DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO 22 de octubre de 2006. DOMUND
Servicio humilde y callado Este domingo del Domund es una invitación a renovar nuestro compromiso de seguimiento a Jesús como han hecho durante tantos años los misioneros claretianos que han trabajado en esta Provincia Bética durante los cien últimos años para ir haciendo presente el reino de Dios; primero viviéndolo ellos, y después transmitiéndoselo a la gente a través de la predicación y la enseñanza. Las lecturas de este domingo hablan de entrega y de servicio. El profeta Isaías nos acerca a la figura del Siervo sufriente que los primeros cristianos aplicaron a Jesús. El es el que sirve, el que da la vida por todos. Por eso, como dice la carta a los Hebreos, podemos acercarnos con seguridad hasta él para alcanzar misericordia. Seguir a Jesús en su camino hacia la cruz no es fácil, pero el Maestro sigue acompañándonos e instruyéndonos, también hoy, para que podamos hacer nuestras las actitudes del discípulo. Hoy podemos tener delante tanto el martirio cruento como incruento de tantos hijos de la Congregación y de la Provincia Bética (Fernán Caballero, Jaén, Don Benito, el P. José Mª Ruiz…). Los que hemos convivido con hermanos nuestros que fueron compañeros de los mártires, sabemos que algunos hubieran preferido morir entonces. El sacrificio y la entrega del día a día es a veces más difícil que un acto de generosidad total, pero corto en el tiempo. Por eso a algunos de ellos, por haberse entregado al Señor, les prolongó sus años como al Siervo. Somos una Congregación martirial en el relativamente corto espacio de tiempo que llevamos
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en la historia de la Iglesia; el mismo padre Fundador sufrió el atentado de Holguín y quería “derramar la sangre por Jesús y María” y “deseaba sellar con la sangre de mis venas las verdades que predicaba”” (Aut nº 577) En este cuarto poema del Siervo del Señor de Isaías la función del Servidor no es declarar justo a alguien que no lo es, ni es olvidar o borrar el pecado. El asume la culpa de los demás como argumento para que el Señor pueda olvidar y borrar el pasado aceptando como justo lo que ante El no podría serlo. Por su riqueza teológica, este texto ha sido utilizado frecuentemente por el Nuevo Testamento para procurar comprender la figura de Jesús, que ha muerto “por la salvación del pueblo”. El Hijo del hombre ha venido a servir En el tercer anuncio de la pasión, que precede inmediatamente al texto del evangelio que leemos este domingo, Jesús se presenta como alguien que ha renunciado a usar el poder. Contrastando con la indefensión del Maestro, los hijos del Zebedeo piden poder. Tienen una falsa idea del mesianismo; lo entienden como dominio sobre los demás y una recompensa a sus propios méritos. Jesús desmonta su idea errónea y les invita a seguir sus pasos hacia la cruz y el sufrimiento. Ellos responden que sí, pero sin entender toda la dimensión de la respuesta. Los otros diez pensaban igual, por eso se indignan contra Santiago y Juan; es esta una dinámica frecuente en todo grupo humano. Jesús les instruye a todos; quitaos de la cabeza esas ideas de poder al estilo de este mundo. Vosotros nada de eso:
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el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos como ha hecho el Hijo del Hombre que vino para dar su vida en rescate por todos. Jesús los llama aparte y los instruye contraponiendo el poder humano, que es dominación, al poder de la comunidad cristiana, que es servicio y entrega sin límites. Anteriormente también en el camino hacia Jerusalén, Jesús trató de invertir la escala de valores de los Doce colocando, simbólicamente, a un niño en el centro del grupo. Las palabras de Jesús sobre la entrega de la vida son el resumen de su enseñanza en el camino. Constituyen la base de todo seguimiento, porque discípulo es aquel que prolonga en su vida y en sus circunstancias el ser de Jesús. La vida en grupo sea en familia o en comunidad es el lugar privilegiado donde podemos ejercitar nuestro servicio hasta la consumación. Pero no es fácil mantener esa tensión permanente de servicio, sobre todo, cuando no nos sentimos apreciados valorados en lo que hacemos; tenemos que recurrir siempre al capítulo 25 de San Mateo para no desfallecer en la tarea. Que no nos valoren suficientemente, según nuestro criterio lo podemos superar, pero que se nos critique en lo que hacemos nos desanima; y ese es el lugar teológico donde tenemos que ejercitar el servicio. La disponibilidad es la cara evangélica del sacrificio; tener siempre nuestra vida disponible sin reservarnos nada para nosotros es la primera condición del discipulado. Servir esporádicamente a los que vienen, a los desconocidos, no supone mayor sacrificio; ahí es donde podemos presentar el mayor elenco de personas que han hecho vida este evangelio de hoy en comunidades religiosas, parroquiales y en la vida de familia. ¡Qué impresión tan imborrable dejaron en nuestras jóvenes conciencias tantos hermanos claretianos que no tenían ningún puesto de relevancia en la comunidad; cuando ellos han faltado hemos sabido apreciar su espíritu de entrega y cariño por los demás! La mejor respuesta evangelizadora a una sociedad endiosada con el poder y el dinero es el servicio humilde y callado de tantos cristianos que van entregando día a día sus vidas hasta consumarla plenamente. Sólo cuando ellos falten notaremos su ausencia. En la Eucaristía rememoramos esa entrega callada de Jesús y ese amor total a la humanidad dando la vida por ella. Al terminar la misa salgamos a servir a Dios en el hermano.
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DIOS HABLA Lectura del Profeta Isaías 53,10-11 El Señor quiso destrozarlo con padecimientos. Si él ofrece su vida por el pecado, verá su descendencia, prolongará sus días, y la voluntad del Señor se cumplirá gracias a él. Después de las penas de su alma, verá la luz y quedará colmado. Por sus sufrimientos mi siervo justificará a muchos y cargará sobre sí las iniquidades de ellos. Comentario: Se nos presenta el cuarto canto del misterioso Siervo, una figura a la vez individual y colectiva, imagen del justo que padece inicuamente e imagen asimismo del pueblo oprimido. Por eso cada persona que sufre y cada pueblo dolorido contempla con fe esta figura enigmática. El fragmento de hoy se encuentra inserto entre dos oráculos referidos al triunfo del Siervo (52,13-15 y 53, 11-12); es un profundo comentario de la entrega del Siervo. Se contempla el sufrimiento no como algo absurdo, carente de sentido, sino como alguien que es capaz de traer la salvación para todos: «mi Siervo justificará a muchos». El fragmento insiste en la entrega personal: el siervo no sucumbe al sufrimiento como víctima inerte y pasiva, sino que se ofrece libremente, porque quiere, entrega su vida como expiación y carga con los crímenes de otros. Su vida y su muerte aparecen como un don ofrecido por los demás. Pero Dios lo contempla con ojos de Padre, no puede permitir que el Siervo termine infecundamente en la sepultura (53,9); por eso lo glorifica, le dará la luz, prosperará, le otorgará larga vida y descendencia. Desde una clave cristiana, la Iglesia ha visto en este fragmento un anuncio de la pasión y muerte de Jesús. De hecho estos versículos se proclaman en los oficios litúrgicos del Viernes Santo. Es Jesús quien se entrega voluntariamente a la pasión, derrama su sangre por todos, y muere por nuestra justificación; pero Dios lo libera de la muerte, y le concede el don de la vida eterna. En este fragmento nosotros hoy también contemplamos la imagen heroica de tantos misioneros mártires de Cristo, que sufren y se desviven y mueren igual que él, y cuya sangre es semilla de vida cristiana. Lectura de la carta a los Hebreos 4,14-16 Puesto que tenemos un sumo sacerdote extraordinario, que ha penetrado en los cielos, Jesús, el Hijo de Dios, permanezcamos firmes en la fe que profesamos. Pues no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, ya que fue probado en todo a semejanza nuestra, a excepción del pecado.
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Acerquémonos, pues, con confianza al trono de la gracia, a fin de obtener misericordia y hallar la gracia del auxilio oportuno. Comentario: Esta parte de la carta a los Hebreos presenta a Cristo como sumo sacerdote, revestido de dos rasgos propios: digno de crédito y misericordioso. El primero insiste en que él constituye la garantía de nuestra fidelidad, en él podemos confiar nuestra vida, cimentarnos y apoyarnos: es del todo «fiable» (pistos). La prueba es que ya ha sido exaltado por Dios. Es sumo sacerdote grande. El autor le añade el adjetivo «grande», lo que resulta un detalle excesivo; pero busca ponderar aún más la magnificencia y alta cualidad del sumo sacerdocio de Cristo. Dos palabras nos lo acercan: es Jesús a la vez humano e Hijo de Dios trascendente. Pero una tentación se agazapa en la mente de algunos cristianos. Tal vez puedan pensar que Jesucristo, sumo sacerdote sentado a la derecha del Padre, elevado sobre los cielos, se encuentra tan lejos y tan distante de nosotros, que ya no se acuerda de nosotros ni nos escucha. Por eso la carta insiste tanto en la cercanía de Cristo que es compasivo y misericordioso. Nos conoce por dentro, es capaz de compadecerse de nosotros, pues ha sido probado como nosotros. Sabe nuestra debilidad, se ha manchado con nuestro barro y se ha salpicado con nuestra miseria, ha sido tentado y probado en todo (pero no ha sucumbido al pecado); es de los nuestros, pertenece a nuestra raza. No sólo ha atravesado los cielos, sino que ha atravesado, de punta a punta, toda la geografía humana del dolor y de la muerte. Por eso puede ayudarnos a los que hacemos el camino de la vida y de la muerte, porque él ya ha hecho el camino y ha llegado a la meta. De ahí la recomendación final a acercarnos con seguridad (la palabra griega parresia es polisémica y ofrece múltiples significados), confianza y atrevimiento al trono de la misericordia para encontrar siempre la gracia y el auxilio oportuno ¡Con qué acertadas palabras, la carta a los Hebreos -prodigio de densa teología y exhortación pastoral - nos habla de la grandeza y cercanía de Jesús, nuestro sumo sacerdote. ¡Cuanto más alto, más íntimo y solidario, justo a nuestro nivel, a la altura de nuestras angustias y esperanzas! Del Evangelio de San Marcos 10,35-45 Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se le acercaron y dijeron: «Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir». Él les dijo: «¿Qué queréis que haga por vosotros?». Y ellos dijeron: «Que nos sentemos uno a tu derecha y otro a tu izquierda en tu gloria». Jesús les dijo: «¡No sabéis lo que pedís! ¿Podéis beber el cáliz que yo beberé o ser bautizados con el bautismo con que yo seré bautizado?». Ellos contestaron: «¡Podemos!». Jesús les dijo: «Beberéis el cáliz que yo beberé y seréis bautizados con el bautismo con el que yo seré bautizado, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no es
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cosa mía el concederlo; es para quienes ha sido reservado». Los otros diez, al oír esto, se indignaron contra Santiago y Juan. Jesús los llamó y les dijo: «Sabéis que los jefes de las naciones las tiranizan y que los grandes las oprimen con su poderío. Entre vosotros no debe ser así, sino que si alguno de vosotros quiere ser grande que sea vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero que sea el servidor de todos; de la misma manera que el hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por todos». Comentario: El evangelio de hoy se sitúa inmediatamente después del tercer anuncio de la pasión, anticipado por el mismo Jesús. De manera clara, sin rodeos ni evasivas, Jesús anuncia a los discípulos su muerte inminente y la crudeza de la cruz, en un clima de desprecio. Este anuncio insiste, pues, en los motivos de las burlas, las befas y los azotes (vv.32–34). Tras esta íntima y desgarradora declaración de Jesús, se esperaría una acogida y un respeto por parte de los discípulos; un acompañar interiormente al Maestro; pero aquéllos, insensibles y egoístas, piensan sólo y rastreramente en sus intereses humanos. La perícopa de hoy posee, además, un trasfondo histórico. Durante el ministerio público de Jesús puede barruntarse la sospecha de un discipulado, que entendía las palabras del evangelio desde un mesianismo puramente terreno y en clave política. Pensaban que la victoria de Jesús les reportaría una mayor gloria y prestigio humano. Por eso, dos de los discípulos se muestran ávidos de esa gloria, y la solicitan, antes que otros, no sea que se las vayan a usurpar. Quieren medrar -como desgraciadamente no pocos (¡)- en el reino. Las imágenes con que Jesús corrige las falsas ambiciones e ilustra sus palabras son de raigambre bíblica, su forma de hablar denota al maestro de Palestina (J.Jeremías sostiene que fueron fundamentalmente así pronunciadas, son palabras auténticas de Jesús). El Maestro les remite a la cruz, que se levanta como la única clave para entender el discipulado y poder seguir al Maestro. Utiliza la imagen del cáliz, que es el símbolo del sufrimiento y aparece en textos del Antiguo Testamento (Sal 75,9; Jr 25,15.28; Lm 4,21). Igualmente el bautismo, expresado en el agua, es sinónimo de angustia (Sal 42,8; 69,2; 88,8; Is 43,2). Los dos hermanos se comprometen a asumir el mismo destino pascual de Cristo, que pasa necesariamente por cargar con la cruz. Jesús les exhorta a no imitar el ejemplo de los políticos de su tiempo (de todos los tiempos), cuya consigna consiste en que los grandes oprimen a los más pequeños. Propugna una inversión de valores: quien quiere ser grande debe convertirse en esclavo y servidor de todos. Les propone con toda claridad la lección viva de su comportamiento. Él mismo ha venido a servir y dar su vida por todos. Resuena aquí un eco fiel de la primera lectura, conforme el ejemplo del Siervo doliente, que Jesús realiza con su vida oculta, su servicio desinteresado, y su entrega hasta la muerte.
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LA MISA DE HOY SALUDO Jesucristo, el enviado del Padre, la luz para todos los puebles, esté con vosotros. MONICIÓN DE ENTRADA Jesús de Nazaret inició un camino nuevo. Un camino de servicio, de fidelidad al amor hasta la muerte, de esperanza para los pobres. Un camino que es el camino de Dios y nos lleva a ‘servir y dar la vida en rescate por todos’. Ese camino ha sido siempre y en todas partes trazado por los misioneros y las misioneras, seguidores de Jesús dispuestos a servir a los más pobres, a dar la vida para que todos lleguen a conocerle y a amarle. Es bueno que les recordemos de una manera muy especial en este octubre misionero, y más aún hoy, Domingo Mundial de la Propagación de la Fe (Domund). Nos sentimos muy unidos a todos ellos, que en los rincones más remotos de la tierra, reúnen comunidades como la nuestra para celebrar la Eucaristía o la Palabra. La Iglesia, a lo largo de los siglos, con sus luces y sombras, ha vivido de la fe en Jesucristo su Señor, y desde sus orígenes ha sentido el impulso del Espíritu para anunciar la Buena Nueva de Jesús a todos los hombres. Los apóstoles iniciaron el camino misionero; después de ellos, otros muchos han seguido sus huellas: misioneros al estilo de los apóstoles como Francisco Javier o Antonio Mª Claret. También nosotros, que nos hemos reunido para celebrar y agradecer la fe que nos hace cristianos, llamados al anuncio del evangelio. Renovemos hoy nuestra vocación misionera. ACTO PENITENCIAL Reconocemos que tenemos poco espíritu misionero, que no nos ocupamos demasiado en la propagación de nuestra fe. - Jesús, que has entregado tu vida por amor. SEÑOR, TEN PIEDAD. - Jesús, que nos abres el camino del Reino. CRISTO, TEN PIEDAD. - Jesús, que eres luz y misericordia para todos los pueblos. SEÑOR, TEN PIEDAD. Dios, rico en misericordia, limpie nuestros corazones y nos conceda la alegría de su perdón. Amén. MONICIÓN A LA PALABRA Escuchemos en esta primera lectura unas palabras antiguas, proféticas, que nosotros vemos realizadas en Jesús, que ha sido fiel hasta la muerte y vive ahora para siempre. La carta a los Hebreos que leemos estos domingos como segunda lectura, nos hace poner de nuevo los ojos en Jesús, quien vivió nuestras mismas debilidades y ahora ofrece su salvación a la humanidad entera. ORACIÓN DE LOS FIELES Acudamos confiadamente al Señor, para que aumente en nosotros la fe y el
espíritu misionero. Digamos: SEÑOR, HAZNOS TESTIGOS DE TU EVANGELIO. 1. Por la Iglesia que Cristo puso en el mundo como luz, para que, respondiendo a su misión, ofrezca a todos el don del Evangelio. Oremos. 2. Por el Papa Benedicto XVI, que tú elegiste como sucesor de san Pedro; dale la fuerza que necesita hasta el fin de sus días. Oremos. 3. Por todas las naciones y sus gobernantes, para que abran las puertas al mensaje del Reino que trae la paz y la justicia. Oremos. 4. Por todos los misioneros y misioneras que dejando sus seguridades se han dejado empujar por el Espíritu Santo para anunciar con sus obras y palabras a Jesucristo, para que Dios los mantenga fieles, y su misión dé fruto. Oremos. 5. Para que Dios suscite entre nuestros niños y jóvenes vocaciones al sacerdocio y a la vida misionera y que respondan generosamente a su llamada. Oremos. 6. Por los que no creen en Jesucristo, porque no le conocen o porque se han apartado de él, aquí y en cualquier lugar del mundo. Que lleguen a descubrir un día el gozo del Evangelio. Oremos. 7. Por las Iglesias de los países de misión. Que sean luz de esperanza en sus pueblos, y fuente de renovación para toda la Iglesia. Oremos. 8. Por nosotros y por nuestra comunidad parroquial, para que nos anime siempre el Espíritu de Jesús, como miembros vivos de una Iglesia misionera. Oremos. Escucha, Padre, las súplicas que te hemos presentado. Abre nuestro corazón a tu palabra y enciende en nosotros el celo por el anuncio del Evangelio. Por JNS. PRESENTACIÓN DE LAS OFRENDAS + Te presentamos, Señor, el pan y el vino, que han sido elaborados con el trabajo de tantas personas, y que sabemos que por tu amor hacia nosotros, se han de convertir en el Cuerpo y en la Sangre de tu Hijo. + Te presentamos Señor, hoy de una manera especial, la colecta que hemos hecho entre todos para ayudar al anuncio del Evangelio. Que los que no te conocen puedan recibir la Palabra que salva. MONICIÓN AL PADRENUESTRO Unidos a Jesucristo, y conscientes de que recitamos su oración, la que se pronuncia en todos los idiomas del mundo entero gracias a la acción de misioneros y catequistas, nos atrevemos a decir: Padre nuestro...
Sugerencias - Cántico de entrada: El Señor es mi fuerza. - Prefacio y Plegaria Eucarística V/d. - Santo: Gabarain. - Canto de comunión: El Señor es mi pastor. - Canto final: Santa María del camino.
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