces propos, il ne fut pas moins marry que honteux, et luy dist: «Madame, j’ay aultresfois ouy dire que la repentence suyt le peché; et, maintenant je l’esprouve à mes despens, vous priant excuser ma jeunesse, qui ne se peut chastier que par experimenter du mal qu’elle ne veult croire.» La dame, changeant ses propos, le feit coucher en ung beau lict, où il y fut quinze jours, ne vivant que de restaurentz; et luy tindrent le mary et la dame si bonne compaignye, qu’il eu avoit tousjours l’un ou l’autre aupres de luy. Et, combien qu’il eust faict les follies que vous avez oyes, contre la volunté et conseil de la saige dame, si rie diminua-elle jamais l’amour vertueuse qu’elle luy portoit, car elle esperoit tousjours que, apres avoir passé ses premiers jours en follies, il se retireroit et comtraindroit d’aymer honnestement, et, par ce moien, seroit en tout à elle. Et, durant ces quinze jours qu’il fut en sa maison, elle luy tint tout de bons propos tendant à amour de vertu, qu’il commencea avoir horreur de la follye qu’il avoit faicte; et, regardant la dame, qui en beaulté passoit la folle, congnoissant de plus en plus les graces at vertuz qui estoient en elle, il ne se peut garder, uug jour qu’il faisoit assez obscur, chassant toute craincte

84

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

dehors, de luy dire: «Madame, je ne voy meilleur moyen pour estre tel et si vertueulx que vous me preschez et desirez, que de mectre mon cueur et estre entierement amoureux de la vertu; je vous suplie, Madame, me dire s’il me vous plaist pas m’y donner toute aide et faveur à vous possible?» La dame, fort joyeuse de luy veoir tenir ce langaige, luy dist: «Et je vous promectz, Monseigneur, que, si vous estes amoureux de la vertu comme il appartient à tel seigneur que vous, je vous serviray pour y parvenir de toutes les puissances que Dieu a mises en moy. —Or, Madame, dist monseigneur d’Avannes, souvienne-vous de vostre promesse, et entendez que Dieu, incongueu de l’homme, sinon par la foy, a daigné prendre la chair semblable à celle de peché, afin qu’en attirant nostre chair à l’amour de son humanité, tirast aussi notre esprit à l’amour de sa divinité; et s’est voulu servyr des moyens visibles, pour nous faire aymer par foy les choses invisibles. Aussy, ceste vertu que je desire aymer toute ma vie, est chose invisible, sinon par les effectz du dehors; parquoy, est besoing qu’elle prenne quelque corps pour se faire congnoistre entre les hommes, ce qu’elle a faict, se revestant du vostre pour le plus parfaict qu’elle a pu trouver; parquoy, je vous recongnois et confesse nom seullement vertueuse, mais la seulle vertu; et, moy, qui la voys reluire soubz le vele du plus parfaict corps qui oncques fut, la veulx servir et honnorer toute ma vie, laissant pour elle toute autre amour vaine et vicieuse.» La dame, non moins contante que esmerveillée d’oyr ces propos, dissimulla si bien son contentement, qu’elle luy dist: «Monseigneur, je n’entreprendz pas de respondre à vostre theologie; mais, comme celle qui est plus craignant le mal que croyant le bien, vous vouldrois bien supplier de cesser en mon endroict les propos dont vous estimez si peu celles qui les ont creuz. Je sçay tres bien que je suis femme, non seullement comme une aultre, mais imparfaicte; et que la vertu feroit plus grand acte de me transformer en elle, que de prandre ma forme, sinon quant elle vouldroit estre incongneue en ce monde, car, soubz tel habit que le myen, ne pourroit la vertu estre congneue telle qu’elle est. Si est-ce, Monseigneur, que pour mon imperfection, je ne laisse à vous porter telle affection que doibt et peut faire femme craingnant Dieu et son honneur. Mais ceste affection ne sera declarée jusques ad ce que vostre cueur soit susceptible de la patience que l’amour vertueux commande. Et à l’heure, Monseigneur, je sçay quel langaige il fault tenir, mais pensez que vous n’aymez pas tant vostre propre bien, personne et honneur, que je l’ayme.» Le seigneur d’Avannes, crainctif, ayant la larme à l’oeil, la suplia tres fort, que, pour seureté de ses parolles, elle le voulsist baiser; ce qu’elle refusa, luy disant que pour luy elle ne romproit poinct la coustume du pays. Et, en ce debat, survint le mary, auquel dist monseigneur d’Avannes: «Mon pere, je me sens tant tenu à vous et vostre femme, que je vous supplye pour jamais me reputer votre filz.» Ce que le bon homme feit tres voluntiers. «Et, pour seurete de ceste amityé, je vous

SIGLO XVI

85

prie, dist monseigneur d’Avannes, que je vous baise.» Ce qu’il feit. Apres, luy dist: «Si ce n’estoit de paour d’offenser la loy, j’en ferois autant à ma mere vostre femme.» Le mary, voyant cela, commanda à sa femme de le baiser; ce qu’elle feit, sans faire semblant de vouloir ne non voulloir ce que son mary luy commandoit. A l’heure, le feu que la parolle avoyt commencé d’allumer au cueur du pauvre seigneur, commencea à se augmenter par le baiser, tant par estre si fort requis que cruellement refusé. Ce faict, s’en alla ledit seigneur d’Avannes au chasteau, veoir le Roy son frere, ou il feit fort beaulx comptes de son voiage de Monserrat. Et la entendit que le Roy son frere s’en vouloit aller à Oly et Taffares; et, pensant que le voiage seroit long, entra en une grande tristesse, qui le mist jusques à deliberer d’essayer, avant partyr, si la saige dame luy portoit poinct meilleure volunté qu’elle n’en faisoit le semblant. Et s’en alla loger en une maison de la ville, en la rue ou elle estoit, et print ung logis viel, mauvais et faict de boys, ouquel, environ minuyét, mist le feu: dont le bruyct fut si grand par toute la ville, qu’il vint à la maison du riche homme, lequel, demandant par la fenestre ou c’estoit qu’estoit le feu, entendit que c’estoit chez monseigneur d’Avannes, ou il alla incontinant avecq tous les gens de sa maison; et trouva le jeune seigneur tout en, chemise en la rue, dont il eut si grand pitié, qu’il le print entre ses bras, et, le couvrant de sa robbe, le mena en sa maison le plus tost qu’il luy fut possible; et dist à sa femme qui estoit dedans le lict: «M’amye, je vous donne en garde ce prisonnier, traictez-le comme moy-mesmes.» Et, si tost qu’il fut party, ledict seigneur d’Avannes, qui eust bien voulu estre traicté en mary, saulta legierement dedans le lict, esperant que l’occasion et le lieu aussy feroient changer propos à ceste saige dame; mais il trouva le contraire, car, ainsy qu’il saillit d’un costé dedans le lict, elle sortit de l’autre; et print son chamarre, duquel estant vestue, vint à luy au chevet du lict, et luy dist: «Monseigneur, avez-vous pensé que les occasions puissent muer ung chaste cueur? Croiez que ainsy que l’or s’esprouve en la fournaise, aussy ung cueur chaste au millieu des tentations s’y trouve plus fort et vertueux, et se refroidit, tant plus il est assailly de son contraire. Parquoy, soïez seur que, si j’avois aultre volunté que celle que je vous ay dicte, je n’eusse faillv à trouver dies moyens, desquelz, n’en voulant user, je ne tiens compte, vous priant que, si vous voulez que je continue l’affection que je vous porte, ostez non seullement la volunté, mais la pensée de jamais, pour chose que seussiez faire, me treuver aultre que je suis.» Durant ces parolles, arriverent ses femmes, et elle commanda qu’on apportast la collation de toutes sortes de confitures; mais il n’avoit pour l’heure ne faim ne soif, tant estoit desesperé d’avoir failly à son entreprinse, craingnant que la demonstration qu’il avoit faicte de son desir luy feit perdre la privaulté qu’il avoit envers elle.

86

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

Le mary, ayant donné ordre au feu, retourna et pria tant monseigneur d’Avannes, qu’il demorast pour ceste nuyct en sa maison. Et fut la dicte nuyct passée en telle sorte, que ses oeilz furent plus exercez à pleurer que dormir; et, bien matin, leur alla dire adieu dedans le lict, ou, en baisant la dame, congneut bien qu’elle avoit plus de pitié de son offence, que de mauvaise volunté contre luy: qui fut ung charbon adjousté davantaige à son amour. Apres disner, s’en alla avecq le Roy à Taffares, mais, avant partir, s’en alla encores redire adieu à son bon pere et à sa dame, qui, depuis le premier commandement de son mary, ne feit plus de difficulté de le baiser comme son filz. Mais soyez seur que plus la vertu empeschoit son œil et contenance de monstrer la flamme cachée, plus elle se augmentoit et devenoit importable, en sorte que, ne povant porter la guerre que l’amour et l’honneur faisoient en son cueur, laquelle toutesfois avoit deliberé de jamays ne monstrer, ayant perdu la consolation de la veue et parolle de celluy pour qui elle vivoit, tumba en une fievre continue, causée d’un humeur melencolicque, tellement que les extremitez du corps luy vindrent toutes froides, et au dedans brusloit incessamment. Les medecins, en la main desquelz ne pend pas la santé des hommes, commencerent à doubter si fort de sa malladie, à cause d’une opilation qui la rendoit melencolicque en extremité, qu’ilz dirent au mary et conseillerent d’advertir sa dicte femme de penser à sa conscience et qu’elle estoit en la main de Dieu, comme si ceulx qui sont en santé n’y estoient poinct. Le mary, qui aymoit sa femme parfaictement, fut si triste de leurs parolles, que pour sa consolation escripvit à monseigneur d’Avannes, le supliant de prendre la peyne de les venir visiter, esperant que sa veue proffiteroit à la mallade. A quoy ne tarda le dict seigneur d’Avannes, incontinant les lettres receues, mais s’en vint en poste en la maison de son bon pere; et a l’entrée, trouva les femmes et serviteurs de leans menans tel deuil que meritoit leur maistresse; dont le dict seigneur fut si estonné, qu’il demeura à la porte, comme une personne transy et jusques ad ce qu’il veid son bon pere, lequel, en l’ambrassant, se print à pleurer si fort, qu’il ne peut mot dire, et mena le seigneur d’Avannes où estoit la pauvre mallade; laquelle, tournant ses oeils languissans vers luy, le regarda et luy bailla la main en le tirant de route sa puissance à elle; et, en le baisant et embrassant, feit ung merveilleux plainct et luy dist: «O Monseigneur, l’heure est venue qu’il fault que toute dissimulation cesse, et que je confesse la verité que j’ay tant mis de peyne à vous celler: c’est que, si m’avez porté grande affection, croyez que la myenne n’a esté moindre; mais ma peyne a passé la vostre,d’aultant que j’ay eu la douleur de la celler contre mon cueur et volunté; car entendez, Monseigneur, que Dieu et mon honneur ne m’ont jamais permis de la vous declarer, craingnant d’adjouster en vous ce que je desiroys de diminuer; mais sçachez que le non que si souvent je vous ay dict m’a faict tant de mal au prononcer, qu’il est cause de ma mort, de laquelle je me contente,

SIGLO XVI

87

puis que Dieu m’a faict la grace de morir, premier que la viollance de mon amour ayt mis tache à ma conscience et renomée: mée; car de moindre feu que le mien ont esté ruynez plus grandz et plus fortz edifices. Or, m’en voys-je contante, puis que, devant morir, je vous av pu declarer mon affection esgalle à. la vostre, hors mis que l’honneur des hommes et des femmes n’est pas semblable; vous supliant, Monseigneur, que doresnavant vous ne craingnez vous addresser aux plus grandes et vertueuses dames que vous pourrez, car en telz cueurs habitent les plus grandes passions et plus saigement conduictes; et la grace, beaulté et honnesteté qui sont en vous ne permectent que vostre amour sans fruict travaille. Je ne vous prieray poinct de prier Dieu pour moy, car je sçay que la porte de paradis n’est poinct refusée aux vraiz amans, et que amour est ung feu qui punit si bien les amoureux en ceste vie, qu’ilz sont exemptz de l’aspre torment de purgatoire. Or, adieu, Monseigneur; je vous recommande vostre bon pere mon marv, auquel je vous prie compter à la verité ce que vous sçavez de moy, affin qu’il congnoisse combien j’av avmé Dieu et luy; et gardez-vous de vous trouver devant mes oeilz, car doresnavant ne veulx penser que à aller recepvoir les promesses qui me sont promises de Dieu avant la constitution du monde.» Et, en ce disant, le baisa et l’embrassa de toutes les forces de ses foibles bras. Le dict seigneur, qui avoit le cueur aussi mort par compassion qu’elle par douleur, sans avoir puissance de luy dire ung seul mot, se retira hors de sa veue, sur ung lict qui estoit dedans la chambre, ou il s’esvanouyt plusieurs foys. A l’heure, la dame appella son mary, et, apres luy avoir faict plusieurs remonstrations honnestes, luy recommanda monseigneur d’Avannes, l’asseurant que, après luy, c’es-toit la personne du monde qu’elle avoit le plus aymée. Et, en baisant son mary, lui dict adieu. Et à l’heure, luy fut apporté le sainct Sacrement de l’autel, après l’extreme unction, lesquelz elle receut avecq telle joye comme celle qui est seure de son salut; et, voiant que la veue luy diminuoit et les forces luy defailloient, commencea à dire bien hault son In manus. A ce cry, se leva le seigneur d’Avannes de dessus le lict, et, en la regardant piteusement, luy veit rendre avecq ung doulx soupir sa glorieuse ame a Celluy dont elle estoyt venue. Et, quant il s’apperceut qu’elle estoit morte, il courut au corps mort, duquel vivant en craincte il approchoit, et le vint embrasser et baiser de telle sorte, que à grand peyne le luy peult-on oster d’entre les bras; dont le mary en fut fort estonné, car jamais n’avoit estimé qu’il lui portast telle affection. Et en luy disant: «Monseigneur, c’est tropl» se retirerent tous deux. Et, après avoir ploré longuement, monseigneur d’Avannes compta tous les discours de son amityé, et comme jusques à sa mort elle ne luy avoit jamais faict ung seul signe ou il trouvast autre chose que rigueur, dont le mary, plus contant que jamais, augmenta le regret et la douleur qu’il avoit de l’avoir perdue; et toute sa vie feit service à, monseigneur d’Avannes. Mais, depuis ceste heure, le dict

88

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

seigneur d’Avannes, qui n’avoit que dix-huict ans, s’en alla à la Court, où il demeura beaucoup d’années, sans vouloir ne veoir ne parler à femme du monde, pour le regret qu’il avoit de sa dame; et porta plus de dix ans le noir. «Voyla, mes dames, la difference d’une folle et saige dame, auxquelles se monstrent les differentz effectz d’amour, dont l’une en receut mort glorieuse et louable, et l’autre, renommée honteuse et infame, qui feit sa vie trop longue, car autant que la mort du sainct est precieuse devant Dieu, la mort du pecheur est très mauvaise. —Vrayement, Saffredent, ce dist Oisille, vous nous avez racompté une histoire autant belle qu’il en soit poinct; et qui auroit congneu le personnage comme moy, la trouveroit encores meilleure; car je n’ay poinct veu ung plus beau gentil homme ne de meilleure grace, ue le dict seigneur d’Avannes. —Pensez, ce dist Saffredent, que voylà une saige femme, qui, pour se monstrer plus vertueuse par dehors qu’elle n’esstoit au cueur, et pour dissimuler ung amour que la raison de nature voulloit qu’elle portast à ung si honneste seigneur, s’alla laisser morir, par faulte de se donner le plaisir qu’elle desiroit couvertement! —Si elle eust en ce desir, dist Parlamente, elle avoit assez de lieu et occasion pour luy monstrer; mais sa vertu fut si grande, que jamais son desir ne passa sa raison. —Vous me le paindrez, dist Hircan, comme il vous plaira; mais je sçay bien que toujours ung pire diable mect l’autre dehors, et que l’orgueil cherche plus la volupté entre les dames, que ne faict la craincte, ne l’amour de Dieu. Aussi, que leurs robbes sont si longues et si bien tissues de dissimulation, que l’on ne peult congnoistre ce qui est dessoubz, car, si leur honneur n’en estoit non plus taché que le nostre, vous trouveriez que Nature n’a rien oblyé en elles non plus que en nous; et, pour la contraincte que elles se font de n’oser prendre le plaisir qu’elles desirent, ont changé ce vice en ung plus grand qu’elles tiennent plus honneste. C’est une gloire et cruaulté, par qui elles esperent acquerir nom d’immortalité, et ainsy se gloriffians de resister au vice de la loy de Nature (si Nature est vicieuse), se font non seullement semblables aux bestes inhumaines et cruelles, mais aux diables, desquelz elles prenent l’orgueil et la malice. —C’est dommaige, dist Nomerfide, dont vous avez une femme de bien, veu que non seullement vous desestimez la vertu des choses, mais la voulez monstrer estre vice. —Je suis bien ayse, dist Hircan, d’avoir une femme qui n’est poinct scandaleuse, comme aussi je ne veulx poinct estre scandaleux; mais, quant à la chasteté de cueur, je croy qu’elle et moy sommes enfans d’Adam et d’Eve; parquoy, en bien nous mirant, n’aurons besoing de couvrir nostre nudité de feulles, mais plustost confesser nostre fragilité. —Je sçay bien, ce dist Parlamente, que nous avons tous besoing de la grace de Dieu, pour ce que nous sommes tous encloz en peché; si est-ce que noz tentations ne sont pareilles aux vostres, et si nous pechons par orgueil, nul tiers n’en a dommage, nv nostre corps et noz mains n’en demeurent souillées. Mais vostre plaisir gist à

SIGLO XVI

89

deshonorer les femmes, et vostre honneur à tuer les hommes en guerre: qui sont deux poinctz formellement contraires à la loy de Dieu. —Je vous confesse, ce dist Geburon, ce que vous dictes, mais Dieu qui a dict: «Quiconques regarde par concupiscence est deja adultere en son cueur, et quiconques hayt son prochain est homicide.» A vostre advis, les femmes en sont-elles exemptes non plus que nous? —Dieu, qui juge le cueur, dist Longarine, en donnera sa sentence; mais c’est beaucoup que les hommes ne nous puissent accuser, car la bonté de Dieu est si grande, que, sans accusateur, il ne nous jugera poinct; et congnoist si bien la fragilité de noz cueurs, que encores nous aymera-il de ne l’avoir poinct mise à, execution. —Or, je vous prie, dist Saffredent, laissons ceste dispute, car elle sent plus sa predication que son compte; et je donne ma voix à Ennasuitte, la priant qu’elle n’oublye poinct à nous faire rire. —Vrayement, dist-elle, je n’ay garde d’y faillir; et vous diray que, en venant icy deliberée pour vous compter une belle histoire pour ceste Journée, l’on m’a faict ung compte de deux serviteurs d’une princesse, si plaisant, que, de force de rire, il m’a faict; oblyer la melencolye de la piteuse histoire que je remectray à demain, car mon visaige seroit trop joyeulx pour la vous faire trouver bonne.»

CINQUANTIESME NOUVELLE Messire Jean Pierre longuement en vain une sienne voysine, de laquelle il estait fort feru. Et pour en divertir sa fantaysie, s’esloigna quelques jours de sa veue: qui luy causa une melencolye si grande, que les medecins lui ordonnerent la saignée. La dame, qui sçavoit d’ond procedoit son mal, cuydant sauver sa vie, advança sa mort, luy accordant ce que tousjours luy avoit refusé; puis, considerant qu’elle estaoit cause de la perte d’un si perfait amy, par un coup d’espée, se feit compaigne de sa fortune. En la ville de Cremonne, n’y a pas longtemps qu’il y avoit ung gentil homme nommé messire Jehan Pietre, lequel avoit aymé longuement une dame qui demoroit près de sa maison; mais, pour pourchatz qu’il sceut faire, ne povoit avoir d’elle la responce qu’il desiroit, combien qu’elle l’aymoit de tout son cueur. Dont le pauvre gentil homme fut si ennuyé et fasché, qu’il se retira en son logis, deliberé de ne poursuyvre plus en vain le bien dont la poursuicte consumoit sa vie. Et, pour en cuyder divertir sa fantaisie, fut quelques jours sans la veoir; dont il tumba en telle tristesse, que l’on mescongnoissoit son visaige. Ses parens feirent venir les medecins, qui, voyans que le visaige luy devenoit jaulne, etimerent que c’estoit une oppilation de foye, et luy ordonnerent la seignée. Ceste dame, qui avoit tant faict la rigoureuse, sçachant très bien que la malladie ne luy venoit que par son refuz, envoia devers luy une vielle en qui elle se fyoit, et

90

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

luy manda que, puis qu’elle congnoissoit que son amour estoit veritable et non faincte, elle estoit deliberée de tout luy accorder ce que si long temps luy avoit refusé. Elle avoit trouvé moien de saillir de son logis en ung lieu ou privement il la povoit veoir. Le gentil homme, qui au matin avoit esté seigné au bras, se trouva par ceste parolle mieulx guery qu’il ne faisoit par medecine ne seignée qu’il sceut prendre: luy manda qu’il n’y auroit poinct; de faulte qu’il ne se trouvast à l’heure qu’elle luy mandoit; et qu’elle avoit faict ung miracle evident, car, par une seulle parolle, elle avoit guery ung homme d’une malladye où tous les medecins ne povoient trouver remede. Le soir venu qu’il avoit tant desiré, s’en alla le gentil homme au lieu qui luy avoit esté ordonné, avecq ung si extresme contentement qu’il falloit que bien tost il print fin, ne povant augmenter. Et ne demeura gueres, apres qu’il fut arrivé, que celle qu’il aymoit plus que son ame le vint trouver. Il ne s’amusa pas à luy faire grande harangue, car le feu qui le brusloit le faisoit hastivement pourchasser ce que a peyne povoit-il croire avoir en sa puissance. Et, plus yvre d’amour et de plaisir qu’il ne luy estoit besoing, cuydant sercher par un cousté le remede de sa vie, se donnoit par ung aultre l’advancement de sa mort; car, ayant pour s’amye mys eu obly soy-mesmes, ne s’apperceut pas de son bras qui se desbanda, et la playe nouvelle, qui se vint à ouvrir, rendit tant de sang, que le pauvre gentil homme en estoit tout baigné. Mais, estimant que sa lasseté venoit à cause de ses excès, s’en cuyda retourner à son logis. Lors, amour, qui les avoit trop unys ensemble, feit en sorte que, en departant d’avec s’amye, son ame departyt de son corps; et, pour la grande effusion de sang, tumba tout mort aux piedz de sa dame, qui demoura si hors d’elle-mesmes par son estonnement, en considerant la perte qu’elle avoit faicte d’un si parfaict amy, de la mort duquel elle estoit la seulle cause. Regardant d’aultre costé, avecq le regret et la honte en quoy elle demoroit, si on trouvoit ce corps mort en sa maison, afin de faire ignorer la chose, elle et une chamberiere en qui elle se fioit, porterent le corps mort dedans la rue, ou elle ne le voulut laisser seul, mais, en prenant l’espée du trepassé, se voulut joindre à sa fortune, et, en punissant son cueur, cause de tout le mal, la passa tout au travers, et tomba son corps mort sur celluy de son amy. Le pere et la mere de ceste fille, en sortans au matin de leur maison, trouverent ce piteulx spectacle; et, après en avoir faict tel deuil que le cas meritoit, les enterrerent tous deux ensemble. «Ainsy voyt-on, mes dames, que une extremité d’amour ameine ung autre malheur. —Voylà qui me plaist bien, dist Symontault, quant l’amour est si egalle, que, luy morant, l’autre ne vouloit plus vivre. Et si Dieu m’eust faict la grace d’en trouver une telle, je croy que jamais n’eust aymé plus parfaictement. —Si ay-je ceste opinion, dist Parlamente, qu’amour ne vous a pas tant aveuglé, que vous n’eussiez mieulx lyé vostre bras qu’il ne feit; car le temps est passé que les hommes oblient leurs vies pour les dames. —Mais il n’est pas passé, dist

SIGLO XVI

91

Simontault, que les dames oblient la vie de leurs serviteurs pour leurs plaisirs. —Je croy, dist Ennasuitte, qu’il n’y a femme au monde qui prenne plaisir à la mort d’un homme encores qu’il fust son ennemy. Toutesfois, si les hommes se veulent tuer eulx-mesmes, les dames ne les en peuvent pas garder. —Si est-ce, dist Saffredent, que celle qui refuse son pain au pauvre mourant de faim, est estimée le meurtrier. —Si vos requestes, dist Oisille, estoient si raisonnables que celles du pauvre demandant sa necessité, les dames seroient trop cruelles de vous refuser; mais, Dieu mercy! ceste maladie ne tue que ceulx qui doyvent morir dans l’année. —Je ne treuve poinct, Madame, dist Saffredent, qu’il soit une plus grande necessité que celle qui faict oblier toutes les aultres; car, quant l’amour est forte, on ne congnoist autre pain ne aultre viande que le regard et la parolle de celle que l’on ayme. —Qui vous laisseroit jeusner, dist Oisille, sans vous bailler aultre viande, on vous feroit bien changer de propos? —Je vous confesse, dist-il, que le corps pourroit defaillir, mais le cueur et la volunté non. —Doncques, dist Parlamente, Dieu vous a faict grand grace de vous faire addresser en lieu où avez si peu de contentement, qu’il vous fault reconforter à boire et à manger, dont il me semble que vous vous acquitez si bien, que vous devez louer Dieu d’une si doulce cruaulté. —Je suis tant nourry au torment, dist-il, que je commence à me louer des maulx dont les autres se plaingnent! —Peut-estre que c’est, dist Longarine, que nostre plaincte vous recule de la compaignie où vostre contentement vous faict estre le bienvenu; car il n’est rien si fascheux, que ung amoureux importun. —Mectez, dist Simontault, que une dame cruelle! —J’entendz bien, dist Oisille, que, si nous voulons entendre la fin des raisons de Svmontault, veu que le cas luy touche, nous pourrions trouver complies au lieu de vespres; parquoy, allons-nous en louer Dieu, dont ceste Journée est passée sans plus grand debat.» Elle commencea la premiere à se lever, et tous les aultres la suyvirent. Mais Simontault et Longarine ne cesserent de debatre leur querelle si doulcement, que, sans tirer espée, Simontault gaingna, monstrant que de la passion la plus forte estoit la necessité la plus grande. Et, sur ce mot, entrerent en l’eglise, où les moynes les attendoient. Vespres oyes, s’en allerent soupper autant de parolles que de viandes, car leurs questions diurerent tant qu’ilz furent à table, et du soir jusques ad ce que Oisille leur dist qu’ilz pouvoient bien aller reposer leurs esperitz, et que les cinq journées estoient accomplies de si belles histoires, qu’elle avoit grand paour que la sixiesme ne fut pareille; car il n’estoit possible, encores qu’on les voulut inventer, de dire de meilleurs comptes que veritablement ilz en avoient racomptez en leur compaignye. Mais Geburon luy dist que, tant que le monde dureroit, il se feroit cas dignes de memoire. «Car la malice des hommes mauvais est toujours telle qu’elle a esté, comme la bonté des bons. Tant que malice et bonté regneront sur la terre, ilz la rempliront tousjours de nouveaulx actes, combien qu’il est

92

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

escript qu’il n’y a rien nouveau soubz le soleil. Mais, à nous, qui n’avons esté appellez au conseil privé de Dieu, ignorans les premieres causes, trouvons toutes choses nouvelles tant plus admirables, que moins nous les vouldrions ou pourrions faire: parquoy n’ayez poinct de paour que les Journées qui viendront ne suyvent bien celles qui sont passées, et pensez de vostre part de bien faire vostre debvoir.» Oisille dist qu’elle se rendoit à Dieu, au nom duquel elle leur donnoit le bonsoir. Ainsy se retira toute la compaignye, mectant fin a la cinquiesme Journée.

Louise Labé

A M.C.D.B.L.1 Estant le tems venu, Madamoiselle, que les severes loix des hommes n’empeschent plus les femmes de s’apliquer aux sciences et disciplines: il me semble que celles qui ont la commodité, doivent employer cette honneste liberté que notre sexe ha autrefois tant desiré, a icelles aprendre et montrer aus hommes le tort qu’ils nous faisoient en nous privant du bien et de l’honneur qui nous en pouvoit venir: Et si quelcune parvient en tel degré, que de pouvoir mettre ses concepcions par escrit, le faire soigneusement et non dédaigner la gloire, et s’en parer plustot que de chaines, anneaus, et somptueus habits: lesquels ne pouvons vrayement estimer nostres, que par usage. Mais l’honneur que la science nous procurera, sera entierement notre: et ne nous pourra estre oté, ne par finesse de larron, ne force d’ennemis, ne longueur du tems. Si j’eusse esté tant favorisee des Cieus, que d’avoir l’esprit grand assez pour comprendre ce dont il ha u envie, je servi-rois en cet endroit plus d’exemple que d’amonicion. Mais ayant passé partie de ma jeunesse a l’exercice de la Musique, et ce qui m’a resté de tems l’ayant trouvé court pour la rudesse de mon entendement, et ne pouvant de moymesme satisfaire au bon vouloir que je porte a notre sexe, de le vouloir non en beauté seulement, mais en science et vertu passer ou égaler les hommes: je ne puis faire autre chose que prier es vertueuses Dames d’eslever un peu leurs esprits par-dessus leurs quenoilles et fuseaus, et s’employer a faire entendre au monde que si nous ne sommes faites pour commander, si ne devos estre desdaignees pour compagnes tant es affaires domestiques que publiques, de ceux qui gouvernent et se font obeïr. Et outre la reputacion que notre sexe en recevra nous aurons valù au publiq, que les hommes mettront plus de peine et d’estude aus sciences vertueuses, de peur qu’ils n’ayent honte de voir preceder celles, desquelles ils ont pretendu estre tousjours superieurs quasi en tout. Pource, nous faut il animer l’une l’autre à si louable entreprise: De laquelle ne devez eslogner ny espargner votre esprit, jà de plusieurs et diverses graces acompagné: 1 Se trata aquí de la fórmula usual que inicia una epístola dedicatoria. En este caso, como se indicó en la introducción, Louise Labé prepone a su obra completa esta carta dirigida a Clémence de Bourges, a quien dedica su creación. A.M.C.D.B.L significa “À Mademoiselle Clémence de Bourges Lyonnaise”.

93

94

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

ny votre jeunesse, et autres faveurs de fortune, pour aquerir cet honneur que les lettres et sciences ont accoutumé porter aus personnes qui les suivent. S’i y ha quelque chose recommandable apres la gloire et l’honneur, le plaisir que l’estude des lettres ha accoutumé donner nous y doit chacune inciter: qui est autre que les autres recreations: desquelles quand on en ha pris tant que l’on veut, on ne se peut vanter d’autre chose, que d’avoir passé le tems. Mais celle de l’estude laisse un contentement de soy, qui nous demeure plus longuement. Car le passé nous resjouit, et sert plus que le present: mais les plaisirs des sentimens se perdent incontinent, et ne reviennent jamais, et en est quelquefois la memoire autant facheuse, comme les actes ont esté delectables. Davantage les autres voluptez son telles, que quelque souvenir qui en vienne, si ne nous peut il remettre en telle disposicion que nous estions: et quelque imaginacion forte que nous imprimions en la teste, si connoissons nous bien que ce n’est qu’une ombre du passe qui nous abuse et trompe. Mais quand il avient que mettons par escrit nos concepcions, combien que puis après notre cerveau coure par une infinité d’afaires et incessamment remue, si est ce que long tems apres reprenans nos escrits, nous revenons au mesme point, et à la mesme disposicion ou nous estions. Lors nous redouble nostre aise: car nous retrouvons le plaisir passe qu’avons ù ou en la matiere dont escrivions, ou en l’inteligence des sciences ou lors estions adonnez. Et outre ce, le jugement que font nos secondes concepcions des premieres nous rend un singulier contentement. Ces deus biens qui proiennent d’escrire vous y doivent inciter, estant asseuree que le premier ne faudra d’acompagner vos escrits comme il fait tous vos autres actes et façons de vivre. Le second sera en vous de le prendre, ou ne l’avoir point: ainsi que ce dont vous escrirez vous contentera. Quant à moy tant en escrivant premierement ces jeunesses que en les revoyant depuis, je n’y cherchois autre chose qu’un honneste passetems et moyen de fuir oisiveté: et n’avois point intencion que personne que moy les dust jamais voir. Mais depuis que quelcuns de mes amis ont trouvé moyen de les lire sans que j’en susse rien, et que (ainsi comme aisément nous croyons ceus qui nous louent) ils m’ont fait à croire que les devois mettre en lumiere: je ne les ay osé esconduire, les menassant ce pendant de leur faire boire la moitié de la honte qui en proviendroit. Et pource que les femmes ne se montrent volontiers en publiq seules, je vous ay choisie pour me servir de guide, vous dediant ce petit euvre, que ne vous envoie à autre fin que pour vous acertener du bon vouloir lequel de long tems je vous porte, et vous inciter et faire venir envie en voyant ce mien euvre rude et mal bati, d’en mettre en lumiere un autre qui soit mieus limé et de meilleure grace. Dieu vous maintienne en santé. De Lion le 24 juillet 1555. Votre humble amie Louïze Labé

SIGLO XVI

ELÉGIES ELÉGIE I Au temps qu’Amour, d’hommes et Dieus vainqueur, Faisoit bruler de sa flamme mon coeur, En embrassant de sa cruelle rage Mon sang, mes os, mon esprit et courage: Encore lors je n’avois la puissance De lamenter ma peine et ma souffrance, Encor Phebus, ami des Lauriers vers, N’avoit permis que je fisse des vers: Mais meintenant que sa fureur divine Remplit d’ardeur ma hardie poitrine, Chanter me fait, non les bruians tonnerres De Jupiter, ou les cruelles guerres, Dont trouble Mars, quand il veut, l’Univers. Il m’a donné la lyre, qui les vers Souloit2 chanter de l’Amour Lesbienne: Et à ce coup pleurera de la mienne. O dous archet, adouci moy la voix, Qui pourroit fendre et aigrir quelquefois, En recitant tant d’ennuis et douleurs, Tant de despits, fortunes et malheurs. Trempe l’ardeur, dont jadis mon cœur tendre Fut en brulant demi reduit en cendre. Je sen desja un piteus souvenir, Qui me contreint la larme à l’œil venir. Il m’est avis que je sen les alarmes Que premiers j’u d’Amour, je voy les armes, Dont il s’arma en venant m’assaillir: C’estoit mes yeus, dont tant faisois saillir De traits, à ceus qui trop me regardoient, Et de mon arc assez ne se gardoient. Mais ces miens traits, ces miens yeus me defirent, Et de vengeance estre exemple me firent. Et, me moquant, et, voyant l’un aymer, L’autre bruler et d’Amour consommer: 2 Souloir*:

Avoir coutume de, l’habitude de.

95

96

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

En voyant tant de larmes espandues, Tant de soupirs et prieres perdues, Je n’aperçu que soudein me vint prendre Le mesme mal que je soulois3 reprendre: Qui me persa d’une telle furie Qu’encor n’en suis apres long tems guerie: Et meintenant me suis encor contreinte De rafreschir d’une nouvelle pleinte Mes maus passez. Dames, qui les lirez, De mes regrets avec moy soupirez. Possible, un jour, je feray le semblable, Et ayderay votre voix pitoyable A vos travaus et peines raconter, Au tems perdu vainement lamenter. Quelque rigueur qui loge en votre cœur, Amour s’en peut un jour rendre vainqueur, Et plus aurez lui esté ennemies, Pis vous fera, vous sentant asservies. N’estimez point que lon doive blamer Celles qu’a fait Cupidon enflamer. Autres que nous, nonobstant leur hautesse, Ont enduré l’amoureuse rudesse: Leur coeur hautein, leur beauté, leur lignage Ne les ont su preserver du servage De dur Amour: les plus nobles esprits En sont plus fort et plus soudein espris. Semiramis, Royne tant renommee, Qui mit en route avecques son armee, Les noirs squadrons4 des Ethiopiens, Et, en montrant louable exemple aus siens Faisoit couler de son furieus branc5 Des ennemis les plus braves le sang, Ayant encor envie de conquerre Tous ses voisins, ou leur mener la guerre, Trouva Amour, qui si fort la pressa, Qu’armes et loix veincue elle laissa. 3 Souloir*:

Avoir coutume de, l’habitude de. escadron. 5 Branc: Épée à forte lame dont on se servait au moyen âge. 4 Squadron:

SIGLO XVI

Ne meritoit sa Royalle grandeur Au moins avoir un moins fascheus malheur Qu’aymer son fils? Royne de Babylonne, Où est ton cœur qui es6 combaz resonne? Qu’est devenu ce fer et cet escu, Dont tu rendois le plus brave veincu? Où as tu mis la Marciale creste, Qui obombroit le blond or de ta teste? Où est l’espée, où est cette cuirasse, Dont tu rompois des ennemis l’audace? Où sont fuiz tes coursiers furieus, Lesquels trainoient: ton char victorieus? T’a pù si tot un foible ennemi rompre? Ha pù si tot ton coeur viril corrompre, Que le plaisir d’armes plus me te touche: Mais seulement languis en une couche? Tu as laissé les aigreurs Marciales, Pour recouvrer les douceurs geniales. Ainsi Amour de toy t’a estrangee,7 Qu’ou te diroit en une autre changee. Donques celui lequel d’amour esprise Pleindre me voit, que point il ne mesprise Mon trisre deuil: Amour, peut estre, en brief En son endroit n’aparoitra moins grief. Telle j’ay vu, qui avoit en jeunesse Blamé Amour, apres en sa vieillesse Bruler d’ardeur, et pleindre tendrement L’ápre rigueur de sou tardif tourment. Alors de fard et eau continuelle Elle essayait se faire venir belle, Voulant chasser le ridé labourage Que l’aage avoit gravé sur son visage. Sur son chef gris elle avoit empruntee Quelque perruque, et assez mal antee: Et plus estoit à son gré bien fardee, De som Ami moins estoit regardee, Lequel, ailleurs fuiant, n’en tenoit conte, 6 Es:

Dans les… En matière de… repousser, exclure, transformer.

7 Estranger:

97

98

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

Tant lui sembloit laide, et avoit grand’honte D’estre aymé d’elle. Ainsi la povre vieille Recevoit bien pareille pour pareille. De maints eu vain un tems fut reclamee, Ores8 qu’elle ayme, elle n’est point aymee. Ainsi Amour prend son plaisir à faire Que le veuil9 d’un soit à l’autre contraire: Tel n’ayme point, qu’une Dame aymera, Tel ayme aussi, qui aymé ne sera: Et entretient, neanmoins, sa puissance Et sa rigueur d’une vaine esperance. ÉLÉGIE II D’un tel vouloir le serf point ne desire La liberté, ou son port le navire, Comme j’atens, helas, de jour en jour De toy, Ami, le gracieus retour. Là j’avois mis le but de ma douleur, Qui fineroit, quand j’aurois ce bon heur De te revoir: mais de la longue atente, Helas, en vain mon desir se lamente. Cruel, Cruel, qui te faisoit promettre Ton brief retour en ta premiere lettre? As tu si peu de memoire de moy, Que de m’avoir si tot rompu la foy? Comme ose tu ainsi abuser celle Qui de tout tems t’a esté si fidelle? Or’que tu es aupres de ce rivage Du Pau cornu, peut estre ton courage S’est embrasé d’une nouvelle flame, En me changeant pour prendre une autre Dame: Jà en oubli inconstamment est mise. La loyauté que tu m’avois promise. S’il est ainsi, et que desjà la foy Et la bonté se retirent de toy,

8 Or,

ore, ores: Maintenant, présentement. toutes les nuances, tous les actes de la volonté, du vouloir, du désir.

9 Vueil:

SIGLO XVI

Il ne me faut emerveiller si ores10 Toute pitié tu as perdu encores. O combien ha de pensee et de creinte, Tout aparsoy, l’ame d’Amour ateinte! Ores je croy, vù notre amour passee, Qu’impossible est, que tu m’aies laissee, Et de nouvel ta foy je me fiance, Et plus qu’humeine estime ta constance. Tu es, peut estre, en chemin inconnu Outre ton gré malade retenu. Je croy que non: car tan suis coutumiere De faire aus Dieus pour ta santé priere, Que plus cruels que tigres ils seroient, Quand malade ils te prochasseroient,11 Bien que ta fole et volage-inconstance Meriteroit avoir quelque soufrance. Telle est ma foy, qu’elle pourra sufire A te garder d’avoir mal et martire. Celui qui tient au haut Ciel son Empire Ne me sauroit, ce me semble, desdire: Mais quand mes pleurs et larmes entendroit Pour toy prians, son ire12 il retiendroit. J’ay de tout tems vescu en son service, Sans me sentir coulpable d’autre vice Que de t’avoir bien souvent en son lieu Damour forcé adoré comme Dieu. Desja deus fois, depuis le promis terme De ton retour, Phebe ses cornes ferme, Sans que de bonne ou mauvaise fortune De toy, Ami, j’aye nouvelle aucune. Si toutesfois, pour estre enamouré En autre lieu, tu as tant demeuré, Si13 sáy je bien que t’amie nouvelle A peine aura le renom d’estre telle, Soit en beauté, vertu, grace et faconde, 10 Or,

ore, ores: Maintenant, présentement. voir pourchasser.        Pourchasser: procurer, se procurer, chercher à obtenir. 12 Ire: Colère. 13 Si: De cette manière, ainsi. 11 Prochasser:

99

100

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

Comme plusieurs gens savans par le monde M’ont fait à tort, ce cróy je, estre estimee. Mais qui pourra garder la renommee? Non seulement en France suis flatee, Et, beaucoup plus que ne veus, exaltee. La terre aussi que Calpe14 et Pyrenee Avec la mer tiennent environnee, Du large Rhin les roulantes areines, Le beau pais auquel or’15 te promeines Ont entendu —tu me l’as fait à croire— Que gens d’esprit me donnent quelque gloire. Goute le bien que tant d’hommes desirent, Demeure au but où tant d’autres aspirent, Et croy qu’ailleurs n’en auras une telle. Je ne dy pas qu’elle ne soit plus belle: Mais que jamais femme ne t’aymera, Ne16 plus que moy d’honneur te portera. Maints grans Signeurs à mon amour pretendent, Et à me plaire et servir prets se rendent. Joutes et jeus, maintes belles devises En ma faveur sont par eus entreprises: Et, neanmoins, tant peu je m’en soucie, Que seulement ne les en remercie: Tu es, tout seul, tout mon mal et mon bien: Avec toy tout, et sans toy je n’ay rien: Et, n’ayant rien qui plaise à ma pensee, De tout plaisir me treuve delaissee, Et, pour plaisir, ennui saisir me vient. Le regretter et plorer me convient, Et sur ce point entre en tel desconfort, Que mile fois je souhaite la mort. Ainsi, Ami, ton absence lointeine Depuis deus mois me tient en cette peine, Ne vivant pas, mais mourant d’une Amour Lequel m’occit17 dix mile fois le jour. 14 Calpe:

le rocher de Gibraltar. ore, ores: Maintenant, présentement. 16 Ne: ni. 17 Occire: Tuer. 15 Or,

SIGLO XVI

Revien donq tot, si tu as quelque envie De me revoir encor’ un coup en vie! Et si la mort avant ton arrivee Ha de mon corps l’aymante ame privee, Au moins un jour vien, habillé de dueil, Environner le tout de mon cercueil. Que plust à Dieu que lors fussent trouvez Ces quatre vers en blanc marbre engravez: PAR TOY, AMI, TANT VESQUI ENFLAMMEE, QU’EN LANGUISSANT PAR FEU SUIS CONSUMEE, QUI COUVE ENCOR SOUS MA CENDRE EMBRAZEE, SI NE LA RENS DE TES PLEURS APAIZEE. ELÉGIE III Quand vous lirez, o Dames Lionnoises, Ces miens escrits pleins d’amoureuses noises, Quand mes regrets, ennuis, despits et larmes M’orrez chanter en pitoyables carmes,18 Ne veuillez point condamner ma simplesse, Et jeune erreur de ma fole jeunesse, Si c’est erreur… mais qui, dessous les Cieus, Se peut vanter de n’estre vicieus? L’un n’est content de sa sorte de vie, Et tousjours porte à ses voisins envie: L’un, forcenant de voir la paix en terre, Par tous moyens tache y mettre la guerre: L’autre, croyant povreté estre vice, A autre Dieu qu’Or ne fait sacrifice: L’autre, sa foy parjure il emploira A decevoir quelcun qui le croira: L’un, en mentant, de sa langue lezarde Mile brocars-sur l’un et l’autre darde: Je ne suis point sous ces planettes nee, Qui m’ussent pù tant faire infortunee. Onques19 ne fut mon œil marri de voir Chez mon voisin mieus que chez moy pleuvoir. 18 Carme: 19 Onc,

Vers. Chant poétique. onq, oncques, onques: Jamais.

101

102

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

Onq20 ne mis noise ou discord21 entre amis: A faire gain jamais ne me soumis. Mentir, tromper, et abuser autrui, Tant m’a desplu que mesdire de lui. Mais si en moy rien y ha d’imparfait, Qu’on blame Amour: c’est lui seul qui l’a fait. Sur mon verd aage en ses laqs22 il me prit, Lors qu’exerçoi mon corps et mon esprit En mile et mile euvres ingenieuses, Qu’en peu de tems me rendit ennuieuses. Pour bien savoir avec l’aiguille peindre, J’usse entrepris la renommee eteindre De celle là qui, plus docte que sage, Avec Pallas comparoit son ouvrage. Qui m’ust vu lors en armes, fiere, aller, Porter la lance et bois faire voler, Le devoir faire en l’estour23 furieus, Piquer, volter le cheval glorieus, Pour Bradamante24 ou la haute Marphise,25 Seur de Roger,26 il m’ust, possible, prise. Mais quoy? Amour ne put longuement voir Mon cœur n’aymant: que Mars et le savoir: Et, me voulant donner autre souci, En souriant il me disoit ainsi: Tu penses donq, ô Lionnoise Dame, Pouvoir fuir par ce moyen ma flame? Mais non feras: j’ai subjugué les Dieus Es27 bas Enfers, en la Mer et es Cieus. Et penses tu que n’aye tel pouvoir Sur les humeins de leur faire savoir Qu’il n’y ha rien qui de ma main eschape? Plus fort se pense et plus tot je le frape. 20 Onc,

onq, oncques, onques: Jamais. Désaccord, différend, mésintelligence. 22 Laqs, las: lacets, piège. 23 Estour (n.c.): voir estourbir (v. tr.): Assommer, tuer. 24 Bradamante: Héroïne de l’Arioste. 25 Marphise: Héroïne d’Arioste. 26 Roger: Héros du Roland Furieux. 27 Es: Dans les… En matière de… 21 Discord:

SIGLO XVI

103

De me blamer quelquefois tu n’as honte, En te fiant en Mars dont tu fais conte: Mais meintenant, voy si pour persister En le suivant me pourras resister. Ainsi parloit, et, tout echaufé d’ire,28 Hors de sa trousse une sagette29 il tire, Et, decochant de son extreme force, Droit la tira contre ma tendre escorce: Foible harnois pour bien couvrir le cœur Contre l’Archer qui tousjours est vainqueur. La bresche faite, entre Amour en la place, Dont le repos premierement il chasse: Et, de travail qui30 me donne sans cesse, Boire, menger, et dormir ne me laisse. Il ne me chaut de soleil ne31 d’ombrage: Je n’ay qu’Amour et feu en mon courage, Qui me desguise, et fait autre paroitre. Tant que ne peu moymesme me connoitre. Je n’avois vù encore seize Hivers, Lors que j’entray en ces ennuis divers: Et jà voici le treiziéme Esté Que mon cœur fut par Amour arresté. Le tems met fin aus hautes Pyramides, Le tems met fin aus fonteines humides: Il ne pardonne aus braves Colisees, Il met à fin les viles plus prisees: Finir aussi il ha acoutumé Le feu d’Amour, tant soit il allumé: Mais, las! en moy il semble qu’ll augmente Avec le tems, et que plus me tourmente. Paris ayma Oenone32 ardemment, Mais son amour ne dura longuement: Medee fut aymee de Jason, Qui tot apres la mit hors sa maison.

28 Ire:

Colère. Flèche. 30 Qui: pour qu’il. 31 Ne: ni. 32 Oenone: nymphe de l’Ida, aimée par Apollon qui lui accorda des dons prophétiques, puis par Pâris. 29 Sagette:

104

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

Si33 meritoient elles estre estimees, Et, pour aymer leurs Amis, estre aymees. S’estant aymé, on peut Amour laisser, N’est il raison, ne l’estant, se lasser? N’est il raison te prier de permettre, Amour, que puisse à mes tourmens fin mettre? Ne permets point que de Mort face espreuve, Et plus que toy pitoyable la treuve: Mais si tu veus que j’ayme jusqu’au bout, Fay que celui que j’estime mon tout, Qui seul me peut faire plorer et rire, Et pour lequel si souvent je soupire, Sente en ses os, en son sang, en son ame, Ou plus ardente, ou bien egale flame. Alors ton faix plus aisé me sera, Quand avec moy quelcun le portera.

SONNETS I O beaux yeus bruns, o regars destournez, O chaus soupirs, o larmes espandues, O noires nuits vainement atendues, O jours luisans vainement retournez: O tristes pleins,34 ô desirs obstinez, O tems perdus, o peines despendues, O mile morts en mile rets35 tendues, O pires maus contre moy destinez: O ris, ô front, cheveus, bras, mains et doits: O lut pleintif, viole, archet et vois: Tant de flambeaus pour ardre une femmelle! De toy me plein, que, tant de feus portant, En tant d’endrois, d’iceus mon cœur tatant, N’en est sur toy volé quelque estincelle. 33 Si:

De cette manière, ainsi. plainte. 35 Ret: filet, filet de chasse. 34 Plein:

SIGLO XVI

II O longs desirs! O esperances vaines, Tristes soupirs et larmes coutumieres A engendre de moy maintes rivieres, Dont mes deus yeus sont sources et fontaines: O cruautez, o durtez inhumaines, Piteus regars des celestes lumieres, Du cœur transi o passions premieres, Estimez vous croitre encore mes peines? Qu’encor Amour sur moy son arc essaie, Que nouveaus feus me gette et nouveaus dars, Qu’il se despite, et pis qu’il pourra face: Car je suis tant navree en toutes pars, Que plus en moy une nouvelle plaie Pour m’empirer ne pourroit trouver place. III Depuis qu’amour cruel empoisonna Premierement de son feu ma poitrine, Tousjours brulay de sa fureur divine, Qui un seul jour mon cœur n’abandonna. Quelque travail, dont assez me donna, Quelque menasse et procheime ruïne, Quelque penser de mort qui tout termine, De rien mon cœur ardent ne s’estonna. Tant plus qu’Amour nous vient fort assaillir, Plus il nous fait nos forces recueillir, Et tousjours frais en ses combats fait estre: Mais ce n’est pas qu’en rien nous favorise Cil qui les Dieus et les hommes mesprise: Mais pour plus fort contre les fors paroitre. IV Clere Venus, qui erres par les Cieus, Entens ma voix qui en pleins36 chantera, 36 Plein:

plainte.

105

106

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

Tant que ta face au haut du Ciel luira, Son long travail et souci ennuieus. Mon œil veillant s’atendrira bien mieus, Et plus de pleurs te voyant getera. Mieus mon lit mol de larmes baignera, De ses travaus voyant témoins tes yeus. Donq des humains sont les lassez esprits De dous repos et de sommeil espris. J’endure mal tant que le Soleil luit: Et quand je suis quasi toute cassee, Et que me suis mise en mon lit lassee, Crier me faut mon mal toute la nuit. V Deus ou trois fois bieuheureus le retour De ce cler Astre, et plus heureus encore Ce que son œil de regarder honore: Que celle là recevroit un bon jour, Qu’elle pourroit se vanter d’un bon tour Qui baiseroit le plus beau don de Flore, Le mieus sentant que jamaisi vid Aurore, Et y feroit sur ses levres sejour! C’est à moy seule à qui ce bien est du, Pour tant de pleurs et tant de tems perdu: Mais, le voyant, tant luy feray de feste, Tant emploiray de mes yeus le pouvoir, Pour dessus lui plus de credit avoir, Qu’en peu de tems feray grande conqueste. VI On voit mourir toute chose animee, Lors que du corps l’ame sutile part: je suis le corps, toy la meilleure part: Où es tu donq, o ame bien aymee? Ne me laissez par si long tems pámee: Pour me sauver apres viendrois trop tard. Las! ne mets point ton corps en ce hazart: Rens lui sa part et moitié estimee. Mais fais, Ami, que ne soit dangereuse

SIGLO XVI

Cette rencontre et revuë amoureuse, L’acompagnant, non de severité, Non de rigueur, mais de grace amiable, Qui doucememt me rende ta beaute, Jadis cruelle, à present favorable. VII Je vis, je meurs: je me brule et me noye, J’ay chaut estreme en endurant froidure: La vie m’est et trop molle et trop dure. ]’ai grans ennuis entremeslez de joye: Tout à un coup je ris et je larmoye, Et en plaisir maint grief tourment j’endure: Mon bien s’en va, et à jamais il dure: Tout en un coup je seiche et je verdoye. Ainsi Amour inconstamment me meine: Et, quand je pense avoir plus de douleur, Sans y penser je me treuve hors de peine. Puis, quand je croy ma joye estre certeine, Et estre au haut de mon desiré heur,37 Il me remet en mon premier malheur. VIII Tout aussi tot que je commence à prendre Dens le mol lit le repos desiré, Mon triste esprit hors de moy retiré S’en va vers toy incontinent se rendre. Lors m’est avis que dedens mon sein tendre Je tiens le bien, où j’ay tant aspiré, Et pour lequel j’ay si haut souspiré Que de sanglots ay souvent cuidé38 fendre. O dous sommeil, o nuit à moy heureuse! Plaisant repos plein de tranquilité, Continuez toutes les nuiz mon songe: Et si jamais ma povre ame amoureuse 37 Heur:

Bonne fortune. Bonheur. Chance. Penser. Croire.

38 Cuider:

107

108

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

Ne doit avoir de bien en verité, Faites au moins qu’elle en ait en mensonge. IX Quand j’aperçoy ton blond chef, coutonné D’un laurier verd, faire un Lut si bien pleindre, Que tu pourrois à te suivre contreindre Arbres et rocs: quand je te vois, orné Et de vertus dix mile environné, Au chef d’honneur plus haut que nul ateindre, Et des plus hauts les louenges esteindre, Lors dit mon cœur en soy passionné: Tant de vertus qui te font estre aymé, Qui de chacun te font estre estimé, Ne te pourroient aussi bien faire aymer? Et, ajoutant à ta vertu louable Ce nom encor de m’estre pitoyable, De mon amour doucement t’enflamer? X O dous regars, o yeus pleins de beauté, Petits jardins pleins de fleurs amoureuses Où sont d’Amour les flesches dangereuses, Tant à vous voir mon œil s’est arresté! O cœur felon, o rude cruauté, Tant tu me tiens de façons rigoureuses, Tant j’ay coulé de larmes langoureuses, Sentant l’ardeur de mon cœur tourmenté! Donques, mes yeus, tant de plaisir avez, Tant de bons tours par ses yeus recevez: Mais toy, mon coeur, plus les vois s’y complaire, Plus tu languiz, plus en as de souci: Or devinez si je suis aise aussi, Sentant mon oeil estre à mon coeur contraire. XI Lut, compagnon de ma calamité’, De mes soupirs témoin irreprochable,

SIGLO XVI

De mes ennuis controlleur veritable, Tu as souvent avec moy lamenté: Et tant le pleur piteus t’a molesté, Que, commençant quelque sort delectable, Tu le rendois tout soudein lamentable, Feingnant le ton que plein avoit chanté. Et si te veus efforcer au contraire, Tu te destens, et si39 me contreins taire: Mais, me voyant tendrement soupirer, Donnant faveur à ma tant triste pleinte, En mes ennuis me plaire suis contreinte, Et d’un dous mal douce fin esperer. XII Oh, si j’estois en ce beau sein ravie De celui là pour lequel vois mourant: Si avec luy vivre le demeurant De mes cours jours ne m’empeschoit envie: Si m’acollant me disoit: chere Amie, Contentons nous l’un l’autre! s’asseurant Que ja tempeste, Euripe,40 ne41 Courant Ne nous pourra desjoindre en notre vie: Si, de mes bras le tenant acollé, Comme du Lierre est l’arbre encercelé,42 La mort venoit, de mon aise envieuse, Lors que, souef,43 plus il me baiseroit, Et mon esprit sur ses levres fuiroit, Bien je mourrois, plus que vivante, heureuse. XIII Tant que mes yeus pourront larmes espandre A l’heur44 passé avec toi regretter: 39 Si:

De cette manière, ainsi. détroit entre l’Eubée et les côtes de Béotie et d’Attique. 41 Ne: ni. 42 Encerceler: Encercler: entourer d’un cercle. 43 Souef: doux, agréable, suave. 44 Heur: Bonne fortune. Bonheur. Chance. 40 Euripe:

109

110

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

Et qu’aus sanglots et soupirs resister Pourra ma voix, et un peu faire entendre: Tant que ma main pourra les cordes tendre Du mignart Lut, pour tes graces chanter: Tant que l’esprit se voudra contenter De ne vouloir rien fors que toy comprendre: Je me souhaitte encore point mourir. Mais quand mes yeus je sentiray tarir, Ma voix cassée, et ma main impuissante, Et mon esprit en ce mortel sejour Ne pouvant plus montrer signe d’amante: Prirey la Mort noircir mon plus cler jour. XIV Pour le retour du Soleil honorer, Le Zephir l’air serein lui apareille, Et du sommeil l’eau et la terre esveille, Qui les gardoit, l’une de murmurer En dous coulant, l’autre de se parer De mainte fleur de couleur nompareille. Ja les oiseaus es45 arbres font merveille Et aus passaus font: l’ennui moderer: Les Nynfes ja en mile jeus s’esbatent Au cler de Lune, et, dansans, l’herbe abatent: Veus tu, Zephir, de ton heur46 me donner, Et que par toy toute me renouvelle? Fay mon Soleil devers moy retourner, Et tu verras s’il ne me rend plus belle. XV Apres qu’un tems la gresle et le tonnerre Ont le haut mont de Caucase batu, Le beau jour vient, de lueur revétu. Quand Phebus ha son cerne fait en terre, Et l’Ocean il regaigne à grand erre, 45 Es:

Dans les… En matière de… Bonne fortune. Bonheur. Chance.

46 Heur:

SIGLO XVI

Sa Seur se montre avec son chef pointu. Quand quelque tems le Parthe ha combatu, Il prent la fuite et son arc il desserre. Un tems t’ay vù et consolé, pleintif Et defiant de mon feu peu hatif: Mais maintenant que tu m’as embrasee, Et suis au point auquel tu me voulois, Tu as ta flame en quelque eau arrosee, Et es plus froit qu’estre je ne soulois.47 XVI Je fuis la vile, et temples, et tous lieus Esquels, prenant plaisir à t’ouir pleindre, Tu peus, et non sans force, me contreindre De te donner ce qu’estimois le mieus. Masques, tournois, jeus me sont ennuieus, Et rien sans toy de beau ne me puis peindre: Tant que, tachant à ce desir esteindre, Et un nouvel objet faire à mes yeus, Et des pensers amoureus me distraire, Des bois espais sui le plus solitaire: Mais j’aperçoy, ayant erré maint tour, Que, si je veus de toy estre delivre, Il me convient hors de moymesme vivre, Ou fais encor que loin sois en sejour. XVII Baise m’encor, rebaise moy et baise: Donne m’en un de tes plus savoureus, Donne m’en un de tes plus amoureus: Je t’en rendray quatre plus chaus que braise. Las, te pleins tu? ça que ce mal j’apaise, En t’en donnant dix autres doucereus. Ainsi meslans nos baisers tant heureus Jouissons nous l’un de l’autre à notre aise. Lors double vie à chacun en suivra. 47 Souloir*:

Avoir coutume de, l’habitude de.

111

112

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

Chacun en soy et son ami vivra. Permets m’Amour penser quelque folie: Tousjours suis mal, vivant discrettement, Et ne me puis donner contentement, Si hors de moy me fay quelque saillie. XVIII Diane estant en l’espesseur d’un bois, Apres avoir mainte beste assenee,48 Prenoit le frais, de Nynfes couronnee. J’allois resvant comme fay maintefois, Sans y penser, quand j’ouy une vois Qui m’apela, disant: Nynfe estonnee, Que ne t’es tu vers Diane tournee? Et, me voyant sans arc et sans carquois: Qu’as tu trouvé, o compagne, en ta voye, Qui de ton arc et flesches ait fait proye? Je m’animay, repons je, à un passant, Et lui getay en vain toutes mes flesches Et l’arc apres: mais lui, les ramassant Et les tirant, me fit cent et cent bresches. XIX Predit me fut, que devoit fermement Un jour aymer celui dont la figure Me fut descrite, et, sans autre peinture, Le reconnu quand vy premierement: Puis, le voyant aymer fatalement, Pitié je pris de sa triste aventure: Et tellement je forçay ma nature, Qu’autant que lui aymay ardentement. Qui n’ust pensé qu’en faveur devoit croitre Ce que le Ciel et destins firent naitre? Mais, quand je voy si nubileus49 aprets, Vents si cruels et tant horrible orage, 48 Assener:

Donner avec force (un coup) dans l’intention de faire mal. nuageux, sombre, nébuleux.

49 Nubileus:

SIGLO XVI

Je crois qu’estoient les infernaus arrets, Qui de si loin m’ourdissoient ce naufrage. XX Quelle grandeur rend l’homme venerable? Quelle grosseur? quel poil? quelle couleur? Qui est des yeus le plus emmieleur? Qui fait plus tot une playe incurable? Quel chant est plus à l’homme convenable? Qui plus penetre en chantant sa douleur? Qui un dous lut fait encore meilleur? Quel naturel est le plus amiable? Je ne voudrois le dire assurément, Ayant Amour forcé mon jugement: Mais je say bien, et de tant je m’assure, Que tout le beau que lon pourroit choisir, Et que tout l’art qui ayde la Nature Ne me sauroient acroitre mon desir. XXI Luisant Soleil, que tu es bien heureus De voir tousjours de t’Amie la face: Et toi, sa seur, qu’Endimion embrasse, Tant te repais de miel amoureus. Mars voit Venus: Mercure aventureus De Ciel en Ciel, de lieu en lieu se glasse:50 Et Jupiter remarque en mainte place Ses premiers ans plus gays et chaleureus. Voilà du Ciel la puissante harmonie, Qui les esprits divins ensemble lie: Mais, s’ils avoient ce qu’ils ayment lointein, Leur harmonie et ordre irrevocable Se tourneroit en erreur variable, Et comme moy travailleroient en vain.

50 Glasser:

glisser, passer rapidement, effleurer.

113

114

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

XXII Las! que me sert que si parfaitement Louas jadis et ma tresse doree, Et de mes yeus la beauté comparee A deus Soleils, dont l’Amour finement Tira les trets, causez de ton tourment? Ou estes vous, pleurs de peu de duree? Et Mort par qui devoit estre honoree Ta ferme amour et iteré51 serment? Donques c’estoit le but de ta malice De m’asservir sous ombre de service? Pardonne moy, Ami, à cette fois, Estant outree et de despit et d’ire:52 Mais je m’assure, quelque part que tu sois, Qu’autant que moy tu soufres de martire. XXIII Ne reprenez, Dames, si j’ay aymé, Si j’ay senti mile torches ardentes, Mile travaus, mile douleurs mordentes. Si, en pleurant, j’ay mon tems consumé, Las! que mon nom n’en soit par vous blamé. Si j’ay failli, les peines sont presentes, N’aigrissez point leurs pointes violentes: Mais estimez qu’Amour, à point nommé, Sans votre ardeur d’un Vulcan excuser, Sans la beauté d’Adonis acuser, Pourra, s’il veut, plus vous rendre amoureuses, En ayant moins que moy d’ocasion, Et plus d’estrange et forte passion. Et gardez vous d’estre plus malheureuses!

51 Itérer:

Répéter, faire une seconde fois. Colère. Nota: Las definiciones de los términos de Louise Labé fueron tomadas de Le Grand Robert de la Langue Française, dir. de Alain Rey. 52 Ire:

SIGLOS XVII Y XVIII Claudia Ruiz

Este apartado abarca los siglos xvii y xviii de la Era Moderna y comprende cuatro textos que reúnen algunos aspectos que se debaten desde la Edad Media sobre el amor y el matrimonio desde la perspectiva de la mujer, configurando de esta forma un grupo de defensores y detractores de esta institución. Así mismo, se abordan argumentos sobre las capacidades intelectuales de la mujer para acceder al saber. Esta temática ya había sido tratada por Christine de Pizan en su famoso texto Le Livre de la Cité des dames1 en el siglo xv, y se complementará durante el Renacimiento, pues tanto el humanismo evangélico como la Reforma de la Iglesia no fueron ajenos a ésta. Sin embargo, será durante los siglos xvii y xviii cuando el papel de las mujeres en la vida literaria e intelectual se intensificará considerablemente. Interesa entonces ilustrar en esta sección de la Antología las razones por las cuales la mujer encontró en la escritura un campo propicio para su desarrollo personal. En el siglo xvii, con la aparición de los salones literarios, la vida intelectual de la corte queda desplazada. Así, el salón, al sustituir a las cortes de amor de la Edad Media y a los cenáculos del Renacimiento, se convierte en un espacio donde la mujer puede expresarse y gozar de cierta libertad. Gracias a él hace su primera entrada en el mundo y allí toma conciencia de sus limitaciones. Durante los doscientos años que nos ocupan el salón se transforma en un ámbito de convivencia mundana e intelectual. En este recinto se forma a un gran número de mujeres, a las que se les denominó, a partir de 1650, “précieuses”, y un siglo después “neo-précieuses”. La gran mayoría de ellas se preocuparon por fomentar las letras, la belleza del lenguaje y la exaltación de los buenos sentimientos y plantearon una serie de reivindicaciones, sublevándose contra el sometimiento social y sexual de su condición. Parte de estas reivindicaciones 1 Esta obra se escribió en 140. Ver, Linda Timmermans, L’accès des femmes à la culture sous l’l’Ancien Régime, p. 21. En este texto Christine de Pizan reivindica de alguna forma la superioridad de la mujer y se propone demostrar que tanto por su talento como por su virtud la mujer podía competir con el hombre e incluso superarlo. Esta argumentación será un punto de partida para los futuros apologistas de la superioridad femenina.

115

116

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

se recogen en los textos que escriben, pues la gran mayoría de ellas utiliza la escritura para expresar una serie de inconformidades como sería el odio al matrimonio sin amor, la maternidad impuesta y el miedo que ésta provoca en esa época, y, en buena medida, la exclusión de la mujer del conocimiento. Entre el vasto grupo de mujeres que se forman en dichos salones destacan en el siglo xvii: Madeleine de la Calprenede; Anne de la Roche-Guilhen; Agnès de Marcé; Madelaine de Scudéry; Antoinette de Salvan de Saliez; Marie-Catherine de Villedieu; Louise d’Orléans, duquesa de Montpensier, y Marie-Madeleine de Lafayette; a lo largo del siglo xviii sobresalen Alexandrine de Tencin, Françoise-Paule de Graffigny, Émilie du Châtelet y Louise d’Epinay, entre muchas otras, que no sólo se dedican a la literatura sino también a las ciencias puras y económicas. Sin embargo, hay otro grupo de mujeres que escriben y recogen las mismas temáticas, pero no se forjan forzosamente en el salón literario, como son los casos de Isabelle Agnès Élizabeth de Charrière, quien manifiesta abiertamente su rechazo a este espacio de socialización;2 Marie-Jeanne Riccoboni, y Marie-Angélique de Gomez, quienes viven de su pluma además de dedicarse al espectáculo, ya sea como actrices o escribiendo obras de teatro, o el de Olympe de Gouges, quien utiliza su talento de escritora para escribir novelas y, al mismo tiempo, redacta la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, lo que le valió, entre muchas otras acciones, la muerte en la guillotina. Así, ya sea dentro o fuera del salón se observa que tanto en el siglo xvii como en el xviii las mujeres toman la pluma para poner en tela de juicio el lugar que la sociedad del Antiguo Régimen ha querido darles. No obstante, este cuestionamiento vendrá a veces acompañado por algunas voces masculinas que se suman a este reclamo y buscan posicionarlas a su lado, invitándolas a gozar de todas las prerrogativas propias de su sexo. Presentamos en primer lugar un texto de Madame de Lafayette, La Comtesse de Tende. Se trata de una “nouvelle historique” en cuya publicación póstuma en 1724 apareció la firma de la autora, mientras que en sus otras novelas decidió ocultar la paternidad de las mismas. Odette Virmaux advierte que el manuscrito fue encontrado en los papeles del hijo de la escritora: el abad Louis de Lafayette.3 En su producción novelística se observa un tema recurrente: la historia de adolescentes que viven mal el hecho de casarse con el hombre a quien no aman, elegido por el padre o la madre por convenir a los intereses de las familias. Una vez casadas descubren el verdadero amor o éste existe antes del lazo matrimonial, pero en la clandestinidad. Estos tópicos están presentes en La Princesse de Clèves, La Princesse de Montpensier y La Comtesse de Tende. En los 2 Roman 3 Les

des femmes au xviii siècle, p. 274. héroïnes romanesques de Madame de Lafayette, p. 70.

SIGLOS XVII Y XVIII

117

tres casos el personaje femenino se enfrenta a una pasión amorosa, desdichada y funesta, y tanto en La Princesse de Clèves como en La Comtesse de Tende las heroínas confesarán al marido la pasión que otro siente por ellas, lo que ocasionará la muerte o el repudio del esposo. En el caso del texto que presentamos en esta Antología la heroína, después de la muerte de su amante en el campo de batalla, tendrá que confesar a su marido un embarazo vergonzoso. Así, el Conde de Tende, dominado por los celos, sólo podrá sentir odio por ella. En segundo lugar se incluye la primera parte de L’égalité des deux sexes, de François Poulain de la Barre, pensador que en Francia fue poco estudiado y comprendido en su momento. Sus obras sólo se leyeron veinte años después de su primera publicación y, a partir de 1750, se le olvidó por completo. Únicamente desde 1910 ha vuelto a interesar a la crítica especializada en el estudio del prefeminismo francés, quien ha reconocido el importante papel histórico de Poulain de la Barre en la emancipación intelectual de las mujeres por medio de la defensa a ultranza de la igualdad entre los sexos. En sus obras: De l’égalité des deux sexes (1673), De l’éducation des dames (1674) y De l’excellence des hommes contre l’égalité des sexes (1675), Poulain de la Barre adopta el método cartesiano y cuestiona una serie de prejuicios sobre la inferioridad de la mujer que él ha­bía aprendido de Aristóteles y de la escolástica. Rechaza, como Descartes lo había hecho, el principio de obediencia ciega a la autoridad y se propone, como su maestro, realizar un examen sistemático de las verdades propuestas, fundamentando sus creencias en la razón, la claridad y la evidencia. Así, se coloca como uno de los primeros pensadores en aplicar la duda sistemática de Descartes en el debate del estatus de las mujeres, capaces, en su opinión, de frecuentar academias y no únicamente salones, además de tener todas las facultades para acceder al grado de teología e incluso ejercer el sacerdocio. Antes que Madame de Maintenon en Francia,4 Poulain propone la creación de establecimientos para formar a maestras encargadas de educar a adolescentes. Uno de los aspectos más importantes del estudio de este autor es que en sus textos puede observarse que sus reivindicaciones consisten no sólo en exigir, como lo hicieron las “précieuses”, un derecho igual para los dos sexos y con ello acceder a las ciencias y a la cultura, sino que en su opinión había que partir de cero, hacer 4 La última esposa del rey Louis XIV, Madame de Maintenon, fundó el Colegio de Saint Cyr para educar a adolescentes. En su correspondencia se conoce su preocupación por formar a las jóvenes. Así advierte: “Rien n’est plus négligé que l’éducation des filles […] on dit qu’il ne faut pas qu’elles soient savantes et qu’il suffit qu’elles sachent obéir à leurs maris sans raisonner… Et, cependant, ne sont-ce pas les femmes qui ruinent ou qui soutiennent les maisons, qui règlent le détail des choses domestiques, qui élèvent les enfants? Les occupations des femmes ne sont, au vrai, guère moins importantes au public que celles des hommes; et l’ignorance des filles de la noblesse est précisément cause de la ruine de ce corps”. Apud. Françoise Chandernagor, L’Allée du roi, p. 350.

118

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

tabla rasa y crear un sistema de enseñanza que rechazara los viejos prejuicios, que además aportara nuevos métodos y fuera idéntico para los dos sexos. Poulain de la Barre se preocupó también por ampliar los derechos de las mujeres dentro de un conjunto de actividades sociales y públicas. Si Juan Luis Vives y Tomás Moro, junto con algunos partidarios de la Reforma protestante, fueron favorables a una formación intelectual para las mujeres, aunque únicamente en el terreno de la obediencia y la piedad, pues de esta forma se aseguraba que la mujer llegaría a convertirse en buena esposa y madre, Poulain de la Barre, por el contrario, cuando habla de instrucción se refiere al acceso al saber científico y filosófico, dentro de instituciones educativas formales, principalmente la universidad. Enseguida presentamos un relato de Madeleine-Angélique de Gomez tomado de Les Cent Nouvelles Nouvelles (1732-1739) que lleva por título “L’amour plus fort que la nature”. Fue hija de un actor de teatro y autora de varias tragedias que no tuvieron gran aceptación en su tiempo. Entre ellas se encuentran: Habis o Histoire secrète de la conquête de Grenade, Crementine reine de Sanga, histoire indienne, Le triomphe de l’éloquence5 y otras más. Después de un matrimonio desafortunado, pues el marido quedó en la ruina, sobrevivió gracias a su prolífica pluma ya que Les Cent Nouvelles Nouvelles comprenden diecinueve volúmenes. El texto que se incluye en esta Antología sorprende al lector pues introduce a una joven liberal. Es la historia de una adolescente de la nobleza, partidaria del amor libre de convenciones sociales, que se niega a casarse para no estar obligada a obedecer y ser fiel. No se trata, en ese siglo, de una primera figura con tales características, porque tanto Robert Challe como el Abad Prévost crean personajes femeninos con este mismo perfil. Lo que desconcierta en el relato de Madame de Gomez es que al final se le condena, pues la protagonista tendrá que pagar un precio muy caro por querer liberarse de las coacciones que imponen los valores sociales, morales y religiosos de su tiempo. Sin embargo, en su proyecto de venganza lo que resaltará ante todo serán los efectos devastadores de los celos y en segundo lugar su postura ante el código social de su época. Por último, se integran a este apartado de la Antología algunos pasajes de Des femmes et de leur éducation de Choderlos de Laclos. Se trata de un discurso para la Academia de Châlons-sur-Marne que dictó el autor en 1783. En él responde a la pregunta planteada por esta institución sobre los medios para perfeccionar la educación de las mujeres. Sorprende la postura de Laclos en este texto, que redacta algunos meses después de haber concluido Les Liaisons dangereuses y que había desatado una gran polémica en su tiempo, pues en este

5 Nouvelles

françaises du xviiie siècle, t. I, De Voltaire à Voisenon, p. 146.

SIGLOS XVII Y XVIII

119

discurso se observa ante todo la fuerte huella que dejó en él su maestro JeanJacques Rousseau. Este texto, a diferencia de las Liaisons dangereuses, no tuvo ningún impacto, ya que permaneció inédito hasta el siglo xx, pero interesa porque se suma a la preocupación generalizada de varios filósofos del Siglo de las Luces que cuestionaron la supuesta inferioridad intelectual de la mujer con respecto al hombre. Entre estas voces destaca, por ejemplo, Jaucourt, quien en su artículo “Femme” de L’Encyclopédie explica que la inferioridad que se le ha atribuido tradicionalmente a la mujer no ha podido ser legitimada por el derecho natural. Helvetius y el Baron d’Holbac, por su parte, reconocen que el problema se deriva de una mala educación y se acusa a un sistema educativo nocivo así como a la irresponsabilidad de los padres al delegar su papel de educadores a las nodrizas o a las autoridades perversas de los conventos. La lista puede también completarse con figuras como la de Thomas, autor del Essai sur le caractère, les mœurs et l’esprit des femmes dans les différents siècles; la de Diderot, quien en respuesta a este texto escribe Sur des femmes, y la de Madame Épinay, autora, entre muchas obras, de Conversations d’Émilie. Esta última fue considerada por sus contemporáneos (Voltaire, d’Alembert, d’Holbac, Saint-Lambert y Marmontel) como una escritora filósofa de las Luces. En suma, las “précieuses”, como las “neo-précieuses” o las mujeres que escriben sin formar parte de este grupo, así como sus defensores, producen obras de gran interés donde se reflejan las aspiraciones de un grupo social que rechaza la idea de privar a la mujer de una serie de prerrogativas de las que goza el hombre, como sería, por ejemplo, el derecho a escribir. Dentro o fuera del salón se asiste a la transformación de la imagen de la mujer que durante siglos sostuvo el discurso científico, moral y religioso. Por ejemplo, en este último caso sobresalen figuras como san Pablo, Tertuliano y Atanasio, quienes consideraban este sexo como perverso, peligroso e instrumento del diablo.6 Así, se multiplican las voces femeninas y masculinas que, desde el terreno de la literatura, plantean una serie de posibilidades para el desarrollo de la mujer fuera del ámbito del matrimonio y la familia, ya fuese la escuela y no el convento, el salón, la academia o la universidad.

Bibliografía de consulta Aubaud, Camille, Lire les femmes de lettres. París, Dunod, 1993. Blanc, Olivier, Les Libertines. Plaisir et liberté au temps des Lumières. París, Perrin, 1997. 6 Romans

de femmes du xviiie siècle, Estudio introductorio de Raymond Trousson, p. I.

120

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

Cazenobe, Colette, Au Malheur des dames. Le roman féminin au xviiie siècle. París, Honoré Champion, 2006. Duby, Georges y Michelle Perrot, Histoires des femmes en Occident. T. III, xviexviiie siècle. París, Perrin, 2002. (Tempus) Dufour-Maître, Myriam, Les précieuses. Naissance des femmes de lettres en France au xviie siècle. París, Honoré Champion, 2008. (Champion Classiques) Foisil, Madeleine, Femmes de caractère au xviie siècle, 1600-1650. París, Editions de Fallois, 2004. Gevrey, Françoise, L’esthétique de Madame de Lafayette. París, Sedes, 1997. Grand, Serge, Ces bonnes femmes du xviiie siècle. Flâneries à travers les salons littéraires. París, Pierre Horay, 1985. Grande, Nathalie, Stratégies de romancières. De Clélie à la Princesse de Clèves (1654-1678). París, Honoré Champion, 1999. Haase Dubosc, Danielle y Elianne Viennot, eds., Femmes et pouvoirs sous l’ancien régime. París, Rivage, 1991. Hellegouarch, Jacqueline, ed., Nouvelles françaises du xviiie siècle, T. I. De Voltaire à Voisenon. París, Librairie Générale Française, 1994. Hellegouarch, Jacqueline, ed., Nouvelles françaises du xviiie siècle, T. II. De Marmontel à Potocki. París, Librairie Générale Française, 1994. Hoffmann, Paul, La femme dans la pensée des Lumières. Ginebra, Slatkine Reprints, 1995. Leduc, Guyonne, ed., Nouvelles sources et nouvelles méthodologies de recherche dans les études sur les femmes. París, L’Harmattan, 2004. (Des idées et des femmes) Leduc, Guyonne, Réécritures anglaises au xviiie siècle de l’Égalité de deux sexes (1673) de François Poulain de la Barre. Du politique au polémique. París, L’Harmattan, 2010. (Des idées et des femmes) Ozouf, Mona, Les Mots des femmes. París, Gallimard, 1995. (Tel) Planté, Christine, ed., L’épistolaire, un genre féminin? París, Honoré Champion, 1998. Richardot, Anne, ed., Femmes et libertinage au xviiie siècle, ou les caprices de Cythère. Rennes, Presses Universitaires de Rennes, 2003. Timmermans, Linda, L’accès des femmes à la culture sous l’Ancien Régime. París, Honoré Champion, 2005. (Champion Classiques) Trousson, Raymond, ed., Romans de femmes du xviiie siècle. París, Robert Laffont, 1996. (Bouquins) Virmaux, Odette, Les héroïnes romanesques de Madame de Lafayette. París, Klincksieck, 1981. Wald Lasowski, Patrick, Libertines. París, Gallimard, 1980.

HISTOIRE DE LA COMTESSE DE TENDE Madame de Lafayette

Mademoiselle de Strozzi, fille du Marechal et proche parente de Catherine de Médicis, épousa, la première année de la régence de cette Reine, le Comte de Tende, de la maison de Savoie, riche, bien fait, plus propre à se faire estimer qu’à plaire, le seigneur de la Cour qui vivait avec le plus d’éclat. Sa femme néanmoins l’aima d’abord avec passion. Elle était fort jeune. Il ne la regarda que comme un enfant et il fut bientôt amoureux d’une autre. La Comtesse de Tende, vive et d’une race italienne, devint jalouse. Elle ne se dormait point de repos et n’en laissait point à son mari. Il évita sa présence et ne vécut plus avec elle comme l’on vit avec sa femme. La beauté de la comtesse augmenta. Elle fit paraître beaucoup d’esprit. Le monde la regarda avec admiration. Elle fut occupée d’elle-même et guérit insensiblement de sa jalousie et de sa passion. Elle devint l’amie de la Princesse de Neuchâtel, jeune, belle et veuve du prince de ce nom, qui lui avait laissé cette souveraineté qui la rendait le parti de la Cour le plus élevé et le plus brillant. Le Chevalier de Navarre, descendu des anciens souverains de ce royaume, était aussi alors jeune, beau, plein d’esprit et d’élévation, mais la fortune ne lui avait donné d’autre bien que la naissance. Il jeta les yeux sur la Princesse de Neuchâtel, dont il connaissait l’esprit, comme sur une personne capable d’un attachement violent et propre à faire la fortune d’un homme comme lui. Dans cette vue, il s’attacha à elle sans en être amoureux et attira son inclination: il en fut souffert, mais il se trouva encore fort éloigné du succès qu’il désirait. Son dessein était ignoré de tout le monde. Un seul de ses amis avait sa confidence et cet ami était aussi ami intime du Comte de Tende. Il fit consentir le Chevalier de Navarre à confier son secret au comte dans la vue qu’il l’engagerait à le servir auprès de la Princesse de Neuchâtel. Le Comte de Tende aimait déjà le Chevalier de Navarre. Il en parla à sa femme pour qui il commençait à avoir plus de considérations et l’obligea en effet de faire ce qu’on désirait. La Princesse de Neuchâtel lui avait déjà fait confidence de son inclination pour le Chevalier de Navarre. Cette comtesse la fortifia. 121

122

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

Le Chevalier la vint voir. Il prit des liaisons et des mesures avec elle, mais, en la voyant, il prit aussi pour elle une passion violente, mais il ne s’y abandonna pas d’abord. Il vit les obstacles que des sentiments partagés entre l’amour et l’ambition apporteraient à son dessein. Il résista, mais, pour réussir, il ne fallait pas voir souvent la Princesse de Neufchâtel. Ainsi, il devint éperdument amoureux de la comtesse. Il ne put cacher entièrement sa passion. Elle s’en aperçut. Son amour-propre en fut flatté. Elle sentit une inclination violente pour lui. Un jour, comme elle lui parlait de la grande fortune d’épouser la Princesse de Neufchâtel, il lui dit en la regardant d’un air où sa passion était entièrement déclarée: «Et croyezvous, Madame, qu’il n’y ait point de fortune que je préférasse à celle d’épouser cette Princesse?» La Comtesse de Tende fut frappée des regards et des paroles du Chevalier. Elle le regardait et il y eut un trouble et un silence entre eux plus parlant que les paroles. Depuis ce jour-là, la comtesse fut dans une agitation qui lui ôta le repos. Elle sentit les remords d’ôter à son amie intime le cœur d’un homme qu’elle allait épouser uniquement pour en être aimée, qu’elle épousait avec l’improbation de tout le monde et aux dépens de son élévation. Cette trahison lui fit horreur. La honte et les malheurs d’une galanterie se présentèrent à son esprit. Elle vit l’abîme où elle se précipitait et elle résolut de l’éviter. Elle tint mal ses résolutions. La princesse était presque déterminée à épouser le Chevalier de Navarre, néanmoins elle n’était pas contente de la passion qu’il avait pour elle et, au travers de celle qu’elle avait pour lui et du soin qu’il prenait de la tromper, elle démêlait la tiédeur de ses sentiments. Elle s’en plaignit à la Comtesse de Tende. Cette comtesse la rassura, mais les plaintes de Madame de Neufchâtel achevèrent de troubler la comtesse. Elles lui firent voir l’étendue de sa trahison, qui couterait peut-être la fortune de son amant. Elle l’avertit des défiances de la Princesse de Neufchâtel. Il lui témoigna de l’indifférence pour tout, hors d’être aimé d’elle. Néanmoins, il se contraignit par ses ordres et rassura si bien la Princesse de Neuchâtel qu’elle fit voir à la Comtesse de Tende qu’elle était entièrement satisfaite du Chevalier de Navarre. La jalousie se saisit alors de la comtesse. Elle craignit que son amant n’aimât véritablement la princesse. Elle vit toutes les raisons qu’il avait de l’aimer. Leur mariage, qu’elle avait souhaité, lui fit horreur. Elle ne voulait pourtant pas qu’il se rompît et elle se trouvait dans une cruelle incertitude. Elle laissa voir au Chevalier tous ses remords sur la Princesse de Neufchâtel. Elle résolut seulement de lui cacher sa jalousie et crut en effet la lui avoir cachée. La passion de la princesse surmonta enfin ses irrésolutions. Elle se détermina à son mariage et se résolut de le faire secrètement et de ne le déclarer que quand il serait fait. La Comtesse de Tende était présente et pensa expirer de douleur.

SIGLOS XVII Y XVIII

123

Le même jour qui fut pris pour le mariage, il y avait une cérémonie publique. Son mari y assista. Elle y envoya toutes ses femmes. Elle fit dire qu’on ne la voyait pas et s’enferma dans son cabinet, couchée sur un lit de repos et abandonnée à tout ce que les remords et la jalousie peuvent avoir de plus douloureux. Comme elle était dans cet état, elle entendit ouvrir une porte dérobée de son cabinet et vit paraître le Chevalier de Navarre, paré et d’une grâce au-dessus de ce qu’elle l’avait jamais vu: «Chevalier, où allez-vous, s’écria-t-elle, que cherchez-vous? Avez-vous perdu la raison? Qu’est devenu votre mariage et songez-vous à ma réputation? —Soyez en repos de votre réputation, lui répondit-il. Personne ne le peut savoir. Il n’est pas question de mon mariage, il ne s’agit plus de ma fortune. Il ne s’agit plus que de votre cœur, Madame, et d’être aimé de vous: je renonce à tout le reste. Vous m’avez laissé voir que vous ne me haïssiez pas, mais vous m’avez voulu cacher que je suis assez heureux pour que mon mariage vous fasse de la peine. Je viens vous dire, Madame, que j’y renonce, que ce mariage me serait un supplice et que je ne veux vivre que pour vous. L’on m’attend à l’heure que je vous parle, tout est prêt, mais je vais tout rompre si, en le rompant, je fais une chose qui vous soit agréable et qui vous prouve ma passion.» La comtesse se laissa tomber sur son lit de repos d’où elle s’était levée à demi et, regardant le Chevalier avec des yeux pleins d’amour et de larmes: «Vous voulez donc que je meure? lui dit-elle. Croyez-vous qu’un cœur puisse contenir tout ce que vous me faites sentir? Quitter à cause de moi la fortune qui vous attend? Je n’en puis seulement supporter la pensée. Allez à Madame la Princesse de Neufchâtel. Allez à la grandeur qui vous est destinée: vous aurez mon cœur en même temps. Je ferai de mes remords, de mes incertitudes et de ma jalousie, puis qu’il faut vous l’avouer, tout ce que ma faible raison me conseillera, mais je ne vous verrai jamais si vous n’allez tout à l’heure achever votre mariage. Allez, ne demeurez pas un moment, mais, pour l’amour de moi et de vous même, renoncez à une passion aussi déraisonnable que celle que vous me témoignez et qui nous conduira peut-être à d’horribles malheurs.» Le Chevalier fut d’abord transporté de joie de se voir si véritablement aimé de la Comtesse de Tende, mais l’horreur de se donner à une autre lui revint devant les yeux. Il pleura, il s’affligea, il lui promit tout ce qu’elle voulut, à condition qu’il la verrait encore dans le même lieu. Elle voulut savoir, avant qu’il sortît, comment il y était entré. Il lui dit qu’il s’était fié à un écuyer qui était à elle et qui avait été à lui, qu’il l’avait fait passer par la cour des écuries où répondait le petit degré qui venait à ce cabinet et qui répondait aussi à la chambre de l’écuyer. Cependant, l’heure du mariage pressait et le Chevalier, pressé de la Comtesse de Tende, fut enfin contraint de s’en aller, mais il alla comme au supplice à la plus grande et à la plus agréable fortune ou un cadet sans biens eût jamais été élevé.

124

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

La Comtesse de Tende passa la nuit comme on se le peut imaginer, agitée par les inquiétudes. Elle appela ses femmes sur le matin et, peu de temps après que sa chambre fut ouverte, elle vit son écuyer, qui s’appelait Lalande, s’approcher d’elle et mettre une lettre sur son lit sans que personne s’en aperçût. Cette lettre lui fit battre le cœur et parce qu’elle la reconnut être du Chevalier de Navarre et parce qu’il était si peu vraisemblable qu’il eût eu le loisir de lui écrire pendant cette nuit qui devait être celle des noces, qu’elle craignit qu’il n’eût apporté ou qu’il ne fût arrivé quelque obstacle à son mariage. Elle ouvrit la lettre avec beaucoup d’émotion et y trouva à peu près ces mots: Je ne pense qu’à vous, Madame. Je ne suis occupé que de vous et, dans les premiers moments de la possession légitime du plus grand parti de France, à peine le jour commence à paraître que je quitte sa chambre où j’ai passé la nuit pour vous dire, Madame, que je me suis déjà repenti mille fois de vous avoir obéi et de n’avoir pas tout abandonné pour ne vivre que pour vous.

Cette lettre et les moments où elle était écrite, touchèrent sensiblement la Comtesse de Tende. Elle alla dîner chez la Princesse de Neufchâtel qui l’en avait priée. Son mariage était déclaré. Elle trouva un nombre infini de personnes dans sa chambre, mais, sitôt que cette princesse la vit, elle quitta tout le monde et la pria de passer dans son cabinet. À peine étaient-elles assises que le visage de la princesse se couvrit de larmes. La comtesse crut que c’était l’effet de la déclaration de son mariage et qu’elle la trouvait plus difficile à supporter qu’elle ne l’avait imaginé, mais elle vit bientôt qu’elle se trompait. «Ah! Madame, lui dit la princesse, qu’ai-je fait? J’ai épousé un homme par passion. J’ai fait un mariage inégal, désapprouvé, qui m’abaisse, et celui que j’ai préféré à tout en aime une autre.» La Comtesse de Tende pensa s’évanouir à ces paroles. Elle crut que la princesse ne pouvait avoir pénétré la passion de son mari sans en avoir aussi démêlé la cause. Elle ne put répondre. La Princesse de Navarre, qui fut ainsi appelée depuis son mariage, n’y prit pas garde et, continuant: «M. le Prince de Navarre, lui dit elle, Madame, bien loin d’avoir l’impatience que lui devait donner la conclusion de notre mariage se fit attendre hier au soir. Il vint sans joie, l’esprit occupé et embarrassé. Il est sorti de ma chambre à la pointe du jour sur je ne sais quel prétexte, mais il venait d’écrire: je l’ai connu à ses mains. À qui pouvait-il écrire qu’à une maîtresse? Pourquoi se faire attendre? De quoi avait-il l’esprit embarrassé?» L’on vint dans ce moment interrompre cette conversation parce que la Princesse de Condé arrivait. La Princesse de Navarre alla la voir et la Comtesse de Tende demeura hors d’elle-même. Elle écrivit dès le soir au Prince de Navarre pour lui donner avis des soupçons de sa femme et pour l’obliger de se contraindre.

SIGLOS XVII Y XVIII

125

Leur passion ne s’alentit point par les périls et par les obstacles. La Comtesse de Tende n’avait point de repos et le sommeil ne trouvait plus de place dans ses yeux. Un matin, après qu’elle eut appelé ses femmes, Lalande l’écuyer s’approcha d’elle et lui dit tout bas que le Prince de Navarre était dans son cabinet et qu’il la conjurait instamment qu’il lui pût dire une chose qu’il était absolument nécessaire qu’elle sût. L’on cède aisément à ce qui plaît. La Comtesse de Tende savait que son mari était sorti. Elle dit qu’elle voulait dormir. Elle ordonna à ses femmes de refermer ses portes et de ne point revenir qu’elle ne les appelât. Le Prince de Navarre entra par ce cabinet et se jeta à genoux devant son lit. «Qu’avez-vous à me dire, lui dit-elle? —Que je vous aime, Madame, que je vous adore, que je ne saurais vivre avec Madame de Navarre. Le désir de vous voir s’est saisi de moi ce matin avec une telle violence que je n’ai pu y résister. Je suis venu ici au hasard de tout ce qui en pourrait arriver et sans espérer même de vous entretenir.» La comtesse le gronda d’abord de la commettre si légèrement et ensuite leur passion les conduisit à une conversation si longue que le Comte de Tende revint de la ville. Il alla à l’appartement de sa femme. On lui dit qu’elle n’était pas éveillée. Il était tard. Il ne laissa pas d’entrer dans sa chambre et trouva le Prince de Navarre à genoux devant son lit comme il s’était mis d’abord. Jamais étonnement ne fut pareil à celui du Comte de Tende, et jamais trouble n’égala celui de sa femme. Le Prince de Navarre conserva seul de la présence d’esprit et sans se troubler ni se lever de sa place: «Venez, venez, dit-il au Comte de Tende, m’aider à obtenir une grâce que je demande à genoux et que l’on me refuse.» Le ton clair du Prince de Navarre suspendit l’étonnement du Comte de Tende. «Je ne sais, lui répondit-il avec le même ton qu’avait parlé le prince, si une grâce que vous demandez à ma femme quand l’on dit qu’elle dort et que je vous trouve seul avec elle et sans carrosse à ma porte sera de celles que je souhaiterais qu’elle vous accorde.» Le Prince de Navarre, rassuré et hors de l’embarras du premier moment, se leva, s’assit avec une liberté entière et la Comtesse de Tende, tremblante et éperdue, cacha son trouble par l’obscurité du lieu où elle était. Le Prince de Navarre prit la parole et dit au Comte de Tende: «Je vais vous surprendre, vous m’allez blâmer, mais il faut néanmoins me secourir. Je suis amoureux et aimé de la plus aimable personne de la Cour. Je me dérobai hier au soir de chez la Princesse de Navarre et de tous mes gens pour aller à un rendez-vous où cette personne m’attendait. Ma femme qui a déjà démêlé que je suis occupé d’autre chose que d’elle et qui a attention à ma conduite a su par mes gens que je les avais quittés. Elle est dans une jalousie et un désespoir dont rien n’approche. Je lui ai dit que j’avais passé les heures qui lui donnaient de l’inquiétude chez la Maréchale de Saint-André qui est incommodée et qui ne

126

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

voit presque personne et je lui ai dit que Madame la Comtesse de Tende y était seule et qu’elle pourrait lui demander si elle ne m’y avait pas vu tout le soir. J’ai pris le parti de me venir confier à Madame la Comtesse. Je suis allé chez La Châtre qui n’est qu’à trois pas d’ici. J’en suis sorti sans que mes gens m’aient vu. L’on m’a dit que Madame la Comtesse de Tende était éveillée. Je n’ai trouvé personne dans son antichambre et je suis entré hardiment. Elle me refuse de mentir en ma faveur. Elle dit qu’elle ne veut pas trahir son amie et me fait des réprimandes très sages: je me les suis faites à moi-même inutilement. Il faut ôter à Madame de Navarre l’inquiétude et la jalousie où elle est et me tirer du mortel embarras de ses reproches.» La comtesse ne fut guère moins surprise de la présence d’esprit du Prince de Navarre qu’elle l’avait été de la venue de son mari. Elle se rassura. Il ne demeura pas le moindre doute au Comte de Tende. Il se joignit à sa femme pour faire voir au Prince de Navarre l’abîme des malheurs ou il était plongé et ce qu’il devait à cette Princesse et la Comtesse de Tende promit de lui dire tout ce que voulait son mari. Comme il allait sortir, le Comte de Tende l’arrêta: «Pour récompense des services que nous vous allons rendre aux dépens de la vérité, apprenez-nous du moins, lui dit-il, qui est cette aimable maîtresse. Il faut que ce ne soit pas une personne bien estimable de vous aimer et de conserver avec vous un commerce vous voyant embarqué avec une personne aussi belle que Madame la Princesse de Navarre, vous la voyant épouser et voyant ce que vous lui devez. Il faut dire que cette personne n’a ni esprit ni courage ni délicatesse et, en vérité, elle ne mérite pas que vous troubliez un aussi grand bonheur que le vôtre et que vous vous rendiez si ingrat et si coupable.» Le prince ne sut que répondre. Il feignit d’avoir hâte. Le Comte de Tende le fit sortir lui-même afin qu’il ne fût pas vu. La Comtesse de Tende demeura éperdue du hasard qu’elle avait couru, des réflexions que lui faisaient faire les paroles de son mari et de la vue des malheurs où sa passion l’exposait. Mais elle n’eut pas la force de s’en dégager. Elle continua son commerce avec le Prince de Navarre. Elle le voyait quelquefois par l’entremise de Lalande. Elle se trouvait et elle était en effet une des plus malheureuses femmes du monde. La Princesse de Navarre lui faisait tous les jours confidence d’une jalousie dont elle était la cause. Cette jalousie la pénétrait de remords et, quand la Princesse de Navarre était contente de son mari, elle était perdue de jalousie à son tour. Il se joignit un nouveau tourment à ceux qu’elle avait déjà: le Comte de Tende devint aussi amoureux d’elle que si elle n’eût point été sa femme. Il ne la quittait point et voulait reprendre tous les droits qu’il avait méprisés. La comtesse s’y opposa avec une force et une aigreur qui allait jusqu’au mépris: prévenue pour le Prince de Navarre, elle était blessée et offensée de toute autre passion que de la sienne. La campagne s’approchait. Le Prince de Navarre devait partir pour l’armée. La Comtesse de Tende com-

SIGLOS XVII Y XVIII

127

mença à sentir les douleurs de son absence et la crainte des périls où il serait exposé. Elle résolut de se dérober à la contrainte de cacher sans cesse son affliction et prit le parti d’aller passer la belle saison dans une terre qu’elle avait à trente lieues de Paris. Elle exécuta ce qu’elle avait projeté. Leur adieu fut si douloureux qu’ils en devaient tirer l’un et l’autre un mauvais augure. Le Comte de Tende resta auprès du Roi, ou il était attaché par sa charge. La Cour devait s’approcher de l’armée. La maison de Madame de Tende n’en était pas bien loin. Son mari lui dit qu’il y ferait un voyage d’une nuit seulement pour des ouvrages qu’il avait commencés. Il ne voulut pas qu’elle pût croire que ce fût pour la voir: il avait contre elle tout le dépit que donnent les passions. Madame de Tende avait trouvé dans les commencements le Prince de Navarre si plein de respect et elle s’était sentie tant de vertu qu’elle ne s’était défiée ni de lui ni d’elle-même, mais le temps et les occasions avaient triomphé de la vertu et du respect et, peu de temps après qu’elle fut chez elle, elle s’aperçut qu’elle était grosse. Il ne faut que faire réflexion à la réputation qu’elle avait acquise et conservée et à l’état où elle était avec son mari pour juger de son désespoir. Elle fut pressée plusieurs fois d’attenter à sa vie, cependant elle conçut quelque légère espérance sur le voyage que son mari devait faire auprès d’elle. Elle résolut d’en attendre le succès. Dans cet accablement, elle eut encore la douleur d’apprendre que Lalande, qu’elle avait laissé à Paris pour les lettres de son amant et les siennes, était mort en peu de jours et elle se trouvait dénuée de tout secours dans un temps ou elle en avait tant de besoin. Cependant, l’armée avait entrepris un siège. Sa passion pour le Prince de Navarre lui donnait de nouvelles craintes même au travers des mortelles horreurs dont elle était agitée. Ses craintes ne se trouvèrent que trop bien fondées. Elle reçut des lettres de l’armée. Elle apprit la fin du siège, mais elle apprit aussi que le Prince de Navarre avait été tué le dernier jour. Elle perdit la connaissance et la raison. Elle fut plusieurs fois privée de l’une et de l’autre. Cet excès de malheurs lui paraissait dans des moments une espèce de consolation. Elle ne craignait plus rien pour son repos, pour sa réputation ni pour sa vie. La mort seule lui paraissait désirable. Elle l’espérait de sa douleur ou était résolue de se la donner. Un reste de honte l’obligea à dire qu’elle sentait des douleurs excessives pour donner un prétexte à ses cris et à ses larmes. Si mille adversités la firent retourner sur elle-même, elle vit qu’elle les avait méritées et la nature et le christianisme la détournaient d’être homicide d’elle-même et suspendirent l’exécution de ce qu’elle avait résolu. Il n’y avait pas longtemps qu’elle était dans ces violentes douleurs, lorsque le Comte de Tende arriva. Elle croyait connaître tous les sentiments que son malheureux état lui pouvait inspirer, mais l’arrivée de son mari lui donna encore un trouble et une confusion qui lui fut nouvelle. Il sut en arrivant qu’elle était malade et, comme

128

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

il avait toujours conservé des mesures d’honnêteté aux yeux du public et de son domestique, il vint d’abord dans sa chambre. Il la trouva comme une personne hors d’elle-même et comme une personne égarée et elle ne put retenir ses cris et ses larmes, qu’elle attribuait toujours aux douleurs qui la tourmentaient. Le Comte de Tende fut touché de l’état où il la voyait. Il s’attendrit pour elle. Croyant faire quelque diversion à ses douleurs, il lui parla de la mort du Prince de Navarre et de l’affliction de sa femme. Celle de Madame de Tende ne put résister à ce discours et ses cris et ses larmes redoublèrent d’une telle sorte que le Comte de Tende en fut surpris et presque éclairé. Il sortit de sa chambre plein de trouble et d’agitation. Il lui sembla que sa femme n’était pas dans l’état que causent les douleurs du corps. Ce redoublement de larmes, lorsqu’il avait parlé de la mort du Prince de Navarre, l’avait frappé et, tout d’un coup, l’aventure de l’avoir trouvé à genoux devant son lit se présenta à son esprit. Il se souvint du procédé qu’elle avait eu avec lui lorsqu’il avait voulu retourner à elle et, enfin, il crut voir la vérité, mais il lui restait néanmoins ce doute que l’amour-propre nous laisse toujours pour les choses qui coûtent trop cher à croire. Son désespoir fut extrême et toutes ses pensées furent violentes, mais, comme il était sage, il retint ses premiers mouvements. Il résolut de partir le lendemain à la pointe du jour sans voir sa femme, remettant au temps à lui donner plus de certitude et à prendre ses résolutions. Quelque abîmée que fut Madame de Tende dans sa douleur, elle n’avait pas laissé de s’apercevoir du peu de pouvoir qu’elle avait eu sur elle-même et de l’air dont son mari était sorti de sa chambre. Elle se douta d’une partie de la vérité et, n’ayant plus que de l’horreur pour sa vie, elle se résolut de la perdre d’une manière qui ne lui ôtât pas l’espérance de l’autre. Après avoir examiné ce qu’elle allait faire avec des agitations mortelles, pénétrée de ses malheurs et du repentir de sa vie, elle se détermina enfin et écrivit ces mots à son mari: Cette lettre me va coûter la vie, mais je mérite la mort et je la désire. Je suis grosse. Celui qui est la cause de mon malheur n’est plus au monde, aussi bien que le seul homme qui savait notre commerce. Le public ne l’a jamais soupçonné. J’avais résolu de finir ma vie par mes mains, mais je l’offre à Dieu et à vous-même pour l’expiation de mon crime. Je n’ai pas voulu me déshonorer aux yeux du monde, parce que ma réputation vous regarde: conservez-la pour l’amour de vous. Je vais faire paraître l’état où je suis. Cachez-en la honte et faites moi périr quand vous voudrez et comme vous voudrez.

Le jour commençait à paraître lorsqu’elle eut écrit cette lettre, la plus difficile à écrire qui ait peut-être jamais été écrite. Elle la cacheta, se mit à la fenêtre et, comme elle vit le Comte de Tende dans la cour prêt à monter en carrosse, elle envoya une de ses femmes la lui porter et lui dire qu’il n’y avait rien de pressé et qu’il la lût à loisir.

SIGLOS XVII Y XVIII

129

Le Comte de Tende fut surpris de cette lettre. Elle lui donna une sorte de pressentiment, non pas de tout ce qu’il y devait trouver, mais de quelque chose qui avait rapport à ce qu’il avait déjà pensé la veille. Il monta seul en carrosse, plein de trouble et n’osant même ouvrir la lettre, quelque impatience qu’il eût de la lire. Il la lut enfin et apprit son malheur, mais que ne pensa-t-il point après l’avoir lue! S’il eût eu des témoins, ce violent état où il était l’aurait fait croire privé de raison ou prêt de perdre la vie. La jalousie et les soupçons bien fondés préparent d’ordinaire les maris à leur malheur. Ils ont même toujours quelque doute, mais ils n’ont pas cette certitude que donne l’aveu, qui est au-dessus de nos lumières. Le Comte de Tende avait toujours trouvé sa femme très aimable, quoiqu’il ne l’eût pas également aimée, mais elle lui avait toujours paru la plus estimable femme qu’il eût jamais vue. Ainsi, il n’avait pas moins d’étonnement que de fureur et, au travers de l’un et de l’autre, il sentait encore, malgré lui, une douleur où la tendresse avait quelque part. Il s’arrêta dans une maison qui se trouva sur son chemin, où il passa plusieurs jours, affligé et agité, comme on peut se l’imaginer. Il pensa d’abord tout ce qu’il était naturel de penser en cette occasion. Il ne songea qu’à faire mourir sa femme, mais la mort du Prince de Navarre et celle de Lalande, qu’il reconnut aisément pour le confident, ralentit un peu sa fureur. Il ne douta pas que sa femme ne lui dît vrai en lui disant que son commerce n’avait jamais été soupçonné. Il jugea que le mariage du Prince de Navarre pouvait avoir trompé tout le monde, puisqu’il avait été trompé lui-même après une conviction si grande que celle qui s’était présentée à ses yeux. Cette ignorance entière du public pour son malheur lui fut un adoucissement, mais les circonstances qui lui faisaient voir à quel point et de quelle manière il avait été trompé, lui perçaient le cœur et il ne respirait que la vengeance. Il pensa néanmoins que, s’il faisait mourir sa femme et qu’on s’aperçût qu’elle fût grosse, l’on soupçonnerait aisément la vérité. Comme il était l’homme du monde le plus glorieux, il prit le parti qui convenait le mieux à sa gloire et résolut de ne laisser rien voir au public. Dans cette pensée, il résolut d’envoyer un gentilhomme à la Comtesse de Tende avec ce billet: Le désir d’empêcher l’éclat de ma honte l’emporte présentement sur ma vengeance. Je verrai dans la suite ce que je donnerai à votre indigne destinée. Conduisez-vous comme si vous aviez toujours été ce que vous deviez être.

La comtesse reçut ce billet avec joie. Elle le croyait l’arrêt de sa mort et, quand elle vit que son mari consentait qu’elle laissât paraître sa grossesse, elle sentit bien que la honte est la plus violente de toutes les passions. Elle se trouva dans une sorte de calme de se croire assurée de mourir et de voir sa réputation en sûreté. Elle ne songea plus qu’à se préparer à la mort et,

130

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

comme c’était une personne dont tous les sentiments étaient vifs, elle embrassa la vertu et la pénitence avec la même ardeur qu’elle avait suivi sa passion. Son âme était d’ailleurs détrempée et noyée dans l’affliction. Elle ne pouvait arrêter ses yeux sur aucune chose de cette vie qui ne lui fût plus rude que la mort même, de sorte qu’elle ne voyait de remèdes à ses malheurs que par la fin de sa malheureuse vie. Elle passa quelque temps dans cet état, paraissant plutôt une personne morte qu’une personne vivante. Enfin, vers le sixième mois de sa grossesse, son corps succomba, la fièvre continue lui prit et elle accoucha par la violence du mal. Elle eut la consolation de voir son enfant en vie, d’être assurée qu’il ne pouvait vivre et qu’elle ne donnait pas un héritier légitime à son mari. Elle expira peu de jours après et reçut la mort avec une joie que personne n’a jamais ressentie. Elle chargea son confesseur d’aller porter à son mari la nouvelle de sa mort, de lui demander pardon de sa part et de le supplier d’oublier sa mémoire, qui ne lui pouvait être qu’odieuse. Le Comte de Tende reçut cette nouvelle sans inhumanité et même avec quelques sentiments de pitié, mais néanmoins avec joie. Quoiqu’il fût fort jeune, il ne voulut jamais se remarier, les femmes lui faisant horreur, et il a vécu jusqu’à un âge très avancé.

DE L’ÉGALITÉ DE DEUX SEXES1 François Poulain de la Barre

PREMIERE PARTIE ou l’on montre que l’opinion vulgaire est un préjugé, et qu’en comparant sans interest ce que l’on peut remarquer dans la conduite des hommes et des femmes, on est obligé de reconnoître entre les deux Sexes une égalité entiere. Les hommes sont persuadez d’une infinité de choses dont ils ne sçauroient rendre raison; parceque leur persuasion n’est fondée que sur de legeres apparences, ausquelles ils se sont laissez emporter; et ils eussent crû aussi fortement le contraire, si les impressions des sens ou de la coûtume les y eussent determinez de la même facon. Hors un petit nombre de sçavans, tout le monde tient comme une chose indubitable, que c’est le Soleil qui se meut autour de la terre: quoyque ce qui paroist dans la revolution des jours et des années, porte également ceux qui y font attention, à penser que c’est la terre qui se meut autour du soleil. L’on s’imagine qu’il y a dans les bêtes quelque connoissance qui les conduit, par la même raison que les Sauvages se figurent qu’il y a un petit demon dans les horloges et dans les machines qu’on leur montre, dont ils ne connoissent point la fabrique ni les ressorts. Si l’on nous avoit élevez au milieu des mers, sans jamais nous faire approcher de la terre, nous n’eussions pas manqué de croire en changeant de place sur un vaisseau, que c’eussent esté les rivages qui se fussent éloignez de nous, comme

1 Texto

que conserva la lengua en su estado original. Únicamente se modernizó la tipografía.

131

132

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

le croient les enfans au depart des bateaux. Chacun estime que son païs est le meilleur, parce qu’il y est plus accoûtumé; et que la religion dans laquelle il a esté nourri, est la veritable qu’il faut suivre, quoy qu’il n’ait peut-estre jamais songé à l’examiner ni à la comparer avec les autres. On se sent toujours plus porté pour ses compatriotes que pour les étrangers, dans les affaires ou le droit même est pour ceux-cy. Nous nous plaisons davantage avec ceux de notre profession, encore qu’ils ayent moins d’esprit et de vertu. Et l’inegalité des biens et des conditions fait juger à beaucoup de gens que les hommes ne sont point égaux entr’eux. Si on cherche surquoy sont fondées toutes ces opinions diverses, on trouvera qu’elles ne le sont que sur l’interest, ou sur la coutume; et qu’il est incomparablement plus difficile de tirer les hommes des sentimens où ils ne sont que par préjugé, que de ceux qu’ils ont embrassez par le motif des raisons qui leur ont paru les plus convaincantes et les plus fortes. L’on peut mettre au nombre de ces jugemens celuy qu’on porte vulgairement sur la difference des deux Sexes, et sur tout ce qui en depend. Il n’y en a point de plus ancien ni de plus universel. Les sçavans et les ignorans sont tellement prévenus de la pensée que les femmes sont inferieures aux hommes en capacité et en merite, et qu’elles doivent estre dans la dépendance ou nous les voyons, qu’on ne manquera pas de regarder le sentiment contraire comme un paradoxe singulier. Cependant il ne seroit pas necessaire pour l’établir, d’employer aucune raison positive, si les hommes estoient plus équitables et moins interessez dans leurs jugemens. Il suffiroit de les avertir qu’on a parlé jusqu’a present qu’a la legere de la difference des deux Sexes, au desavantage des femmes; et que pour juger sainement si le notre a quelque préeminence naturelle par dessus le leur, il faut y penser serieusement et sans interest renonçant à ce qu’on a crû sur le simple rapport d’autruy, et sans l’avoir examiné. Il est certain qu’un homme qui se mettroit en cét état d’indifference et de desinteressement, reconnoîtroit d’une part que c’est le peu de lumiere et la précipitation qui font tenir que les femmes sont moins nobles et moins excellentes que nous: et que c’est quelques indispositions naturelles, qui les rendent sujettes aux deffauts et aux imperfections qu’on leur attribuë, et méprisables a tant de gens. Et de l’autre part, il verroit que les apparences mêmes qui trompent le peuple sur leur sujet, lorsqu’il les passe legerement, serviroient à le détromper s’il les approfondissoit un peu. Enfin, si cet homme estoit Philosophe, il trouveroit qu’il y a des raisons Physiques qui prouvent invinciblement que les deux Sexes sont égaux pour le corps et pour l’esprit. Mais comme il n’y a pas beaucoup de personnes en estat de pratiquer eux seuls cét avis, il demeureroit inutile, si on ne prenoit la peine de travailler

SIGLOS XVII Y XVIII

133

avec eux pour les aider à s’en servir; et parceque l’opinion de ceux qui n’ont point d’étude est la plus generale, c’est par elle qu’il faut commencer nôtre examen. Si l’on demande à chaque homme en particulier lier ce qu’il pense des femmes en general, et qu’il le veüille avoüer sincerement, il dira sans doute qu’elles ne sont faites que pour nous, et qu’elles ne sont gueres propres qu’a élever les enfans dans leur bas âge, et à prendre le soin du ménage. Peut-estre que les plus spirituels ajouteroient qu’il y a beaucoup de femmes qui ont de l’esprit et de la conduite; mais que si l’on examine de prés celles qui en ont le plus, on y trouvera toujours quelque chose qui sent leur Sexe: qu’elles n’ont ni fermeté ni arrest, ni le fond d’esprit qu’ils croient reconnoitre dans le leur, et que c’est un effet de la providence divine et de la sagesse des hommes, de leur avoir fermé l’entrée des sciences, du gouvernement, et des emplois; que ce seroit une chose plaisante de voir une femme enseigner dans une chaire, l’éloquence ou la medecine en qualité de Professeur: marcher par les ruës, suivies de Commissaires, et de Sergens pour y mettre la police; haranguer devant les Juges en qualité d’Avocat: estre assise sur un Tribunal pour y rendre justice, à la teste d’un Parlement: conduire une armée, livrer une bataille: et parler devant les Republiques ou les Princes comme Chef d’une Ambassade. J’avoüe que cet usage nous surprendroit; mais ce ne seroit que par la raison de la nouveauté. Si en formant les états et en établissant les differens emplois qui les composent, on y avoit aussi appelé les femmes, nous serions accoûtumez à les y voir, comme elles le sont à nôtre égard. Et nous ne trouverions pas plus étrange de les voir sur les Fleurs de Lys, que dans les boutiques. Si on pousse un peu les gens, on trouvera que leurs plus fortes raisons se reduisent à dire que les choses ont toujours esté comme elles sont, à l’égard des femmes: ce qui est une marque qu’elles doivent estre de la sorte: et que si elles avoient esté capables des sciences et des emplois, les hommes les y auroient admises avec eux. Ces raisonnemens viennent de l’opinion qu’on a de l’équité de nostre Sexe, et d’une fausse idée que l’on s’est forgée de la coûtume. C’est assez de la trouver établie, pour croire qu’elle est bien fondée, Et comme l’on juge que les hommes ne doivent rien faire que par raison, la pluspart ne peuvent s’imaginer qu’elle n’ait pas este consultée pour introduire les pratiques qu’ils voyent si universellement reçuës, et l’on se figure, que c’est la raison et la prudence qui les ont faites, à cause que l’une et l’autre obligent de s’y conformer lorsqu’on ne peut se dispenser de les suivre, sans qu’il arrive quelque trouble. Chacun void en son païs les femmes dans une telle sujettion, qu’elles dépendent des hommes en tout: sans entrée dans les sciences, ny dans aucun des états qui donnent lieu de se signaler par les avantages de l’esprit. Nul ne rapporte

134

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

qu’il ait veu les choses autrement a leur égard. On sçait aussi qu’elles ont toûjours esté de la sorte, et qu’il n’y a point d’endroit de la terre ou on ne les traite comme dans le lieu ou l’on est. Il y en a même ou on les regarde comme des esclaves. A la Chine on leur tient les pieds petits des leur enfance, pour les empescher de sortir de leurs maisons, ou elles ne voyent presque jamais que leurs maris er leurs enfans. En Turquie les Dames sont resserrées d’aussi près. Elles ne sont gueres mieux en Italie. Quasi tous les peuples d’Asie, de l’Afrique, et de l’Amerique usent de leurs femmes, comme on fait icy des servantes. Par tout on ne les occupe que de ce que l’on considère comme bas; et parce qu’il n’y a qu’elles qui se mélent des menus soins du ménage et des enfans, l’on se persuade communément qu’elles ne sont au monde que pour cela, et qu’elles sont incapables de tout le reste. On a de la peine à se representer comment les choses pourroient estre bien d’une autre façon; et s’il paroist même qu’on ne les pourroit jamais changer, quelque effort que l’on fit. Les plus sages Legislateurs, en fondant leurs Republiques n’ont rien étably qui fust favorable aux femmes pour ce regard. Toutes les Loix semblent n’avoir esté faites que pour maintenir les hommes dans la possession où ils sont. Presque tout ce qu’il y a eu de gens qui ont passé pour sçavans et qui ont parlé des femmes, n’ont rien dit a leur avantage; et l’on trouve la conduite des hommes si uniforme à leur endroit, dans tous les siecles et par toute la terre, qu’il semble qu’ils y sont entrez de concert, ou bien, comme plusieurs s’imaginent, qu’ils ont esté portez à un user de la sorte, par un instinct secret; c’est-à-dire, par un ordre general de l’Autheur de la nature. On se le persuade encore davantage en considerant de quelle façon les femmes mêmes supportent leur condition. Elles la regardent comme leur estant naturelle. Soit qu’elles ne pensent point à ce qu’elles sont, soit que naissant et croissant dans la dépendance, elles la considerent de la même maniere que font les hommes. Sur toutes ces veuës, les unes et les autres se portent à croire, et que leurs esprits sont aussi differens que leurs corps, et qu’il doit y avoir entre les deux Sexes autant de distinction, dans toutes les fonctions de la vie, qu’il y en a entre celles qui leur sont particulieres. Cependant cette persuasion comme la pluspart de celles que nous avons sur les coûtumes et sur les usages n’est qu’un pur préjugé, que nous formons sur l’apparence des choses, faute de les examiner de prés, et dont nous nous détromperions, si nous pouvions nous donner la peine de remonter jusqu’à la source, et juger en beaucoup de rencontres de ce qui s’est fait autrefois, par ce qui se fait aujourd’huy, et des Coûtumes Anciennes par celles que nous voyons s’établir de nostre temps. Si on avoit suivi cette regle, en une infinité de jugemens, on ne seroit pas tombé en tant de méprises; et dans ce qui concerne la condition presente des femmes, on auroit reconnu qu’elles n’ont esté assujetties que par la Loy du plus fort, et que ce n’a pas esté

SIGLOS XVII Y XVIII

135

faute de capacité naturelle ni de merite qu’elles n’ont point partagé avec nous, ce qui éleve notre Sexe au dessus du leur. En effet quand on considere sincerement les choses humaines dans le passé et dans le present, on trouve qu’elles sont toutes semblables en un point, qui est que la raison a toûjours esté la plus foible; et il semble que toutes les histoires n’ayent esté faites, que pour montrer ce que chacun void de son temps, que depuis qu’il y a des hommes, la force toûjours prévalu. Les plus grands empires de l’Asie ont esté dans leur commencement l’ouvrage des usurpateurs et des brigands; et les débris de la monarchie des Grecs et des Romains, n’ont esté recüeillis que par des gens qui se crurent assez forts pour resister à leurs maistres et pour dominer sur leurs égaux. Cette conduite n’est pas moins visible dans toutes les societez: et si les hommes en usent ainsi à l’égard de leurs pareils, il y a grande apparence qu’ils l’ont fait d’abord à plus forte raison, chacun à l’égard de la femme. Voicy à peu prés comment cela est arrivé. Les hommes remarquant qu’ils estoient les plus robustes, et que dans le rapport du Sexe ils avoient quelqu’avantage de corps, se figurerent qu’il leur appartenoit en tout. La consequence n’estoit pas grande pour les femmes au commencement du monde. Les choses estoient dans un état tres-different d’aujourd’huy, il n’y avoit point encore de gouvernement, de science, d’employ, ny de religion établie: Et les idées de dépendance n’avoient rien du tout de fâcheux. Je m’imagine des enfans, et que tout l’avantage estoit comme celuy du jeu: les hommes et les femmes qui estoient alors simples et innocens, s’employoient egalement à la culture de la terre à ou la chasse comme font encore les sauvages. L’homme alloit de son côté et la femme alloit du sien; celuy qui apportoit davantage estoit aussi le plus estimé. Les incommoditez et les suites de la grossesse diminuant les forces de la femme durant quelqu’intervalle, et les empeschant de travailler comme auparavant, l’assistance de leurs maris leur devenoit absolument necessaire, et encore plus lorsqu’elles avoient des enfans. Tout se terminoit à quelques regards d’estime et de preferance, pendant que les familles ne furent composées que du pere et de la mere avec quelques petits enfans. Mais lorsqu’elles se furent aggrandies, et qu’il y eut en une mesme maison, le pere et la mere du pere, les enfans des enfans, avec des freres et des sœurs, des ainez et des cadets; la dépendence s’étendit, et devint ainsi plus sensible. On vid la maistresse se soumettre à son mary, le fils honorer le pere, celui-cy commander à ses enfans: et comme il est tres-difficile que les freres s’accordent toûjours parfaitement, on peut juger qu’ils ne furent pas long-temps ensemble, qu’il n’arrivast entr’eux quelque different. L’aîné plus fort que les autres, ne leur voulut rien ceder. La force obligea les petits de ployer sous les plus grands. Et les filles suivirent l’exemple de leur mere.

136

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

Il est aisé de s’imaginer qu’il y eut alors dans les maisons plus de fonctions differentes; que les femmes obligées d’y demeurer pour élever leurs enfans, prirent le soin du dedans; que les hommes estant plus libres et plus robustes se chargerent du dehors, et qu’après la mort du pere et de la mere, l’aîné voulut dominer. Les filles accoutumées à demeurer au logis, ne penserent point à en sortir. Quelques cadets mécontens et plus fiers que les autres refusant de prendre le joug, furent obligez de se retirer er de faire bande à part. Plusieurs de mesme humeur s’estant rencontrez s’entretinrent de leur fortune, et firent aisement amitié; et se voyans tous sans bien, chercherent les moyens d’en acquerir. Comme il n’y en avoit point d’autre que de prendre celuy d’autruy, ils se jetterent sur celuy qui estoit le plus en main, et pour le conserver plus surement, se saisirent en même temps des maistres ausquels il appartenoit. La dépendance volontaire qui estoit dans les familles cessa par cette invasion. Les peres et les meres furent contraints d’obeïr, avec leurs enfans à un injuste usurpateur; et la condition des femmes en devint plus facheuse qu’auparavant. Car au lieu qu’elles n’avoient épousé jusque-là que des gens de leur famille qui les traittoient comme sœurs; elles furent aprés cela contraintes de prendre pour maris des étrangers inconnus qui ne les considererent que comme le plus beau du butin. C’est l’ordinaire des vainqueurs de mépriser ceux d’entre les vaincus, qu’ils estiment les plus foibles. Et les femmes le paroissant, à cause de leurs fonctions qui demandoient moins de force, furent regardées comme étant inferieures aux hommes. Quelques uns se contenterent d’une premiere usurpation; mais d’autres plus ambitieux, encouragez par le succés de la victoire voulurent pousser plus loin leurs conquestes. Les femmes estant trop humaines pour servir à ces injustes desseins, on les laissa au logis; et les hommes furent choisis comme estant plus propres aux entreprises où l’on a besoin de force. En cét estat l’on n’estimoit les choses qu’autant qu’on les croyoit utiles à la fin qu’on se proposoit; et le desir de dominer estant devenu une des plus forces passions, et ne pouvant estre satisfait que par la violence et l’injustice, il ne faut pas s’estonner que les hommes en ayant esté seuls, les instrumens, ayent esté preferez aux femmes. Ils servirent à retenir les conquêtes qu’ils avoient faites; on ne prit que leurs conseils pour establir la tyrannie, parce qu’il n’y avoit qu’eux qui les pussent executer, et de cette sorte la douceur et l’humanité des femmes fut cause qu’elles n’eurent point de part au gouvernement des Etats. L’exemple des Princes fur bien-tost imité par leurs sujets. Chacun voulut l’emporter sur son compagnon; Et les particuliers commencerent à dominer plus absolument sur leurs familles. Lorsqu’un Seigneur se vid maistre d’un Peuple et d’un Païs considerable, il en forma un Royaume; Il fit des loix pour

SIGLOS XVII Y XVIII

137

le gouverner, prit des Officiers entre les hommes, et esleva aux Charges ceux qui l’avoient mieux servy dans ses entreprises. Une preferance si notable d’un sexe à l’autre fit que les femmes furent encore moins considerées; et leur humeur et leurs fonctions les éloignant du carnage et de la guerre, on crut qu’elles n’étoient capables de contribuer à la conservation des Royaumes, qu’en aydant à les peupler. L’etablissement des Etats ne se put faire sans mettre de la distinction entre ceux qui les composoient. L’on introduisit des marques d’honneur, qui servirent à les discerner; et on inventa des signes de respect pour témoigner la difference qu’on reconnoissoit entre eux. On joignit ainsi à l’idée de la puissance la soûmission exterieure que l’on rend à ceux qui ont l’authorité entre les mains. Il n’est pas necessaire de dire icy comment Dieu a esté connu des hommes; mais il est constant qu’il en a esté adoré depuis le commencement du monde. Pour le culte qu’on luy a rendu, il n’a esté regulier que depuis qu’on s’est assemblé pour faire des Societez publiques. Comme l’on estoit accoûtumé à reverer les puissances par des marques de respect, on crût qu’il falloit aussi honnorer Dieu par quelques ceremonies, qui servissent à témoigner les sentimens qu’on avoit de sa grandeur. On bâtit des Temples; on institua des Sacrifices; et les hommes qui estoient déja les maistres du Gouvernement ne manquerent pas de s’emparer encore du soin de ce qui concernoit la Religion; et la coûtume ayant déja prévenu les femmes, que tout appartenoit aux hommes, elles ne demanderent point d’avoir part au ministere. L’idee qu’on avoit de Dieu s’etant extrémement corrompuë par les fables et par les fictions poëtiques, l’on se forgea des Divinitez mâles, et femelles; et l’on institua des Prestresses pour le service de celle de leur sexe; mais ce ne fùt que sous la conduite et sous le bon plaisir des Prestres. L’on a veu aussi quelquesfois des femmes gouverner de grands Estats; mais il ne faut pas pour cela s’imaginer, que c’est qu’elles avoient eu l’adresse de disposer les affaires, de sorte qu’on ne pouvoit leur oster l’authorité d’entre les mains. Il y a aujourd’huy des Etats hereditaires ou les femelles succedent aux mâles, pour estre Reines ou Princesses; mais il y a sujet de croire, que si on a laissée d’abord tomber ces Royaumes-là en quenouille, ce n’a esté que pour éviter de tomber en guerre civile; et si l’on a permis les Regences, on ne l’a fait que dans la pensée que les meres, qui aiment toûjours extraordinairement leurs enfans, prendroient un soin particulier de leurs Etats, pendant leur minorité. Ainsi les femmes n’ayant eu à faire que leur ménage, et y trouvant assez dequoy s’occuper, il ne faut pas s’étonner qu’elles n’ayent point inventé de sciences, dont la pluspart n’ont esté d’abord, que l’ouvrage et l’occupation des oysifs et des faineants. Les Prestres des Egyptiens qui n’avoient pas grand’chose à

138

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

faire, s’amusoient ensemble à parler des effets de la nature, qui les touchoient davantage. A force de raisonner, ils firent des observations dont le bruit excita la curiosité de quelques hommes qui les vinrent rechercher. Les sciences n’estant encore qu’au berceau, ne tirerent point les femmes de leurs maisons; outre que la jalousie qui broüilloit déja les maris, leur eût fait croire qu’elles eussent esté visiter les Prestres plûtost pour l’amour de leur personne, que des connoissances qu’ils avoient. Lorsque plusieurs en furent imbus, ils s’assemblerent en certains lieux pour en parler plus à leur aise. Chacun disant ses pensées, les sciences se perfectionnerent. On fit des Academies, ou l’on n’appella point les femmes; et elles furent de cette sorte excluës des sciences, comme l’estoient du reste. La contrainte dans laquelle on les retenoit, n’empécha pas que quelquesunes n’essent l’entretien ou les écrits des sçavants: elles égalerent en peu de temps les plus habiles; et comme on s’estoit déjà forgé une bien-seance importune, les hommes n’osant venir chez elles, ny les autres femmes s’y trouver, de peur qu’on n’en prist ombrage, elles ne firent point de disciples ny de sectateurs, et tout ce qu’elles avoient acquis de lumiere mouroit inutilement avec elles. Si l’on observe comment les modes s’introduisent et s’embellissent de jour en jour, on jugera aisement qu’au commencement du monde, on ne s’en mettoit gueres en peine. Tout y estoit simple et grossier. On ne songeoit qu’au necessaire. Les hommes écorchoient les bestes, et en attachant les peaux ensemble s’en adjustoient des habits. Le commode vint aprés: et chacun s’habillant à sa guise, les manieres qu’on trouva qui seroïent le mieux, ne furent point negligées; et ceux qui estoient sous le mesme Prince ne manquerent pas de se conformer a luy. Il n’en fut pas des modes comme du gouvernement et des sciences. Les femmes y eurent part avec les hommes; et ceux-cy remarquant qu’elles en estoient plus belles, n’eurent garde de les en priver; et les uns et les autres trouvant qu’on avoit meilleure grace et qu’on plaisoit d’avantage avec certains ajustemens, les rechercherent à l’envy; mais les occupations des hommes étant plus grandes et plus importantes, les empécherent de s’y appliquer si fort. Les femmes montrerent en cela leur prudence et leur adresse. S’appercevant que les ornemens étrangers les faisoient regarder des hommes avec plus de douceur, et qu’ainsi leur condition en estoit plus supportable, elles ne negligerent rien de ce qu’elles crûrent pouvoir servir à se rendre plus aimables. Elles y employerent l’or, l’argent, et les pierreries, aussi-tost qu’elles furent en vogue; et voyant que les hommes leur avoient osté le moyen de se signaler par l’esprit, elles s’appliquerent uniquement à ce qui pouvoit les faire paroître plus agreables. Elles s’en sont depuis fort bien trouvées, et leurs ajustemens et leur beauté les ont fait considerer plus que n’auroient fait tous les livres et toute la science

SIGLOS XVII Y XVIII

139

du monde. La coûtume en estoit trop bien établie pour recevoir quelque changement dans la suite; la pratique en a passé jusques à nous et il semble que c’est une tradition trop ancienne pour y trouver quelque chose à redire. Il paroist manifestement par cette conjecture historique et conforme a la maniere d’agir si ordinaire à tous les hommes, que ce n’a esté que par empire qu’ils se sont reservé les avantages exterieurs, ausquels les femmes n’ont point de part. Car afin de pouvoir dire que ça este par raison, il faudroit qu’ils ne les communiquassent entr’eux qu’a ceux qui en sont les plus capables: qu’ils en fissent le choix avec un juste discernement; qu’ils n’admissent à l’étude que ceux en qui ils auroient reconnu plus de disposition pour les sciences; qu’ils n’élevassent aux emplois que ceux qui y seroient les plus propres, qu’on en exclust tous les autres, et qu’enfin on n’appliquast chacun qu’aux choses qui leur seroient les plus convenables. Nous voyons que c’est le contraire qui se pratique, et qu’il n’y a que le hazard, la necessité, ou l’interest, qui engage les hommes dans les états differens de la societé civile, Les enfans apprennent le métier de leur père, parce qu’on leur en a toûjours parlé. Tel est contraint de prendre une robe, qui aimeroit mieux une épée, si cela estoit à son choix; et on seroit le plus habile homme du monde qu’on n’entrera jamais dans une charge, si l’on n’a pas dequoy l’acheter. Combien y a-t-il de gens dans la poussiere, qui se fussent signalez si on les avoit un peu poussez? Et de païsans qui seroient de grands docteurs si on les avoit mis à l’étude? On seroit assez mal fondé de prétendre que les plus habiles gens d’aujourd’huy soient ceux de leur temps qui ont eu plus de disposition pour les choses en quoy ils éclatent; et que dans un si grand nombre de personnes ensevelies dans l’ignorance, il n’y en a point qui avec les mesmes moyens qu’ils ont eu, se fussent rendu plus capables. Surquoy donc peut-on assurer que les femmes y soient moins propres que nous, puisque ce n’est pas le hasard, mais une necessité insurmontable, qui les empesche d’y avoir part. Je ne soûtiens pas qu’elles soient toutes capables des sciences er des emplois, ny que chacune ne le soit de tous: personne ne le prétend non plus des hommes; mais je demande seulement qu’à prendre les deux Sexes en general, on reconnoisse dans l’un autant de disposition que dans l’autre. Que l’on regarde seulement ce qui se passe dans les petits divertissemens des enfans. Les filles y font paroistre plus de gentillesse, plus de genie, plus d’adresse; lorsque la crainte ou la honte n’étouffent point leurs pensées, elles parlent d’une maniere plus spirituelle et plus agreable. Il y a dans leurs entretiens plus de vivacité, plus d’enjouemens, et plus de liberté: elles apprennent bien plus vite ce qu’on leur enseigne quand on les applique également: elles sont plus assidues, et plus patientes au travail, plus soûmises, plus modestes et

140

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

plus retenuës. En un mot, on remarque en elles dans un degré plus parfait, toutes les qualitez excellentes, qui font juger que les jeunes hommes en qui elles se trouvent, sont plus propres aux grandes choses que leurs égaux. Cependant, quoyque ce qui paroist dans les deux Sexes, lors qu’ils ne sont encore qu’au berçeau, suffise déja pour faire juger que le plus beau donne aussi plus de belles esperances, on n’y a aucun égard. Les maistres et les instructions ne sont que pour les hommes: on prend un soin tout particulier de les instruire de tout ce qu’on croit le plus propre à former l’esprit, pendant qu’on laisse languir les femmes, dans l’oisiveté, dans la molesse, et dans l’ignorance, ou remper dans les exercices les plus bas et les plus vils. Mais aussi, il ne faut que des yeux pour reconnoître, qu’il est en cela de deux Sexes, comme de deux freres dans une famille, ou le cadet fait voir souvent, nonobstant la negligence avec laquelle on l’élève, que son aîné n’a pardessus luy que l’avantage d’estre venu le premier. A quoy sert ordinairement aux hommes l’éducation qu’on leur donne; elle est inutile à la pluspart pour la fin qu’on s’y propose: et elle n‘empêche pas que beaucoup ne tombent dans le déreglement et dans le vice, et que d’autres ne demeurent toujours ignorans, et méme ne deviennent encore plus sors qu’ils n’étoient. S’ils avoient quelque chose d’honneste, d’enjoüé, et de civil, ils le perdent par l’étude. Tout les choque, et ils choquent tout; on diroit qu’ils ne se seroient occupez durant leur jeunesse, qu’à voyager dans un païs ou ils n’auroient frequenté que des sauvages; tant ils raportent chez-eux de rudesse et de grossiereté dans leurs manieres. Ce qu’ils ont appris est comme des marchandises de contrebande, qu’ils n’oseroient, ou ne sçauroient debiter; et s’ils veulent rentrer dans le monde et y bien jouer leur personnage, ils sont obligez d’aller à l’école des Dames, pour y apprendre, la politesse, la complaisance, et tout le dehors qui fait aujourd’huy l’essentiel des honnestes gens. Si l’on consideroit cela de près, au lieu de mépriser les femmes, parce qu’elles n’ont pas de part aux sciences, on les estimeroit heureuses; puisque si d’un costé, elles sont privées par la des moyens de faire valoir les talens, et les avantages qui leur sont propres; de l’autre costé, elles n’ont pas l’occasion de les gâter ou de les perdre; et nonobstant cette privation, elles croissent en vertu, en esprit et en bonne grace, à mesure qu’elles croissent en âge; et si l’on comparoit sans préjugé les jeunes hommes au sortir de leurs études, avec des femmes de leur âge, et d’un esprit proportionne, sans scavoir comment les uns et les autres ont esté élevez, on croiroit qu’ils ont eu une éducation toute contraire. L’exterieur seul, l’air du visage, les regards, le marcher, la contenance, les gestes, ont dans les femmes quelque chose de pose, de sage, et d’honneste, qui les distingue assez des hommes. Elles observent en tout exactement la bienseance; on ne peut estre plus retenu qu’elles le sont. On n’entend point sortir de

SIGLOS XVII Y XVIII

141

leur bouche de paroles à double entente. Les moindres équivoques blessent leurs oreilles, et elles ne peuvent souffrir la veuë de tout ce qui choque la pudeur. Le commun des hommes a une conduite toute opposée. Leur marcher est souvent precipité, leurs gestes bizarres, leurs yeux mal reglez; et ils ne se divertissent jamais davantage, que lorsqu’ils s’entretiennent et se repaissent des choses qu’il faudroit taire ou cacher. Que l’on fasse conversation ensemble ou séparement avec les femmes et avec ce qu’on appelle sçavant dans le monde. On verra qu’elle difference il y a entre les uns et les autres. On diroit que ce que les hommes se mettent dans la téte en étudiant ne sert qu’à boucher leur esprit; et à y porter la confusion. Peu s’énoncent avec netteté, et la peine qu’ils ont à arracher leurs paroles, fait perdre le goust à ce qu’ils peuvent dire de bon; et à moins qu’ils ne soient fort spirituels, et avec des gens de leur sorte, ils ne peuvent soûtenir une heure de conversation. Les femmes, au contraire, disent nettement et avec ordre ce qu’elles sçavent; les paroles ne leur coûtent rien; elle commencent et continüent comme il leur plait; et leur imagination fournit toûjours d’une manière inépuisable, lorsqu’elles sont en liberté. Elles ont le don de proposer leurs sentimens avec une douceur et une complaisance, qui servent autant que la raison à les insinüer; au lieu que les hommes les proposent ordinairement d’une manière seche et dure. Si l’on met quelque question sur le tapis en presence des femmes un peu éclairées elles en découvrent bien plutost le point de veüe: Elles la regardent par plus de faces; ce que l’on dit de vray trouve plus de prise dans leur esprit; et quand on s’y connoist un peu, et qu’on ne leur est point suspect, on remarque que les préjugez qu’elles ont, ne sont pas si forts que ceux des hommes, et les mettent moins en garde contre la verité qu’on avance. Elles sont éloignées de l’esprit de contradiction et de dispute, auquel les sçavans sont si sujets; elles ne pointillent point vainement sur les mots, et ne se servent point de ces termes scientifiques et mysterieux, si propres à couvrir l’ignorance, et tout ce qu’elles disent est intelligible et sensible. J’ay pris plaisir à m’entretenir avec des femmes de toutes les conditions differentes, que j’ay peu rencontrer à la ville et aux champs, pour en découvrit le fort et le foible, et j’ay trouvé dans celles que la necessité, ou le travail n’avoient point rendu stupides, plus de bon sens, que dans la pluspart des ouvrages, qui sont beaucoup estimez parmy les sçavans vulgaires. En parlant de Dieu, pas une ne s’est avisée de me dire, qu’elle se l’imaginoit, sous la forme d’un veverable vieillard. Elles disoient au contraire, qu’elles ne pouvoient se l’imaginer, c’està-dire, se le representer sous quelque idée semblable aux hommes; qu’elles concevoient qu’il y a un Dieu; parce qu’elles ne comprenoient pas que ni elles ni ce qui les environne soient les ouvrages du hazard, ou de quelque creature;

142

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

et que la conduite de leurs affaires n’estant pas un effet de leur prudence, parce que le succez en venoit rarement par les voyes qu’elles avoient prises, il faloit que ce fût l’effet d’une providence divine. Quand je leur ay demandé ce qu’elles pensoient de leur ame; elle ne m’ont pas répondu que c’est une flamme fort subtile, ou la disposition des organes de leur corps, n’y qu’elle soit capable de s’étendre ou de se resserrer: elles répondoient au contraire, qu’elles sentoient bien qu’elle est distinguée de leurs corps, et que tout ce qu’elles en pouvoient dire de plus certain, c’est qu’elles ne croyoient pas qu’elle fust rien de semblable à aucune des choses qu’elles appercevoient par les sens; et que si elles avoient étudié, elles sçauroient précisément ce que c’est. Il n’y a pas une garde qui s’avise de dire comme les medecins, que leurs malades se portent mieux, parce que la Faculté Coctrice fait loüablement ses fonctions: et lors qu’elles voyent sortir une si grande quantité de sang par une veine, elles se raillent de ceux qui nient, qu’elle ait communication avec les autres par la circulation. Lorsque j’ay voulu sçavoir pourquoy elles croyoient que les pierres exposées au Soleil et aux pluyes du midy, s’usent plûtost que celles qui sont au Septentrion; nulle n’a esté assez simple pour me répondre, que cela vient de ce que la Lune les mord à belles dents, comme se l’imaginent assez plaisamment quelques Philosophes; mais que c’est l’ardeur du Soleil qui les desséche: er que les pluyes survenant les détrempent plus facilement. J’ay demandé tout exprés à plus de vingt, si elles ne croyoient pas que Dieu puisse faire par une puissance obedientielle ou extraordinaire, qu’une pierre soit élevée à la vision beatifique; mais je n’en ay pu tirer autre chose, sinon qu’elles croyoient que je me voulois moquer d’elles par cette demande. Le plus grand fruit que l’on puisse esperer des sciences, c’est le discernement er la justesse pour distinguer ce qui est vray et évident, d’avec ce qui est faux er obscur, et pour éviter ainsi de tomber dans l’erreur, et la méprise. On est assez porté à croire que les hommes, au moins ceux qui passent pour sçavans, ont cét avantage pardessus les femmes. Neantmoins si l’on a un peu de cette justesse dont je parle, on trouvera que c’est une des qualitez qui leur manque le plus. Car non seulement ils sont obscurs, et confus dans leurs discours, et ce n’est souvent que par cette qualité qu’ils dominent et qu’ils s’attirent la creance des personnes simples et credules; mais même ils rejettent ce qui est clair et évident, et se raillent de ceux qui parlent d’une maniere claire et intelligible, comme estant trop facile er trop commune; et sont les premiers à donner dans ce qu’on leur propose d’obscur, comme estant plus mysterieux. Pour s’en convaincre il ne faut que les écouter avec un peu d’attention, et les obliger de s’expliquer. Les Femmes ont une disposition bien éloignée de celle-la. On observe que celles qui ont un peu veu le monde, ne peuvent souffrir que leurs enfans mêmes

SIGLOS XVII Y XVIII

143

parlent Latin en leur presence: Elles se défient des autres qui le font: et disent assez souvent qu’elles craignent, qu’il n’y ait quelque impertinence cachée sous ces habillemens étrangers. Non seulement on ne leur entend point prononcer ces termes de sciences, qu’on appelle consacrez: mais même elles ne sçauroient les retenir, quoy qu’on les repetât souvent, et qu’elles ayent bonne memoire; et lors qu’on leur parle obscurement, elles avoüent de bonne foy qu’elles n’ont pas assez de lumiere ou d’esprit pour entendre ce que l’en dit, ou bien elles reconnoissent que ceux qui leur parlent de la sorte, ne sont pas assez instruits. Enfin si l’on considere de quelle façon les hommes et les femmes produisent ce qu’ils sçavent, on jugera que les uns sont comme ces ouvriers qui travaillent avec peine les pierres toutes brutes et toutes informes; et que les femmes sont comme des Architectes, ou des Lapidaires habiles, qui sçavent polir et mettre aisément en œuvre, et dans leur jour ce qu’elles ont entre les mains. Non seulement on trouve un tres-grand nombre de femmes qui jugent aussi-bien des choses que si on leur avoit donné la meilleure éducation, sans avoir ni les préjugez, ni les idées confuses, si ordinaires aux sçavants; mais même on en voit beaucoup qui ont le bon sens si juste, qu’elles parlent sur les objets des plus belles sciences, comme si elles les avoient toûjours étudiées. Elles s’énoncent avec grace. Elles ont l’art de trouver les plus beaux termes de l’usage, et de faire plus comprendre en un mot, que les hommes avec plusieurs; et si l’on s’entretient des Langues en general, elles ont la dessus des pensées qui ne se trouvent que dans les plus habiles Grammairiens. Enfin on remarque qu’elles tirent plus de l’usage seul pour le langage, que la pluspart des hommes ne font de l’usage joint à l’étude. L’eloquence est un talent qui leur est si naturel et si particulier, qu’on ne peut le leur disputer. Elles persuadent tout ce qu’elles veulent. Elles sçavent accuser et defendre sans avoir étudié les loix; et il n’y a gueres de Juges qui n’ayent éprouvé, qu’elles valent des Avocats. Se peut-il rien de plus fort et de plus éloquent que les lettres de plusieurs Dames, sur tous les sujets qui entrent dans le commerce ordinairement, et principalement sur les passions, dont le ressort fait toute la beauté et tout le secret de l’éloquence. Elles les touchent d’une maniere si délicate, et les expriment si naïvement, qu’on est obligé d’avoüer qu’on ne les sent pas autrement, et que toutes les Rhetoriques du monde ne peuvent donner aux hommes ce qui ne coûte rien aux femmes. Les pieces d’éloquence et de poësie, les harangues, les predications et les discours ne sont point de trop haut goust pour elles, et rien ne manque à leurs critiques, que de les faire selon les termes et les regles de l’art. Je m’attends bien que ce traité ne leur échapera pas non plus; que plusieurs y trouveront à redire: les unes qu’il n’est pas proportionné à la grandeur ni à la dignité du sujet; que le tour n’en est pas assez galant; les manieres assez

144

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

nobles; les expressions assez fortes, ni assez élevées; qu’il y a des endroits peu touchez, qu’on pourroit y ajoûter d’autres remarques importantes; mais j’espere aussi que ma bonne volonté, et le dessein que j’ay pris de ne rien dire que de vray, et d’éviter les expressions trop fortes, pour ne point sentir le Roman, m’excuseront auprés d’elles. Elles ont encore cét avantage que l’éloquence de l’action est en elles bien plus vive, que dans les hommes. C’est assez de voir à leur mine qu’elles ont dessein de toucher, pour se rendre à ce qu’elles veulent. Elles ont l’air noble et grand, le port libre et majestueux, le maintien honneste, les gestes naturels, les manieres engageantes, la parole facile, et la voix douce et flexible. La beauté et la bonne grace, qui accompagnent leurs discours, lorsqu’ils entrent dans l’esprit, leur ouvre la porte du cœur. Quand elles parlent du bien et du mal, on voit sur leur visage ce caractere d’honnesteté, qui rend la persuasion plus forte. Et lorsque c’est pour la vertu qu’elles veulent donner de l’amour, leur cœur paroist sur leur levres; et l’idée qu’elles en expriment, revétuë des ornemens du discours et des graces qui leur sont si particulieres, en paroist cent fois plus belle. C’est un plaisir d’entendre une femme qui se mêle de plaider. Quelque embarras qu’il y ait dans ses affaires, elles les débroüille et les explique nettement. Elle expose précisément ses pretentions et celles de sa partie; elle montre ce qui a donné lieu au procez, par quelles voyes elle la conduit, les ressorts qu’elle a fait joüer, et toutes les procedures qu’elle a faites; et l’on découvre parmi tout cela une certaine capacité pour les affaires, que la plupart des hommes n’ont point. C’est ce qui me fait penser, que si elles étudoient le droit, elles y réüssiroient au moins comme nous. On voit qu’elles aiment plus la paix et la justice; elles souffrent avec peine les differens, et s’entremettent avec joye pour les terminer à l’amiable; leurs soins leur font trouver des biais et des expediens singuliers pour reconcilier les esprits: et elles font naturellement dans la conduite de leur maison, ou sur celle des autres, les principales rcflexions d’équité, sur lesquelles toute la jurisprudence est fondée. Dans les recits que font celles qui ont un peu d’esprit, il y a toujours avec l’ordre, je ne sçay quel agrément qui touche plus que dans les nôtres. Elles sçavent discerner ce qui est propre ou étranger au sujet; démêler les interests; designer les personnes par leur propre caractere; dénoüer les intrigues, et suivre les plus grandes comme les plus petites, quand elles en sont informées. Tout cela se voit encore mieux dans les histoires et dans les Romans des Dames sçavantes, qui vivent encore. Combien y en a-t-il qui s’instruisent autant aux sermons, dans les entretiens, et dans quelques petits livres de pieté, que des Docteurs avec S. Thomas dans leur cabinet et sur les bancs. La solidité et la profondeur avec laquelle elles parlent des plus hauts mysteres et de toute la morale Chrétienne, les

SIGLOS XVII Y XVIII

145

feroient prendre souvent pour de grands Theologiens, si elles avoient un chapeau, et qu’elles pussent citer en Latin quelques passages. Il semble que les femmes soient nées pour exercer la Medecine, et pour rendre la santé aux malades. Leur propreté et leur complaisance soulagent le mal de la moitié. Et non seulement elles sont propres à appliquer les remedes; mais même à les trouver. Elles en inventent une infinité qu’on appelle petits, parce qu’ils coûtent moins que ceux d’Hypocrate, et qu’on ne les prescrit pas par ordonnance: mais qui sont d’autant plus surs et plus faciles, qu’ils sont plus naturels. Enfin elles font leurs observations dans la pratique avec tant d’exactitude, et en raisonnent si juste, qu’elles rendent souvent inutiles tous les cahiers de l’Ecole. Entre les femmes de la campagne, celles qui vont travailler aux champs, se connoissent admirablement aux bizarreries des saisons; et leurs Almanacs sont bien plus certains que ceux qu’on imprime de la main des Astrologues. Elles expliquent si naïvement la fertilité, et la sterilité des années, par les vents, par les pluies et par tout ce qui produit les changemens de temps, qu’on ne peut les entendre là-dessus, sans avoir compassion des sçavans qui rapportent ces effets, aux Aspects, aux Approches et aux Ascendans des Planettes. Ce qui me fait juger que si on leur avoit appris, que les alterations ausquelles le corps humain est sujet, luy peuvent arriver à cause de sa constitution particuliere, par l’exercice, par le climas, par la nourriture, par l’éducation et par les rencontres differentes de la vie, elles ne s’aviseroient jamais d’en rapporter les inclinations, ni les changemens aux Influences des Astres, qui sont des corps éloignez de nous de plusieurs millions de lieuës. Il est vray qu’il y a des sciences dont on n’entend point parler les femmes, parceque ce ne sont point de sciences de mise ni de societé. L’Algebre, la Geometrie, l’Optique, ne sortent presque jamais des cabinets ni des Academies sçavantes, pour venir au milieu du monde. Et comme leur plus grand usage est de donner la justesse dans les pensées; elles ne doivent paroître dans le commerce ordinaire, que secretement et comme des ressorts cachez, qui font joüer de grandes machines. C’est à dire, qu’il en faut faire l’application sur les sujets d’entretien, et penser et parler juste et geometriquement, sans faire paroitre qu’on est Geometre. Toutes ces observations sur les qualitez de l’esprit, se peuvent faire sans peine avec les femmes de mediocre condition; mais si on va jusques à la Cour, et qu’on ait part aux entretiens des Dames, on y pourra remarquer toute autre chose. Il semble que leur genie soit proportionné naturellement à leur état. Avec la justesse, le discernement, et la politesse, elles ont un tour d’esprit, fin, delicat, aisé; et je ne sçay quoy de grand et de noble, qui leur est particulier. On diroit que les objets comme les hommes, ne s’approchent d’elles, qu’avec respect.

146

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

Elles voyent toûjours par le bel endroit, et leur donner en parlant tout un autre air que le commun. En un mot, que l’on montre à ceux qui ont du goust deux lettres de Dames de conditions differentes, on reconnoîtra aisément laquelle est de plus haute qualité. Combien y a-t-il eu de Dames, et combien y en a-t-il encore, qu’on doit mettre au nombre de sçavans, si on ne veut pas les mettre au dessus. Le siecle où nous vivons en porte plus que tous les siecles passez, et comme elles ont égalé les hommes, elles sont plus estimables qu’eux, pour des raisons particulieres. Il leur a fallu surmonter la molesse où on éleve leur sexe, renoncer aux plaisirs et à l’oisiveté où on les reduit, vaincre certaines obstacles publics, qui les éloignent de l’étude, et se mettre au dessus des idées desavantageuses que le vulgaire a des sçavantes, outre celles qu’il a de leur Sexe en general. Elles ont fait tout cela; et soit que les difficultez ayent rendu leur esprit plus vif et plus pénétrant, soit que ces qualitez leur soient naturelles, elles se sont renduës à proportion plus habiles que les hommes. On peut dire neantmoins, sans diminuer les sentimens que ces illustres Dames meritent, que c’est l’occasion et les moyens exterieurs, qui les ont mises en cét état, aussi-bien que les plus sçavans parmy nous, et qu’il y en a une infinité d’autres qui n’en auroient pas moins fait, si elles eussent eu de pareils avantages. Et puisque l’on est assez injuste pour croire que toutes les femmes sont indiscretes, lorsqu’on en connoist cinq ou six qui le sont; on devroit assi estre assez équitable, pour juger que leur sexe est capable des sciences, puisque l’on en voit quantité, qui ont pû s’y élever. On s’imagine vulgairement que les Turcs, les Barbares, et les Sauvages n’y sont pas si propres que les peuples de l’Europe. Cependant, il est certain, que si l’on en voyoit icy cinq ou six qui eussent la capacité, ou le titre de Docteur, ce qui n’est pas impossible, on corrigeroit son jugement, et l’on avoüeroit que ces peuples estant hommes comme nous, sont capables des mêmes choses, et que s’ils estoient instruits, ils ne nous cederoient en rien. Les femmes avec lesquelles nous vivons, valent bien les Barbares et les Sauvages, pour nous obliger d’avoir pour elles des pensées qui ne soient pas moins avantageuses, ny moins raisonnables. Si le vulgaire s’opinistre, nonobstant ces observations, à ne vouloir pas que les femmes soient aussi propres aux sciences que nous, il doit au moins reconnoistre qu’elles leur sont moins necessaires. L’on s’y applique à deux fins, l’une de bien connoître les choses qui en sont l’objet, et l’autre de devenir vertueux par le moyen de ces connoissances. Ainsi dans cette vie qui est si courte, la science se doit uniquement rapporter à la vertu; et les femmes possedant cellecy, on peut dire qu’elles ont par un bon-heur singulier, le principal avantage des sciences sans les avoir étudiées.

SIGLOS XVII Y XVIII

147

Ce que nous voyons tous les jours, nous doit convaincre qu’elles ne sont pas moins Chrétiennes, que les hommes. Elles reçoivent l’Evangile avec soumission et avec simplicité. Elles en pratiquent les maximes d’une façon exemplaire. Leur respect pour tout ce qui concerne la religion a toûjours paru si grand qu’elles passent sans contredit, pour avoir plus de devotion et de pieté que nous. Il est vray que leur culte va quelquefois jusques à l’exez; mais je ne trouve pas que cét excez soit si blâmable. L’ignorance où on les éleve en est la cause necessaire. Si leur zele est indiscret, au moins leur persuasion est veritable; et l’on peut dire, que si elles connoissoient parfaitement la vertu, elles l’embrasseroient bien autrement: puisqu’elles s’y attachent si fort au travers des tenebres même. Il semble que la compassion qui est la vertu de l’Evangile soit affectée à leur Sexe. Le mal du prochain ne leur a pas plûtost frappé l’esprit, qu’il touche leur cœur, et leur fait venir les larmes aux yeux. N’est-ce pas leurs mains que se sont toûjours faites les plus grandes distributions, dans les calamitez publiques? Ne sont-ce pas encore aujourd’huy les Dames qui ont particulierement soin des pauvres et des malades dans les Paroisses, qui les vont visiter dans les prisons, et servir dans les hôpitaux? Ne sont-ce pas de pieuses filles répanduës dans les quartiers, qui ont charge de leur allez porter à certaines heures du jour, la nourriture et les remedes necessaires, et à qui l’on a donné le nom de la charité qu’elles exercent si dignement? Enfin, quand il n’y auroit au monde de femmes qui pratiquassent cette vertu envers le prochain, que celles qui servent les malades dans l’Hôtel-Dieu, je ne crois pas que les hommes pussent sans injustice prétendre en cela l’avantage pardessus leur Sexe. Ce sont proprement ces filles là desquelles il faloit enrichir la galerie des femmes fortes: C’est de leur vie qu’il faudroit faire les plus grands éloges, et honorer leur mort des plus excellents Panegyriques; puisque c’est-la qu’on voit la religion Chrestienne, c’est à dire, la vertu vrayment heroïque se pratiquer à la rigueur dans ses commandemens et dans ses conseils: de jeunes filles renoncer au monde, et à elles-mêmes, resoluës à une chasteté et à une pauvreté perpetuelle, prendre leur croix, et la Croix du monde la plus rude, pour se mettre le reste de leurs jours sous le joug de JESUS-CHRIST, se consacrer dans un Hôpital, ou l’on reçoit indifferemment toutes sortes de malades, de quelque païs ou Religion que ce soit, pour les servir tous sans distinction, et se charger à l’exemple de leur Epoux de toutes les infirmitez des hommes, sans se rebuter d’avoir sans cesse les yeux frappez des spectacles plus affreux! les oreilles des injures, et des cris des malades, et l’odorat de toutes les infections du corps humain: et pour marque de l’esprit qui les anime, porter de lit en lit entre leurs bras, et encourager les miserables, non pas par de vaines paroles, mais par l’exemple effectif er personnel d’une patience, et d’une charité invincible.

148

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

Se peut-il rien concevoir de plus grand parmy les Chrétiens? Les autres femmes ne sont pas moins portées à soulager le prochain. Il n’y a que l’occasion qui leur manque, ou d’autres occupations qui les en détournent; et je trouve qu’il est aussi indigne de s’imaginer de là comme fait le vulgaire, que les femmes soient naturellement servantes des hommes; que de prétendre que ceux qui ont receu de Dieu des talens particuliers, soient les serviteurs et les esclaves de ceux pour le bien desquels ils les emploient. Quelque genre de vie qu’embrassent les femmes, leur conduite a toûjours quelque chose de remarquable. Il semble que celles qui vivent hors du mariage, et qui demeurent dans le monde, n’y restent que pour servir d’exemple aux autres. La modestie Chrestienne paroist sur leur visage et dans leurs habits. La vertu fait leur principal ornement. Elles s’éloignent des compagnies et des divertissemens mondains; et leur application aux exercices de piété, fait bien voir qu’elles ne se sonyt point engagées dans les soins ny dans les embarras du mariage, pour joïr d’une plus grande liberté d’esprit, et n’estre obligées de plaire à Dieu. Il n’y a autant de Monasteres sous la conduite des femmes que des hommes; et leur vie n’y est plus grande; la penitence aussi austere et les Abesses y valent bien les Abbez. Elles font des reglemens avec une sagesse admirable, et gouvernent leurs filles, avec tant de prudence, qu’il n’y arrive point de desordre. Enfin l’éclat des maisons Religieuses, les grands biens qu’elles possedent, et leurs solides établissemens font l’effet du bon ordre qu’y apportent les Superieures. Le mariage est l’état le plus naturel, et le plus ordinaire aux hommes. Quand ils y sont engagez, c’est pour le reste de leur vie. Ils y passent les âges où on ne doit agir que par raison. Et les differens accidens de la nature et de la fortune ausquels cette condition est sujette, exerçant davantage ceux qui y sont, leur donne occasion d’y faire paroistre plus d’esprit. Il ne faut pas grande experience pour sçavoir que les femmes sont plus propres que nous. Les filles sont capables de conduire une maison à l’âge où les hommes ont encore besoin de maître, et l’expedient le plus commun pour remettre un jeune homme dans le bon chemins, c’est de luy donner une femme, qui le retient par son exemple, qui modere ses emportemens et les retire de la débauche. Quelle complaisance n’employent point les femmes pour vivre en paix avec leurs maris. Elles se soûmettent à leurs ordres, elles ne font rien sans leur avis, elles se contraignent en beaucoup de choses pour éviter de leu déplaire, et elles se privent souvent des divertissemens les plus honnestes, pour exempter de soupçon. L’on sçait lequel des deux Sexes est plus fidelle à l’autre, et sorte plus patiemment les malheurs qui surviennent dans le mariage, et y fait paroistre plus de sagesse. Presque toutes les maisons ne sont reglées que par les femmes, à qui leurs maris en abandonnent le gouvernement: et le soin qu’elles prennent de l’édu-

SIGLOS XVII Y XVIII

149

cation des enfans, est bien plus considerable aux familles et plus important à l’Etat, que celuy qu’elles ont des biens. Elles se donnent toutes entieres à leur conservation. La crainte qu’il ne leur arrive du mal est si grande, qu’elles en perdent souvent le repos. Elles se privent avec joye, des choses les plus necessaires, afin qu’il ne leur manque rien. Elles ne sçauroient les voir souffrir le moins du monde, qu’elles ne souffrent elles mêmes jusques au fond de l’ame; et on peut dire que la plus grande de leur peine est de ne les pouvoir soulager, en se chargeant de leurs douleurs. Qui ignore avec quelle application elles travaillent à les instruire de la vertu, autant que leur petit âge en est capable? Elles tâchent de leur faire connoître et craindre Dieu, et leur enseignent à l’adorer d’une maniere qui leur soit proportionnée: Elles ont soin de les mette entre les mains des maistres, aussi-tost qu’ils y sont propres, et choisissent ceux-cy avec toute la précaution possible, pour rendre leur éducation meilleure. Et ce qui est encore plus estimable, c’est qu’elles joignent le bon exemple à l’instruction. Si l’on vouloit descendre, dans un détail entier de toutes les rencontres de la vie, et de routes les vertus que les femmes y pratiquent, et en examiner les plus importantes circonstances, il y auroit dequoy faire un tres-ample Panegyrique. On pourroit representer jusque où va leur sobrieté dans le boire et dans le manger; la patience dans les incommoditez; la force et le courage à supporter les maux, les fatigues, les veilles, et les jeûnes; La moderation dans les plaisirs er dans les passions; l’inclination à faire du bien; la prudence dans les affaires, l’honnesteté en toute les actions; en un mot on pourroit faire voir qu’il n’y a point de vertu qui ne leur soit commune avec nous, et qu’il y a au contraire quantité de défauts considerables qui sont particuliers aux hommes. Voilà les observations generales et ordinaires sur ce qui concerne les femmes, par rapport aux qualitez de l’esptit, dont l’usage est la seule chose, qui doive mettre de la distinction entre les hommes. Comme il n’y a gueres de rencontres ou l’on ne puisse découvrir l’inclination, le genie, le vice et la vertu, et la capacité des personnes, ceux qui se voudront détromper eux-mêmes sur le sujet des femmes, ont toujours occasion de le faire, en plublic, ou en particulier, à la Cour, et à la grille, dans les divertissemens, et dans les exercices, avec les pauvres comme avec les riches, en quelque état et de quelque condition qu’elles soient. Et si l’on considere avec sincerité et sans interest ce qu’on pourra remarquer à leur égard, on trouvera que s’il y a quelques apparences peu favorables aux femmes, il y en a encore plus qui leur sont tres-avantageuses; que ce n’est point faute de merite mais de bon-heur ou de force, que leur condition n’est pas égale à la nôtre; et enfin que l’opinion commune est un préjugé populaire et mal fondé.

L’AMOUR PLUS FORT QUE LA NATURE Madeleine-Angélique de Gomez

Un jeune gentilhomme né en Languedoc, habitant de la ville de Montpellier, également partagé des biens de la Fortune, et des grâces du corps, faisait l’amour et l’ornement de sa province. Les dames trouvaient toutes les parties de plaisir insipides lors que Timante n’en était pas (c’est le nom du cavalier); et les hommes croyaient ne devoir rien entreprendre sans lui. Il était libre; et quoiqu’il n’eût que vingt-deux ans, il jouissait en homme sage et sensé des grands biens que ses père et mère lui avaient laissés. Toutes les mères le désiraient pour gendre, les tantes pour neveu, et les filles pour époux. Mais Timante n’avait qu’un cœur, et craignant de l’engager sans pouvoir le reprendre, il évitait avec soin d’être aussi fidèle qu’il était aimable. Ses amis qui le pressaient quelquefois de se marier lui représentaient inutilement qu’il n’était pas nécessaire pour vivre heureux que l’amour accompagnât l’hymen: que le premier n’était que pour les plaisirs, et l’autre pour la raison; et que cette dernière était suffisante pour se choisir une compagne aimable, et de qui les biens unis avec les siens pussent lui faire mener une vie aussi douce qu’opulente. Mais Timante ne goûtait pas ces maximes, et tout volage qu’il était, ne comprenant pas qu’on pût se marier sans amour, et que l’on dût accorder les plaisirs d’un état libre avec les soins d’un ménage, il resta ferme dans la résolution de ne se point marier. Entre toutes les beautés qui partageaient ses vœux, il y en avait une qui pensait à peu près comme lui; et quoique la pudeur attachée à son sexe eût dû lui donner des sentiments différents, son goût l’emportait sur les bienséances. Elle se nommait Zelonide: sa naissance était noble; son bien suffisant pour en soutenir l’éclat; sa beauté ne lui laissait rien à désirer pour plaire, et les charmes de son esprit répondaient parfaitement à ceux de toute sa personne. Elle n’avait ni père ni mère, et vivait sous la conduite d’une vieille tante, dont l’époux avait été son tuteur. Il était mort; et Zelonide étant en âge de jouir de ses revenus, en avait l’entière possession. Comme c’était un parti avantageux, il s’en présentait souvent pour elle; mais comme je l’ai déjà dit, ennemie de toute contrainte, voulant être aimée, servie, adorée, et voulant même aimer sans être obligée à rendre compte de sa conduite, elle refusa de se 151

152

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

soumettre aux lois de l’hyménée avec la même opiniâtreté que Timante. La conformité de leurs sentiments, joints aux charmes qu’ils se trouvaient l’un et l’autre, forma entre eux une liaison si étroite qu’ils devinrent inséparables. Et à force de se vouloir maintenir tous deux dans une douce indépendance, ils vinrent à s’aimer de l’ardeur la plus tendre. Du caractère dont ils étaient, on juge aisément qu’ils ne furent pas longtemps sans s’apercevoir qu’ils s’aimaient, et moins encore à se le dire: Timante parla le premier, bien assuré que cette déclaration n’irait pas plus loin que l’amour, et que celui qu’il voyait dans les yeux de Zelonide ne lui préparait que des liens d’autant plus doux qu’ils seraient volontaires. Il ne se trompa point: sa passion fut approuvée; ses vœux reçus avec joie; et pour mettre le comble à son bonheur, on lui jura autant d’amour qu’il témoignait en avoir. Cependant comme les serments et les protestations semblent exiger une espèce de fidélité délicate qui ne peut s’accorder avec la coquetterie et l’humeur volage, Zelonide ne voulut pas s’engager dans un tendre commerce avec Timante sans faire ses conditions. —Je vous aime, lui dit-elle; je ne trouve point d’homme plus digne que vous de toute ma tendresse, et je suis persuadée que je ne changerai point de sentiments si vous ne me contraignez point à changer de conduite. Je ne fuis l’hymen que par la dure nécessité qu’il entraîne après lui de ne faire que les volontés d’un époux, de ne voir ni d’entendre que ce qu’il veut que l’on voie et que l’on écoute; et je vous avoue, mon cher Timante, que s’il fallait avoir les mêmes condescendances pour un amant, l’amour me paraîtrait aussi désagréable que le mariage. Songez donc, pour n’avoir rien à me reprocher dans la suite, que j’aime à plaire; que je fais mon plaisir de la foule d’adorateurs qui m’environne sans cesse; que les divertissements qu’ils me procurent m’occupent agréablement; que n’en aimant aucun, je ne laisse pas de vouloir être aimée de tous; et que malgré toute la tendresse que j’ai pour vous, je ne prétends pas me priver d’aucun de mes amusements ordinaires: soyez satisfait de posséder mon cœur tout entier; soyez assuré de mon amour comme je le suis du vôtre, et ne vous embarrassez pas du reste. Le parti que je vous propose vous sera aussi avantageux qu’à moi, puisque vous n’éprouverez aucun reproche de ma part; que vous n’essuierez ni chagrin, ni crainte, ni jalousie pour les galanteries dont tous les jours de votre vie sont marqués. Satisfaite de savoir que vous êtes tout à moi, je verrai sans inquiétude les légères inconstances dont vous ne pourriez vous défaire sans perdre peutêtre une partie des agréments qui me forcent à vous aimer. À ces conditions, livrons-nous aux doux penchants qui nous entraînent l’un vers l’autre. Ne refusons rien à l’ardeur qui nous enflamme; et faisons serrer nos chaînes par les mains mêmes de la Liberté.

SIGLOS XVII Y XVIII

153

Un pareil discours aurait épouvanté tout autre que Timante; mais son âge, son tempérament et son humeur étaient trop d’accord avec les sentiments de Zelonide pour y trouver à redire: et c’était pour lui quelque chose de si charmant que d’aimer passionnément en un endroit, sans cesser d’aimer légèrement en tous lieux, qu’il accepta sans balancer les propositions de sa maîtresse, et le traité fut signé par mille tendres assurances du plus sincère amour. Ainsi par le bizarre effet de la sympathie, cette passion qui, lorsqu’elle est véritable, retire les cœurs du désordre des mœurs, y plongea plus que jamais Timantel et Zelonide. Rien de plus amoureux que ces deux amants, et cependant rien de plus commode que leurs amours, qui en produisant mille nouveaux plaisirs à leurs amis, ne laissaient pas de faire parler assez librement de la conduite de l’un et de l’autre. Mais Zelonide s’était mise au-dessus des discours; et Timante savait que l’honneur des hommes ne dépendait pas de leurs façons d’aimer. Ce commerce était trop aisé pour ne pas durer longtemps; et malgré les inconstances de Timante et les coquetteries de Zelonide, il y eut une espèce de fidélité observée entre eux, qui rendit leur attachement assez solide pour devenir une habitude sur laquelle on fut obligé de fermer les yeux. Cependant cette passion, fondée sur des principes très éloignés de la vertu, produisit dans la première année un fruit qui fut la joie du père, et la conclusion du désordre de la mère. Zelonide ne se vit pas plus tôt en cet état, que moins craintive pour sa réputation que pour ses attraits, s’imaginant que la contrainte où elle serait pour cacher sa grossesse l’empêcherait de prévenir les accidents qui pourraient diminuer sa beauté, se résolut à se priver pour un temps des plaisirs de la ville pour aller à une maison de campagne qu’elle avait a cinq lieues de Montpellier, afin d’y être plus en liberté de faire ce qui était nécessaire à sa santé. Une retraite de quelques mois lui paraissant moins désagréable qu’une gêne perpétuelle pour dérober à toute une ville la preuve de son peu de conduite, elle en parla à Timante; et comme ils étaient sur le pied de ne se contrarier en rien, il consentit à son départ: il l’accompagna même, et resta plusieurs jours avec elle à sa maison; mais ne pouvant être longtemps éloigné de ses amis, il revint à Montpellier dans la résolution de faire souvent le même voyage. Tant que la grossesse de Zelonide ne l’empêcha point de paraître, Timante y mena toujours bonne compagnie; et leurs amis communs s’y rendaient souvent sans en être priés; mais lorsqu’elle fut avancée, elle feignit d’être indisposée, et de vouloir prendre les bains, afin de se dispenser de recevoir du monde. Timante même, pour donner l’exemple aux autres, déclara qu’il ne verrait plus Zelonide qu’elle n’eût cessé les remèdes que son mal l’obligeait de faire. Il tint effectivement sa parole, quoique ce ne fût pas son intention dans le commencement, mais quelque chose de plus fort que lui le retint à Montpellier.

154

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

Il y avait encore trois mois à attendre pour que Zelonide se vît délivrée du fardeau qui causait sa retraite, lorsqu’il arriva de Toulouse à Montpellier une jeune personne dont les brillants attraits en effacèrent toutes les beautés. Herminie (c’était son nom) pouvait avoir dix-huit ans. Elle avait perdu sa mère dès le berceau, et son père, qui occupait une charge considérable à Toulouse, venait de mourir, ne laissant qu’Herminie pour unique héritière d’un bien considérable. Sa jeunesse et sa beauté l’obligèrent, après cette perte, de se retirer auprès d’une parente de sa mère, dont la vertu rendait sa maison un asile assuré pour celles qui voulaient la pratiquer. Cette dame qui se nommait Olimpe était de Montpellier; un procès de conséquence l’avait retenue près de quatre ans à Toulouse; et dans cet espace de temps ayant eu celui de connaître Herminie et toute sa famille, elle avait pris pour cette jeune personne une amitié de mère, et vit avec plaisir qu’elle la préférait au reste de ses parents pour prendre soin de sa conduite. Olimpe venait de gagner son procès, lorsque le père de la belle Herminie mourut; et ses affaires la rappelant à Montpellier, elle y retourna, emmenant avec elle cette charmante fille. Comme elle avait toujours été l’unique objet de l’amour de son père, il n’avait rien épargné pour son éducation; la nature l’avait douée de ses plus rares bienfaits, et l’art l’avait ornée de tout ce qui peut rendre une personne accomplie. La musique, la danse et le clavecin dans lesquels elle excellait, étaient ses moindres agréments. Son esprit était éclairé de mille connaissances qui le rendaient aussi savant qu’agréable. Le caractère de son cœur surpassait encore toutes ses autres qualités: elle l’avait tendre, solide, sincère, et d’une fermeté qui ne la laissait jamais balancer entre sa volonté et celle de la raison. Herminie, telle que je la viens de peindre, parut à Montpellier comme un astre naissant devant lequel les autres sont forcés de se cacher. Olimpe, qui y était connue, et fort estimée, fut d’abord visitée des plus considérables de la ville dans les deux sexes; et Timante, qui par sa naissance et son mérite en était un des principaux, ne fut pas le dernier à lui rendre ce qu’il croyait lui devoir. Il vit Herminie, et ses yeux ne se furent pas plus tôt arrêtés sur cette merveilleuse personne, qu’il se sentit percer d’un trait dont il avait jusque-là ignoré le pouvoir. Il était accoutumé à rendre son cœur promptement, mais la timidité n’accompagnait pas ordinairement sa défaite; il se déclarait vaincu avec autant de facilité qu’il se laissait vaincre, et l’amour dont il faisait profession, était presque devenu un jeu, qui le rendait partout plus aimable que redoutable. Mais en cette occasion le badinage s’évanouit, le sérieux prit la place: il fut ébloui, interdit, tremblant, déconcerté, respectueux; enfin l’amour raisonnable, l’amour épuré, l’amour véritable et discret chassa de son cœur l’amour inconstant, volage et libertin, dont il avait été si longtemps l’esclave.

SIGLOS XVII Y XVIII

155

Trois ou quatre visites achevèrent de lui faire oublier Zelonide et tous ses appas. Ceux qu’il découvrait à chaque instant à la belle Herminie lui inspirèrent un si grand mépris pour les autres, qu’en réfléchissant sur lui-même, il ne concevait pas comment il s’était abandonné si facilement à des plaisirs qui lui avaient si peu coûté; cependant le changement de son humeur, ses assiduités chez Olimpe, sa retenue près d’Herminie; et les soins qu’il prenait de se trouver partout où cette belle personne portait ses pas donnèrent plusieurs fois occasion à ses amis de le railler, chacun lui prédisant qu’elle serait l’écueil contre lequel sa liberté devait faire naufrage. Il n’était pas besoin qu’ils s’empressassent à le lui persuader: son amour était venu à un point qu’il savait mieux que personne l’empire qu’il prenait sur lui; mais la pudeur d’Herminie l’empêchant de se déclarer, et ne voulant pas que sa passion vînt à sa connaissance avant qu’il eût pénétré ses sentiments, il se défendit avec force d’avoir pour elle d’autres pensées que celle de l’estime et de l’admiration. De son côté la belle et sage Herminie n’avait pas vu Timante avec des yeux indifférents; il était fait d’une manière à mériter l’attention des moins sensibles: elle n’avait encore rien aimé, et son jeune cœur, qui ne connaissait ni les maux ni les biens de l’amour, n’étant en garde ni sur les uns ni sur les autres, se prit d’autant plus facilement, qu’elle croyait que beaucoup de sagesse suffisait pour empêcher les passions de se tourner en vices. L’intérêt qu’elle commençait à prendre en Timante la fit s’informer avec soin de son caractère, de ses occupations et de ses attachements: le portrait qu’on lui fit de lui en augmentant son penchant à l’aimer, ne laissa pas de lui donner de l’inquiétude; le commerce qu’il avait avec Zelonide ne fut pas oublié par ceux qu’elle interrogea, et ne se pouvant mettre dans l’esprit qu’il y eut une femme capable de se livrer à son amour sans que l’hymen en eût serré les nœuds, elle ne douta point que Timante et Zelonide ne fussent secrètement liés l’un à l’autre. Cette pensée l’affligea, mais la raison surmontant sa naissante tendresse, elle se résolut de la vaincre dès son commencement. Ainsi prévenue de l’idée qu’il ne pouvait être à elle, elle ne prit ses soins et ses complaisances que pour les effets de cette humeur galante dont on lui avait dit qu’il ne pouvait se défaire. Tout ce qui la surprenait, c’est qu’on le lui avait dépeint enjoué, vif, et même un peu téméraire, et qu’elle ne le voyait jamais que réservé, respectueux, et même assez sévère sur les actions des autres. Mais venant à songer que la présence d’Olimpe, son âge et sa vertu pouvaient le contraindre à ne se pas émanciper chez elle comme ailleurs, elle ne s’arrêta que faiblement à y donner une autre cause. Cependant Olimpe, qui chérissait Herminie comme sa propre fille, et qui désirait de la voir mariée aussi heureusement du côté du cœur que de celui de la fortune, n’eut pas plus tôt vu Timante, qu’elle le jugea seul digne d’Herminie. Pleine de cette idée, elle fit les mêmes informations que cette

156

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

belle fille; et son expérience lui donnant de plus justes lumières sur les aventures de Zelonide, elle ne douta point qu’un engagement solide ne détruisît bientôt celui de Timante, si d’ailleurs son cœur pouvait être touché des charmes de la jeune Herminie: et ce fut pour leur donner le temps de se connaître parfaitement l’un et l’autre qu’elle laissa a Timante une libre entrée dans sa maison; et comme elle voulut étaler à ses yeux tous les talents de sa belle parente, ce n’était chez elle que bals et que concerts, ou la charmante Herminie brillait avec tant d’éclat qu’il était impossible de la voir ni de l’entendre sans en être éperdu; mais sa modestie savait si bien tempérer les feux que ses yeux faisaient naître, que pas un de ceux qui en ressentaient l’ardeur n’osait la découvrir. Timante toujours plus amoureux n’employait ses moments qu’à se rendre agréable à Olimpe, comptant bien que son approbation était absolument nécessaire à son bonheur; car enfin cet ennemi déclaré du lien conjugal n’envisageait plus d’autre félicité que celle de vivre éternellement avec Herminie; et pour y parvenir, il ne négligeait aucune occasion de plaire à l’une et à l’autre, s’imposant un exact silence afin de pénétrer le fond du cœur de celle qu’il adorait. Herminie, malgré toutes ses résolutions, n’était pas si bien affermie dans celle de ne point aimer Timante que sa présence ne la contraignît à changer de sentiment. Les complaisances qu’Olimpe avait pour lui l’engageant à l’imiter, elle s’accoutuma de telle sorte à le voir, qu’elle n’était pas maîtresse de la mélancolie qui venait la saisir, lorsque quelque affaire l’en détournait. Enfin l’amour, plus fort que tous ses raisonnements, triompha de son jeune cœur, et quoiqu’elle ne dît et ne fît rien qui dût instruire Timante de sa victoire, il était trop amoureux, trop attentif à tous ses mouvements et trop bon connaisseur, pour ne se pas apercevoir qu’il n’était point haï. C’est tout ce qu’il désirait pour avoir la force de se déclarer: le hasard lui en offrit une occasion favorable quelques jours après qu’il eut pénétré une partie des sentiments d’Herminie. Il s’était rendu chez Olimpe comme à l’ordinaire, et se préparait à passer dans son appartement où l’on venait de l’annoncer, lorsque la belle Herminie en sortit avec un air de tristesse dont il fut alarmé. Cette jeune personne l’abordant d’une manière charmante: —Olimpe, lui dit-elle, m’ordonne de vous recevoir ici: elle s’est trouvée fort mal, et n’étant pas en état de voir du monde aujourd’hui, elle veut que je tienne sa place. —Ah! de grâce, Madame, lui répondit Timante, emporté par sa passion, commandez qu’on ne laisse entrer personne; le monde l’incommoderait ici comme dans sa chambre, ce cabinet étant trop proche pour que le son de la voix ne porte pas jusqu’à elle. —Mais vous ne songez pas, lui dit Hermime en souriant, que vous êtes avec moi, et que je ne puis défendre la porte à personne, puisqu’elle vous a été ouverte. —Il est vrai, répondit Timante, que me regardant en ce moment comme une seconde Olimpe auprès de vous, je ne pensais pas aux

SIGLOS XVII Y XVIII

157

bienséances; mais, continua-t-il, admirable Herminie, souffrez que je profite du seul instant qui m’ait été offert depuis quatre mois, et que je vous dise. Ne me dites rien, interrompit Herminie en rougissant, que je ne puisse entendre: Timante, vous êtes un homme dangereux, je n’ignore rien de ce qui vous regarde, et je me flatte d’être assez digne de votre estime pour que vous ne me parliez pas un langage où je ne pourrais répondre. —Eh! qui peut vous empêcher, interrompit-il à son tour, de répondre à l’amour le plus pur, et le plus respectueux dont un cœur puisse brûler? Oui, belle Herminie, continua-t-il avec transport, je vous adore; mais mon ardeur n’est point de celle qui m’a fait courir jusqu’à présent de beautés en beautés; la différence de l’objet en a mis dans mes sentiments: si je vous aime, et si je veux être aimé de vous, c’est comme époux tendre, constant et fidèle que je prétends cette gloire; et je n’ai la témérité de rompre un silence de quatre mois que pour obtenir de vous l’aveu de ma flamme, et la permission d’en rendre la sage Olimpe dépositaire et garante. Jugez de mon amour, jugez de votre pouvoir, puisque vous seule m’avez fait connaître l’horreur des engagements frivoles, et formés seulement par l’amour des plaisirs. J’ai cru voir dans vos yeux quelques bontés pour moi; cette flatteuse idée m’a fait croire que vous ne vous opposeriez pas au choix d’Olimpe, s’il tombait sur moi: parlez, belle Herminie, je sais votre vertu, je connais votre sagesse, et quelque chose que vous me puissiez dire, je sacrifierai tous les transports de l’amour à l’estime qui l’a fait naître. —J’avoue, lui dit Herminie, avec un peu de sévérité, que je ne comprends pas comment vous pouvez accorder dans une semblable déclaration l’estime que vous dites avoir pour moi et vos engagements avec Zelonide: ou vous cherchez à surprendre mon innocence, ou vous voulez éprouver ma vertu; mais ne vous y trompez pas, Timante, l’une ou l’autre de ces intentions me sont également outrageantes, et ne vous attireraient que mon mépris. Timante extrêmement surpris qu’Herminie le crût engagé avec Zelonide, et qui voulait lui persuader la vérité de ses paroles, ne balança pas un moment à lui conter tout qui s’était passé entre Zelonide et lui; et quoiqu’il accommodât son discours à la sagesse de celle qui l’écoutait, elle ne laissa pas de rougir bien des fois pendant son récit; et lorsqu’il l’eut fini, en lui protestant qu’il ne pouvait plus vivre que pour elle: —Je suis persuadée à présent, lui dit-elle, que vous avez quelque estime pour moi par la confidence que vous venez de me faire. Pour y répondre selon mon cœur et selon vos désirs, je ne veux point vous cacher que si Timante est libre, je le préférerai avec joie à tous les hommes de l’univers pour être mon époux; mais tout ce que vous venez de m’apprendre, en me prouvant que vous n’êtes point uni à Zelonide, ne m’assure pas qu’elle ne voudra point y être unie. Le gage qu’elle a de votre amour lui donne de grands droits sur vous, et peut l’obliger à changer de conduite. Je ne veux point d’éclat, et je mourrais de douleur si mon

158

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

nom venait à être mêlé dans une telle aventure. Faites donc en sorte de rompre entièrement avec elle, et soyez sûr qu’elle ne vous empêchera pas de vous lier ailleurs avant que de vous déclarer à Olimpe; et si vous ne pouvez vous dégager de Zelonide, soyez content de l’aveu que je vous ai fait, que j’aurais été charmée de vous donner ma foi; mais ne me parlez jamais de votre amour. Timante trouva tant de sagesse dans ce discours, qu’il en sentit un redoublement d’estime et de tendresse pour Herminie; et comme il croyait pouvoir rompre aisément avec Zelonide, il consentit à tout ce qu’elle exigeait de lui en cette occasion; et leur entretien ayant été interrompu par l’arrivée de plusieurs visites, ils se séparèrent le cœur rempli d’amour et d’espérance. Il y avait quatre mois qu’Herminie était arrivée à Montpellier, et dans l’espace de ce temps Zelonide avait mis au jour dans sa solitude l’enfant qui lui avait fait quitter la ville (c’était une fille) et voyant que Timante, à qui elle avait exactement écrit, ne s’empressait pas de la venir voir, elle se donna tous les soins nécessaires, tant pour ce qui regardait les devoirs de la religion que pour la nourriture de sa fille; et lorsqu’elle fut baptisée et mise entre les mains de la nourrice, elle l’envoya à Timante qui la reçut avec joie, et dont le nouvel amour ne fit aucun tort aux mouvements de la nature. Charmé d’être père, il combla la nourrice de présents, et lui promit de régler sa libéralité sur les attentions qu’elle aurait pour cet enfant. Il n’avait point vu la mère depuis longtemps: il lui écrivait souvent, et prétextait toujours quelque grande affaire pour se dispenser de quitter Montpellier. Zelonide était trop habile femme pour se laisser abuser si facilement; et la différence du style des lettres de Timante lui ayant donné quelque soupçon, même avant ses couches, elle mit tant d’espions en campagne qu’elle fut bientôt instruite qu’elle avait une rivale, mais une rivale aussi sage et aussi modeste qu’elle l’était peu. Zelonide, piquée de se voir la victime d’une passion véritable, résolut de s’en venger d’une manière à faire longtemps souvenir Timante du mépris qu’il lui témoignait. Ce n’est pas qu’elle eût encore pour lui une tendresse aussi vive que dans les commencements de leur intrigue; il s’en fallait beaucoup; quelque fortes que puissent être les passions des coquettes, elles ne sont jamais de durée; mais soit qu’elles aiment ou qu’elles n’aiment pas, elles ne peuvent souffrir qu’on les quitte; un esclave de moins à leur char est pour elles un affront plus sensible que celui dont elles se couvrent par une conduite déréglée. Elle pardonnait à Timante les amusements passagers, sûre que coquette pour coquette il reviendrait toujours à elle; mais un attachement véritable, un amour fondé sur l’estime, et qui ne pouvait avoir d’autre but que le mariage, lui donnait des mouvements de haine et de dépit qu’elle avait de la peine à surmonter. Elle était dans ces sentiments lorsqu’elle accoucha, et sut si bien se contraindre qu’elle ne fit à Timante aucun reproche ni sur sa longue absence, ni sur ce

SIGLOS XVII Y XVIII

159

qu’elle avait appris de son amour pour Herminie, ce qui lui faisait croire qu’elle n’en savait rien encore. Quand elle lui eut envoyé sa fille, il se crut obligé de l’aller voir, et lui manda le jour qu’il se rendrait près d’elle. Zelonide, qui avait ses raisons pour ne le revoir qu’en bonne compagnie, lui fit dire de ne se point détourner de ses affaires, et qu’elle serait dans peu de jours à Montpellier. Timante, se voyant dispensé par là d’une visite qui ne lui était plus agréable, se livra tout entier au plaisir de ne quitter pas d’un moment la belle Herminie, à laquelle Olimpe avait enfin découvert les vues qu’elle avait sur Timante. Cette charmante fille l’en avait remerciée tendrement, et lui avait rapporté mot à mot l’entretien qu’ils avaient eu ensemble; lui témoignant ensuite la crainte où elle était sur Zelonide, qui étant d’une naissance relevée, pouvait, quoique coquette, lui disputer le cœur de Timante, et faire valoir ses engagements pour l’honneur de sa famille, et le bien de l’enfant qu’elle en avait eu. Mais Olimpe la rassura si bien en lui donnant pour exemple plusieurs intrigues de cette nature qui n’avaient pas empêché ceux qui les avaient eues de prendre des engagements solides, que la tendre Herminie n’écouta plus que son penchant, et fit revivre dans son cœur tout ce que la première vue de Timante y avait fait naître. Il était cependant des moments où par un excès de délicatesse elle s’affligeait de savoir qu’il eût d’un autre amour un gage qui d’ordinaire en serrait les liens; mais Olimpe, à qui elle ne cachait rien de ses pensées, la tranquillisait toujours; et dans l’envie qu’elle avait de voir Timante son époux, elle n’épargnait rien pour ôter de son esprit ce qui pouvait y être contraire. —Si Timante était veuf, lui disait-elle un jour, et qu’il eût des enfants de ce premier hyménée, seriez-vous assez injuste, ma chère Herminie, pour les haïr? Et votre estime pour le père en serait-elle altérée? —Non, sans doute, Madame, lui répondait-elle; et je sens même que j’aime assez Timante pour donner tous mes soins et toute ma tendresse à la fille de Zelonide, s’il me fallait acheter à ce prix le bonheur de recevoir sa foi. C’est de cette sorte qu’elles s’entretenaient presque tous les jours, et que l’heureux Timante profitant des dispositions favorables où l’on était pour lui, fit avouer à la belle Herminie qu’elle l’aimait autant qu’elle en était aimée. Un aveu si fort désiré ne fut pas reçu sans mille et mille transports de joie et d’amour; et ne voulant pas retarder sa félicité, il pressa Olimpe de passer pardessus les craintes d’Herminie, et de consentir à leur mariage afin qu’il fût terminé avant le retour de Zelonide. Herminie fut longtemps à se résoudre; mais enfin l’amour l’ayant emporté sur les autres considérations, il fut conclu qu’on disposerait toutes choses pour cette union. En attendant cet heureux moment, ce ne furent que promenades, bals et festins, où Timante prouvait également son amour et sa magnificence. Il n’y avait plus que cinq ou six jours à passer jusqu’à celui du mariage, lorsque

160

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

Timante tomba malade à l’extrémité. On peut juger du chagrin d’Olimpe, et des alarmes d’Herminie: l’une et l’autre ne bougeaient d’auprès de lui, et la dernière commandait dans sa maison comme étant sur le point de s’en voir la maitresse. Le malade, tout mourant qu’il était, ne pouvait être insensible au plaisir de voir le tendre intérêt qu’Herminie prenait à sa vie; et comparant ses soins, son attachement, sa sagesse et sa modestie à tout ce qui l’avait charmé dans Zelonide, il bénissait le ciel de l’avoir tiré de son aveuglement, et ne pouvait s’empêcher de craindre les suites d’un mal qui paraissait vouloir le séparer pour jamais de la seule personne digne de son amour. En effet il empira de telle sorte le septième jour de sa maladie, qu’il fallut abandonner les médecins du corps, pour recourir à ceux de l’âme. On prononça ce funeste arrêt à la triste Herminie: elle avait trop de vertu pour s’opposer à une action dont elle connaissait tout le prix; mais comme elle s’était flattée que son amant ne la ferait que pour un sujet de joie, et qu’en ce moment elle ne lui annonçait que la mort, elle se livra à toute sa douleur. Olimpe, pour ne pas troubler des instants si précieux au salut du malade, emmena la désolée Herminie, pour ne la pas rendre témoin de cette touchante cérémonie; et tandis qu’elles rentrent chez elles, accablées de la plus vive douleur, un homme savant et sage s’empare de Timante, et par son caractère respectable lui fait connaître avant même que de lui parler, qu’il faut qu’il songe à lui. Timante qui, malgré les désordres de la jeunesse, était parfaitement honnête homme, fit en cette occasion tout ce qui était nécessaire pour mourir en véritable chrétien; mais comme dans les choses dont il s’accusait il fallut parler de son commerce avec Zelonide, et du fruit de ses amours, il fut extrêmement surpris de ce qu’on lui fit promettre de l’épouser, en cas qu’il en revînt; et de ce qu’on lui fit comprendre qu’il ne pouvait sans crime s’engager ailleurs, ayant un enfant dont l’état ne pouvait être assuré que par le mariage. Il n’est point de réplique dans ces moments-là. Timante n’était pas en état de raisonner; et ne voyant rien que la mort, il se soumit à tout pour n’en pas perdre le mérite; mais comme il est assez ordinaire que le soulagement de l’âme en apporte au corps, il ne se fut pas plus tôt mis en état de bien mourir qu’il donna lieu d’espérer pour sa vie. Olimpe, qui n’avait pas voulu que sa présence et celle d’Herminie troublassent ses derniers moments, n’y était point retournée, mais elle y envoyait à toutes les heures du jour, et ce fut avec une joie qu’on ne peut exprimer qu’elle apprit qu’il était hors de danger. L’espérance reprit sa place dans le cœur d’Herminie; et comme la bienséance l’empêchait d’être auprès de Timante sans Olimpe, et que cette dame ne voulait pas s’y montrer qu’il ne fût entièrement rétabli, elle passait les jours aux pieds des autels, ou retirée dans son appartement, sans en permettre l’entrée à personne. Cependant Zelonide avait été de retour à Montpellier dès le commencement de la maladie de

SIGLOS XVII Y XVIII

161

Timante; et quoique son mal eût intéressé toute la ville par l’estime générale qu’on avait pour lui, elle y avait paru indifférente, et ne s’en était informée que très rarement. Comme elle ne pouvait ignorer qu’il devait bientôt épouser Herminie, on crut que le dépit seul était la cause de son indifférence; mais on se trompait. Zelonide avait retiré son cœur aussi facilement qu’elle l’avait donné; et contente de la secrète vengeance qu’elle avait prise de Timante, elle entendait parler de lui et prononçait son nom avec autant de négligence que si elle ne l’avait jamais connu particulièrement. Pour lui, en reprenant sa santé, on peut dire qu’il perdit le repos. Persécuté par l’amour et par la nature, il ne savait à qui des deux livrer son cœur. Pour effacer à sa fille la tache d’une malheureuse naissance, il fallait épouser une femme qu’il n’aimait plus, et qu’il ne pouvait estimer; et s’il voulait s’unir à celle qu’il adorait, et qui le méritait si bien, il fallait que cette innocente créature devînt la victime de son contentement; de plus, on avait attaché son honneur et sa conscience à son union avec Zelonide. Toutes ces choses lui donnèrent une convalescence presque aussi fâcheuse que sa maladie: il avait deux démarches à faire qui lui paraissaient également cruelles, l’une de retirer sa parole avec Herminie; et l’autre, d’aller offrir sa foi at Zelonide; et il ne pouvait se résoudre à pas une. Cependant comme il était en état de sortir, et que son devoir et son amour exigeaient qu’il fût d’abord chez Olimpe rendre grâce à la belle Herminie de ses tendres soins, il y fut dans l’intention de lui cacher le trouble de son cœur, et de ne lui laisser voir que l’ardente passion dont il brûlait pour elle, espérant qu’on ne presserait pas le mariage tant qu’il serait convalescent, et que le temps lui donnerait les conseils dont il avait besoin. Dans cette situation d’esprit il se rendit chez Olimpe qui le reçut avec une joie aussi grande que l’avait été la crainte de le perdre. Elle était seule; et les premiers témoignages d’estime et de reconnaissance étant finis, elle le conduisit à l’appartement d’Herminie. L’entrevue de ces amants eut quelque chose de singulier. Herminie fut au-devant de Timante la joie sur le visage et les larmes aux yeux, son cœur tout plein encore de la douleur qu’elle avait ressentie, ne pouvant marquer que par des pleurs le plaisir de le revoir vivant; et Timante pénétré d’amour, de reconnaissance, agité d’ailleurs de crainte et d’inquiétude, se jeta à ses pieds sans pouvoir prononcer un seul mot. Olimpe, qui craignit que sa présence ne les gênât, prit en ce moment un prétexte pour les quitter, les choses étant entre eux dans une situation à ne plus exiger de certaines bienséances. Mais Timante hors de lui-même resta aux genoux d’Herminie les yeux attachés sur les siens, sans qu’il lui fût possible de parler. Cette belle fille surprise de le voir en cet état: —Hé quoi! Timante, lui dit-elle tendrement, le silence que vous gardez s’accorde-t-il avec l’amour que je lis dans vos yeux? Pour

162

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

moi, si vous avez vu couler mes larmes, ce n’est que la joie qui me les a fait répandre; j’en ai tant versé de douleur que cet effet de ma satisfaction présente doit m’être bien pardonnable. —Ah! Madame, s’écria Timante, ce sont ces précieuses larmes, ce sont vos bontés pour un malheureux, qui en mettant le comble à sa félicité, le rendent cependant mille fois plus à plaindre qu’il ne l’était aux portes du trépas. Ces paroles ne furent pas plus tôt sorties de la bouche de Timante, qu’il se repentit de les avoir dites: son transport les lui avait arrachées malgré lui; et l’état où elles mirent Herminie lui fit connaître qu’il ne faut rien hasarder avec celles qui joignent beaucoup d’amour a beaucoup d’esprit. Cette belle fille en fut saisie, et se laissant tomber sur un fauteuil, comme une personne accablée de quelque grand malheur: —Quoi, dit-elle tristement, ma tendresse vous est plus cruelle que la mort: loin d’être charmé de me revoir, et de vivre pour moi, vous semblez regretter l’état qui vous en allait séparer pour jamais. Ah! Timante, quel langage! et que n’en dois-je pas augurer? À ces mots Herminie donnant un libre cours à ses larmes, en inonda son beau visage; et Timante désespéré de son imprudence, et plus encore de la cause qui lui avait fait commettre, chercha vainement à la réparer par mille serments d’amour et de fidélité: la pénétrante Herminie n’en fut point rassurée; et se doutant d’une partie de son infortune, protesta à Timante qu’elle ne le quitterait point qu’il ne lui eût donne l’explication du discours qu’il venait de tenir. Jamais homme ne fut plus embarrassé; mais enfin la droiture de son cœur et la pureté de ses intentions à l’égard d’Herminie le rassurant sur l’étrange nouvelle qu’il allait lui annoncer, il se résolut à lui obéir, et de prendre même son conseil sur ce qu’il avait à faire dans une conjoncture si fâcheuse à leur réciproque satisfaction; ainsi l’ayant conjurée de l’écouter avec plus de pitié que de courroux: —Adorable Herminie, continua-t-il, le Ciel m’est témoin que je n’ai jamais aimé que vous véritablement, et que mon amour est accompagné d’une estime si parfaite, que j’ai moins cru prendre une femme en vous épousant que m’acquérir une amie dont la solide tendresse devait faire le bonheur de ma vie. Je ne vais donc point vous parler comme à une personne dont je me suis flatté d’être l’époux, mais comme à cette amie chérie pour laquelle je voudrais me sacrifier moi-même. Alors il lui conta sans lui rien déguiser la triste situation où il se trouvait; il lui peignit avec les plus vives couleurs l’indignité que ce serait pour lui de n’avoir pas cherché les moyens de donner un état honorable à sa fille; que le malheur de sa naissance ne pouvant s’effacer qu’en épousant la mère, il se trouvait dans cette affreuse nécessité; qu’on lui en avait même fait une loi par rapport à sa conscience, et que c’était cette fatale nécessité qui lui faisait regarder avec désespoir les tendres preuves qu’il recevait de sa tendresse. Que cependant, malgré toutes les raisons qui pouvaient le forcer à lui manquer de foi, il était prêt à faire tout ce qu’elle lui conseillerait; qu’il était tombé

SIGLOS XVII Y XVIII

163

dans ce malheur par ignorance, ne s’étant jamais figuré qu’il lui fallût épouser Zelonide; que c’était l’enfant qu’il avait d’elle qui changeait la face des choses; et qu’on l’assurait qu’il n’était ni de son honneur, ni de sa religion, de laisser une telle ignominie au nom de sa fille, la mère étant égale à lui en biens, en naissance, et libre comme lui. La belle et sage Herminie, qui donnait une extrême attention à ce récit, connut si bien le désespoir de Timante à la façon dont il s’exprimait, qu’elle y trouva du soulagement au sien. Ses larmes se tarirent, et sa fermeté ordinaire reprit sa place dans son cœur: elle crut même qu’il y aurait de la bassesse à le détourner d’une action où il croyait son honneur intéressé; et quelle que fût sa tendresse, elle aimait mieux la sacrifier à la gloire de son amant que de devoir sa foi à ce qui pourrait lui faire du tort. Dans cette pensée prenant la parole: —J’avais toujours jugé, dit-elle en soupirant, qu’une fille de la condition de Zelonide ne pourrait être traitée comme une personne vulgaire; et plus elle a fait de pas contre la pudeur, et plus je vous trouvais obligé de réparer une faute que vous seul avez fait commettre; j’avoue que j’aurais dû ne jamais bannir cette idée de mon esprit, pour garantir mon cœur d’une passion trop bien établie à présent pour espérer d’en triompher. Non, continua-t-elle, en s’efforçant d’étouffer ses soupirs, il n’est plus en mon pouvoir de cesser de vous aimer: je vois même dans toutes vos actions que vous en êtes trop digne pour m’en repentir; mais si je ne puis vaincre ma tendresse, je puis y prescrire des bornes. Timante, reprenez, s’il se peut, votre tranquillité; faites ce que le devoir et l’honneur exigent de vous en faveur de Zelonide et de sa fille; je vous rends votre parole, et je ne retire la mienne que pour quitter le monde à jamais. N’ébruitez point cette triste rupture; laissez-moi le soin de ma gloire, puisque je me sacrifie à la vôtre; et souffrez que le changement de nos affaires paraisse venir de moi seule. La façon dont je vais me conduire vous instruira de celle dont vous devrez agir: surtout faites bien éclater votre douleur quand j’aurai déclaré ma résolution; je suis persuadée qu’elle ne sera pas feinte; et je lis dans vos regards que vous êtes aussi malheureux que je me trouve infortunée. Adieu, Timante, ajouta-t-elle, en lui tendant la main; je souhaite que vous cessiez de l’être, et que mon procédé vous apprenne la différence que vous devez mettre entre Zelonide et la triste Herminie. En finissant ces mots, elle entra dans un cabinet dont elle ferma la porte sur elle, et laissa Timante outré de désespoir, rempli d’admiration, et plus amoureux que jamais: il lui parla longtemps auprès de la porte sans qu’elle voulût ni répondre ni rentrer; et ce malheureux amant craignant que quelqu’un ne le surprît dans le trouble qui l’agitait, sortit de chez Olimpe, sans presque savoir ce qu’il faisait. Il passa le reste de la journée chez lui, dans un accablement terrible. La nuit ne lui offrit pas plus de repos, et la résolution qu’il prit d’aller

164

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

dès le lendemain chez Zelonide ne lui permit pas de goûter un instant les douceurs du sommeil. Enfin croyant que plus il retarderait cette visite, et plus il y aurait de répugnance, il prit son parti, et se rendit auprès de Zelonide, qu’il n’avait point vue depuis près de six mois. Il se fit annoncer; et Zelonide ayant ordonné qu’on le fît entrer, elle le reçut avec une politesse sérieuse, et pleine de cérémonie qui déconcerta encore Timante; et s’imaginant que le dépit lui donnait cet air froid et réservé, il ne fit pas semblant de s’en apercevoir; et la traitant de la même sorte, il prit un siège vis-à-vis d’elle, et l’ayant priée de faire sortir ses gens pour lui donner une audience particulière, ils ne furent pas plus tôt seuls, que prenant la parole: —Je crois, Madame, lui dit-il, que vous serez surprise du langage que je vais vous parler. Vous m’avez toujours connu tellement ennemi du mariage, et si grand amateur de la liberté, que vous ne pourrez apprendre sans étonnement que je pense aujourd’hui très différemment; mais, Madame, il est des temps pour tout: et comme je vous ai vu les mêmes sentiments autrefois, je suis persuadé que vous êtes trop sage pour les avoir encore; et que vous m’aiderez à sortir entièrement des erreurs de la jeunesse. Le gage que nous avons de notre mutuelle tendresse nous y oblige l’un et l’autre; et c’est pour sa gloire, pour la vôtre, et même pour la mienne, que je viens vous prier de recevoir ma foi, et de me donner la vôtre. Donnez donc à cette innocente créature un état qui l’empêche de rougir un jour de l’avoir reçu de nous; et n’ayons point à nous reprocher de lui avoir refusé un bien qui dépend de nous; et par les nœuds d’un saint hyménée, faisons cesser les discours qu’une conduite un peu trop libre a pu faire tenir. Notre sang est égal en noblesse, notre fortune est assez brillante pour nous satisfaire, et rendre notre fille un des meilleurs partis de la province: ainsi, belle Zelonide, puisqu’il y va de notre honneur de terminer cette affaire, je crois qu’il n’y a pas à balancer. Pendant tout ce discours Zelonide fit voir sur son visage une surprise extrême, et lorsqu’il fut fini: —Je crois, lui répondit-elle, vous avoir écouté asses paisiblement, et ma complaisance mériterait bien que vous ne m’entretinssiez pas de semblables rêveries. Que voulez-vous dire de mariage, de gage d’amour, et de fille, à laquelle il faut donner un état? Votre maladie vous a-t-elle ôté le jugement? Songez-vous bien que c’est à moi que vous parlez? Me prenez-vous pour un autre? Enfin qu’est-ce qu’il m’importe que vous ayez fui le mariage, ou que vous le recherchiez à présent? En vérité, Timante, je ne comprends rien à tout cela: je n’ai jamais eu nulle affaire de cœur avec vous; je ne vous ai jamais regardé que comme une aimable connaissance, et un très galant homme, dont l’esprit et la naissance vous rendaient d’une société estimable et gracieuse; et à moins que de vouloir m’insulter de dessein prémédité, vous ne pouvez rien exiger de moi que sur ce ton-là.

SIGLOS XVII Y XVIII

165

Si Timante avait senti le tourment le plus cruel on faisant cette démarche, la hardiesse de Zelonide et l’horreur qu’elle lui inspira, dissipa en un instant toutes ses inquiétudes; mais un étonnement sans pareil prit leur place; et piqué de voir une semblable audace dans une femme: —Quoi! Madame, lui dit-il assez vivement, six mois de temps vous ont fait oublier un commerce de deux ans, et la naissance d’une fille. —Téméraire, lui répondit Zelonide, en se levant avec colère, il ne tiendrait qu’à moi de vous prouver qu’on ne m’outrage pas impunément; mais je vous le dis encore, je n’attribue l’offense que vous me faites qu’à la perte de votre raison; cependant retirez-vous, et songez à reprendre votre bon sens avant que de me revoir. —Il est vrai, lui dit Timante, on se levant aussi, qu’il faut l’avoir entièrement perdu pour vouloir s’unir à Zelonide; et le pas que je viens de faire est si honteux que je ne puis trop tôt m’en repentir. Il sortit en achevant ses mots; et Zelonide, charmée de s’en être débarrassée, ne se mit pas en peine de son mépris ou de son estime. Pour lui, il était si fort éperdu de ce qu’il venait d’entendre qu’il ne se croyait pas éveillé: plus il y réfléchissait, et moins il comprenait qu’on pût pousser si loin le mensonge et la hardiesse. Il était encore tout plein de cette aventure, lorsqu’il rencontra un de ses meilleurs amis, qui le trouvant agité, lui demanda avec empressement ce qu’il avait. Timante ne put résister à cette question; l’aventure était trop bizarre pour la taire: il conta à son ami toute sa conversation avec Zelonide, et le pria de lui en dire son sentiment. Damis (c’était le nom de cet ami) trouva la chose si plaisante qu’il en rit à outrance: —Mais, mon cher Timante, lui dit-il, pourquoi faire une pareille démarche, puisque dans les termes ou vous en êtes avec Herminie, votre dessein n’était pas sans doute d’épouser Zelonide? —J’avais mes raisons, lui répondit froidement Timante. —Si la chose vous tient à cœur, interrompit Damis, rien ne vous est plus facile que de confondre Zelonide: sa fille est sans doute baptisée sous son nom et le vôtre; envoyez chercher son extrait baptistaire, et lui donnez la confusion tout entière. —Je ne veux plus la voir, lui répliqua Timante; mais je suivrai votre conseil afin de consulter ce que je dois faire pour ma fille. Aussitôt rentrant chez lui d’un air bien plus content qu’il n’en était sorti, il dépêcha un de ses gens à la campagne où Zelonide avait fait baptiser sa fille, et lui ordonna de lui apporter l’extrait des registres de la paroisse à cet égard. Tandis qu’on lui obéit, il court chez Herminie. Il trouve Olimpe avec cette belle fille: elles étaient toutes deux d’une tristesse extrême, et si tôt qu’Olimpe aperçut Timante: —Que vous tardez à venir! lui dit-elle. Voilà une personne, ajouta-t-elle, en montrant Herminie, qui me veut faire mourir: car, soit feinte ou vérité, il y a deux heures qu’elle ne me parle que de cloître, de retraite, des dégoûts du monde, et des remords qu’elle se sent d’avoir rompu le vœu qu’elle

166

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

avait fait à la mort de son père d’être religieuse: je vous conjure, mon cher Timante, de lui arracher toutes ces pensées; vous y êtes trop intéressé pour ne vous y pas employer avec ardeur. Timante, que le procédé de Zelonide rendait libre de suivre les mouvements de son amour, et de qui la joie avait égalé la douleur, se laissant transporter à sa passion: —Non, non, charmante Herminie, lui dit-il en se mettant à genoux devant elle, d’un air satisfait et tendre; vous ne romprez point les nœuds qui nous attachent l’un à l’autre; il n’est rien qui puisse vous dispenser d’être à moi; et la sage Olimpe est trop digne de votre confiance et de la mienne pour ne lui pas découvrir un mystère qui doit finir et ma peine et la vôtre. Alors sans lui donner le temps de répondre, il rendit un compte exact à Olimpe de tout ce qui s’était passé entre Herminie, Zelonide et lui: —Ainsi, continua-t-il, il n’est plus d’empêchement à mon bonheur; et la justice du ciel, qui savait que Zelonide était indigne du sacrifice que je lui faisais, a permis qu’elle en agit de la sorte, pour me rendre à ma chère Herminie. Olimpe fut aussi surprise de cette aventure que du secret qu’on lui en avait fait; mais charmée qu’elle eût une suite si heureuse: —Ne retardons donc plus, dit-elle, votre hyménée; et que j’aie la satisfaction avant que de mourir de voir Herminie et Timante unis ensemble. —Et que deviendra donc cette petite innocente? dit tendrement Herminie. —Je suis très touché de son sort, reprit Timante; mais puisque Zelonide refuse d’être sa mère légitimement, je ne puis rien de plus pour elle. Ils raisonnèrent encore longtemps là-dessus, et la belle Herminie se rendant aux sollicitations de sa parente et de son amant, reprit sa première gaieté ainsi que son espérance. Le lendemain Timante reçut le baptistaire de sa fille; mais que devint-il, en voyant que Zelonide l’avait fait présenter sous le nom d’Herminie, au lieu du sien? Son courroux fut excessif; il n’est point de violence dont il ne se sentit capable contre Zelonide pour venger Herminie d’un pareil affront. Il courut chez la première pour laisser agir toute sa fureur; mais se doutant qu’il serait bientôt instruit de cet effet de sa vengeance, elle était partie la même nuit du jour qu’elle l’avait vu, pour une terre qu’elle avait à vingt lieues de Montpellier. Le désespéré Timante ne sachant quel parti prendre, se rendit chez Herminie; et suivant son caractère franc et sincère, apprit à Olimpe et à elle l’indigne trahison de Zelonide, en demandant mille fois pardon de cet outrage à la vertueuse Herminie, et la conjurant d’en prendre sur lui-même telle vengeance qu’elle jugerait à propos. Cette belle personne rougit beaucoup au récit de ce nouvel incident; mais prenant son parti sur-le-champ: —Cessez, dit-elle à Timante, cessez de vous tourmenter: celle qui voulait sacrifier ses plus beaux jours à votre honneur est encore capable d’un plus grand effort pour votre repos; et puisque Zelonide a jugé à propos de me rendre mère avant même que j’eusse

SIGLOS XVII Y XVIII

167

pensé à l’être, je veux bien en accepter le titre en votre faveur. Satisfaite de mon innocence, je ne crains point que cette action en noircisse la pureté: de telles vérités ne se peuvent cacher; et je trouve qu’il est aussi glorieux pour moi d’adopter un enfant qui ne m’est rien qu’il est honteux à Zelonide de lui avoir donné le jour, et de le désavouer. On ne peut exprimer quelle fut l’admiration de Timante à cette preuve éclatante de l’amour et de la bonté d’Herminie. —Quelle différence de caractère! s’écria-t-il; et que les années que j’ai passées sans vous connaître, me causent de regrets! Adorable Herminie, de quoi puis-je récompenser tant de rares vertus? —De tout votre amour, lui répondit elle: lui seul peut faire ma joie et mon bonheur. On peut bien penser que l’amoureux Timante ne fut pas sans réplique; et comme il n’y avait plus d’obstacle à cet hymen, il fut célébré peu de jours après avec magnificence, Herminie voulant que la cérémonie se fît avec éclat, pour se déclarer mère aux yeux de tout le monde de la fille de Zelonide. Cette action lui attira les louanges de toute la ville; et Timante et ses amis prirent tant de soin d’en publier la vérité que Zelonide n’osa jamais revenir à Montpellier. Pour Herminie, elle ne se fut pas plus tôt attribué le titre de mère, qu’elle en prit les entrailles; et donnant toute son attention à rendre la fille de Timante digne de ce qu’elle avait fait pour elle, elle en eut autant de soin que de la belle famille dont le Ciel bénit son mariage et sa piété; et par les effets de la dernière, elle eut une telle application à défendre les discours qui pouvaient faire du tort à cette jeune personne, qu’il semblait qu’on eût entièrement oublié qu’elle dût le jour à une autre. Timante enchanté de la vertu de son épouse, vécut avec elle dans une parfaite intelligence, et lui prouva par la constance de son amour qu’il n’y avait qu’elle capable de lui faire connaître que l’hymen n’est pas toujours incompatible avec cette passion. Ainsi l’amour plus fort dans Herminie que la nature dans Zelonide, l’obligea de se déclarer mère sans l’avoir été; au lieu que la vengeance et le vice détruisirent dans le cœur de l’autre les mouvements du sang, et les lois de la sagesse.

DES FEMMES ET DE LEUR ÉDUCATION Choderlos de Laclos

I. DISCOURS SUR LA QUESTION PROPOSÉE PAR L’ACADÉMIE DE CHÂLONS-SUR—MARNE Quels seraient les meilleurs moyens de perfectionner l’éducation des femmes. Le mal est sans remède quand les vices se sont changés en mœurs. Sénèque, Lettre XXXIX 1er. mars 1783.

Une compagnie de savants et de sages décerne aujourd’hui une couronne littéraire à celui qui dira le mieux quels seraient les moyens de perfectionner l’éducation des femmes. La foule des orateurs s’avance. Chacun d’eux vient présenter à ses juges le fruit de son travail et tous espèrent en obtenir le prix. D’autres motifs m’amènent. Je viens dans cette assemblée respectable consacrer à la vérité plus respectable encore une voix faible mais constante et que n’altérera ni la crainte de déplaire, ni l’espoir de réussir. Tel est l’engagement que je contracte en ce jour. Le premier devoir qu’il m’impose est de remplacer par une vérité sévère une erreur séduisante. Il faut donc oser le dire: il n’est aucun moyen de perfectionner l’éducation des femmes. Cette assertion paraîtra téméraire et déjà j’entends autour de moi crier au paradoxe. Mais souvent le paradoxe est le commencement d’une vérité. Celui-ci en deviendra une si je parviens à prouver que l’éducation prétendue, donnée aux femmes jusqu’à ce jour, ne mérite pas en effet le nom d’éducation, que nos lois et nos mœurs s’opposent également à ce qu’on puisse leur en donner une meilleure et que si, malgré ces obstacles, 169

170

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

quelques femmes parvenaient à se la procurer, ce serait un malheur de plus ou pour elles ou pour nous. Ici il est nécessaire de poser quelques principes. Et si cette marche didactique n’est pas celle de l’éloquence, il suffit à mes vues que ce soit celle de la vérité. Ou le mot éducation ne présente aucun sens, ou l’on ne peut l’entendre que du développement des facultés de l’individu qu’on élève et de la direction de ces facultés vers l’utilité sociale. Cette éducation est plus ou moins parfaite, à proportion que le développement est plus ou moins entier, la direction plus ou moins constante; que si au lieu d’étendre les facultés on les restreint, et ce n’est plus éducation, c’est dépravation; si au lieu de les diriger vers l’utilité sociale on les replie sur l’individu, c’est seulement alors instinct perfectionné. Mais les facultés se divisent en sensitives et en intellectuelles. De la l’éducation physique et l’éducation morale qui, séparées dans leur objet, se réunissent dans leur but: la perfection de l’individu pour l’avantage de l’espèce. Dans le cas particulier qui nous occupe, la femme est l’individu, l’espèce est la société. La question est donc de savoir si l’éducation qu’on donne aux femmes développe ou tend au moins à développer leurs facultés et à en diriger l’emploi selon l’intérêt de la société, si nos lois ne s’opposent pas à ce développement et nos mœurs à cette direction, enfin si dans l’état actuel de la société une femme telle qu’on peut la concevoir formée par une bonne éducation ne serait pas très malheureuse en se tenant à sa place et très dangereuse si elle tentait d’en sortir: tels sont les objets que je me propose d’examiner. Ô femmes! approchez et venez m’entendre. Que votre curiosité, dirigée une fois sur des objets utiles, contemple les avantages que vous avait donnés la nature et que la société vous a ravis. Venez apprendre comment, nées compagnes de l’homme, vous êtes devenues son esclave; comment, tombées dans cet état abject, vous êtes parvenues à vous y plaire, à le regarder comme votre état naturel; comment enfin, dégradées de plus en plus par une longue habitude de l’esclavage, vous en avez préféré les vices avilissants mais commodes aux vertus plus pénibles d’un être libre et respectable. Si ce tableau fidèlement tracé vous laisse de sang-froid, si vous pouvez le considérer sans émotion, retournez à vos occupations futiles. Le mal est sans remède, les vices se sont changés en mœurs. Mais si au récit de vos malheurs et de vos pertes, vous rougissez de honte et de colère, si des larmes d’indignation s’échappent de vos yeux, si vous brûlez du noble désir de ressaisir vos avantages, de rentrer dans la plénitude de votre être, ne vous laissez plus abuser par de trompeuses promesses, n’attendez point les secours des hommes auteurs de vos maux: ils n’ont ni la volonté, ni la puissance de les finir, et comment pourraient-ils vouloir former des femmes devant lesquelles ils seraient forces de rougir? Apprenez qu’on ne sort de l’esclavage que par une grande révolution. Cette révolution est-elle possible? C’est à vous

SIGLOS XVII Y XVIII

171

seules à le dire puisqu’elle dépend de votre courage. Est-elle vraisemblable? Je me tais sur cette question; mais jusqu’à ce qu’elle soit arrivée, et tant que les hommes régleront votre sort, je serai autorisé à dire, et il me sera facile de prouver qu’il n’est aucun moyen de perfectionner l’éducation des femmes. Partout où il y a esclavage, il ne peut y avoir éducation; dans toute société, les femmes sont esclaves; donc la femme sociale n’est pas susceptible d’éducation. Si les principes de ce syllogisme sont prouvés, on ne pourra nier la conséquence. Or, que partout où il y a esclavage il ne puisse y avoir éducation, c’est une suite naturelle de la définition de ce mot; c’est le propre de l’éducation de développer les facultés, le propre de l’esclavage est de les étouffer; c’est le propre de l’éducation de diriger les facultés développées vers l’utilité sociale, le propre de l’esclavage est de rendre l’esclave ennemi de la société. Si ces principes certains pouvaient laisser quelques doutes, il suffit pour les lever de les appliquer à la liberté. On ne niera pas apparemment qu’elle ne soit une des facultés de la femme et il implique que la liberté puisse se développer dans l’esclavage; il n’implique pas moins qu’elle puisse se diriger vers l’utilité sociale puisque la liberté d’un esclave serait nécessairement une atteinte portée au pacte social fondé sur l’esclavage. Inutilement voudrait-on recourir à des distinctions ou des divisions. On ne peut sortir de ce principe général que sans liberté point de moralité et sans moralité point d’éducation. […]

II. DES FEMMES ET DE LEUR ÉDUCATION CHAPITRE PREMIER DE LA FEMME ET DU BUT DE CET OUVRAGE Un ancien définissait l’homme un animal à deux pieds, sans plumes; la femme est la femelle de cet animal-là. Non la femme défigurée par nos institutions, mais telle qu’elle sort des mains de la nature. Destinée comme les autres animaux à naître et à produire, elle a reçu comme eux la crainte de la douleur, moyen de conservation pour l’individu, et l’attrait du plaisir, moyen de conservation pour l’espèce. De ces deux moyens, le premier comme le moins important doit être et se trouve, en effet, subordonné au second. Après l’âge de la génération, la nature semble abandonner l’individu, ses organes s’obstruent, son sentiment s’émousse, le plaisir et la douleur semblent le quitter à la fois; l’insensibilité augmente, et nous l’appelons vieillesse; l’insensibilité totale est la mort. Se conserver et se reproduire, voilà donc les lois auxquelles la nature a soumis les femmes. Ainsi, pourvoir à leur nourriture personnelle, recevoir les approches du mâle, nourrir l’enfant qui en est provenu et ne l’abandonner que lorsqu’il peut se passer de ses soins, telles sont les impulsions naturelles que les

172

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

femmes reçoivent. Souvent nos institutions les en éloignent, jamais la nature ne manque de les en punir. Ont-elles gagné ou perdu à ces institutions? Nous prétendons moins décider cette question que mettre nos lecteurs en état de le faire, et pour cela nous suivrons les femmes, depuis celles de la nature jusqu’à celles de nos jours. Cette carrière est vaste à parcourir. Arrivés à ce point, nous essayerons de reconnaître de combien elles se sont égarées, et d’indiquer le chemin qu’elles ont à tenir pour se retrouver. Peut-être cette seconde course sera-t-elle aussi longue et plus pénible que la première.

CHAPITRE II DE LA FEMME NATURELLE La femme naturelle est, ainsi que l’homme, un être libre et puissant; libre, en ce qu’il a l’entier exercice de ses facultés; puissant, en ce que ses facultés égalent ses besoins. Un tel être est-il heureux? Oui sans doute, et si dans nos idées, son bonheur nous paraît un paradoxe, un examen plus réfléchi en fait bientôt reconnaître la vérité. Les hommes ont voulu tout perfectionner et ils ont tout corrompu; ils se sont chargés de chaînes, puis ils se sont plaints d’être accablés sous leur poids; insensés et injustes, ils ont abandonné la nature qui les rendait heureux, puis ils l’ont calomniée, en l’accusant des maux que cet abandon leur causait.

[…] CHAPITRE VI DE L’ÂGE VIRIL La puberté se trouvant, suivant nos principes, plus retardée dans l’état de nature que chez les peuples civilisés, l’intervalle qui la sépare de l’âge viril est moins long. Celui-ci commence au moment où le corps a pris son entier accroissement, et finit, pour les femmes, au temps où elles deviennent stériles. Cet âge est proprement celui de la génération, et c’est alors que se rapportent les soins de la maternité décrits ci-dessus au chapitre de l’enfance. Nous ne voyons pas qu’il apporte aucun autre changement dans la vie uniforme de la femme naturelle; mais elle est parvenue à son point de perfection; elle ne peut plus que déchoir. Avant qu’elle commence à ressentir l’abandon de la nature, arrêtonsnous un moment à la considérer. Nous observerons d’abord que la femme

SIGLOS XVII Y XVIII

173

naturelle jouit de trois biens, tels que leur privation est la source de toutes nos peines, savoir: la liberté, la force et la santé. Nous laissons à nos lecteurs le soin de la comparer, sur ces articles, avec les femmes civilisées, et nous ne perdrons pas notre temps à discuter ces avantages; mais il est deux biens sans lesquels les femmes comptent pour rien tous les autres: la beauté et l’amour. Ici, nous aurons besoin de plus de réflexion, pour reconnaître les richesses de la femme naturelle: en effet, sa beauté n’est pas celle de la femme que nous connaissons; elle n’a ni la peau blanche et délicate, dont le toucher nous flatte si voluptueusement, ni la douce flexibilité, apparente faiblesse qui semble provoquer l’attaque par l’espoir du succès, et préparer la défaite par la facilité de l’excuse; elle n’a surtout aucune des ressources de la parure dont les femmes de tous les climats savent si bien tirer parti; sa peau, colorée par le soleil, est d’une teinte plus brune, mais plus animée; elle est moins fine à la vérité, mais si par là la sensation du toucher est moins générale, elle en devient plus forte dans les parties qui en sont le siège et l’organe, et qui ont conservé toute leur sensibilité; ses chairs, continuellement battues par un air vif, sont plus fermes et plus vivaces. On ne peut mieux comparer ces deux femmes qu’à des fruits, dont les uns seraient venus en pleine campagne et les autres dans des serres chaudes. Le caractère de sa figure est ordinairement la tranquille sérénité; cependant lorsqu’elle s’anime, elle a de la physionomie; non qu’on puisse dire d’elle, comme de tant d’autres femmes, que sa figure a plus d’esprit qu’elle; elle ne sait pas minauder, mais elle sait encore moins se contraindre; son âme se peint sur son visage, et, s’il exprime avec force la colère ou la terreur, le désir ou la volupté ne s’y peignent pas avec moins d’énergie. Sa taille est grande et forte, et ses embrassements, que sans doute l’homme naturel trouve trop faibles encore, étoufferaient nos délicats petits-maîtres. Sa parure est sa chevelure flottante, ses parfums sont un bain d’eau claire. Cet état, nous osons l’assurer, est le plus favorable à la jouissance. Mais, dira-t-on, qu’est-ce que la jouissance sans amour? Âmes sensibles, nous pensons comme vous. L’amour est le consolateur de la société. L’homme social a payé ce bien de tous ceux que possède l’homme naturel. Tels nos premiers pères, suivant la tradition, ne connurent la jouissance qu’après leur expulsion du paradis terrestre. Cependant, la femme nature estelle sans amour? Nous convenons qu’il ne saurait y avoir de passion suivie entre deux êtres qui se joignent sans s’être jamais vus, et, dans un moment vont se séparer pour ne plus se reconnaître. Mais ce moment n’est pas indivisible et, si nous l’observons bien, nous pourrons y apercevoir toutes les nuances du sentiment. Les premières caresses leur tiennent lieu de déclaration: tour à tour la femme fuit et provoque: ainsi croissent les désirs; bientôt au comble, ils font naître l’ivresse; elle ne s’exprime pas par des phrases élégantes, mais ils ont les humides regards et les soupirs brûlants qui sont de routes les langues; ils savent

174

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

s’entendre pour jouir de concert et peut-être ce qui les différencie le plus est qu’ils se quittent sans dégoût. Pourquoi craindrions-nous de le dire? Femmes sincères, c’est vous que nous interrogeons. En est-il une, parmi vous, qui ait joui constamment sans crainte, sans jalousie, sans remords, ou sans l’ennui pénible du devoir ou de l’uniformité? Vous ne nous répondrez pas; mais ayez le courage de scruter vos cœurs et jugez pour vous-mêmes. En vain l’orgueilleuse pitié voudrait donc plaindre la femme naturelle; elle a la liberté, la force, la santé, la beauté et l’amour. Que lui manque-t-i-l pour être heureuse?

CHAPITRE VII DE LA VIEILLESSE ET DE LA MORT Il est triste de passer du spectacle de l’amour à celui de la mort; mais telle est la loi de la nature dans la succession éternelle des temps et des choses: soigneuse des espèces, elle paraît se soucier peu des individus; ils ne sont, entre ses mains, que des instruments de la reproduction générale qu’elle abandonne après en avoir fait usage; alors commence la vieillesse, que termine la mort. Cet âge est celui des infirmités; tout y annonce le dépérissement, les cheveux blanchissent, les dents tombent, les chairs mollissent, la peau se ride, tous les membres sont vacillants, tous les organes émoussés; à ces effets naturels et inévitables de la vieillesse, à ces maux communs à tous, se joignent trop souvent la goutte, les rhumatismes, les pituites abondantes, etc., etc., fruits amers des dérèglements en tout genre, tourment presque inévitable de tous les vieillards, mais dont seront exempts l’homme et la femme naturels. Plus heureux encore ils n’auront ni les regrets du passé, ni la crainte de l’avenir; ils ne seront ni tourmentants ni tourmentés par leur humeur chagrine. Écoutez ce vieillard; à l’entendre, tout s’altère, tout périclite autour de lui; les mets sont moins succulents, les femmes moins belles, la joie moins franche, tous les plaisirs moins vifs. Semblable à ce passager qui vogue pour la première fois, séduit par son jugement, il croit que les objets le fuient et ne s’aperçoit pas que c’est lui qui s’éloigne; comme lui, il paraît oublier le terme de sa course et ne s’occuper que de son départ; cette terre, qu’il ne doit plus revoir, occupe encore toutes ses affections; ses regards fixés vers elle décèlent assez les idées qui l’occupent, bientôt il ne distingue plus les objets, mais il regarde la place où il les a vus; il cherche à se faire illusion, il veut croire qu’il les voit encore. Tandis que l’homme naturel suit tranquillement la pente douce et facile qui doit le conduire au repos eternel, le vieillard du siècle dispute avec acharnement une place que la nature destine à sa postérité. Placé dans un sentier étroit, entre le roc escarpé et un précipice sans fond, il s’y traîne en

SIGLOS XVII Y XVIII

175

tremblant, il se tient à tout ce qu’il rencontre, il voudrait gravir encore et remonter vers la jeunesse; retour impossible; son temps est fait. L’un arrive enfin, sans s’en apercevoir, au terme de sa course; le dernier pas de l’autre est une chute affreuse du sommet de la vie dans l’abîme du néant. Triste effet d’une imagination déréglée, qui sans cesse transporte l’homme de la place qu’il occupe à celle qu’il désire. Toutes les armes de la philosophie ne sont pas trop fortes pour combattre ce penchant: malheur inévitable des esprits faibles, fléau eternel des femmes qui jamais ne trouvent dans leur esprit les ressources nécessaires pour vaincre leur imagination. Ô! Quel spectacle hideux présente cette femme effrénée, dont l’âge n’a pu modérer les désirs, et qui recherche encore un plaisir qu’elle ne peut plus faire partager! Que de peines lui sont préparées! À combien d’humiliations elle doit s’attendre! L’homme, dans ce même cas, n’est pas moins ridicule, mais il peut être moins malheureux; s’il possède un reste de puissance, le vil intérêt lui fera trouver une fille complaisante, qui aidera sa vanité à lui faire illusion; il sera le jouet de tout ce qui l’entoure, mais il pourra l’ignorer; il n’aura pas le sentiment de son état. La femme n’a pas même cette ressource honteuse; en vain a-t-elle employé les mêmes moyens pour s’attacher un homme; il perd entre ses bras la force qu’il lui avait promise; il reste mort entre elle et sa fortune. Heureuses les femmes qui, par un travail pénible, parviennent au moins à donner le change à leur imagination ardente, et savent la détourner sur des objets non moins futiles, mais analogues à leur âge! Plus heureuse la femme naturelle, qui n’a à redouter aucun de ces malheurs! L’imagination des femmes sociales fait naître leurs sens et leur survit; celle de la femme naturelle naît et meurt avec eux; l’âge des plaisirs passe, elle n’est plus qu’un enfant mieux instruit; tranquille, elle n’a pas besoin de se repaître d’illusions; elle pourra vieillir sans être joueuse, médisante ou dévote. À ces avantages dont on sentira facilement le prix, la femme naturelle en joint un plus précieux encore, dont quelquefois l’homme social se vante sans en jouir, et dont elle jouit sans s’en vanter: elle ne craint point la mort. Ce moment si redouté n’existe pas pour elle; elle n’en a point d’idée, son dernier moment est aussi serein que tous les autres; elle finit plutôt qu’elle ne meurt, mais elle se laisse aller sans se défendre; si elle a l’agonie du corps, elle n’a pas celle de l’esprit; elle est exempte des terreurs de tout genre qui, parmi nous, ne cessent d’assiéger les mourants. Nous remarquerons, à ce sujet, que ce n’est pas un des moindres avantages de l’homme et de la femme naturels, d’être délivrés de la crainte de prévoyance; sans doute ils seront effrayés quelquefois, mais au moins ils n’auront à combattre ou à fuir que le danger présent, et non les fantômes de leur imagination. Cet avantage est peut-être inestimable, surtout pour les femmes, que nous voyons tous les jours tourmentées par mille craintes, qui, pour être puériles, ne leur sont pas moins pénibles; pareillement, dans leurs

176

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

maladies, ils ne souffriront que de leur douleur; ils n’auront ni impatience ni inquiétude; c’est chez eux qu’il faut chercher une résignation parfaite; au reste ils auront peut-être des accidents, mais leurs maladies seront rares, et qui les leur causerait? Ils n’ont ni passions, ni cuisiniers, ni médecins.

[…] CHAPITRE X DES PREMIERS EFFETS DE LA SOCIÉTÉ La nature ne crée que des êtres libres; la société ne fait que des tyrans et des esclaves. Toute société suppose un contrat, tout contrat une obligation respective. Toute obligation est une entrave qui répugne à la liberté naturelle. Aussi l’homme social ne cesse de s’agiter dans ses liens, il tend à s’y soustraire, il cherche à en rejeter le poids sur ses semblables, il ne veut retenir que le bout de la chaîne pour les diriger à son gré. Il suit de la que, si l’oppression du fort envers le faible n’est pas une loi naturelle, dans le sens ou les moralistes prennent ces mots, elle n’en est pas moins une loi de la nature, ou plutôt la première vengeance que la nature abandonnée tire de l’homme social; il suit de là que toute convention faite entre deux sujets inégaux en force ne produit, ne peut produire qu’un tyran et un esclave; il suit encore de là que, dans l’union sociale des deux sexes, les femmes généralement plus faibles ont dû être généralement opprimées; ici les faits viennent à l’appui des raisonnements. Parcourez l’univers connu, partout vous trouverez l’homme fort et tyran, la femme faible et esclave; que si quelquefois elle a l’adresse de lier les mains à son maitre et de commander à son tour, ce cas est extrêmement rare. Quand on parcourt l’histoire des différents peuples et qu’on examine les lois et les usages promulgués et établis à l’égard des femmes, on est tenté de croire qu’elles n’ont que cédé, et non pas consenti au contrat social, qu’elles ont été primitivement subjuguées, et que l’homme a sur elles un droit de conquête dont il use rigoureusement. Aussi, loin de penser, comme quelques-uns, que la société commença par la réunion des familles, nous croirions plutôt que la première association fut faite par des hommes seulement, qui, se sentant plus égaux en force, durent se craindre moins les uns les autres; mais ils sentirent bientôt le besoin qu’ils avaient des femmes; ils s’occupèrent donc à les contraindre, ou à les persuader, de s’unir à eux. Soit force, soit persuasion, la première qui céda, forgea les chaînes de tout son sexe. On sent assez que, dans ces premiers temps, il n’y eut aucune propriété exclusive; on partageait également les fruits d’un champ cultivé en commun; on en

SIGLOS XVII Y XVIII

177

usait de même du gibier tué dans une chasse générale; les femmes même suivirent cette loi: toutes étaient à tous. Nul d’entre eux n’avait l’idée du choix. Cependant, dans cette communauté de travaux et de fruits, il est aisé de pressentir que le partage ne dut pas être longtemps égal; que bientôt la loi du plus fort se fit sentir; que les femmes, par cela même qu’elles étaient les plus faibles, furent assujetties aux travaux les plus pénibles, et en recueillirent le moins de fruit. Les hommes étendirent bientôt jusqu’à elles cette même idée de propriété qui venait de les séduire et de les rassembler; de cela seul qu’elles étaient à leur convenance et qu’ils avaient pu s’en saisir, ils en conclurent qu’elles leur appartenaient: telle fut en général l’origine du droit. Les femmes manquant de forces ne purent défendre et conserver leur existence civile; compagnes de nom, elles devinrent bientôt esclaves de fait, et esclaves malheureuses; leur sort ne dut guère être meilleur que celui des Noirs de nos colonies. Si l’on veut retrouver encore des vestiges sensibles de cet abus de force, que l’on considère un moment ces peuples encore grossiers que nous nommons sauvages; qui, réunis depuis peu de temps, ont déjà perdu les avantages de l’état de nature et n’ont pu pallier encore les premiers vices de la société. C’est là que l’on voit les femmes chargées seules des travaux les plus vils et les plus pénibles, toujours excédées, souvent maltraitées, quelquefois tuées par des maitres oisifs et capricieux qui paient ainsi les soins qu’elles prennent d’eux, la subsistance qu’elles leur fournissent, et le plaisir qu’elles leur procurent; c’est ainsi que nous les voyons encore aujourd’hui ramer comme nos forçats sur les canots des Groenlandais, et soumises au même traitement; cesser à quarante ans chez les Calmouques, d’être les compagnes de leurs maris, et devenir les servantes de la maison et des jeunes femmes qui leur succèdent; traitées chez les Coréens comme leurs esclaves et souvent chassées, elles et leurs enfants, pour des fautes légères; corrigées avec sévérité chez les peuples du mont Liban et y être esclaves, non seulement de leurs maris, mais même de leurs enfants mâles; chargées à Congo de tous les travaux de force, y servir leurs maris et n’oser ni manger avec eux ni s’asseoir en leur présence; c’est ainsi qu’on voit encore les Hottentots, quoique élevés par leurs mères, se faire un point d’honneur de les mépriser, de les frapper même, lorsqu’à l’âge de dix-neuf ans, ils sont agrégés parmi les hommes. Que si, dans ces pays, les hommes paraissent s’être réservé les fatigues de la chasse, c’est que cette occupation, loin de leur paraître pénible, est en eux un penchant naturel, fortifié encore par le désir de puissance et de domination, premier fruit de l’esprit social. Ils regardent si bien la chasse comme un plaisir que, chez quelques peuples (les Lapons par exemple), elle n’est pas même permise aux femmes. L’oppression et le mépris furent donc, et durent être généralement, le partage des femmes dans la société naissante. Cet état dura dans toute sa force jusqu’à ce que l’expérience d’une longue suite de siècles leur eût appris à substituer l’adresse

178

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

à la force. Elles sentirent enfin que, puisqu’elles étaient plus faibles, leur unique ressource était de séduire; elles connurent que si elles étaient dépendantes des hommes par la force, ils pouvaient le devenir d’elles par le plaisir. Plus malheureuses que les hommes, elles durent penser et réfléchir plus tôt qu’eux; elles surent les premières que le plaisir restait toujours au-dessous de l’idée qu’on s’en formait, et que l’imagination allait plus loin que la nature. Ces premières vérités connues, elles apprirent d’abord à voiler leurs appas pour éveiller la curiosité; elles pratiquèrent l’art pénible de refuser, lors même qu’elles désiraient de consentir; de ce moment elles surent allumer l’imagination des hommes, elles surent à leur gré faire naître et diriger les désirs: ainsi naquirent la beauté et l’amour; alors le sort des femmes s’adoucit, non qu’elles soient parvenues à s’affranchir entièrement de l’état d’oppression où les condamne leur faiblesse; mais dans l’état de guerre perpétuelle qui subsiste entre elles et les hommes, on les a vues, à l’aide des caresses qu’elles ont su se créer, combattre sans cesse, vaincre quelquefois, et souvent, plus adroites, tirer avantage des forces même dirigées contre elles; quelquefois aussi les hommes ont tourné contre elles-mêmes ces armes qu’elles avaient forgées pour les combattre, et leur esclavage en est devenu plus dur. De la beauté et de l’amour naquit la jalousie; ces trois illusions ont totalement changé l’état respectif des hommes et des femmes, elles sont devenues la base et le garant de tous les contrats passés entre eux; variées à l’ infini dans leur forme, elles ne le sont pas moins dans leurs effets; elles sont enfin aujourd’hui l’unique source de nos passions, mais avant de considérer les effets, il convient d’examiner, de connaître les causes.

CHAPITRE XI DE LA BEAUTÉ Qu’est-ce que la beauté? Question que l’on fait sans cesse, et à laquelle on ne répond jamais d’une manière satisfaisante; pour s’en convaincre, il ne faut que changer de lieux. Qu’on interroge sur cet objet le Français, l’Américain, le Chinois, qu’on fasse ainsi le tour du monde, on trouvera l’inconstante beauté, changeant de forme à chaque pas, laisser partout des idées, ou au moins des expressions différentes; qu’on se fixe dans le cercle étroit d’une société, on n’en sera guère plus satisfait. Telle femme est belle, mais elle ne me plaît pas, est une phrase de tous les pays, dont l’usage fréquent montre assez qu’on n’est pas d’accord sur l’idée de la beauté; car, qu’est-ce que la beauté qui ne plaît pas? D’où viennent ces nombreuses contradictions, sinon du défaut de s‘entendre? Il suffit, pour les faire évanouir, de réduire l’expression de la beauté à ses plus simples termes. La beauté n’est selon nous que la manière d’être qui fait espérer

SIGLOS XVII Y XVIII

179

la jouissance la plus délicieuse. C’est dans ce sens que la femme naturelle a de la beauté; c’est dans ce sens qu’on peut dire que toute femme fraîche, grande et forte est une belle femme. Si cette définition est juste, elle doit, d’une part, convenir à tous les peuples indistinctement, et, de l’autre, on doit en voir suivre naturellement cette foule d’idées, toujours différentes et souvent contraires, que chaque peuple, disons mieux, que chaque homme se forme de la beauté. Du moment où les hommes furent réunis, ils perdirent le repos. L’homme naturel dort aussitôt que ses besoins sont satisfaits; il n’en est pas ainsi de l’homme civil; il faut qu’il veille à l’exécution du contrat social, il ne s’abandonne plus au sommeil, il ne lui donne que le temps qu’il ne peut lui refuser. Sans cesse en garde contre les entreprises de ses associés, il veille, non pour agir, mais pour être prêt à agir au besoin. Dans cet état d’inaction, l’homme s’occupa à comparer ses idées; le passé revint à sa mémoire, l’avenir se peignit dans son imagination; le souvenir et la prévoyance se développèrent et agirent avec force sur lui; souvent on les a vus depuis étouffer en quelque sorte la sensation du moment présent. Les besoins fournirent à l’homme ses premières idées; celles du plaisir suivirent immédiatement, dès que sa mémoire fut assez exercée pour lui retracer l’effet des sensations qu’il avait éprouvées; il compara ses jouissances passées, il en conclut pour ses jouissances à venir. Jusque-là l’homme avait joui de la beauté sans s’en occuper; alors il s’en occupa quelquefois même sans en jouir. Il sentit que, dans la jouissance, son plaisir n’était pas toujours également vif; mille causes pouvaient concourir à cette inégalité; il négligea celles qui étaient en lui, que même il ne pouvait connaître; il les chercha donc toutes dans les objets étrangers. La femme qui lui avait procuré le plaisir le plus vif lui devint plus précieuse: il la chercha de nouveau; il choisit à son défaut celle qui lui ressemblait davantage; il dut se tromper quelquefois, mais enfin, il examina, il connut ou crut connaître, il s’accoutuma à préférer, il s’aperçut enfin qu’une eau douce et fine, tendue sur une chair ferme et élastique, apanage exclusif de la fraicheur, suite ordinaire de la jeunesse, lui procurait un toucher plus agréable, en le faisant reposer plus doucement: il désira la fraîcheur. Il s’aperçut qu’une grande femme multipliait ses sensations en le touchant par plus de points: il désira une taille avantageuse. Il s’aperçut qu’il ne lui suffisait pas d’embrasser étroitement l’objet de sa jouissance, s’il n’éprouvait à son tour ces étreintes délicieuses: il désira la force. Il rechercha donc la femme qui possédait ces différents avantages: ainsi la fraicheur, la taille et la force devinrent des motifs de préférence; ainsi leur réunion constitua la beauté: nous pouvons la nommer beauté naturelle. Que si quelquefois aujourd’hui les hommes paraissent contrarier ces principes, ils sont déçus par quelque illusion ou déterminés à des sentiments étrangers qu’il ne sera pas difficile de découvrir. Il faut se rappeler que, dans ces premiers temps, les femmes étaient nues et sans

180

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

résistance; que tout regard jeté sur elle était un examen entier, et que le désir, aussitôt satisfait que formé, laissait toujours aux hommes le sens froid nécessaire pour juger; mais lorsque les femmes commencèrent à se vêtir, l’imagination fut obligée de suppléer à ce que les yeux ne purent plus apercevoir; et l’imagination est facile à séduire. La curiosité éveilla le désir, et le désir embellit toujours son objet. Lorsqu’elles furent en possession de refuser ou d’accorder à leur gré, l’illusion augmenta encore; tantôt le désir naquit de l’espoir de le satisfaire facilement, tantôt il s’éteignit par cette même idée de facilité; tantôt il s’irrita par la molle résistance d’un refus simulé, tantôt il fut étouffe sous l’humiliation ou le chagrin d’un refus absolu: ainsi les hommes s’accoutumèrent à désirer avant de connaître; ainsi la facilité ou la difficulté d’obtenir concoururent, autant que l’objet même, à donner plus ou moins d’énergie à ce désir; ainsi l’illusion naquit de toute part. Les vêtements dérobèrent presque en entier la femme aux yeux de l’homme. Or il n’est pas facile à l’œil de percer les plis d’une draperie pour reconnaître les vraies formes qu’elle cache; on ne parvient pas tout d’un coup à juger par la vue de la résistance que le toucher doit éprouver; cet art demande quelque expérience et les hommes les plus exercés s’y trompent encore quelquefois; la multitude s’attacha donc à considérer la figure qu’elle voyait et s’accoutuma à juger le reste d’après elle. Alors la figure, qui jusqu’alors n’avait dû être qu’une faible partie de la beauté des femmes, devint partout leur principal ornement; alors l’esprit de l’homme forma des systèmes sur la beauté et, ne pouvant connaître les lois de la nature, il voulut la soumettre aux siennes. Mais ce nouveau code fut sujet, comme tous les autres, aux variations des lieux et des temps et la Vénus qui gagna son procès en Aulide, l’eût vraisemblablement perdu à mille lieues de là. Les raisons de ces contradictions ne sont pas difficiles à trouver: l’homme ne connaît les objets que par l’impression qu’il en reçoit; la beauté n’agit sur lui que par le souvenir; elle n’existe pas pour celui qui n’a eu aucune idée de jouissance; de là vient, pour le dire en passant, que l’homme ou la femme qui veulent plaire encore après qu’ils sont flétris, recherchent de préférence les personnes assez jeunes pour n’avoir pu comparer encore les idées du plaisir; ils savent qu’elles ne peuvent connaître la beauté; ils espèrent profiter des premiers désirs que la nature fait naître avant que, par l’effet d’une comparaison fâcheuse, leur aspect ne suffise pour les détruire. Il n’en est pas ainsi de l’homme qui a quelque expérience. Les traits que la nature produit rarement, quelque forme qu’ils puissent avoir, ne lui rappelant aucun souvenir, ne lui donnent aucune espérance et conséquemment ne sont pas beaux à ses yeux. Si même ils sont trop étrangers, ou s’ils ressemblent trop à ceux de la vieillesse ou de l’enfance, temps où le plaisir a cessé d’exister ou n’existe point encore; s’ils s’éloignent trop enfin, par quelque cause que ce puisse être, de l’idée de la jouissance qu’il ne cesse jamais de porter dans cet examen,

SIGLOS XVII Y XVIII

181

alors, loin de l’attacher, ils le rebutent; c’est l’assemblage de ces traits qu’il a nommé laideur. Ceux au contraire qu’il est accoutumé de voir, lui rappelant plus facilement les idées du plaisir, lui plaisent et l’attachent: c’est l’assemblage de ces traits qu’il a nommé beauté. En effet, qu’on examine les règles que se prescrivent les artistes dans les proportions des traits, et l’on trouvera que ce sont celles qui, pour chacun d’eux pris séparément, se rencontrent le plus souvent dans la nature; leur réunion seule est rare et, par cela même qu’elle est rare, elle manque son effet, quand elle se trouve; elle est rare à tel point que nous sommes obligés d’en chercher les exemples dans les ouvrages de nos artistes; mais ils suffisent à notre objet; on peut observer en les considérant, que lorsque les figures qu’ils ont produites sont rigoureusement régulières, nous disons bien qu’elles sont belles, et en cela nous nous soumettons à la convention reçue; mais jamais elles ne nous plaisent; jamais elles ne sont la figure que nous désirerions; nous leur trouvons par exemple le caractère de Junon, parce que la reine des dieux présente à notre imagination une idée vague de perfection; jamais celui de Vénus, parce que la mère des amours fait naître en nous l’idée d’un plaisir que nous connaissons et que cette figure que nous disons belle ne nous rappelle pourtant pas. Ici s’éclaircit facilement cette phrase citée plus haut: telle femme est belle mais elle ne me plaît pas. On entend alors ou que la figure de cette femme est suivant les conventions reçues, ou que l’on croit que sa figure rappellera à plusieurs l’idée des plaisirs qu’ils ont goûtés, bien qu’elle ne produise pas cet effet sur nous. Si l’on veut se convaincre à la fois que la beauté n’agit en effet qu’en rappelant l’idée du plaisir et que l’agrément de la figure ne consiste que dans l’assemblage des traits que nous avons le plus l’habitude de voir, il suffit de changer de lieux; transportez, par exemple, un Français en Guinée; il sera d’abord rebuté de la figure des négresses, parce que leurs traits, étrangers pour lui, ne lui rappelleront aucun souvenir voluptueux; dès que, par l’habitude, il cesse d’être choqué, il retrouve d’abord et préfère la fraîcheur, la taille et la force, qui partout constituent la beauté et, s’il fait alors quelque attention à la figure, c’est pour choisir celle qui est la moins éloignée des figures européennes; bientôt après, l’habitude augmente; il préfère l’assemblage des traits qu’il voit tous les jours à celui dont il n’a plus qu’un léger souvenir; il veut un nez épaté et de grosses lèvres, etc. etc.: de là naît cette foule d’opinions sur la beauté; de là, ces contradictions apparentes dans les goûts des hommes. Nous avons trouvé les raisons de cette diversité en ne considérant l’homme et la femme que dans leur rapport physique; si nous les considérons maintenant dans leurs rapports moraux, nous y trouverons encore de nouvelles raisons de cette prodigieuse variété. Nous venons de voir la beauté changer de forme par la seule impression des objets qui nous environnent; nous allons la voir maintenant se prêter encore à l’inconstance de nos idées. Dès que la société, qui altère sans

182

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

cesse l’ouvrage de la nature, eut changé en liaison durable l’union passagère des deux sexes, les sensations voluptueuses cessèrent d’être le seul lien qui les réunit. On mit un prix aux qualités morales et, de ce moment, les signes extérieurs qui les annonçaient firent partie de la beauté aux yeux de ceux qui les recherchaient. À mesure que les peuples prirent de la consistance, les mœurs devenues constantes formèrent pour chacun un caractère national auquel l’idée de la beauté fut bientôt soumise. Quelques-uns, tels que les Asiatiques, ayant rendu les femmes absolument dépendantes, et n’éprouvant auprès d’elles que des sensations et non des sentiments, se sont moins écartés de l’idée de la beauté naturelle; ils y ont joint seulement l’air de douceur et de tendresse, comme flattant davantage l’esprit de domination qui les anime. Là, le caractère de beauté que nous appelons physionomie doit être et est en effet l’expression de la soumission. Chez les anciens Romains au contraire, l’enthousiasme de la liberté, de la grandeur d’âme, de la vertu sévère présente la beauté sous une forme plus noble et plus austère. Ce pays dont les arts nous ont transmis des monuments de tous les siècles, nous fournit une preuve des variations perpétuelles auxquelles fut soumise l’idée de la beauté; la déprédation des mœurs y est restée peinte sur les visages; pour s’en convaincre, il ne faut qu’examiner la différence du caractère de beauté chez les femmes du temps de Brutus ou chez celles du temps d’Auguste; c’est ainsi que nous voyons de nos jours les Suisses, les Anglais, plus austères dans leurs mœurs, joindre toujours à l’idée de la beauté celle de la douceur et de la modestie, tandis qu’en France nous recherchons plus volontiers l’expression de la vivacité et du plaisir. Telles sont les nuances générales qui, sous le nom de physionomie, font varier la beauté suivant les temps et les lieux; elles sont telles, et tellement marquées, qu’un observateur attentif pourrait juger par elles des mœurs d’une nation, avec plus d’exactitude peut-être que dans la plupart des historiens. Non seulement l’idée de la beauté varie de peuple à peuple, mais elle change encore d’homme à homme: l’un, plus sensible au nombre qu’au choix de ses conquêtes, est séduit par l’expression de la facilité; l’autre, au contraire, est excité à la vue des difficultés que semble lui opposer une beauté sévère; celui-ci est attaché par le charme d’une douce langueur; celui-là est entraîné par l’ivresse d’un plaisir vivement exprimé; souvent même, aux yeux de plusieurs, l’esprit, les grâces, les talents ont suppléé par une heureuse illusion à la privation de la beauté, ou plutôt ils sont devenus la beauté, puisqu’ils ont su comme elle faire naître l’espoir du plaisir. La beauté de tous les temps, de tous les lieux, de toutes les personnes, est donc toujours, comme nous l’avons dit plus haut, l’apparence la plus favorable à la jouissance, et de cela même il suit qu’elle doit varier au gré de la diversité des opinions sur ce qui donne le plus ou moins de prix à cette jouissance. Il résulte de ces réflexions que l’homme naturel jouit de la beauté sans la connaître, qu’il n’a

SIGLOS XVII Y XVIII

183

nulle idée de la beauté de choix, et que pour lui le crâne de Philippe est semblable à celui des autres Macédoniens; que, dans les pays où les hommes rassemblent plusieurs femmes pour le plaisir d’un seul, et les tiennent dans une entière dépendance, la facilité de comparer et de juger de sens froid doit décider leur choix en faveur de la beauté naturelle telle que nous l’avons définie, et que, dans nos mœurs, la beauté, jouet éternel de nos opinions, varie à tel point que la femme que nous appelons laide peut enlever facilement et unanimement à celle que nous disons belle, l’hommage et les désirs des hommes qui les entourent. Mais si cette illusion est possible, elle n’est pas facile; la nature, qui ne perd jamais entièrement ses droits, déchire quelquefois le voile dont l’art cherchait à la couvrir. Souvent le flambeau de la vérité éclipse en un moment les fausses lueurs d’une longue suite de prestige[s]; aussi les femmes commencent-elles toujours par chercher à se donner l’apparence la plus favorable à la jouissance proprement dite; c’est pour y parvenir qu’elles inventèrent la parure.

CHAPITRE XII DE LA PARURE Nous connaissons deux sortes de parures; l’une, qui consiste à tenir le corps dans l’état de perfection dont il est susceptible; l’autre, à tirer le parti le plus avantageux des vêtements ou ornements dont le besoin, le caprice ou la raison ont consacré l’usage. Quoique la parure soit soumise encore à plus de variations que la beauté, dont elle est en quelque sorte le complément, elle a cependant quelques règles générales qui peuvent convenir à tous les peuples et s’adapter à tous les habillements. La parure est non seulement l’art de tirer parti des dons de la nature, mais encore celui de leur prêter les charmes de l’imagination. Considérée sous ce point de vue, elle devient un stimulant de la volupté, et nous ne la croyons pas indigne de fixer l’attention même des philosophes, puisqu’elle sert au bonheur de l’homme, en concourant à ses plaisirs. Il y avait un champ aride et pierreux, que traversait une rivière dont à peine on voyait l’eau verte et stagnante sous les joncs dont elle était couverte. On a fait arracher les joncs; on a donné du cours aux eaux; on a paré cette rivière en la tenant dans l’état de perfection dont elle était susceptible; on a fait depuis planter des bois sur ses bords et ce champ, où personne n’allait, est devenu un bosquet charmant dont on chérit l’ombrage; on l’a paré à l’aide d’ornements étrangers, mais on a disposé ce bois de façon que, quoiqu’il soit peu étendu, on croit être dans une forêt immense; on a paré ce bois en lui prêtant les charmes de l’imagination: ce qu’on a fait dans ce champ, toute ou presque toute femme peut l’exécuter sur elle. Si le besoin inventa les premiers vêtements, la parure en

184

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

augmenta considérablement l’usage. Si l’on en excepte une ceinture; utile à tous les peuples pour garantir les parties du corps qui, étant le siège du toucher; sont naturellement délicates et sensibles, et quelques peaux de bêtes, utiles à plusieurs pour les garantir des injures de l’air, le reste est dû à la parure et suit plus la qualité des idées que la quantité des besoins. Si l’on niait ce fait, qu’on nous dise pourquoi les peuples policés de l’Hindoustan se vêtissent sous un ciel brulant, tandis que le sauvage groenlandais, vivant au milieu des glaces, quitte ses habits en rentrant dans sa cabane pour ne les reprendre que lorsque le froid excessif du dehors l’y contraint. Celui-ci est mû par la crainte de la douleur, l’autre suit l’attrait du plaisir. Le Maure fortuné, placé dans un climat où la nature s’empresse de prévenir ses besoins, se livre a la volupté; il veut conserver à tout son corps une sensibilité qui n’est exercée que par le plaisir: il reste vêtu; le malheureux Groenlandais, vivant sous un ciel rigoureux, uniquement occupé de chercher au milieu des glaces de la mer une subsistance qu’elle ne lui accorde pas toujours et que la terre lui refuse constamment, n’a d’idées que par ses besoins; il cherche à émousser une sensibilité qui presque toujours lui est douloureuse; il reste nu dès qu’il peut se passer de vêtements. Les premiers effets relatifs à la parure que produisirent les vêtements, furent de conserver à nos corps plus de sensibilité et de les rendre d’un toucher plus doux; bientôt l’adresse en sut encore tirer parti, soit pour voiler une difformité, soit pour faire présumer des formes plus agréables, soit enfin pour fixer l’attention sur ce qu’on voulait offrir aux regards; mais ces ornements étrangers nous quittent dans le moment souvent leur illusion nous deviendrait le plus nécessaire; alors au contraire les dons de la nature brillent de tout leur éclat; ils nous appartiennent davantage, ils sont plus précieux, ils méritent notre première attention. Femmes coquettes et riches, vous croyez vous parer en vous surchargeant d’ornements précieux; vous vous applaudissez de l’admiration béante de la multitude séduite facilement par l’éclat de la richesse; en effet, vous fixez l’attention un moment; mais vous rappelez bientôt ce mot d’Apelle à son élève: Ne pouvant la faire belle tu la fais riche. Voulez-vous être réellement parées? En voici les moyens: sachez d’abord vous astreindre à un régime doux et salutaire; c’est à lui que tient la santé; sans elle point de fraîcheur, et sans la fraîcheur point de beauté; fuyez surtout les veilles inutiles; le repos sied mieux encore que l’éclat trompeur des bougies; ne vous fatiguez par aucun excès; vous serez belles même au jour, et les nuits que vous déroberez à vos amusements rendront plus précieuses celles que vous consacrerez à vos plaisirs. Craignez également l’usage des boissons spiritueuses; une peau unie ne couvre point un sang enflammé; laissez aux femmes qui manquent de ressources, ce faible moyen d’exciter, par leur exemple, à ce genre de débauche, dans l’espoir de profiter des désirs qui les suivent et qu’elles n’auraient pu faire naître. Vous êtes jeunes et

SIGLOS XVII Y XVIII

185

belles: qu’avez-vous besoin de liqueurs fortes? C’est d’amour qu’il faut vous enivrer. Évitez les rayons d’un soleil brulant qui obscurcirait l’éclat de votre teint; ne laissez pas non plus gercer votre peau délicate par l’impression d’un froid excessif, mais gardez-vous plus encore d’une vie trop sédentaire; les chairs mollissent et perdent leur ressort dans l’air stagnant et étouffé de vos appartements; le frottement de l’air extérieur les rend au contraire fermes et vivaces. Profitez en hiver du moment où la douce influence du soleil aura tempéré la rigueur du froid. Soyez en été diligentes comme l’aurore; semblables au lin que l’on prépare, c’est à la rosée qu’il faut vous blanchir. Non contentes de régler vos actions, maîtrisez encore les affections de votre âme; il en est qui détruisent la beauté; si vous ne réprimez des accès de colère trop fréquents, vos muscles acquerront une mobilité dangereuse, et bientôt toute expression deviendra une grimace. Le rire convulsif de la bruyante gaieté produit, à moindre degré, des inconvénients de même nature. Ne vous laissez jamais dominer par l’humeur; cet état de déplaisance intérieure se manifeste au-dehors, et personne ne se soucie de plaire à celle qui ne craint pas de déplaire aux autres. Si l’envie ou l’ambition vous dévorent, bientôt vos yeux caves, votre teint plombé, votre excessive maigreur auront terni votre beauté; si vous vous livrez à la fureur du jeu, la contraction fréquente de vos muscles usera bientôt leur ressort; la fatigue du jeu est, sans exception, celle qui use le plus et le plus vite; redoutez pourtant aussi celle du plaisir: dans l’état d’épuisement qui le suit, vos yeux battus, vos lèvres flétries, vos joues décolorées ne sauraient faire naître des désirs qu’on s’aperçoit assez que vous ne pouvez plus partager. Tel est un genre de parure trop peu connu peut-être, mais surtout trop rarement pratiqué. Après ces premiers soins, que rien ne peut suppléer, il en est de plus faciles que la volupté réclame encore; il n’est point de parure sans une propreté rigoureuse; avant de chercher à vous orner par des vêtements, dépouillez-vous et entrez dans le bain; ne craignez pas d’en faire un usage journalier; pour obvier aux inconvénients qui pourraient le suivre, accoutumez-vous à les soutenir froids; alors ils augmenteront votre élasticité, loin de la détruire; si leur fraîcheur porte à la peau une légère atteinte, réparez cet effet par un cosmétique doux, effacez ensuite, par un parfum léger, l’odeur fade ou aromatique qu’ils laissent après eux; usez mais n’abusez pas, on soupçonne volontiers la femme qui se parfume trop d’y être portée par quelque raison secrète; sans cela, même une odeur trop forte, telle agréable qu’elle fut, détruirait l’ivresse en détournant l’attention: ce n’est pas de la rose ou de l’œillet, c’est de vous que vous voulez que votre amant s’occupe; qu’il puisse donc croire que vous-même exhalez le parfum qu’il respire; dans ces soins solitaires, n’imitez pas surtout ces femmes plus vaines que sensibles qui, satisfaites d’un triomphe passager, ne songent qu’au public, et oublient leur amant; femmes injustes, vous vous plaignez d’être

186

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

bientôt abandonnées par eux, vous les accusez de légèreté; prenez-vous à vousmêmes de cette apparente perfidie: votre figure rieuse et fraîche leur avait fait illusion, votre corps flétri les a détrompés. La figure attire, mais c’est le corps qui retient. L’une est le filet et l’autre la cage; mais l’oiseleur prudent, avant de tendre ses pièges, s’occupe des moyens de conserver la proie qu’il pourra faire; imitez-le dans ses précautions, puis vous songerez à embellir votre figure. Ce soin demande encore quelques réflexions; l’art doit aider et non changer la nature. Avant de vouloir vous parer, examinez-vous et tâchez de vous connaître; pour que l’expression de votre physionomie soit agréable, sachez choisir celle qui lui convient; si vos traits sont fins et délicats, si votre taille est petite, n’affectez point un air de dignité qui deviendrait ridicule; si vos traits sont grandement dessinés, si votre taille est avantageuse, laissez à d’autres les grâces enfantines; trop d’embonpoint vous dépare et peut-être l’eût-on oublié pour s’occuper de votre fraîcheur, mais ce défaut devient choquant si vous voulez paraître légère; si vos yeux sont vifs et pleins de feu, inutilement chercherezvous à les rendre tendres, vous ne ferez qu’obscurcir leur éclat; si au contraire ils sont doux et caressants, vous détruiriez par une vivacité empruntée le charme qu’ils auraient fait naître. Chacun d’eux a les moyens qui leur conviennent et qui ne conviennent qu’à eux; arrivez à votre but par le chemin que la nature vous a tracé; c’est à la fois le plus sûr et le plus court; que votre regard vif agisse par intervalles; que ses coups soient redoublés, mais distants; que, semblable à l’éclair, il éblouisse à la fois par la flamme dont il brille et par les ténèbres qui l’environnent. Mais l’action d’un regard tendre doit être continue; il doit nous fixer pour nous plaire, Et dans nos cœurs pénétrer pas à pas Comme un jour doux dans des yeux délicats. Ne croyez pas surtout obtenir cette expression des seuls conseils de votre miroir: elle tient à vos qualités intérieures. Voulez-vous donner plus de tendresse à vos regards? Exercez la sensibilité de votre âme. Voulez-vous accroître leur vivacité? Cultivez votre esprit, augmentez le nombre de vos idées; en vain la nature vous aura accordé de beaux yeux: si votre âme est froide, si votre esprit est vide, votre regard sera nul et muet. Nous ne parlons ici que de cette expression des regards qui ne tient ni à un sentiment profond ni à une sensation vive. On sait assez que les grands mouvements de l’âme ou des sens se peignent dans les yeux en surmontant même les obstacles qu’on leur oppose. Tel est le droit de la nature; l’art a cherché à l’imiter, et y est parvenu: l’usage en est fréquent au théâtre, l’abus s’en est glissé dans la société et les regards sont devenus menteurs et perfides. Il s’est fait sentir jusque dans la parure; si l’on en croit le

SIGLOS XVII Y XVIII

187

rapport des voyageurs, les baladines de l’Hindoustan savent, à l’aide d’une poudre, donner à leur regard l’expression du plaisir, en entretenant dans leurs yeux ces larmes brulantes que la volupté fait répandre; et sans recourir à leur récit, nous voyons autour de nous les femmes européennes faire briller leurs yeux de l’ardeur du désir, par le reflet du rouge placé sur leurs joues.

III La lecture est réellement une seconde éducation qui supplée à l’insuffisance de la première. Celle-ci a plus pour but de nous mettre en état de nous former que de nous former en effet. Elle nous fournit en quelque sorte les matériaux et les instruments; rarement s’occupe-t-elle de nous en indiquer l’usage, et plus rarement encore de nous guider dans le travail qu’elle nous laisse à faire. La connaissance de ce travail ne peut être que le fruit de l’expérience: mais l’expérience personnelle est souvent chère et toujours tardive; il est donc utile de profiter de celle des autres. C’est dans les livres que celle-là se trouve. Il n’y a que deux moyens pour connaître: observer et méditer. Il est facile de juger combien nos connaissances seraient bornées si nous étions réduits à nos observations et à nos méditations personnelles, et à celles de ceux qui nous entourent. Tel est l’état des peuplades que nous nommons sauvages. Mais les livres nous font jouir des observations et des méditations des hommes de tous les temps et de tous les lieux. Nous en sommes même au point que, sans avoir peut-être tout le nécessaire, au moins est-il sûr que nous avons beaucoup de superflu. De là la nécessité de choisir; de lá l’utilité d’un guide. On sent que ce choix doit être fait suivant l’âge, le sexe, et la condition des personnes. Il faut encore avoir égard à l’intelligence et au goût du sujet. Il en est du moral comme du physique: les nourritures trop fortes ne conviennent pas aux tempéraments faibles, et les aliments pris sans plaisir profitent rarement. Suivant ce qui nous a été dit, il s’agit, dans ce cas particulier, d’une jeune personne qui a de l’esprit et de la figure, et que son rang et sa fortune mettent dans le cas de vivre dans la compagnie la plus distinguée, et même d’y avoir de l’influence. Ces avantages paraissent lui imposer, plus qu’à une autre, l’obligation de cultiver sa raison, son cœur et son esprit. Il est à désirer qu’elle eût de la raison, pour connaître le bien; de la bonté, pour vouloir le faire; et de l’amabilité, pour en avoir les moyens. Les secours qu’elle peut tirer de la lecture pour remplir ce triple objet, lui seront fournis par les moralistes, les historiens, et les littérateurs. Elle apprendra dans les moralistes à connaître les passions, à les diriger, à les maîtriser au besoin: à apprécier le beau, le juste et l’honnête; à les préférer à l’utile: à braver

188

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

ou supporter la douleur et les chagrins par le courage ou la résignation: à distinguer dans l’homme ce qu’il tient de la nature et ce qui lui vient des institutions humaines: enfin ce qu’on doit à soi-même et ce qu’on doit aux autres. L’effet de cette lecture sur un sujet bien né doit être un amour de la vertu porté jusqu’à l’enthousiasme, et qui ne lui laisse trouver de plaisir que dans le beau, le juste et l’honnête; une extrême horreur du vice; le courage et la sévérité pour soi, la pitié et l’indulgence pour les autres; enfin les connaissances générales sur l’homme et ses devoirs. C’est après avoir ainsi fixé ses idées sur ce qui doit être, qu’il devient utile et qu’il ne peut être dangereux de connaître ce qui est. Cette connaissance s’acquiert dans l’histoire. C’est là que les hommes se montrent avec toutes les modifications de la société: c’est là qu’on voit les nations différentes, et souvent les mêmes nations, tour à tour exaltées par les lumières et les vertus, ou dégradées par l’abrutissement et les vices, suivant l’impulsion qu’elles reçoivent de la religion, du gouvernement, des lois et des mœurs: c’est là qu’on peut souvent remarquer l’influence d’un seul homme, soit en bien soit en mal, sur tout un peuple: c’est là qu’on voit l’empire irrésistible du temps et de la vérité: c’est encore là que se trouve discutée, par l’éloquence des faits, cette grande question encore indécise, de savoir si on doit respecter les préjugés, et jusqu’à quel point ce respect peut être nuisible ou salutaire; c’est enfin là qu’un lecteur attentif se convaincra peut-être que, dans toute grande administration, le bien naît aussi souvent à côté du mal que le mal à côté du bien; et que la sagesse des empires est de réparer sans cesse et de ne détruire presque jamais. On ne lira pas l’histoire sans se convaincre que la félicité publique et particulière dépend uniquement du nombre, de l’étendue, et de la justesse des idées; et comme ces idées ne prennent de consistance, et ne peuvent se communiquer que par l’expression, on sentira l’utilité du style. On sentira que ce n’est pas assez qu’une idée soit bonne, mais qu’il faut encore qu’elle soit exprimée avec clarté, pour être facilement comprise, et avec charme, pour être généralement adoptée. C’est dans cet esprit qu’il faut commencer la lecture des ouvrages de belles-lettres. C’est particulièrement en étudiant les poètes et les orateurs, qu’on s’apercevra que celui qui veut bien parler ne doit être étranger à aucun genre de connaissance. En faisant l’application de ce principe au cas particulier qui nous occupe, il s’ensuivra que les livres élémentaires de chaque science doivent être compris dans la bibliothèque d’une jeune personne qui désire d’être aimable. En effet un des grands moyens de plaire est de parler à chacun son langage. Ce qui éloigne beaucoup de gens de mérite de la société des femmes, et même des femmes aimables, c’est l’impossibilité de causer avec elles, ou même devant elles, des objets auxquels ils s’intéressent. On ne voit que trop souvent ces deux êtres si

SIGLOS XVII Y XVIII

189

bien faits pour être réunis, l’homme de mérite et la femme aimable, se séparer avec regret, mais sans retour, faute d’avoir une langue commune. Il est enfin une autre classe d’ouvrages qui participe de la morale, de l’histoire et des lettres: ce sont les voyages, les romans et les pièces de théâtre. Les lectures de ce genre ont leur utilité et leurs dangers; nous y reviendrons par la suite, mais nous croyons qu’il est prudent de ne s’y livrer d’abord qu’avec une grande réserve, par la crainte que l’attrait de ces lectures ne dégoûte de toute autre, et que leur molle facilité ne rende l’attention trop paresseuse. Après avoir ainsi donné l’aperçu de ce qu’il faut lire, nous dirons un mot de l’ordre à observer; et nous tâcherons d’y réunir l’agrément à l’utilité. C’est dans cette vue que nous conseillons de faire marcher de front ces différents genres de lecture, en les divisant par époques. Nous croyons qu’il est bon de commencer par les Grecs et les Romains, parce qu’ils ont été nos instituteurs en tout genre. Les philosophes grecs et romains sont une des lectures les plus utiles et les plus attachantes qu’on puisse faire. C’est dans leurs écrits qu’on trouve les principes des grandes et belles actions qui ont illustré ces deux peuples, et qui répandent un si grand intérêt sur leur histoire, dont il faut s’occuper ensuite. Quand l’histoire romaine vient se mêler à l’histoire grecque, on peut dire qu’elle lui succède: car on s’aperçoit bientôt que les Grecs, déjà sur leur déclin, doivent être incessamment subjugués et avilis. Mais l’intérêt qu’a inspiré cette nation brillante, fait désirer de connaître de quel point elle est partie pour s’élever à ce degré de splendeur, et ce désir donne de l’intérêt à l’histoire des peuples plus anciens: comme la mythologie des Grecs, adaptée aussi par les Romains, rend encore intéressante l’histoire des temps fabuleux, sur lesquels cette mythologie est fondée. Nous croyons donc que c’est à cette époque qu’il faut entreprendre cette lecture. Nous remarquerons seulement qu’il suffit d’y jeter un coup d’œil rapide, et que ces connaissances incertaines ne méritent d’être approfondies que par celui qui fait son talent de les savoir. Après avoir fait ce chemin rétrograde, on peut rentrer dans la route et se rapprocher de l’histoire romaine par la lecture des Hommes illustres de Plutarque. En y retrouvant les grands hommes d’une nation que l’on connaît déjà, on y fera en quelque sorte connaissance avec les grands hommes d’une nation qu’on va connaître; et il nous semble que cette connaissance préliminaire doit ajouter à l’intérêt, à peu près comme on désirerait davantage de voyager dans un pays, si l’on avait déjà eu l’occasion d’en voir les hommes célèbres. Nous croyons qu’il faut suivre l’histoire romaine sans interruption, jusqu’à l’époque où l’a conduite l’abbé de Vertot dans ses Révolutions. Alors on s’occupera de connaître les lettres grecques et romaines. Il est inutile de dire qu’en ce genre nos travaux se sont bornés à les imiter, et notre gloire à les égaler quelquefois.

190

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

Il en est de même de ceux de leurs beaux-arts dont les monuments sont parvenus jusqu’à nous. L’histoire romaine se lie à celle de toutes les nations contemporaines, et notre avis est qu’elle les fait suffisamment connaître, pour toute personne qui ne prétend pas à la science de l’histoire. Mais il est un peuple dont à peine cette histoire s’occupe, et qui est devenu pour nous d’une grande importance: c’est le peuple juif. La grande influence qu’a eue la religion chrétienne sur les événements de l’époque qui va suivre, ne permet pas de négliger la nation qui en fut le berceau. La Genèse mérite de fixer aussi notre attention sous un autre point de vue, en ce qu’elle est le monument historique le plus ancien de ceux qui ont quelque authenticité. C’est à mesure qu’on connaîtra mieux la nation juive et son ignorance fanatique, cruelle et superstitieuse, que Jésus-Christ, considéré comme homme, nous causera plus d’étonnement, et nous inspirera plus de respect et d’admiration, par la morale sublime, si pure et si douce, qu’il a développée le premier, et que tous les efforts de la perversité ou de la sagesse humaine n’ont encore pu ni altérer ni perfectionner. L’histoire de cet homme-Dieu et celle de ses premiers disciples nous ramèneront naturellement à l’époque où nous étions restés. De là et pendant plusieurs siècles, l’histoire n’est qu’un chaos dégoûtant qui à peine mérite d’être connu. Cette époque ténébreuse ne fournit rien non plus ni en morale ni en belles-lettres. C’est un désert qu’il faut traverser pour arriver au règne de Charlemagne, où notre histoire moderne reprend quelque intérêt. Nous croyons que, parvenu là, il convient avant tout de lire l’histoire ecclésiastique, qui se lie intimement à toutes les autres. On tâchera d’y distinguer, dans la série des événements, ce qui a été fait pour l’intérêt de la religion d’avec ce qui l’a été pour celui de ses ministres. On sent assez qu’il faut avoir une idée de l’histoire de toutes les nations européennes; mais une femme peut en négliger les détails. Pour nous faire mieux entendre par un exemple, nous pensons que les seules lettres sur Angleterre du lord Lyttelton, lui suffiraient pour l’histoire de ce pays. Malheureusement il s’en faut bien que toutes les nations aient une histoire aussi complète et aussi concise; et il parait difficile de dégager cette histoire de tout ennui. Plus malheureusement encore, la France manque totalement d’historiens qu’on puisse lire avec quelque plaisir, et c’est pourtant l’histoire de France qu’une Française distinguée par son rang ne peut surtout se dispenser de connaître. Nous croyons qu’après avoir choisi à cet effet l’historien le plus court et le plus simple, par exemple l’abbé Millot, elle trouvera de grandes ressources et plus d’intérêt dans la collection des mémoires particuliers, et dans quelques morceaux particuliers d’histoire, tels que l’Esprit de la Ligue, celui de la Fronde, la Rivalité de la France et de l’Angleterre, Le Siècle de Louis XIV, etc., etc., ensuite et

SIGLOS XVII Y XVIII

191

comme mémorial, elle tirera un grand secours de l’Abrégé chronologique du président Hénault. On s’apercevra sans doute qu’à cette époque moderne, nous avons changé de marche, puisque nous n’avons pas fait précéder les historiens par les moralistes. C’est qu’il nous semble que les moralistes modernes du genre didactique, ont tous un esprit de système plus ou moins dangereux, et qui s’éloigne également de la vérité. C’est enfin que nous pensons que nos philosophes n’ont rien ajouté à la morale des Anciens, ni nos sermonnaires à celle de l’Évangile. Par cette raison nous croyons qu’il suffit de s’occuper de leurs ouvrages comme belles-lettres. Considérés comme tels, plusieurs d’entre eux offrent les plus grandes beautés. On ne lit point l’histoire, et surtout l’histoire moderne, sans s’apercevoir qu’elle ne fait connaître que les évènements et les hommes publics: en sorte que rien n’y rapproche le lecteur de ses habitudes ni de ses affections, et que bien peu d’entre eux peuvent en tirer des règles de conduite, ni personne y prendre la connaissance des hommes. C’est aux romans à suppléer à cette insuffisance de l’histoire, et sous ce point de vue ils peuvent être d’une grande utilité. Mais ici le choix doit être rigoureux sous tous les rapports. Car selon que les ouvrages de ce genre manquent de talent, de raison, ou de morale, il n’en est pas de plus propres à gâter le goût, l’esprit ou le cœur. Peut-être même n’en est-il aucun qu’une jeune personne puisse lire sans quelque danger, à moins qu’elle ne soit guidée dans sa manière de voir. Pour ne citer qu’un exemple, nous choisirons le chef d’œuvre des romans: Clarisse. On ne peut assurément se défendre d’estimer beaucoup, et même de respecter l’héroïne de ce roman; et cependant Clarisse a fait à peu près la plus grande faute qu’une fille puisse faire, puisqu’elle a fui de la maison paternelle avec son séducteur. On peut donc craindre qu’une jeune personne ne soit rassurée par cet exemple, sur la crainte du mépris auquel on échappe si rarement après une semblable démarche, et en ce sens cette lecture peut être dangereuse. Mais si au contraire on fait observer à la jeune personne que Clarisse, douée de tous les avantages naturels et parée de toutes les vertus, pour s’être permis une seule démarche contre la volonté de ses parents (celle de porter au bûcher sa réponse à Lovelace), démarche qu’elle pouvait croire innocente et même raisonnable; si, disons-nous, on fait observer que, de ce moment, elle a été nécessairement entrainée dans tous les malheurs dont elle finit par être la victime, alors il y aura peu de lectures plus utiles. Les mêmes réflexions s’appliquent aux pièces de théâtre. J.-J. Rousseau en a fait voir les dangers, et d’Alembert l’utilité, et tous deux n’ont fait que se placer dans un point de vue différent. Presque tout dépend donc en ce genre ou de l’adresse du guide, ou du bon esprit de la personne qui lit. Si l’une de ces deux conditions est suffisamment remplie, on n’a plus à éloigner d’elle que les romans ou

192

ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS I

les comédies qui offrent des détails trop libres, et qui faneraient, en quelque sorte, cette fraîcheur d’innocence qui fait, plus encore que la fraîcheur naturelle, le véritable charme de la jeunesse. Jusqu’ici les différentes nations qu’aura étudiées notre jeune élève ont toutes été, pour ainsi dire, civilisées dans les mêmes principes, et par une tradition commune; mais il existe d’autres peuples qui, aussi ou plus anciennement civilisés, ne nous sont connus que depuis peu de siècles, et ont été entièrement ignorés des peuples anciens dont nous avons parcouru l’histoire. La connaissance qu’il est bon de prendre de ces peuples qui nous sont si étrangers, offre une lecture agréable, par le spectacle nouveau qu’elle nous présente, et utile pour reconnaître les modifications différentes que peuvent donner aux hommes les diverses institutions. Il est enfin une multitude de peuplades peu ou point civilisées, que les histoires de voyages nous font plus ou moins connaître. Le spectacle de ces mœurs agrestes a aussi son agrément et son utilité. Cette lecture a besoin cependant, comme les romans et les comédies, de quelque prudence dans le choix. Elle paraît, au surplus, devoir marcher de front avec l’étude de la géographie moderne, sur laquelle elle répand beaucoup d’intérêt. Les belles-lettres françaises dont on peut mêler la lecture à celle des romans, des voyages et des théâtres ne datent guère que du siècle de Louis XIV. Celles de l’Italie et de l’Espagne remontent un peu plus haut; l’Angleterre est, en ce genre, encore plus moderne que la France; et l’Allemagne ne fait, pour ainsi dire, que de naître. Le soin qu’on a pris de nous donner des traductions françaises des meilleurs ouvrages écrits dans toute autre langue, rend beaucoup moins importante la connaissance des langues étrangères, qui est aujourd’hui plutôt un objet d’agrément que d’utilité. Cependant comme cette étude facilite celle de sa langue maternelle, et qu’il est nécessaire de savoir celle-ci parfaitement, nous croyons qu’on fera bien d’apprendre une autre langue; le choix peut s’en faire suivant le goût de la personne. Nous conseillerions la langue latine plutôt que toute autre, à une jeune personne qui aurait le bon esprit de préférer les connaissances à son usage à celles qui peuvent la faire briller dans le cercle, où il serait ridicule qu’elle prononçât un mot de latin. Mais si elle ne se sent pas ce courage, elle fera mieux d’apprendre l’italien ou l’anglais, selon qu’elle préférera les ouvrages d’une imagination brillante et d’une agréable expression, à ceux d’une raison solide et d’un sentiment profond. Les différentes lectures que nous venons de parcourir suffiront pour connaître et soi-même et les hommes; il reste encore à connaître les choses. Quel est l’ordre de cet univers, dont notre globe fait une si petite partie? De quoi et comment est composé ce monde que nous habitons? Que sont les objets qui nous entourent, et quel parti pouvons-nous en tirer? Telles sont les questions que tout le monde se fait, et auxquelles les savants seuls peuvent répondre, au

SIGLOS XVII Y XVIII

193

moins en partie. Mais pour les interroger, il faut se mettre en état d’entendre leur langage. Presque toutes les sciences ont aujourd’hui des livres élémentaires qui éclairent l’esprit sans fatigue: l’attention. Ce sont ceux-là dont nous recommandons la lecture. Il nous paraît nécessaire d’avoir quelque connaissance en astronomie, en physique, en chimie, en histoire naturelle et en botanique. Ces noms ne doivent point effrayer; nous croyons pouvoir garantir qu’une jeune personne qui a de l’esprit et quelque désir de s’instruire, et qui sera bien guidée dans ces différentes études, y trouvera bientôt une véritable satisfaction; et une fois entrée dans cette carrière, peut-être y aura-t-elle plus de besoin de modération que d’encouragement. Nous avons dit en commençant cet écrit, qu’au moral comme au physique la nourriture devait être choisie suivant les tempéraments; et aussi que les aliments pris sans plaisir ne profitaient point. En suivant cette idée, nous ajouterons que ce n’est pas ce qu’on mange qui nourrit, mais seulement ce qu’on digère. Il ne suffit donc pas de lire beaucoup, ni même de lire avec méthode, il faut encore lire avec fruit; de manière à retenir et à s’approprier en quelque sorte ce qu’on a lu. C’est l’ouvrage de la mémoire et du jugement. Le moyen le plus commode, le plus agréable et le plus facile de remplir ce double objet, serait d’avoir quelqu’un d’éclairé et d’adroit qui fît dans le même temps les mêmes lectures, avec qui on pût en causer chaque jour, et qui sût diriger l’opinion sans la dicter. À défaut de cette ressource, il est un moyen peut-être plus utile, mais aussi plus sévère: c’est de faire de chaque ouvrage, à mesure qu’on l’a lu, un extrait dans le genre de ceux qu’on met dans les journaux, contenant un compte rendu de l’ouvrage, suffisant pour en donner une idée, et un jugement motivé du même ouvrage. M. de La Harpe a donné d’excellents modèles en ce genre. Nous conseillons au surplus de faire ces extraits avec le même soin que s’ils devaient paraître en public, et de les garder avec la même réserve que s’ils avaient été faits sans soin. Nous en exceptons seulement quelques personnes en qui on placerait sa confiance, et qui s’en montreraient dignes par leur sévérité. On gagnera par cette méthode de former en même temps son style; et il n’est plus permis à une femme qui prétend à quelque considération personnelle, d’écrire sans pureté et même sans élégance. Si la jeune personne qui nous occupe en ce moment a le courage de se livrer au travail que nous lui proposons, nous croyons pouvoir l’assurer qu’elle sera non seulement plus instruite mais aussi plus heureuse que la plupart des autres femmes. Nous espérons en même temps qu’elle y gagnera un assez bon esprit pour ne jamais montrer ses connaissances qu’à ses amis les plus intimes et pour ainsi dire comme confidence. Enfin nous la prévenons que dans la rivalité du cercle, et pour y obtenir de l’indulgence, elle aura besoin d’y montrer plus de simplicité, à mesure qu’elle y portera plus de mérite.

Antología de textos literarios I. La mujer en la literatura francesa, editado por la Facultad de Filosofía y Letras de la unam, se terminó de imprimir el día 23 de marzo de 2012, en los talleres de Imagen es Creación Impresa S. A. de C. V., Oriente 241-A, No. 28 Bis. Col. Agrícola Oriental, C. P. 085500, México D. F. Se tiraron 200 ejemplares impresos en offset en papel Cultural de 60 gramos. La tipografía se realizó en tipo: Bell MT, 11:13, 10:12, 8:10 a cargo de Sigma Servicios Editoriales. Colaboró: Carmen Sánchez. Cuidó la edición: Raúl Gutiérrez Moreno.

More Documents from "Pablo Miranda"

November 2019 30
November 2019 208
Criminologia De Reyes.pdf
December 2019 28
0400001p.s44.doc
December 2019 18