Y la vida sigue... Vivo de alquiler en una casa compartida con algunos compañeros, son buena gente, aunque algunos tienen sus manías y miedos, como todo el mundo. La casa tiene un patio interior bien protegido, y cada primavera, un par de golondrinas regresan a él a construir su nido. Es un espectáculo maravilloso verlas ir y venir en su quehacer, y una gran alegría cuando de repente, un día, oyes el piar de las nuevas crías como si de un susurro se tratase. Ese piar va creciendo en intensidad, al igual que la actividad de sus incansables progenitores, e inunda todo el patio y alrededores con un grito de vida. La semana pasada, debido a un miedo irracional, alguien decidió destruir el nido, no quiero pensar que habrá sido de las crías, tampoco quiero contaros el enfado que tuve, y la impotencia y pena que sentí, cuando asomé al patio extrañado por no oír el habitual alboroto y revoloteo de estas aves. Más tristeza sentí aún, cuando observé a las dos golondrinas posadas en un resquicio junto a los restos de su nido, ambas me miraban fijamente, y algunas lágrimas brotaron de mis ojos. He decidido abandonar la casa, no puedo vivir con alguien que no respeta la vida y actúa de forma tan ruin contra unos indefensos y maravillosos seres. Ayer, sorprendido, oí un familiar revoloteo y volví a asomarme al patio, eran las golondrinas, al contrario que yo, no huyen, se quedan, y están construyendo un nuevo nido, en sus picos portaban barro y pequeñas briznas de hierba seca.